Capítulo 19

Zoe se sentó en el patio del que había sido el apartamento de Yeager, mirando hacia la bahía de Haven y hablando con su nueva amiga, Dolly.

– También te ha dejado a ti aquí, ¿eh? -Miró a la desnuda mujer de plástico, quien, además de las gafas de sol, un collar de conchas y unas chancletas, ahora llevaba también una gorra de marinero ladeada sobre la cabeza. Zoe colocó un pie encima de la mesa, al lado del de Dolly, y luego golpeó el tobillo de plástico de la muñeca con su sandalia-. Pero a ti no te importa, ¿verdad?

Zoe asintió con la cabeza como si la otra mujer le hubiera contestado afirmativamente.

– A mí tampoco. -Abrió los brazos señalando el sol, las aguas transparentes y los barcos de recreo anclados en la bahía-. Me gusta esto.

Aunque los gobios no habían regresado, no por eso a Zoe le gustaba menos la isla. No sabía lo que iba a pasar ahora, pero de una forma u otra podrían sobrevivir sin aquellos peces. Aunque aquel barco ya lo había perdido, pensó riendo entre dientes de su propio juego de palabras.

– Lo único que tenemos que hacer es esperar -le dijo a Dolly.

– Pero ¿esperar qué?

Zoe se sobresaltó y luego miró por encima de su hombro. Lyssa estaba de pie al lado de la puerta que separaba el dormitorio de Yeager del patio, con un aspecto tan joven y vulnerable que a Zoe se le encogió el estómago. Detrás de ella estaba Deke, al que Lyssa tenía agarrado por la mano, mirándola con unos ojos fríos.

– ¿Esperar qué? -preguntó de nuevo su hermana.

Zoe respiró hondo y se encogió de hombros. Tras haber pasado la noche despierta en la playa hasta el amanecer, ella y Lyssa habían regresado a casa caminando lentamente, sin decirse ni una palabra. Pero estaba claro que ahora había llegado el momento de las palabras, aunque no tenía ni idea de qué era lo que tenía que decir.

– ¿Cómo te encuentras? -preguntó Lyssa.

Zoe sonrió levemente.

– Aliviada por no haber oído todavía una docena de «ya te lo dije». ¿Puedes creerlo? Nadie, incluido Jerry, me ha llamado en toda la mañana.

– Todos querían que volvieran los peces tanto como tú, Zoe. -Lyssa se quedó en silencio un momento y luego se acercó hasta la mesa llevando a Deke de la mano-. Pero lo que quiero saber es cómo te sientes con respecto a mí.

Zoe se quedó mirando a su hermana, luego miró al mar, hacia aquellas aguas que siempre había considerado que eran su propio foso de protección.

– ¿No estarás intentando decirme otra vez que te vas de la isla? -le preguntó Zoe en un tono de voz algo severo.

Incluso desde donde estaba, Zoe podía sentir la corriente de emociones que fluía entre Deke y su hermana. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Su hermana nunca había tenido un aspecto tan feliz como ahora, y Deke parecía… de alguna manera mucho más joven y mucho menos desconfiado. Una cosa más que dejar en la puerta de Yeager.

– Zoe… -empezó a decir Lyssa.

Zoe cerró los ojos y los apretó con fuerza.

– Me siento aterrada por ti, Lyssa. No puedo evitarlo, así es como me siento.

Lyssa soltó la mano de Deke para ponerla en el hombro de su hermana.

– Lo sé -le dijo Lyssa-. Y lo entiendo. Pero ha llegado el momento de que abandone la isla y empiece a vivir mi vida.

– Parece que últimamente hay mucha gente haciendo lo mismo por aquí.

– ¿Por qué no te has ido con él, Zoe?

Ella meneó la cabeza.

– Estamos hablando de ti, no de mí -dijo Zoe cubriendo la mano de Lyssa con la suya-. ¿Estás segura? ¿Es que no has estado siempre bien aquí?

Lyssa sonrió amablemente.

– Siempre he estado bien aquí. Pero nunca me ha parecido que fuera, como piensas tú, el único lugar en el que podía estar segura.

Deke se había acercado a ella por detrás y ahora pasaba una mano posesiva y cariñosa por el pelo de su hermana.

– Yo la cuidaré -le dijo Deke a Zoe.

Lyssa se volvió hacia él con el ceño fruncido.

– ¿Cuántas veces más te lo tendré que decir? Ya no soy una niña. También puedo cuidarte yo a ti.

Zoe sonrió abriendo las palmas de las manos como si se estuviera rindiendo.

– Creo que los dos podréis cuidar el uno del otro -les dijo Zoe a los dos.

