Capítulo 14

La mujer moderna actual debería procurar adquirir cierto nivel de experiencia sexual. La mujer versada en las delicias de la alcoba puede confiar en que su amante no perderá interés en ella y buscará así compañía en otra parte.


Guía femenina para la consecución

de la felicidad personal y la satisfacción íntima

CHARLES BRIGHTMORE


Andrew se quedó totalmente inmóvil, dejando que su mente y su cuerpo asimilaran del todo el asombroso impacto que las palabras y actos de Catherine le habían producido. Catherine de pie ante él con los ojos brillantes de deseo, las manos posadas sobre su pecho y su lujurioso cuerpo pegado al suyo. El nebuloso timbre de su voz al susurrar aquella sentencia con la que a punto había estado de detenerle el corazón. «Quiero que me haga el amor.»

Y es que, a pesar de las innumerables veces que había fantaseado con oírla pronunciar esas palabras, nada le había preparado para la realidad. El corazón le latía con tanta fuerza contra las costillas que no le habría sorprendido si ella hubiera dicho: «¿Qué demonios es ese fragor de tambores?».

Aun así, bajo las capas de alegría, deseo y necesidad, parpadeaba una única y diminuta vela de descontento. Sí, Andrew deseaba desesperadamente hacer el amor con Catherine, pero quería mucho más que eso. Dada la manifiesta aversión de ella hacia el matrimonio y su fe en los preceptos expresados en la Guía femenina, uno de los cuales animaba a «las mujeres de cierta edad» a no mantenerse célibes, estaba claro que ella sólo deseaba una aventura. Si él la rechazaba, ¿recurriría ella a otro? Imaginarla pidiendo a otro hombre que le hiciera el amor hizo que se le tensara la mandíbula.

Y no es que tuviera la menor intención de rechazarla.

Catherine se movió contra él y el cuerpo de Andrew se tensó por entero. Sí, quería mucho más de ella, pero por el momento eso sería suficiente.

La incertidumbre asomó a los ojos de Catherine y Andrew fue consciente de que había guardado silencio durante demasiado tiempo y de que ella creía que su silencio apuntaba a un rechazo. Las palabras y las emociones que había reprimido durante lo que se le antojaba una eternidad se inflamaron de pronto, atragantándolo y haciéndole imposible hablar. Aunque eso apenas importaba, pues era incapaz de pronunciar una frase coherente. Sólo una palabra reverberaba en su cabeza, un mantra de lo único que deseaba, de lo único que había deseado desde el momento en que había puesto sus ojos en ella. «Catherine. Catherine. Catherine.»

Ella leyó claramente el infierno de deseo que él sabía que ardía en sus ojos porque la incertidumbre se desvaneció de la mirada de Catherine y sus labios se despegaron. Pasándole un brazo por la cintura, Andrew la atrajo hacia él mientras le acariciaba la espalda con la otra mano hasta que sus dedos alcanzaron su suave y recogida melena. Bajó la cabeza al tiempo que ella se ponía de puntillas.

En cuanto los labios de ambos se encontraron, Andrew se perdió. En el dulce y seductor sabor de ella. En la increíble sensación del cuerpo de ella pegado al suyo. En su delicado aroma a flores. En la deliciosa fricción de su lengua contra la de él. En el erótico sonido de su gemido de placer.

Las necesidades y deseos hasta entonces no respondidos, durante tanto tiempo insatisfechos, le azuzaron como afiladas espuelas. Separando las piernas, la atrajo aún más hacia él, pegándola contra la V que dibujaban sus muslos. Su erección tensó la tela de sus ceñidos pantalones y maldijo la barrera de ropa que les separaba. Otro suave gemido rugió en la garganta de Catherine, que se frotó contra él, deshaciéndose de una capa más de un control que desaparecería rápidamente.

Mientras sus labios y su lengua exploraban las aterciopeladas delicias de la boca de Catherine, posó una mano en su seno mientras deslizaba la otra por su espalda hasta abarcar con ella su redondeado trasero. Catherine jadeó y dejó caer atrás la cabeza, presentándole la delicada y vulnerable curva de su cuello, una delicadeza de la que él no dudó en disfrutar de forma instantánea.

Catherine se pegó más a él, deseosa por sentir su cuerpo duro y excitado. Cerró los ojos y se agarró a sus anchos hombros en un esfuerzo por no ceder a la tormenta de sensaciones que la golpeaban. Los labios y la lengua de Andrew trazaron un sendero de fuego por su cuello, avivando las llamas que ya la consumían. Una mano fuerte palpó su seno por encima de la tela del vestido, apretándole el pezón y lanzando calambres de afilado deseo hasta su entrepierna mientras que con la otra le masajeaba las nalgas con un movimiento lento e hipnótico que arrancó un prolongado y ardiente gemido de su garganta. Sintió inflamada, pesada y húmeda la femenina carne que abrigaban sus piernas, y una desesperación cada vez mayor la recorrió.

Andrew levantó la cabeza y un gemido de protesta vibró en la garganta de Catherine.

– Aquí no -susurró él con la respiración tan entrecortada como la de ella-. Así no.

El corazón de Catherine tropezó consigo mismo al ver la desnuda avidez en los ojos de él. Ante las oleadas de deseo que emanaban de aquel hombre. Andrew parecía querer devorarla y todo lo que en ella había de femenino se estremeció ante la idea.

