Capítulo 16

El nuevo piso de Sarah en Clay Street estaba en una pequeña casa victoriana que había sido restaurada y pintada recientemente. Era un dúplex, pero no era ni elegante ni bonito; sin embargo, Sarah sabía que tendría mucho mejor aspecto cuando desembalara sus cosas. La primera habitación que preparó fue la de los niños. Quería que cuando llegaran, al día siguiente, se sintieran en casa. Sacó sus posesiones favoritas y sus tesoros, lentamente y con mucho cuidado, temiendo que se hubiera roto algo en el traslado, pero no era así. De momento, todo parecía estar bien. Pasó horas desembalando libros y dos horas organizando la ropa blanca y las camas. Se habían deshecho de tantas cosas que, de repente, su vida parecía muy austera. Todavía resultaba difícil creer que, debido a la increíble traición de Seth, toda su vida hubiera cambiado. Los artículos que habían seguido apareciendo en la prensa local y nacional eran terriblemente humillantes. Pero con humillación o sin ella, lo que más necesitaba en esos momentos era encontrar trabajo. Había llamado a algunos contactos, pero tendría que hacer un enorme esfuerzo en los siguientes días.

De repente, mientras revisaba algunos papeles de la gala benéfica, se le ocurrió una idea. Estaba muy por debajo de sus capacidades, pero en su situación agradecería cualquier trabajo que pudiera conseguir. El miércoles por la tarde, mientras los dos niños dormían, llamó al jefe de la unidad neonatal. Había recortado las horas de Parmani todo lo posible pero, cuando encontrara trabajo, las aumentaría de nuevo. La dulce nepalí había sido muy amable y comprensiva. Sentía lástima por Sarah y los niños y quería hacer todo lo que pudiera por ellos. Para entonces, también ella había leído todos los artículos.

El jefe de la unidad neonatal dio a Sarah el nombre que le pedía y prometió recomendarla. A fin de darle tiempo para hacerlo, esperó hasta la mañana siguiente, pero él le mandó un mensaje diciéndole que ya había hecho la llamada. La mujer se llamaba Karen Johnson. Era la jefa de desarrollo en el hospital, por tanto la responsable de recaudar fondos y realizar cualquier inversión que necesitara el hospital. No era Wall Street, pero Sarah pensaba que podría ser un trabajo interesante, si había un hueco para ella en el departamento. Cuando Sarah la llamó, Karen la citó para el viernes por la tarde. Se mostró muy cálida y cordial, y le agradeció la enorme aportación que había hecho con la gala para la unidad neonatal. Habían recaudado más de dos millones de dólares. Era menos de lo que esperaban, pero seguía siendo una mejora respecto al año anterior.

El viernes por la tarde, Parmani se llevó a los niños al parque mientras Sarah acudía a su cita en el hospital. Estaba nerviosa. Era la primera vez en diez años que iba a una entrevista de trabajo. La última había sido en Wall Street, antes de ir a la escuela de negocios, donde conoció a Seth. Rehízo su currículo e incluyó las galas que había organizado para el hospital. Pero sabía que sería difícil conseguir un empleo, ya que no había trabajado desde que había acabado en la escuela de negocios. Desde entonces, se había casado con Seth y había tenido dos hijos. Estaba fuera del circuito laboral.

Karen Johnson era una mujer alta, esbelta y elegante, con acento de Luisiana, que se mostró amable e interesada durante la entrevista. Sarah fue franca respecto a los reveses que había sufrido, la acusación contra Seth, la circunstancia de que ahora estaban separados y de que necesitaba un empleo por razones obvias. Pero lo más importante era que tenía los conocimientos que necesitaban.

Era perfectamente capaz de encargarse de su cartera de inversiones pero, al decirlo, le entró el pánico, ya que quizá creyeran que era tan poco honrada como su marido. Karen vio la expresión de ansiedad y humillación que apareció en su cara y adivinó la razón. Se apresuró a tranquilizarla y le ofreció su comprensión por los problemas que estaban teniendo.

– Ha sido muy difícil -confesó Sarah, sinceramente-. Fue un choque terrible… Yo no tenía ni idea de lo que estaba pasando, hasta el día del terremoto.

No quería entrar en detalles del caso con Karen, pero habían aparecido en todos los periódicos. No era ningún secreto que Seth iba a ser procesado por fraude y que actualmente estaba en libertad bajo fianza. En todo el país, todos los que leían la prensa o escuchaban las noticias sabían lo que había hecho.

Karen le explicó que una de sus ayudantes se había trasladado recientemente a Los Ángeles, así que había una vacante en el departamento de desarrollo, pero se apresuró a recordarle que los hospitales no eran famosos precisamente por los salarios que pagaban. Mencionó una cifra que a Sarah le pareció maravillosa. Era modesta, pero era algo con lo que podría contar. Además, el horario era de nueve a tres, así que estaría en casa cuando los niños se despertaran de la siesta y podría pasar la tarde con ellos y también el fin de semana, claro. A petición de Karen, Sarah le dejó tres ejemplares de su currículo. Karen le prometió que se pondrían en contacto con ella la semana siguiente y le agradeció cordialmente su interés por el puesto.

Cuando salió del edificio, Sarah estaba entusiasmada. Le gustaba tanto Kami como el trabajo. El hospital significaba mucho para ella y el tipo de cartera de inversiones que Karen había descrito era ideal en su caso. Lo único que cabía hacer ahora era esperar que le dieran el trabajo. Incluso el lugar le parecía bien. El hospital estaba a poca distancia, a pie, de su nueva casa. Y el horario le permitiría pasar tiempo con sus hijos. El único inconveniente era el salario, que no era nada del otro mundo, pero tendría que bastar. De camino a casa, a Sarah se le ocurrió algo.

Fue en coche hasta Presidio y buscó a la hermana Maggie en el hospital de campaña. Le habló de la entrevista que acababa de tener en el hospital. Maggie se alegró mucho por ella.

– ¡Es fantástico, Sarah! -Admiraba cómo se enfrentaba a todo lo que le estaba pasando. Sarah le contó que habían vendido la casa, que ella y Seth se habían separado y que se había trasladado a un piso en Clay Street con sus hijos. Solo habían pasado unos pocos días desde que hablaron la última vez, pero las cosas se estaban moviendo muy deprisa.