Observando la sensual y encantadora sonrisa de aquel hombre, Zoe pudo darse cuenta enseguida de qué era lo que había visto su hermana en él. La dureza de Deke era el apropiado contrapunto masculino a la dulce serenidad de Lyssa, pero cuando estaba junto a su hermana él tenía una mirada dulce y ella parecía satisfecha y confiada disfrutando de su amor. Ante aquella visión de los dos enamorados, Zoe no pudo por menos de sonreír, aunque se le partiera el corazón al pensar en perder a Lyssa.

Tragó saliva.

– ¿Cuando piensas marcharte? -le preguntó.

Un nuevo brillo apareció en los ojos de Lyssa.

– En cualquier momento después de la boda.

– ¡Una boda! -dijo Zoe saltando de la silla.

Abrazó a Lyssa, dio un beso a Deke en su curtida mejilla y hasta dio un apretón en el brazo a Dolly, quien dejó escapar un agasajador, si bien poco apropiado, chillido.

Dando un paso hacia atrás, Zoe se quedó mirando a la pareja de recién comprometidos. Por duro que resultara ver marcharse a Lyssa, tenía la extraña sensación de que así era como tenía que ser. Recordó el día en que Deke llegó a la isla y lo segura que había estado de haber encontrado las parejas adecuadas para sus dos nuevos huéspedes.

– Maldita sea si esto no me va a cualificar ahora como una casamentera de primera clase.

Lyssa rio.

– ¿A ti? Pero si tú no has tenido nada que ver con esto.

Zoe frunció el entrecejo mirando a su hermana con aire de reprimenda.

– ¿Podrías echarme una mano, ¿no te parece? Ya que vas a marcharte, lo mínimo que podrías hacer es dejarme con una reputación renovada.

Lyssa suspiró.

– Preferiría dejarte con una vida amorosa renovada. Si tú supieras… -dijo Lyssa apoyando la cabeza en el pecho de Deke con expresión soñadora.

Zoe sonrió tristemente.

– Lo sé, Lyssa. Y por eso puedo dejar que te marches con Deke.

Su hermana abrió los ojos de par en par.

– ¡Le quieres! Entonces ¿por qué no vas tras él? -le dijo Lyssa urgiéndola-. Nosotros podemos quedarnos aquí y hacernos cargo de todo durante un tiempo.

– No. -Zoe negó con la cabeza sin dejar de sonreír-. No voy a irme de aquí. Esta isla es mi hogar. Mi refugio.

Lyssa se mordió el labio inferior y luego meneó la cabeza lentamente.

– Si no puedes salir de ella -le dijo en voz baja-, entonces es una prisión.


«Si no puedes salir de ella, entonces es una prisión.»

Aquellas palabras siguieron resonando en la cabeza de Zoe mucho después de que Lyssa y Deke se hubieran marchado del apartamento.

Permaneció sentada en el patio, con la sola compañía de Dolly, observando el movimiento de los barcos en la bahía, los coches de golf que pasaban por las calles de Haven y los paseantes que caminaban por las aceras.

Como siempre, seguía dedicándose a observar la vida de todos los demás.

Y si ella se agarraba a eso era porque no tenía una vida propia.

En cuanto aquella idea cruzó por su cabeza, un cuervo que pasaba volando descendió para pararse en la barandilla del patio y las campanas de la iglesia empezaron a dar la hora. El pájaro ladeó la cabeza y se quedó mirándola con un brillo de inteligencia en los ojos. ¿Qué más necesitas, que te caiga un rayo?, parecía estar preguntándole.

«Si no puedes salir es una prisión.»

Dong.

Y si ella seguía así, jamás tendría una vida propia.

Dong. Dong.

Zoe tomó aliento con fuerza y sintió que el aire le dolía al entrar en los pulmones, y de repente se dio cuenta. Ya no podía servirle de nada seguir siendo una observadora. No si eso significaba no volver a estar con Yeager.

Se puso de pie de golpe. Sus manos temblaban tanto que tuvo que agarrarse al respaldo de la silla. Por la bahía avanzaba el Molly Rose traqueteando hacia su embarcadero de regreso del continente, el mismo barco que se había llevado a Yeager de allí.

Zoe se quedó observando el lento movimiento del barco. ¿Podría hacerlo? ¿Sería capaz de ir en su busca?

Por supuesto, tener a Yeager significaba perder la isla. Su nunca cambiante y siempre segura Abrigo. Pero la isla había cambiado. O para ser sincera, la que había cambiado había sido ella. Haberse enamorado de Yeager la había convertido en una mujer que ya no podía sentirse satisfecha con la contemplación. Quería tener lo que Lyssa había encontrado -la pasión, la alegría, el amor-, pero ¿tendría el valor de romper con su pasado para ir a buscarlo?

