Capítulo 11

Melanie pretendía pasar un fin de semana tranquilo, tumbada junto a la piscina, disfrutando como nunca de su casa en las colinas de Hollywood. Era el antídoto perfecto para nueve días de tensión y angustia. Sabía que estaba mucho menos traumatizada que muchos otros. Comparado con quienes habían resultado heridos, habían perdido a sus seres queridos o sus hogares, a ella le había ido bien; incluso se había sentido útil trabajando en el hospital de campaña del campamento. Además, había conocido a Tom.

Como era de prever, y con gran alivio por su parte, Jake no la llamó ni una vez después de volver. Ashley lo hizo varias veces y habló con su madre, pero Melanie no atendió a las llamadas. Le dijo a su madre que había terminado con ella.

– ¿No crees que eres demasiado dura? -le preguntó el sábado por la tarde, mientras le hacían la manicura a Melanie junto a la piscina.

Hacía un día fabuloso. Pam le había reservado un masaje para esa misma tarde. Pero Melanie se sentía culpable por estar sin hacer nada; le habría gustado volver al hospital con Maggie, y estar con Tom. Tenía la esperanza de verlo pronto. Era algo que esperaba con impaciencia, ahora que estaba de vuelta a su mundo familiar de Los Ángeles. Los echaba de menos a ambos.

– Se acostó con mi novio, mamá -le recordó a Janet.

– ¿No crees que él fue más culpable que ella? -A Janet le caía bien Ashley; le había prometido que, cuando llegaran a casa, hablaría con Melanie y que todo se arreglaría. Pero si dependía de Melanie, aquello no iba a arreglarse en absoluto.

– No la violó. Es una adulta y actuó con plena libertad. Si yo, o nuestra amistad, le hubiera importado no lo habría hecho. No le importó. Y ahora tampoco me importa a mí.

– No seas infantil. Habéis sido amigas desde que teníais tres años.

– A eso me refiero -dijo Melanie fríamente-. Creo que merecía un poco de lealtad. Supongo que ella no pensaba lo mismo. Puede quedárselo si quiere. Para mí, se ha acabado. Terminado. Fue asqueroso. Supongo que a ella la amistad no le importa tanto como a mí. Es bueno saberlo. -Melanie no iba a ceder ni un ápice.

– Le dije que hablaría contigo y que todo se arreglaría. No querrás que quede como una estúpida, ¿verdad? O como una mentirosa.

Aquel intento de su madre por engatusarla y su interferencia solo hicieron que Melanie se afianzara en su postura. La integridad y la lealtad significaban mucho para ella. Particularmente, dada la vida que llevaba, ya que todos querían utilizarla, en cuanto podían. Eran gajes del oficio, formaba parte del éxito y de ser una estrella. Lo daba por sentado en los extraños, incluso en Jake, que había resultado ser escoria. Pero no lo esperaba y no lo aceptaría de su mejor amiga. La enfurecía que su madre tratara de convencerla de lo contrario.

– Ya te lo he dicho, mamá. Se acabó. Y nada cambiará eso. Seré educada cuando la vea, pero es lo único que conseguirá de mí.

– Va a ser muy duro para ella -dijo Janet, comprensiva, pero estaba malgastando las fuerzas. A Melanie no le gustaba que su madre defendiera la causa de Ashley.

– Debió pensarlo antes de meterse en el saco de dormir de Jake. Además, supongo que lo hizo durante toda la semana.

Pasó un minuto sin que Janet dijera nada; luego volvió a la carga.

– Creo que tendrías que pensarlo.

– Ya lo he hecho. Hablemos de otra cosa.

Janet, disgustada, se marchó. Le había prometido a Ashley que la llamaría y ahora no sabía qué decirle. Detestaba confesarle que Melanie había dicho que no volvería a hablar con ella, pero ese era el caso. En lo que respectaba a Melanie, su amistad había muerto. Dieciséis años de amistad se habían venido abajo. Janet sabía que cuando Melanie se sentía traicionada y decía que algo había terminado, no había marcha atrás. Lo había visto en otras ocasiones: un novio que la había engañado, antes que Jake, y un mánager en quien confiaba y que le había robado dinero. Con Melanie solo se podía tensar la cuerda hasta cierto punto; sus límites estaban muy claros. Janet llamó a Ashley y le dijo que le diera a Melanie un poco de tiempo para calmarse, que todavía se sentía muy dolida. Ashley dijo que lo comprendía y se echó a llorar. Janet le prometió volver a llamarla pronto. La joven era como una segunda hija para ella, pero no se había portado como una hermana con su mejor amiga cuando se acostó con Jake. Y Ashley conocía a Melanie lo bastante bien para saber que no iba a perdonarla.

Cuando la manicura acabó de arreglarle las manos, Melanie se tiró a la piscina. Nadó durante un rato y, a las seis, llegó su preparador. Pam lo había organizado todo y luego se había ido a su casa. Cuando el preparador se marchó, Janet encargó comida china, pero Melanie solo tomó dos huevos pasados por agua. Dijo que no tenía hambre y que necesitaba perder algo de peso. La comida del campamento era demasiado buena y había engordado. Era hora de ponerse seria de nuevo antes del concierto que daría al cabo de pocas semanas. Pensó en Tom y en su hermana, que irían a verla, y sonrió. Todavía no le había hablado a su madre de ellos. Calculó que había tiempo antes de que llegaran. Tom iba a quedarse en San Francisco un poco más. Pero ella no podía saber cuándo iría a Los Ángeles. Entonces, como si le hubiera leído el pensamiento, mientras estaba en la cocina comiéndose los huevos pasados por agua, su madre le preguntó por él. Janet se estaba dando un atracón de comida china; según ella, se había muerto de hambre los nueve días pasados, lo cual no era ni mucho menos cierto. Cada vez que Melanie la veía, estaba comiendo donuts, una piruleta o una bolsa de patatas fritas. Tenía aspecto de haber aumentado dos kilos en la última semana, si no cuatro.

– No te estarás entusiasmando con aquel chico del campo, ¿verdad? El que tiene ese título de ingeniería por Berkeley.

Melanie se sorprendió de que su madre lo recordara. Se había mostrado tan despreciativa con él que le costaba creer que se acordara de sus estudios. Pero estaba claro que parecía muy consciente de quién era, título incluido.

– No te preocupes, mamá -dijo Melanie sin comprometerse.

De todos modos, no era asunto de su madre. Iba a cumplir veinte años dentro de dos semanas. En su opinión, ya tenía edad suficiente para elegir a sus hombres. Había aprendido mucho de los errores que había cometido al salir con Jake. Tom era un ser humano de un tipo muy distinto y a ella le encantaba formar parte de su vida, que era mucho más íntegra y saludable que la de Jake.

