Capítulo 22

Los siguientes diez días en la consulta fueron una locura para Maxine. Cuando se marchara en agosto, estaría fuera casi un mes, pero la mayoría de sus pacientes estarían ausentes también. Muchos de ellos se iban de vacaciones de verano con sus padres. De todos modos, algunos de ellos tenían cuadros más agudos y debía verlos antes de derivarlos a Thelma; Maxine quería ponerla al día.

Las dos mujeres almorzaron juntas inmediatamente después de que Maxine volviera del crucero, y Thelma le preguntó por Charles. Le había visto un par de veces, pero no le conocía demasiado y le parecía muy reservado. También había conocido a Blake y opinaba que ambos eran totalmente diferentes.

– Está claro que no te sientes atraída por un solo tipo de hombre -comentó Thelma en broma-, y no sé cuál de los dos pesa más.

– Probablemente Charles. Somos más parecidos. Blake fue un error de juventud -dijo Maxine, sin pensar. Después lo consideró mejor-. No, no es verdad, no es justo. Cuando éramos jóvenes nos llevábamos bien. Yo maduré y él no, y a partir de entonces todo se fue al traste.

– No todo. Tenéis tres hijos maravillosos.

Thelma tenía dos y eran un encanto. Su marido era chino, de Hong Kong, y los niños tenían una preciosa piel de color caramelo y unos grandes ojos ligeramente asiáticos. Tenían lo mejor de cada uno de sus progenitores. La hija era una modelo adolescente, y Thelma siempre decía que su hijo era un rompecorazones en la escuela. Siguiendo los pasos de su madre, iría a Harvard en otoño y después a la facultad de medicina. Su marido también era médico, cardiólogo y jefe del departamento en la Universidad de Nueva York, y su matrimonio iba bien. Maxine estaba deseando que un día salieran a cenar los cuatro, pero no había forma de coincidir. Estaban todos demasiado ocupados.

– Charles me parece muy serio -comentó Thelma.

Maxine estaba de acuerdo.

– Lo es, pero también tiene una faceta tierna. Se porta de maravilla con Sam.

– ¿Y con los demás?

– Lo intenta. -Maxine sonrió-. Daphne es difícil.

– Dios nos libre de las adolescentes -bromeó Thelma con cara de exasperación-. Esta semana Jenna me odia. De hecho, hace dos años que me odia. A veces creo que siempre me odiará. Normalmente no sé ni qué he hecho, pero, en su opinión, en cuanto me levanto de la cama ya he metido la pata.

Maxine se rió. Tenía los mismos problemas con Daphne, aunque ella era dos años más joven y no estaba tan rebelde todavía. Le faltaba poco, sin embargo. Todo llegaría.

– ¿Cómo le va a tu niñera con su hijo?

– Sigue berreando. Zellie dice que el pediatra cree que evoluciona bien. Pero nos está costando mucho. Le he comprado tapones para los oídos a Charles para cuando vayamos a Southampton. Yo también me los pondré. Es lo único que funciona. Zellie acabará perdiendo el oído de tanto tenerlo en brazos si ese bebé no para de llorar -dijo Maxine sonriendo con cariño.

– Qué divertido -comentó Thelma, y las dos se rieron.

Era agradable tomarse un rato libre y relajarse con un almuerzo. Maxine no lo hacía a menudo, y tenía tanto trabajo en la consulta que se sentía un poco culpable, pero Thelma era una buena amiga. Era una de las pocas psiquiatras en las que Maxine confiaba lo suficiente como para dejarle a sus pacientes.

