Capítulo 16

Yeager estaba de pie al lado de las escaleras de Haven House, con las manos metidas en los bolsillos de los pantalones, esperando a Zoe. Deke, Lyssa, Zoe y él debían asistir aquella noche al acto inaugural del Festival del Gobio: el baile que se celebraría en el auditorio de la escuela. Deke y Lyssa esperaban afuera, en el coche de golf, y Yeager había sacado el palo corto mientras esperaba que Zoe bajara la escalera y se tranquilizaba para poder disfrutar de la velada.

Yeager habría preferido que se hubieran ido todos juntos a cualquier otra parte, pero Lyssa y Deke le habían pedido que asistiera al baile con ellos. Entre aquellos dos parecía que se estaba cociendo algo y parte de él había sentido la curiosidad suficiente para acceder. La otra parte deseaba estar donde se encontrara Zoe.

– ¡Va, que nos vamos! -gritó Yeager en dirección a la segunda planta.

Otra vez.

Como respuesta no le llegó más que un grito amortiguado.

Él meneó la cabeza. Durante los últimos días, conforme se acercaba la fecha del baile, ella había estado cada vez más tensa. Había empezado a llevar de un lado a otro una carpeta que se había convertido en una especie de armadura y que lo ponía cada vez más nervioso.

¿Que quería robarle un beso? Pues antes tenía que atravesar aquella barrera de plástico de un dedo de grosor llena de papeles.

Ella no había intentado volver a dormir sola, pensó. Yeager tenía sus propios límites y, por Dios, aquel era uno de ellos. No iba a quedarse mucho más tiempo en la isla y no pensaba negarse ni un solo momento de placer en brazos de Zoe. La noche anterior ella se había quedado dormida apoyada en la almohada -cuando él salió de la ducha-, pero aquello también había sido un placer para él. Tumbado a su lado, estuvo escuchando su respiración, y cuando Zoe se dio media vuelta para colocarse entre sus brazos, Yeager la abrazó con cariño, como si tuviera que defenderla de algo.

¿Defenderla de qué? De la decepción. Si aquellos malditos peces no se presentaban, Yeager no iba a saber qué hacer por ella. Y menos aún sabía qué podría llegar a hacer ella.

– Aquí estoy -dijo Zoe sin aliento mientras bajaba a paso rápido las escaleras.

Su perfume le llegó en oleadas y él lo absorbió bizqueando desde detrás de sus gafas oscuras, y deseando poder verla mejor. Como una Polaroid que se va revelando poco a poco, su visión había ido mejorando durante los últimos días. Había pasado de la completa oscuridad a ver perfiles y después unos primeros detalles borrosos. Ya podía ver lo suficientemente bien las formas de las cosas como para no darse con los árboles cuando paseaba, aunque todavía no era capaz de distinguir las hojas.

De manera que, aunque ya podía ver el contorno de Zoe, por el momento el resto de su cuerpo no era para él más que aquello que su mano había llegado a memorizar. Todavía no existían para él otros detalles como sus ojos y los demás rasgos de su rostro.

El trabajo de Deke en la casa de su tío iba viento en popa, y precisamente aquella misma mañana habían estado hablando de las posibles fechas de su partida. Yeager se preguntaba si podría llegar a ver a Zoe, a verla realmente, antes de abandonar la isla.

– ¿Qué problema tienes? -preguntó Zoe con perplejidad a la vez que le cogía de la mano.

Él disfrutó de aquel gesto posesivo.

– Ninguno -le aseguró él mientras tomaba su pequeña cara entre sus manos y le daba un beso-. Solo que te empezaba a echar de menos.

Ella le besó la barbilla.

– Deprisa, tenemos que irnos.

Él le dio una palmadita en el trasero empujándola en dirección a la puerta.

– Te estábamos esperando a ti.

– Lo sé, lo sé. Me he dado toda la prisa que he podido. Estoy hecha un flan por no haber podido pasar todo el día en el auditorio. ¿Cómo voy a estar segura de que todo se ha hecho como es debido?

