Capítulo 12

Deke abrió la puerta del apartamento de Yeager sin molestarse en llamar.

– Me acabo de enterar de que has recibido la carta de la NASA.

Yeager no dejó lo que estaba haciendo -que era nada, a menos que estar tumbado en la cama con la CNN como sonido de fondo fuera hacer algo- y gruñó para darle a entender a Deke que le había oído.

– Me parece que las noticias no eran buenas. -La puerta de entrada se cerró con un portazo y Deke entró en la habitación-. ¿Por qué no me has dicho nada?

Yeager se encogió de hombros.

– Sabías la respuesta desde que te dije que había apelado la decisión de Houston.

¿Qué sentido tenía seguir dándole vueltas a aquel asunto? El veredicto, que era el mismo de la primera vez, ya estaba empezando a hacer una madriguera bajo su piel. Nunca más volvería a ser astronauta. Se había pasado dos días encerrado en su habitación intentando hacerse a aquella idea.

– Zoe me dijo que viniera a ver cómo estabas.

Zoe. Oh, sí, había algo más que estaba empezando a metérsele debajo de la piel. Alguien. Zoe. La había estado evitando, y se había pasado la mayor parte del tiempo en el patio de su apartamento, escuchando los sonidos de la isla. Durante el día se encontraba bien, incluso tranquilo bajo la brisa fresca, oyendo el canto de los pájaros y el romper de las olas estrellándose contra los acantilados lejanos, pero por la noche… Por la noche buscaba lugares fríos lejos de sus sábanas e intentaba no dormir, porque cuando lo hacía empezaba a soñar; soñaba con volar o, lo que era peor todavía, soñaba con tener a Zoe en la cama, a su lado, con una mejilla apoyada sobre su pecho y una mano alrededor de su cintura. Igual que al final de su pelea de barro.

En aquel momento, al tenerla entre sus brazos, sintió algo nuevo y extraño, algo que no le había gustado en absoluto. Habían caído al suelo juntos, entrelazados en un abrazo casi íntimo, y Yeager sintió hacía ella una cercanía que nunca antes había sentido por mujer alguna. ¿Cómo podía haber sido así cuando los dos estaban completamente vestidos y cubiertos de barro? Solo pensar en ello hacía que le doliera todo el cuerpo, como si tuviera todavía pegado a la piel el barro seco de dos días antes.

– Quiere saber cómo estás -dijo Deke.

De repente, una burbuja de airado resentimiento le retorció las entrañas. De modo que ella quería saber cómo estaba. Muy bien. Aunque lo que de verdad quería era meterse en sus pensamientos. También lo había intentado dos días antes, y ahora él tenía que demostrarle que allí no iba a ser bien recibida.

Las mujeres no eran para él más que una diversión, ¡por el amor de Dios!, nada más que eso. Así era y así le gustaba que fuera.

No sabía de dónde habría sacado Zoe la idea de que él estaba interesado por ella, pero había llegado el momento de hacerle saber que el juego había terminado y ver si podía tener así un poco de paz en lo que le quedaba de estancia en aquella isla.

Deke abrió la puerta del pequeño frigorífico de la cocina americana y Yeager oyó un estallido del aire cuando su amigo destapó una botella de cerveza.

– Pásame una cerveza -le dijo Yeager.

La reconfortante humedad de la botella fría le acarició la palma de la mano y Yeager se incorporó para echar un largo trago. Sí, el problema con Zoe había sido haber hablado demasiado de sentimientos y no haber «sentido» nada. Se sonrió recordando el día que habían estado en el acantilado, el inolvidable sabor de su boca y el calor que ascendía por entre sus muslos cuando él la tocó allí. Una ligera presión en aquel botoncito y ella había reaccionado con una pasión caliente e inesperada.

Aquel recuerdo era realmente caliente. ¿En qué demonios había estado pensando aquel día para comportarse como un buen chico? Alguna estúpida y desacertada idea de ramos de flores y colchones con edredones de plumas había hecho que se detuviera, pero si hubiera seguido y se lo hubiera montado con ella allí mismo, ahora no se sentiría en aquella desagradable situación. Y si en algún otro momento Zoe hubiera intentado analizar su cerebro con sus rayos X, él simplemente podría haberle hecho ver cuál era la parte de su cuerpo que necesitaba de toda su atención.

Deke echó un vistazo a las bolsas vacías de la comida basura con la que Yeager se había alimentado durante su encierro para no encontrarse con Zoe.

– También me ha dicho que quiere saber si necesitas algo -le comunicó su amigo.

Yeager echó otro largo trago de cerveza fría. ¡Oh, claro!, había algo que sí necesitaba para que las cosas volvieran a la normalidad de una agradable comida casera; y para llegar a eso tenía que pasar antes por hacer algo íntimo con ella. Algo que Yeager había estado deseando hacer desde el primer momento que se había cruzado con Zoe.

