Capítulo 12

A la mañana siguiente, Maxine y Charles se abrigaron bien y fueron a pasear por la nieve. Él le preparó el desayuno: panqueques con jarabe de arce de Vermont, con tiras crujientes de beicon. Maxine le miró con ternura y él la besó por encima de la mesa. Era lo que Charles soñaba desde que se conocieron. En la vida de Maxine era difícil incluir momentos como ese. Sus hijos ya la habían llamado dos veces antes de desayunar. Daphne había declarado la guerra abiertamente al nuevo amor de su padre. Charles escuchó la conversación telefónica con el ceño fruncido. Maxine se quedó de piedra con lo que Charles le dijo al colgar.

– Sé que te parecerá una locura, Maxine, pero ¿no son demasiado mayores para vivir en casa?

– ¿Estás pensando que deberían alistarse en los marines o presentar una solicitud para la universidad? Caramba, Jack y Daphne solo tienen doce y trece años.

– A su edad yo estaba en un internado. Fue la mejor experiencia de mi vida. Me encantaba y me preparó para el futuro.

Solo de oírlo, Maxine se quedó horrorizada.

– Jamás -dijo con firmeza-. Jamás les haría algo así a mis hijos. Prácticamente, ya han perdido a Blake. Yo no los abandonaré también. ¿Para qué? ¿Para tener más vida social?

¿A quién le importa? Es en estos años cuando los hijos necesitan más a sus padres, deben aprender sus valores, bombardearlos con sus problemas y aprender cómo afrontar cuestiones como el sexo y las drogas. No quiero que un profesor de internado enseñe estas cosas a mis hijos. Quiero que las aprendan de mí. -Estaba estupefacta.

– Pero ¿y tú qué? ¿Estás dispuesta a aparcar tu vida hasta que vayan a la universidad? Esto es lo que sucederá si los tienes siempre cerca.

– Es a lo que me comprometí cuando los tuve -dijo ella suavemente-. Para eso están los padres. Veo cada día en mi consulta la consecuencia de que los padres no estén suficientemente atentos a sus hijos. Incluso cuando lo están, las cosas pueden torcerse. Si te rindes y los metes en un internado a esta edad, estás jugando con fuego.

– Yo salí bien -dijo él a la defensiva.

– Sí, pero decidiste no tener hijos -dijo ella sin tapujos-. Esto también indica algo. Quizá sí echabas algo de menos en tu infancia. Fíjate en los ingleses, ellos mandan a sus hijos a un internado a los seis o a los ocho años, y muchos de ellos se echan a perder por esto; al menos, así lo reconocen cuando son mayores. A esta edad no puedes alejar a un niño de sus padres y esperar que no haya consecuencias. Más adelante, esas personas tienen problemas de apego. Tampoco me fiaría de dejar a unos adolescentes solos en una escuela. Quiero estar cerca para ver qué hacen, y que compartan mis valores.

– A mí me parece un sacrificio enorme -dijo Charles severamente.

– No lo es -contestó Maxine, preguntándose si lo conocía realmente.

Sin duda a Charles le faltaba algo cuando se trataba de niños, y era una pena, en opinión de Maxine. Tal vez era esa pieza la que hacía que ahora ella dudara de él. Quería amarlo, pero necesitaba saber que él también podía querer a sus hijos, y sin duda no presionarla para que los mandara a un internado. Solo de pensarlo, se estremeció. El se dio cuenta y recogió velas. No quería que se enfadara, por mucho que le pareciera una idea interesante y deseara que ella la aceptara. Pero no lo haría; había quedado claro.

Aquella tarde fueron a esquiar a Sugarbush, y deslizarse por las pistas con él fue fácil y divertido. Maxine nunca había esquiado tan bien como Blake, pero era buena; además ella y Charles tenían el mismo nivel así que coincidían en las mismas pistas. Después ambos se quedaron relajados y felices, y ella olvidó la pequeña discusión de la mañana por el internado. Tenía derecho a defender sus puntos de vista, siempre que no pretendiera imponerlos. Aquella noche, Maxine no supo nada de sus hijos y Charles se sintió aliviado. Era agradable estar con ella sin que los interrumpieran. La llevó a cenar fuera y, cuando volvieron, hicieron el amor frente al fuego. Maxine estaba atónita por lo cómoda y tranquila que se encontraba con él. Era como si hubieran dormido juntos toda la vida, acurrucados en la cama. Fuera nevaba y Maxine se sentía como si el tiempo se hubiera detenido y estuvieran solos en un mundo mágico.