– Mereces más que un simple revolcón contra un árbol, Catherine.

Que Dios la asistiera, pero un rápido revolcón contra un árbol -de hecho cualquier cosa con la que poder aliviar el dulce dolor que la aprisionaba- le sonaba a promesa celestial. Aunque él tenía razón. No era el lugar apropiado.

Cuando estaba a punto de tomarle de la mano y llevarle al belvedere fue él quien la cogió de la mano y la condujo en esa dirección.

– Ven -dijo con la voz convertida en un excitado rugido. Catherine echó a caminar a su lado mientras la excitación y la anticipación la recorrían por entero.

– ¿Adonde vamos?

– Al belvedere. Está más cerca que la casa. Y es más íntimo.

– ¿Cómo conoces el belvedere?

– Lo encontré mientras montaba a Afrodita.

Catherine se alegró de que la oscuridad ocultara la sonrisa de satisfacción que asomó a sus labios. No sólo terminarían en el belvedere, sino que él pensaría que terminar allí había sido fruto de su inteligente idea. ¿No se sentiría satisfecho al descubrir en cuanto llegaran que el belvedere no estaba totalmente vacío, sino que contenía las provisiones que ella había sacado a hurtadillas de la casa y que había dejado allí horas antes, esa misma tarde? Lo cierto era que habría deseado llevar aún más provisiones y convertir el espacio en un refugio acogedor, pero no quería arriesgarse a que alguien la descubriera saliendo de la casa cargada con algo más que con una simple cesta. Eso habría llevado a preguntas que no deseaba responder. Al fin y al cabo, no podía simplemente decir que estaba preparando el belvedere para una cita. Y, aunque el marco era claramente rústico, según la Guía femenina, contaba con todo lo necesario para una noche memorable: una confortable manta, una botella de vino, un trozo de queso, y… Andrew y ella.

Giraron una esquina en el sendero y el belvedere apareció a la vista. Arrellanado en un pequeño claro, la blanca estructura octogonal con su techo abovedado brillaba a la luz de la luna de modo que la vieja y desconchada pintura no se apreciaba desde la distancia. Catherine siempre había deseado restaurar el belvedere, pero nunca había encontrado el momento.

Los pasos de Andrew aminoraron el ritmo al acercarse a la estructura y Catherine dio gracias por las firmes persianas de madera que cubrían los altos ventanales del belvedere, pues les proporcionarían un íntimo refugio de intimidad.

Una nube oscureció la luna y Catherine bajó la mirada, concentrándola en sus pies para no tropezar con alguna rama o piedra. La mano de Andrew apretó la suya, una promesa silenciosa de que no la dejaría caer.

Cuando llegaron a la puerta, él hizo girar el pomo de bronce y empujó lentamente el pesado panel de roble hacia dentro.

– La puerta rechina espantosamente… -empezó ella, pero sus palabras se apagaron hasta fundirse en la nada misma. La puerta no rechinó en absoluto mientras se abría de par en par para revelar el interior del belvedere.

Catherine soltó un jadeo y, llevándose las manos al pecho, se quedó boquiabierta y absolutamente perpleja. El acogedor interior del belvedere estaba suavemente iluminado por la parpadeante luz de media docena de lámparas huracán colocadas en semicírculo alrededor del perímetro del suelo. Inspiró, percibiendo la delicada esencia a flores, y vio que una manta de pétalos de rosa cubría el suelo de madera, prestando belleza y fragancia a la pequeña habitación.

La manta de viaje que ella había sacado de la casa a hurtadillas estaba dispuesta en el centro de una sala que de otro modo habría estado completamente desnuda. Dos enormes almohadas, una marrón y la otra de color azul oscuro, estaban colocadas en un extremo de la manta. A un lado había una bandeja de plata, y sobre ella una botella de vino, dos copas, un cuenco con fresas y el pedazo de queso que ella había robado de la cocina.

Como presa de un trance, entró en la habitación y giró lentamente sobre sus talones. Un suave chasquido resonó a su espalda, en el que reconoció el sonido de la puerta al cerrarse. Luego oyó a Andrew acercarse tras ella. Unos brazos fuertes le rodearon la cintura desde atrás, pegando su cuerpo al suyo con suavidad. Ella posó sus manos sobre las de él e inspiró la seductora sensación de tenerlo pegado a ella, cautivada y conmovida por el romántico escondite que él había creado.

– ¿Cuándo has hecho esto? -preguntó en un susurro, temerosa de alzar demasiado la voz y romper así la magia del ambiente.

– Justo antes de la cena. -Los labios de Andrew le rozaron la sien al hablar mientras su cálido aliento le acariciaba la oreja, provocándole un delicioso hormigueo columna abajo-. Me quedé muy sorprendido, y encantado, cuando encontré la cesta con las cosas que obviamente tú habías dejado aquí. ¿Y tú? ¿Estás satisfecha?

Los ojos de Catherine se cerraron y soltó un prolongado y femenino suspiro. Luego se volvió, todavía entre sus brazos, y acunó las mejillas suavemente afeitadas de Andrew entre las palmas de las manos.

– Has dedicado mucho tiempo, esfuerzo y dinero para plantar mis flores favoritas y crear un lugar íntimo y romántico para los dos. Sí, Andrew. Estoy encantada. Y conmovida. Y halagada. Esta noche tenía la intención de ser yo quien te sedujera ti y, heme aquí, totalmente seducida.

