Capítulo 10

A Zoe empezó a latirle el corazón con rapidez. No había supuesto que iban a llegar a eso. Ella no había pensado que tendría que tomar ese tipo de decisiones. Se suponía que vivir en la isla la protegía del tipo de errores como el que estaba cometiendo en aquel momento: estar tumbada junto a un hombre apuesto -¡y un hombre famoso!-, un hombre de paso que al final la abandonaría.

Pero su aliento olía a uvas y sus labios estaban muy cerca. Y se movían de una manera muy sensual mientras volvían a susurrar su nombre…

– Zoe.

Ahora empezaba a entender por qué, ciento cincuenta años antes, tantos pescadores habían estado naufragando contra las rocas del lado oeste de aquella isla: porque la isla estaba rodeada por sensuales y furtivas sirenas, y algunas de ellas eran varones.

La mano de Yeager se deslizó por detrás de la cabeza de ella y la levantó para acercar la boca de Zoe hacia la suya.

– Bésame -susurró él.

Y ella lo hizo.

Yeager degustó también el sabor a uvas de la boca de ella, o puede que fuera vino, porque la dulzura de aquella boca lo embriagaba al igual que lo hacía la dulce presión de aquellos suaves y tentadores labios.

Zoe sintió un calor en el vientre, y cuando Yeager volvió a acercar su boca a la suya, ella no pudo evitar mover su cuerpo hasta él. Se apretó contra aquel pecho fuerte y cálido, mientras las manos de él se deslizaban desde detrás de su cabeza hasta su cintura. Ya las recordaba allí de cuando habían estado subidos en la motocicleta. Y al recordar la sensación del cuerpo de Yeager pegado a su espalda, Zoe gimió dentro de la boca de él.

Él apretó sus caderas contra las caderas de ella. Zoe sintió también la masculinidad de él: su erección presionando contra la tela de sus tejanos. Y en ese momento ella empezó a sentirse caliente.

Zoe había conseguido ponerlo en aquel estado. Había hecho que Yeager tuviera una erección y que la deseara. Empezó a sentir un hormigueo que le recorría toda la piel y un calor de deseo que le atravesaba el cuerpo.

Yeager deslizó las manos hacia arriba, por su espalda, frotándolas por encima de la camiseta de ella. Zoe se dio cuenta de que él había notado que no llevaba sujetador. Los dedos de Yeager se quedaron inmóviles y luego levantó la cabeza como si necesitara tomar aliento.

– ¿Zoe?

Ella apoyó la cabeza en el hombro de él, avergonzada. Yeager le acarició la frente con la mejilla y luego buscó de nuevo su boca. La volvió a besar una y otra vez, enardeciendo el fuego que ella sentía en el vientre y haciendo que hormigueantes oleadas de deseo recorrieran sus brazos y sus piernas. Sus dedos se pasearon por los costados de ella y luego se movieron hacia el centro de su cuerpo hasta rodearle los pechos con las manos.

¡Oh! Zoe apartó la cabeza bruscamente y se separó del beso de Yeager. Aparentemente, el tamaño no importaba cuando se trataba de que un hombre disfrutaba de la sensación de tener unos pechos femeninos entre las manos. Y tampoco parecía que a él le importara el escaso escote de ella. Incluso con la fina tela de algodón interponiéndose entre sus cuerpos, daba la impresión de que él estaba fascinado con la forma de sus pechos: acarició una y otra vez aquellas pequeñas protuberancias con las palmas de las manos para a continuación ponerse a trazar círculos alrededor de sus pezones. Estos inmediatamente se pusieron erectos.

Echada de espaldas como estaba, Zoe se quedó quieta, aturdida por otra oleada de excitación. Algo nuevo le estaba pasando. Sentía que los miembros se le deshacían a causa del calor que le provocaban las caricias de Yeager. El aire se le trabó en los pulmones cuando él se deslizó hacia abajo. Y cuando la boca de él localizó uno de sus pezones erectos, ella tuvo que morderse una mano para ahogar un grito.

Por ciego que estuviera, parecía que Yeager sabía exactamente qué tenía que hacer. Primero lo chupó, mojando la tela de su camiseta sobre aquel punto endurecido, y luego se lo metió en la boca. Justo cuando ella creía que se había deshecho completamente a causa del calor que sentía, Yeager succionó con fuerza aquel pezón gimiendo de satisfacción, como si el sabor de lo que tenía en la boca fuera tan delicioso como cualquiera de los platos con los que ella hubiera podido alimentarle.