En casa de Blake, en Aspen, el ambiente era menos pacífico que en Vermont. El estéreo estaba a todo volumen, Jack y Sam jugaban con la Nintendo, las visitas de amigos se sucedían y Daphne estaba decidida a amargarle la vida a Arabella. Hacía comentarios groseros y secos, y observaciones malintencionadas sobre la ropa de Arabella. Cada vez que cocinaba ella, Daphne se negaba a comer. Le preguntó si se había sometido a la prueba del sida antes de hacerse los tatuajes. Arabella no tenía ni idea de cómo tratarla, pero le dijo a Blake que resistiría. El insistió en que eran buenos chicos.

Quería que los niños estuvieran contentos. Pero Daphne hacía todo lo posible para que nadie lo estuviera, e intentaba poner a los chicos contra Arabella, aunque por el momento no había funcionado. Les parecía simpática, aunque les diera un poco de grima su pelo y sus tatuajes.

Jack prácticamente no hacía caso a Arabella, y Sam era educado con ella. Le preguntó por el bindi, y su padre le contó que Arabella lo llevaba desde que había vivido en la India; luego añadió que le parecía muy bonito. Sam le dio la razón en esto. Daphne se encogió de hombros y le dijo a Arabella que habían visto entrar y salir tantas mujeres en la vida de su padre que ya no se tomaban la molestia de conocerlas. Le aseguró que su padre la dejaría al cabo de pocas semanas. Fue el único comentario que realmente crispó a Arabella. Blake la encontró en el cuarto de baño llorando.

– Cariño… cielo… Bella… ¿qué te pasa? -Lloraba como si se le hubiera roto el corazón, y si algo no podía soportar Blake era ver llorar a una mujer, y menos si era la que amaba-. ¿Qué ha pasado?

Arabella quería decirle que la culpable era la bruja de su hija, pero se dominó, por amor a él. Estaba sinceramente enamorada, y él también de ella.

Por fin Arabella repitió el comentario de Daphne que la había hecho llorar.

– Me he asustado y, de repente, he pensado que me dejarías en cuanto volviéramos a Londres.

Miró a Blake con sus ojos enormes y se echó a llorar otra vez mientras él la rodeaba con sus brazos.

– Nadie va a dejar a nadie -la tranquilizó Blake-. Estoy loco por ti. No me iré a ninguna parte y, si puedo evitarlo, tú tampoco. En mucho tiempo. No me gusta reconocerlo, pero mi hija está celosa de ti.

Más tarde habló de ello con Daphne y le preguntó por qué se portaba tan mal con Arabella. No era justo y nunca se lo había hecho a ninguna de sus novias anteriores.

– ¿Qué sucede, Daff? He tenido muchas mujeres y, seamos sinceros, algunas eran bastante tontas.

Daphne se echó a reír ante tanta sinceridad. Algunas eran realmente cortas, hermosas pero tontas, y Daphne nunca les había hecho la vida imposible. Ni siquiera se había burlado de ellas.

– Arabella es diferente -dijo Daphne, de mala gana.

– Sí, es más lista y más simpática que cualquiera de las otras, y tiene una edad más cercana a la mía. ¿Cuál es el problema?

Estaba enfadado con ella y se notaba. Le estaba amargando la vida a Arabella sin ningún motivo.

– Precisamente por eso, papá -contestó Daphne-. Es mejor que cualquiera de las otras… por eso la odio…

– Explícamelo. -Blake no entendía absolutamente nada.

Daphne habló en voz baja; de repente, parecía una niña otra vez.

– Me da miedo que no desaparezca.

– ¿Por qué? ¿Qué más te da, si no es mala contigo?

– ¿Y si te casas con ella?

Daphne parecía ponerse enferma solo de pensarlo. Su padre se quedó atónito.

