Maggie voló a Los Ángeles, el fin de semana del día de los Caídos en la Guerra, después de conocerse la sentencia de Seth, para asistir al concierto de Melanie. Intentó que Sarah fuera con ella, pero no quiso. Iba a llevar a los niños a ver a Seth en su nuevo hogar, la cárcel. Era la primera vez que iban a visitarlo desde que se marchó, así que sería perturbador; todos tendrían que adaptarse a la situación.
Varias veces, Everett le había preguntado a Maggie qué tal estaba Sarah y ella le había dicho que, técnicamente, bien. Cumplía con sus obligaciones, iba a trabajar, cuidaba de los niños, pero estaba, comprensiblemente, muy deprimida. Iba a ser necesario tiempo, quizá incluso mucho tiempo, para que se recuperara de lo que había pasado. Era como si en su vida y en su matrimonio hubiera caído una bomba atómica. Aunque los trámites para el divorcio seguían adelante, como estaba previsto.
Everett recogió a Maggie en el aeropuerto y la llevó al pequeño hotel donde se alojaría. Tenía una cita con el padre Callaghan por la tarde; dijo que hacía siglos que no lo veía. El concierto no era hasta el día siguiente. Everett la dejó en el hotel y se marchó para ocuparse de un reportaje que le habían encargado. Sus artículos sobre el proceso eran tan impresionantes que Time acababa de hacerle una oferta de trabajo, y AP quería que volviera con ellos. Ahora llevaba dos años en rehabilitación y se sentía firme como una roca. Le dio a Maggie su insignia de los dos años para que la guardara junto con la que ya le había entregado, para darle suerte. Ambas eran preciosas para ella y las llevaba consigo en todo momento.
Cenaron con Melanie, Tom y Janet. Melanie y Tom comentaron que acababan de celebrar su primer aniversario y Janet parecía más relajada de lo que Maggie había esperado. Había conocido a un hombre y lo pasaba bien con él. Estaba en el negocio musical y tenían mucho en común. Además, parecía haberse adaptado a que Melanie tomara sus decisiones, aunque Everett nunca lo habría creído posible. Melanie estaba a punto de cumplir veintiún años y durante el último año había demostrado cuánto valía.
Iba a hacer una breve gira de conciertos durante el verano, cuatro semanas, en lugar de nueve o diez, y solo a ciudades importantes. Tom se había tomado dos semanas de vacaciones para ir con ella. Melanie se había comprometido con el padre Callaghan para volver a México en septiembre, aunque esta vez solo pensaba quedarse un mes. No quería estar lejos de Tom demasiado tiempo. La joven pareja sonreía y parecía feliz. Everett les hizo un montón de fotos durante la cena, además de una de Melanie con su madre y otra de Melanie con Maggie. Melanie decía que Maggie era la responsable de que hubiera cambiado de vida, ya que la había ayudado a madurar y a ser quien quería ser, aunque lo dijo cuando su madre no la oía. El aniversario del terremoto de San Francisco había llegado y había pasado, a principios de mayo. Era un suceso que todos recordarían con terror pero también con afecto. A todos ellos les habían pasado cosas buenas, como consecuencia del seísmo, aunque tampoco habían olvidado el trauma que habían sufrido. Maggie comentó que también este año se había celebrado la gala benéfica de los Smallest Angels, pero que Sarah no se había encargado de ella y tampoco había asistido. Estaba demasiado ocupada con los problemas legales de Seth, pero Maggie confiaba en que la organizara de nuevo al año siguiente. Todos estaban de acuerdo en que había sido un éxito hasta que se produjo el terremoto.
Everett y Maggie se quedaron hasta más tarde de lo habitual en la cena en casa de Melanie. Era una velada relajada y divertida; más tarde, Everett y Tom jugaron al billar. Tom le contó a Everett que Melanie y él estaban pensando en irse a vivir juntos. La situación era un poco violenta si ella seguía viviendo con su madre; aunque Janet se había ablandado un poco, no era ningún ángel. Aquella noche bebió demasiado y, pese a estar saliendo con alguien, Everett supo que se le habría insinuado de no estar Maggie allí. Podía entender fácilmente por qué Tom y Melanie querían tener un lugar para ellos. Era hora de que Janet también madurara y saliera al mundo sola, sin esconderse detrás de las faldas y la fama de Melanie. Era un tiempo de crecimiento para todos ellos.
Everett y Maggie charlaron relajadamente de camino al hotel; como siempre, le encantaba estar con ella. Hablaron de la joven pareja y se alegraron por ellos. Cuando llegaron al hotel, Maggie bostezaba y estaba medio dormida. Everett la besó con dulzura y la acompañó hasta su puerta rodeándola con el brazo.