Sonrió con aire de suficiencia. Hacer el amor con Zoe no era un acto puramente egoísta por su parte. Si recordaba la desagradable conversación durante la cena de aquella noche, ella se había sentido molesta por el hecho de que él se hubiera detenido en el acantilado, en lugar de tomarla allí mismo y hacerla suya. Incluso se había sentido insultada.

Así que, pensándolo de aquella manera, él estaba resolviendo algo entre ellos que llevaba bastante tiempo esperando a ser concluido.

Se bebió de un trago el resto de la cerveza.

– Vayamos a la casa.

Deke se acabó su bebida y luego tosió.

– Pero ya ha pasado la hora de cenar y no creo que nos estén esperando.

Yeager se puso de pie.

– Pues mucho mejor.

Yeager llevaba la camisa abierta y se abrochó un botón, uno solo, su única concesión para una visita formal. Si las cosas salían como planeaba, no iba a necesitar la ropa durante cierto tiempo.

Pero Deke no pensaba dejarse convencer fácilmente.

– Ve tú solo, conoces perfectamente el camino.

Yeager negó con la cabeza. No tenía ganas de perder el tiempo caminando a tientas en medio de la noche.

– Tendré problemas para encontrarlas si no están en la cocina. -Para subrayar aquellas palabras golpeó el hombro de su amigo con el suyo de camino hacia la puerta.

Deke soltó un suspiro de resignación.

– ¿Y si no quieren compañía? ¿Cómo vamos a conseguir siquiera que nos dejen entrar?

Yeager sonrió burlonamente imaginando ilusionado el posible final de aquella noche.

– ¿Acaso no has aprendido nada aún? Les podemos decir que tenemos un problema con la factura.

Yeager pensó que tener que utilizar a Deke como sus ojos no hacía de él una persona demasiado deseable. Se dirigían hacia la casa, pero Deke empezó a aminorar el paso conforme se aproximaban a la puerta trasera de Haven House.

Al final, Deke se detuvo completamente.

– De aquí en adelante sigues tú solo -dijo Deke.

Yeager frunció el entrecejo.

– ¿Qué?

– Que sigas tú solo.

Aquello no era propio de Deke.

– ¿Qué problema tienes?

– Tengo un mal presentimiento.

Yeager todavía no entendía qué le pasaba.

– ¿Cómo?

– En las tripas -dijo Deke-. Algo me dice que sería mejor que no llamara a esa puerta.

– Por el amor de Dios, Deke, ¿desde cuándo te has vuelto tan místico?

Deke murmuró algo ininteligible.

– ¿Qué has dicho? -le preguntó Yeager.

– Serán las malas influencias -repitió Deke, esta vez en voz alta.

Yeager meneó la cabeza desconcertado.

– Déjame a unos pasos de Zoe y luego te puedes marchar. No serán más de treinta segundos.

Sin embargo, su estimación pareció ser demasiado optimista, porque una vez que llegaron a la puerta trasera nadie contestó a la amable llamada de Deke.

– Vuelve a llamar -le urgió Yeager, aunque era obvio por qué no les habían contestado. Incluso a través de la puerta cerrada podían oír claramente el ruido de la fiesta que se estaba celebrando dentro: un canto a coro de Girls Just Wanna Have Fun seguido de un gorjeo de risas femeninas. Bastante desafinado, por cierto.

Zoe no era mucho mejor cantando que como directora de la banda de música.

La segunda vez que llamó a la puerta los resultados no fueron mejores.

– Vámonos…

Yeager no dejó que Deke acabara la frase; en lugar de eso giró el pomo de la puerta de la cocina. Abrió la puerta y entró; todavía iba agarrado del brazo de su amigo.

– Creo que están en la habitación de al lado. Distrae tú a Lyssa mientras yo hablo con Zoe.

Yeager ignoró las quejas de Deke y ambos cruzaron la cocina. Deke empujó las puertas batientes que daban al comedor, desde donde les llegaba el ruido de la algarabía de la fiesta.

– ¡Hola! -dijo Yeager jovialmente, pero nadie le contestó.

Deke dio un paso hacia atrás.

– Creo que estamos molestando.

Ninguna de las mujeres lo negó, lo cual sorprendió a Yeager. Las dos hermanas solían ser muy hospitalarias.

Yeager no se movió.

– ¿Qué está pasando? -le preguntó a Deke al oído.

Su amigo no le contestó, y la imaginación de Deke se puso a funcionar. ¿Qué estaba pasando? Risitas, las muchachas divirtiéndose. ¿Estarían Lyssa y Zoe divirtiéndose?