Zoe no podía dejar de meterle los dedos por el pelo, mientras él localizaba sin demasiados problemas el otro pezón y lo lamía y lo besaba. Ella sintió como si algo se estuviera fraguando dentro de su cuerpo, y notó una especie de tensión en las piernas y en el vientre que la hacían retorcerse sin cesar. Sentía calor por todo el cuerpo: en la cara, en las palmas de las manos, en las nalgas, en las rodillas. Zoe intentó echarse hacia atrás para detener de alguna manera el obvio y descaradamente sexual movimiento de sus caderas.

Puede que Yeager hubiera pensado lo mismo, porque colocó una mano grande y caliente sobre su estómago, y la empujó hacia abajo haciendo que aquella tensión la mortificara todavía más.

Luego tomó de nuevo su boca. Uno de los dos -por supuesto, había sido ella- dejó escapar un ligero gemido cuando Zoe levantó la tela de la camisa de él. Por fin podía disfrutar de aquel pecho parcialmente desnudo, contra el que ahora se frotaban su húmeda camiseta y sus endurecidos pezones.

Zoe gimió de nuevo.

– Chis, chis -dijo él tratando calmarla, pero algo estaba pasando en el interior de Zoe.

Y también en su exterior. Sentía calor por todas partes y un ardiente deseo a causa de las caricias que Yeager le prodigaba.

– Está bien -susurró él contra su boca-. Lo he entendido.

«¿Había entendido? ¿Qué había entendido?» Pero en aquel momento ella no podía pensar nada, porque la lengua de Yeager se hundía de nuevo en su boca y una mano desabrochaba los botones de sus tejanos. Él metió una de sus grandes manos, abierta -y casi tan caliente como la piel de ella-, entre los vaqueros y la satinada tela de las bragas de Zoe.

La carne del vientre de Zoe se estremeció y luego toda ella empezó a temblar de los pies a la cabeza.

– ¿Yeager?

Yeager paseó la boca por su cuello, dibujando una línea que descendía por su garganta y que era como una copia del recorrido que describía su mano, mientras se dirigía al lugar más caliente y excitado del cuerpo de Zoe.

Todavía con la tela de las bragas formando una barrera entre los dedos de él y la carne de ella, Yeager la tocó allí y Zoe se estremeció.

– Chis, chis -le susurró Yeager de nuevo-. Lo sé, cariño, lo sé.

Zoe sintió el cuerpo de Yeager aplastándose contra el suyo a través de la tela de los tejanos de ambos, y su pene duro frotándose contra su muslo. De alguna manera, dejar que Yeager la acariciara la hacía sentirse bien. Y entonces, mientras la besaba de nuevo, Yeager la rozó con los nudillos en algún lugar que -por debajo de su ropa interior- estaba caliente y mortificantemente húmedo.

Y a Yeager aquello pareció gustarle.

– Oh, cariño -dijo él con reverencia, o así al menos lo entendió ella casi al borde del vértigo.

Y cuando Yeager le lamió el labio inferior y la acarició con la punta del dedo, ella sintió que estallaba de placer. Que estallaba alejándose de aquel lugar en la Colina de Harry, y saliendo de la isla y seguramente del mundo entero. Y luego sintió que caía de nuevo al suelo, convertida en pequeños fragmentos, desparramándose sobre su rincón de la isla favorito y por encima del hombre al que había creído que podría manejar con facilidad.

Al cabo de un instante, Yeager se apartó de ella.

– Zoe -dijo él, pero enseguida se calló-. Yo no… Yo no… -añadió finalmente con una voz ronca.

Zoe sintió que le ardían las mejillas de vergüenza y humillación. Volvió la cara mientras volvía a abrocharse los tejanos y se bajaba la camiseta. Por supuesto, él no había pretendido que aquello llegara tan lejos. Por supuesto, él no la deseaba de verdad. Yeager era Apolo y ella era… alguien a quien él jamás debería haber conocido.

Él solo andaba buscando unos cuantos besos, una diversión para pasar la tarde, y posiblemente coquetear un rato. Y se había visto obligado a tener que satisfacer a una mujer desesperada, que había estallado como un petardo casi con su primera caricia. Otra oleada de vergüenza la hizo enrojecer de nuevo.

