Capítulo 14

Tom volvió a ver a Melanie varias veces. Salían a cenar, al cine y descansaban en la piscina, pese a la evidente desaprobación de Janet, que apenas le hablaba, aunque él era extremadamente cortés con ella. Una vez, llevó a su hermana para que conociera a Melanie. Los tres hicieron una barbacoa junto á la piscina y lo pasaron en grande. A la hermana de Tom le impresionó mucho Melanie, por lo sencilla, abierta, amable y comprensiva que era. No había nada en su actitud que hiciera pensar que era una estrella. La verdad era que actuaba como cualquier chica de su edad. Le hizo muchísima ilusión que los invitara al concierto en el Hollywood Bowl, en junio.

Todavía no se habían acostado. Habían decidido tomarse las cosas con calma, ver qué pasaba y conocerse bien primero. Melanie seguía sintiéndose herida a causa de Jake, y Tom no la apremiaba. Decía constantemente que tenían tiempo. Siempre lo pasaban bien juntos. El llevaba todas sus películas y CD favoritos, y poco después de que ella conociera a su hermana, Nancy, la invitó a cenar a Pasadena. Melanie encontró adorables a sus padres. Eran auténticos, agradables y cordiales. Tenían conversaciones inteligentes, eran personas instruidas y se notaba que todavía se gustaban; fueron muy respetuosos con ella, y sensibles al hecho de que fuera quien era. No hicieron alharacas, la acogieron como a cualquiera de los amigos de sus hijos… al contrario que Janet, que seguía actuando como si Tom fuera un intruso, o algo peor. Hacía todo lo posible por ser desagradable con él, pero el joven le dijo a Melanie que no le importaba. Comprendía que Janet lo viera como una amenaza y que pensara que no era el tipo de hombre con el que debía salir su hija, en particular si quería que los tabloides y la prensa se ocuparan de ella, que era lo que Janet quería. Melanie se disculpaba constantemente por el comportamiento de su madre y, poco a poco, empezó a pasar más tiempo en Pasadena cuando no estaba ensayando.

Tom la acompañó a los ensayos dos veces y se quedó totalmente impresionado por lo profesional que era. Su exitosa carrera no era una casualidad. Era brillante en todos los aspectos técnicos, hacía ella misma los arreglos, escribía algunas de las canciones y trabajaba increíblemente duro. Los dos ensayos a los que Tom asistió, para el concierto en el Hollywood Bowl, se prolongaron hasta las dos de la madrugada, hasta que Melanie creyó que todo estaba perfecto. Los técnicos con los que habló mientras vagaba por allí le dijeron que siempre era así. A veces, trabajaban hasta las cuatro o las cinco de la mañana, y luego quería que estuvieran de nuevo allí a las nueve. Les exigía mucho, pero se exigía más todavía a sí misma. Además, Tom pensaba que tenía una voz de ángel.

Melanie le había dicho que el día del concierto podía llegar temprano y que él y Nancy podían quedarse en su camerino, con ella, hasta que empezara. El le tomó la palabra. Cuando llegaron, se encontraron con que Janet estaba allí, con Melanie, yendo arriba y abajo y dando órdenes e instrucciones. Luego bebió champán y la maquillaron. A veces, los fotógrafos querían que ella también posara. No prestó la menor atención ni a Tom ni a Nancy mientras pudo y luego salió disparada para ir a buscar al peluquero de Melanie, que estaba fuera, fumando con algunos de los músicos. Todos conocían a Tom personalmente y opinaban que era un tipo agradable.

La dejaron media hora antes de que empezara el concierto. Tenían que acabar de maquillarla y debía vestirse. Tom pensó que estaba asombrosamente tranquila, considerando que estaba a punto de actuar ante ochenta mil personas. Era lo que mejor hacía. Iba a presentar cuatro canciones nuevas para ver cómo funcionaban. La gira empezaría pronto. Tom le había prometido que iría a verla siempre que pudiera, aunque empezaba a trabajar en julio y estaba entusiasmado. Iba a trabajar con Bechtel, y le habían prometido que viajaría a otros países. Decía que eso lo mantendría ocupado mientras Melanie no estuviera, y que era mucho mejor que el puesto que había conseguido en San Francisco antes del terremoto. Esta oportunidad le había llegado sin buscarla, a través de unas relaciones de su padre, pero encerraba una importante oportunidad profesional para él. Si les gustaba su trabajo, incluso considerarían la posibilidad de pagarle los estudios en la escuela de negocios.