– Espero conseguir el trabajo. La verdad es que el dinero nos vendría muy bien. -Dos meses antes, ni se le habría ocurrido decir estas palabras. Habrían sido inconcebibles tanto para ella como para Seth. ¡Qué rápido había cambiado todo!-. Le tengo mucho afecto a ese hospital. Le salvaron la vida a Mollie. Por esa razón organizaba las galas.

Maggie recordó el discurso de Sarah, justo antes del terremoto, y la actuación de Melanie.

– ¿Cómo estáis Seth y tú? -preguntó Maggie mientras entraban en el comedor para tomar una taza de té. Las cosas se habían calmado un poco en Presidio. Algunos residentes habían podido marcharse a casa, los que vivían en las zonas de la ciudad que volvían a tener electricidad y agua.

– No muy bien -respondió Sarah, sinceramente-. Apenas nos hablábamos antes de dejar la casa. Vive en un apartamento en Broadway. Desde que nos trasladamos a nuestro nuevo piso, Molly no deja de preguntar dónde está su papá.

– ¿Qué le contestas? -preguntó Maggie con delicadeza, mientras se sentaban con sus tazas de té. Le gustaba hablar con Sarah. Era una buena persona y Maggie disfrutaba de su amistad. Aunque no se conocían muy bien, Sarah le había abierto su corazón y confiaba en Maggie plenamente.

– Le digo la verdad lo mejor que puedo. Que papá no vive con nosotros en estos momentos. Parece bastarle. Irá a buscarlos este fin de semana. Molly se quedará a pasar la noche con él. Oliver es demasiado pequeño. -Suspiró-. Le he prometido a Seth que estaría en el juicio con él.

– ¿Cuándo será?

– Está fijado para marzo. -Todavía quedaba lejos, nueve meses. Lo bastante para haber tenido con Seth el tercer hijo que deseaba, pero que ya nunca tendrían. No podía ni imaginar que su matrimonio pudiera recomponerse. En cualquier caso, no ahora. Se sentía demasiado traicionada.

– Debéis de estar soportando mucha tensión los dos -comentó Maggie con expresión comprensiva. Siempre era muy amable-. ¿Qué tal llevas lo del perdón, por cierto? Ya sé que no es fácil, en particular en un caso como este.

– Es verdad -respondió Sarah en voz baja-. Para ser sincera, no creo que esté haciéndolo demasiado bien. A veces, me siento furiosa y dolida. ¿Cómo pudo hacerlo? Teníamos una vida maravillosa. Lo quiero, pero simplemente no entiendo cómo pudo hacer algo así, cómo pudo ser tan deshonesto. No tiene ni una pizca de integridad.

– Algo debió de ir muy mal. Sin ninguna duda, fue un terrible error de juicio. Y parece que tendrá que pagar por ello. Tal vez eso sea ya un castigo suficiente. Y perderte a ti y a los niños debe de ser el golpe de gracia.

Sarah asintió. El problema era que también ella estaba pagando. Había perdido a su marido, y sus hijos, a su padre. Pero lo peor de todo era que le había perdido el respeto y dudaba que pudiera confiar en él de nuevo. Seth lo sabía, por eso apenas se había atrevido a mirarla a la cara antes de marcharse, una cara que lo decía todo.

– No quiero ser dura con él, pero ha sido tan terrible… Ha hecho estallar por los aires toda nuestra vida.

Maggie asintió, pensando en ello. Era difícil de comprender. Debió de ser la codicia, probablemente. Y la necesidad de ser más de lo que era. Era como si un grave fallo de carácter hubiera salido a la superficie y se hubiera convertido en un maremoto que se lo había llevado todo por delante. Pero Sarah tenía mejor aspecto de lo que Maggie esperaba. Estuvo a punto de hablarle de sus propios problemas, pero ni siquiera habría sabido por dónde empezar. Sus enormes ojos azules miraron a los de Sarah, y la joven vio que algo la preocupaba profundamente.

– ¿Estás bien? -le preguntó.

Maggie asintió.

– Más o menos. A veces, también tengo mis problemas. -Sonrió-. Hasta las monjas tienen ideas locas y hacen cosas absurdas. A veces olvido que tenemos las mismas flaquezas que todos los demás. Justo cuando creo que está todo claro y que dispongo de un canal directo con Dios, va El y desconecta el sonido. Entonces no logro entender qué estoy haciendo ni dónde estoy. Me recuerda mis fallos y mi humanidad y hace que siga siendo humilde -dijo crípticamente, y luego se echó a reír-. Lo siento. No sé de qué estoy hablando.

Últimamente estaba confusa y atormentada, pero no quería cargar a Sarah con sus problemas. Ya tenía suficiente con los suyos. Además, no había nada que hacer respecto a lo que la inquietaba. Lo sabía. Solo tenía que quitárselo de la cabeza. Le había prometido a Dios y a sí misma que lo haría.

Regresaron al hospital de campaña. Sarah se despidió de Maggie y prometió volver a verla pronto.

– ¡Dímelo si consigues el trabajo! -gritó Maggie mientras Sarah se alejaba.

La joven se preguntó si lo lograría. Sin ninguna duda estaba cualificada, pero la suerte no la había favorecido mucho últimamente. Quizá esta vez lo haría. Necesitaba el trabajo. Nadie había contestado a los currículos que había enviado, por si el puesto del hospital no salía bien, aunque esperaba lograrlo.

Sarah volvió a la casa de Clay Street y, al entrar en el piso, se alegró de ver que Parmani y los niños habían vuelto del parque. Molly soltó un grito de felicidad y corrió hasta ella, y Oliver se acercó gateando con una amplia sonrisa para su mamá. Lo cogió y lo lanzó al aire; luego se sentó en el sofá con Molly acurrucada contra ella. Sarah comprendió que pese a todo lo que había pasado, la mayor bendición de su vida eran sus hijos. Mientras empezaba a preparar la cena, pensó en lo agradable que había sido ver a Maggie aquella tarde. Se preguntó cuál sería el problema al que se había referido. Esperaba que no fuera nada importante. Era una mujer tan buena y tan compasiva que Sarah no podía imaginar un problema que no lograra solucionar. Sin ninguna duda, a ella la había ayudado con el suyo. A veces, lo único que hacía falta era un oído receptivo y un buen corazón, aunque la hermana Maggie ofrecía mucho más que eso. Le añadía sabiduría, amor y también humor.


