Capítulo 15

La segunda mañana después de que Yeager hubiera hecho el amor con Zoe fue exactamente igual que la primera. Ella ya había abandonado la cama, pero su olor persistía en las sábanas. Y aquella fue la segunda vez -desde que tuviera el accidente- que Yeager no sintió terror a despertarse.

Seguía despertándose ciego cada mañana, pero ahora tenía una razón para esperar la llegada de un nuevo día. No solo porque Zoe iría a verlo más tarde -aunque se trataba de una certeza de la que podía disfrutar-, sino también porque se despertaba recordando el sabor de la comida que ella preparaba, el sonido de su risa flotando por el aire húmedo y salado, y los seductores ritmos de la isla. Estaba seguro de que ella le ayudaría a curarse, y sabía que estaba en el buen camino.

La isla empezaba a gustarle. Había pensado que allí acabaría aburriéndose en un ambiente claustrofóbico, pero no había sucedido nada de eso. Su ceguera lo limitaba, pero la isla no. De hecho, el ritmo de las olas rompiendo en las playas, la frescura de la brisa y los sonidos de la vida de la isla lo hacían sentirse vivo, aun dentro de su empalagosa ceguera.

Rodó hacia el lado de la cama que hasta hacía un rato había ocupado Zoe y enterró su cara en el olor de su pelo.

No podría llegar a cansarse nunca de tocar su pelo. Sus cortos bucles parecían enredarse entre sus dedos, acariciándole con su calidez, y le encantaba frotar sus bronceadas mejillas contra estos, sintiendo cómo se impregnaba con esa parte de su cuerpo, cuando no lo hacía contra la propia mujer.

Porque ella le dejaba mucho espacio libre. Se podría pensar que Yeager estaba contento de eso, pero la noche anterior había tenido que insistir para que ella volviera a su cama. Sonrió burlonamente recordando lo dulce que había sido persuadir a Zoe, y la poca resistencia que había encontrado en su pequeño y ligero cuerpo.

No tenía ninguna duda de que las echaría de menos, a ella y a la isla, cuando se marchara.

Aquella idea hizo que se ensombreciera su buen humor. Frunciendo el entrecejo, se dijo a sí mismo que se sentía incómodo porque todavía no sabía qué iba a hacer si volvía -cuando volviera- a recuperar la vista y regresaba a Houston. Ya estaba definitivamente retirado del Ejército, de eso no había duda, y probablemente acabaría en algún aburrido despacho como consultor de programas espaciales.

Se colocó la almohada de Zoe sobre la cabeza. La idea de pasarse los días entre montones de papeles durante los próximos treinta años era tan atractiva como echar un polvo a una de las conejitas espaciales que se exhibían en las afueras del The Nest, el bar favorito de los astronautas de Houston.

Para apartar de sí aquel malhumor que empezaba a invadirle, se metió en la ducha; luego se puso la ropa y decidió presentarse en casa de Zoe. Seguro que ella le haría cambiar de humor.

Yeager se dirigió a la casa recorriendo como un autómata los sesenta y cuatro pasos que lo separaban de allí, pero no llegó más allá de la cocina. Esperaba encontrarse allí con Zoe, pero no con los demás invitados. La cocina estaba vacía, pero un murmullo de voces que provenía del corredor le reveló que ella se encontraba allí.

Se sentó a la mesa de la cocina para esperar a Zoe, escuchando sin prestar demasiada atención el programa de televisión Today, un sonido que le llegaba desde el televisor que estaba encendido en la esquina. Katie Couric borboteaba como una vieja cafetera mientras presentaba a su siguiente invitado, el nuevo piloto del Millennium I.

Ya lo habían reemplazado.

Yeager se quedó inmóvil, ladeando la cabeza para escuchar más atentamente. Lo último que sabía era que la NASA había anunciado que no iba a ser él el piloto de aquel programa espacial. Pero ahora habían anunciado ya a la prensa que Márquez Herst ocuparía su puesto. No le sorprendía aquella elección. Aquel hombre había sido siempre el piloto auxiliar de Yeager. Pero escuchar aquel anuncio hecho público por televisión y después oír el tono cantarín de la voz de Mark -su lengua materna era el español, aunque ahora hablaba otras cinco más- fue una conmoción para él.

Mientras Katie daba por concluida la entrevista deseando con cuatro palabras la pronta recuperación del comandante Yeager Gates, él apretó los dientes y se apoyó en el borde de la mesa con ambas manos.

Mark -siempre tan amable y de buen corazón- secundó los deseos de la presentadora, aunque Yeager sabía que por dentro Mark estaría dando saltos de alegría por la oportunidad de ser el piloto del primer lanzamiento del Millennium. Demonios, si le hubiera tocado a él estar en su lugar habría dado saltos de alegría allí mismo. No podía tenerle rencor a su compañero, pero cuando los dos regresaran a Houston -y Yeager tuviera la ocasión de encontrarse con él de nuevo-, por todos los demonios que le iba a dar una buena paliza a aquel Márquez de vocecilla aflautada… jugando al tenis.