Yeager meneó la cabeza.

– Porque si hubieran tenido algún problema te habrían llamado para que tú lo solucionaras.

La acompañó hasta la puerta y de allí al coche de golf, pero ella no dejó de preocuparse durante todo el camino hasta la escuela.

Se pasó el viaje preguntándose si todo estaría en orden, incluso mientras saludaba a los conocidos con los que se cruzaba en la carretera y a otros amigos que se acercaban a pie a la escuela.

Yeager se recostó en el respaldo de su asiento y la dejó hacer. Besarla de vez en cuando habría tenido algún efecto positivo en su nerviosismo, pero ella lo apartaba de su lado cada vez que estaban en presencia de otras personas. De modo que, en lugar de hacer eso, se dedicó a disfrutar de la fresca brisa marina, y de la emoción que podía olerse en el aire por la reunión de toda la comunidad de la isla para un evento anual, entre las frenéticas interferencias en su personal emisora de radio: RZPN, Radio Zoe Perdiendo los Nervios.

Hasta que no estuvieron dentro del auditorio, ella no cerró la boca.

– ¡Oh, Dios mío! -exclamó entonces, y luego se quedó en silencio.

Yeager se sintió atravesado por un escalofrío.

– ¿Qué pasa?

Lyssa se apiadó de él.

– Creo que está un poco disgustada por el pequeño cambio en el tema del festival. Hay un enorme cartel encima del escenario que lo anuncia.

– ¿Eso es todo? -preguntó Yeager sonriendo aliviado-. De todos modos «¡Los límites del Espacio!» no era una idea tan brillante, Gran Zeta.

Ella sacudió la cabeza, sorprendida por el nuevo apodo que Yeager le había puesto, tal y como él lo había esperado.

Yeager frunció el entrecejo.

– Bueno, ¿de qué se trata? No puede ser tan malo. ¿«La isla mágica»? ¿«La Fiesta del Gobio»?

Zoe consiguió por fin que le saliera la voz.

– Es… es «Lanzamiento del Millennium». Y es en tu honor, según dice el cartel.

Yeager se quedó de piedra. ¿«Lanzamiento del Millennium»? ¿Por él?

Cuando, por supuesto, no iba a ser él quien pilotara la nave Millennium.

– Me huelo que Jerry está detrás de esto -dijo Zoe con voz compungida-. Marlene tenía razón. Pretende sacarle todo el partido que pueda a tu fama.

«Lanzamiento del Millenniun», continuaba diciéndose Yeager a sí mismo, esperando empezar a sentir de un momento a otro una punzada de pena y decepción.

De repente la música llenó la sala. Sabía que habían contratado a un pinchadiscos para el acontecimiento, porque Zoe le había comentado que en la isla no disponían de toda la gente que necesitaban para llevar a cabo una fiesta como aquella. Las notas que oyó le resultaban conocidas.

– No me lo puedo creer -masculló Zoe-. Es la música de la película Apolo 13.

En aquel momento lo enfocó un reflector -ahora su vista era lo suficientemente clara como para poder darse cuenta de eso- y un murmullo se elevó entre el público por encima de la música.

– Jerry -refunfuñó Zoe-. Voy a matarlo.

Desde algún lugar en el escenario, Jerry se puso a hablar de su decisión de cambiar el tema del festival y luego presentó a Yeager como el honorable invitado especial del festival, recitando su catálogo de logros con tanto entusiasmo que acabó pareciendo un cruce entre John Glenn y John F. Kennedy.

La alocución terminó con una gran ovación de los asistentes al acto.

Yeager permaneció quieto durante todo el rato e incluso se las apañó para sonreír -eso esperaba que pareciera su mueca-, dolorosamente consciente de que la sarta de dotes que se le atribuían pertenecían ya al pasado. La cruda realidad volvió a asaltarlo una vez más. Para él ya no habría «Lanzamiento del Millennium».