– Es una pequeña fiesta privada -repuso Lyssa abiertamente-. Aunque sois bienvenidos si queréis tomar un trozo de pastel.

Deke dio otro paso hacia atrás y arrastró con él a Yeager. Las espaldas de ambos se toparon con la puerta de la cocina.

– Podemos volver en otro momento.

¿Una pequeña fiesta privada? A Yeager no le gustaba nada el silencio de Zoe. No tenía ninguna duda de que ella estaba también en la habitación, porque su perfume le acarició la nariz y le hizo cosquillas un poco más abajo.

– ¿Zoe?

– Aquí estoy -dijo ella en voz baja, con una nota casi protectora en la voz que él no llegó a entender a qué se debía.

Alguien había bajado el volumen de la música, pero las chicas todavía estaban murmurando en un rincón, como inquietante contrapunto al contundente silencio que había llenado de repente la sala.

– Hoy hace cinco años -dijo Lyssa de pronto.

Yeager notó el estremecimiento de Deke, pero no comprendió a qué respondía.

– ¿Cinco años desde qué? ¿Qué demonios está pasando aquí?

Lyssa habló sin rodeos.

– Cuando era adolescente me diagnosticaron un cáncer, leucemia, y hoy hace cinco años que me libré de él. Esta noche es ia celebración anual. Hemos preparado nuestro pastel favorito y una fiesta de locos y…

– ¿Y qué? -preguntó Deke con voz ronca.

– Y… -En el rostro de Lyssa se dibujó una sonrisa que se reflejó en el tono de su voz, pero Yeager no entendió por qué-. Y jugar a que somos jóvenes de nuevo.

Yeager se pasó una mano por el pelo. ¿La dulce Lyssa tuvo cáncer? Cuando se lo diagnosticaron, Zoe no debía de tener más de veintiún años. Sus padres acababan de morir y Zoe debía de estar todavía en la universidad, y entonces a su hermana menor le diagnosticaron un cáncer.

– Dejadme que os invite a un trozo de pastel.

Era la voz de Zoe. Su perfume lo envolvió mientras ella iba de un lado a otro por la habitación.

– No -contestó Yeager.

En aquella misma época, mientras él estaba rompiéndose el culo intentando ser admitido en la NASA, orgulloso de haber conseguido ser el piloto más joven de todos los programas, Lyssa había sido sometida a un tratamiento contra el cáncer.

Y la única que había estado a su lado había sido Zoe.

Yeager empujó la puerta con la espalda hasta que esta se abrió de par en par bajo su peso.

– Creo que tenemos que irnos, ¿no es así, Deke? No deberíamos haber interrumpido.

– No, no queríamos interrumpir -murmuró Deke.

Salieron por la puerta sin molestarse en recoger sus trozos de pastel ni en despedirse. El aire de la noche era más frío de lo habitual, y por una vez Yeager no se puso a pensar en la luna ni anheló el cielo casi negro del espacio exterior.

– Dios bendito -dijo Yeager.

– Cielos -corroboró Deke.

– Estaban comiendo pastel y cantando -dijo Yeager como si Deke no hubiera estado allí con él.

– Y eso no es todo.

– ¿Qué? -A falta de algo mejor que decir, Yeager trató de poner una nota de humor-. No había hombres en la fiesta, ¿verdad? Me preguntaba si eso de jugar a ser jóvenes de nuevo quería decir jugar con chicos.

Deke dejó escapar un largo suspiro como si no hubiera oído lo que Yeager le decía.

Yeager sintió que un escalofrío le recorría la espalda.

– ¿Qué?

– La sala estaba en penumbra -dijo Deke-. Iluminada solo con velas. Había velas por toda la habitación y en medio un pastel de chocolate del tamaño de un tapacubos.

A Yeager no le gustó nada el tono burlón de la voz de su amigo.

– Quizá deberíamos haber aceptado una porción de ese pastel -opinó Yeager intentando distraer a Deke.

Deke ignoró su segunda intentona de poner una nota de humor en la conversación.

– Había una caja de bombones sobre la mesa y varios platos de porcelana china, así como una tetera de plata. En ella se reflejaba la luz de cientos de velas.

– ¡Para ya, Shakespeare! -dijo Yeager en un último intento de cambiar el rumbo de la conversación.

– También había un marco de plata. Con una fotografía.

Velas, cáncer, un pastel. Yeager pensó que ya había oído suficiente. No quería saber nada de aquella fotografía.

– Yo me voy a mi habitación -dijo echando a andar por el camino hacia su apartamento. Deke lo agarró por el brazo.

– Tienes que oír el resto.

– No, no quiero.

Deke lanzó una risotada.

– Sí, sí quieres.

Yeager intentó soltarse de la mano de su amigo.

– Mierda, tío, ¿por qué quieres contarme nada más?