– ¿Qué significa eso? -preguntó su madre con aire preocupado.

– Significa que es un chico agradable, que ya soy mayor y que, sí, puede que lo vea de nuevo. Eso espero. Si me llama.

– Llamará. Parecía loco por ti; además, después de todo, eres Melanie Free.

– ¿Y qué? ¿En qué cambia eso las cosas? -preguntó Melanie, disgustada.

– Las cambia y mucho -le recordó Janet-, para todos los habitantes del planeta, excepto para ti. ¿No crees que llevas la humildad demasiado lejos? Escucha, ningún hombre puede separar quién eres como persona de quién eres como estrella. No está en su ADN. Estoy segura de que ese chico está tan impresionado contigo como todos los demás. ¿Quién quiere salir con alguien sin importancia, si puede salir con una estrella? Se apuntaría un buen tanto.

– No creo que le importe apuntarse ese tipo de tantos. Le importan las cosas serias; es ingeniero y un buen hombre.

– ¡Qué aburrido! -exclamó su madre, con cara de asco.

– No es aburrido. Es inteligente -insistió Melanie-. Me gustan los hombres inteligentes. -No se disculpaba por ello. Era un hecho.

– Entonces has hecho bien en librarte de Jake. Estos últimos nueve días me sacaba de quicio. Lo único que hacía era quejarse.

– Creía que te caía bien. -Melanie parecía sorprendida.

– Yo también lo creía -admitió Janet-. Pero cuando finalmente nos marchamos estaba más que harta de él. Hay personas que no son las más adecuadas como compañeras en una crisis. Y Jake es una de ellas. Solo habla de sí mismo.

– Al parecer, Ashley también es una de esas personas a las que no querrías como compañeras en una crisis. Sobre todo si se acuestan con tu pareja. Puede quedárselo. Jake es un pesado y un narcisista.

– Puede que tengas razón. Pero no metas a Ashley en el mismo saco.

Melanie no dijo nada. Ya la había metido en él.

Melanie se retiró pronto a su habitación. Estaba decorada en satén blanco y rosa, según un diseño de su madre, con un cubrecama blanco de piel de zorro. Parecía la habitación de una corista de Las Vegas; precisamente lo que su madre, en el fondo, nunca había dejado de ser. Le había dicho al decorador exactamente lo que quería, hasta el detalle de un osito rosa de peluche. Todas las peticiones de Melanie para conseguir una desnuda sencillez habían sido barridas a un lado. Así era como su madre había decidido que tenía que ser. Sin embargo, al tumbarse en la cama, Melanie reconoció que, por lo menos, era cómoda. Era agradable volver a sentirse mimada. Aunque se sentía un poco culpable, en particular cuando pensaba en la gente de San Francisco, todavía en el refugio, y en que la mayoría de ellos estarían allí durante meses, mientras ella estaba en casa, en su cama cubierta de satén y pieles. En cierto sentido, aquello no le gustaba, aunque, por otro lado, estaba bien. Pero no del todo bien, ya que no era su estilo; era el de su madre. Melanie lo veía más claro cada día que pasaba.

Se quedó en la cama mirando la televisión hasta bien entrada la noche. Vio una vieja película, las noticias y, finalmente, la MTV. A su pesar y aunque la experiencia que había vivido había sido interesante, se dijo que era estupendo estar de vuelta en casa.


El sábado por la tarde, mientras Melanie y su grupo volaban hacia Los Ángeles, Seth Sloane estaba sentado en la sala de estar, con la mirada perdida. Habían pasado nueve días desde el terremoto, pero seguían aislados y sin comunicación con el exterior. Seth ya no estaba seguro de si era una bendición o una maldición. No había conseguido tener noticias de Nueva York. Nada. Cero.

A consecuencia de ello, el fin de semana era angustioso y estresante. Finalmente, desesperado, intentó dejar de pensar en sus problemas y jugar con sus hijos. Sarah llevaba días sin hablarle. Apenas la veía y, por la noche, en cuanto acostaba a los niños, desaparecía en la habitación de invitados. El no le había comentado nada; no se atrevía.

El lunes por la mañana, once días después del terremoto, Seth estaba sentado a la mesa de la cocina tomando un café, cuando, de repente, la BlackBerry que había dejado sobre la mesa, a su lado, volvió a la vida. Era la primera oportunidad que tenía de comunicarse con el exterior y la aprovechó. Inmediatamente envió un mensaje de texto a Sully y le preguntó qué había pasado. La respuesta llegó dos minutos más tarde.

La respuesta de Sully fue sucinta.

«La SEC se me ha echado encima. Tú eres el siguiente. Lo saben. Tienen los informes del banco. Buena suerte.»Mierda, susurró Seth entre dientes y le envió un nuevo mensaje.

«¿Te han arrestado?», preguntó.

«Todavía no. Gran jurado la semana que viene. Nos han cogido, hermano. Estamos jodidos.»Era precisamente lo que estaba temiendo desde hacía una semana. Pero aunque sabía que era probable que sucediera, Seth sintió que se le hacía un nudo en el estómago al leer aquellas palabras. Decir «Estamos jodidos» era quedarse corto, sobre todo si tenían los documentos del banco de Sully. El de Seth seguía cerrado, pero no por mucho tiempo.

Abrió al día siguiente. El abogado de Seth le había aconsejado que no hiciera nada. Seth había ido andando hasta su casa para hablar con él, ya que no podía ponerse en contacto por teléfono. Cualquier cosa que Seth hiciera ahora podía incriminarlo más todavía, teniendo en cuenta que ya estaban investigando a Sully. Dado que había perdido parte de su casa en el terremoto, el abogado de Seth no podría reunirse con él hasta el viernes. Sin embargo, el FBI se les adelantó. El viernes por la mañana, dos semanas después del terremoto, dos agentes especiales del FBI se presentaron en su casa. Fue Sarah quien abrió la puerta. Cuando preguntaron por Seth, ella los acompañó a la sala de estar y fue a buscar a su marido. Estaba sentado en su despacho, en el piso de arriba, donde se había refugiado, aterrorizado, durante aquellas dos semanas. El lío empezaba a desenmarañarse y no había manera de saber cómo acabaría.