– Por cierto, ¿cómo ha ido la reunión con el padre Callahan? -Había olvidado preguntárselo y le gustaba estar al tanto de lo que hacía cada día-. Espero que no te marches tú también a México -bromeó.
Ella negó con la cabeza, bostezando de nuevo.
– No. Trabajaré para él aquí -dijo adormilada y se acurrucó contra Everett antes de entrar.
– ¿Aquí? ¿En Los Ángeles? -Estaba confuso-. ¿O quieres decir en San Francisco?
– No, quiero decir aquí. Necesita alguien que se encargue de la misión mientras él está en México, cuatro o seis meses al año. Después ya decidiré qué haré. Quizá quiera que me quede con él, si hago un buen trabajo.
– Espera un momento. -Everett se quedó mirándola fijamente-. Explícame esto. ¿Vas a trabajar en Los Ángeles entre cuatro y seis meses? ¿Qué ha dicho la diócesis o todavía no se lo has contado? -Sabía que eran bastante tolerantes en cuanto a permitirle que hiciera trabajo de campo siempre que quería.
– Hummm… sí que se lo he dicho -dijo rodeándole la cintura con los brazos.
Everett seguía confuso.
– ¿Y están dispuestos a dejarte que vengas a trabajar aquí? -Sonreía. Le encantaba la idea y veía que a ella también-. Es asombroso. No pensaba que fueran tan generosos como para dejar que te marcharas a otra ciudad, así sin más.
– Ya no tienen ni voz ni voto en esto -dijo, en voz baja.
El la miró a los ojos.
– ¿Qué estás diciendo, Maggie?
Ella respiró hondo y lo abrazó con fuerza. Había sido lo más difícil que había hecho nunca. No había hablado de ello con nadie de fuera de la Iglesia, ni siquiera con él. Era una decisión que tenía que tomar por sí misma, sin que él la presionara en absoluto-. Me liberaron de mis votos hace dos días. No quería decir nada hasta estar aquí.
– ¡Maggie!… ¿Maggie?… ¿Ya no eres monja? -Se quedó mirándola sin acabar de creerlo.
Ella negó con la cabeza, con tristeza, luchando por contener las lágrimas.
– No, no lo soy. Ya no sé qué soy. Tengo una crisis de identidad. Llamé al padre Callaghan pidiéndole trabajo para poder venir aquí, si tú me quieres. Aparte de eso, no sé qué podría hacer. -Se echó a reír a través de las lágrimas-. Además, soy la virgen más vieja del planeta.
– ¡Oh, Maggie, te quiero!… ¡Dios mío, eres libre!
Ella asintió y Everett la besó. Ya no tenían que sentirse culpables. Podían explorar todo lo que sentían el uno por el otro. Podían casarse y tener hijos. Podía ser su esposa, si lo deseaban, o no, si lo preferían. Ahora podían elegir lo que quisieran.
– Gracias, Maggie -dijo muy sinceramente-. Gracias con todo mi corazón. No creía que pudieras hacerlo y no quería presionarte, pero me he estado muriendo de preocupación todos estos meses.
– Lo sé. Yo también. Quería hacerlo bien. Ha sido algo muy difícil para mí.
– Lo sé -afirmó y la besó de nuevo. Seguía sin querer darle prisa. Sabía que sería muy duro para ella adaptarse a no ser monja. Llevaba veintiún años en órdenes religiosas, casi la mitad de su vida. Pero no podía dejar de pensar en el futuro. Lo mejor era que su futuro empezaba ahora-. ¿Cuándo puedes mudarte aquí?
– En cuanto tú quieras. El alquiler del piso se paga por meses.
– Mañana -dijo él, con aire extasiado. Se moría de ganas de llegar a casa y llamar a su padrino, que le había aconsejado que mirara en CODA, un grupo de trabajo en doce pasos, para gente codependiente, dado que le parecía que Everett se aferraba demasiado a Maggie, y ella era inaccesible. ¿Qué podía haber menos accesible que una monja? ¡Pero ahora la monja era suya!-. La semana que viene te ayudaré con la mudanza, si quieres.
Ella se echó a reír.
– Probablemente no llenaré ni dos maletas; además, ¿dónde iba a vivir? -Todavía no había organizado nada; todo era tan reciente… Solo llevaba fuera de su orden religiosa dos días y había conseguido el trabajo aquella misma tarde. Todavía no había tenido tiempo de pensar en un piso.
– ¿Estarías dispuesta a vivir conmigo? -preguntó él, con cautela, todavía delante de la habitación del hotel. Estaba resultando ser la mejor noche de su vida y, seguramente, también para ella.