Yeager se sintió de repente enfadado, aunque no podía adivinar por qué. Quizá por el cáncer. Por el recuerdo de sí mismo diciéndole a Zoe que ella no podía saber lo que era sentirse impotente.

– ¿No crees que ya hemos invadido bastante su intimidad? -dijo Yeager haciendo ver que intentaba protegerlas a ellas, a Lyssa y Zoe, porque le avergonzaba aceptar que realmente era a sí mismo a quien estaba tratando de proteger.

Era perfectamente capaz de imaginar la escena sin necesidad de un retrato enmarcado. Y estaba seguro de que no tenía ningunas ganas de saber qué había en aquel retrato.

Deke colocó una mano sobre el hombro de Yeager.

– Creo que es algo que deberías saber.

Yeager apretó los dientes y cerró los ojos con fuerza.

– Vale -dijo al fin-. Suéltalo.

– La fotografía era un primer plano de Lyssa y Zoe. Las dos sonrientes, pero con un aspecto horrible. Eran todo piel y huesos, con los ojos enormes y sin pelo.

Yeager hizo una mueca.

– La quimioterapia. Pierdes el pelo.

– Pero las dos. Sin pelo.

– ¿Las dos? No lo entiendo. ¿Qué…?

– Imagino que Zoe se rapó el pelo. Estaba más calva que Michael Jordan, tío. Supongo que lo haría como una muestra de solidaridad con su hermana, que estaba luchando contra la muerte.

Un escalofrío hizo que a Yeager se le pusieran de punta los pelos de la nuca. Cuando Zoe pensó que su hermana pequeña se estaba muriendo, se afeitó la cabeza. Como una pequeña muestra de solidaridad, como decía Deke, para con el único miembro de la familia que le quedaba en el mundo.

– Zoe -nombró Yeager.

– Y Lyssa -dijo Deke-. Estuvo a punto de morir. Y Zoe tuvo que mantener a su hermana con vida.

Yeager meneó la cabeza.

– Dios bendito -dijo de nuevo Yeager.

– Cielos -añadió Deke.

Parecía que ambos se hubieran puesto a rezar.


Zoe se había dado cuenta de que Yeager la estaba evitando e intentó sentirse aliviada por ello. Yeager le había parecido demasiado cálido, sólido y permanente cuando lo había tenido entre sus brazos en el barro del huerto. Había sentido deseos de tenerlo así, junto a ella, para siempre. ¿No era una locura?

Una completa locura.

Con todas sus energías puestas en el Festival del Gobio en lugar de en sus huéspedes, Zoe había estado metida últimamente en una vorágine de actividad. Más carteles, más ensayos con la banda de música, una reunión con el jefe de policía de la isla para decidir el recorrido del desfile y qué calles deberían cerrarse al tráfico aquel día.

Y luego estaba el compromiso de hacer un centenar de estrellas de papel de aluminio para decorar el auditorio de la escuela, donde tendría lugar el baile de inauguración. Los miembros del Club de Pescadores de Abrigo se habían ofrecido para recoger el millar de estrellas que iban a hacer entre todos y colgarlas con hilo de pescar del techo del auditorio.

Sentada a la mesa de la cocina y dándose un masaje en los dedos entumecidos por las tijeras, Zoe deseó haberse quedado con el tema del festival del año anterior: «El jardín de las maravillas de la isla». En todos los garajes se habían colgado cajas de pasta de papel, fabricadas por los alumnos de la escuela secundaria, y cintas de papel floreado, cortesía de los niños de la escuela elemental.

«¡Los límites del cielo!», el tema de este año, así, entre exclamaciones, le parecía demasiado optimista. Pero Zoe dejó a un lado sus dudas y tomó otra hoja de papel de aluminio en la que previamente había dibujado la silueta de una estrella. Se sentía optimista. Era optimista.

Como un castigo por su breve ataque de negatividad, metió los dedos en las tijeras y siguió recortando estrellas.

Sin embargo, sus dedos entumecidos agradecieron la interrupción de alguien que llamaba a la puerta de entrada de la casa. Lo mismo que Zoe, hasta que vio quién había al otro lado.

– Jerry.

Este cruzó la puerta -haciendo pasar primero su oronda barriga- con su cara camisa de algodón por encima de su cara redondez, que rebosaba por encima de unos caros pantalones blancos. Con el corazón en un puño, Zoe lo siguió hasta la sala de estar.

Gunther le había dicho hacía unos días que Jerry había vuelto a la isla, y ella había estado contando, como si fueran una bendición, cada uno de los días que habían pasado sin que él se dejara ver por allí, para quejarse o intentar cambiar algo del festival. Jerry pagaba casi todo el festival y esperaba que aquella inversión le reportara beneficios.