Como un hombre que acabara de aterrizar, tras haberse deslizado en una larga caída desde una empinada montaña, Yeager hizo un repaso mental para averiguar qué era lo que más le molestaba de aquella situación.

Pero, para su sorpresa, se dio cuenta de que nada de aquello le molestaba demasiado.

Al final, el reflector apuntó hacia otra parte y el pinchadiscos puso un swing que pareció ser del agrado de toda la concurrencia. Los bailarines empezaron a salir a la pista y Yeager se acercó a Zoe para hablar con ella.

– Lo siento -le dijo ella arrepentida-. No tenía ni idea. Pensé que te pasearíamos mañana por las calles y que eso sería todo.

– Calla -le dijo él rodeándola con los brazos y empezando a moverse al ritmo de la música-. No pasa nada.

Sorprendido de nuevo, Yeager se dio cuenta de que así era realmente como se sentía.

Durante el baile, la gente se acercaba a él y le agradecía que hubiera ido a la isla, a la vez que le daba la bienvenida al festival. Zoe le había comentado poco antes que el evento de aquella noche se organizaba como un día de especial diversión para los residentes de la isla. Ahora tenía ocasión de conocer a muchos de ellos, a algunos de los que ya le había hablado Zoe y a otros que se habían cruzado con ellos durante las últimas semanas.

Yeager fue capaz de disimular bastante bien su problema de visión, aunque muchos de ellos por supuesto ya lo sabían. Pero de todas maneras, aquello no parecía ser un gran problema para nadie. Envuelto por los brazos de Zoe, envuelto por su comunidad de vecinos, Yeager se sentía apreciado y aceptado.

Tal vez todo saldría bien.


Deke se quedó asombrado al ver a Yeager bailar tan sonriente con Zoe. Algo le había pasado a su amigo en aquellas últimas semanas. Yeager había llegado a la isla para esconderse de lo que había sido hasta entonces, y de lo que le había pasado en los últimos meses, pero ahora parecía que había admitido y aceptado su nueva situación.

Deke meneó la cabeza.

Lyssa le tocó un brazo.

– ¿Va todo bien?

Mirando hacia abajo, hacia la oval perfección del rostro de Lyssa, Deke volvió a menear la cabeza.

– Eso creo -le contestó.

Ella asintió con la cabeza mirando a Yeager y a su hermana.

– Hacen buena pareja.

Deke dirigió la vista hacia donde ella estaba mirando.

– Parecen felices.

– Yo también soy feliz -dijo Lyssa en voz baja.

Deke cerró los ojos por un momento. Sabía que ella era feliz, pero eso no significaba que lo que habían estado haciendo estuviera bien. Después de su primera intención de ofrecer a Lyssa una muestra de lo que era el sexo, ella había pasado varias noches más en su cama, y no había sido la única que lo había deseado.

Lyssa posó sus dedos en la mejilla de Deke.

– Otra vez estás pensando demasiado.

Él cubrió la mano de ella con la suya.

– ¿Crees que todavía puedo hacerlo? Me parece que me has robado el cerebro mientras dormía.

Ella le sonrió de una manera tan hermosa que Deke sintió una punzada de dolor en el pecho.

– Baila conmigo -le pidió Lyssa.

La suave y sedosa tela de su vestido abrazaba su cuerpo como un pareo, anudándose a la nuca para caerle luego por la espalda, dejando sus hombros desnudos. Sobre una de las orejas llevaba prendida una gardenia. Tenía un aspecto tan dulce y tentador como una bebida tropical. Pero Lyssa era mucho más que eso. Debajo de toda aquella dulzura, debajo del vestido de seda, Lyssa tenía muchas cicatrices que él había ido descubriendo durante las minuciosas exploraciones de su cuerpo. Cicatrices provocadas por los catéteres por los que la quimioterapia se había introducido en su cuerpo y la había devuelto a la vida.

Deke tomó aliento y no pudo evitar rodearla con sus brazos.

Lyssa se apoyó en él.

