Yeager intentó separarse de Zoe.
– No -dijo Yeager.
Pero ella apretó aún más los brazos alrededor de su espalda, alzó la cara y encontró su boca. Ella lo necesitaba. Y él también lo necesitaba.
El beso empezó como un amable consuelo, pero enseguida se convirtió en un gesto hambriento de bocas exigentes.
Yeager le agarró las nalgas con las palmas de las manos y la apretó contra sus caderas gimiendo.
A Zoe la cabeza empezó a darle vueltas y se abalanzó con entusiasmo contra él. Su erección empujaba imponente contra el vientre de ella y el corazón de Zoe empezó a latir con fuerza. Él la deseaba.
Y ella lo deseaba a él.
Yeager volvió a gemir, se apartó unos centímetros del cuerpo de ella y volvió a enterrar el rostro en la curva de su cuello. El aire que Zoe respiraba era frío en contraste con su húmeda boca. Alzó las manos para meter los dedos entre los dorados cabellos de él a la vez que acercaba la cabeza a la suya.
Ella estaba dispuesta a hacerle el amor.
Aquella idea la excitó más de lo que la sorprendió. Sabía que Yeager la necesitaba. La necesitaba ahora mismo. Él tenía que aceptar su comprensible enfado, y la necesitaba para tomarse un respiro.
Zoe empezó a estremecerse un poco ante la idea de lo que estaba dispuesta a hacer.
Pero deseaba hacerlo. Zoe deseaba tener a Yeager entre sus brazos y dentro de su cuerpo, y tumbarse con él en aquella cama deshecha y alejar de él todos los demonios que intentaban ahogarlo.
Yeager apretó sus labios contra el cuello de Zoe en un beso tranquilizador, que sin embargo la hizo gemir y sentir escalofríos por todo el cuerpo.
De acuerdo. Tampoco podía decirse que aquello solo lo deseaba él. La verdad era que Zoe había sido demasiado tacaña consigo misma. También ella le necesitaba, para poder exponer su corazón a la luz del sol un rato, aunque fuera breve.
Degustando aquella idea, Zoe cerró los ojos y fantaseó por un momento imaginando cómo iba a ser aquel encuentro. Como en realidad nunca lo había hecho, una delgada neblina de confusión flotó sobre su imaginación. En su fantasía ella veía luces en penumbra y mosquiteras de gasa, y una mezcla de cuerpos sudorosos que eran tan líricos como una composición de Rodgers y Hammerstein.
Oyendo aquella música en su cabeza, susurró a Yeager:
– Hazme el amor.
Él se puso rígido y luego sus brazos la estrujaron; su boca seguía pegada a su cuello.
– Zoe…
– Por favor.
Ella se sentía caliente y blanda por dentro como un dulce de merengue, y aquella idea añadió dulzura a su imaginación, caricias suaves y delicados y lánguidos besos. Harían el amor despacio, dándose el uno al otro con paciencia, y al final ella se sentiría satisfecha. Estaba orgullosamente satisfecha de que su primera experiencia en el amor fuera con un hombre que le interesaba, quien afortunadamente había encontrado el camino hacia su pequeño rincón del universo, antes de irse a explorar las insondables galaxias.
– Zoe, ¿estás segura de que quieres…?
¿Querer? Sí, claro que quería. Pero esta vez ella se deslizaría lentamente hasta aquel momento romántico. Apartó de su mente los otros rápidos encuentros con él. Meros preludios. Ahora que estaba planeando llegar hasta el final, debería refrenar aquel incontrolable deseo que normalmente sentía a su lado. No quería echar a perder aquella ocasión dejando que el deseo desaforado la hiciera perder la cabeza.
Recordó su encuentro en el acantilado. Había necesitado muy pocas caricias antes de… estallar. Pero esta vez no iba a dejar que su inexperiencia arruinara aquel encuentro.
Zoe le metió los dedos entre el cabello y suavemente echó hacia atrás la cabeza de él.
– Hazme el amor -le dijo de nuevo sonriendo.
Sus manos dejaron su espalda para rodear su rostro.
– No me tomes el pelo, Zoe.
Había una intensidad en su expresión que no encajaba bien con su edulcorada fantasía, y la sonrisa de Zoe se desvaneció. Sin embargo, ya no había marcha atrás. Ella no quería detenerse.