Se sentó en uno de los sillones soltando un ligero suspiro.

– Tenemos que hablar, Zoe.

– Por supuesto, Jerry. -Ella se sentó en una silla de respaldo alto intentando pensar en cómo manejar aquella situación-. Espero que hayas tenido un buen viaje.

Él alzó una mano llena de anillos -joyas caras en dedos rollizos- como si sus buenos deseos estuvieran de más.

– Veo que has seguido con los preparativos para el festival.

Zoe tragó saliva.

– Bueno, claro que sí, Jerry. Habíamos decidido que…

– Por lo que he oído, tú habías decidido.

Ella volvió a tragar saliva.

– Fue el voto mayoritario de la comunidad, Jerry. Sabes que necesitamos el festival para atraer a los turistas.

– Los peces, Zoe. Necesitamos que vuelvan esos peces, Zoe.

– Pero es que van a volver. -Zoe sintió que le ardía la base de la nuca, un signo claro de nerviosismo.

– Esos científicos no se dejan influir por las palabras, Zoe. Y de momento no han cambiado de opinión.

– No sé qué esperabas que hiciera yo, Jerry -dijo Zoe frotando sus de repente sudorosas manos sobre las perneras de los tejanos-. Ya se han puesto las banderas y se han repartido los carteles, y los boy scouts están preparando su desfile acuático.

Jerry frunció el entrecejo.

– Tengo un montón de dinero pendiente de un hilo.

– Jerry. -Zoe no podía pensar en nada mejor que decir, de modo que acabó por repetirse-. Ya están puestas las banderas. Ya se han repartido los carteles. Los boy scouts están preparando su desfile acuático.

Él se puso de pie, metió las manos en los bolsillos de los pantalones y empezó a hacer sonar las monedas que llevaba de manera amenazadora.

– Y yo creo que…

Otra voz irrumpió en la conversación.

– Creo que está usted molestando a Zoe sin ningún motivo.

Ella se dio media vuelta. Yeager. Estaba apoyado en el marco de la puerta que daba a la sala de estar, con una pierna cruzada sobre la otra y vestido con una deportiva camisa de seda y unos arrugados pantalones de lino. Con las gafas negras y una barba incipiente ocultando sus facciones, tenía el aspecto de una disoluta celebridad de Hollywood. En su rostro podía verse una leve sonrisa, y nadie podría imaginarse que era ciego.

– ¿Perdón? -dijo Jerry.

Yeager sonrió abiertamente, pero había algo en la manera como se comportaba, casi despreocupadamente, que le daba un aire de mando. Por primera vez Zoe recordó que había sido oficial de la Armada.

– Le decía que no veo ninguna razón para molestar ahora a Zoe con este tema. No cuando los preparativos del festival están marchando a la perfección. Un hombre de negocios de su calibre debería darse cuenta de que este es el momento de hacer todo lo que esté en su mano para que el festival salga a pedir de boca.

– Bueno, yo… bueno, yo…

– Estoy seguro de que usted es perfectamente consciente de que no tiene ningún sentido molestar a Zoe con estos asuntos -dijo Yeager, y luego volvió la cabeza hacia ella-. Zoe -le dijo-, necesito hablar contigo en privado.

Ella sonrió.

– ¿Algún problema con tu factura? -le preguntó dulcemente.

– Exacto.

Incluso ciego y con las gafas de sol puestas, Yeager se las apañó para atravesar a Jerry con la mirada.

El otro hombre captó la indirecta.

– Bueno, les dejaré que arreglen sus asuntos. -Jerry avanzó hacia la puerta, pero antes de cruzarla se giró en redondo y se quedó mirando a Yeager-. ¿No es usted…?

Yeager asintió con la cabeza.

– Exactamente. El subsecretario de Inspección de Hacienda.

A Jerry le faltó tiempo para desaparecer por la puerta.

Zoe se tapó la boca con las manos para sofocar un ataque de risa. Una vez hubo conseguido controlarse, meneó la cabeza.

– Se va a dar cuenta del error que ha cometido en menos de veinte segundos. Jerry no es estúpido, ¿sabes? No creo que se haya tragado que trabajas en Hacienda y seguro que pronto recordará quién eres.

Yeager estaba ya dando media vuelta en dirección a la puerta.

– ¿Quién sabe? Ahora tendré que buscar un nuevo trabajo.

Zoe corrió para alcanzarlo antes de que saliera.

– ¿Necesitabas algo?

Yeager dejó que ella le sujetara las puertas batientes de la cocina abiertas para que pasara.

– No, nada. Simplemente oí voces y me picó la curiosidad.

– Bueno, pues me has salvado.

Con esa idea, Zoe sintió que florecía en su pecho una sensación de calidez. Hacía mucho tiempo que nadie salía en su defensa.