– Así -dijo ella con un tono de voz que denotaba lo satisfecha que se sentía consigo misma.

Él empezó a mover los pies al ritmo de la música. No era un bailarín de primera, pero la pista de baile estaba tan abarrotada que no había allí mucho espacio más que para menearse al ritmo de la música de cualquier manera.

Deke apoyó la barbilla en la cabeza de Lyssa y sintió las puntas de su largo pelo rozándole los antebrazos. Dentro de muy poco tendría que abandonar la isla. Pero por ahora podía rendirse al mágico encanto de tenerla entre sus brazos.

Ella apoyó una mejilla en el pecho de Deke.

– El otro día oí una cosa realmente fascinante -dijo Lyssa-. Se trataba de tu casa.

– Hum -dijo él casi sin oírla.

Deke sabía que tendría que pagar algún precio por lo que había compartido con ella. Y estaba preocupado por eso. Al final, ella podría superarlo, era una superviviente, pero Deke odiaba la idea de herirla, aunque solo fuera de manera momentánea.

– Oí que tu tío construyó esa casa para su novia. Una novia del continente -añadió Lyssa.

– Sí.

Algún día, otro hombre, un hombre más joven y con más esperanzas que él, encontraría a Lyssa. Se quedaría en aquella isla con ella, amándola para siempre y manteniéndola para siempre a salvo. Aquel sería el final feliz de su historia.

Lo sería.

Pero Deke no quería que la historia de ellos acabara. El cuerpo de Lyssa se acoplaba perfectamente al suyo, su piel tenía el sabor de algo que no había conocido en toda su vida. Tenía que enfrentarse a ello: desde el primer momento que la vio, Deke había deseado poder estar con ella para siempre.

Lyssa alzó la cara para mirarlo y sus oscuros ojos azules brillaron en la penumbra de la sala.

– ¿Es verdad? ¿Es verdad que después ella no quiso casarse con él? ¿Que no quería venirse a vivir a un lugar tan aislado como este?

Deke sacudió la cabeza haciendo que su atención volviera a lo que Lyssa le estaba contando.

– No, ella…

Lyssa frunció el entrecejo, haciendo que se arrugara la lisa piel de su frente.

– Pero yo he oído que entonces tu tío colocó aquellos carteles de «No se admiten mujeres».

Deke se detuvo por un instante. Aquellos carteles. Los carteles de «No se admiten mujeres». ¿Cómo los había olvidado?

¿Cómo había podido olvidarlos?

El aire se enfrió a su alrededor. De repente le pareció que la noche era más oscura. Deke volvió la cabeza hacia la puerta, deseando desesperadamente estar lejos de allí en aquel momento. Lejos de aquella mujer.

– ¿Deke? -preguntó Lyssa alzando sus rubias cejas mientras fruncía el entrecejo-. ¿Qué te pasa?

– De todo. -Deke dejó de bailar y la empujó para apartarla de su lado. ¿No había aprendido ya esa lección hacía mucho tiempo?-. Lo que está pasando entre nosotros no tiene ningún sentido.

El color desapareció del rostro de Lyssa. Incluso los labios se le pusieron pálidos.

– No -dijo ella.

Deke dio un paso hacia atrás y tropezó con otra pareja, que se vio obligada a apartarse para hacerle sitio.

– No -dijo ella de nuevo con un tono de voz apenas audible.

Deke cerró los ojos y se dio media vuelta alejándose de ella. Tenía cosas importantes que hacer.


Lyssa resollaba mientras ascendía por el polvoriento camino hacia la colina. Espoleada por el miedo y la desesperación, en lugar de aminorar la marcha para tomar aliento se arremangó la ajustada falda para poder avanzar a grandes zancadas. Gracias a Dios, la luz de la luna iluminaba el camino. Sin esa luz podría haberse caído.

Por primera vez desde que conoció a Deke, pensaba que estaba a punto de perderlo. Antes se había sentido decepcionada por sus negativas, pero ahora sabía que se enfrentaba con algo más serio que su típica renuencia a aceptarla.