Otra vez.

– Yeager.

Se sobresaltó al darse cuenta de repente de que Zoe había entrado en la habitación. Se volvió sonriendo y apartando sus pensamientos de la televisión.

– ¿Qué hay de nuevo, cariño?

– ¿Estás bien?

Vaya, seguramente al entrar en la cocina Zoe había oído ios últimos minutos de la entrevista de Katie a Mark. Yeager sonrió de nuevo y se golpeó las rodillas con las manos en señal de invitación.

– Perfecto y cachondo.

– No lo digas de esa manera.

Algo en el tono de voz de ella le preocupó. Pero era algo que tenía que ver con ella, no con él. Frunciendo el entrecejo, Yeager dejó a un lado sus preocupaciones.

– ¿Qué te pasa, Zoe?

– Nada -contestó ella tranquila. Demasiado tranquila.

Mirando en su dirección pudo ver una sombra -ya se había dado cuenta de eso hacía días, y ahora podía distinguir algunas formas vagas entre las sombras- y alargó una mano hasta tocarla.

La agarró por una punta del delantal y la hizo sentarse en sus rodillas.

– Esto funciona en las dos direcciones, cariño. Tú me cuentas y yo te cuento.

– No pasa nada -insistió ella de nuevo.

Yeager la sentó en su regazo y atrajo la cabeza de ella hacia su pecho, introduciendo sus manos entre aquellos bucles de exquisita y empalagosa fragancia. La noche anterior, después de que ella le hubiera dejado sin aliento tras su mutua explosión de lujuria, ella había apoyado sus mejillas precisamente allí, con su suave aliento soplando ligeramente, provocador, contra su pezón. Su entrepierna despertó ante aquel recuerdo.

Pero Zoe no pareció darse cuenta del estado de su cuerpo, pues se agarró a él con firmeza. Pero después de que él pasara varias veces la mano por su pelo, ella dejó escapar un suspiro y se relajó, apoyándose en él. Yeager cerró los ojos degustando la calidez de aquella nueva sensación de poder ofrecer a Zoe un poco de consuelo.

Era un malnacido con mucha suerte. Si no hubiera llegado a la isla de Abrigo, no habría conocido a aquella mujer que le había ayudado a soportar su oscuridad. Acaso, cuando hubiera regresado a la civilización, podría enviar flores una vez al mes a su princesa de aquella isla. Le hizo gracia pensar que posiblemente tampoco para Zoe sería fácil olvidarle, y que incluso si aterrizaba alguna otra persona en su cama, cada mes le llegaría un nuevo ramo de flores que le recordara al primer hombre de su vida.

Apoyó su cara contra la cabeza de ella, quizá de una manera demasiado brusca, castigándola un poco por aquel supuesto nuevo amante.

– Ay -se quejó ella poniéndose derecha.

– Perdona -se disculpó él rodeándola con los brazos.

Zoe dejó escapar otro suspiro ahogado. Yeager frunció el entrecejo.

– Sé que te ha pasado algo malo. -Pero no tan malo como la loca idea de imaginarse a Zoe compartiendo la cama con otro hombre-. ¿De qué se trata?

Ella volvió a apoyarse en su pecho.

– Jerry me va a matar.

– ¿Ese gilipollas? -Yeager paseó un dedo por el brazo de Zoe y saboreó el estremecimiento que notó en ella como respuesta a su caricia-. ¿Quieres que le haga una visita? Puedo pedir a Deke que me acompañe (ya sabes que todos los miembros importantes de Hacienda viajan siempre con sus guardaespaldas) y te aseguro que para cuando regresemos solo tendrás que preocuparte de lo que te vas a poner para presentarte este año como la Reina de Abrigo.

Zoe se rio pero a la vez negó con la cabeza.

– Yo quiero algo más que esa corona de diamantes de imitación. El festival debería desarrollarse sin ningún obstáculo.

Yeager tomó su mano y se la apretó.

– He pasado en la isla el tiempo suficiente para haberme dado cuenta de que tú has hecho más trabajo para el festival que ninguno de los demás. Todo va a salir a pedir de boca. Deja ya de preocuparte.

– Los gobios de cola de fuego no volverán si no conseguimos que todo sea perfecto.

Yeager alzó las cejas. Pensar que aquellos peces tenían de alguna manera en cuenta el festival para dejarse ver por allí le parecía un poco exagerado. Pero aun así asintió con la cabeza.

– Todo irá bien.

Zoe volvió a menear la cabeza.

– Tiene que ser perfecto, ya te lo he dicho.

– De acuerdo, será perfecto -le aseguró él.

– Pero no será así a menos que encontremos un nuevo invitado especial para el desfile -dijo ella con voz melancólica.

– ¿Un qué? ¿Para qué?