– Por favor, Yeager -insistió Zoe de nuevo.
Yeager dudó por un momento, pero entonces Rodgers -¿o fue Hammerstein?- hizo que la banda empezara a tocar de nuevo en su imaginación mientras él la besaba una vez más. Empezó de forma suave paseando la lengua por la juntura de sus labios. Ella sabía lo que él deseaba y abrió la boca.
Cerró los ojos con fuerza mientras él exploraba su boca con la lengua y sus manos se paseaban por su espalda y por su trasero arriba y abajo.
Yeager la apretó con fuerza contra su cuerpo.
– Abre un poco las piernas, cariño -dijo él hablando contra sus labios.
Zoe entreabrió los ojos. Abrir las piernas. Sintió un escalofrío. No era una frase que realmente encajara bien con sus ensoñaciones de volantes y tules. De hecho, le parecía una frase demasiado atrevida. Tragó saliva y sintió un deseo caliente fluyendo por debajo de su piel. Sí, definitivamente atrevida.
El tempo de la música que oía en su mente se aceleró de manera considerable.
– Abre las piernas -murmuró Yeager de nuevo, y ella le obedeció.
Cuando esta vez se ajustó a su cuerpo, Yeager apretó los muslos contra la ingle de Zoe presionando con su dura erección contra la parte baja de su vientre.
Zoe jadeó al sentir su abultada excitación y se asombró una vez más ante la idea de que era ella la que lo excitaba de aquella manera. Agarrándola con las manos por las caderas, Yeager la apretó más contra su cuerpo a la vez que le mordía el labio inferior.
Los violines mentales de Zoe desafinaron sorprendidos. Ella volvió a jadear y sintió unas burbujas calientes que recorrían toda la superficie de su piel. Zoe se apretó contra él y Yeager ladeó la cabeza para besarla de nuevo. Para besarla con desesperación.
Aquello sí fue tal y como ella lo había imaginado. Yeager la rozó con la lengua allí donde la había mordido hacía un momento. Luego se introdujo en su boca y movió la lengua suavemente, incitándola, metiéndola y sacándola de su boca. Los violines empezaron a tocar de nuevo, lánguidos y seductores, y cuando Yeager sacó la lengua de su boca por alguna razón, Zoe introdujo la suya en la boca de él.
Y Yeager le chupó la lengua.
Zoe gimió excitada e inmediatamente sus pezones se convirtieron en dos botones muy rígidos. Pensó que él no se habría dado cuenta. Pero no fue así, porque los dedos de Yeager se deslizaron suavemente y fueron ascendiendo con escrutador cuidado desde sus caderas hasta sus pechos, hasta detenerse en la sensual cima de sus pezones.
¿Dónde estaban Rodgers y Hammerstein? Pero la música que oía en su imaginación había desaparecido y había sido reemplazada por el insistente golpeteo de un tambor, que eran los latidos de su propio corazón.
Zoe abrió los ojos. Yeager tenía la boca húmeda y las aletas de su nariz palpitaban. Una de sus manos se deslizó hacia arriba por la espalda de ella, después hacia abajo, y al final se introdujo entre sus cuerpos. Vio cómo se abría paso entre sus pechos.
– Prométeme que jamás te pondrás sujetador -le dijo él con voz ronca-. Me encanta poder acariciarte de esta manera.
Sus pezones rígidos sobresalían de la tela de su camiseta y él encontró uno, y empezó a acariciarlo con el pulgar.
Zoe gimió mientras algo en su interior se cerraba como un puño. Volvió a apretar los ojos con fuerza, tratando de conjurar de nuevo la confusa y almibarada fantasía. ¿No se suponía que tenía que ser así?
Pero en lugar de eso, Zoe sentía unas insistentes y calientes palpitaciones en la sangre y no sabía si sentirse de aquella manera era precisamente femenino.
Yeager presionó de nuevo su pezón con el pulgar.
Zoe sintió que se le aflojaban las rodillas y los codos.
– No, por favor.
Yeager le lamió el cuello de camino hacia su oreja.
– ¿Qué te pasa?
Zoe tenía la cara ardiendo y se agarró con las manos a los hombros de él.
– Creo que… que estoy… demasiado… caliente.
Yeager se rio.