– Buena suerte, Mel -le susurró antes de salir del camerino-. Estarás fantástica.

Les había dado unos asientos en primera fila. Cuando él se fue, Melanie se metió en un vestido ajustado de satén rojo, comprobó el maquillaje y el peinado y se puso unas sandalias plateadas, con una plataforma altísima. Tenía que cambiar seis veces de vestuario, con un único descanso. Iba a trabajar muy duro.

– Cantaré una de las canciones para ti -le murmuró al oído cuando él la besó-. Sabrás cuál es. Acabo de escribirla. Espero que te guste.

– Te quiero -dijo él. A Melanie se le pusieron los ojos como platos. Era la primera vez que se lo decía, y era todavía más asombroso porque aún no habían hecho el amor. Parecía casi irrelevante en esos momentos; todavía se estaban conociendo, aunque era maravilloso pasar el tiempo juntos.

– Yo también te quiero -respondió.

Él se marchó, justo en el momento en el que entraba su madre, como un huracán, recordándole que tenía menos de veinte minutos, que dejara de tontear y que se preparara. La seguían cuatro fotógrafos, que esperaban fotografiar a Melanie.

Janet la ayudó a subirse la cremallera del vestido y Melanie le dio las gracias. Luego, Pam dejó entrar a los fotógrafos. Janet posó con ella para dos de las fotos. Melanie parecía muy pequeña a su lado. Su madre era una mujer grande y su presencia se imponía dondequiera que estuviera.

En ese momento fueron a buscarla. El concierto estaba a punto de empezar. Corrió hacia el escenario, saltando con agilidad por encima de los cables y el equipo, saludó rápidamente a los músicos, se colocó fuera de la vista del público y cerró los ojos. Respiró lenta y profundamente tres veces. Oyó que le daban la entrada y se movió despacio hasta quedar a la vista, en medio del humo. Cuando este se aclaró, allí estaba ella. Miró al público con la sonrisa más sexy que Tom había visto en su vida y ronroneó un saludo. Aquello no se parecía en nada a los ensayos ni ella a la chica que él había llevado a cenar a su casa, en Pasadena. Cuando Melanie conquistaba al público cantando con todo el corazón, haciendo que las vigas del techo casi temblaran, era, en todas y cada una de las fibras de su ser, una estrella. Las luces eran demasiado intensas para que viera a Tom y a su hermana entre el público. Pero, en su corazón, sentía que estaba allí y, esa noche, cantaba para él.

– ¡Guau! -exclamó Nancy tocándole el brazo a su hermano, que se volvió hacia ella con una sonrisa-. ¡Es increíble!

– Sí que lo es -afirmó él, orgulloso.

No pudo apartar los ojos de ella hasta el descanso; entonces corrió hasta su camerino para verla y decirle lo fabulosa que era. Le emocionaba estar allí, con ella, y le entusiasmaba su actuación. Apenas lograba expresar lo maravillosa que le parecía. Melanie pensó que era muy distinto salir con alguien que no fuera del sector del espectáculo. Tom nunca sentía celos. Se besaron rápidamente y él volvió a su asiento. Melanie tenía que cambiarse de nuevo y era un cambio difícil. Pam y su madre la ayudaron a ponerse el ajustadísimo vestido; era incluso más ceñido que los que había llevado hasta entonces. Tenía un aspecto fabuloso cuando salió de nuevo al escenario para la segunda parte del concierto.

Aquella noche cantó siete bises. Siempre lo hacía, para complacer a sus fans. Les encantó la nueva canción que había escrito para Tom. Se llamaba «Cuando te encontré» y hablaba de sus primeros días juntos en San Francisco; del puente, de la playa y del terremoto que se había producido en su corazón. El la escuchaba, embelesado, y su hermana tenía los ojos llenos de lágrimas.

– ¿Habla de ti? -preguntó en un susurro.

El asintió, y ella cabeceó, asombrada. El tiempo diría cómo sería su relación, pero estaba claro que había empezado como un cohete lanzado al espacio y no daba señales de reducir la marcha.

Más tarde, cuando acabó el concierto, se reunieron con Melanie en el camerino. Esta vez había docenas de personas felicitándola: fotógrafos, su secretaria, su madre, amigos, encargados del equipo que habían conseguido llegar hasta allí. Tom y Nancy se vieron engullidos por la multitud; después fueron a cenar a Spago, aunque ya era tarde, porque les costó bastante llegar hasta allí. Wolfgang Puck en persona les había preparado la cena.