– Y me dices que te has dado cuenta de todo. El festival consta de tres eventos claramente diferenciados. El baile en la escuela la noche antes del festival ya está organizado. Luego está el desfile de la mañana siguiente. Y luego la fiesta en la playa con hogueras, que coincide con el momento en el que llegan los peces. Por supuesto que las tiendas y los restaurantes ya han empezado a publicitar sus ofertas, pero nuestro comité solo se responsabiliza de esos tres eventos.

– Y por lo que veo te falta un…

– Invitado especial para el desfile. Ya sabes, el dignatario que va a la cabeza el desfile. Estaba previsto que este año ocupara el puesto un primo segundo de Marlene, y hacía meses que había aceptado, pero acabo de descubrir que, por lo que se ve, ha decidido que irse de vacaciones con su nueva ayudante era más importante que presidir nuestro desfile.

Yeager rio.

– Menuda escoria. ¿Y quién era, por cierto? -El director del planetario de Los Ángeles.

Yeager rio de nuevo.

– Bueno, tampoco es que fuera un gran dignatario.

Zoe suspiró.

– Sí, en eso tienes razón, pero era lo mejor que hemos podido conseguir. Incluso hemos organizado el festival alrededor de un tema que tenía que ver con su puesto: «¡Los límites del espacio!». -Zoe suspiró de nuevo-. A Jerry le encanta todo lo que tiene que ver con el espacio. Pensaba que eso atraería la atención de mucha gente, aparte de lo que pasara (o no pasara) en el agua.

Yeager la estrechó suavemente entre sus brazos.

– No es el fin del mundo.

– Pero si esto no sale bien será el fin del mío.

Yeager sintió una punzada de culpabilidad. Recordó lo que Desirée le había explicado varias semanas antes. Si aquellos peces no se dejaban ver por la isla sería desastroso para el turismo y para la economía de Abrigo. Lo que Yeager no era capaz de entender era qué tenía que ver el dignatario que oficiaba de invitado especial en el éxito del festival, pero para Zoe parecía que había alguna relación.

Sintió un escalofrío de presentimiento que le recorrió la espalda de arriba abajo, pero lo ignoró y se arrimó más a Zoe respirando el cálido olor de su perfume.

– ¿«¡Los límites del espacio!»?

– Sí -contestó ella suspirando de nuevo.

– ¿Y qué te parecería un astronauta estropeado como invitado especial? ¿Crees que podría funcionar? -Las palabras casi se le escaparon de la boca sin darse cuenta.

Zoe se quedó en silencio, posiblemente sorprendida.

También él se había quedado perplejo. Nunca antes había querido jugar al buen ciudadano, pero había algo en Zoe y en la isla -y en todo lo que había vivido allí durante las últimas semanas- que sobrepasaba el hecho de que aquellos espectaculares peces visitaran una vez al año las aguas de Abrigo, y que era más importante para él que el ridículo de vestirse de uniforme y hacer el bobo en un desfile.

Para ser sincero, tenía que admitir que aquella isla lo había encantado, y no podía soportar la idea de que algo pudiera romper aquel hechizo.

– ¿Estarías dispuesto a hacerlo? -dijo ella en voz muy baja-. Pero decías que no querías publicidad. Tu situación…

Zoe tenía razón. Él no quería que el mundo se enterara de su ceguera ni de sus problemas. Pero a la vez pensaba en todas las cosas que Zoe había hecho y no había deseado hacer. Y en cómo se había dejado ver a sí misma calva y vulnerable con tal de poder ayudar a su hermana. Y él sabía que podía hacer aquello por Zoe.

– Si lo hago, será por ti, cariño -admitió Yeager con franqueza.

Ella emitió un gracioso ruidito gutural y le echó los brazos alrededor del cuello. Yeager sintió que su cuello se mojaba con lágrimas calientes, y un beso húmedo se posó en su boca. No titubeó en devolverle el beso.

Por primera vez en toda una vida llena de logros se sintió como el héroe que el resto del mundo siempre había creído que era.


Zoe se movía por la cocina dando saltitos; estaba radiante. Después de casi un año de preocupaciones, finalmente el festival marchaba por un camino seguro y tranquilo.

Marlene alzó la vista de la mesa, donde reposaba la pancarta que estaba acabando de pintar: una pancarta en la que se anunciaba que Yeager Gates sería el invitado especial del desfile del Festival del Gobio.

– ¿Por qué estás tan contenta? -preguntó Marlene lanzando una mirada preocupada en dirección a Yeager, quien estaba de pie a su lado apoyado en el mostrador de la cocina, donde reposaba un molde de pastel con la forma de la isla.

Zoe se contuvo de echarles por la cabeza a su amiga y a Yeager la jarra de té frío que tenía entre las manos.

– Estoy contenta porque ya tenemos invitado especial para el desfile. Estoy contenta porque ya solo faltan cinco días para que regresen los gobios. Y estoy contenta porque… -Se detuvo antes de mencionar a Yeager por su nombre, pero no intentó disimular su sonrisa ante Marlene mientras añadía-: Porque estoy contenta.

Su amiga movió la cabeza.