Mientras bailaban, había visto algo en su cara, algo desolador que le decía que no iba a tener otra oportunidad.

Con el corazón saliéndosele del pecho, Lyssa respiró profundamente y avanzó todavía más rápido.

Los ojos se le llenaron de lágrimas. ¡No era justo! Ella había estado esperándolo durante todos aquellos años; había sobrevivido a una enfermedad que había matado a muchas otras personas; se había estado convenciendo y dándose ánimos a ella misma, para ahora acabar siendo defraudada -ahora que solo estaba a unos pasos de la felicidad- por un hombre que tenía un estúpido complejo al respecto de su diferencia de edad.

No era la primera vez que ella se enfrentaba a los hombres y a sus estúpidas sensibilidades. Bien, ahora iba a tener que dar a Deke una última oportunidad de que la amara, solo una más; y si él la desperdiciaba, entonces todo se habría acabado.

No se la merecería.

Cuando la casa del tío de Deke estuvo a la vista -no hacía falta ser un lince para imaginar dónde se habría escondido él-, Lyssa empezó por fin a aminorar la marcha. A los pocos segundos avanzaba ya por el claro del bosque que rodeaba el porche delantero, resbalando sobre la hierba húmeda.

Se colocó en jarras y se quedó mirando los dos crueles carteles de «NO SE ADMITEN MUJERES», cada uno colocado a un lado de las escaleras del porche. No había vuelto a ver aquellos despreciables carteles desde su primera visita a aquella casa, por lo que imaginó que Deke había vuelto a colocarlos allí recientemente, para que hicieran de vigilantes, como si estuvieran guardando, el corazón de un hombre.

Iluminado por la luz de una solitaria bombilla encendida en la entrada, Deke ni si quiera se molestó en mirarla mientras sacaba algo por la puerta.

Lyssa intentó calmar su enfado. No le resultaba difícil ablandarse a causa de los sentimientos que él le provocaba. Y le resultaba mucho más fácil si recordaba la ternura con que él había acariciado todo su cuerpo. Y ahora que tenía que luchar con él, aquello era lo único que quedaba.

Deke bajó las escaleras con aquel objeto entre sus manos, haciendo caso omiso de la presencia de Lyssa. Cuando solo estaba a un paso de ella, le dio la vuelta y lo levantó para luego lanzarlo hacia fuera con todas sus fuerzas.

Un cartel de «SE VENDE» brilló a la luz de la luna. Lyssa se cruzó de brazos.

– ¿Qué estás haciendo?

– Vendo la casa -dijo él. Luego recogió un mazo que había sobre la hierba y con él clavó el cartel en la tierra.

A Lyssa le dieron ganas de pegar a Deke en la cabeza con aquel mazo. Una cólera ardiente creció otra vez en su pecho.

– Te quiero -dijo Lyssa entre dientes.

Deke se detuvo un instante, pero enseguida volvió a golpear con el martillo la parte superior del cartel.

No había nada peor para Lyssa que sentirse ignorada. Se echó el pelo hacia atrás y lo intentó de nuevo.

– Te quiero.

Él dejó caer el martillo y por fin se dio la vuelta para mirarla.

– Creo que lo has entendido mal.

Ella frunció el entrecejo.

– ¿De qué estás hablando?

El rostro de él era inescrutable, pero en sus ojos plateados se reflejó la luz de la luna, haciendo que brillaran con frialdad.

– La historia de los carteles.

Lyssa apretó los puños entre sus brazos cruzados tratando de ignorar un fría premonición.

– Cuéntame.

Deke se dio la vuelta y se quedó mirando hacia la parte alta de la casa.

– Mi tío construyó esta casa para su novia. Pero ella vino aquí, se casó con él y vivieron juntos y felices en esta casa durante muchos años. Yo pasaba aquí los veranos con ellos cuando era niño. Más tarde, cuando empezaron a pelearse, se mudaron de nuevo al continente.