– Tú podrías haberlo manejado perfectamente sola -dijo él bruscamente-. Yo habré evitado quizá tres minutos de tu cuota de problemas diarios.

Ella lo acompañó hasta fuera de la cocina.

– ¿Estás bien?

– De maravilla -contestó él avanzando por el sendero hacia el apartamento Albahaca.

Zoe aceleró el paso para mantenerse a su lado.

– Llevaba tiempo sin verte. ¿Por alguna razón?

– Ninguna en absoluto.

Pero había algo que le iba francamente mal, muy mal. Ahora que Jerry se había marchado, los hombros de Yeager estaban rígidos por la tensión y en su mandíbula se podía apreciar un músculo que palpitaba. Echó a andar aún más rápido y Zoe se dio cuenta de que cojeaba claramente de la pierna derecha.

Frunciendo el entrecejo, ella echó a correr para alcanzarlo.

– ¿Está Deke en su apartamento?

– Creo que está en la casa de su tío.

Aquello quería decir que Yeager estaba solo. Zoe se mordió el labio inferior. Podía imaginar parte de las razones por las que su humor había cambiado de una manera tan drástica -el aire de tranquilidad que había aparentado antes solo había sido para desarmar a Jerry-, pero lo que había detrás de todo aquello le parecía mucho más oscuro que cualquier cosa que hubiera experimentado antes en su vida.

Zoe volvió a morderse el labio. Aquel hombre acababa de hacerle un gran favor. ¿Era justo dejarlo a solas con su mal humor? Ella seguía avanzando a paso ligero sin estar todavía segura de lo que estaba haciendo.

Al llegar a la puerta de su apartamento, él se detuvo.

– Zoe -le dijo con determinación-. Márchate.

Ella metió las manos en los bolsillos.

– Pero…

– Márchate.

Yeager se acercó a ella, puso una mano en su hombro y le dio un ligero empujón. Luego se dio la vuelta y abrió la puerta.

Zoe pudo ver que el interior del apartamento estaba manga por hombro. Las colchas de la cama estaban tiradas por el suelo, como después de una buena borrachera. En el pequeño mostrador de la cocina americana había montones de bolsas de patatas fritas, botellas de cerveza y latas de soda vacías. Las almohadas -junto con un par de cajas vacías de galletas de mantequilla- estaban en el suelo, entre la cama y la puerta del patio. Solo el patio estaba limpio. Dolly seguía sentada en su silla, con sus pies hinchables metidos en unas zapatillas de playa de color púrpura y colocados sobre la mesa.

– La señora Duran me ha dicho que no la has dejado entrar -dijo Zoe-. ¿Te importaría que arregle un poco el apartamento?

Él se pasó la mano por la cicatriz de la cara, que ni siquiera su barba incipiente podía disimular.

– Me gustaría que cerraras la puerta y te marcharas de aquí.

Zoe cerró la puerta.

Yeager debió de imaginar que ella le había hecho caso y se había ido, porque se acercó a la cama revuelta, se sentó en ella y luego se dejó caer de espaldas. El colchón se hundió bajo su peso.

Ella dudó. Aquel malhumor -o comoquiera que se le pudiera llamar- todavía puede con él.

– Zoe, ¿por qué estás todavía aquí?

Aparentemente el resto de sus sentidos seguían perfectamente afinados.

Ella frotó las manos en sus pantalones cortos. ¿Qué podía hacer? Lo había visto comportarse de manera encantadora, burlona y seductora. Luego lo había sentido como a un amigo y también lo había visto decepcionado. Pero ahora todos aquellos estados de ánimo habían desaparecido. En lugar de eso parecía estar tenso, cortante y dolorido. ¿Debía dejarlo allí sin más o era mejor tratar de ayudarlo de alguna manera?

– ¿Te encuentras mal? -preguntó ella.

– Sí, estoy agonizando -contestó él dejando escapar una carcajada helada.

Zoe no supo qué replicar ante aquel tono sarcástico que había adoptado su voz.

– ¿Puedo hacer algo por ti? -Zoe se acercó más a la cama-. ¿Dónde te duele?

No parecía que él tuviera intención de contestar. Tomando aliento, ella se sentó en la cama a su lado.

– Me he dado cuenta de que cojeabas -dijo Zoe rozando con los dedos el muslo rígido de Yeager.

Él la agarró por la cintura con una mano.

Ella se quedó quieta.

– ¿Es aquí donde te duele?

– No, Zoe. No lo hagas -dijo él apretando los dedos a su cintura con más fuerza.

– ¿Que no haga qué?

– No me tomes más el pelo.

– ¿Qué? -Ella trató de apartar la mano de su pierna, pero él no se lo permitió-. No sé de qué me estás hablando.