– Si embotelláramos y tratáramos de comercializar el tipo de alegría que desprendes, estoy segura de que jamás conseguiríamos la aprobación del Ministerio de Sanidad.

Zoe alzó una mano.

– ¡No se me puede embotellar!

Un brazo firme y masculino agarró a Zoe y la acercó a su lado. La voz de Yeager le susurró al oído:

– Eres adorable.

A ella le dio un vuelco el corazón. Solo con que él la tocara, o con que su aliento le rozara la mejilla, se le revolvía todo por dentro. Pero incluso temblándole las rodillas, se las apañó para apartarse de él con paso danzarín. Marlene estaba observándolos de cerca y Zoe quería mantener en privado lo que estaba sucediendo entre Yeager y ella.

Ni siquiera se lo había contado a Lyssa.

Su hermana parecía tener sus propias preocupaciones y Zoe no estaba aún preparada para hablar de eso con nadie. Durante años había hecho el papel de dura frente a Lyssa, manteniendo sus miedos y preocupaciones escondidos, y no le resultaba fácil romper ahora aquella costumbre. Ni era necesario.

Todavía no. No cuando el cohete en el que se había subido con Yeager estaba aún volando hacia las alturas. Pero trataba de ser sensata. Ni por un solo instante, incluso desde que compartiera cama con Yeager, se había engañado a sí misma imaginando que lo que una mujer normal como ella podía ofrecerle llegaría a reemplazar lo que él había perdido.

Bueno, puede que durante un instante sí se hubiera engañado a sí misma.

Muy poco. Se había permitido soñar solo durante unos segundos. A veces, desde la seguridad que sentía estando en sus brazos, se había imaginado que aquel Apolo podría quedarse para siempre, manteniéndola viva y abrigada con su calor y su luz.

Había empezado a soñar despierta un poco. Puede que si él no volvía a recuperar la visión -y se sentía a medias culpable y a medias mareada al poner aquello en palabras- ella pudiera retenerlo a su lado para siempre. Si no podía volver a ver, quizá no la abandonaría jamás.

Marlene carraspeó.

– Jerry parecía estar tan contento como tú en la reunión del comité del festival de hoy. ¿No te preocupa eso un poco?

Zoe ignoró el tono de advertencia que había en las palabras de Marlene.

– ¿Por qué no iba a estar contento? Necesitábamos un invitado especial y, voilà, yo he conseguido uno.

– Ahora incluso hablas francés -dijo Marlene en un susurro-. Estoy empezando a preocuparme de verdad por ti, chiquilla.

Zoe frunció el entrecejo.

– Estoy perfectamente, Marlene. Todo está bien.

Su amiga frunció los labios.

– Solo te decía que cuando Jerry salió de aquí esta tarde me pareció que estaba demasiado contento. Se iba frotando esas manos fofas que tiene. Creo que esconde algo en la manga.

Zoe no dejó que aquello le hiciera perder el buen humor.

– Puede que esconda uno o dos gobios en la manga -dijo ella riendo burlonamente-. Jerry sería capaz de cerrar todo el océano Pacífico para que pasaran por aquí si estuviera convencido de que eso iba a hacer que sus inversiones dieran beneficios.

Yeager se metió en la conversación con una expresión inescrutable detrás de sus omnipresentes gafas oscuras.

– Zoe, hay algo que no tienes que olvidar: un invitado especial, el desfile y todo el pensamiento positivo que le pongas no garantizan nada. Esos peces muy bien podrían no regresar.

– Van a volver -insistió Zoe con obstinación-. Además tengo reservados todos los apartamentos de Haven House hasta octubre -concluyó como si eso significara algo.

Pero si aquellos peces no hacían acto de presencia en las fiestas, los turistas muy bien podrían cancelar sus reservas. Y Haven House no podría soportar una oleada de cancelaciones masivas.

Zoe meneó la cabeza.

– Bueno, dejémoslo ya. Basta de hacer tantas predicciones funestas.

– ¡Zoe! -dijeron Yeager y Marlene a la vez.

– ¿Qué? Me habláis como si no quisiera enterarme de lo que pasa.

– ¿Y no es así? -le preguntó Marlene en voz baja-. Y además diría que estás ciega.

Zoe evitó cruzar la mirada con la de su amiga.

– No sé de qué me estás hablando.

Yeager ladeó la cabeza como si pudiera oler los problemas en el aire.

Marlene se encogió de hombros y luego añadió mirando en dirección a Yeager:

– Vale, esto está ya listo para que estampemos tu nombre, señor Astronauta de Primera.

Yeager sonrió burlonamente.

– Puedes omitir lo de «señor».

Zoe y Marlene farfullaron algo a la vez y luego Zoe dirigió una sonrisa a su amiga.

– ¿Te das cuenta de lo que tengo que aguantar?

Marlene alzó las cejas.

– Pues no parece que te moleste demasiado aguantarlo, querida.