El tobillo de Melanie seguía molestándola cuando volvió a Los Ángeles, a principios de septiembre. Le había dolido durante los dos meses que había estado de gira. Había ido a ver a un médico en Nueva Orleans y a otro, con Tom, cuando él fue a verla a Nueva York. Los dos traumatólogos le dijeron que necesitaba tiempo. A su edad, la mayoría de las lesiones se curan fácilmente, pero saltar arriba y abajo por un escenario y correr por todo el país durante dos meses, actuando una o dos veces por noche, era duro incluso para ella. Finalmente, al volver a Los Ángeles, fue a ver a su médico, que le dijo que el tobillo no se estaba curando tan bien como debería. Le recriminó que trabajara tanto. No era nada nuevo.

Cuando Melanie le describió la gira y lo que había hecho durante ese tiempo, el médico se quedó horrorizado. La joven seguía llevando la enorme bota negra, porque el tobillo no se había curado y la bota le proporcionaba cierto alivio y la protegía de más daños. Los únicos momentos en los que no le dolía era cuando la llevaba puesta. En el escenario, incluso con zapatos de calle y aunque fueran planos, el tobillo la mataba de dolor.

Cuando lo llamó de camino a casa, Tom estaba preocupado.

– ¿Qué ha dicho?

– Que necesito unas vacaciones o que quizá debería retirarme -bromeó Melanie. Le encantaba lo atento que era Tom. Jake había sido tan gilipollas… Tom quería saberlo todo de ella, incluso lo que el médico le había dicho tras hacerle otra radiografía-. En realidad -contestó-, dice que hay una pequeña fisura y que, si no me lo tomo con calma, tendrán que operarme y ponerme clavos en el pie. Me parece que elegiré el «tómatelo con calma». En estos momentos no tengo mucho que hacer.

Tom se echó a reír.

– ¿Desde cuándo no tienes mucho que hacer?

El día anterior, cuando llegó a casa, Melanie se ocupó de todo lo que había sobre su mesa. Siempre estaba ocupada. Y Tom se preocupaba mucho por ella.

Su madre le hizo las mismas preguntas sobre el tobillo cuando llegó a casa. Melanie le explicó que el médico había dicho que no era nada importante, a menos que volviera a salir de gira; entonces sí que podría serlo.

– Empieza a parecer algo serio -dijo su madre como sin darle importancia-. Siempre que te miro, tienes el pie hinchado. ¿Se lo has dicho al médico? Ni siquiera puedes ponerte tacones altos.

Melanie puso cara compungida.

– Lo olvide.

– Ya veo lo madura que eres a los veinte años -le recriminó Janet.

Melanie no tenía por qué ser totalmente adulta. En ciertas cosas era solo una niña. Formaba parte de su encanto. Además, había un montón de gente a su alrededor para cuidarla. Sin embargo, en otros aspectos, Melanie era mucho mayor; los años de trabajo duro y la disciplina de su profesión la habían hecho madurar. Era a un tiempo una mujer de mundo y una niña encantadora. Su madre preferiría convencerla de que seguía siendo una niña pequeña, así tendría todo el poder en sus manos, pero pese a los esfuerzos de Janet, Melanie estaba creciendo y convirtiéndose en una mujer.

Melanie intentó cuidarse el tobillo. Iba a fisioterapia, hacía los ejercicios que le decían y lo metía en agua por la noche. Estaba mejor, pero tenía miedo de ponerse zapatos de plataforma o tacones altos y, cuando estaba mucho tiempo de pie durante los ensayos, le dolía. Era un recuerdo constante de lo que debía pagar por el trabajo que hacía y que no era tan fácil como parecía. El dinero, la fama y los lujos de su profesión no se conseguían fácilmente. Había actuado con una dolorosa lesión todo el verano, saliendo al escenario, viajando constantemente y teniendo que actuar como si todo fuera fabuloso o, por lo menos, que estaba bien, cuando no era así. Pensó en ello toda la noche mientras permanecía despierta en la cama, con el tobillo doliéndole, y por la mañana hizo una llamada. Llevaba el nombre y el número en el monedero desde que se había ido de Presidio en mayo. Pidió una cita para el día siguiente por la tarde, y acudió ella sola, sin decírselo a nadie.

El hombre al que fue a ver era pequeño, rechoncho y calvo y tenía los ojos más bondadosos que había visto nunca, excepto los de Maggie. Hablaron mucho, mucho rato. Y cuando Melanie volvió a su casa en Hollywood estaba llorando. Eran lágrimas de amor, alegría y alivio. Ahora tenía que encontrar algunas respuestas, pero todos los consejos de aquel hombre eran buenos. Y las preguntas que le había hecho sobre su vidala habían sumido en una reflexión todavía más profunda. Había tomado una decisión ese día. No sabía si podría llevarla a cabo, pero le había prometido a él y se había prometido a sí misma que lo intentaría.

– ¿Algo va mal, Mel? -preguntó Tom cuando pasó a recogerla para ir a cenar.

Fueron a un restaurante de sushi que a los dos les gustaba mucho. Era tranquilo, bonito y la comida era buena. Tenía un aire de serenidad japonesa. Melanie lo miró a través de la mesa y le sonrió.

– No, algo va bien, creo. -Le contó la reunión que había tenido con el padre Callaghan. Le explicó que Maggie le había dado su nombre cuando ella le dijo que quería hacer trabajos de voluntariado. El sacerdote dirigía dos orfanatos en Los Ángeles y una misión en México; solo estaba en la ciudad a temporadas. Había tenido suerte de encontrarlo cuando lo llamó. Se marchaba al día siguiente.

Le habló a Tom del trabajo que hacía, sobre todo con niños abandonados, chicas jóvenes que rescataba de los burdeles, chicos que vendían drogas desde los siete u ocho años. Les proporcionaba un techo, los alimentaba, les daba cariño y hacía que su vida cambiara. En ese momento, se encargaba de un refugio para mujeres maltratadas y ayudaba a construir un hospital para enfermos de sida. Trabajaba con personas parecidas en Los Ángeles, pero lo que de verdad le gustaba era lo que hacía en México. Llevaba haciéndolo más de treinta años. Melanie le había preguntado en qué podía ella ayudarlo. Quería trabajar de voluntaria en Los Ángeles, pero pensó que quizá él le pediría que también extendiera un cheque para ayudar a las misiones de México. En cambio, él le sonrió y la invitó a ir a visitarlo allí; le dijo que creía que le haría mucho bien. Quizá encontrara las respuestas que buscaba, aquellas de las que le había hablado. Melanie le dijo que debería estar agradecida por todo lo que tenía: éxito, fama, dinero, buenos amigos, fans que la adoraban, una madre que lo hacía todo por ella, tanto si quería como si no, y un novio que era maravilloso con ella, una persona realmente buena, a la que amaba.

