Capítulo 8

El lunes por la mañana, la tensión en casa de Seth y Sarah, en Divisadero, era palpable y asfixiante. Como hacía cada día desde el terremoto, Seth probó todos los teléfonos de la casa, todos los móviles, los teléfonos de los coches, incluso su Black-Berry, sin resultado. San Francisco estaba completamente aislada del mundo. Los helicópteros seguían zumbando en el cielo, volando bajo para hacer comprobaciones e informar a los servicios de emergencias. Seguían oyéndose sirenas por toda la ciudad. Si podían, todos se quedaban en casa, ya que las calles parecían las de una ciudad fantasma. Pero en el interior de la casa reinaba una sensación de catástrofe inminente. Sarah se mantenía alejada de Seth, ocupada con sus hijos. Seguían las rutinas habituales, pero ella y Seth apenas se dirigían la palabra. Lo que él le había confesado la había escandalizado tanto que prefería guardar silencio.

Sirvió el desayuno a los niños; las provisiones de comida estaban disminuyendo. Después, jugó con ellos en el jardín y los empujó en el columpio que habían instalado allí. A Molly le parecía divertido que el árbol se hubiera caído. La tos y el dolor de oídos de Oliver habían disminuido gracias a los antibióticos que había tomado. Los dos estaban animados, aunque no se podía decir lo mismo de sus padres. Parmani y Sarah les prepararon sandwiches de mantequilla de cacahuete y jalea para almorzar, con plátanos cortados en rodajas, y luego los acostaron para que durmieran la siesta. La casa estaba tranquila cuando Sarah fue finalmente a ver a Seth a su estudio. Tenía la cara descompuesta y la mirada perdida, absorto en sus pensamientos.

– ¿Estás bien?

Seth ni siquiera se molestó en contestar. Solo se volvió a mirarla, con ojos apagados. Todo lo que había construido para ellos estaba a punto de derrumbarse. Parecía destrozado, sin vida.

– ¿Quieres almorzar? -preguntó ella.

El negó con la cabeza y luego la miró suspirando.

– Entiendes lo que va a pasar, ¿verdad?

– No exactamente -dijo ella en voz baja, y se sentó-. Sé solo lo que me dijiste ayer: que van a auditar los libros de Sully, que descubrirán que el dinero de los inversores ha desaparecido y que seguirán el rastro hasta tus cuentas.

– Se llama robo y fraude de valores. Son delitos federales graves. Por no hablar de los pleitos que desencadenará entre los inversores de Sully, incluso de los míos. Habrá un follón de mil demonios, Sarah. Probablemente durará mucho, muchísimo tiempo. -No había pensado en nada más desde el jueves por la noche, y ella desde el viernes.

– ¿Qué significa eso? Define «follón» -pidió ella con tristeza, pensando que más valía que se enterara de lo que se les echaba encima. También iba a afectarla a ella.

– Un proceso, probablemente. Una acusación ante el gran jurado. Un juicio. Seguramente me declararán culpable y me enviarán a prisión.

Miró el reloj. Eran las cuatro en Nueva York, ya habían pasado cuatro horas del plazo que tenía para devolver el dinero a Sully a tiempo para la auditoría de sus inversores. Era una mierda de suerte que sus respectivas auditorías se realizaran en días tan cercanos, y peor suerte todavía que el terremoto de San Francisco hubiera cerrado todas las comunicaciones y los bancos de la ciudad. Estaban con el agua al cuello y eran un blanco seguro, sin posibilidad de borrar su rastro.

– A estas horas ya habrán pillado a Sully, y en algún momento de esta semana, la SEC pondrá en marcha una investigación de sus libros, y de los míos en cuanto esta ciudad se abra de nuevo. El y yo estamos en el mismo barco. Los inversores empezarán a presentar demandas civiles, por malversación de fondos, robo y fraude. -Luego, como si las cosas pudieran todavía ir a peor, añadió-: Estoy casi seguro de que perderemos la casa y todo lo que tenemos.