– Todo empezó el otro día en el huerto. ¿Hace falta que te refresque la memoria? Me dijiste que sabías lo que se sentía al perder algo. -Yeager se puso rígido-. Pero no replicaste nada a mi amable respuesta. ¿Recuerdas lo que dije? Que no tenías ni puñetera idea de lo que significaba eso.

– Yo no he sido astronauta…

– Por favor, Zoe -parecía enfadado-. Me dejaste gimotear y lloriquear, y exponer todas las quejas infantiles que pudiera sacar a la luz.

Ella tragó saliva.

– Yo…

– Y mientras yo estaba allí sentado quejándome de mi vida, tú estabas ocultando unos cuantos detalles importantes de la tuya. Como que tu hermana había tenido cáncer. Como que tú eras la única familia con la que ella podía contar. Como que te llegaste a afeitar la cabeza para que ella no se sintiera tan sola.

– No sé qué tiene que ver eso…

– ¡Tiene mucho que ver! -Su voz adquirió un amargo tono de rabia y Yeager retiró la mano de ella-. Como hacer que me sienta como un idiota. Como presentarme como un quejica egoísta. Como dejar claro que no soy más que un aspirante a héroe. Alguien que no tiene ni el valor suficiente para meterse en la cama por las noches, porque odia tener que levantarse cada mañana y volver a la realidad.

– ¡Yeager! Por el amor de Dios. ¿No has dormido nada estos días?

– Vete de aquí, Zoe. -Él se puso de pie, le dio la espalda y se dirigió hacia las puertas correderas del patio-. ¡Por el amor de dios, Zoe, aléjate de mí!

Al notar el sufrimiento que se escondía bajo su tono de voz, Zoe sintió un dolor que le oprimía el pecho. Aquel huracán de emociones que él estaba viviendo le sonaba muy familiar. Zoe tragó saliva pensando que no valía la pena decirle nada más.

Pero durante los años de la enfermedad de Lyssa, Zoe había buscado tanto maneras de defenderse como formas de seguir adelante. Después desarrolló el hábito de no hablar abiertamente del cáncer de Lyssa con otras personas, para aislarse de los miedos que a duras penas había podido quitarse de encima y para evitar tener que recordar aquella época terrible.

Yeager se había convertido en una solitaria y oscura sombra rodeada por el marco soleado y brillante de las puertas del patio. El mismo dolor volvió a atravesarle el pecho. Pero no podía dejarlo allí de aquella manera. Ni siquiera aunque eso significara rebuscar en sí misma y dejarle ver algunos fragmentos íntimos de su corazón.

Zoe tragó saliva de nuevo.

– De acuerdo, no te expliqué unas cuantas cosas acerca de mí. Debería haberte contado que cuando tenía veintiún años y mis padres acababan de fallecer, mi hermana vino a pasar el verano conmigo a Los Ángeles. Ella parecía siempre cansada, pero como las dos estábamos de luto, no le di demasiada importancia. Pero entonces… -Zoe tomó aliento-… entonces empezaron a aparecerle aquellos extraños moratones. Fuimos a ver a un doctor, que no tardó en decirme que pronto iba a perder también a mi hermana.

Yeager no dijo nada, de modo que ella continuó hablando.

– ¿Crees que no estaba furiosa con el mundo? Pero ¿qué más podía hacer? Busqué el mejor tratamiento. Sonreía tan a menudo como podía, para disimular. Y cuando Lyssa salía del hospital y venía a pasar unos días a casa, el suelo del pasillo ante la puerta de su dormitorio era mi cama. -Zoe nunca había hablado de aquello a su hermana, ni a ninguna otra persona-. No quería que ella se asustara, pero yo estaba aterrorizada imaginando que pudiera pasarle algo durante la noche. Tampoco en aquella época yo dormía demasiado.

Su repentina confesión no pareció relajar en absoluto la tensión de Yeager. Ni le contestó ni se acercó a ella. Tras unos momentos más de silencio, Zoe se dirigió hacía él moviéndose con cautela.

– Yeager -dijo Zoe tocándole la espalda-. Dime algo…

Él se giró en redondo, extendió las dos manos y la agarró por los hombros.

– ¡Maldita sea, Zoe! ¿Es que no puedes dejarme en paz? ¿No lo entiendes? No quiero tenerte aquí. No quiero que me toques. No quiero que te metas en mi cabeza. No quiero pensar en ti cuando tenías veintiún años y estabas calva como una bola de billar, y dormías delante de la puerta del dormitorio de tu hermana por si la muerte se decidía a hacerle una visita intempestiva.

Zoe se quedó helada.

– Yo… pensé que estabas enfadado porque no te lo había contado antes.

Yeager meneó la cabeza.