– Entonces, ¿por qué soy tan desdichada? -preguntó al sacerdote, llorando desconsolada-. A veces detesto lo que hago. Me siento como si fuera propiedad de todo el mundo, excepto de mí misma, y tuviera que hacer todo lo que quieren, por ellos… Además, este estúpido tobillo me está matando desde hace tres meses. He trabajado todo el verano apoyándome en él y ahora no consigo que mejore. Mi madre está furiosa conmigo porque no puedo llevar tacones en el escenario y dice que así todo tiene un aspecto de mierda. -Todo se mezclaba en su cabeza y salía en desorden, como si fueran bloques de construcción del juguete de un niño. Sus pensamientos se dispersaban por todas partes. Más o menos podía identificarlos, pero no les encontraba sentido ni podía sacar nada útil de sus preocupaciones.

El sacerdote le tendió unos pañuelos de papel y ella se sonó.

– Y tú, ¿qué quieres, Melanie? -preguntó el padre Callaghan con dulzura-. No importa lo que los demás quieran. Tu mamá, tu agente, tu novio. ¿Qué quiere Melanie?

Antes de poder contenerse, las palabras habían salido de su boca.

– Cuando sea mayor quiero ser enfermera.

– Yo quería ser bombero; en cambio acabé siendo sacerdote. A veces tomamos otro camino que el que esperábamos.

Le contó que había estudiado arquitectura, antes de entrar en el sacerdocio, algo que ahora le resultaba útil para los edificios que construían en los pueblos mexicanos donde trabajaba. Aunque no le dijo que tenía un doctorado en psicología clínica, que todavía le resultaba más útil para tratar con ella. Era franciscano, lo cual iba bien con la línea de trabajo que había elegido, pero alguna vez se había planteado hacerse jesuita. Le interesaba mucho la vertiente intelectual de sus hermanos jesuitas y disfrutaba de los acalorados debates que tenía con ellos siempre que se presentaba la ocasión.

– Tienes una profesión maravillosa, Melanie. Has sido bendecida. Posees un gran talento y tengo la impresión de que disfrutas con tu trabajo, al menos cuando no actúas con el tobillo roto y nadie te explota.

A su manera, no era muy distinta de las chicas que rescataba de los burdeles mexicanos. La habían utilizado demasiadas personas. Aunque a ella le pagaban mejor y sus vestidos eran más caros. Pero notaba que todos, incluida su madre, la estaban obligando a hacer lo que ellos deseaban y que seguirían haciéndolo hasta que el pozo se secara. Para Melanie, había empezado a secarse durante la última gira y, ahora, lo único que quería era huir y esconderse. Quería ayudar a los demás y entrar en contacto con lo que había experimentado en Presidio después del terremoto. Había sido un tiempo de epifanía y transformación para ella, pero luego había tenido que volver a la vida real.

– ¿Y si pudieras hacer las dos cosas? Dedicarte al trabajo que te gusta, pero sin que te resulte abrumador; quizá según tus condiciones. Es posible que tengas que quitar parte de ese control a los demás. Piénsalo. Podrías reservar algún tiempo para ayudar a los demás, a personas que te necesiten de verdad, como los supervivientes del terremoto a los que ayudaste junto con la hermana Maggie. Es posible que de ese modo tu vida adquiera más sentido. Tienes mucho que dar a los demás, Melanie. Y te sorprenderías de lo que ellos te darán a cambio. -En aquellos momentos, nadie le daba nada, salvo Tom. Le estaban chupando la sangre.

– ¿Quiere decir trabajar con usted aquí, en Los Ángeles, o en su misión de México? -No podía imaginar cómo se las arreglaría para encontrar tiempo. Su madre siempre tenía planes para ella: entrevistas, ensayos, sesiones de grabación, conciertos, galas benéficas, apariciones especiales. Su vida y su tiempo nunca eran suyos.

– Es posible. Si es lo que tú quieres. Pero no lo hagas por complacerme a mí. Ya haces felices a muchas personas con tu música. Quiero que pienses en qué te haría feliz a ti. Ahora te toca a ti, Melanie. Lo único que debes hacer es ponerte en la cola, llegar a la ventanilla y comprar tu billete. Te está esperando. Nadie puede quitártelo. No tienes por qué montar en las atracciones en las que los demás quieren que subas. Compra tu billete, elige tu atracción y pásalo bien, para variar. La vida es mucho más divertida de lo que le permites ser. Y nadie debería quitarte ese billete. No les toca a ellos, Melanie. Te toca a ti. -Hablaba sonriéndole y, mientras lo escuchaba, lo supo.

– Quiero ir a México con usted -afirmó, en un susurro.

Sabía que no tenía compromisos importantes durante las tres semanas siguientes. Tenía concertadas unas entrevistas y una sesión de fotos para una revista de moda. También iba a grabar en septiembre y octubre, y tenía una gala benéfica algo después. Pero ninguna de ellas era algo que no pudiera cambiarse o cancelarse. De repente supo que tenía que marcharse y que a su tobillo le iría bien dejar de trabajar un tiempo, en lugar de andar cojeando con tacones altos para contentar a su madre. De repente, todo aquello le parecía insoportable. Y el sacerdote le ofrecía una salida. Quería usar aquel derecho del que le hablaba. Nunca, en toda su vida, había hecho lo que quería. Hacía lo que su madre le decía y lo que todos esperaban de ella. Siempre había sido una niña perfecta, pero ahora estaba harta de serlo. Tenía veinte años y, para variar, quería hacer algo que significara mucho para ella. Y sabía que era esto.

– ¿Podría quedarme en una de las misiones durante un tiempo? -preguntó.

El sacerdote asintió.

– Puedes vivir en nuestro hogar para adolescentes. La mayoría han sido prostitutas y drogadictas. Pero no lo dirías al verlas ahora; todas parecen ángeles. Que estés allí podría hacerles mucho bien. Y a ti también.