– He empezado la noche esperando cortejarte y, heme aquí, totalmente seducido.

El calor la recorrió hasta los dedos de los pies.

– Encaramos la noche con objetivos distintos y henos aquí, con los mismos resultados. Aunque me pregunto cómo es posible algo así, pues todavía tengo que intentar seducirte.

Andrew volvió la cabeza y depositó un beso abrasador en la palma de su mano.

– Si eso es cierto, que Dios me ayude cuando hagas el menor esfuerzo por lograrlo. Pero no temas. Lo has conseguido plenamente sin el menor esfuerzo.

– ¿En serio? ¿Qué es lo que he hecho?

Dios era testigo de que si deseaba saberlo era para volver a hacerlo.

Con la mirada firmemente clavada en la de ella, Andrew la tomó de la mano, le dio otro beso en la palma y luego con la lengua le rozó la piel. Catherine contuvo el aliento y sus ojos se abrieron como platos.

– Eso -susurró Andrew-. La forma en que reaccionas cuando te toco. Tu forma de contener el aliento y el calor que parpadea en tus ojos. Muy seductor. Y esto… -La estrechó entre sus brazos, se inclinó hacia delante y le acarició el lóbulo de la oreja con la lengua. La recorrió un escalofrío-. Tu forma de temblar cuando algo te resulta placentero. Y esto… -Sus labios se deslizaron por su mandíbula antes de que su boca se posara en la de ella y le diera un suave beso burlón que la dejó con la cara levantada, pidiendo más-. La sensación de tu boca contra la mía. Tu forma de querer más, como yo.

Andrew levantó la mano y, muy despacio, fue quitándole las horquillas del cabello.

– La sensación de tener tu pelo entre mis dedos. -Catherine sintió deshacerse el moño que le recogía el cabello, que le cayó sobre la espalda y le cubrió los hombros. Tras coger un puñado de largos y sueltos rizos en la mano, Andrew hundió la cara en ellos-. El aroma a flores que desprenden tu pelo y tu piel. Ah, sí, y también está tu piel…

Le apartó los cabellos del hombro y deslizó lentamente las yemas de los dedos por el cuello de Catherine.

– La pálida perfección. La aterciopelada textura. La seductora fragancia… ese embriagador atisbo de esencia floral que me lleva a desear no alejarme a más de un centímetro de ti para no tomar una sola bocanada de aire que no contenga tu aroma. -Bajó la cabeza y rozó con su boca el sensible punto de encuentro entre su hombro y su cuello-. Seducción en estado puro.

Los dedos de Catherine se cerraron contra la chaqueta de él y un sordo rugido de placer tembló en su garganta.

– El sonido que sale de ti cuando estás excitada -dijo Andrew, cuyas palabras vibraron contra la piel de ella- es una de las cosas más seductoras que he oído en mi vida.

– ¿«Una de»? -preguntó Catherine con una voz desprovista de aliento que apenas reconoció-. ¿Qué es lo más seductor que has oído en tu vida?

Andrew levantó la cabeza y la miró directamente a los ojos.

– Tu voz. Pidiéndome que te haga el amor.

El calor colmó las mejillas de Catherine.

– Nunca antes había pronunciado esas palabras.

– Una entre tus innumerables formas de seducirme, Catherine. Ya sabes cuánto me gusta ser el primero.

– En ese caso será mejor que te prepares, porque tengo la sensación de que esta noche voy a experimentar muchas cosas por primera vez.

– También yo.

Los ojos de Catherine se dilataron ligeramente.

– ¿Te refieres a que nunca has…?

– No, no estoy diciendo que nunca he estado con una mujer, aunque hace… un tiempo. Pero nunca he estado con ninguna mujer a la que deseara tanto, ni con ninguna a la que deseara satisfacer de este modo. Ni tampoco con ninguna que me complaciera tanto.

Catherine tragó saliva, segura de que sus manos agarradas a los hombros de Andrew eran lo único que le impedían deslizarse al suelo y quedar hecha un tembloroso amasijo.

– Espero complacerte, Andrew. Lo deseo, aunque…

Él la hizo callar poniéndole los dedos en los labios.

– Lo harás, Catherine. No lo dudes ni por un segundo.

Su expresión dejaba bien claro que estaba convencido de ello, aunque de pronto la asaltó una chispa de inseguridad y de duda en sí misma y, antes de poder contenerse, dio voz a la dolorosa verdad.

– Me temo que no puedo evitarlo. Mi marido me encontraba… menos que atractiva. Nunca me tocó después del nacimiento de Spencer. A pesar de haber estado casada durante diez años y de haber tenido un hijo, me temo que soy lamentablemente inexperta. -Su mirada buscó los ojos de Andrew-. ¿Cómo puedes estar tan seguro de que te complaceré?

– Como te he dicho, hay cosas que simplemente sé, Catherine. Tú y yo vamos a hacer el amor maravillosamente juntos. En cuanto a tu inexperiencia… -Dio un paso atrás y abrió los brazos-. Practica todo lo que quieras. Estoy a tu disposición.

El corazón de Catherine le golpeó en el pecho al oír la invitación de voz ronca, tan preñada de posibilidades sexuales.