Los agentes especiales del FBI pasaron dos horas con Seth, interrogándolo sobre Sully, de Nueva York. Seth se negó a contestar cualquier pregunta sobre él mismo, sin que estuviera presente su abogado, y contó lo menos posible de Sully. Lo amenazaron con arrestarlo allí mismo, por obstrucción a la justicia, si se negaba a contestar a las preguntas sobre su amigo. Cuando se fueron, Seth tenía el rostro desencajado. Pero, por lo menos, no lo habían arrestado. Estaba seguro de que no tardarían en hacerlo.

– ¿Qué te han dicho? -preguntó Sarah, nerviosa, después de que se marcharan.

– Querían información sobre Sully. No les he contado mucho, tan poco como he podido.

– ¿Qué han dicho de ti? -volvió a preguntar Sarah, ansiosa.

– Les he dicho que no hablaría si no estaba presente mi abogado y han contestado que volverían. Puedes estar segura de que lo harán.

– Y ahora, ¿qué hacemos?

Seth se sintió aliviado al oír que hablaba en plural. No estaba seguro de si era solo por costumbre o si revelaba su estado de ánimo. No se atrevió a preguntar. En toda la semana no había hablado con él, y no quería volver a esa situación.

– Henry Jacobs vendrá esta tarde.

Por fin, funcionaban de nuevo los teléfonos. Habían tardado dos semanas. Pero le aterrorizaba hablar con cualquiera. Había sostenido una críptica conversación telefónica con Sully; eso era todo. Si el FBI lo estaba investigando, sabía que quizá hubieran intervenido su teléfono y no quería empeorar las cosas más de lo que ya lo estaban.

Cuando llegó, el abogado se encerró con Seth en el despacho; estuvieron casi cuatro horas. Examinaron exhaustivamente todos los detalles del caso. Seth se lo contó todo; cuando acabó, el abogado no se mostró optimista. Dijo que, en cuanto tuvieran los documentos del banco, probablemente lo llevarían ante el gran jurado y lo acusarían. Y después no tardarían en arrestarlo. Estaba casi seguro de que lo procesarían. Luego, no sabía qué pasaría, pero la visita de los agentes del FBI no auguraba nada bueno.

Fue un fin de semana de pesadilla para Sarah y Seth. El Distrito Financiero estaba cerrado, sin electricidad ni agua, así que Seth seguía sin poder ir al centro. Se quedó en casa, esperando que sucediera lo inevitable. Y sucedió el lunes por la mañana. El director de la oficina local del FBI llamó a Seth por la BlackBerry. Dijo que las oficinas principales estaban cerradas, así que pidió a Seth y a su abogado que se reunieran con él en casa de Seth al día siguiente por la tarde. Le recordó que no saliera de la ciudad y le informó que estaba sometido a una investigación y que el FBI había sido informado por la SEC. También le contó que Sully iba a comparecer ante el gran jurado, en Nueva York, aquella semana, algo que Seth ya sabía.

Encontró a Sarah en la cocina, dando de comer a Ollie. El pequeño tenía compota de manzana por toda la cara; Sarah estaba hablando con él y con Molly, con Barrio Sésamo de fondo. Habían restablecido la electricidad durante el fin de semana, aunque gran parte de la ciudad todavía no tenía. Ellos estaban entre los escasos afortunados, seguramente debido al barrio en el que residían. El alcalde vivía a pocas calles de distancia, algo que nunca perjudica. Estaban restableciendo la electricidad por sectores. Ellos estaban en el primer sector, lo cual era una suerte. También habían abierto algunos establecimientos, sobre todo supermercados, cadenas de alimentación y bancos.

Sarah parecía aterrada cuando Seth le habló de la reunión con el FBI programada para el día siguiente. La única buena noticia para ella era que, como esposa, podía negarse a testificar contra él. De todos modos, no sabía nada. Seth nunca le había hablado de sus transacciones ilegales en los fondos de alto riesgo. Enterarse había sido un duro golpe para ella.

– ¿Qué vas a hacer? -preguntó con voz ahogada.

– Mañana me reuniré con ellos, acompañado de Henry. No tengo otra opción. Si me niego podría ser peor; además, pueden conseguir una orden judicial para obligarme. Henry vendrá esta tarde, para prepararme. -Había llamado a su abogado inmediatamente después de hablar con el FBI, y había insistido en que se vieran.

Henry Jacobs llegó por la tarde, con aire sombrío y oficial. Sarah abrió la puerta y lo acompañó arriba, al estudio donde lo esperaba Seth, garabateando nerviosamente, sentado a la mesa y mirando con aire deprimido por la ventana. Había estado abstraído todo el día y, después de su breve conversación con Sarah, había cerrado la puerta. Sarah llamó suavemente y abrió para que entrara Henry.

Seth se levantó para recibirlo, le indicó una butaca y suspiró al sentarse.

– Gracias por venir, Henry. Espero que tengas una varita mágica en la cartera. Voy a necesitar un mago para que me saque de esta. -Se pasó la mano por el pelo mientras el abogado, con aspecto sombrío, se sentaba delante de él.

– Es posible -dijo Henry, sin comprometerse.

Henry era un cincuentón que ya había llevado casos parecidos. Seth lo había consultado varias veces, en realidad en sentido inverso: buscando información detallada sobre cómo cubrir turbias operaciones antes de que se produjeran. Al abogado nunca se le había ocurrido que eso era lo que tenía en mente. Las preguntas le habían parecido muy teóricas y había supuesto que iban encaminadas a asegurarse de no hacer nada malo. Lo había admirado por ser tan diligente y cauto; solo ahora comprendía lo que estaba pasando. No lo juzgaba, pero no había ninguna duda de que Seth se había metido en un grave aprieto, que podía tener unas consecuencias catastróficas.

– Deduzco que ya has hecho esto antes -comentó Henry mientras lo repasaban todo una vez más. Las operaciones de Seth parecían demasiado diestras, demasiado concienzudas y detalladas para que esta fuera la primera vez. Seth asintió. Henry era astuto y muy bueno en lo que hacía-. ¿Cuántas veces?

– Cuatro.

– ¿Alguien más ha estado comprometido?

– No. Solo el mismo amigo de Nueva York. Somos compañeros desde el instituto. Confío totalmente en él, aunque supongo que ahora no se trata de eso. -Seth sonrió forzadamente y tiró un lápiz sobre la mesa-. Si no hubiera habido ese terremoto de los cojones, tampoco habríamos tenido problemas esta vez. ¿Quién podía imaginarlo? íbamos un poco justos de tiempo, pero fue solo una maldita mala suerte que los auditores de sus inversores se presentaran tan pronto después de los míos. Habría funcionado, si el terremoto no lo hubiera paralizado todo.

El dinero había quedado congelado en los bancos, lo cual había permitido que su confabulación se descubriera.