– ¿Cómo puedo ponerme en contacto con usted cuando esté allí? -preguntó, sintiendo que le faltaba el aliento. Su madre la mataría si hacía lo que tenía pensado. Aunque, tal vez trataría de convertirlo en una oportunidad de oro con la prensa. Siempre lo hacía.

– Tengo mi móvil, pero te daré algunos otros números -respondió el padre Callaghan, anotándolos en un papel-. Si no te va bien ir ahora, quizá te resulte más fácil dentro de unos meses; por ejemplo en primavera. Tal vez sea un poco precipitado, teniendo en cuenta cómo es tu vida. Estaré allí hasta después de Navidad, así que ve cuando quieras y quédate todo el tiempo que te parezca. No importa cuándo vayas, siempre habrá una cama preparada para ti.

– Iré -afirmó Melanie, decidida, comprendiendo que las cosas tenían que cambiar. No podía satisfacer siempre a su madre. Necesitaba tomar sus propias decisiones. Estaba cansada de vivir los sueños de su madre o ser su sueño. Y ese era un buen lugar donde empezar.

Se quedó muy pensativa cuando terminó la entrevista. El sacerdote la abrazó y luego le hizo la señal de la cruz en la frente con el pulgar.

– Cuídate, Melanie. Espero verte en México. Si no, te llamaré cuando vuelva. Mantente en contacto.

– Lo haré -prometió.

No dejó de pensar en ello durante el camino de vuelta a casa. Sabía qué quería hacer; lo que no sabía era cómo, aunque fuera unos pocos días. Pero quería ir y quedarse más de unos pocos días. Quizá, incluso unos meses.

Se lo contó todo a Tom durante su cena de sushi. El se quedó impresionado y estupefacto, y luego, con la misma rapidez, preocupado.

– No irás a meterte en un convento, ¿verdad?

Melanie vio el pánico en sus ojos y, cuando negó con la cabeza, él se echó a reír, aliviado.

– No. No soy lo bastante buena persona para eso. Además, te añoraría demasiado. -Alargó la mano, a través de la mesa, y le cogió la suya-. Solo me gustaría hacerlo durante un tiempo, ayudar a algunas personas, aclarar mis ideas, librarme de la opresión de todas mis obligaciones. Pero no sé si me dejarán; a mi madre le dará un ataque. Solo siento que tengo que marcharme y averiguar qué es importante para mí, aparte de mi trabajo y tú. El padre Callaghan dice que no es necesario que abandone mi carrera para ayudar a los demás; dice que también les doy esperanza y alegría con mi música. Pero quiero hacer algo más real, durante un tiempo, como cuando estaba en Presidio.

– Me parece una gran idea -dijo Tom, apoyándola.

Desde que había vuelto de la gira, Melanie tenía aspecto de estar agotada; además, el tobillo seguía doliéndole mucho. No era de extrañar después de andar corriendo arriba y abajo apoyándose en él durante tres meses; de bailar en el escenario, tomar calmantes por la noche e inyecciones de cortisona como los futbolistas que tratan de engañar a su cuerpo para que crea que no está lesionado y pueda volver a jugar. Tom había averiguado mucho de las presiones a las que estaba sometida y del precio de su fama. Le parecía demasiado y pensó que irse a México un tiempo era justo lo que necesitaba, para su espíritu además de para su cuerpo. Lo que su madre diría era harina de otro costal. Estaba empezando a conocer a Janet y sabía cómo lo controlaba todo en la vida de Melanie. Ahora la madre de Melanie ya lo toleraba; incluso a veces parecía que le cayera bien, pero nunca aflojaba las riendas. Quería que fuera una marioneta de la que ella manejara todos los hilos. Cualquier cosa que se interfiriera tenía que ser eliminada, de inmediato. Tom tenía cuidado de no contrariarla ni desafiar la abrumadora influencia que tenía en la vida de Melanie. Creía que no duraría para siempre, pero también sabía que si Melanie se rebelaba contra el control de su madre, Janet se pondría hecha una furia. No quería ceder ese poder a nadie y menos todavía a la propia Melanie. Y ella también lo sabía.

– Creo que primero lo organizaré todo y luego se lo diré. Así no podrá detenerme. Tengo que ver si mi agente y mi mánager pueden librarme de algunas cosas sin que mi madre lo sepa. Ella quiere que lo haga todo, siempre que salga en la prensa nacional, consiga publicidad y yo aparezca en la portada de lo que sea. Tiene buenas intenciones, pero no comprende que a veces es demasiado. Sé que no puedo quejarme, ya que logró que mi carrera se hiciera realidad. Lo ha tenido entre ceja y ceja desde que yo era una niña. Pero yo no deseo todo esto tanto como ella. Quiero poder elegir, no quedar enterrada debajo de toda la basura que me obliga a hacer. ¡Y es mucha! -Sonrió a Tom.

El sabía que la joven estaba diciendo la verdad. Lo había visto muy de cerca desde mayo. Solo seguir la pista de todo lo que hacía, lo dejaba exhausto, a pesar de que tenía tanta energía como ella. Pero él no se había roto el tobillo actuando en Las Vegas. Y eso también tenía un precio. Todo lo tenía. Hasta entonces, Melanie parecía agotada; sin embargo, de repente, había vuelto a la vida después de su reunión con el sacerdote.

– ¿Vendrías a verme a México? -preguntó a Tom, esperanzada.

El sonrió y asintió.

– Pues claro que sí. Estoy muy orgulloso de ti, Mellie. Creo que, si consigues ir, te encantará.

Ambos sabían que su madre sería una adversaria de armas tomar y que se sentiría profundamente amenazada por cualquier señal de independencia por parte de su hija. Iba a ser duro para Melanie. Era la primera vez que tomaba una decisión por sí misma. Y era una gran decisión, dado que no tenía nada que ver con su carrera. Esto asustaría todavía más a Janet. No quería que Melanie se distrajera de sus metas o, más importante, de las metas de su madre. Se suponía que Melanie no podía tener sueños; solo los de su madre. Esto estaba cambiando. Y el cambio iba a aterrar a su madre. Ya era hora.