– Eso no es un problema -dijo él mordiéndole el lóbulo de la oreja.
La almibarada ensoñación explotó en una miríada de cristales de azúcar. Zoe clavó los dedos desesperadamente en los tensos músculos de Yeager.
– Sería mejor que paráramos.
Yeager se separó de ella y le agarró los antebrazos con las manos.
– ¿Has cambiado de opinión? -le preguntó con calma.
– ¡No! Sí. No. -Zoe respiró hondo para calmarse-. Solo quiero que vayamos un poco más despacio, ¿de acuerdo?
De alguna manera tenía que controlarse, antes de asustar a aquel hombre echándose con lujuria sobre él en la cama y frotándose con fruición contra su cuerpo.
– ¿Estás segura, Zoe?
– Estoy segura -contestó ella tragando saliva.
– Gracias a Dios. -Yeager le cogió una mano, la dirigió hacia su camisa y empezó a desabrocharla sonriendo-. Hablando de calor…
Zoe abrió los ojos. Se quedó con la boca abierta, pero no podía conseguir que sus pulmones se llenaran de aire mientras admiraba aquel pecho desnudo. A solo unos centímetros de su cara. ¡Tan cerca!
– ¡Oh, no! -Zoe se separó de él, se acercó a la cama y se sentó en ella. Se cubrió los ojos con las manos-. Lo siento, pero no podemos hacer esto.
– ¿Zoe?
– Es que estoy demasiado… Oh, cielos, no es una palabra demasiado adecuada. Odio tener que decirla, odio tratarte de esta manera, pero… estoy demasiado cachonda -acabó diciendo en una voz muy baja, casi humillada.
– Cachon… -empezó a decir él, pero se interrumpió al tropezar con una almohada de camino a la cama-. Me estás tomando el pelo, ¿no es así? -preguntó Yeager con una voz agria-. ¿Quién te ha sugerido esto? ¿Deke? ¿Los muchachos de Houston?
– Nadie me ha sugerido nada -dijo ella mirándolo fijamente con el ceño fruncido.
Él empezó a girar la cabeza de un lado a otro rápidamente.
– Entonces se trata del programa Cámara oculta, ¿no? ¿Dónde están los cámaras? Si los encuentro por aquí los voy a estrangular.
– ¿Qué te pasa ahora? No hay ninguna cámara oculta aquí. Estamos tú y yo solos, y no hay nadie más.
El colchón se hundió cuando él se sentó a su lado.
– Entonces ¿qué es lo que pretendes? -preguntó él-. Porque no te pillo. La verdad es que no te entiendo. Hace un momento estabas gimiendo y deshaciéndote en mis brazos, y ahora te apartas de mí porque estás demasiado… demasiado…
– Cachonda -añadió ella tranquilamente.
Yeager levantó las manos.
– Me parece que estoy empezando a perder la cabeza lo mismo que estoy perdiendo todo aquello que me importaba.
Zoe tragó saliva.
– Creo que te debo una explicación.
– Oh, sí, eso es una buena idea -dijo él sarcástocamente-. Ahora bien, no sé si te puedo garantizar que entenderé cualquier explicación.
– Soy virgen -le soltó Zoe de golpe.
Su boca se cerró con un audible golpe seco.
– Lo siento -añadió ella-. Pero es cierto. Y también lamento que eso me ponga ca…, especialmente caliente cuando estoy contigo.
Yeager no dijo nada y se quedó allí sentado como si fuera una estatua.
– ¿Virgen? -preguntó al final como si fuera un eco.
Ella asintió con la cabeza, pero al momento recordó que él no podía verla.
– Creo que… bueno, se me pasó la oportunidad cuando era el momento, o algo así. Yo acababa de cumplir los veintiuno cuando Lyssa enfermó. Ya sabes que crecí en un pueblo pequeño; ¿recuerdas que en el último curso del instituto éramos dieciocho chicas y ocho chicos? Y mis compañeras de la universidad eran todas mujeres. Así que cuando murieron mis padres y a Lyssa le diagnosticaron… -Zoe suspiró-. Bueno, había otras cosas más importantes en mi vida. Primero estaba la salud de Lyssa, luego volver con ella a la isla y crear aquí un entorno seguro para las dos. De modo que ya ves…
– Eres virgen -dijo él de nuevo.