Después, Tom y Nancy volvieron a Pasadena. Tom besó a Melanie antes de marcharse, pero le prometió volver a verla por la mañana; luego todos se dispersaron. Había sido una noche larga. A Melanie la esperaba una larguísima limusina blanca frente al restaurante. Era cualquier cosa menos discreta, pero esta era su imagen pública, la que Tom nunca había visto hasta entonces. Era la Melanie privada la que él amaba, pero tenía que reconocer que esta también era genial.

La llamó al móvil en cuanto llegó a casa y le repitió lo fabulosa que había estado. Melanie había conseguido que se convirtiera en un fan acérrimo, en particular después de la canción que había escrito solo para ellos dos. A él le parecía que ganaría otro premio Grammy.

– Estaré ahí a primera hora de la mañana -prometió. Procuraban pasar juntos todo el tiempo posible antes de que ella se fuera a Las Vegas la semana siguiente.

– Podemos leer las críticas juntos cuando vengas. Odio esa parte. Siempre encuentran algo con lo que meterse.

– No veo cómo podrán hacerlo esta vez.

– Lo harán -afirmó, como la profesional que era-. Los celos son una mierda. -Con frecuencia, las malas críticas tenían más que ver con ellos que con una mala actuación, pero dolían igual, aunque ya estuviera acostumbrada. Siempre dolían. En ocasiones, Pam y su madre le ocultaban algunas, si les parecía que eran demasiado groseras, lo cual también sucedía a veces.

Al día siguiente, cuando Tom llegó, había periódicos abiertos por toda la mesa de la cocina.

– Hasta ahora, todo va bien -susurró Melanie a Tom mientras su madre se los iba dando uno por uno. Parecía contenta.

– Les gustan las nuevas canciones -comentó Janet, mirando a Tom con una sonrisa glacial. Hasta ella tenía que admitir que la dedicada a él era buena.

En general, las críticas eran estupendas. El concierto había sido un gran éxito, lo cual era un buen augurio para la gira; incluso para el espectáculo de Las Vegas, que era para un público más reducido y para el que ya no quedaban entradas, igual que había sucedido con el de Hollywood Bowl.

– Bueno, ¿y qué planes tenéis para hoy vosotros dos? -preguntó Janet, mirándolos con aire satisfecho, como si hubiera sido ella quien hubiera dado el concierto. Era la primera vez que voluntariamente incluía a Tom en algo que decía. Algo había cambiado, aunque Melanie no sabía por qué. Tal vez era solo porque estaba de buen humor o porque había acabado dándose cuenta de que Tom no iba a ser un obstáculo en la carrera de Melanie. El se limitaba a observar lo que pasaba y a apoyar cualquier cosa que ella hiciera.

– Solo quiero descansar -dijo Melanie. Tenía que volver al estudio de grabación al día siguiente. Además, los ensayos para el espectáculo de Las Vegas empezaban el día después-. Y tú, mamá, ¿qué vas a hacer?

– Voy a ir a Rodeo, de compras -contestó, con una amplia sonrisa. Lo que la hacía más feliz era que Melanie diera un gran concierto y que al día siguiente las críticas fueran buenas.

Esta vez, los dejó solos sin miradas adustas ni portazos para gran sorpresa de Tom.

– Me parece que tu iniciación ha tocado a su fin -dijo Melanie, suspirando-. Por el momento, en todo caso. Debe de haber decidido que no eres una amenaza.

– Y no lo soy, Mel. Me encanta lo que haces. Fue increíble verte anoche. No podía creer que estaba allí, sentado… y cuando cantaste aquella canción, estuve a punto de morirme.

– Me alegro de que te gustara. -Se inclinó hacia él y lo besó. Parecía cansada, pero contenta. Acababa de cumplir veinte años y a él le parecía más bonita que nunca-. Ojalá pudiera tomarme un descanso, en algún momento, y alejarme de todo esto. Se vuelve cansado después de un tiempo -confesó. Ya se lo había dicho, durante las semanas anteriores. Los días que pasó trabajando en el hospital de campaña, después del terremoto, habían sido un alivio enorme.

– Puede que un día de estos -dijo tratando de animarla, pero ella negó con la cabeza.