Siguieron hablando de ello de camino a casa. Janet había salido cuando llegaron; fueron discretamente a la habitación de Melanie y cerraron la puerta con llave. Hicieron el amor y después se quedaron acurrucados en la cama, viendo películas por televisión. A Janet no le importaba que Tom se quedara a pasar la noche de vez en cuando, aunque no quería que nadie se trasladara a vivir allí, ni con su hija ni con ella. Mientras el hombre con el que estuviera no se volviera demasiado arrogante o influyera demasiado en Melanie, estaba dispuesta a tolerar su existencia. Tom era lo bastante listo para ser discreto, y nunca le plantaba cara.

Al final, decidió volver a casa alrededor de las dos de la madrugada, para poder llegar temprano al trabajo al día siguiente. Melanie estaba dormida cuando se marchó, pero ya le había dicho que se iría. Ella había sonreído adormilada y lo había besado. Al día siguiente, se despertó temprano y empezó a llamar por teléfono para poner en marcha sus planes. Hizo que su agente y su mánager le juraran guardar silencio y ambos le dijeron que verían qué podían hacer para liberarla de los compromisos que tenía, la mayoría, o todos ellos, concertados por su madre. Le advirtieron que Janet no tardaría mucho en enterarse, de una u otra manera. Melanie dijo que hablaría con ella, pero solo después de haber cancelado los compromisos, para que Janet no pudiera hacer nada al respecto. Su mánager le dijo que su estancia en México sería una oportunidad fabulosa para la prensa, si estaba dispuesta a sacarle partido.

– ¡No! -exclamó Melanie, tajante-. De eso se trata. Necesito alejarme de toda esta mierda. Necesito tiempo para averiguar quién soy y qué quiero hacer.

– Oh, por Dios, es uno de esos viajes. No estarás pensando en retirarte, ¿verdad? -le preguntó su agente.

Janet los mataría a todos si sucedía algo así. En el fondo, era una mujer decente; solo deseaba que la carrera de su hija fuera la más espectacular de la historia. Quería a su hija, pero únicamente vivía a través de ella. El agente pensaba que era bueno que Melanie tratara de cortar el cordón umbilical. Tenía que pasar antes o después. Lo había visto venir. El problema era que Janet no lo veía, y defendería aquel cordón umbilical con su vida. Nadie iba a tocarlo. Solo Melanie tenía ese derecho.

– ¿En cuánto tiempo estás pensando? -le preguntó el agente.

– Tal vez hasta Navidad. Sé que tenemos el concierto en Madison Square Garden por Nochevieja. No quiero cancelarlo.

– Menos mal -dijo con alivio-. De lo contrario, habría tenido que cortarme las venas. Hasta entonces, los compromisos no son demasiado importantes. Me pondré a ello -prometió.

Dos días después, tanto el agente como la mánager habían hecho lo que habían prometido. Melanie estaba libre hasta dos semanas después de Acción de Gracias. Algunos compromisos habían sido programados para otro día y otros hubo que cancelarlos, aunque tal vez se aplazarían a alguna lejana fecha posterior. Ninguno de ellos era muy importante. Era el momento perfecto para hacerlo. Lo único que se perdería sería aparecer en algunas noticias relacionadas con las fiestas y galas a las que la invitarían. Pero no había manera de predecirlas. A Janet le gustaba que asistiera a todas. Y Melanie siempre lo había hecho. Hasta ahora.

Como ya esperaban, Janet entró en la habitación de Melanie dos días después de que hubieran cancelado todos sus compromisos. Nadie le había dicho nada todavía; Melanie había informado a Tom de que se lo contaría aquella misma noche. Pensaba marcharse el lunes siguiente, así que ya había hecho las reservas. Quería pasar el fin de semana con Tom antes de irse. El la respaldaba totalmente. Además, planeaba ir a verla cuando pudiera. Estaba entusiasmado por lo que ella estaba haciendo, ya que también quería trabajar de voluntario algún tiempo. Sentía un fuerte impulso por ayudar a su prójimo, igual que ella, y quería compaginar su carrera profesional con una tradición humanitaria en la que creía firmemente.

Tres meses separados no era mucho, pero le dijo que la echaría de menos. Lo que tenían era bueno y sólido, así que soportaría cualquier distanciamiento debido a sus respectivas obligaciones. Su relación avanzaba a toda velocidad y se estaba convirtiendo en algo muy importante para los dos. Eran bondadosos, compasivos, inteligentes y ayudaban a los demás. No podían creer lo afortunados que habían sido al conocerse. En muchos sentidos, eran muy parecidos y se inspiraban mutuamente de manera constructiva. Juntos, su mundo había crecido. Tom pensaba incluso en tomarse un par de semanas libres y trabajar con ella de voluntario en una de las misiones mexicanas, si le concedían el permiso en el trabajo. Le encantaba tratar con niños y en el instituto había sido el Hermano Mayor para un chico de Watts y para otro del este de Los Ángeles; seguía en contacto con ambos. Era lo suyo. De adolescente había soñado con unirse al Cuerpo de Paz, aunque más tarde eligió iniciar una carrera profesional. Pero ahora envidiaba lo que ella iba a hacer en México y le gustaría poder pasar tres meses allí también.

– ¡Qué extraño! -dijo Janet a Melanie, mirando un puñado de papeles que llevaba en la mano-. Acabo de recibir un fax donde dice que tu entrevista con Teen Vogue ha sido cancelada. ¿Cómo es posible que metan la pata de este modo? -Negó con la cabeza y miró a su hija con expresión irritada-. Y esta mañana he recibido un e-mail de la gala benéfica contra el cáncer de colon diciendo que esperan que puedas acudir el año próximo. Se celebraba dentro de dos semanas. Parece que te han dejado plantada por otra; dicen que lo hará Sharon Osbourne. Tal vez piensen que eres demasiado joven. Sea como sea, será mejor que salgas ahí fuera y muevas el culo, niña. ¿Sabes qué significa esto? Que están empezando a olvidarte porque solo has estado de gira poco más de dos meses. Es hora de que enseñes la cara y consigas algo de publicidad.

Sonrió a su hija, que estaba tumbada en la cama, viendo la tele.

Melanie había estado pensando en lo que tenía que meter en las maletas para su viaje a México. No mucho. Había media docena de libros encima de la cama, sobre México, que se le habían pasado por alto, milagrosamente, a su madre. Levantó la cabeza y la miró, preguntándose si este era el momento adecuado para decírselo. Sabía que no iba a ser fácil, fuera cual fuese el momento en el que se lo dijera. La proverbial mierda iba a empezar a salpicar.