– No seas tímida -dijo Andrew con suavidad-. Ni vergonzosa. Estamos solos tú y yo, Catherine. La única persona que hay en esta habitación además de ti es un hombre que no desea nada más que complacer todos tus deseos y hacerte feliz. Dime cómo hacerlo. Dime lo que quieres.

A la mente de Catherine asomaron las palabras de la Guía femenina: «En caso de que la mujer moderna actual sea tan afortunada de ser blanco de la pregunta "¿Qué deseas", esperemos que responda sinceramente». Se humedeció los labios y a continuación dejó descender lentamente su mirada, para volver a subirla por su largo y musculoso cuerpo. Cuando los ojos de ambos volvieron a encontrarse, dijo simplemente la verdad.

– Haces que desee tantas cosas que no estoy segura de por dónde empezar.

– ¿Por qué no empiezas por quitarme la chaqueta?

Catherine le vio sacudirse la tela azul marino de los hombros y de pronto supo exactamente por dónde empezar. Dando un paso adelante, le cogió del puño.

– Quiero hacerlo.

Andrew se quedó inmóvil, observándola, y por primera vez en su vida, Catherine le quitó una prenda de ropa a un hombre. El simple hecho de deslizar despacio la tela por sus brazos la embriagó. Cuando terminó, se quedó con la prenda, que todavía conservaba el calor del cuerpo de Andrew, contra su pecho. Sus párpados se cerraron y agachó la cabeza para aspirar su olor.

– Hueles deliciosamente -murmuró con un suspiro-. A sándalo mezclado con algo más que no alcanzo a distinguir. Pero es un olor limpio y masculino que no he olido en nadie más.

Andrew se quedó totalmente inmóvil, hechizado por sus palabras y por la visión de Catherine acunando su chaqueta contra su cuerpo. Dios sabía que nunca había sido más sincero que cuando le había dicho que lo único que deseaba era complacerla, aunque no tenía la menor posibilidad de sobrevivir al resto de la noche si Catherine le derretía las rodillas simplemente sosteniendo entre las manos su condenada chaqueta.

La curiosa mirada de ella volvió a descender por su cuerpo y Andrew tuvo que cerrar las manos con fuerza para evitar tocarla.

– Te preocupa tu capacidad de complacerme -dijo él con voz tensa-, y sin embargo eres capaz de seducirme con una simple mirada.

La mirada de Catherine ascendió bruscamente al encuentro de la suya y Andrew leyó claramente el destello de seguridad que le iluminó los ojos. Tras colocar con sumo cuidado la chaqueta en el suelo junto a ella, Catherine acarició con las yemas de los dedos el relajado nudo de su corbata.

– Quiero desnudarte -susurró.

Andrew tragó saliva e intentó una pequeña sonrisa, pero no estuvo en absoluto seguro de haber logrado esbozarla.

– Soy todo tuyo.

Rindiéndose a la abrumadora necesidad de tocarla, le pasó la yema del dedo por la mejilla.

– No te preocupes. Yo te ayudaré.

Catherine se aplicó a deshacerle el nudo de la corbata y Andrew permaneció presa de una agonía de deseo, guerreando entre la necesidad de su cuerpo que le apremiaba a arrancarse la ropa mutuamente y hacerle el amor con furia y de inmediato y seguir observándola, sintiendo el asombroso milagro de ver cómo Catherine le quitaba la ropa. La radiante confianza y perplejidad que irradiaban sus ojos mientras terminaba de quitarle la corbata para luego desabrocharle despacio la camisa. Cuando llegó a su cintura, Andrew tiró de la camisa para liberarla del confinamiento de sus pantalones y luego contuvo el aliento.

Catherine separó poco a poco el lino y posó sus manos sobre su pecho. El calor clavó en él sus flechas y apenas pudo tomar aliento. Una expresión de júbilo absolutamente femenino se dibujó en los rasgos de Catherine, quien despacio fue deslizando sus manos hacia su cintura. Andrew deseaba tocarla, pero sus ojos se cerraron por voluntad propia y un gruñido de placer escapó de sus entrañas al tiempo que memorizaba la intensa sensación de sentir cómo ella le tocaba.

– ¿Te gusta? -susurró Catherine mientras las yemas de sus dedos le rozaban los pezones.

– Dios, sí.

Siguió deslizando las manos por el abdomen y Andrew sintió contraerse sus músculos.

– ¿También te gusta esto?

– Sí. -La palabra fue un tosco chirrido. Se obligó a abrir los ojos para mirarla al tiempo que las manos de Catherine se tornaban más atrevidas con cada caricia sobre su piel. Allí donde ella le tocaba, Andrew sentía como si le abrasara. El deseo rugía en su interior y su erección cabeceaba en el interior de sus ceñidos pantalones. Tras ascender de nuevo por su pecho con las manos, Catherine le quitó la camisa por los hombros y se la pasó luego por los brazos. Él liberó sus manos y dejó caer la prenda al suelo.

Catherine le pasó las manos por los hombros desnudos y por la espalda, y Andrew rechinó los dientes de placer.

– Eres muy fuerte -dijo ella, acariciándole el pecho con su cálido aliento.

Le recorrió un escalofrío. Se sentía cualquier cosa menos fuerte. Le temblaban las entrañas y sus rodillas habían… desaparecido.

Catherine le pasó entonces las manos alrededor de la cintura y dio un paso adelante para apoyar la cabeza en su pecho.