– Y me acabo de disculpar por eso. No es que piense que las mujeres tienen que andar de cama en cama, pero ¡por el amor de Dios, tengo veintisiete años! Por eso cuando me besas y me acaricias, me pongo un poco… loca.
– Te pones cachonda -matizó él.
– Exactamente. Y no quiero que eso estropee las cosas entre nosotros, de verdad que no, pero después de unos cuantos besos, cuando acaricias mi… cuando me acaricias, sé que estoy a punto de estallar y estropearlo todo.
– Estropearlo todo -repitió él en voz baja.
– Lo siento -dijo ella sinceramente.
Yeager se dejó caer de espaldas en la cama como si Zoe le hubiera disparado.
Preocupada, Zoe se acercó a él e intentó que el desnudo pecho masculino que podía entrever a través de su camisa medio abierta no la distrajera.
– ¿Estás bien?
– No.
Zoe abrió los ojos alarmada.
– ¿Qué te pasa? ¿Te duele algo? ¿Puedo hacer algo por ti?
– Sí -contestó él-. Creo que si no explayas tu calentura conmigo me voy a morir.
La vergüenza hizo que a Zoe le empezaran a arder las mejillas, y golpeándole amablemente en el brazo le dijo:
– Eso no tiene ninguna gracia.
Él le agarró la mano.
– No estoy bromeando, Zoe. Me parece que tus ideas sobre el sexo las has sacado de un anticuado libro de buena conducta.
Eso estaba realmente muy cerca de la verdad.
– ¡He visto películas! ¡Y he leído libros!
– Imagino que ninguno de ellos editado después de mil novecientos cincuenta.
Peligrosamente cerca de la verdad. Zoe se mordió el labio inferior.
Yeager la arrastró hasta colocarla encima de él.
– Escucha. No existen límites inaceptables para los deseos de una mujer.
Ella sintió una palpitación entre las piernas que no sabía si procedía de su cuerpo o del de Yeager.
– Pero ¿qué pasará si nos estamos besando y acariciando y yo… eh… ya sabes, antes de que tú, yo…?
– ¿Estallas y los estropeas todo?
Ella se sintió aliviada de que él no pudiera ver el color rojo púrpura que acababan de adquirir sus mejillas.
– Sí.
– Entonces sencillamente volvemos a empezar de nuevo con los besos y las caricias.
Yeager pensó que una virgen cachonda podía ser precisamente lo que le compensara por toda la mala suerte que había tenido últimamente.
Sintió una leve punzada de culpabilidad ante aquella idea tan descaradamente machista, pero la apartó de él. La culpabilidad no tenía sitio ahora en su cama. Allí solo había sitio para Zoe y para él.
Y él se sentía extraña -y descaradamente- contento de que ella fuera virgen.
No pudo encontrar una buena explicación para sentirse así, de modo que ignoró también aquello y se concentró en Zoe. Había colocado «su calentura» encima, sobre la cama, y ahora se arrimaba más a ella, y deslizaba sus manos por los muslos de Zoe, abarcándolos por completo para luego abrazarse a sus caderas.
Ella gimió un poco y luego se movió ligeramente hasta acoplarse a su entrepierna.
Yeager también gimió.
– Me gusta esto -dijo Zoe apretándose más contra él.
Él rechinó los dientes.
– Creo que deberíamos dejar varias cosas claras -dijo Yeager colocando las manos en las caderas de ella y metiéndolas después en los bolsillos traseros de sus pantalones cortos para detener su movimiento.
Zoe empezó a juguetear con su cabello, introduciendo los dedos entre los mechones de su pelo.
– De acuerdo -dijo ella besándole la barbilla.
– Creo que deseas algo de mí.
– Hum.
– Quieres hacer el amor conmigo.
Ella volvió a menear de nuevo las caderas y él tuvo que apretar su redondo trasero para hacer que parara.
– Sí.
– Bien. -Yeager dejó escapar un suspiro al sentir que el calor que emanaba de entre los muslos de ella respondía al reclamo de su pene-. Pero antes -tenía que dejar bien clara esa parte- quiero estar seguro de que entiendes que… que… -¿Cómo decirle a una virgen a la que quieres poseer más de lo que has deseado jamás nada en la vida que aquello no es más que una relación pasajera?-. Que… que…
Zoe lo besó de nuevo en la barbilla.