Tal como habían quedado, Maxine le traspasó sus pacientes el primero de agosto, y todos se fueron a Southampton formando una caravana de coches: el de Maxine, el de Charles y Zellie, que conducía un coche familiar alquilado. Los niños iban con la niñera, porque el coche de Maxine estaba hasta los topes de cosas para la boda. Charles iba solo en un BMW impecable. No lo dijo, pero Maxine sabía que no quería que los niños subieran en él. Ellos estaban encantados de ir con Zellie, porque el único lugar donde Jimmy dormía y dejaba de llorar era en el coche. Era un alivio. En más de una ocasión, cuando el bebé aullaba a pleno pulmón en el piso, Maxine había aconsejado a Zellie que sacara el coche y lo llevara a dar vueltas a la manzana. Lo había hecho varias veces y funcionaba. Maxine solo lamentaba que no pudiera hacerlo toda la noche. Era un pequeñajo encantador y con una cara adorable, pero resultaba difícil crear un vínculo con él porque lloraba demasiado; sin embargo, en la última semana había empezado a mejorar. Había esperanza. Con un poco de suerte, habría acabado cuando Charles se mudara después de la luna de miel. Hasta entonces no tenía intención de trasladar sus cosas.

Charles dejó su equipaje en la habitación de Maxine en cuanto llegaron a la casa de Southampton. Ella le cedió un armario y llenó el suyo con las cosas que había traído de la ciudad. Escondió cuidadosamente el traje de boda en un armario de una de las habitaciones de invitados, junto con el vestido lavanda claro de Daphne, que todavía no se había probado. De momento seguía negándose y afirmaba que no asistiría a la boda y se quedaría en su cuarto. Charles le caía mejor después del crucero, pero no tanto como para aceptar que se casaran. Seguía diciéndole a su madre que cometía un error y que era demasiado aburrido y estirado.

– No es aburrido, Daffy -intentaba convencerla Maxine con calma-. Es responsable y de fiar.

– No lo es -insistía su hija-. Es aburrido y lo sabes.

Pero Maxine nunca se aburría con él. Siempre se interesaba por su trabajo y hablaban mucho de medicina. Ella y Thelma nunca hablaban de estos temas. Pero era con lo que disfrutaban más ella y Charles.

Durante la primera semana, Maxine tuvo mil detalles de los que ocuparse, aparte de las reuniones con el restaurador y la persona encargada de organizar la boda. Hablaba con el florista casi cada día. Pondrían flores blancas por todas partes, y setos y árboles recortados salpicados de orquídeas. Sería sencillo, elegante y relativamente formal. Exactamente lo que Maxine quería. A Charles no le interesaban los detalles de la boda, así que confiaba en ella.

De noche, ella y Charles salían a cenar o llevaban a los niños al cine. De día, los chicos iban con sus amigos a la playa. Todo iba de maravilla hasta que Blake llegó durante la segunda semana que pasaban allí. Charles se convirtió en un bloque de hielo en cuanto le vio.

Blake fue a la casa a verlos y Maxine le presentó a Charles. Nunca le había visto tan tieso y tan antipático. Se crispaba cada vez que Blake hablaba, aunque este se lo tomara con calma y fuera tan cautivador como siempre. Blake le invitó a jugar al tenis en el club, pero Charles declinó gélidamente la invitación, con gran disgusto de Maxine. Blake siguió hablando con él con la misma jovialidad y no se mostró ofendido en ningún momento. Charles no soportaba estar cerca de él y aquella noche se peleó con Maxine sin ningún motivo. Blake había alquilado una casa cerca de allí, para una semana; estaba cerca de la playa y tenía piscina, lo cual le pareció indignante a Charles. Se sentía invadido y así se lo dijo a Maxine.

– No sé por qué te enfadas tanto -comentó Maxine-. Ha sido muy amable contigo.

Creía que Charles estaba siendo irracional. Al fin y al cabo él era el ganador; él era el novio.

– Te comportas como si siguieras casada con él -se quejó Charles.

– No es verdad. -Se quedó estupefacta-. ¡Qué tontería!

– Te colgaste de su cuello y le abrazaste. Y él no te quita las manos de encima.

Charles estaba furioso y ella también. Sus acusaciones no eran justas. Ella y Blake eran cariñosos, pero no había nada más entre ellos, y no lo había desde hacía años.