– ¿Casarme con ella? ¿Para qué iba a casarme con ella?

– No lo sé. Es lo que hace la gente.

– Yo no. Ya lo he hecho. Estuve casado con tu madre. Tengo tres hijos maravillosos. No necesito volver a casarme. Arabella y yo solo lo estamos pasando bien. Nada más. No te lo tomes tan en serio… Nosotros no lo hacemos, así que no lo llagas tú tampoco.

– Dice que te quiere, papá. -Daphne lo miraba con sus grandes ojos-. Y te he oído decirle que también la querías. Las personas que se quieren se casan, y yo no deseo que te cases con nadie que no sea mamá.

– Te aseguro que eso no va a pasar -afirmó él, convencido-. Tu madre y yo no queremos estar casados, pero nos apreciamos de todos modos. Y hay suficiente sitio para una mujer en mi vida, con la que no pretendo casarme, y para todos vosotros. No debes preocuparte por eso. Tienes mi palabra, Daff. No volverás a verme casado. Con nadie. ¿Estás mejor?

– Sí. Un poco. -No estaba muy segura-. ¿Y si cambias de opinión?

Tenía que reconocer que Arabella era muy guapa, lista y divertida. En muchos sentidos, parecía perfecta para él y eso era lo que aterrorizaba a Daphne.

– Si cambio de opinión, hablaré contigo primero. Te doy permiso para hacer lo que te parezca oportuno, y para convencerme de lo contrario. ¿Trato hecho? Pero ahora no debes ser mala con Arabella. No es justo. Es nuestra invitada y lo está pasando realmente mal.

– Lo sé -dijo Daphne con una sonrisa victoriosa.

No se había esforzado tanto porque sí.

– Entonces ya está bien. Puedes ser amable con ella. Es una buena chica. Y tú también.

– ¿Tengo que hacerlo, papá?

– Sí, tienes que hacerlo -dijo él con firmeza.

Se estaba temiendo que a partir de ahora Daphne hiciera lo mismo con todas sus mujeres. También había hecho algunos comentarios mezquinos sobre Charles. Parecía que quisiera que sus padres permanecieran solos, y eso no era muy realista. Blake estaba contento de que por fin Maxine hubiera conocido a un hombre. Merecía un poco de consuelo y compañía en la vida. No se lo echaba en cara. Pero, evidentemente, Daphne lo hacía, y estaba dispuesta a poner todas las trabas posibles. No le gustaba que su hija se comportara de ese modo. Se había convertido en una bruja de la noche a la mañana, y empezaba a preguntarse si Maxine tendría razón cuando lo atribuía a su edad. No le apetecía nada la perspectiva de tener que soportar esa conducta cada vez que la llevara de vacaciones. El siempre invitaba a una mujer y no se le pasaba por la cabeza que no pudiera hacerlo.

– Quiero que a partir de ahora hagas un esfuerzo con ella. Por mí -la conminó.

Daphne aceptó sin mucho entusiasmo.

Los resultados de esta conversación no fueron evidentes la primera noche, pero dos días después, la situación había mejorado ligeramente. Daphne respondía cuando Arabella le dirigía la palabra, y dejó de hacer comentarios maliciosos sobre su pelo y sus tatuajes. Algo era algo. Arabella hacía días que no lloraba por culpa de Daphne. El viaje había acabado por ser angustioso para él. Antes, unas vacaciones con sus hijos nunca lo habían sido, y empezó a lamentar haber llevado a Arabella, más por ella que por sus hijos.

Una tarde que estaba esquiando tranquilamente con Arabella tuvo que reconocer que era agradable estar sin los niños un rato. Se pararon varias veces, para recuperar el aliento en las pistas más difíciles, y él aprovechó para besarla. Aquella tarde volvieron a la casa para hacer el amor. Arabella le confesó que se moría de ganas de regresar a Londres, aunque se alegrara de haber conocido a sus hijos. Pero se le estaba haciendo largo y tenía la sensación de que Blake estaba organizando cosas para ellos constantemente. También era evidente que ella y Daphne nunca se harían amigas. Lo máximo que podía esperar era una tregua precaria, que era lo que tenían por ahora. Aunque la mejora en el comportamiento de Daphne era enorme en comparación con los primeros días, Blake no envidiaba a su ex mujer si aquello era lo que tenía que soportar cada vez que se presentaba su novio. No entendía cómo ese hombre podía aguantarlo. Sospechaba que Arabella no habría resistido mucho tiempo, si Daphne no hubiera rectificado.