Los pies de Zoe volvieron a dar saltitos sobre el suelo de madera, denotando un buen humor que empezaba a convertirse en euforia. No, no le molestaba en absoluto, por supuesto que no. Durante el día se ocupaba de su negocio y de sus huéspedes. Por las noches se metía en la cama de Yeager y allí ambos se ocupaban el uno del otro.

Tras sacar del frigorífico un té frío con aroma de melocotón y al acercarse a ellos con una nueva sonrisa reluciendo en su cara, Zoe se las apañó para que sus hombros y sus caderas rozaran a Yeager. Entre sus cuerpos saltaron chispazos de una energía dulce y caliente a la vez. Oh, aquello era maravilloso.

Zoe apenas pudo oír a Yeager deletreando su nombre a Marlene, embotada como estaba por una neblina de una felicidad casi dolorosa.

Marlene metió el pincel en un bote lleno de agua y se apartó unos pasos de la mesa.

– Ya está acabado -dijo moviendo la cabeza de un lado a otro para inspeccionar el resultado de su trabajo.

Zoe también lo examinó. «Astronauta de la NASA» en azul. «Comandante Yeager Gates» en escarlata. El corazón le dio un vuelco al recordar cómo había entrado en la cocina un par de días antes y se había encontrado a Yeager escuchando la entrevista televisiva al nuevo astronauta del Millennium. Hubiese preferido no recordar la expresión de su cara, pero no era fácil deshacerse de aquella imagen.

Tenía un aspecto desesperanzado.

Zoe intentó dejar de pensar en eso y se fijó en Marlene. Su amiga estaba comentando algo con Yeager, explicándole lo popular que era el desfile del festival y la cantidad de gente que pasaría por allí para aclamarle.

Zoe frunció el entrecejo mirando a su amiga.

– No empieces ya a preocuparle, Marlene -dijo Zoe, y luego, dirigiéndose a Yeager, añadió-: Yo te prepararé antes de que empiece el desfile. Tú haces unas reverencias al estilo de la reina Isabel y nadie se dará cuenta de que estás ciego.

– Zoe… -empezó a decir Marlene.

– Espero que para entonces ya no lo esté -dijo Yeager-. Al menos no completamente.

Zoe se detuvo sorprendida.

– ¿Qué? ¿Que no estarás completamente qué?

Yeager volvió a apoyarse en el mostrador y se encogió ligeramente de hombros.

– Empiezo a ver sombras. Movimientos. Veo un poco más y un poco más claro cada día.

– Gracias a Dios -dijo Marlene sonriendo de oreja a oreja.

Los músculos de las mejillas de Zoe se tensaron. Ella esperó que a los otros dos les pareciera que estaba sonriendo. Si estaba viendo un poco más y un poco más claro cada día, quizá podría ver si ella estaba sonriendo o no.

Quizá la podía ver. Marlene se acercó a su lado.

– ¿No es maravilloso, Zoe? Dile a Yeager lo maravilloso que te parece.

– Maravilloso -repitió Zoe solo en parte consciente de que Marlene estaba intentando ayudarla a salir del apuro. Seguramente se había quedado como una zombi durante varios segundos-. Maravilloso.

Pero la dulce euforia de Zoe se acababa de desvanecer. Yeager estaba empezando a recuperar la vista. Una vez la hubiera recuperado del todo, la podría ver, «verla» a ella realmente, en toda su vulgaridad, con su pelo demasiado corto y su cuerpo varonil y aniñado.

Seguramente le parecería demasiado baja.

El alma se le cayó a los pies. Era el tipo de sensación que recordaba de la única vez que se había subido a una montaña rusa cuando era niña. Después de que el tren llegara a la cima, vino aquella terrorífica caída hacia el vacío, mientras ella gritaba y el tren se dejaba llevar por las leyes de la gravedad.

Zoe apartó la vista de Yeager, incapaz de mirarle a la cara, reacia a que él la mirase a ella. Quizá aquel cohete en el que iban subidos no hubiera llegado todavía a lo más alto, pero estaba segura de que dentro de muy poco se iba a rendir a lo inevitable y empezaría a bajar en picado en una larga y dura caída.


Zoe echó a andar en dirección al centro de Haven justo en el momento en que empezaban a encenderse las farolas del alumbrado público. Un coro de risas distantes le reveló que al menos algunos de los huéspedes de Haven House se estaban divirtiendo, pero ella no era capaz de esbozar ni siquiera una media sonrisa de satisfacción.

No cuando apenas si podía respirar.

Sin hacer caso a la molesta presión que sentía en el pecho, continuó dando un paso tras otro, descendiendo por las estrechas callejuelas del pueblo en dirección al puerto de la bahía de Haven. A lo lejos pudo ver a Randa -saliendo de la tienda de joyas del señor Wright- y se metió en un callejón para evitarla.

Para la prueba a la que estaba a punto de someterse a sí misma necesitaba muy pocas distracciones y muchos menos testigos.