Quizá se habría sentido mejor si hubiera intentado satisfacerlo a él, pero por lo rápidamente que Yeager se había apartado de su lado era demasiado obvio que pensaba que Zoe no era suficiente mujer para él.

Ella se puso de pie y se sintió contenta como nunca por el hecho de que él no pudiera verle la cara.

– Será mejor que nos marchemos.

– Sí.

Yeager se quedó de pie mientras ella recogía los restos del almuerzo, doblaba la manta y lo cargaba todo otra vez en la motocicleta. Por suerte había traído también un jersey y se lo puso por encima de la camiseta mojada con aquellos vergonzosos círculos de saliva.

Pasó el casco a Yeager. A la vuelta, él ya no se sentó tan pegado a ella y Zoe sintió escalofríos durante todo el camino de regreso a Haven House.

– Zoe…

– No digas nada, ¿de acuerdo? -le dijo ella secamente-. Hazme solo un favor, déjalo estar.

Lo último que quería ahora Zoe era volver a revivir aquel episodio de indecorosa lujuria. Una lujuria que parecía haberlo dejado a él completamente indiferente.

Yeager asintió la cabeza. Y más tarde, mientras subía por el camino hacia su apartamento, se tropezó. Por primera vez parecía que Yeager fuera realmente ciego.


Zoe entró en la cocina dispuesta a preparar la comida de la tarde y se encontró allí con Lyssa, quien estaba cortando castañas de agua en rodajas. Zoe frunció el entrecejo.

– ¿Qué es esto? Pensé que habíamos quedado en hacer guacamole con tortitas y un plato de galletas saladas y quesos.

Lyssa no apartó los ojos del cuchillo.

– Hum… Ya he hecho el guacamole. Pero esto es para la cena. Hoy tenemos invitados.

Zoe parpadeó sorprendida.

– ¿Qué? -Empezó por plantear la pregunta que le parecía más sorprendente-: ¿Quieres decir que vas a cocinar tú?

Zoe sabía que dirigir aquel bed-and-breakfast era algo que a Lyssa no le atraía tanto como a ella. Aunque Haven House era el negocio de las dos, Zoe había tomado la dirección en lo que se refería a cualquiera de los trabajos de la casa, posiblemente porque ella era la mayor y porque Lyssa había estado enferma.

Lyssa la miró por debajo de las pestañas.

– Yo también tengo mis especialidades -dijo tratando de defenderse.

– Normalmente tu especialidad es comer -le replicó Zoe sonriendo-. Estoy bromeando. ¿Quién va a venir a cenar?

– Yeager y Deke.

El alma de Zoe cayó en picado, cual gaviota, en dirección a sus pies.

– ¿Qué? -Respiró profundamente para calmar su arrebato de pánico-. No creo que puedan venir.

Yeager, sin duda, no podría venir. Sobre Deke todavía no sabía casi nada.

– Vendrán -dijo Lyssa tranquilamente-. Les he dejado una nota a cada uno de ellos diciéndoles que hay un problema con sus facturas.

Zoe alzó las cejas. No había ningún problema con sus facturas.

– ¿Qué?

Lyssa pasó por alto su cara de sorpresa.

– En cuanto lleguen, les ponemos una cerveza fría en las manos y verás cómo se quedan.

Zoe cruzó los brazos sobre el pecho y se quedó mirando la cara angelical de su hermana pequeña.

– ¿De qué va esto, Lyssa?

– Creo que las dos hemos estado demasiado tiempo solas -contestó ella intentando evitar la mirada de Zoe.

Zoe se movió incómoda por la cocina. Tenía ganas de marcharse de allí. De hecho, había estado pensando cómo podría hacer exactamente eso durante el resto de la estancia de Yeager en la isla. Sí, esa táctica ya la había intentado antes, pero esta vez estaba dispuesta a desaparecer por completo. Después de lo que había pasado entre ellos -lo que le había pasado a ella en la cima de la colina-, ¿cómo iba a poder encontrarse de nuevo con él en cualquier parte?

No esperaba volver a sentir otra oleada de irresistible deseo por aquel hombre, ni creía que pudiera olvidar la vergüenza que sentía. Ya ni siquiera pensaba que él fuera atractivo.