Durante dos semanas, Seth había tenido las manos atadas, con el dinero de los inversores de Sully en sus cuentas. Pero pasaba algo por alto; no se trataba de que el terremoto les hubiera impedido tapar su delito, sino de que no habían transferido los fondos. No debía de haber nada más ilegal que eso, aparte de vaciar las cuentas y huir con el dinero. Habían mentido a dos grupos de inversores, creando el espejismo de que poseían unos fondos enormes en sus cuentas, y los habían descubierto. Henry no estaba escandalizado -defender a gente como Seth era su trabajo-pero tampoco simpatizaba con la situación que había destapado el terremoto. Seth lo vio en sus ojos.

– ¿Qué podemos esperar? -preguntó sin ambages. El terror se reflejaba en su rostro y se le escapaba por los ojos, como si fuera una rata enjaulada.

Sabía que no le gustaría lo que iba a oír, pero quería saberlo. El gran jurado se reuniría en Nueva York aquella misma semana, para acusar a Sully, a petición del fiscal federal. Seth sabía que su turno no tardaría en llegar, dado lo que le había comunicado el FBI.

– Seamos realistas, las pruebas contra ti son muy sólidas, Seth -dijo Henry en voz baja. No había ninguna manera de disfrazarlo-. Tienen pruebas claras contra ti, en tus cuentas del banco.

En cuanto Seth lo había llamado, Henry le dijo que no tocara el dinero. De todos modos, no podría haberlo hecho; no podía llevárselo a ningún sitio. Las cuentas de Sully en Nueva York ya estaban bloqueadas. Y no podía sacar sesenta millones de dólares en efectivo, meterlos en una maleta y esconderlos debajo de la cama. De momento, por lo menos, el dinero seguía allí.

– El FBI investiga en nombre de la SEC. Me parece que podemos decir sin temor a equivocarnos que en cuanto informen de lo que averigüen, después de hablar contigo, se celebrará una vista aquí, con el gran jurado. Puede que ni siquiera te pidan que estés presente, si las pruebas en tu contra son lo bastante sólidas. Si el gran jurado se muestra favorable a una acusación, presentarán cargos contra ti muy rápidamente, probablemente te arrestarán y te procesarán. A partir de ahí, está en mis manos. Pero no es mucho lo que podemos hacer. Puede que ni siquiera tenga sentido llegar a juicio. Si las pruebas son firmes como una roca, quizá sea mejor que hagas un trato con ellos, te declares culpable e intentes pactar. Si lo haces, quizá podamos darles la suficiente información para asegurar el caso contra tu amigo de Nueva York. Si la SEC lo acepta y nos necesitan, tal vez te reduzcan la condena. Pero no quiero engañarte. Si lo que dices es verdad y pueden probarlo, creo que irás a la cárcel, Seth. Va a ser difícil sacarte de esta, peor que difícil. Has dejado un rastro muy visible. No hablamos de migajas; es mucho dinero. Un fraude de sesenta millones de dólares no es una nimiedad para el gobierno. No darán marcha atrás en esto. -De repente se le ocurrió algo-.

– ¿Estás al día en el pago de los impuestos? -Eso sí que sería como abrir la caja de Pandora; Sarah le había hecho la misma pregunta. Si también había cometido un fraude con los impuestos, iba a estar encerrado mucho, muchísimo tiempo.

– Totalmente -afirmó Seth, casi ofendido-. Nunca hago trampas con los impuestos.

Solo estafaba a sus inversores y a los de Sully. Henry se dijo que debía de tratarse de una cuestión de honor entre ladrones.

– Son buenas noticias -respondió secamente.

Seth lo interrumpió.

– ¿A qué me enfrento, Henry? ¿Cuánto tiempo podría caerme, en el peor de los casos?

– ¿En el peor de los casos? -repitió Henry. Reflexionó, tomando todos los elementos en consideración, o todo lo que sabía hasta entonces-. Es difícil saberlo. La ley y la SEC ven con muy malos ojos a los que defraudan a los inversores… No estoy seguro. Sin ninguna modificación ni acuerdo extrajudicial, veinticinco años, puede que treinta. Pero eso no ocurrirá, Seth -lo tranquilizó-. Podremos compensarlo con otros factores. En el peor de los casos, serían entre cinco y diez años. Si tenemos suerte, de dos a cinco. Creo que, en este caso, sería lo mejor que podríamos conseguir. Espero que logremos que acepten algo así.

– ¿En una prisión federal? ¿Crees que quizá aceptarían algún tipo de encarcelación en casa bajo vigilancia electrónica? Podría vivir con eso mucho más fácilmente que si tuviera que ir a la cárcel -dijo. Parecía asustado-. Tengo esposa e hijos.

Aunque se le pasó por la cabeza, Henry no le dijo que tendría que haber pensado en eso antes. Seth tenía treinta y siete años y, debido a la codicia y a su falta de integridad, había destruido la vida de su familia, además de la suya. Aquello no iba a ser agradable y no quería darle a Seth la falsa impresión de que podía salvarlo y evitar que pagara por lo que había hecho. Los federales que investigaban el caso no bromeaban. Odiaban a los tipos como Seth, que consumidos por la codicia y su ego creían que estaban por encima de la ley. Las leyes que regían los fondos de alto riesgo y las instituciones estaban hechas para proteger a los inversores de hombres como Seth. Aunque había vacíos legales, no eran lo bastante grandes para un delito como ese. El trabajo de Henry era proteger a Seth, para bien o para mal. En este caso, posiblemente para mal. No se podía negar que, incluso siendo optimista, era un caso difícil.

– No creo que confinarte en casa con un brazalete sea una opción realista -dijo Henry con franqueza. No iba a mentir a Seth. No quería asustarlo demasiado, pero tenía que decirle honradamente cuáles eran sus posibilidades, hasta donde él podía calibrarlas-. Tal vez te consiga pronto la libertad condicional. Pero no al principio. Seth, me parece que debes empezar a enfrentarte al hecho de que tendrás que ir a prisión un tiempo. Esperemos que no sea demasiado. Pero dada la cantidad de dinero que Sully y tú habéis hecho circular, será un castigo importante, a menos que les demos algo que los convenza de hacer un trato. Pero incluso entonces, no quedarás impune.