– Oh, sí. Estaba enfadado. Y aún sigo estando enfadado ahora. ¿Es que no lo entiendes?

– No, creo que no -dijo ella, y respiró hondo-. Vamos, explícamelo.

Él le apretó los hombros con las manos.

– No creo que quieras saberlo.

– Cuéntamelo, Yeager.

Los brazos de Yeager empezaron a temblar y todo su cuerpo se agitó con tensión.

– Vale. De acuerdo -dijo Yeager tomando aliento. Luego fue dejando que las palabras escaparan de su boca, cada una con más furia que la anterior-. Estoy enfadado conmigo mismo. Odio lo débil y estúpido que soy. Y que incluso sabiendo lo que le pasó a Lyssa, y a ti, eso no cambie cómo me siento conmigo mismo. ¿Lo entiendes ahora?

Su enfado aumentaba por momentos. Zoe trataba de apartarse de él, pero Yeager no la soltaba. Al contrario, la atrajo aún más contra su tenso y furioso cuerpo.

– Sí, ya sé que hay otras tragedias en este mundo, pero yo todavía quiero saber. -Su voz bajó de volumen hasta convertirse en un murmullo de rabia contenida-: Quiero saber qué demonios me está pasando.

Zoe se quedó en silencio. Luego, sorprendida por la desesperación de él, dejó escapar un gemido.

– ¡Oh, Dios! -La amargura de Yeager desapareció al instante y sus manos se relajaron-. ¡Oh, Dios! -Le palmeó los hombros con cariño y luego sus palmas descendieron por los brazos-. Dime que no te he hecho daño -suplicó él con voz ronca.

Pero Zoe no era capaz de hacer que las palabras pasaran por el nudo que tenía en la garganta.

– Dime algo. Por favor, Zoe, dime que no te he hecho daño.

La abrazó contra su cuerpo recorriéndole con las manos la espalda como si quisiera asegurarse de que no tenía nada roto.

Ella apoyó la mejilla contra el pecho de él.

– Estoy bien -susurró Zoe.

Pero no era así.

– Te he asustado. Por Dios, cariño, yo no pretendía asustarte.

Zoe le rodeó la cintura con sus brazos.

– No lo has hecho.

– Estás temblando. Puedo notar que estás temblando. -Yeager la apretó más contra su cuerpo y suspiró-. Zoe.

Los ojos de Zoe empezaron a llenarse de lágrimas, pero ella no hizo caso y alzó la cara para mirar a Yeager.

– Estoy bien -dijo ella-. Todo va a salir bien.

Yeager volvió a suspirar y hundió la cabeza en el hombro de ella.

Zoe giró la cara para rozarle la mejilla con los labios.

Luego él giró también la cara de manera que los labios de ambos se encontraron y se besaron con dulzura, con las bocas húmedas y abiertas.

Pero entonces él dejó bruscamente de besarla y se apartó de ella.

– Mantente alejada de mí, Zoe. No merezco ni un minuto más de tu tiempo.

– Yeager, no -susurró ella.

Pero él la soltó de golpe y Zoe tuvo que dar un paso atrás para mantener el equilibrio.

– Por favor -dijo él-. Mantente alejada de mí.

Las lágrimas seguían agolpándose en los ojos de Zoe, pero ella se concentró en Yeager, pensando en cómo hallar alguna manera para ayudarle a quitarse aquella terrible carga que él mismo se había echado encima.

– Creo que te has estado tomando demasiado en serio lo que la prensa dice de ti -señaló ella con calma-. Nadie espera de ti que seas un héroe durante cada minuto de tu vida. Nadie quiere que te sientas como ahora. Yeager, no eres más que un hombre.

Él dejó escapar una carcajada rota, lo bastante afilada como para cortar un cristal. Después alargó las manos y paseó los nudillos por la cara de Zoe en un extraño gesto de ternura.

– Incluso eso se cuestiona, cariño, créeme. Así que déjame solo.

Pero ella no podía abandonarlo allí. No en ese momento en que la necesitaba y ella lo sabía perfectamente, y entendía con claridad qué era lo que podía hacer por él. Una ahora ya familiar sensación de anhelo la encendió por dentro como una chispa. Avanzó hacia él con los brazos abiertos para rodearle la cintura.

– Yeager.

– Zoe, vete -farfulló él.

– No me iré. -Ella apretó su cuerpo contra el de Yeager y el calor de este hizo que su fuego interno despertara instantáneamente y por completo-. Deja que me quede.

No es que pretendiera que él fuera suyo para siempre. O que en otras circunstancias ella pudiera haber tenido alguna oportunidad con él. Pero yo puedo ser lo que él necesita ahora y él puede ser lo que necesito yo, pensó Zoe.

– Bésame -musitó ella acercando sus labios a la boca de Yeager.

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