Zoe tragó saliva.

– Bueno, en tal caso, podríamos invitar a algunos de nuestros amigos. Nuestros amigos de la isla.

– Yeager y Deke. Hoy estoy cocinando para ellos. Quiero conocerlo, quiero decir conocerlos, un poco mejor.

Zoe movió la cabeza con gesto de sorpresa.

– Pero…

– ¿Hay alguna buena razón por la que no quieras que vengan?

Zoe abrió la boca. Había carretadas de buenas razones. Volvió a cerrar la boca. No quería compartir ninguna de esas razones con nadie, ni siquiera con Lyssa.

En especial con Lyssa. No había motivo para preocupar a su hermana por algo tan… tan… insustancial. Algo que no volvería a pasar nunca más.

Sin embargo…

– Va a ser un desastre -insistió Zoe. Aunque Yeager no se presentara, evidentemente ella no tenía ningunas ganas de quedarse allí.

– No, no lo será -replicó Lyssa de manera cortante.

Zoe parpadeó sorprendida. ¿La serena y calmada Lyssa contestándole de aquella manera?

– ¿Te pasa algo?

Su hermana apretó los labios y negó con la cabeza.

– ¿No podemos sencillamente disfrutar de una cena agradable juntos?

– Bueno, sí, claro que podemos.

Una oleada de lealtad fraternal hizo que enseguida estuviera de acuerdo con ella. Zoe había notado una desconocida tensión en la normalmente tranquila Lyssa, y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de aliviarla.

Incluso si eso significaba tener que ser jodidamente amable con Yeager durante una cena.

Esa rata. Cuando pensaba en lo que había pasado, se decía que él era quien debería sentirse incómodo. Él era quien tenía tanta experiencia. Él tendría que haber sabido de antemano lo que podía acabar pasando.

Zoe empezó a alimentar aquel pequeño estallido de rabia porque estaba segura de que con eso apagaría la vergüenza que sentía. Oh, de acuerdo, si tenían que sentarse juntos en la cena de Lyssa, sería amable.

Sería tan amable que él no se iba a enterar de dónde le venían los palos.


Deke pensó que aquella era la más extraña maldita cena a la que había sido invitado.

Y no importaba que aquella fuera la única maldita cena a la que le había tocado asistir.

No tenía ni idea de por qué aquellas dos mujeres querían que Yeager y él se presentaran allí, pero había ríos de corrientes emocionales subterráneas que corrían entre los cuatro -Lyssa y él en un lado de la mesa, y Yeager y Zoe en el otro- que ninguno de ellos podía pretender ignorar.

Lyssa no se dirigía a él ni a su hermana. Yeager no hablaba con Zoe. Zoe no dirigía la palabra a Yeager ni a Lyssa ni a él. En aquella cena no había nada de conversación y sí mucho e innecesario ruido de cubiertos.

Y algo en el fondo de cristal azul de los ojos de Lyssa dio a Deke un extraño impulso -o incluso la responsabilidad- de relajar la tensión que había en aquella mesa.

Mierda. Debía de estar empezando a ablandarse.

Eso era lo que les pasaba a los hombres con la edad.

– Bueno -dijo Deke intentando encontrar algún tema de conversación, algo que hasta entonces jamás se había molestado en hacer-, parece que hace buen tiempo, ¿no?

Zoe murmuró algo. Yeager musitó algo. Y Lyssa no se molestó en emitir sonido alguno.

Deke miró a Lyssa de soslayo. Si de alguna manera hubiera que definir el aspecto que tenía esa noche aquella adorable criatura, el término más adecuado sería deplorable. La vergüenza y el remordimiento que había sentido Deke durante todo el día le quemaban ahora en el estómago como una úlcera.

Sabía que había cometido un gran error y pensó que debería hacer algo, algo que acabara con aquella frialdad que estaba empezando a crecer entre los dos. Pero antes, se dijo, tendrían que esperar a que terminara aquella deplorable cena.

Dejó escapar un leve suspiro y lo intentó de nuevo, dirigiendo sus observaciones hacia el otro lado de la mesa.

– Una cena maravillosa, ¿no es así, Yeager?

– Sí -refunfuñó su amigo, a pesar de que no había probado bocado.