Prácticamente era lo mismo que Seth le había dicho a Sarah la mañana después del terremoto. En el momento en el que se produjo el seísmo y los teléfonos dejaron de funcionar, supo que estaba jodido. Igual que ella. Henry se limitaba a explicarlo más claramente. Revisaron los detalles una vez más y Seth le contó toda la verdad. Tenía que contársela. Necesitaba su ayuda y Henry prometió estar presente en la reunión con el FBI, al día siguiente por la tarde. El gran jurado se reuniría en Nueva York, para analizar los cargos contra Sully, exactamente a la misma hora. Eran las seis de la tarde cuando Henry se fue y Seth salió del despacho, con aire agotado.

Bajó para reunirse con Sarah, que estaba en la cocina dando de comer a los niños. Parmani también estaba abajo, haciendo la colada. Cuando Seth entró, Sarah parecía preocupada.

– ¿Qué ha dicho?

Al igual que Seth, tenía la esperanza de que se produjera un milagro. Era lo único que podía salvarlo. Seth se dejó caer en una silla y miró tristemente a sus hijos, y luego, de nuevo a ella. Molly trataba de enseñarle algo, pero él no le hizo caso. Tenía demasiadas cosas en la cabeza.

– Más o menos lo que yo pensaba. -Decidió que en primer lugar le contaría lo peor que podía pasar-. Dice que podrían caerme hasta treinta años de cárcel. Si tengo suerte, y quieren hacer un trato conmigo, quizá entre dos y cinco. Tendría que vender a Sully para conseguirlo y la verdad es que no quiero hacerlo. -Suspiró e inmediatamente después le mostró otro aspecto más de quién era-. Pero puede que tenga que hacerlo. Mi culo está en juego.

– Y el suyo. -A Sarah nunca le había gustado Sully. Pensaba que había algo turbio en él; además, siempre se había mostrado condescendiente con ella. Ahora sabía que tenía razón: era una mala persona. Pero también lo era Seth. Y estaba dispuesto a vender a su amigo, lo cual hacía que, de alguna manera, todo tuviera peor aspecto-. ¿Y si él te vende primero?

A Seth no se le había ocurrido. Sully iba por delante en todo el proceso. Era muy posible que en aquel mismo momento se lo estuviera cantando todo a la SEC y al FBI. Lo creía muy capaz. Por otro lado, también Seth estaba dispuesto a hacerlo. Ya lo había decidido, después de lo que le había dicho el abogado. No tenía intención de cumplir treinta años de condena; estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para salvar el pellejo. Aunque significara hundir a su amigo. Sarah podía leerlo en su cara y sentía náuseas; no porque vendiera a Sully, que en su opinión se lo merecía, sino porque no había nada sagrado para Seth, ni sus inversores ni su socio de delito ni siquiera su esposa y sus hijos. Ahora conocía cuál era su situación y quien era él.

– ¿Y tú? ¿Dónde estás en todo esto? -le preguntó Seth, con aire preocupado, después de que Parmani se llevara a los niños arriba, para bañarlos. De todos modos, Molly no podía entender de qué hablaban y Ollie solo era un bebé.

– No lo sé -dijo Sarah, pensativa.

Henry le había dicho a Seth que sería importante que ella asistiera a la vista y al juicio. Ahora era crucial cualquier apariencia de respetabilidad que pudieran darle al acusado.

– Voy a necesitarte durante el proceso -dijo sinceramente-, y todavía más después. Podría no estar aquí durante mucho tiempo.

Las lágrimas afloraron a los ojos de Sarah al oír aquellas palabras; se levantó para dejar los platos de los niños en el fregadero. No quería que sus hijos la vieran llorar, ni él tampoco. Pero Seth la siguió hasta donde estaba.

– No me dejes ahora, Sarrie. Te quiero. Eres mi esposa. No puedes dejarme tirado -suplicó.

– ¿Por qué no lo pensaste antes? -preguntó ella en un susurro mientras las lágrimas le caían por las mejillas en aquella preciosa cocina, en aquella casa que adoraba. El problema con su actual situación era que no se trataba de salvar la casa ni su estilo de vida, sino de que estaba casada con un hombre tan corrupto y deshonesto que había destrozado su vida y su futuro y que, ahora, decía que la necesitaba. ¿Y lo que ella necesitaba de él? ¿Y sus hijos? ¿Y si iba treinta años a prisión? ¿Qué pasaría con todos ellos? ¿Qué vida tendrían ella y los niños?

– Estaba construyendo algo para nosotros -explicó Seth con voz apagada, cerca de ella, junto al fregadero-. Lo hacía por ti, Sarah, por ellos. -Con un gesto señaló hacia el piso de arriba-. Supongo que quise hacerlo demasiado rápido, y me estalló en la cara. -Dejó caer la cabeza con aire avergonzado. Pero Sarah veía que la estaba manipulando, del mismo modo que estaba dispuesto a traicionar a su amigo; era más de lo mismo. Todo giraba en torno a él. Los demás podían irse al infierno.

– Intentaste hacerlo de manera deshonesta. Es diferente -le recordó Sarah-. No tiene nada que ver con construir algo para nosotros. Tiene que ver contigo, con llegar a ser un pez gordo y un ganador, sin importar lo que costara, a expensas de todos, incluso de los niños. Si vas treinta años a la cárcel, ni siquiera te conocerán. Te verán de vez en cuando en las visitas. Por todos los santos, igual podrías estar muerto -dijo furiosa. Ya no se sentía solo destrozada y asustada.

– Muchísimas gracias -dijo Seth, con un brillo alarmante en los ojos-. No cuentes con ello. Me gastaré hasta el último centavo para pagar a los mejores abogados que pueda conseguir y apelar una y otra vez, si tengo que hacerlo. -Pero ambos sabían que antes o después tendría que pagar por sus delitos. Esta última vez, él y Sully pagarían por todas las ocasiones en las que habían hecho lo mismo. Se hundirían, juntos, muy hondo, y Sarah no quería que la arrastrara con él, por mucho que le costara-. ¿Qué ha pasado con «para lo bueno y para lo malo»?

– No creo que eso incluya un fraude de valores y treinta años de cárcel -dijo Sarah con voz temblorosa.

– Incluye permanecer al lado de tu marido cuando está hasta el cuello de mierda. Intenté construir una vida para nosotros, Sarah. Una buena vida. Una gran vida. No oí que te quejaras de lo «bueno» cuando compré esta casa y te dejé que la llenaras de arte y antigüedades, cuando te compré montones de joyas, ropa cara, una casa en Tahoe y un avión. No oí que me dijeras que era demasiado.

Sarah no daba crédito a lo que oía. Solo escucharlo le provocaba más náuseas.

– Te dije que era demasiado caro y que estaba preocupada -le recordó-. Lo hacías todo muy deprisa.