Hubo un momento de silencio.

Un frío dedo premonitorio recorrió la columna vertebral de Lyssa de arriba abajo.

– ¿Y luego?

Él seguía dándole la espalda.

– Y luego, cuando me casé, pensé que este sería el lugar ideal para pasar la luna de miel. Entonces yo era un aviador de treinta años, con muy poco dinero y muchos deseos de complacer a mi flamante esposa.

– La amabas.

Deke se encogió de hombros.

– Supongo que sí. Pero obviamente aquel sentimiento no era mutuo, porque a ella no le duró ni siquiera toda la luna de miel. Creí que el aislamiento de la isla le daría una idea de lo que puede ser la vida de la esposa de un piloto de las fuerzas aéreas. Viajar a nuevos lugares, lejos de la familia, yendo siempre de acá para allá detrás de mí. Pero a los tres días de nuestra boda yo volvía a ser un hombre soltero. Lyssa cerró los ojos.

– ¿Y los carteles? -preguntó ella en voz baja.

– Los hice yo mismo, la tercera noche después de que el barco saliera del puerto con mi desilusionada y decepcionada esposa dentro. Me compré una botella de tequila y un bote de pintura, y de esa manera dejé claro que tenía la intención de pasar el resto de mi luna de miel solo.

El resto de tu vida solo, querrás decir, pensó Lyssa, pero no se atrevió a decirlo en voz alta.

Deke se dio la vuelta de golpe.

– ¿Qué? ¿No tienes nada que decir a mi historia?

Lyssa se mordió el labio inferior. Lo que ella necesitaba encontrar era una estrategia, no una respuesta. Porque hasta ahora parecía que lo había hecho todo mal. Él no tenía miedo de amarla a causa de la diferencia de edad o de cualquier otra razón así de simple.

De hecho, probablemente él no tenía en absoluto miedo de amarla.

Él tenía miedo de que ella no le amara.

Lyssa se apretó el pecho con los brazos. ¿Quién podía haberse imaginado que su curtido cuarentón pudiera ser en el fondo una persona tan frágil?

Ella dejó escapar un largo suspiro.

– ¿Qué estás intentando decirme, Deke?

– Intento decirte que me marcho.

Aquellas palabras la salpicaron como frías gotas de agua.

– Deke…

– Voy a tomar el primer barco de la mañana.

Lyssa se quedó helada y aturdida. ¡Mañana! ¡Mañana no! ¡Necesitaba más tiempo para urdir un plan! Tiempo para descubrir cómo podría luchar con él; no con él, no, por él.

El corazón empezó a latirle con fuerza golpeando contra su pecho.

– Deke…

Pero él no le hizo caso y subió las escaleras de dos en dos. Luego apagó la luz del porche y cerró la puerta de un golpe.

Mientras él estaba dentro ocupado en sus cosas, Lyssa intentó encontrar las palabras adecuadas, la explicación correcta, la manera perfecta de persuadirlo. Pero por más que su cabeza echara humo intentando pensar a una velocidad vertiginosa, no lograba dar con la manera de hacerle cambiar de opinión.

No podía encontrar la manera de conseguir que él confiara en ella y se decidiera a amarla.


Al amanecer, el pueblo de Haven estaba tranquilo y silencioso. Deke caminaba por las empinadas y estrechas callejuelas, de camino al embarcadero, seguido solo por el eco de sus propios pasos.

El cansancio después del baile de la noche anterior, y la necesidad de descanso a la espera de los acontecimientos que tendrían lugar aquel día -el desfile del Festival del Gobio y la fiesta con hogueras en la playa para dar la bienvenida a los peces-, habían hecho que todos se quedaran en la cama.

Deke oyó un crujido por encima de él y alzó la cabeza sorprendido. Pero no era más que un cuervo que se había posado sobre una de las banderolas del festival, con sus negras alas resaltando entre los colores brillantes de la bandera y el fondo de gris claro de las primeras luces de la mañana.