Yeager alzó su húmeda botella de cerveza y echó un trago largo. Cuando la volvió a dejar en la mesa golpeó con ella una de las otras dos botellas vacías que ya se había tomado.

Zoe consiguió salvar las botellas vacías antes de que cayeran rodando como bolos. Agarró cada una con una mano y se levantó.

– Yo iba a…

– ¿Adónde vas? -preguntó Yeager alzando la mandíbula en dirección a ella.

Zoe no le contestó.

– ¿Alguien quiere algo de la cocina?

Dirigió la amable pregunta a una anticuada lámpara que colgaba del techo sobre la mesa del comedor.

Yeager volvió a refunfuñar.

– Tráeme otra cerveza -dijo, y añadió un poco tarde-: Por favor.

Zoe volvió un momento los ojos hacia él, pero se dirigió sin dilación hacia la puerta batiente de la cocina. El silencio cayó de nuevo como una blanca mortaja sobre los otros tres.

Una vez hubo regresado Zoe, Deke intentó romper el hielo una vez más.

– Estoy haciendo progresos en la casa.

Parecía que para los demás aquel era un tema aburrido. Lyssa y Zoe se quedaron mirando fijamente sus platos en lugar de mirarlo a él, y Yeager se dedicó a trasegar su cuarta cerveza.

Deke se quedó mirándolo muy serio. Había en el rostro de su amigo una crispación que él esperaba que hubiera desaparecido durante su estancia en aquella isla. Zoe tenía algo que ver con su renovada tensión, eso era obvio, pero Deke no pensó que un asunto de mujeres pudiera afectar tan profundamente a Yeager. Eran amigos desde hacía mucho tiempo y las mujeres nunca habían sido un problema para Yeager. Las seducía, se divertía con ellas y luego las dejaba. Y las tres cosas las hacía de una manera muy poco complicada.

No es que Yeager no tuviera otras complicaciones. Era un hombre que había luchado duro para perfeccionarse, y para conseguir ser unos de los mejores pilotos de la NASA. Deke también conocía al padre de Yeager, el brigadier general, y no había que tener más de dos dedos de frente para entender el elevado nivel de expectativas con el que había crecido Yeager por parte de su padre y por él mismo.

Pero ahora, sin ningún escalafón al que ascender y sin riesgos que asumir -algo que en buena hora había quedado en el pasado-, Deke desconocía si había algún tipo de liberación posible, siquiera concebible, que pudiera relajar la tensión que sentía Yeager.

Este se acabó la cuarta cerveza en cuestión de segundos. Parecía que su amigo estaba intentando buscar la solución a sus problemas en el alcohol.

Yeager dejó la botella vacía sobre la mesa de un golpe.

– ¿Ha llegado algún correo para mí?

Nadie le contestó.

Deke pasó la mirada de Lyssa a Yeager, y de este a Zoe, y luego volvió a hacer la ronda a la inversa.

Yeager se ajustó las gafas oscuras al puente de la nariz, se cruzó de brazos y ladeó el cuerpo en dirección a Zoe.

– ¿Ha llegado algún correo para mí? -preguntó de nuevo.

– ¿Por qué? ¿Estás esperando una nueva amiga de plástico? -contestó ella amablemente.

Deke se aguantó la risa. Le gustaba Zoe y sabía que a Yeager también le gustaba, a pesar de que no tenía la exuberancia de su hermana pequeña o la envolvente belleza a la que Yeager estaba acostumbrado. Pero había en ella una vivacidad que era un innegable atractivo.

– No -dijo Yeager apretando los dientes.

– ¿Estás seguro? ¿No dicen que valen más dos en mano que una volando? -insistió Zoe.

– No.

Zoe hizo ver que no había oído su respuesta.

– ¿Sabes?, es que me gustaría que me dieras el número de tu contacto para proveerme también yo.

– ¿Por qué quieres hacer eso? -La voz de Yeager tenía un tono de enfado que sorprendió a Deke-. Me parece que ya te satisfacen lo suficiente los hombres de carne y hueso.

Zoe se ruborizó.

– No es para mí, sino para ti. Estoy convencida de que tu actual compañera no es suficiente para ti.

Yeager alzó las cejas.

– ¿Te estás refiriendo acaso a ti misma?

Zoe enrojeció todavía más. Ambos parecían haber olvidado que no estaban solos.

– Por supuesto que no. Me refiero a esa…, no sé cómo la llamas, Dolly.