Pero ahora, ambos ya sabían cómo. Lo había hecho con ganancias adquiridas fraudulentamente, engañando a los inversores, haciéndoles creer que tenía más de lo que tenía, para que le dieran más dinero para sus arriesgadas inversiones. Por loque ella sabía, probablemente se había quedado con una parte. Al pensarlo ahora, comprendió que era muy posible. No se había detenido ante nada para llegar a la cima, y ahora iba a tener una caída vertiginosa hasta el suelo. Puede que incluso fuera fatal para ella, después de destruir la vida de todos ellos.

– No vi que devolvieras nada ni que intentaras detenerme -le reprochó él.

Sarah lo miró a los ojos.

– ¿Podría haberlo hecho? Lo dudo, Seth. Creo que lo que te impulsó fue la codicia y la ambición, sin importar lo que costara. Cruzaste todos los límites, y ahora todos nosotros tendremos que pagar por ello.

– Seré yo quien irá a la cárcel, no tú, Sarah.

– ¿Y qué esperabas actuando así? No eres un héroe, Seth; eres un estafador. Eso es lo que eres. -Estaba llorando de nuevo.

Seth salió de la habitación, dando un portazo. No quería oírle decir aquello. Quería que le dijera que permanecería a su lado, sin importar lo que pasara. Era mucho pedir, pero creía que lo merecía.

Fue una noche larga y angustiosa para los dos. El se quedó encerrado en su despacho hasta las cuatro, y ella no salió de la habitación de invitados. Finalmente, a las cinco de la mañana, él se echó en la cama y durmió hasta mediodía. Se levantó a tiempo para vestirse para la reunión con su abogado y el FBI. Sarah se había llevado a los niños al parque. Seguía sin coche, después de perder en el terremoto los dos que tenían, pero Parmani tenía su viejo Honda, que utilizaban para hacer recados. Sarah estaba demasiado disgustada hasta para alquilar un coche, y Seth no iba a ir a ningún sitio, así que tampoco había alquilado uno. Estaba encerrado en su casa, demasiado aterrado por su futuro para moverse o salir.

Estaban volviendo del parque cuando Sarah tuvo una idea y le preguntó a Parmani si podía prestarle el coche para hacer un recado. Le pidió que se llevara los niños a casa, para que hicieran la siesta. La dulce nepalesa le dijo que lo cogiera si quería. Sabía que algo iba mal entre ellos, pero no tenía ni idea de qué era y no se le ocurriría preguntarlo. Pensaba que quizá Seth tenía una aventura o que tenían algún problema en su matrimonio. Le habría resultado inconcebible que Seth estuviera a punto de ser procesado y quizá enviado a prisión o que incluso pudieran perder la casa. Por lo que ella sabía, eran jóvenes, ricos y responsables, tal como pensaba exactamente Sarah dos semanas y media atrás. Pero ahora sabía que eran cualquier cosa menos eso. Jóvenes quizá, pero lo de ricos y responsables había salido volando por la ventana, a causa de su terremoto particular. Ahora comprendía que lo habrían pillado antes o después. No se podía hacer lo que él había hecho sin que saliera a la superficie en algún momento. Era inevitable; solo que ella no lo sabía.

Cuando Parmani le dejó el coche, Sarah fue directamente colina abajo hasta Divisadero. Giró a la izquierda en Marina Boulevard y siguió hasta Presidio, más allá de Crissy Field. Había intentado llamar a Maggie al móvil, pero lo tenía desconectado. Ni siquiera sabía si seguiría en el hospital de campaña, pero necesitaba hablar con alguien y no se le ocurría nadie más. No podía, de ninguna manera, contarles a sus padres el desastre que Seth había causado. Su madre se pondría histérica y su padre se enfurecería con Seth. Además, si las cosas se ponían tan mal como temía, sus padres no tardarían en enterarse por la prensa. Sabía que tendría que decírselo antes de que saliera en las noticias, pero todavía no. En aquel momento, lo que necesitaba era una persona sensata y sensible con la que hablar, con quien desahogarse y compartir sus tribulaciones. Sabía, instintivamente, que la hermana Maggie era esa persona.

Sarah se bajó del maltrecho Honda frente al hospital y entró. Estaba a punto de preguntar si la hermana Mary Magdalen seguía trabajando allí cuando la vio dirigiéndose a toda prisa hacia el fondo de la sala, cargada con un montón casi más alto que ella de batas y toallas para cirugía. Sarah se dirigió hacia ella. En cuanto la vio, Maggie la miró sorprendida.

– Cuánto me alegro de verte, Sarah. ¿Qué te trae por aquí? ¿Estás enferma?

Las salas de urgencias de todos los hospitales de la ciudad estaban ya plenamente operativas, aunque el hospital de campaña de Presidio seguía en marcha. Pero no tenían tanto trabajo como unos días atrás.

– No… estoy bien… yo… lo siento… ¿tienes tiempo para hablar?

Maggie vio la expresión de sus ojos y, al instante, dejó la ropa encima de una cama vacía.

– Vamos. ¿Por qué no vamos a sentarnos a la playa un rato? Nos irá bien a las dos. Llevo aquí desde las seis de la mañana.

– Gracias -dijo Sarah en voz baja y la siguió al exterior.

Bajaron por el sendero que llevaba a la playa, charlando de cosas irrelevantes. Maggie le preguntó cómo estaban los oídos de Ollie y Sarah le dijo que bien. Finalmente, llegaron a la playa y se sentaron en la arena. Las dos llevaban vaqueros y el agua de la bahía estaba tranquila y brillante. Hacía un día maravilloso. Era el mes de mayo más bonito que Sarah recordaba, aunque ahora para ella el mundo tenía un aspecto muy negro. En particular el mundo de Seth y suyo.

– ¿Qué te pasa? -preguntó Maggie, amablemente, mirando la cara de la mujer más joven.

Parecía profundamente atribulada y percibía una angustia insondable en sus ojos. Maggie sospechó un problema en su matrimonio. Sarah había insinuado algo cuando le llevó al pequeño con dolor de oído. Pero, aunque no sabía qué era, Maggie veía que había empeorado muchísimo. Sarah parecía destrozada.

– Ni siquiera sé por dónde empezar.

Maggie esperó, mientras Sarah trataba de encontrar las palabras. Antes de conseguirlo, se le llenaron los ojos de lágrimas, que empezaron a caer por sus mejillas. No hizo nada para secarlas, mientras la discreta monja permanecía sentada junto a ella y rezaba en silencio. Rezaba para que se aliviara la carga que Sarah llevaba en el corazón.