Deke se metió las manos en los bolsillos y siguió caminando, pero entonces divisó una figura en la distancia, una conocida figura rubia que estaba a un par de manzanas por delante de él.

Ella iba arrastrando una enorme maleta, y en el momento que Deke la miró, las ruedas de la maleta cedieron y esta acabó cayendo de lado en la cuneta.

Aquello no debió de hacerle ninguna gracia. ¿Qué demonios estaba haciendo Lyssa a aquellas horas de la mañana cargada con una maleta? Pero no pudo evitar que sus labios se curvaran hacia arriba, mientras Lyssa le daba un par de infructuosas patadas a su sobrecargado equipaje.

Cuando Deke llegó a su lado, ella estaba lanzando una sarta de improperios a la maleta.

Se quedó parado a su lado, frotándose la barbilla y sin saber qué hacer o qué decir. De alguna manera había conseguido evitar tener una escena con ella la noche anterior. Por agradecido que estuviera por ello, casi lo hubiera preferido a tener que encontrarse de nuevo con ella así: con la luz del sol de la mañana jugueteando con su pelo y el rubor de algún tipo de emoción -¿decepción?, ¿irritación?- coloreando sus mejillas.

Maldita sea, la verdad era que su cama le había parecido demasiado grande y fría sin ella.

– ¿Qué estás mirando? -preguntó Lyssa enfadada.

Él parpadeó. Irritación sería una palabra demasiado suave para definir el estado de ella.

– Bueno, yo…

Ella lo miró fijamente entornando los ojos.

– ¿Piensas ayudarme o qué?

Deke no se movió.

– ¿Ayudarte? ¿Cómo exactamente?

– Ayudarme con la maleta, estúpido.

Él volvió a parpadear. Tuvo la sensación de que Lyssa estaba a punto de volver a perder su habitual serenidad, como aquel día en las colinas, cuando se cayó y se hizo una herida en la rodilla. Sin decir una palabra, Deke se agachó, agarró la pesada maleta y volvió a colocarla de pie sobre sus enclenques ruedas, al lado de Lyssa.

Ella se cruzó de brazos y golpeó el suelo con un pie, en un gesto de impaciencia.

Deke, consciente de que la situación estaba empezando a calentarse peligrosamente, pensó que lo mejor era que echara a andar. El barco zarparía en quince minutos. Dio un primer paso en dirección al puerto.

Pero Lyssa lo detuvo poniéndole la palma de una mano en el pecho, antes de que pudiera seguir avanzando.

– No tan rápido.

Deke se estremeció de placer al sentir el contacto de su mano, pero al momento suspiró profundamente intentando armarse de valor.

– Dejémoslo aquí, Lyssa; no tengo tiempo.

Ella abrió los ojos de par en par.

– Así que no tienes tiempo. Tú no tienes tiempo. Oh, esa sí que es buena. -Lyssa dio un paso al frente y se quedó mirándolo fijamente-. Soy yo la que se ha pasado toda la noche en vela, aterrorizada por si perdía el primer barco. Soy yo la que ha tenido que revisar las posesiones acumuladas durante veintitrés años (¡deberías ver mi habitación!) para embutirlas en una sola maleta. Y además ¡soy yo la que ha tenido que redactar una carta para su hermana, intentando encontrar las palabras adecuadas para explicarle qué demonios me ha hecho perder la cabeza para salir corriendo detrás de un hombre ingrato y anticuado como tú!

– ¿Ingrato? -repitió él en voz baja.

Ella se irguió.

– Exactamente. Deberías estar dándome las gracias por irme contigo.

– No te he pedido que vengas conmigo -matizó él.

– ¡Ah, esa es otra! -Lyssa apoyó los puños en las caderas mientras respiraba jadeante, con sus exuberantes y jóvenes pechos empujando hacia fuera, bajo la tela de algodón de su vestido-. He intentado encontrar las palabras apropiadas para decírtelo. Bueno, olvídalo. No sé cómo convencerte. Lo único que sé es que te quiero. De manera que no te va a quedar más remedio que vivir con eso y vivir conmigo. Allá adonde tú vayas, colega, yo voy contigo.