Por primera vez, fue un alivio devolver sus hijos a Maxine en Nueva York. Ella acababa de llegar de Vermont cuando Blake se los dejó en el piso. Arabella le esperaba en el ático, y por la noche se marchaban a Londres.

Con un grito de alegría, Sam echó los brazos al cuello de su madre en cuanto la vio y casi la tiró al suelo. Jack y Daphne también parecían contentos de estar en casa.

– ¿Cómo ha ido? -preguntó Maxine a Blake, en un tono muy relajado.

Veía en sus ojos que había sido cualquier cosa menos perfecto, y que esperaba a que Daphne saliera de la habitación para contestar.

– No tan bien como siempre, la verdad -confesó con una sonrisa triste-. Vigila a Daff, Max, o te quedarás para vestir santos.

Maxine rió divertida. Era la menor de sus preocupaciones; lo había pasado de maravilla con Charles en Vermont. Había vuelto relajada y feliz, y se sentía más cerca de él de lo que se había sentido de nadie en años. En muchos aspectos se parecían; ambos eran médicos meticulosos, pulcros y organizados. Sin nadie más alrededor, era perfecto. El problema sería ver cómo evolucionaba la situación ahora que estaban todos en casa otra vez.

– ¿Ha aflojado un poco? -preguntó Maxine, refiriéndose a su hija.

Blake negó con la cabeza.

– La verdad es que no. Dejó de hacer los comentarios mezquinos que hacía al principio, pero se las arreglaba para amargarle la vida a Arabella de formas más sutiles. No entiendo cómo se ha quedado, la pobre.

– Imagino que no tiene hijos. Eso siempre ayuda -dijo Maxine, meneando la cabeza.

– Probablemente se hará una ligadura de trompas después de esto. No me extrañaría. Y me parecería estupendo -dijo con una risotada.

Maxine gruñó, comprensiva.

– Pobrecilla… No sé qué vamos a hacer. En las niñas de trece años es muy habitual este tipo de comportamiento. Y la cosa va a empeorar.

– Llámame cuando acabe la universidad -bromeó Blake, preparándose para marcharse.

Pasó por todas las habitaciones para besar a los niños y despedirse de ellos, y después se quedó un minuto en la puerta con Maxine.

– Cuídate, Max. Espero que ese tipo sea bueno para ti. Si no lo es, dile que tendrá que vérselas conmigo.

– Dile lo mismo a Arabella -dijo Maxine. Le abrazó, lamentando que Daphne le hubiera estropeado las vacaciones-. ¿Adónde vas ahora?

– A Londres durante algunas semanas, y luego a Marrakech. Quiero ponerme a trabajar en la casa. Bueno, no es una casa, es más bien un palacio. Tienes que ir a verlo algún día.

Maxine no tenía ni idea de cuándo podría ser.

– A finales de enero probablemente estaré en Saint-Barthélemy. Saldré a navegar un poco con el barco.

Maxine conocía la canción. Probablemente, los niños no le verían durante mucho tiempo. Estaban acostumbrados, pero a ella la entristecía un poco. Necesitaban estar con Blake más a menudo.

– Ya te llamaré.

A veces la llamaba y a veces no, pero normalmente ella sabía dónde encontrarle si lo necesitaba.

– Cuídate mucho -dijo, abrazándole en el ascensor.

– Tú también -respondió él, abrazándola con fuerza antes de marcharse.

Maxine siempre tenía una sensación extraña cuando se despedía de él. Le hacía pensar cómo habría sido la vida si hubieran seguido casados. El habría estado ausente constantemente, tal como hacía ahora. Para ella, no era suficiente tener un marido solo sobre el papel. Lo que necesitaba era lo que por fin había encontrado: un hombre como Charles, que estaría a su lado. Era la personificación de la responsabilidad.

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