– Es Seth… -empezó finalmente, y Maggie no se sorprendió-. Ha pasado algo terrible… no… Ha hecho algo terrible… algo que está muy mal… y lo han pillado.

Maggie no podía imaginar ni de lejos de qué se trataba; se preguntó si Seth habría tenido una aventura de la que Sarah acababa de enterarse, o que quizá ya sospechara antes.

– ¿Te lo ha dicho él mismo? -preguntó Maggie, con dulzura.

– Sí. La noche del terremoto, cuando llegamos a casa, y al día siguiente. -La miró, escrutando sus ojos, antes de contarle toda la historia; sabía que podía confiar en ella. Maggie guardaba los secretos de todo el mundo; solo los compartía con Dios, cuando rezaba-. Ha hecho algo ilegal… transfirió a sus fondos de alto riesgo unas cantidades que no debería haber transferido. Iba a trasladarlas de nuevo pero, con el terremoto, todos los bancos estaban cerrados, así que el dinero se quedó allí. Sabía que lo descubrirían antes de que los bancos volvieran a abrir.

Maggie no dijo nada, pero estaba aturdida. Estaba claro que era un problema mucho mayor de lo que había pensado.

– ¿Y lo han descubierto?

– Sí -asintió Sarah, abatida-. Lo han hecho. En Nueva York. El lunes, después del terremoto. Informaron a la SEC, y ellos contactaron con el FBI, aquí. Se ha abierto una investigación y probablemente habrá una acusación ante el gran jurado y un proceso. -Fue directa al grano-. Si lo declaran culpable, podrían condenarlo a treinta años de prisión en el peor de los casos, o tal vez menos. Está pensando en vender al amigo que lo ayudó a hacerlo y al que también están investigando en Nueva York. -Entonces, rompió a llorar con más fuerza y alargó la mano para coger la de la monja-.Maggie… ni siquiera sé quién es. No es el hombre que creía que era. Es un estafador y un farsante. ¿Cómo ha podido hacernos esto?

– ¿Sospechabas algo? -Maggie parecía preocupada por ella. Era una historia realmente terrible.

– Nada. Nunca. Pensaba que era honrado; creía que era increíblemente inteligente y que tenía mucho éxito. Pensaba que gastábamos demasiado, pero él decía que el dinero era para gastarlo. Ya ni siquiera sé si era nuestro dinero o no. Solo Dios sabe qué más hizo. O qué sucederá ahora. Seguramente perderemos nuestra casa… pero lo peor es que lo he perdido a él. Ya es un hombre condenado. Nunca conseguirá salir de esta. Pero quiere que lo apoye y que me quede con él. Dice que a eso me comprometí: «para lo bueno y para lo malo». ¿Qué nos pasará a mí y a los niños si él va a prisión?

Maggie pensó que Sarah era joven y que, en cualquier caso, podría empezar su vida de nuevo. Pero no cabía duda de que era horrible que las cosas acabaran así con Seth, si es que acababan. Le parecía aterrador incluso a ella, pese a lo poco que sabía.

– ¿Quieres apoyarlo, Sarah?

– No lo sé. No sé qué quiero ni qué pienso. Lo quiero, pero ya no estoy segura de a quién quiero, ni de con quién he estado casada cuatro años, ni a quién estuve conociendo durante dos años, antes de eso. Es un farsante. ¿Y si no puedo perdonarlo por lo que ha hecho?

– Esa es otra cuestión -dijo Maggie, sensatamente-. Puedes perdonarlo, pero decidir no quedarte con él. Tienes derecho a decidir a quién, qué y cuántas penalidades estás dispuesta a aceptar en tu vida. El perdón es un asunto totalmente diferente y estoy segura de que, con el tiempo, lo perdonarás. Probablemente es demasiado pronto para que tomes cualquier decisión importante. Necesitas reflexionar y ver cómo te sientes. Puede que, al final, decidas quedarte con él o puede que no. No tienes que tomar esa decisión en este preciso momento.

– Él dice que sí-afirmó Sarah, acongojada y confusa.

– No es él quien tiene que decirlo. Eres tú. Te está pidiendo demasiado, después de lo que ha hecho. ¿Las autoridades han ido a verlo ya?

– El FBI está con él en estos momentos. No sé qué pasará a continuación.

– Tendrás que esperar a ver.

– No estoy segura de qué le debo, o qué me debo a mí misma y a mis hijos. No quiero hundirme con él ni estar casada con un hombre que estará en prisión veinte o treinta años, o aunque solo fueran cinco. No sé si podría hacerlo. Tal vez acabaría odiándolo por esto.

– Espero que no, Sarah, decidas lo que decidas. No tienes por qué odiarlo, eso solo te envenenaría a ti. Tiene derecho a tu compasión y a tu perdón, pero no a arruinar tu vida o la de tus hijos.

– ¿Le debo esto, como esposa? -Los ojos de Sarah eran pozos insondables de dolor, confusión y culpa, y Maggie sintió una profunda lástima por ella; por los dos, en realidad. Estaban en un lío espantoso y, dejando de lado lo que él hubiera hecho, sospechaba, acertadamente, que Seth no estaba mejor que su esposa.

– Le debes comprensión, piedad y compasión, no tu vida, Sarah. Eso no puedes dárselo, hagas lo que hagas. Pero la decisión de apoyarlo o no es totalmente tuya, sin importar lo que él diga. Si crees que es lo mejor para ti y para tus hijos, tienes derecho a marcharte. Lo único que le debes ahora es el perdón. El resto es decisión tuya. Pero ten en cuenta que el perdón trae consigo un asombroso estado de gracia. Solo eso acabará siendo una bendición para los dos.

Maggie trataba de darle un consejo práctico, teñido de sus personales y poderosas creencias basadas enteramente en la misericordia, el perdón y el amor. El espíritu mismo de Cristo resucitado.

– Nunca lie estado en una situación como esta-reconoció Maggie abiertamente-. No quiero darte un consejo equivocado. Solo te digo lo que pienso. Lo que hagas es decisión tuya. Pero tal vez sea demasiado pronto para que decidas. Si lo quieres, ya es mucho. Pero cómo se manifieste ese amor al final y cómo lo expreses, será decisión tuya. Puede que sea mejor para ti y para tus hijos que, al final, te separes de él. Tiene que pagar por sus errores, y parece que fueron unos errores muy grandes. Pero tú no tienes por qué pagarlos. Sin embargo, hasta cierto punto, lo harás de todos modos. No será fácil para ninguno de los dos, decidas lo que decidas.

– Ya no lo es ahora. Seth dice que probablemente perderemos la casa. Podrían embargarla. O quizá deba venderla para pagar a los abogados.