– Ni mi madre ni mi agente lo permitirán. El éxito es demasiado dulce para ellos. Lo exprimirán hasta que yo muera. -Su voz era triste al decirlo.

Tom la abrazó y la besó. La mirada de sus ojos le había llegado al alma, igual que había hecho su canción. Era una mujer extraordinaria, y sabía que él era un tipo con suerte. El destino le había dado unas cartas fabulosas. El terremoto de San Francisco y, a consecuencia de ello, conocerla, había sido lo mejor que le había ocurrido en la vida.


Aquella mañana, mientras Janet leía las críticas de Melanie en Hollywood, Sarah y Seth Sloane también leían las suyas. Finalmente, la noticia había llegado a los periódicos de San Francisco; ninguno de los dos sabía por qué había tardado tanto. Lo habían arrestado semanas atrás pero, sorprendentemente, nadie había explotado aquel hecho. Sin embargo, al final había estallado, como los fuegos artificiales del 4 de julio; incluso habían informado de ellos los de Associates Press. Sarah tenía la impresión de que los periodistas que habían cubierto el arresto de Sully y su inminente proceso, habían informado a sus colegas de la prensa de San Francisco de que, en el oeste, tenía un socio en el delito. Hasta entonces, la historia de Seth había desaparecido por algún agujero, pero ahora estaba en primera plana. El Chronicle publicaba todos los detalles morbosos, con una foto de Seth y Sarah en la reciente gala benéfica de los Smallest Angels. Lo que escribían sobre él era deprimente. Reproducían la acusación completa, con todos los detalles, el nombre de sus fondos de riesgo y las circunstancias que habían llevado a su arresto. Decían que su casa estaba a la venta y mencionaban que tenía otra casa en Tahoe y un avión. Lograban que pareciera que todo lo que poseía había sido pagado con dinero adquirido de forma fraudulenta. Lo pintaban como el mayor sinvergüenza y estafador de la ciudad. Era profundamente humillante para él y muy doloroso para ella. No dudaba de que sus padres lo leerían en las Bermudas, una vez que AP lo transmitiera. Comprendió que tenía que llamarlos de inmediato. Con suerte, todavía podría explicárselo ella. Para Seth, era más sencillo. Sus padres eran muy mayores cuando él nació, y ambos habían muerto. Pero los padres de ella estaban perfectamente vivos y se escandalizarían, sobre todo porque querían a Seth, lo habían querido desde el primer momento.

– No es una historia bonita, ¿verdad? -preguntó Seth, mirándola.

Los dos habían perdido mucho peso. El tenía un aspecto demacrado y ella parecía exhausta.

– Pero no se puede hacer mucho para maquillarlo -respondió ella, sinceramente.

Eran los últimos días de su vida en común. Se habían puesto de acuerdo en seguir en la casa de Divisadero, por el bien de los niños, hasta que se vendiera; luego, cada uno se trasladaría a su piso. Esperaban varias ofertas durante aquella semana. No faltaba mucho. Sarah sabía que la entristecería tener que dejar la casa. Pero estaba más disgustada por su matrimonio y por su marido que por la casa, que solo había sido suya durante unos pocos años. La casa de Tahoe estaba a la venta, con todo lo que había en ella, incluidos los utensilios de cocina, los televisores y la ropa blanca. Así era más fácil venderla a alguien que quisiera una casa para ir a esquiar y no tuviera que molestarse en decorarla o llenarla. La casa de la ciudad la vendían vacía. Las antigüedades las subastarían en Christie's, junto con los cuadros de arte contemporáneo. Sus joyas se estaban empezando a vender en Los Ángeles.

Sarah seguía buscando trabajo, pero todavía no había encontrado nada. Conservaba a Parmani para los niños, porque sabía que cuando encontrara trabajo necesitaría a alguien que los cuidara. Detestaría dejarlos en una guardería, aunque sabía que otras madres lo hacían. Pero lo que en realidad deseaba era poder hacer lo que había hecho hasta ahora: quedarse en casa con ellos, igual que durante los tres años anteriores. Pero eso se había acabado. Con Seth gastando cada centavo que tenían en abogados que lo defendieran y, posiblemente, en multas, ella tenía que trabajar, no solo para ayudar, sino porque en algún momento tendría que mantener a los niños sin ayuda de Seth. Si todo lo que tenían desaparecía en órdenes judiciales, pleitos y en el fondo para la defensa, y luego lo enviaban a prisión, ¿quién iba a ayudarlos? Solo quedaría ella.