– ¿Que te casarás conmigo por la mañana?
Yeager se quedó de piedra.
Ella apoyó las manos sobre su pecho.
– Estaba bromeando -añadió Zoe-. Deberías verte la cara.
Al alivio de oír aquellas palabras le siguió un nuevo aumento de excitación.
– ¿Estás segura, Zoe?
De repente, en lugar de contestar, ella se sentó sobre él, con todo su cuerpo presionando contra su erección. Aquella mujer parecía no poder dejar de torturarle. Sus manos trabajaron rápido en el resto de los botones dé su camisa, y se la abrió echándola hacia los lados al tiempo que sus largos dedos rozaban la cálida piel de su pecho.
– ¡Oh! -exclamó Zoe suspirando.
Como respuesta, él encontró el dobladillo de su camiseta y metió dos dedos por debajo de la teta, ascendió por la suave y cálida piel de Zoe hasta llegar a la leve curva de sus pechos. Los abarcó con las manos y sonrió.
– ¡Oh! -repitió él como un eco.
Ella volvió a retorcerse sobre él. Tendría que detener aquellos movimientos muy pronto.
– ¿Ya te he dicho lo mucho que me gusta que no lleves sujetador?
– Creo que ya lo has mencionado -contestó ella con remilgos mientras él apretaba y acariciaba sus blandos pechos.
Tomándose su tiempo, Yeager disfrutó del contraste entre la suavidad de los pechos y la dureza de los pezones. Nunca antes -cuando podía ver- se había dado cuenta de eso, de lo maravilloso que era pasar el pulgar dibujando círculos alrededor de la arrugada areola del pecho. Zoe se apretó contra él y cerró los muslos alrededor de sus caderas cuando él le pellizcó suavemente los pezones.
– ¿Estamos en peligro inminente de que estalles? -preguntó Yeager riendo.
Ella gimió mientras él acariciaba con sus pulgares aquella piel sensible.
Yeager también se sentía casi a punto de estallar. Apartó las manos de sus pechos, la levantó de su regazo y la tumbó en la cama. Luego le quitó la camiseta.
La piel de su pecho olía como ella y tenía un sabor tan dulce como el de su boca. Yeager le pasó la lengua por el vientre y luego ascendió de nuevo hacia sus pechos. Cuando encontró el valle que se abría entre ambos, la besó allí, lamiendo la tersa piel y oyéndola gemir.
– Yeager…
Él se incorporó un poco y le apartó el cabello de la cara.
– Contrólate un poco, cariño. Será mucho mejor si lo dilatamos un rato.
El pulgar de Yeager se frotó de nuevo contra un pezón y ella arqueó todo el cuerpo.
– No quiero… dilatarlo más.
Él sonrió.
– Hazlo por mí, cariño.
Inclinándose sobre ella, le lamió la piel dibujando un camino hacia abajo, hasta que se encontró con un pezón y se lo metió en la boca. Cuando lo succionó, el deseo que sentía Yeager viajó como un cometa hacia su ingle, haciendo esta que se pusiera al rojo vivo.
– ¡Yeager!
Él se apartó de ella y sopló en dirección a su pecho.
– De acuerdo, de acuerdo, déjame que te enfríe. -Volvió a soplar sobre su pecho.
Zoe se arqueaba entre sus brazos y él podía sentir sus pechos alzándose hacia su cara, mientras sus caderas se separaban del colchón.
– Eso que haces no me ayuda nada.
Yeager se encogió de hombros.
– Bueno, entonces…
Se volvió a inclinar sobre ella para probar el otro pezón, chupándolo con fuerza mientras jugueteaba con el anterior, pellizcándolo entre dos dedos y pasando luego la yema sobre el endurecido botón.
– ¡Yeager! -Las caderas de Zoe empujaban contra el colchón.
Él se forzó a separar la boca de sus pechos.
– ¿Hum?
– Quítate la ropa -le dijo ella.
Yeager no pudo ocultar una sonrisa burlona.
– Hemos dicho que íbamos a dilatarlo. Un solo vistazo a mi magnífico físico y…
– Quítate la ropa.
– Vaya, vaya, eres una virgen muy mandona.