Pero Maggie negó con la cabeza en respuesta a su pregunta. Había algunas cosas que no estaba dispuesta a hacer.
– No, a menos que estemos casados -argumentó en voz baja. No quería presionarlo, pero tampoco quería vivir con un hombre fuera del matrimonio. Iba en contra de todos sus principios; además resultaba demasiado moderno para ella. Oficialmente, solo estaba fuera, en el mundo, desde hacía dos días; de ninguna manera estaba dispuesta a aceptar vivir en pecado con él, por muy feliz que se sintiera.
– Eso tiene fácil arreglo -respondió él sonriendo-. Solo estaba esperando a que fueras libre. Maggie, ¿quieres casarte conmigo? -Hubiera querido hacerlo de una forma más elegante, pero no podía esperar. Ya habían esperado demasiado tiempo a que ella se decidiera y consiguiera la libertad.
Ella asintió, con una amplia sonrisa, y pronunció la palabra que él llevaba tanto tiempo esperando.
– Sí.
La cogió entre sus brazos, la levantó en el aire, la besó y la dejó de nuevo en el suelo. Hablaron unos momentos más y luego ella entró en su habitación, sonriendo. El se marchó, prometiendo que la llamaría a primera hora de la mañana, o quizá incluso cuando llegara a casa. Su vida entera empezaba ahora. Nunca había creído que ella llegara a hacerlo, ¡pensar que era un terremoto lo que los había unido! Era una mujer tan valiente… Sabía que siempre estaría agradecido porque Maggie quisiera ser suya.
El concierto del día siguiente fue fantástico. Melanie hizo una actuación fabulosa. Maggie nunca la había visto en un concierto importante, solo en la gala benéfica, en un lugar mucho más pequeño. Everett le había hablado de los conciertos de Melanie y ella tenía todos sus CD. Melanie se los había enviado después del terremoto, pero seguía sin estar preparada para la increíble experiencia de verla sobre el escenario y oírla cantar en un espacio tan grande. Se quedó boquiabierta; además, fue una actuación particularmente buena.
Maggie estaba en la primera fila, con Tom, mientras Everett hacía su trabajo para Scoop. Había decidido aceptar el trabajo en la revista Time, pero todavía tenía que decirlo en Scoop. De repente, todo cambiaba en su vida y, asombrosamente, todos los cambios eran buenos.
Maggie y Everett cenaron con Tom y Melanie después del concierto, y Everett insistió para que Maggie les diera la noticia. Al principio, ella se sentía cohibida, pero luego les contó que Everett y ella se iban a casar. Todavía no habían fijado la fecha, pero se habían pasado la tarde haciendo planes. Maggie no se veía celebrando una gran boda, ni siquiera una pequeña. Había propuesto que los casara el padre Callaghan, en cuanto ella se trasladara a Los Ángeles. En tanto que ex monja, no le parecía bien armar mucho revuelo. Dijo que era demasiado vieja para llevar un vestido blanco y que el día que hizo sus votos le pareció una primera boda. Lo importante era que iban a casarse; cómo y cuándo le parecía mucho menos relevante. Solo era el símbolo definitivo de su vínculo con Everett y de una unión sagrada. Afirmó que lo único que necesitaba era a su esposo -el Dios al que había servido toda la vida-, y un sacerdote.
Tom y Melanie estaban entusiasmados por ellos, aunque la joven se había quedado totalmente estupefacta.
– ¿Ya no eres monja? -Abrió los ojos como platos; por un momento pensó que le estaban tomando el pelo, pero luego comprendió que no era así-. ¡Vaya! ¿Qué ha pasado?
Nunca había sospechado siquiera que hubiera algo entre ellos, pero ahora lo veía. También veía lo felices que eran, lo orgulloso que estaba Everett y lo tranquila que estaba Maggie. Con su difícil decisión, había alcanzado aquello de lo que siempre hablaba: un estado de gracia en el que lo que iban a hacer le parecía algo bueno y hacía que se sintiera bendecida. Era un nuevo capítulo en su vida. El viejo se cerraba lentamente. Miró a Everett, mientras Tom servía champán para él, Melanie y Maggie. Everett le sonrió con una sonrisa que iluminó el mundo de Maggie, como nada ni nadie podría haber iluminado.
– ¡Por el terremoto de San Francisco! -dijo Tom levantando la copa para brindar por la feliz pareja.
A él le había dado a Melanie y, al parecer, había hecho lo mismo para otros. Algunos habían ganado. Otros habían perdido. Algunos habían perdido la vida. Otros se habían trasladado. Sus vidas se habían visto sacudidas, bendecidas y cambiadas para siempre.