– ¿Cómo te atreves a decir algo así? -Estaba fuera de sí-. Me trata como a una hermana. Y se ha esforzado mucho por hablar contigo, cuando tú apenas le dirigías la palabra. Nos regala la fiesta, así que al menos podrías ser educado y hacer un esfuerzo. Y te recuerdo que acabamos de pasar dos semanas en su barco.

– ¡No fue idea mía! -gritó Charles-. Me obligaste. Y ya sabes lo que pienso de la fiesta. Tampoco la quería.

– Lo pasaste de maravilla en el barco -le recordó Maxine.

– Es verdad -concedió él-, pero ¿no se te ha ocurrido pensar que no es agradable hacer el amor con tu prometida en la cama en la que dormía con su marido? Tu vida es demasiado caótica para mí, Maxine.

– Por el amor de Dios, no seas tan estirado. Solo es una cama. No duerme en ella con nosotros.

– ¡Para el caso es lo mismo! -soltó Charles y salió de la habitación hecho una furia.

Aquella noche hizo las maletas y se fue a Vermont. Dijo que volvería a tiempo para la boda. Era un comienzo magnífico. Estuvo dos días sin contestar al móvil, lo que hirió los sentimientos de Maxine. Cuando por fin hablaron, no se disculpó por su abrupta escapada. Su tono era cortante y frío. A Maxine no le habían gustado sus acusaciones y a Charles no le gustaba tener cerca a Blake, entrando y saliendo constantemente de la casa. Charles dijo que Blake se comportaba como si fuera suya. Esto también indignó a Maxine y le dijo que no era cierto.

– ¿Dónde está el novio? -preguntó Blake, cuando pasó por la casa al día siguiente.

– Se ha marchado a Vermont -respondió ella apretando los dientes.

– Ay, ay, ay. ¿Huelo a nervios prenupciales? -bromeó.

Maxine gimió.

– No, lo que hueles es que estoy cabreada porque se comporta como un imbécil.

Con Blake no disimulaba nunca. Podía ser sincera con él, aunque tuviera que poner buena cara delante de los niños. Cuando les había dicho que Charles necesitaba tranquilidad y paz antes de la boda, Daphne puso los ojos en blanco. Estaba encantada de que se hubiera ido.

– ¿Por qué estás tan cabreada, Max? Parece un buen hombre.

– No sé por qué lo dices. Ayer apenas te dirigió la palabra. Me pareció grosero y se lo dije. Lo menos que podía hacer era hablar contigo. Y te contestó de mala manera cuando lo invitaste a jugar al tenis.

– Seguramente se siente incómodo al tener a tu ex marido dando vueltas por aquí. No todo el mundo es tan liberal como nosotros -dijo riendo-, o está tan chalado.

– Es lo que dice él. -Sonrió a Blake-. Cree que estamos locos. Y el bebé de Zellie lo saca de quicio.

Quería añadir «y nuestros hijos», pero se contuvo. No quería que Blake se preocupara por esto. Todavía estaba convencida de que Charles y los niños acabarían llevándose bien, incluso que se apreciarían.

– Debo reconocer que el bebé de Zellie es muy gritón. -Le sonrió-. ¿Crees que algún día encontrará el botón del volumen de ese crío? Su madre debió de excederse tomando drogas.

– No quiero que digas eso. El crío está mejorando, pero lleva tiempo.

– En eso no culpo a Charles -dijo Blake sinceramente-. ¿Qué me dices de ti? ¿Tú tienes dudas?

Le tomaba el pelo y ella le dio un empujón, como si fueran dos niños.

– ¡Cállate! Estoy cabreada. No tengo dudas.

– ¡Deberías! -gritó Daphne al pasar.

– ¡Tú no te metas! -gritó Maxine-. Mocosa insolente. ¿Les has contado tus planes para el orfanato? -preguntó a Blake.

– Pensaba hacerlo esta noche. Espero que se emocionen y no se pongan nerviosos. Últimamente parecen tener opiniones propias. Jack me ha dicho que mis pantalones son demasiado cortos, mis cabellos demasiado largos y que no estoy en forma. A lo mejor tiene razón, pero duele oírlo.