Pero era imposible no obedecer la petición urgente de su voz. Se quitó la camisa y se deshizo del resto de la ropa en apenas dos segundos.
Después se quedó de pie al lado de la cama, imaginando la reacción de Zoe.
– ¡Oh!, yo… -dijo ella.
Un ligero estremecimiento de preocupación recorrió el cuerpo de Yeager. Quizá no debería haberse desnudado por completo tan pronto. No podía verle la cara, pero supuso que posiblemente no había sido una buena idea dejar que una joven virgen, de veintisiete años, viera a la luz del día -y desde tan cerca- aquel órgano viril que se erguía dispuesto a invadir su cuerpo.
– Zoe…
Algo rozó su pene. Los dedos de ella. Volvió a tocarlo una vez más. Yeager tuvo que refrenar un gemido y el deseo de abrirle inmediatamente las piernas y enterrar aquella cosa en ella.
Él tragó saliva. ¿Qué estaría pensando ella?
– Zoe, cariño, tienes que tener en cuenta mi incapacidad aquí.
– ¿Qué incapacidad? -replicó Zoe distraídamente.
Él volvió a sentir otro roce de aquellos dedos curiosos.
– Tienes que recordar que no puedo ver, cariño. No sé lo que pasa. ¿Te he dado un susto de muerte o estás dispuesta a ser mi amante esclava?
Oyó una risita apagada. Aquello le pareció una buena señal.
– Es que nunca había…
– … visto una. Sí, lo imaginaba.
– Una tan grande -le corrigió ella soltando otra risa apagada-. Eso es lo que estaba a punto de decir.
Así era Zoe. Incluso en aquellas circunstancias le hacía reír.
– Espero que Dios no permita que vuelva a tratar de completar tus frases nunca más.
– Eso estaría bien. Aunque puede que te subestimes.
Yeager se rio de nuevo y luego se arrodilló sobre la cama.
– Ahora es tu turno.
– ¿Mi turno?
– Para quitarte la ropa.
– Pero… pero…
– Zoe, cariño, no hay nada por lo que tengas que avergonzarte, ¿recuerdas? -la intentó animar él-. Y además, no puedo ver nada.
Casi pudo oír el parpadeo de sus pestañas.
– Sí, claro, eso es verdad.
El sonido de la cremallera de sus pantalones cortos casi lo desarmó. Pero se contuvo, y cuando notó que ella ya se había desnudado por completo, alargó los brazos para abrazarla.
– Ven aquí, corazón.
Zoe era esbelta y de líneas firmes, y cuando sus pezones se apretaron contra su pecho, Yeager volvió a pensar en cometas y en calor y en explosiones de megatones. La tumbó de espaldas sobre el colchón y luego abriéndole los muslos se colocó entre ellos.
Entonces le dijo fingiendo irritación:
– No te has quitado las bragas.
Pudo oír cómo ella tragaba saliva.
– Lo estamos dilatando, ¿recuerdas? Yo… yo…
– Has hecho exactamente lo correcto -contestó él apretándose contra su húmeda sedosidad.
Zoe gimió alzando las caderas hacia él.
El deseo se cerró como un puño de hierro sobre el vientre de Yeager. Agachando la cabeza, acercó su boca a la de ella y se la abrió con los labios. Zoe se abrió a su beso inmediatamente. Él le introdujo la lengua en la boca a la vez que se apretaba más contra sus bragas, dejando que aquella barrera de tela le impidiera ir demasiado lejos o demasiado rápido.
Gimieron al unísono.
Yeager sintió un calor que ascendía desde la base de su columna vertebral. Pasó las manos por los pechos de Zoe y luego los deslizó hacia abajo por las costillas. A continuación se incorporó ligeramente para que su mano pudiera deslizarse por debajo de las bragas. Sin dejar de besarla apasionadamente, se echó un poco hacia un lado y pasó la mano por el ralo vello que crecía entre los muslos de Zoe, hasta que llegó a su húmedo y caliente centro.
Yeager levantó la cabeza y apretando los dientes presionó lentamente hasta meter un dedo dentro de ella.
Zoe movió las caderas y los músculos de su interior se cerraron alrededor de aquel dedo.
– ¡Yeager!