– Tu corazón late casi tan deprisa como el mío, Andrew.

Antes de que él pudiera responder, ella levantó la mirada hacia él con ojos solemnes.

– Quiero que me desnudes.

Puesto que él deseaba aquello más que volver a tomar aire, no lo dudó un segundo.

– Date la vuelta.

De pie tras ella, ahuecó los dedos entre los largos y lustrosos rizos castaños de Catherine, apartándole los mechones de cabello por encima del hombro para dejar a la vista su pálida nuca. Inclinándose hacia delante, pegó los labios en esa suave y fragante isla de piel que le había colmado miles de sueños e incontables momentos de vigilia. Un delicado estremecimiento recorrió a Catherine, que ladeó la cabeza, invitación a la que él ni siquiera intentó resistirse.

Tras rozar con un beso fugaz su dulce nuca, Andrew dio un paso atrás y se puso manos a la obra a fin de desabrocharle los botones de la espalda del vestido. A medida que cada pequeño botón de marfil quedaba liberado de su ojal, él se veía recompensado con un torturador atisbo de la fina camisa que asomaba debajo. Cuando por fin terminó, se movió hasta quedar frente a ella. El color había encendido las mejillas de Catherine y el deseo brillaba en sus dorados ojos marrones. Andrew alargó la mano y tiró lentamente de la prenda hasta pasársela por encima de los hombros. Se deslizó luego por sus brazos y sobre sus caderas para aterrizar con un suave shhhh a sus pies.

La ávida mirada de Andrew la recorrió por entero. Catherine estaba dolorosamente hermosa, cubierta por una camisa de tan fina tela que dejaba a la vista sus oscuros pezones. Pasando los dedos bajo los tirantes de color crema, fue bajándole la camisola, observando atentamente su avance a medida que iba dejando a la vista cada delicioso centímetro de su piel. Cuando soltó los tirantes, la camisola se arracimó a sus pies, encima del vestido.

Durante varios segundos, Andrew permaneció inmóvil y se limitó a beber de la visión que ella le ofrecía, elegantemente de pie en el centro de su ropa desechada como una rosa recién abierta elevándose de un inestimable jarrón. Su mirada se posó en unos senos generosos y pesados coronados por unos pezones de tono coralino que se contrajeron bajo su mirada. La curva de su cintura dejaba paso a unas redondeadas caderas y a unos muslos torneados, abrazando el triángulo de rizos castaños anidado entre sus piernas. Ahora sólo con sus medias y zapatos, Catherine le arrebató el control que durante tiempo él había intentado denodadamente mantener. Cada uno de sus músculos se tensó con las necesidades que ya no podía seguir negándose. Catherine estaba madura, voluptuosa y absolutamente deliciosa, y, que Dios le asistiera, él estaba muerto de hambre.

Tendió la mano y la ayudó a salir del montón de tela que la rodeaba. En cuanto ella estuvo libre, Andrew dobló las rodillas, la tomó en brazos y la llevó hasta la manta de terciopelo, más suave aún gracias al lecho de heno fresco que había repartido debajo. La dejó suavemente sobre la manta, apoyando su cabeza sobre la almohada azul. Tras quitarle las medias y los zapatos y dejarlos a un lado, Andrew se levantó para quitarse sus botas bajas de cuero blando y los pantalones.

Catherine rodó hasta quedar de costado, apoyó la cabeza sobre la palma de la mano y le observó desnudarse con embelesada atención. Cuando Andrew liberó su erección del estrangulador confinamiento de sus ceñidos pantalones, soltó un suspiro de alivio.

– Oh, Dios -jadeó Catherine, poniéndose de rodillas y excitándole aún más con la avidez de su mirada.

Andrew lanzó descuidadamente su ropa al montón de prendas apiladas en el suelo y a continuación se arrodilló en la manta delante de ella. Tomando el rostro de Catherine entre las manos, bajó la cabeza y frotó sus labios contra los de ella.

– Catherine…

Todo lo que sentía, todo el amor y el deseo que ardían en él, todas las batallas que había librado para reprimir esas emociones durante tanto tiempo quedaron expresadas en esa única y sincera palabra. Y, en cuanto sus labios tocaron los de ella, todas esas batallas se perdieron.

Con un gemido que rayaba en el dolor, la atrajo hacia él. Cada nueva sensación apenas tenía tiempo de parpadear en su mente antes de verse suplantada por otra. El cuerpo de Catherine pegado al suyo desde el pecho a las rodillas. Los dedos de ella abriéndose paso entre su pelo. Sus propias manos deslizándose por la espalda de Catherine hasta cerrarse sobre sus nalgas. Catherine devolviéndole el gesto. El peso de su seno llenándole la mano. Agachando la cabeza para lamerle el pezón hasta meterse en la boca el excitado capullo. Absorbiendo su gutural gemido al pronunciar su nombre. Otro profundo beso ávido de su alma. La piel suave bajo sus manos. La carne húmeda y lustrosa entre los muslos de ella, inflamada de deseo.

Catherine deslizó sus dedos a lo largo de su erección y Andrew interrumpió bruscamente el beso para tomar aliento.

– ¿Te he hecho daño?

Incapaz de pronunciar palabra, Andrew negó con la cabeza.

– Quiero tocarte, Andrew.