– Y entonces, ¿qué? -preguntó Sarah, con voz ronca. No le horrorizaba tanto perder sus propiedades y posesiones como descubrir que Seth era un hombre deshonesto. Un sinvergüenza y un estafador. Lo había conocido y querido durante seis años, y ahora descubría que no lo conocía. No se habría sentido más horrorizada si se hubiera transformado en un hombre lobo ante sus ojos-. ¿Qué pasará conmigo y con los niños?

– No lo sé, Sarah -contestó con franqueza-. Puede que tengas que buscar trabajo.

Ella asintió. Había opciones peores. Estaba más que dispuesta a trabajar si eso los ayudaba, pero si lo condenaban, ¿qué iba a pasar con su vida, con su matrimonio? Y si iba a la cárcel, entonces ¿qué?, y ¿por cuánto tiempo? Ni siquiera podía pronunciar las palabras para preguntárselo, mientras él seguía allí, sentado, cabeceando, con las lágrimas bañándole las mejillas. Lo que más la asustaba era que él parecía pensar solo en sí mismo, no en ellos. ¿Qué iba a pasarles a ella y a sus hijos si él iba a la cárcel?

– ¿Crees que la policía se presentará aquí en cuanto la ciudad se abra de nuevo? -No tenía ni idea de qué les aguardaba. Ni en sus peores pesadillas había imaginado nunca nada como aquello.

– No lo sé. Supongo que empezarán con una investigación de la SEC. Pero podría ponerse muy feo rápidamente. En cuanto abran los bancos, el dinero estará allí y yo estaré jodido.

Sarah asintió, esforzándose por no perderse ni una palabra, intentando recordar lo que él había dicho.

– Me contaste que Sully y tú lo habíais hecho antes. ¿Muchas veces? -Tenía la mirada sombría y la voz ronca. Seth había sido deshonesto no solo esta vez, sino quizá durante varios años.

– Unas pocas. -Parecía tenso al responder.

– ¿Cuántas son unas pocas? -Quería saberlo.

– ¿Acaso ahora importa? -Ella vio cómo se le tensaba un músculo en la mandíbula-. Tres… quizá cuatro. El me ayudó a montarlo. La primera vez que lo hice fue justo después de empezar, para darnos un pequeño empujón y lograr que los inversores se interesaran en el fondo. Era como montar un escaparate, para tener buen aspecto. Funcionó… así que lo hice de nuevo. Atrajimos a los grandes inversores, porque pensaron que teníamos todo ese dinero en el banco.

Les había mentido, engañado, había cometido un claro fraude. A Sarah le resultaba inconcebible; ahora entendía su rápido y asombroso éxito. El chico prodigio del que todos hablaban era un embustero y un ladrón, un timador. Pero lo más horrible era que ella estaba casada con él. La había engañado también a ella. Nunca había querido aquellos lujos excesivos que él le ofrecía. No los necesitaba. Al principio, incluso le preocupaban. Pero Seth insistió en que estaba ganando dinero a espuertas y que merecían todos aquellos caprichos y el fabuloso estilo de vida que él le proporcionaba. Casas, joyas, coches de lujo, el avión. Y lo había construido todo con dinero conseguido fraudulentamente. Ahora estaban a punto de pillarlo y todo aquello por lo que había trabajado desaparecería, y también desaparecería de su vida.

– ¿También tenemos problemas con Hacienda? -preguntó, presa del pánico. Si era así, podía verse implicada ya que habían presentado declaraciones conjuntas. ¿Qué pasaría con sus hijos si ella iba a la cárcel? La mera idea la horrorizaba.

– No -la tranquilizó él-. Nuestras declaraciones de la renta están limpias como una patena. Yo no te haría algo así.

– ¿Por qué no? -preguntó con los ojos anegados en lágrimas, que se desbordaron por sus mejillas. Estaba abrumada. El terremoto que había golpeado la ciudad era una nimiedad comparado con lo que estaba a punto de pasarles a ellos-. Has hecho todo lo demás. Te has puesto en peligro y vas a arrastrarnos contigo.

No podía ni siquiera imaginar qué iba a decirles a sus padres. Se quedarían horrorizados y profundamente avergonzados cuando todo aquello llegara a los periódicos. No habría manera de mantenerlo en secreto. Ya podía ver los titulares de los noticiarios, y más todavía si lo condenaban y lo encarcelaban. Iba a ser un verdadero festín para la prensa. Había subido tan alto que más dura iba a ser la caída. Se dijo que era fácil predecirlo; se levantó y caminó por la habitación.