Después de aquella increíble y espantosa traición, no confiaba en nadie más que en ella misma. Ya no podía contar con él. Además, sabía que nunca más volvería a confiar en él. Seth lo veía claramente en sus ojos, siempre que sus miradas se encontraban. No tenía ni idea de cómo reparar el daño ni si podría conseguirlo alguna vez. Lo dudaba, teniendo en cuenta todo lo que ella había dicho. No lo había perdonado y empezaba a pensar que no lo haría nunca. Pero no podía culparla. Se sentía profundamente responsable del efecto que todo aquello tenía en ella. Había destrozado la vida de los dos.

Se quedó horrorizado al leer el artículo del periódico. Los hacía picadillo, a él y a Sully; los presentaba como si fueran delincuentes comunes. No decía nada amable ni compasivo. Eran dos tipos perversos que habían montado unos fondos de riesgo fraudulentos, habían mentido respecto al respaldo financiero que tenían y habían estafado dinero a la gente. ¿Qué más podían decir? Estas eran las imputaciones y, como Seth había reconocido ante Sarah y ante su abogado, todas las acusaciones hechas contra ellos eran ciertas.

Sarah y Seth apenas hablaron durante todo el fin de semana. Sarah no lo insultó ni le hizo ningún reproche. No servía de nada. Estaba demasiado dolida. Él había destruido hasta la última brizna de fe y seguridad que ella tuvo alguna vez en él y había tirado su confianza por la borda, al demostrar que era indigno de ellas. Había puesto en peligro el futuro de sus hijos y asestado un duro golpe al suyo. Había convertido sus peores pesadillas en realidad, para bien o para mal.

– No me mires así, Sarah -dijo él finalmente por encima del periódico.

Había un artículo más extenso y desagradable en la edición dominical de The New York Times, que también incluía a Seth. La vergüenza de Seth y Sarah era proporcional a lo importantes que habían llegado a ser en su comunidad. Aunque ella no había hecho nada y no sabía nada de las actividades de su marido antes del terremoto, veía que la estaban midiendo por el mismo rasero. El teléfono no había parado de sonar desde hacía días, así que conectó el contestador. No quería hablar con nadie, y tampoco quería saber nada de nadie. La compasión la habría atravesado como un puñal y todavía le apetecía menos oír las apenas veladas risitas de satisfacción de los envidiosos. Estaba segura de que habría muchos de esos. Las únicas personas con las que habló fueron sus padres. Estaban destrozados y horrorizados; tampoco ellos comprendían qué le había pasado a Seth. Al final, todo se reducía a la falta de integridad y a una enorme codicia.

– ¿No podrías, por lo menos, intentar poner mejor cara? -preguntó Seth en tono de reproche-. La verdad es que sabes cómo empeorar las cosas.

– Me parece que de eso ya te ocupaste tú, y con mucha eficacia, Seth -dijo mientras recogía los platos del desayuno.

Seth vio que lloraba junto al fregadero.

– Sarah, no… -En sus ojos había una ponzoñosa mezcla de rabia y pánico.

– ¿Qué quieres de mí? -Se volvió para mirarlo, angustiada-. Seth, estoy muy asustada… ¿Qué va a pasarnos? Te quiero, y no deseo que vayas a la cárcel. Querría que nada de esto hubiera sucedido… Quiero que vuelvas atrás y deshagas lo que has hecho… no puedes… no me importa el dinero. No quiero perderte… te quiero… pero has tirado toda nuestra vida por la borda. ¿Qué se supone que tengo que hacer?

Seth no podía soportar el dolor que veía en sus ojos pero, en lugar de abrazarla, que era lo único que ella quería, dio media vuelta y se marchó. También él sentía tanto dolor y tanto miedo que no tenía nada que darle. La quería, pero estaba demasiado asustado por lo que podía ocurrirle para ser de alguna ayuda para ella y para los niños. Sentía como si estuviera solo, ahogándose. Igual que ella.