Sonreía. Sam le echó un vistazo de arriba abajo.

– Yo te veo bien, papá -dijo con entusiasmo.

– Gracias, Sam.

Blake lo abrazó y Sam sonrió encantado.

– ¿Quieres venir a comer pizza con nosotros esta noche? -preguntó Maxine.

– Claro. Con mucho gusto.

Maxine no tenía nada más que hacer. Le gustaba que la gente entrara y saliera de la casa de Southampton y también que Blake pasara por allí. Era una lástima que Charles no pudiera relajarse un poco y disfrutar. Pero al marcharse ya había dicho que había demasiada confusión para su gusto. Lo llamaba un circo de tres pistas, y no lo decía como un cumplido. A veces, como ahora, Maxine tenía ganas de estrangularlo; sin embargo, estaban a punto de casarse. La emoción y los preparativos de la boda estaban sacando lo peor de ellos. Maxine no tenía tanta paciencia como de costumbre, y creía que Charles se había comportado mal, huyendo a Vermont en un arrebato ante la llegada de Blake. Al fin y al cabo, él no había hecho nada para provocarlo. Para Maxine era obvio que Charles tenía complejo de inferioridad con él. Esperaba que lo superara pronto.

Blake fue a recogerlos para salir a cenar y, tal como había dicho, les contó los planes para el orfanato de Marruecos mientras comían. Se quedaron un momento asombrados, pero enseguida se dieron cuenta de que era algo maravilloso. Todos le dijeron que estaban encantados. Maxine se alegró de que los niños supieran apreciar lo que hacía su padre.

– ¿Podremos ir a verlo, papá? -preguntó Sam con interés.

– Por supuesto. Un día iremos todos juntos a Marruecos. La obra no está terminada, pero cuando lo esté os llevaré a los tres conmigo.

Creía que los niños debían verlo. Estaba muy alejado de su mundo seguro y feliz, y opinaba que sería beneficioso para ellos.

Blake les dijo lo maravillosa que había estado su madre durante su estancia en Marruecos y lo mucho que lo había ayudado. Les explicó lo que habían hecho y lo que habían visto, y los niños escucharon con interés. De repente, sin más, Daphne le preguntó qué había sido de Arabella.

– La despedí -dijo él simplemente.

No necesitaban saber más.

– ¿Así, sin más? -preguntó Jack.

Blake asintió y chasqueó los dedos.

– Así, sin más. Le dije: «¡Vete, bruja!», y se fue. Fue como hacer magia. Desapareció.

Lo dijo en tono misterioso y todos rieron, incluido Blake. Maxine vio que estaba mejor; se había recuperado rápidamente. Como siempre. Sus sentimientos hacia las mujeres nunca eran demasiado profundos, aunque Maxine era consciente de que Arabella había sido más importante que las otras. Pero habían tenido un mal final, teniendo en cuenta la escena que le había descrito. Sabía que no se lo contaría a los niños, y ella tampoco lo haría. Le parecía bien la manera como lo había enfocado.

– Me alegro -dijo Daphne con convicción.

– Me lo imagino -dijo su padre-. Te portaste como un monstruo con ella en Aspen.

– No es verdad -se defendió Daphne acaloradamente.

– Sí es verdad -dijeron Sam, Jack y Blake al unísono.

Todos rieron, incluida Daphne.

– Quizá sí, pero no me caía bien.

– No sé por qué -comentó Blake-. Ella era simpática contigo.

– Era una simpatía falsa. Como cuando Charles es simpático con nosotros. No es sincero.

Maxine la miró, estupefacta.

– ¿Cómo puedes decir algo así, Daffy? Charles no es falso, es reservado -protestó.

– Es falso. Nos detesta. Solo quiere estar contigo.

– Bueno, es normal -intervino Blake-. Está enamorado de tu madre. Es comprensible que no le apetezca estar siempre con niños.