– Necesitamos un abogado, Seth, uno bueno de verdad.

– Yo me ocuparé de eso -respondió él, observándola mientras ella, de pie, miraba por la ventana.

El terremoto había tirado las macetas de las ventanas de los vecinos y seguían caídas por toda la acera; la tierra y las flores estaban esparcidas por todas partes. Todos ellos se habían marchado al refugio de Presidio cuando la chimenea se hundió y atravesó el tejado; nadie se había ocupado de recoger nada. Iba a haber mucho que limpiar en la ciudad. Pero no sería nada comparado con el desastre al que Seth tendría que enfrentarse.

– Lo siento, Sarah -susurró.

– Yo también -dijo ella, volviéndose a mirarlo-. No sé si significa algo para ti, Seth, pero te quiero. Te quiero desde el momento en que te vi. Y todavía te quiero, incluso después de esto. No sé dónde iremos a partir de ahora. Ni siquiera si iremos a alguna parte.

No se lo dijo, pero no sabía si podría llegar a perdonarlo por haberse portado de forma tan deshonesta y tener tan poca integridad. Había sido una revelación horrorosa sobre el hombre al que amaba. Si en realidad era tan diferente del hombre que había creído que era, ¿de quién se había enamorado? Ahora le parecía un extraño, y de hecho lo era.

– Yo también te quiero -afirmó él, abatido-. Lo siento mucho. Nunca pensé que llegáramos a esto. No creí que nos atraparan. -Lo dijo como si hubiera robado una manzana de un puesto en la calle, o no hubiera devuelto un libro a la biblioteca.

Sarah estaba empezando a preguntarse si realmente se daba cuenta de lo importante que era aquello.

– No se trata de eso. No es solo que te atrapen. Se trata de quién eres y en qué estabas pensando cuando montaste ese chanchullo. El riesgo que corriste. La mentira que vivías. Las personas a las que estabas dispuesto a mentir y perjudicar, no solo a tus inversores, sino también a mí y a nuestros hijos. También ellos sufrirán las consecuencias. Si vas a la cárcel, tendrán que vivir con ello el resto de su vida, sabiendo lo que hiciste. ¿Cómo van a respetarte cuando crezcan? ¿Qué les dice esto de ti?

– Les dice que soy humano y que cometí un error -dijo con tristeza-. Si me quieren me perdonarán, y tú también.

– Tal vez no sea tan sencillo. No sé cómo te recuperas de algo así, ninguno de nosotros lo sabe. ¿Cómo olvidas que alguien en quien confiabas plenamente resulta ser un embustero, un farsante, un ladrón… un impostor…? ¿Cómo podré volver a confiar en ti?

Seth no dijo nada y siguió sentado, mirándola. No se le había acercado desde hacía tres días. No podía. Sarah había levantado un muro de tres metros de alto entre los dos. Incluso en la cama, por la noche, cada uno se había acurrucado en su lado, dejando un amplio espacio vacío entre los dos. El no la tocaba y ella no podía acercarse a él. Estaba demasiado herida y dolida, demasiado desilusionada y decepcionada. Él quería que ella lo perdonara, lo comprendiera, lo apoyara, pero ella no tenía ni idea de si lo haría o de si podría hacerlo alguna vez. Todo aquello la desbordaba.

Casi estaba agradecida de que la ciudad estuviera aislada. Necesitaba tiempo para digerirlo, antes de que el techo se desplomara sobre sus cabezas. Pero también era cierto que de no ser por el terremoto, nada de esto habría sucedido. El habría devuelto el dinero a Sully, para que pudiera amañar sus libros. Luego, en algún momento, lo habrían hecho otra vez, y quizá los habrían pillado más adelante. Habría pasado, antes o después. Nadie era tan listo ni se iba de rositas para siempre tras cometer un delito de esta magnitud. Era tan simple que resultaba patético, y tan deshonesto que dejaba pasmado a cualquiera.

– ¿Vas a dejarme, Sarah?