– Al menos ella no juega a caliente, caliente, frío, frío.

– ¡Juegos! -exclamó Zoe enfadada-. Probablemente ella aún no se ha dado cuenta de que no es más que un juego para. ti. Nada más que una muñeca con la que pasar el rato.

– Yo no pienso en ti cómo en una muñeca -contestó Yeager tranquilo.

– Tú no piensas en mí en absoluto.

Yeager hizo un gesto de enfado y golpeó la mesa con la botella de cerveza ahora vacía.

– Maldita sea, Zoe, ¿qué quieres decir con esto? Lo estábamos pasando bien, ¿no? ¿Y qué?

– Con ese «y qué» dejaste que la diversión se nos fuera de las manos.

Deke se quedó mirando a Lyssa -quien a su vez lo miraba con sus azules ojos abiertos como platos- y se encogió de hombros.

Hubo un largo silencio y luego la expresión de Yeager se hizo todavía más dura.

– Estás enfurecida porque paré. ¿No es así?

– Si yo hubiera estado… Si tú no querías… ¡No tenías ningunas ganas de continuar!

Deke dirigió otra mirada a Lyssa y se dio cuenta de que ella estaba tan fascinada con aquella escena como él. Deke no sabía qué estaba pasando exactamente entre Yeager y Zoe, pero parecía ser algo lo suficientemente serio para hacer que su amigo perdiera los nervios. Mientras se quedaba mirándolo, vio que una de las manos de su amigo se cerró en un puño.

– Maldita sea, Zoe, me detuve porque las otras veces te habías parado tú. Y no hace falta ser astronauta para…

– Algo que, por cierto, él es. -No pudo evitar añadir Duke en voz baja.

– … para saber que no estabas dispuesta a echar un polvo sobre una manta a la orilla del río Grummee.

– Río Gumbee -le corrigió ella.

– Como se llame. -El rostro de Yeager estaba realmente crispado-. Yo paré por ti.

Hubo otra larga pausa.

– ¡Oh! -contestó ella.

– ¡Oh! -la parodió Yeager disgustado.

– Entonces, muy bien. -Zoe se contoneó remilgada en su asiento-. Bien está lo que bien acaba.

– Por Dios bendito -dijo Yeager para sus adentros-. Para ti eso es fácil de decir. -Luego elevó el tono de su voz-. Y ahora ¿puede decirme alguien si ha llegado correo para mí? Cuando volví esta tarde llamé a Houston y me dijeron que me llegaría un informe un día de estos.

Deke frunció el entrecejo.

– ¿Un informe?

Yeager tenía un permiso por invalidez. En aquel momento los de Houston no deberían estar molestándole con papeleos.

– Mi informe médico -contestó Yeager lacónico.

– ¿Tu informe médico? -repitió Deke.

¿Para qué demonios lo quería? Yeager alzó una mano.

– Pensé que ya lo sabrías. Antes de venir a la isla apelé la sentencia que me dejaba fuera del proyecto Millennium.

Deke se quedó mirando a Yeager fijamente. Con el rabillo del ojo pudo ver a Zoe poniéndose derecha en su silla y observando a Yeager de reojo. Deke meneó la cabeza.

– Ya sabes lo que han dicho los médicos. Sí, recuperarás la vista. No, no volverás a viajar al espacio.

La expresión de Yeager no cambió un ápice.

– Pedí que se revisara esa decisión.

Deke no podía creérselo. Pensaba que Yeager había entendido cuál era su situación, aunque vivir con aquello no fuera a resultarle fácil.

– ¿Por qué demonios te haces esto a ti mismo? Sabes tan bien como yo que no se van a comprometer en eso.

– Volveré a volar.

Mierda, aquello era peor de lo que él imaginaba. Deke le replicó con un tono de voz cuidadosamente neutro:

– ¿Qué han dicho en Houston?

– Han dicho que volverían a revisar mi caso. Cuando he llamado hoy me han dicho que ya me habían enviado el informe, pero que no pensaban discutir el asunto por teléfono.

– Por el amor de Dios -dijo Deke-. ¿Ya les has explicado que ni siquiera vas a poder leer ese informe cuando te llegue?

Yeager no hizo caso de aquella pregunta.

– ¿Lyssa? -preguntó Yeager.