– ¿Adonde irías? -preguntó Maggie, mirándola preocupada. Era evidente que Sarah se sentía perdida, y esta era la razón de que hubiera ido a verla-. ¿Tienes familia aquí?

Sarah negó con la cabeza.

– Mis padres se mudaron a las Bermudas. No puedo irme a vivir con ellos; está demasiado lejos. Y tampoco quiero quitarle los niños a Seth. Además, no quiero decirles nada todavía. Supongo que si perdemos la casa, podría alquilar un piso pequeño, y tendría que conseguir un trabajo. No trabajo desde que nos casamos, porque quería quedarme en casa con los niños, y ha sido estupendo. Pero no creo que tenga otra opción. Encontraré trabajo si tengo que hacerlo. Tengo un máster en Administración de Empresas. Así es como Seth y yo nos conocimos, en la Escuela de Negocios de Stanford.

Maggie sonrió, pensando que, sin ninguna duda, Seth había hecho un mal uso de su título superior en ciencias empresariales. Pero, por lo menos, Sarah tenía la suficiente formación para conseguir un buen empleo y mantener a los niños, si era necesario. Pero no se trataba de eso. La gran incógnita era su matrimonio y el futuro de Seth si lo procesaban, lo cual parecía seguro. Y si al final lo condenaban, lo que según Sarah también era probable.

– Creo que necesitas tomarte un tiempo, si puedes hacerlo, y ver qué pasa. No hay ninguna duda de que Seth ha cometido un error terrible y solo tú sabes si puedes perdonarlo y si quieres seguir con él. Reza, Sarah -la instó-. Las respuestas siempre acaban llegando. Lo verás claramente, quizá antes de lo que piensas. -Tal vez incluso antes de lo que querría. Maggie recordó que, a menudo, cuando rezaba pidiendo claridad en alguna situación determinada, las respuestas eran más rotundas y evidentes de lo que quería, en particular si no le gustaban. Pero eso no se lo dijo a Sarah.

– Dice que me necesitará en el juicio -dijo Sarah, con amargura-. Estaré allí, por él. Creo que se lo debo. Pero será espantoso. Aparecerá en la prensa como un delincuente. -En realidad, lo era, y ambos lo sabían-. Es demasiado humillante.

– No dejes que el orgullo decida por ti, Sarah -le advirtió Maggie-. Actúa con amor. Si lo haces, la bendición os alcanzará a todos. Esto es lo que realmente quieres: la respuesta acertada, la decisión acertada, un buen futuro para ti y para tus hijos, tanto si esto incluye a Seth como si no. Siempre tendrá a sus hijos; es su padre, sin importar dónde acabe. La cuestión es si te tendrá a ti. Y lo más importante, si tú quieres tenerlo a él.

– No lo sé. No sé quién es «él». Siento como si estos seis últimos años hubiera estado enamorada de un espejismo. No tengo ni idea de quién es en realidad. Es el último hombre del planeta del que habría esperado que cometiera un fraude.

– Nunca se sabe -dijo Maggie, mientras seguían mirando hacia la bahía-. La gente hace cosas extrañas. Incluso personas que creemos conocer y amar. Rezaré por ti -prometió-. Y reza tú también, si puedes. Ponlo en manos de Dios. Deja que El intente ayudarte a encontrar una solución.

Sarah asintió y se volvió hacia ella con una leve sonrisa.

– Gracias. Sabía que me ayudaría hablar contigo. Todavía no sé qué haré, pero me siento mejor. Cuando he venido a verte, estaba a punto de darme un ataque.

– Ven a verme cuando quieras, o llámame. Todavía estaré aquí un tiempo. -Seguía habiendo mucho que hacer para ayudar a todos aquellos que se habían quedado sin casa por el terremoto y que tendrían que vivir en Presidio muchos meses. Era un campo fértil de actividad para ella y estaba en armonía con su misión como monja. Llevaba amor, paz y consuelo a todo lo que tocaba-. Sé misericordiosa -fueron sus últimas palabras de consejo para Sarah-. La misericordia es algo importante en la vida. Aunque esto no significa que tengas que quedarte con él ni renunciar a tu vida por él. Pero, una vez que tomes una decisión, cualquiera que sea, tienes que ser compasiva y bondadosa con él y contigo misma. El amor no significa que debas permanecer con él, solo significa que tienes que ser compasiva. Ahí es donde la gracia entra en juego. Lo sabrás cuando llegue el momento.

– Gracias -dijo Sarah, abrazándola, cuando estaban de nuevo delante del hospital-. Seguiré en contacto.

– Rezaré por ti -le aseguró Maggie y le dijo adiós con un gesto y una cariñosa sonrisa mientras Sarah se alejaba en el coche. El rato que habían pasado juntas era justo lo que Sarah necesitaba.

Bajó por Marina Boulevard en el coche de Parmani y fue hacia el sur, colina arriba, a Divisadero. Se detuvo justo cuando se marchaban los dos agentes del FBI; agradeció no haber estado allí. Esperó hasta que se alejaron y luego entró. Henry estaba recapitulando con Seth. Esperó hasta que también él se fue y luego entró en el despacho de Seth.

– ¿Dónde estabas? -preguntó él, totalmente exhausto.

– Necesitaba tomar un poco el fresco. ¿Cómo ha ido?

– Bastante mal -afirmó con expresión grave-. No se andan con miramientos. Formularán los cargos la semana que viene. Va a ser muy duro, Sarah. Habría estado bien que te hubieras quedado aquí hoy. -Sus ojos estaban llenos de reproches.

Sarah no lo había visto nunca tan necesitado. Recordó lo que Maggie le había dicho y se esforzó por sentir compasión por él. No importaba lo que le hubiera hecho a ella, indirectamente; Seth estaba en un lío espantoso. Sintió lástima por él, más que antes de ir a ver a Maggie.

– ¿El FBI quería verme? -preguntó, preocupada.

– No. Tú no tienes nada que ver con esto. Les he dicho que no sabías nada. No trabajas para mí. Y no pueden obligarte a testificar en mi contra; eres mi esposa. -Sarah pareció tranquilizarse-. Solo me habría gustado que estuvieras aquí, conmigo.

– Estoy aquí, Seth. -De momento, por lo menos. Era lo máximo que podía hacer.

– Gracias -dijo él en voz baja.

Sarah salió de la estancia y fue arriba, a ver a sus hijos. Seth no le dijo nada más y, en cuanto ella se hubo marchado, hundió la cara entre las manos y se deshizo en llanto.

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