Para él, aquello sería lo peor. Quería que permaneciera a su lado, aunque no parecía que fuera a hacerlo. Sarah tenía unas ideas extremadamente rígidas sobre la honradez y la integridad. Fijaba unas normas muy exigentes para ella misma y para los demás. Él las había infringido todas. Incluso había puesto en peligro a su familia, lo cual sospechaba que, para ella, sería la gota que colmaría el vaso. Para Sarah, la familia era sagrada. Vivía de acuerdo con los valores en los que creía. Era una mujer de honor, que creía y esperaba lo mismo de él.

– No lo sé -contestó ella sinceramente-. No tengo ni idea de qué voy a hacer. Me cuesta pensar en ello ahora. Lo que has hecho es tan enorme, que no estoy segura de comprenderlo todavía.

Nada de lo sucedido durante el terremoto la había horrorizado tanto como esto. Por su aspecto, parecía que el mundo se hubiera desplomado encima de ella y de sus hijos.

– Espero que no me dejes -dijo él con aspecto triste y vulnerable-. Quiero que te quedes. -La necesitaba. No creía que pudiera hacer frente a aquello solo. Pero comprendía que quizá tendría que hacerlo y, en cierto modo, reconocía que era culpa suya.

– Quiero quedarme -respondió ella, llorando. Nunca se había sentido tan destrozada en toda su vida, excepto cuando creyeron que su pequeña iba a morir. Gracias a Dios, Molly se había salvado. Pero ahora no podía imaginar que nada pudiera salvar a Seth. Incluso si tenía un abogado brillante y negociaban inteligentemente, no podía imaginar que lo declararan inocente, no con las pruebas que les proporcionaría el banco-. La verdad es que no sé si puedo hacerlo -añadió-. Esperemos a ver qué pasa cuando podamos volver a comunicarnos con el mundo. Supongo que la mierda empezará a salpicar muy rápido.

El asintió. Ambos sabían que este tiempo en el que estaban aislados del mundo era como unos días de gracia para ellos. No podían actuar ni reaccionar de ninguna manera. Lo único que podían hacer era esperar. Aumentaba enormemente la tensión de los días posteriores al terremoto, pero Sarah agradecía el tiempo que le daba para pensar. Le resultaba más beneficioso a ella que a Seth, que merodeaba por la casa como un león enjaulado, dándole vueltas a lo que le iba a pasar y preocupándose sin cesar. Estaba desesperado por hablar con Sully y averiguar qué había pasado en Nueva York. Seth comprobaba su BlackBerry constantemente, como si pudiera volver a la vida de repente. Seguía tan muerta como todo lo demás; posiblemente también como su matrimonio.

Igual que habían hecho las tres noches anteriores, se acostaron muy separados en la cama. Seth quería hacerle el amor, por el consuelo que le proporcionaría a él, para tener la seguridad de que ella seguía queriéndolo, pero no se le acercó ni la culpó porque se sintiera como se sentía. Siguió despierto en su lado de la cama, mucho después de que ella se durmiera. En medio de la noche, Oliver se despertó, llorando y tocándose las orejas otra vez. Le estaban saliendo los dientes, así que Sarah no estaba segura de si lo que le dolía eran los oídos o los dientes. Lo acunó en brazos mucho rato, meciéndolo en la amplia y cómoda mecedora que había en su habitación, hasta que, finalmente, el pequeño se durmió de nuevo. No volvió a meterlo en la cuna, sino que se quedó allí, con él en los brazos, mirando la luna y escuchando los helicópteros que vigilaban la ciudad durante la noche. Parecía una zona de guerra y, mientras permanecía allí sentada, comprendió que lo era. Sabía que empezaba una época terrible para ellos. No había manera de evitarlo, cambiarlo, volver atrás. Igual que la ciudad se había visto sacudida hasta los cimientos por el terremoto, también su vida se había venido abajo o estaba a punto de hacerlo. Se había desplomado desde lo alto, había chocado contra el suelo y se había hecho añicos.

Pasó el resto de la noche en la mecedora, con Ollie en los brazos, sin volver a la cama. Era incapaz de acostarse junto a Seth; quizá no podría nunca más. Al día siguiente, se trasladó a la habitación de invitados.

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