– Esto… en realidad, mamá -empezó Melanie, justo cuando su madre iba a salir de la habitación-. He sido yo quien ha cancelado esos dos actos… y algunos más… Estoy cansada… Pensaba irme fuera unas semanas. -Había estado dudando si decirle a su madre el tiempo que iba a estar fuera o que lo viera sobre la marcha. Todavía no lo había decidido. Pero tenía que decirle algo, ya que estaba a punto de marcharse.

Janet se paró en seco y se volvió con cara de pocos amigos, mientras Melanie seguía tumbada en su cama de satén rosa.

– ¿De qué va todo esto, Mel? ¿Qué quieres decir con que te vas unas semanas? -La miraba como si Melanie acabara de decir que le habían salido cuernos o alas.

– Bueno, ya sabes… el tobillo… me ha estado molestando mucho… He pensado… en fin… que sería bueno marcharme.

– ¿Has cancelado unos compromisos sin preguntármelo?

Melanie vio que la mierda empezaba a acumularse; las salpicaduras no tardarían en llegar.

– Iba a decírtelo, mamá, pero no quería que te preocuparas. El médico dijo que tenía que descansar el pie.

– ¿Es idea de Tom? Ahora su madre la miraba, furiosa, tratando de averiguar de dónde procedía la influencia maligna que había llevado a Melanie a cancelar dos compromisos sin consultarla primero. Se olía una fuerte interferencia.

– No, mamá, no lo es. Simplemente es algo que quiero hacer. Estaba cansada después de la gira. No quería actuar en esa gala y puedo hacer lo de Teen Yogue cuando quiera. Nos lo están pidiendo continuamente.

– No se trata de eso, Melanie -dijo Janet mientras se acercaba a la cama soltando chispas por los ojos-. Tú no cancelas los compromisos. Tú hablas conmigo y yo lo hago. Además, no puedes desaparecer de la faz de la tierra solo porque estés cansada. Tienen que seguir viéndote.

– Mi cara está en un millón de cubiertas de CD. Nadie me olvidará si me voy unas semanas o no hago una gala benéfica contra el cáncer de colon. Necesito tener tiempo para mí.

– ¿De qué demonios va todo esto? Tiene que haber sido Tom. Me doy cuenta de cómo ese chico merodea por aquí. Seguramente te quiere solo para él. Está celoso de ti. El no entiende, ni tú tampoco, cuánto cuesta forjar una carrera importante y mantenerte en la cima. No puedes tumbarte a la bartola, follar, ver la tele o estar con la nariz metida en un puñado de libros. Es preciso que te vean. No sé dónde pretendías pasar unas semanas, pero ya puedes cancelar ese plan ahora mismo. Cuando yo crea que necesitas marcharte, ya te lo diré. Estás perfectamente. Ahora mueve el culo y deja de compadecerte por ese tobillo. Levántate y muévete, Mel. Llamaré a Teen Vogue y concertaré de nuevo la entrevista. No cambiaré lo de la gala, porque no quiero fastidiar a Sharon. ¡Pero ni se te ocurra volver a cancelar, jamás, ninguno de tus compromisos! ¿Me oyes? -Temblaba de rabia y Melanie, de terror.

Se sintió enferma al oír a su madre. Estaba todo allí. Janet pensaba que era de su propiedad. Cualesquiera que fueran sus intenciones, buenas o malas, Melanie sabía que el constante control de su madre le arruinaría la vida, si continuaba permitiéndoselo.

– Te oigo, mamá -dijo en voz baja-, y siento que lo tomes así. Pero esto es algo que tengo que hacer por mí misma. -Hizo de tripas corazón y se lanzó de cabeza al río-. Me voy a México hasta después de Acción de Gracias. Me marcho el lunes. -Casi se encogió al decirlo, pero consiguió no hacerlo. Era el peor enfrentamiento que habían tenido, aunque habían tenido algunos choques importantes, siempre que Melanie intentaba tomar alguna decisión o gozar de cierta independencia.

– ¿Que te vas? ¿Adónde? ¿Estás loca? Tienes un millón de compromisos hasta entonces. No irás a ninguna parte, Melanie, a menos que yo te lo diga. Y no te atrevas a decirme lo que vas a hacer. No olvidemos quién te puso ahí arriba.

Era su voz la que la había puesto allí, con ayuda de su madre, cierto, pero era cruel decir algo así, y Melanie lo sintió como un puñetazo. Era la primera vez que hacía frente a su madre de esa manera. Y era cualquier cosa menos agradable. Quería meterse debajo de la cama y llorar, pero no lo hizo. Se mantuvo firme. Sabía que tenía que hacerlo. Además, no estaba haciendo nada malo. Se negó a dejar que su madre hiciera que se sintiera culpable por querer tomarse un tiempo libre.

– He cancelado los demás compromisos, mamá -dijo con franqueza.

– ¿Quién lo ha hecho?

– Yo. -No quería meter en un aprieto a su agente y a su mánager, así que cargó con las culpas. Ella les había dicho que lo hicieran y eso era lo que importaba-. Necesito marcharme este tiempo, mamá. Siento disgustarte, pero es importante para mí.

– ¿Quién irá contigo?

Seguía buscando al culpable, a la persona que le había robado el poder sobre su hija. Pero, en realidad, solo había sido el tiempo. Melanie había crecido y quería tener, por lo menos, un poco de control sobre su vida. Era algo anunciado. Aunque, posiblemente, el amor de Tom la había ayudado.

– Nadie. Me voy sola, mamá. Voy a trabajar en una misión católica que cuida niños. Es algo que quiero hacer. Te prometo que cuando vuelva me dejaré el pellejo trabajando. Solo déjame hacer esto sin ponerte como loca.

– No soy yo quien está loca, sino tú -gritó Janet. Melanie no había levantado la voz en ningún momento, por respeto a su madre-. Podemos sacar publicidad de ello si quieres hacerlo solo unos días -dijo esperanzada-, pero no puedes largarte a México tres meses. Por todos los santos, Melanie, ¿en qué estabas pensando? -Entonces se le ocurrió otra cosa-. ¿Es aquella monja de San Francisco quien está detrás de esto? Ya me parecía una pequeña arpía taimada. Ten cuidado con esa gente, Melanie. Antes de que te des cuenta te habrá metido en un convento. Y ya puedes decirle que, si eso es lo que tiene en mente, ¡será por encima de mi cadáver!