El desvío solo la iba a retrasar un par de minutos. Al poco rato Zoe se detuvo a la sombra de la oficina del barco de Abrigo. La pequeña barraca de madera donde se vendían los billetes estaba iluminada por fuera por una de las farolas de la calle y por dentro por un tubo fluorescente. Billie Wade estaba al otro lado de la taquilla, con sus grises bucles meciéndose ligeramente mientras contaba el cambio que tenía que devolver al último comprador. Según el horario escrito con brillantes letras verdes que había colgado en la pared, el siguiente barco zarparía en quince minutos.

El comprador que estaba delante de ella se alejó de la taquilla y Zoe salió de entre las sombras. Mientras los pasos de aquel pasajero se apagaban en dirección al muelle, Zoe se imaginó a sí misma caminando hacia la taquilla y luego saludando a Billie. Metió los dedos en el bolsillo delantero de sus tejanos tocando con las puntas el fajo de billetes que se había guardado allí para evitar tener que andar buscando a tientas la cartera dentro del bolso en el último momento.

Se mojó los repentinamente húmedos labios y murmuró las palabras que tendría que decirle a Billie. «Un billete, por favor.» ¡No! «Un billete de ida y vuelta.» Eso no iba a ser tan difícil, ¿o sí?

Intentando reunir valor, avanzó hacia la taquilla mientras su respiración se hacía tan desesperada que sonaba en sus oídos como el papel de lija. Habían pasado tres años desde que ella y Lyssa llegaron a Abrigo, dejando por fin atrás los largos meses de miedo y tristeza en el continente.

Tragó saliva y abrió los ojos solo para ver el océano que se abría delante de ella, oscuro y sombrío. Un siniestro escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Ya empezaba a imaginarse el inestable movimiento de la cubierta del barco bajo sus pies y el opresivo ronroneo de las máquinas del buque, mientras era llevada lejos de aquella seguridad. Los músculos se le quedaron paralizados y el corazón le dio un vuelco para luego caérsele como un ancla hasta el fondo del estómago.

No podía hacerlo.

Dio varios pasos atrás hasta la cómoda oscuridad de la noche y volvió a meterse el dinero en el bolsillo. Luego se alejó del muelle y se dirigió hacia las tranquilizadoras luces de Haven.

Habían pasado tres años desde que ella y Lyssa regresaran a la isla, y ni ahora ni nunca podría volver a marcharse de allí.


Aquella noche, por primera vez, Zoe no fue al apartamento de Yeager.

Después de lo que había, o no había, pasado en la taquilla del barco, Zoe se había dado cuenta de que ya era hora de que empezara a acostumbrarse a vivir sin él.

Pero no le sorprendió que el teléfono que mantenía comunicados los apartamentos de los huéspedes con la casa principal sonara justo cuando estaban a punto de dar las diez. Zoe pensó en no contestar, pero Lyssa había salido de casa después de cenar y eso la dejaba a ella sola frente al insistente teléfono.

¿Y si después de todo no se trataba de Yeager, sino de uno de los otros huéspedes?

Suspirando levantó el auricular.

– ¿Dónde estabas? -preguntó él-. No te molestes en contestar, porque ya me he dado cuenta de que no estás aquí, que es donde deberías estar. ¿Qué te ha retrasado?

Zoe tragó saliva.

– Pensé que quizá preferías estar solo esta noche.

Por un momento hubo un silencio al otro lado de la línea.

– ¿Tú estás bien de la cabeza?

Estoy intentando ayudarme. Estoy intentando recordar lo que se siente siendo yo misma, la sencilla vieja Zoe Cash de siempre, pensó ella.

– Gracias -le contestó ella secamente.

– Zoe, ¿estás releyendo alguno de esos viejos libros que leías antes? -preguntó él con un tono de recelo en la voz-. ¿Acaso otro de esos librotes pasados de moda sobre las relaciones entre hombres y mujeres?

– No. Puede que… simplemente quiera estar sola esta noche.

Hubo otro silencio. Zoe podía imaginárselo tumbado en la cama, con una almohada doblada debajo de la cabeza. Cuando fue a su apartamento las noches anteriores, el dormitorio estaba a oscuras, él llevaba el pelo mojado como recién salido de la ducha y su piel tenía el sabor dulce del agua de los manantiales de la isla. Zoe se estremeció.

– ¿Es eso lo que quieres, Zoe? -preguntó él tranquilo.

– Sí -contestó ella apretando el teléfono entre las manos.

Hubo otro largo silencio.

– Entonces dame al menos algo para que sueñe. Solo una pequeña muestra de lo que estás haciendo y lo que llevas puesto.

Zoe volvió a estremecerse. A pesar de todo, él seguía siendo igual de dolorosamente irresistible.

– Estoy en mi dormitorio de la segunda planta.

– ¿Eso está a la derecha o a la izquierda de las escaleras? -preguntó él dulcemente-. Cuéntamelo para que pueda hacerme una idea.

– A la izquierda. Es la primera habitación de la izquierda.

– ¿Y estás en camisón?

– Sí -contestó ella escuetamente.