Apretando los dientes, Andrew apoyó la cabeza en la de ella y se sometió a la dulce tortura de sentir los dedos de Catherine acariciándole todo el tiempo que fue capaz de soportar. Pero cuando ella envolvió su erección entre sus dedos y la apretó con suavidad, Andrew la cogió de la muñeca. Sus labios capturaron los de ella en un beso intenso y apasionado, provocando una frenética fusión de lenguas y labios. Sin interrumpir el beso, Andrew fue obligándola a descender hasta apoyar la espalda en la manta y luego cubrió el cuerpo de Catherine con el suyo. Ella separó las piernas y gimió y él bajó la cabeza para tocar con la lengua el sonido de intenso placer que vibraba en la base de su cuello.

Apoyando todo el peso de su cuerpo en las palmas de las manos, Andrew la miró bajo la parpadeante luz dorada mientras penetraba despacio su cuerpo. Un revuelo de rizos castaños, despeinados por las exploradoras manos de Andrew, rodeaban la cabeza de Catherine. Tenía los labios rojos, húmedos y ligeramente separados mientras su pecho subía y bajaba con rápidos y superficiales jadeos. Tenía los oscuros pezones mojados y erectos por obra de su boca. Pero fue la cruda necesidad, el agudo deseo que asomó a sus ojos, lo que terminó de deshacerle.

Despacio, Andrew fue penetrando en su cálido y húmedo calor aterciopelado y cerró los ojos con fuerza ante el tremendo placer. Deseaba ir despacio, hacerlo durar, pero su cuerpo, tanto tiempo negado, estaba fuera de su control. Sus embestidas se prolongaron, acelerándose. Más profundas. Más intensas. Catherine salía al encuentro de cada una de ellas, apremiándole para que la penetrara, al tiempo que sus dedos se enterraban en sus hombros. Se tensó debajo de él, echando adelante las caderas mientras exhalaba un largo «ohhhhh» de placer. Incapaz de contenerse por más tiempo, Andrew hundió la cabeza en la fragante curva de su hombro e inundó el interior de ella con su húmedo calor durante un eterno y milagroso instante que lo dejó sin aliento, débil, absolutamente satisfecho y condenadamente semimuerto.

Catherine siguió tumbada bajo su delicioso peso: sin aliento, débil, absolutamente satisfecha y más viva de lo que se había sentido en toda su vida.

A eso se reducía todo. Eso era lo que ella se había perdido durante todo su matrimonio. Aquella era la espléndida maravilla descrita en la Guía femenina, aunque ninguno de los vívidos comentarios ni de las vívidas instrucciones que aparecían en el libro la habían preparado lo suficiente para una experiencia tan íntima e increíble.

Con los ojos cerrados, se tomó un instante para saborear los momentos siguientes, deseando que aquel asombroso placer no concluyera. Los jadeos entrecortados de Andrew palpitando contra ella. Su cuerpo cubriéndola, piel acalorada contra piel acalorada. Los brazos de él todavía envolviéndola, como si jamás fueran a soltarla. Los brazos de Catherine rodeando sus anchos hombros, también reticentes a soltarle. El corazón de él palpitando contra sus senos. Y la deslumbrante sensación de su cuerpo todavía íntimamente unido al de ella. No, no tenía la menor idea de que sería así.

Ni de que Andrew se volviera tan pesado de pronto.

Y no es que no disfrutara sintiéndolo encima, pero la necesidad de respirar hondo estaba a punto de superar el placer que le provocaba tenerlo cubriéndola como una manta humana.

No habría sabido decir si él se percató de su necesidad o si simplemente hizo gala de una perfecta sincronización, pero lo cierto es que Andrew se movió. Tras acariciarle la mejilla con un beso, se retiró para apoyar todo su peso en sus antebrazos y la miró desde arriba con unos ojos oscuros e intensos y la respiración todavía alterada. Su pelo negro, desordenado por los frenéticos dedos de Catherine, se derramaba sobre su frente. Ella levantó la mano y apartó a un lado los mechones, que al instante volvieron a caer donde estaban.

– Estás muy despeinado -dijo con una sonrisa.

– Tú también. Deliciosamente. -Bajó la cabeza y la besó. Un beso lento, profundo e íntimo que comunicaba mejor de lo que lo habrían hecho las palabras el mensaje de que la experiencia amatoria le había resultado tan satisfactoria como a ella. Un beso que reavivó la llama que se había extinguido hacia apenas unos instantes.

– Quiero repetirlo de nuevo -susurró Catherine contra sus labios, pasándole ligeramente los dedos por la columna.

– No recuerdo haber recibido nunca mejores noticias. Sin embargo, me temo que necesitaré primero unos minutos para recuperarme. -Dejando caer un beso rápido en la boca de ella, se apartó de su cuerpo y rodó hasta quedar tumbado de espaldas, llevándola con él.

Tumbada sobre su pecho, Catherine vio cómo se colocaba una de las almohadas detrás de la cabeza. Tras envolverla relajadamente entre sus brazos, los párpados de Andrew se cerraron.

Al instante, Catherine arqueó las cejas.

– ¡No irás a decirme que estás cansado!

Él se rió entre dientes.

– Muy bien. No te lo diré.

– ¡Pero lo estás! -Su voz estaba preñada de acusación-. ¿Cómo puede ser? No me he sentido más pletórica de energía en toda mi vida. -Deslizó sus dedos por su abdomen-. Pero si apenas puedo quedarme quieta.