– ¿Sí? -contestó ella en voz baja, con unos ojos tan grandes como los platos de porcelana china que había sobre la mesa.

– ¿Me ha llegado alguna carta?

Lyssa negó con la cabeza y luego añadió:

– No. No ha llegado correo para ti hoy. Pero Yeager, a veces… -dudó un momento y luego acabó la frase-:… a veces el destino tiene planes para nosotros que nosotros no esperábamos.

Aquellas palabras parecieron provocar una explosión. Yeager arrugó la cara y luego se puso de pie con impaciencia haciendo que la silla cayera hacia atrás y golpeara contra el suelo. Zoe se levantó de un sialto, volvió a poner de pie la silla y la acercó a la mesa.

– No te preocupes -dijo Zoe tocando ligeramente el brazo a Yeager-. Seguro que está en camino.

Sin decir nada más, Yeager salió del comedor y se dirigió a la cocina. Zoe dio un respingo al oír el portazo de la puerta trasera de la casa, señal de que él se acababa de marchar.

Por primera vez desde que Deke se sentara a la mesa, Zoe lo miró a la cara.

– ¿Qué es lo que pasa? -le preguntó ella.

Deke sacudió la cabeza.

– Supongo que debería haberlo imaginado.

– Me había dicho que sus heridas eran algo totalmente pasajero -dijo Zoe con cara compungida-. Nunca me dijo que no podría volver a volar.

– No podrá volver a volar en la NASA ni en el ejército -le aclaró Deke-. Y lo sabe, maldita sea, sabe que no le dejarán volver con ese accidente en su historial.

Zoe alzó las cejas y meneó la cabeza.

– No creo que lo sepa.

Deke refunfuñó.

– Dejó la rehabilitación, ¿sabes? Empezaba a manejarse bien con su falta de vista, pero los médicos querían que fuera a un psicoterapeuta.

– Para que le ayudara a aceptar los cambios de su nueva vida, supongo -dijo Lyssa asintiendo con la cabeza.

Deke asintió a su vez.

– Cuando abandonó la rehabilitación tan pronto, pensé que aquello era una buena señal. Creí que eso significaba que tenía la situación bajo control.

– Hombres -se burló Lyssa con una leve sonrisa en los labios.

Deke ignoró el comentario.

– La prensa no dejaba de perseguirlo. Estaban por todas partes. Yeager no necesitaba ni tanta atención ni la lástima del público. Creí que eso también era una buena señal.

– La compasión apesta -añadió Lyssa poniendo mala cara.

Sorprendido, Deke le dirigió una mirada y luego volvió los ojos hacia Zoe, quien a lo largo de la conversación había palidecido.

– ¿Estás bien?

– Sí. Solo que no sé qué imaginaba él. Su vida nunca volverá a ser la misma. -Zoe se levantó de la mesa-. Creo que necesito dar un paseo. -Su mirada se cruzó con la de su hermana-. Ya recogeré yo la mesa.

– No te preocupes por eso -contestó Lyssa-. Ya me ayudará Deke.

Él alzó las cejas sorprendido. Por la manera como Lyssa había estado evitando siquiera mirarlo, había imaginado que no tendría otra oportunidad de hablar con ella en privado.

– No hay problema.

Zoe se estremeció ligeramente y luego entornó los ojos.

– Será mejor que no los haya.

Deke apretó ligeramente los labios, pero se controló en cuanto Zoe salió de la habitación. Una advertencia de boca de la hermana mayor de Lyssa era tan amenazadora como un mosquito retando a un vampiro.

Al final Lyssa y él se quedaron solos a la mesa. Deke empujó su plato hacia el centro de la mesa y ladeó la cabeza. La luz tenue de la vieja lámpara que había sobre sus cabezas se reflejaba en las mejillas de Lyssa, dibujando sombras en sus facciones.

El corazón de Deke saltó una vez más contra el muro de sus costillas y aquella sensación de úlcera volvió a quemarle las entrañas. Ella era tan hermosa que casi hacía daño a los ojos.

Lyssa apoyó los codos sobre la mesa y entrelazó los dedos de las manos. Luego apoyó la barbilla en los dedos y se quedó mirándole a los ojos.

– ¿Por qué tengo la sensación de que estás a punto de contarme que Yeager no es el único que está tratando de engañarse a sí mismo? -preguntó ella.

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