– Apaga las luces, Zoe -le ordenó Yeager-. Y luego métete en la cama para mí.

Zoe se volvió a estremecer, pero fue incapaz de desobedecerle. Una vez que hubo apagado las luces, sintió las frías sábanas a lo largo de sus piernas desnudas, y tuvo que hacer grandes esfuerzos para no rendirse y echar a correr hacia la calidez y el placer de la cama de Yeager.

– ¿Estás tapada hasta la barbilla, cariño?

El tono ronco y susurrante de la voz de Yeager le recorrió la piel como si fuera una mano. Zoe cerró los ojos.

– Sí -contestó ella.

– Hum. -Zoe pudo oír la respiración profunda de Yeager a través del auricular-. He cambiado de opinión. Quítate la ropa.

– ¡Yeager!

La voz de él se hizo aún más suave, tratando de engatusarla.

– Por mí, cariño. Hazlo solo por mí.

De repente Zoe se sintió caliente.

Demasiado caliente para la camiseta ancha que llevaba puesta. Excitada y avergonzada a la vez, dejó el teléfono sobre la cama un momento y se quitó la camiseta. Volvió a taparse hasta la barbilla y ahora la tela de las sábanas le rozó los desnudos pezones. Se le pusieron duros y ella volvió a sonrojarse.

– ¿Zoe?

Ella pudo oír la voz de Yeager saliendo del auricular que descansaba sobre la cama.

Lo cogió lentamente y volvió a colocarlo junto a la oreja.

– Aquí estoy.

– Te habrás quitado también las bragas, ¿no?

Su respiración sonaba profunda y deliberada. Ella apretó las piernas nerviosamente.

– Sí -le mintió.

– Zoe. -Pero él era demasiado listo para tragárselo.

– No sé por qué siempre acabo haciendo lo que tú quieres…

– Porque no estaría pidiéndote esto si hubieses venido antes a mi cama.

Ella se lamió los labios.

– Yeager…

– Las bragas, Zoe -le ordenó él.

Mientras se quitaba las bragas con una mano, sintió que la carne entre los muslos le ardía y al momento empezó a retorcer los muslos, ahora ya completamente desnuda.

– Ya está -dijo ella- ¿Estás ahora satisfecho?

Hubo un largo silencio y luego se oyó una risa.

– Todavía no, pero casi -contestó él con un tono de voz provocador-. No cuelgues, Zoe.

Click.

En la oscuridad, Zoe se quedó mirando el teléfono que sostenía en la mano. ¡Yeager le había colgado el teléfono! ¡Había hecho que se desnudara y luego le había colgado el teléfono!

Se quedó allí tumbada, desnuda en su propia cama, sin saber todavía si sentirse ofendida o aliviada. Y en ese momento le llegó el inconfundible sonido de la puerta trasera de la casa al abrirse.

Lyssa, pensó Zoe. Preocupada por que su hermana pudiera llegar a su dormitorio para charlar un rato con ella antes de irse a dormir, Zoe levantó las sábanas y empezó a revolverlas frenéticamente con el pie intentando alcanzar las bragas, mientras con la mano trataba de agarrar la camiseta que había quedado a un lado del colchón. Pero como en un sueño, cuando estaba a punto de alcanzar aquellas prendas, estas parecían escabullirse.

Oyó unos pasos que ascendían por las escaleras.

A Zoe se le aceleró el corazón y de repente la puerta del dormitorio se abrió de golpe.

La oscura silueta de una sombra en el marco de la puerta era mucho más alta que la de su hermana.

Y la voz de aquella sombra era también mucho más profunda y sensual que la de Lyssa.

– No me digas que te has vuelto a poner la ropa.

Zoe se echó hacia atrás sobre las almohadas, extrañamente nerviosa por la oscura intención que resonaba en aquella voz. Volvió a tirar de las sábanas y se las subió hasta la barbilla.

– ¿Por qué has venido?

Seguramente había estado esperando a oírla hablar para encontrar el camino hacia la cama, porque ahora se acercó directamente hacia ella.

– Si la montaña no va a Mahoma…

Zoe tragó saliva tratando de decir algo para aligerar la cargada atmósfera de la habitación.

– ¿Eso quiere decir que yo soy la montaña?

A Yeager no pareció hacerle gracia aquel comentario. Mientras su profunda y ronca respiración resonaba por toda la habitación, su negra sombra se acercó más a ella.

Podría haberle dicho que se marchara, pero no lo hizo.

Alargando una de sus fuertes manos hacia Zoe, Yeager palpó el borde del colchón, encontró las sábanas y luego tiró de ellas, se las arrancó de las manos y las echó a un lado. Gimiendo de satisfacción, Yeager tanteó con los dedos el cuerpo desnudo de Zoe.

– Bien.

– ¿Qué estás haciendo?

Zoe detestaba aquel tono agudo en su propia voz, pero Yeager ya estaba subiéndose a la cama y en aquel momento sus manos la agarraron por los tobillos.