– Un hecho que reducirá ostensiblemente mi período de recuperación, te lo aseguro.

– Entonces ¿no te sientes maravillosamente?

– Me siento increíblemente bien. Pero de un modo comparable a «una esponja estrujada», en oposición al modo «pletórica de vigor» que caracteriza tu satisfacción.

– Vaya. Lo de «esponja estrujada» no suena muy… alentador.

Una profunda carcajada tronó en la voz de Andrew.

– De hecho, pretendía ser un cumplido.

– ¿Ah, sí? Pues creo que ha llegado el momento de que sea yo la que me haga con un diccionario para que puedas buscar en él la palabra «cumplido». Estoy segura de que «esponja estrujada» no aparece como ejemplo.

– Mi querida Catherine, estoy destrozado porque me has satisfecho completamente. Absolutamente. -Sus manos se deslizaron por la espalda de Catherine-. Como nunca hasta ahora.

«Mi querida Catherine.» Cielos, eso sonaba… delicioso. Sobre todo en ese ronco rugido en el que se había convertido su voz.

– Bueno, sin duda puedo decirte lo mismo. De hecho, estoy ansiosa por hablarte de todas las primeras veces que he experimentado desde que he entrado al belvedere. ¿Te gustaría oír las cosas que he descubierto?

– Me encantaría.

Catherine entrecerró los ojos al mirarle.

– ¿Estás seguro de que no te quedarás dormido? Pareces estar sospechosamente adormilado.

Andrew hundió la barbilla y la miró con una pecaminosa sonrisa asomando a sus labios.

– No tengo sueño. Estoy saciado. Te aseguro que cuentas con toda mi atención.

– Muy bien. Nunca había desnudado a un hombre. -Trazó una serie de leves círculos sobre su pecho desnudo-. Nunca había visto a un hombre desnudo.

Una ceja oscura se arqueó bruscamente.

– ¿Nunca?

Catherine negó con la cabeza al tiempo que su barbilla rebotaba contra el pecho de Andrew. Luego se incorporó y recorrió su cuerpo con los ojos.

– Aunque no tengo nada con lo que poder compararte, creo que con toda probabilidad eres un espécimen bien hecho.

Un extremo de la encantadora boca de Andrew se curvó hacia arriba.

– Gracias.

– Me encanta sentir tu piel. Cálida y firme. -Incapaz de dejar de tocarle, posó la mano sobre su hombro y luego arrastró la palma hasta el centro de su pecho-. No he visto ni tocado el pelo del pecho de un hombre. Es un poco rasposo, aunque suave a la vez. Y tus músculos… una cautivadora delicia. Tan fuertes bajo toda esa piel cálida y firme. -Deslizó hacia abajo la yema de un dedo-. Este lazo de vello oscuro es absolutamente fascinante. El modo en que nace en tu pecho y continúa hacia abajo, dividiendo en dos estas maravillosas ondulaciones de tu estómago para volver a extenderse hasta acunar… -Su voz se apagó al tiempo que su mirada se fijaba en su masculinidad-…esta parte de ti que tan cautivada me tiene, que me ha provocado sensaciones tan increíbles. Incluso en reposo eres impresionante. -Con suavidad, trazó un pequeño círculo alrededor de la punta con el índice-. Nunca había tocado así a un hombre -susurró.

Andrew tragó saliva y a continuación se incorporó hasta quedar tumbado de costado, apoyando el peso de su cuerpo en el antebrazo. Sus ojos oscuros la observaron con una expresión ilegible. Alargó entonces la mano y acunó el rostro de Catherine en su palma, acariciándole la mejilla con la yema del pulgar.

– Lamento que tu matrimonio no fuera feliz, Catherine.

Ante su propia mortificación, Catherine sintió que unas lágrimas abrasadoras se abrían paso desde el fondo de sus ojos.

– No tardé en darme cuenta de que con Bertrand se me había negado la satisfacción que puede surgir de un vínculo emocional. Sin embargo, hasta esta noche no había sido consciente de lo que me había perdido de la parte física de nuestra unión. Concebí en las primeras semanas de mi matrimonio y, en cuanto mi condición quedó confirmada, Bertrand no se acercó a mí. Y, cuando Spencer nació… Bertrand no volvió a tocarme. Podría contar el número de veces que visitó mi dormitorio, y ninguna de esas visitas se asemejó en ningún modo a lo que tú y yo hemos compartido esta noche. Estar con Bertrand era mecánico. Seco. Carente de la menor inspiración. Actos rápidos y apresurados al abrigo de la oscuridad. Tan decepcionante y frustrante que yo no alcanzaba a entender. -Catherine volvió la cabeza y depositó un beso en la encallecida palma de Andrew-. Estar contigo ha sido… milagroso. Excitante. Cautivador. Y en absoluto seco. Una primera vez hasta lo inimaginable.

Respiró hondo, ponderando sus siguientes palabras durante varios segundos antes de proseguir.

– Bertrand tenía amantes, como puedes imaginar. Varias de las que tengo conocimiento y estoy segura que muchas otras de las que no tengo noticia. Debo admitir que también yo llegué a plantearme esa solución en más de una ocasión cuando la soledad se hizo insoportable. Cuando necesitaba tocar a otra persona. Cuando anhelaba sonreír a alguien, además de a mi hijo. Cuando deseaba compañía adulta.