Deke tragó saliva sintiendo que de repente su boca se había quedado seca.

– ¿Vas a dejar la isla?

Lyssa alzó las manos con las palmas abiertas.

– ¿Ya estás empezando a tener problemas de oído? -De sus labios escapó un suspiro impaciente-. Te vas, ¿no es así?

Él se pasó una mano por le pelo.

– ¿Vas a alejarte de Zoe? ¿Y de todo esto?

– ¿No lo has pillado aún? ¿Es que no me estabas escuchando o qué? -Lyssa se inclinó para agarrar el asa de su maleta-. No estoy dispuesta a desperdiciar ni un solo minuto más de nuestras vidas. Me iré contigo, y no vas a poder…

– O sea: ¿o lo tomo o lo dejo? -preguntó Deke sintiendo que el corazón estaba a punto de salírsele del pecho.

Lyssa se quedó mirándolo como si de repente él se hubiera vuelto loco.

– No. La única opción es tomarlo. Tomarme a mí.

Deke empezó a oír un zumbido en los oídos.

– ¿Estás diciendo que tengo que quererte?

– Ya me quieres, ¿no es así? -Pero en la belleza cristalina de los ojos de Lyssa había un destello de incertidumbre-. Estoy diciendo que tienes que aceptarme.

– Tengo cuarenta y tres años -le dijo Deke casi teniendo que gritar para oírse por encima del zumbido de sus oídos.

– Bueno, y yo soy estéril.

Él alargó una mano y le acarició el cabello.

– No me importa.

Ella restregó la cabeza en la mano de él.

– Y a mí no me importa la edad que tengas.

– Yo tengo que volver a Houston y luego… -dijo Deke encogiéndose de hombros.

– Yo siempre quise ir a Texas -dijo Lyssa-. Y luego… -Imitó su manera de encogerse de hombros-. La verdad es que siempre quise visitar «y luego».

Inmóvil, Deke meneó la cabeza.

– Una hombre de mi edad y una mujer como tú. La gente va a hablar de nosotros.

– Sí, hablarán de lo felices que somos -dijo Lyssa acercándose más a él-. Por favor, Deke, no eches por la borda nuestro futuro por algo que pasó en el pasado.

Ella tenía mucha razón. Deke tomó aliento y al momento cesó el zumbido que tenía en los oídos. Lo único que Deke oía ahora era el latido de su corazón, aunque incluso este se había suavizado hasta convertirse en una palpitación tranquila y segura. Volvió a tomar aliento.

– ¿Querrás venir conmigo?

– Siempre.

– ¿Te quedarás conmigo?

Aquel era el quid de la cuestión.

– Siempre.

Deke miró hacia la maleta que estaba en el suelo.

– ¿Hasta que la muerte nos separe? -preguntó él intentando ponerla a prueba por última vez.

Lyssa sonrió con una expresión de certeza en los ojos.

– La muerte no se atreverá a separarnos.

A pesar de su edad, de su pasado y de su dolor, Deke se dio cuenta de que no podía dejar atrás aquella sonrisa, ni a la mujer que la esbozaba. La rodeó con sus brazos y la besó con pasión estrechándola contra su pecho.

– Te quiero -le dijo Deke.

Lyssa volvió a sonreír.

– Ya lo sabía.

Deke recordó la casa en el árbol y las iniciales que estaban grabadas en el tronco, dentro de un corazón. Él también lo había sabido desde el principio.

Pero estaba demasiado asustado.

– Vamos -dijo Deke pasándole un brazo por encima de los hombros y haciéndola girar en dirección a Haven House-. Vamos a romper esa carta. Puedes explicárselo todo a tu hermana en persona. -Él ladeó un poco la cabeza para besar la suave mejilla de aquélla mujer con la que iba a casarse-. Por cierto, ¿no me habías dicho que debería ver tu habitación?

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