En lugar de contestar a su pregunta, Yeager tiró con fuerza de sus tobillos hasta que ella quedó tumbada de espaldas sobre el colchón. El llevaba puestos unos tejanos, pero no llevaba nada arriba, y Zoe pudo sentir el calor de la piel desnuda de sus hombros rozando el interior de sus rodillas, mientras se las separaba con las manos.

Yeager agachó la cabeza.

La voz de Zoe volvió a chirriar de nuevo.

– ¿Qué estás haciendo?

Él levantó la cara. No llevaba puestas las gafas de sol, pero aun así sus ojos eran dos oscuros misterios. Sonrió y sus pupilas brillaron en la oscuridad de la habitación.

– Te estoy demostrando que en realidad no querías pasar la noche sola.

Y entonces le pasó las manos por la parte interior de los muslos, abriéndole todavía más las piernas. Luego hundió la cabeza entre sus muslos y Zoe pudo notar un soplido de cálido aliento en su… allí.

El corazón le dio una sacudida.

– ¡Yeager!

Luego sintió algo húmedo allí y todo su cuerpo se puso a temblar.

– ¡Yeager!

Él volvió a lamerle, una y otra vez, explorándola suavemente de una manera a veces persistente, a veces fugaz. Zoe apretó los talones contra el colchón y se agarró con las manos a las sábanas para sujetarse a algo, mientras el resto del mundo se derrumbaba, daba vueltas y acababa cayendo en todas direcciones.

Zoe no podía creerse que estuviera dejándole hacer aquello.

Pero Yeager acababa de descubrir un punto -¡oh, Dios!- por el que había pasado levemente en sus anteriores exploraciones y que ahora golpeaba sin tregua con su lengua. Zoe separó todavía más los muslos y, cuando él se incorporó para pellizcarle suavemente un pezón con los labios, el corazón empezó a martillearle contra las costillas. Ella pensó que de un momento a otro se iba a poner a levitar por encima de la cama y que saldría volando de la habitación.

– Zoe.

Ella jadeó. Yeager la había llevado hasta el límite, con las manos y la boca, y ella lo único que podía hacer era tratar de conseguir que le entrara un poco de aire en los pulmones. Le palpitaban las terminaciones nerviosas y la sangre le hervía.

– Zoe.

Ella jadeó un poco más.

– ¿Qué?

Quería pedirle que acabara con aquello, que acabara con ella, y se agarró de nuevo a las sábanas para no empujarle la cabeza de vuelta allí donde quería tenerla de nuevo.

– Dime, Zoe -dijo él volviendo a respirar otra vez sobre su caliente humedad.

¿Qué era lo que quería? Estaba ya tan cerca, tanto, que le habría dicho cualquier cosa que él le pidiera con tal de que la tocara allí una vez más.

– ¿Qué? -gimoteó ella.

– Dime que no querías quedarte sola. Dime que me deseas. Dime que me necesitas.

Zoe estuvo a punto de echarse a llorar. Le estaba pidiendo que le mintiera con todo su corazón. Quería que le entregara el corazón en una bandeja de plata, una bandeja que ella misma hubiera abrillantado antes con su trapo del polvo.

Yeager pasó un dedo por encima de su pubis húmedo y ella gimió.

– Dime, Zoe -le pidió él de nuevo.

¿Por qué le estaba pidiendo aquello? ¿Por qué quería oírlo?

Aquel dedo se entretuvo un momento encima de su ingle y luego se introdujo en ella. Zoe gimió de nuevo y luego se rindió a él.

– Te deseo. Te necesito -dijo ella con un tono de voz que era un ronco murmullo-. No quiero estar sola.

Inmediatamente Yeager inclinó la cabeza de nuevo, como si aquellas palabras lo hubieran inflamado. Ella pudo sentir de nuevo su lengua allí. Yeager volvió a encontrar aquel punto especial de su cuerpo, y la besó allí de una manera diestra y exigente. Entonces Zoe empezó a sacudir todo el cuerpo y se puso a chillar, embriagaba por el influjo de la hermosa intimidad de aquel acto y de las palabras que acababa de decirle.

Cuando a Zoe todavía seguía temblándole todo el cuerpo, Yeager se colocó encima y se introdujo en él. Zoe se puso a gritar de nuevo, mientras la dureza del miembro de Yeager la llevaba al éxtasis una vez más. Él se movía dentro de ella con un ritmo firme y acelerado.

Zoe lo rodeó con sus brazos y se agarró a su espalda, atrayéndolo hacia ella a la vez que alzaba las caderas para que se introdujera todavía más. Y entonces Yeager se puso rígido, gimió y empezó a moverse todavía más rápido. Él acabó desplomándose sobre ella mientras le besaba los hombros.

– Yo también te necesito, cariño -dijo Yeager.

Zoe cerró los ojos y le metió los dedos entre el pelo.

– Durante un ratito más -susurró ella.

Durante un ratito más él la necesitaría. Durante un poco más de tiempo ellos estarían juntos en la isla, y ese poco tendría que ser suficiente para ella.

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