– ¿Dolly? -suplicó Zoe deseando que la mujer de plástico pudiera cobrar vida y ofrecerle algunas respuestas.

Y entonces la respuesta le llegó de golpe: lo que debería estar deseando era cobrar vida ella misma.

Su mano todavía estaba temblando cuando la alargó hacia Dolly y le quitó la gorra de marinero con la que cubría sus pintados rizos de muñeca. Ella iba a necesitarlo más que Dolly. Zoe echó un último vistazo al barco, que ya estaba amarrando en el puerto, y se colocó la gorra en la cabeza.

– No me esperes levantada -le dijo a la muñeca, y luego se alejó de allí sin mirar atrás.

Cuando se marchaba, el cuervo -aparentemente satisfecho- abrió sus negras alas y sobrevoló por encima de la cabeza de Zoe.

Si Zoe había contado con su hermana o con las circunstancias para que la frenaran en aquella decisión apresurada, había contado mal. Con un grito de alegría, Lyssa le prometió que se haría cargo de todo durante el tiempo que fuera necesario, e incluso ayudó a Zoe a hacer el equipaje. En menos tiempo de lo que ella misma hubiera podido creer, Zoe llegaba al muelle en el que estaba amarrado el Molly Rose, cargando con una pequeña bolsa de viaje y provista de una lista de números de teléfono de contacto que le había dado Deke. De ese modo podría encontrar a Yeager en cualquier punto de su recorrido, de camino hacia Florida, si así lo deseaba.

Quizá.

Pero antes tenía que conseguir tomar el barco.

Mientras Lyssa la llevaba del brazo, Deke fue a comprarle el billete a la taquilla. Luego los dos la acompañaron amablemente hasta el Molly Rose.

Primero tropezó y luego se detuvo y miró hacia la larga pasarela de madera. ¿Le había dicho a Lyssa dónde estaban las listas de los menús? ¿Estaba en el lugar de siempre el libro de reservas? ¿Se habría acordado alguien de comprobar si habían llegado ya los cinco juegos de sábanas de algodón egipcio que había pedido?

¿Había perdido la cabeza por ir a buscar a un hombre que solo quería pasar con ella un par de semanas de vacaciones?

Lyssa le hubiese dicho que era una locura aún mayor dejar que lo que había sucedido en el pasado le hiciera dar la espalda al amor.

Apretando la bolsa tanto como para que le salieran ampollas en las manos, Zoe se obligó a poner un pie delante del otro. Se miró los pies y notó que su respiración se convertía en un jadeo de pánico, mientras llegaba hasta el barco y uno de los tripulantes la agarraba del codo para ayudarla a subir a bordo.

Encontró un asiento dentro y se quedó allí con la cabeza agachada, sintiendo unos escalofríos que le recorrían todo el cuerpo y un sudor frío que empezaba a cubrirle la piel. Con la vista puesta en sus manos fuertemente entrelazadas, posiblemente podría evitar ver cómo el barco se alejaba de la isla.

Aquello le sirvió durante un rato. Las máquinas empezaron a retumbar con fuerza y el barco comenzó a moverse, pero Zoe se puso a contarse los dedos, y luego los nudillos, en lugar de mirar por la ventana. Cuando el barco empezó a tomar velocidad, cerró los ojos con fuerza y se quedó escuchando el estruendoso latido de su corazón.

Pero luego ya no puedo aguantarlo más. Se levantó del asiento de un salto y con la cabeza dándole vueltas. «¡Ve a buscar al capitán! ¡Dile que tienes que regresar a la isla!», le gritaba una voz interior.

Se tambaleó por el pasillo de la nave buscando a alguno de los tripulantes, y entonces su mirada se cruzó con las escaleras que subían hasta la segunda planta, a la cubierta exterior. Allí estaría el capitán. Tenía que estar allí.

Agarrándose a la barandilla de metal de la escalera con manos sudorosas, Zoe corrió escaleras arriba y cruzó la puerta saliendo al aire fresco. «El capitán, el capitán», iba pensando. Miró a un lado y a otro nerviosamente, pero no vio nada más que pasajeros, y entonces…

Vio la isla.

Su miedo empezó a remitir. «Gracias a Dios -pensó-. Todavía está ahí.»

Se pasó una mano por los ojos y luego miró de nuevo hacia la isla. Allí estaba.

El aire fresco empezó a llenar sus hambrientos pulmones y Zoe comenzó a caminar como hechizada por la cubierta. Se detuvo un momento junto a la barandilla y se quedó mirando sti amada isla de Abrigo. Allí estaba todavía. Desde el momento en que el barco había empezado a separarse del muelle, Zoe se había sentido aterrorizada pensando que la isla podría desaparecer de golpe entre la bruma.