Sarah no recordaba que en toda su vida le hubiera pasado nada tan terrible, excepto cuando su bebé prematuro estuvo a punto de morir, aunque lo salvaron en la unidad neonatal. Pero ahora no había forma de salvar a Seth. Su delito era demasiado grave, demasiado espantoso. Hasta los agentes del FBI parecieron sentir repugnancia hacia él, especialmente cuando vieron a los niños. Sarah nunca había perdido a nadie en circunstancias traumáticas. Sus abuelos murieron antes de que ella naciera o a causa de la edad, sin sufrir enfermedades terminales. Las personas a las que había querido la habían apoyado incondicionalmente. Había tenido una infancia feliz, sus padres eran unas personas responsables y firmes. Los hombres con los que había salido fueron buenos con ella. Seth siempre había sido maravilloso. Y sus hijos eran adorables y estaban sanos. Esto era, de lejos, lo peor que le había pasado nunca. Ni siquiera había perdido a un amigo en un accidente de coche o por culpa de un cáncer. Los treinta y cinco años de su vida habían transcurrido sin daño alguno, y ahora le habían echado encima una bomba nuclear. Y la persona que lo había hecho era el hombre que amaba, su marido. Estaba tan aturdida que en ningún momento sabía qué decir, particularmente a él. No sabía por dónde empezar para mejorar la situación, ni él tampoco. La verdad era que no había manera de hacerlo. Los abogados de Seth tendrían que hacer lo que pudieran con las abrumadoras circunstancias que él les había dado como punto de partida. Pero al final, Seth tendría que apechugar con las consecuencias, por muy amargas que fueran. Y ella también, aunque no había hecho nada para merecerlo. Esta era la parte de «para bien y para mal». Se estaba hundiendo en el infierno, con él.

Sarah llamó a Maggie al móvil el domingo por la noche y hablaron unos minutos. Maggie había leído los artículos de los periódicos en Presidio y compadecía a Sarah, incluso a Seth. Ambos estaban pagando por los pecados de él. Le daban lástima los niños. Le dijo a Sarah que rezara y que ella también lo haría.

– A lo mejor son indulgentes con él -dijo Maggie, esperanzada.

– Según el abogado de Seth, eso significaría entre dos y cinco años. En el peor de los casos, podrían llegar a ser treinta. -Todo esto ya se lo había dicho antes.

– No pienses en lo peor todavía. Solo ten fe y sigue nadando. A veces, es lo mejor que se puede hacer.

Sarah colgó, pasó silenciosamente frente al estudio de su marido y fue arriba a bañar a los niños. Seth había estado jugando con ellos y ella lo sustituyó. Ahora lo hacían todo por turnos; era raro que estuvieran en la misma habitación al mismo tiempo. Incluso estar cerca el uno del otro resultaba doloroso. Sarah no podía evitar preguntarse si se sentiría mejor o peor cuando se marchara. Quizá ambas cosas.


Everett llamó a Maggie por la noche para hablar de lo que había leído sobre Seth en la prensa de Los Ángeles. La historia se había difundido ya por todo el país. Se había quedado horrorizado por la noticia, entre otras cosas porque pensaba que Seth y Sarah eran una pareja perfecta. Recordó, una vez más, algo que sabía desde hacía años: nunca se sabe qué maldad se esconde en el corazón de un ser humano. Como todos los que habían leído los artículos, sentía lástima por Sarah y los niños, pero ninguna en absoluto por Seth. Si las acusaciones eran ciertas, estaba recibiendo lo que merecía, y parecían tan sólidamente fundadas que sospechaba que lo eran.

– Qué situación tan triste para ella. La vi un momento en la gala. Parece buena persona. Aunque, bien mirado, también él lo parecía. Quién podía imaginarlo… -También la había visto unos momentos en el hospital de campaña, pero no había hablado mucho con ella. Entonces le había parecí-do alterada, ahora sabía por qué-. Si la ves, dile que lo siento -dijo sinceramente.

Maggie no respondió si la vería o no. Era fiel a Sarah y a la relación que tenían y guardaba todos sus secretos, incluso el de que se veían.

Por lo demás, Everett estaba bien, igual que Maggie. Se alegraba de saber de él, pero, como siempre, después de colgar se sentía agitada. Solo oír su voz le llegaba al corazón. Tras hablar con él, rezó pensando en ello; luego, fue a dar un largo paseo por la playa para disfrutar del atardecer. Empezaba a preguntarse si debería dejar de contestar o de devolver sus llamadas. Pero se dijo que tenía la fuerza para enfrentarse a lo que sucedía. Después de todo, tan solo era un hombre. Y ella era la esposa de Dios. ¿Qué hombre podría competir con eso?

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