– No quiere estar nunca con nosotros -dijo Daphne con aire triste-. Se nota.

Maxine no pudo evitar pensar en los comentarios elogiosos de Charles sobre los internados. Era asombroso el instinto que tenían los niños.

– Arabella tampoco nos quería cerca. No sé por qué nos os casáis otra vez tú y mamá. Sois mejores que cualquiera de las personas con las que salís. Vuestras parejas siempre son horribles.

– Gracias, Daphne -respondió Blake por ambos, con una sonrisa-. Personalmente, salgo con gente muy simpática.

– No es verdad. Son guapas y tontas -afirmó Daphne, y todos rieron-. Y mamá sale con hombres aburridos, estirados y tensos.

– Es para contrarrestarme -declaró Blake alegremente-. Cree que no soy lo bastante maduro, así que sale con hombres muy serios que no tienen nada que ver conmigo. ¿Verdad que sí, Max? -Ella parecía avergonzada y no hizo ningún comentario-. Además, a vuestra madre y a mí nos gusta esta situación tal como está. Ahora somos buenos amigos. No nos peleamos. Podemos reunimos todos para cenar. Yo tengo a mis rubias y ella a sus hombres serios. ¿Qué más podríamos querer?

– Que volvierais a casaros -insistió Daphne.

– Eso no pasará -dijo su madre con calma-. La semana que viene me caso con Charles.

– Y yo organizo la fiesta previa al enlace -añadió Blake para cambiar de tema. La conversación se estaba poniendo tensa, aunque Maxine sabía que era normal que los hijos quisieran ver juntos a sus padres. Que se casara con otro ponía fin a sus esperanzas para siempre-. La fiesta será muy divertida -siguió Blake, para tapar el silencio incómodo y la reacción de Maxine-. Tengo una sorpresa preparada para esa noche.

– ¿Vas a salir desnudo de un pastel? -preguntó Sam con cara de felicidad.

Todos se animaron inmediatamente y se rieron, lo que distendió el ambiente.

– ¡A Charles le encantaría! -exclamó Maxine, riendo con ganas.

– No es mala idea. No se me había ocurrido -dijo Blake con una sonrisa.

Después propuso que fueran a su casa alquilada y se bañaran en la piscina. A todos les pareció una buena idea. Cogieron los bañadores en casa de Maxine y fueron a bañarse. Disfrutaron mucho, y los niños decidieron pasar la noche con él. Blake también invitó a Maxine a quedarse.

– Me gustaría -dijo Maxine sinceramente-, pero si Charles se enterara, me mataría. Más vale que vuelva a casa.

Dejó a los niños con Blake y se fue. Había sido una velada fantástica, y la noticia del orfanato había puesto a todos de buen humor. Maxine estaba deseando conocer a los niños y evaluar los efectos del trauma que habían sufrido.

Blake fue continuamente de su casa a la de Maxine el resto de la semana. Y Maxine se dio cuenta de que todo era más fácil sin Charles. Apenas la llamó durante la semana que estuvo en Vermont, y ella tampoco lo hizo. Decidió que sería mejor dejar que se calmara. Ya aparecería un día u otro. Faltaban pocos días para la boda.

Charles regresó el día de la fiesta. Entró como si fuese a por pan a la tienda. Besó a Maxine, se dirigió al dormitorio y dejó sus cosas. Cuando vio a Blake en casa por la tarde, se comportó civilizadamente, para gran sorpresa y alivio de Maxine. Charles estaba mucho más relajado que antes de marcharse. Como dijo Daphne a su padre al oído, parecía como si Charles se hubiera deshecho de la escoba que se había tragado. Blake la miró sorprendido y le pidió que no le dijera eso a su madre. Blake rió para sus adentros y regresó al club para revisar los detalles de la fiesta de la noche. Lo que había dicho Daphne era cierto. Charles estaba mucho más simpático. Blake quería que Maxine fuera feliz con él. Le deseaba lo mejor.

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