Melanie sonrió al oír mencionar a Maggie, por grosero que fuera el comentario.

– No, he ido a ver a un sacerdote. -No le dijo nada de que lo había conocido a través de Maggie-. Tiene una gran misión en México. Solo quiero ir y tener un poco de paz; luego, podré volver y trabajar tanto como quieras. Lo prometo.

– Haces que parezca como si te estuviera maltratando -dijo su madre rompiendo a llorar y sentándose en la cama de su hija.

Melanie la abrazó.

– Te quiero, mamá. Agradezco todo lo que has hecho por mi carrera. Pero ahora quiero algo más que eso.

– Es el terremoto -afirmó Janet temblando y sollozando-. Tienes estrés postraumático. Dios, sería una historia fabulosa para People, ¿no crees?

Melanie se echó a reír, mirándola. Su madre era una caricatura de sí misma. Tenía el corazón donde debía, pero en lo único que pensaba era en publicidad para Melanie y en cómo lograr que su carrera fuera todavía más importante de lo que era, algo que habría resultado muy difícil de lograr. Ya había hecho todo lo que se había fijado como meta, pero su madre no quería soltarla para que tuviera su propia vida. Esta era la esencia del problema: quería vivir la vida de Melanie, no la suya.

– Tú también tendrías que ir a algún sitio. A un balneario o algo así. O a Londres con algunos de tus amigos. O a París. No puedes pensar en mí constantemente. No es sano. Para ninguna de las dos.

– Te quiero -gimió Janet-. No sabes a lo que he renunciado por ti… Podría haber hecho carrera; todo te lo di a ti… lo único que he hecho en mi vida ha sido lo que creía mejor para ti. -Era un discurso más que sabido, que Melanie había escuchado con demasiada frecuencia y que, con el paso del tiempo, intentaba interrumpir.

– Lo sé, mamá. Yo también te quiero. Pero déjame hacer esto. Después me portaré bien, lo prometo. Pero tienes que dejar que resuelva las cosas yo misma y tome mis decisiones. Ya no soy una niña. Tengo veinte años.

– Eres una criatura -soltó Janet, furiosa, sintiéndose mortalmente amenazada.

– Soy una mujer -dijo Melanie, tajante.

Janet se pasó los siguientes días llorando, quejándose y acusando, alternativamente. Iba del pesar a la ira. Notaba las primeras señales de que el poder se le escapaba de las manos y sentía pánico. Incluso intentó que Tom hablara con Melanie y la convenciera de abandonar sus planes, pero él le dijo, diplomáticamente, que creía que quizá le haría bien y que pensaba que era algo noble por su parte, lo cual únicamente consiguió enfurecer más a Janet. Fueron unos días de pesadilla en la casa; Melanie solo deseaba que llegara el lunes para marcharse. Después de pasar el fin de semana con Tom en su casa, se quedó la última noche en el piso de Tom, para evitar a su madre; únicamente volvió a su casa a las tres de la madrugada para dormir un poco antes de marcharse al aeropuerto a la mañana siguiente, a las diez. Tom se había tomado la mañana libre para llevarla en coche. Melanie no quería marcharse en una limusina blanca, atrayendo la atención, algo en lo que su madre habría insistido, de haber hecho las cosas a su manera. Seguramente habría llamado a la prensa y habría filtrado la historia; en realidad, todavía podía hacerlo.

La despedida con su madre pareció salida de un culebrón: su madre, aferrada a ella y llorando, decía que probablemente estaría muerta cuando Melanie volviera, porque tenía dolores en el pecho desde que su hija le había dicho que se iba. Melanie insistió en que no le pasaría nada, le prometió llamarla con frecuencia, dejó los números de teléfono pertinentes y echó a correr hacia el coche de Tom, con una mochila y una bolsa de lona. Era lo único que se llevaba. Cuando entró en el coche y se sentó junto a Tom, parecía que huyera de la cárcel.

– ¡Vamos! -gritó-. ¡Vamos! ¡Vamos! Antes de que salga corriendo y se tire encima del coche.

Tom arrancó y los dos se echaron a reír cuando llegaron al primer semáforo. Les parecía que era un coche preparado para la fuga, y lo era. Melanie estaba entusiasmada ante la perspectiva de marcharse y al pensar en lo que iba a hacer cuando llegara a México.

Tom la besó al dejarla en el aeropuerto y ella le prometió llamarlo en cuanto llegara. El planeaba ir a verla al cabo de dos o tres semanas. Pero, entretanto, Melanie sabía que viviría muchas aventuras. Sus tres meses sabáticos en México eran, exactamente, lo que el doctor había prescrito.

Sentada en el avión, justo antes de que las puertas se cerraran, decidió llamar a su madre. Iba a hacer lo que quería y sabía que, para Janet, aquello era difícil, ya que para ella significaba una enorme pérdida. Perder el control sobre su hija, aunque fuera solo un poco, la aterraba y Melanie sintió pena por ella.

Cuando Janet contestó al teléfono parecía deprimida. Pero se animó perceptiblemente al oír la voz de su hija.

– ¿Has cambiado de opinión? -preguntó esperanzada.

Melanie sonrió.

– No. Estoy en el avión. Solo quería enviarte un beso. Te llamaré desde México, cuando pueda. -Entonces pidieron que desconectaran todos los móviles y le dijo a su madre que tenía que dejarla. Janet parecía a punto de llorar.

– Sigo sin entender por qué estás haciendo esto. -Lo veía como un castigo, un rechazo. Pero para Melanie era mucho más. Era la oportunidad de hacer el bien en el mundo.

– Necesito hacerlo, mamá. Volveré pronto. Cuídate. Te quiero, mamá -dijo cuando una azafata le recordó que debía apagar el móvil-. Tengo que dejarte.

– Te quiero, Mel -respondió su madre apresuradamente, como si fuera un último beso.

Melanie desconectó el móvil. Se alegraba de haber llamado. El viaje no tenía nada que ver con hacerle daño a su madre. Era algo que necesitaba hacer por ella misma. Necesitaba descubrir quién era y si podía vivir de forma independiente.

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