Mierda. Era tan estrecha que solo la idea de meterse dentro de su cuerpo le hacía arder en deseos. Yeager jadeó un poco y luego, lentamente, retiró el primer dedo para después meterle dos.
– ¡Yeager!
Zoe se retorcía contra él, alrededor de él, con las manos golpeando contra sus hombros y con todo su cuerpo palpitando alrededor de sus dos dedos.
Yeager gimió, reprimiendo a duras penas su excitación. La llevó hasta el clímax, y cuando ella hubo acabado se inclinó sobre su boca y la besó dulcemente empujando su lengua contra la de ella.
Cuando Zoe se quedó por fin quieta, Yeager levantó la cabeza apartándose de sus labios y sonrió.
– ¿Estás bien, cariño?
– Yeager. -Había un rastro de lágrimas en su voz-. Pensé… pensé. Sabes que lo estaba deseando. Contigo. Pero habías dicho que lo íbamos a dilatar.
Él sonrió con arrepentimiento.
– Pero cuando ya era casi demasiado tarde me di cuenta de que habíamos olvidado algo. Protección.
– ¿Protección?
Su pequeña virgen. Le dio un susto de muerte que Zoe no hubiera pensado en eso en ningún momento.
– ¿Condones? ¿Protección contra el embarazo y las enfermedades?
– Oh, vaya, ¿y entonces por qué no has dicho nada?
– Pensé que no era el momento de mandarte al supermercado de la esquina.
– No hace falta ir tan lejos.
Zoe se echó a un lado y salió de la cama. La oyó dirigirse al cuarto de baño y luego se escuchó el sonido inconfundible de armarios que se abrían y cerraban.
El colchón se hundió de nuevo cuando ella volvió a sentarse en la cama.
– Siempre mantengo bien provistos los armarios del cuarto de baño. Con jabones, maquinillas de afeitar, cepillos, pasta de dientes y ese tipo de cosas.
Yeager se apoyó en un codo y se incorporó, aunque no supo si tenía que demostrar ilusión.
– ¿Y condones?
– Fue idea de Lyssa -contestó Zoe.
– Recuérdame que le dé un beso a tu hermana.
Yeager abrió una mano y ella dejó caer sobre su palma un paquete cuadrado de plástico. Miró en dirección a Zoe tratando de averiguar lo que ella estaría sintiendo en aquel momento. Ahora que ella había tenido un orgasmo, acaso ya no quisiera…
– Deja que te lo ponga yo -le dijo Zoe.
Yeager rezó una leve oración de acción de gracias. Pero no accedió inmediatamente a su petición. En lugar de eso, la echó de espaldas sobre la cama y empezó a besarla y acariciarla de nuevo, mientras paseaba el frío envoltorio del condón por su vientre, por sus pechos y por el interior de sus muslos.
Cuando ella estaba de nuevo temblando y musitando su nombre, él le dio las instrucciones necesarias y dejó que le colocara el preservativo.
Tuvo que apretar los dientes mientras Zoe manipulaba su miembro, pero una vez hubo acabado la volvió a echar de espaldas en la cama, le quitó las bragas y luego le abrió los muslos y se colocó sobre el caliente centro de su cuerpo.
Era endemoniadamente estrecha.
Aguantó la respiración mientras intentaba acomodarse allí dentro, pero ella no dejaba de retorcerse, suplicando y alzando las caderas para apretarse más contra él. De modo que al final Yeager simplemente se introdujo en ella de golpe.
Se quedó helado cuando notó que ella empezaba a sollozar. Las manos le dolían mientras se mantenía apoyado en el colchón, encima de ella, con el pene tan fuertemente encajado en su cuerpo que pensó que iba a correrse sin siquiera haber empezado a moverse. Ella sollozó de nuevo.
Yeager tomó aliento estremeciéndose.
– ¿Zoe? ¿Cariño?
Ella le palmeó las nalgas con las dos manos y luego lo apretó aún más contra su cuerpo.
– Por favor -musitó Zoe.
Una vez recibido permiso para hacerle el amor, Yeager cerró los ojos con fuerza y se hundió una y otra vez en su cuerpo. Sentía calor y alegría, y cuando se dio cuenta de que ella llegaba de nuevo al orgasmo, se dejó ir -al fin- con una violenta explosión de placer que podía competir con cualquier cohete conocido por los hombres.