– Pero ¿nunca tuviste un amante?

– No.

– ¿Por qué?

Se encogió de hombros.

– A pesar del comportamiento de mi esposo, mi conciencia se resistía a la idea de romper los votos de mi matrimonio. Sin embargo, y si he de serte totalmente sincera, mi fidelidad tenía más que ver con el hecho de mantenerme fiel a mis propios valores que a serle fiel a mi esposo.

– Lo que no menoscaba tu carácter de ningún modo, Catherine.

– Quizá no, pero el resto de mis motivos no son tan nobles. Básicamente, tenía miedo. No quería arriesgarme a convertirme en pasto de los chismes del pueblo, y una aventura en un pueblo del tamaño de Little Longstone sería imposible de ocultar. Temía no sólo por mi reputación, sino también por la de Spencer.

– La cautela no es una virtud innoble, Catherine.

– Estoy de acuerdo. Aunque puedes ver lo que ha sido de toda esa cautela. No fue difícil mantenerla mientras nada la puso a prueba. Pero nunca conocí a nadie a quien quisiera tener como amante. Hasta ahora.

Los ojos de Andrew se oscurecieron y un escalofrío de júbilo recorrió a Catherine. Sus párpados se cerraron y, durante varios segundos, volvió a vivir la maravilla de lo que acababan de experimentar juntos. Soltando un prolongado y lento suspiro, susurró soñadora:

– Nada de lo que habíamos hablado me había preparado para esto. Cuando escribí la Guía, nunca pensé…

Sus palabras se interrumpieron bruscamente ante su desliz y sus ojos se abrieron de golpe. Durante un horrorizado segundo, no pudo moverse. Ni respirar. El calor le abrasó la cara y sintió un calambre en las entrañas. Luego forzó una carcajada, rezando para que no sonara a oídos de él tan nerviosa como lo hizo a los de ella.

– Leí -dijo, intentando desembarazarse del sonrojo que le abrasaba las mejillas-. Quiero decir cuando leí la Guía creí que sabía lo que podía esperar. Pero me equivocaba.

Forzó los labios hasta esbozar con ellos una serena sonrisa, aunque sabía que su rostro seguía rojo como la grana. ¿Acaso la mirada de él se había tornado repentinamente vigilante? ¿Especulativa? No, no. Sin duda eran imaginaciones suyas. La lengua le había jugado una mala pasada. La gente cometía constantemente esa clase de errores. Simplemente tenía que cambiar de tema. Y dejar de sonrojarse.

No obstante, antes de poder hablar, Andrew dijo:

– Sin duda habrás pensado en algún momento que en nuestro encuentro podrías concebir un hijo.

Aliviada al ver que él no le había dado ninguna importancia a su tropiezo verbal, dijo:

– Sí. No temas. Ya he tomado mis medidas para que no ocurra.

– Entiendo. Y eres consciente de que todavía corres el riesgo de que alguien descubra que somos amantes.

– Por supuesto. Aunque no me negarás que eso queda ostensiblemente minimizado por el hecho de que tú resides en Londres y de que regresarás a la ciudad dentro de una semana.

– En otras palabras, no temes que nos descubran porque esto es sólo una disposición temporal.

– Sí. -Por razones que Catherine se negó a examinar, esa sencilla palabra le supo casi amarga.

Entre ambos se acomodó el silencio y Catherine se dio cuenta de que estaba conteniendo el aliento. Por fin, él asintió como muestra evidente de su acuerdo y, por alguna razón inexplicable, se sintió decepcionada al ver que no discutía con ella. Que no sugiriera que, de algún modo u otro, encontrarían la manera de continuar su relación después de la semana de su visita. No podían ni debían, naturalmente. Aun así…

Dejó vagar la mente mientras él le pasaba los dedos por el pelo, provocándole un cosquilleo de la cabeza a los pies que le apartó cualquier idea de la cabeza.

– Tu pelo -dijo Andrew en voz baja- y tu piel son increíblemente suaves. -Su mano bajó por su hombro y luego por su brazo-. Nunca había tocado nada tan suave, tan sedoso. -Clavó los ojos en los de ella, que se quedó inmóvil al ver la seriedad que encerraba su mirada-. Tengo que confesarte algo, Catherine.

El corazón le dio un vuelco al oír la gravedad de su tono. ¿Desearía Andrew que su aventura continuara después de su visita?

– Te escucho.

– Nunca imaginé que tendría la oportunidad de tocarte, y ahora que la tengo… -Rodeó su seno con la mano y una mirada maliciosa destelló en sus ojos-. Y ahora que la tengo, debo confesar que no puedo parar.

Catherine contuvo el aliento cuando él llevó su pezón al borde del dolor. Poniéndole la mano en el muslo, ella se inclinó hacia delante hasta que apenas un escaso milímetro separó sus labios.

– Mi querido Andrew, no recuerdo haber recibido mejores noticias.


Con la mirada fija en las llamas bajas que crepitaban en la chimenea, una lenta sonrisa curvó hacia arriba las comisuras de los labios de la solitaria figura. Los planes seguían su curso. Todo estaba preparado…

El tictac del reloj situado en la repisa de la chimenea no era sino un irritante recordatorio del paso del tiempo. «Pero debo tener paciencia. Mi presa está ya a la vista. Sé quién eres. Pronto, muy pronto, todos los daños serán reparados.»

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