Esbozó una sonrisa que alivió los tensos músculos de sus mandíbulas. La isla seguía siendo tan permanente como siempre, con sus aguas azules rodeando las arenas doradas y los verdes acantilados. Incluso podía divisar Haven House y sabía que allí estaba Lyssa, a salvo y entre los brazos del hombre al que amaba.

Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero Zoe las dejó correr y resbalar por sus mejillas mientras se quedaba viendo cómo la isla de Abrigo se alejaba lentamente en la distancia. Su corazón empezó a latir más lentamente, y Zoe dejó escapar un largo y profundo suspiro. Desde la distancia, su casa tenía un aspecto diferente, pero igualmente hermoso y especial. El lugar que tanto amaba nunca se iría a ninguna parte, incluso aunque ella sí lo hiciera.

Vio cómo la isla se iba convirtiendo en una roca y luego en un punto que se iba haciendo cada vez más pequeño en el horizonte, hasta que al final desapareció completamente de su vista. Pero Zoe sabía en el fondo de su corazón que la isla seguía allí.

El pánico reapareció en el momento que el barco empezó a acercarse a tierra firme. Aunque los pasajeros que había en cubierta ya empezaban a encaminarse hacia las escaleras de salida, Zoe sintió de repente que no podía soltarse de la barandilla de metal de la cubierta. Ni podía obligar a sus pies a que avanzaran hacia el suelo del continente.

– ¿Señorita?

Zoe giró la cabeza en dirección a la escalera. Había un muchacho allí de pie que llevaba en las manos una bolsa de basura medio llena.

– ¿Se encuentra usted bien, señorita?

El muchacho echó a andar hacia el pasillo de la cubierta y se agachó para recoger un vaso de plástico que había en el suelo.

Zoe tragó saliva.

– Yo… estoy…

¿Aterrorizada? ¿Helada? ¿Dispuesta a hacer cualquier cosa menos a poner los pies en ese continente que tantos dolores me ha supuesto?

El chico enrojeció y se acercó más a ella.

– Lo siento, pero a menos que tenga billete de ida y vuelta tendrá que desembarcar ahora.

La intervención del muchacho hizo que se relajara un poco su parálisis.

– Sí, claro, ahora mismo.

Zoe se dio la vuelta y se concentró en sus dedos, intentando que cada uno de ellos relajara la presión con la que estaba aferrado al pasamanos. A continuación ordenó a sus pies que se movieran, tres pasos, luego cuatro, después siete, y al final consiguió recorrer todo el camino que la separaba de la escalera.

Cuando se acercaba a la puerta de salida del barco, empezó a sentir el latido del corazón en sus oídos y notó que le faltaba el aire. Pero, así y todo, siguió avanzando, aferrada fuertemente a la idea de que podía hacerlo, de que tenía que hacerlo. Después de todo, como le había dicho el chico, no tenía billete de ida y vuelta.

Cuando le faltaba un solo paso para cruzar la puerta, Zoe notó que le flaqueaban las rodillas y las palmas de las manos le empezaron a sudar. Se detuvo, consciente de que algunos miembros de la tripulación estaban esperándola dispuestos a ayudarla a bajar del barco. Ya está -pensó con el corazón latiéndole con fuerza dentro del pecho-. Tampoco será peor que arriesgarse con Yeager.

Pero desde algún lugar de su interior le llegó una certeza que hizo que su corazón se relajara y que se aliviara la presión que sentía en el pecho. No estaba volviendo al continente solo por Yeager. Tanto si lo encontraba como si no, tanto si él la amaba como si no, volver allí era algo que se debía a sí misma.

Tomó aliento y, sin agarrarse a la mano que le tendía un tripulante, dio el paso que le faltaba, mirándose los pies mientras estos la llevaban hasta el suelo de un continente que no había pisado en tres años.

No vio lucecitas de colores ni oyó un coro de ángeles cantando. En lugar de eso, alguien que pasaba a su lado murmuró una disculpa al tropezar con ella; la normalidad de aquella escena dio a Zoe el valor que le faltaba. Sin dejar de mirar al suelo, siguió caminando lentamente hacia delante, sintiendo que su corazón se relajaba y su espíritu iba curándose a cada paso que daba en aquel suelo. Sin darse cuenta empezó a sonreír. En aquel momento una mano la agarró por el brazo haciendo que se detuviera, y tiró de ella con fuerza hasta estrecharla contra un pecho fornido y familiar. Sorprendida, Zoe alzó la vista.

– ¡Yeager!

El sol le daba por la espalda haciendo que su perfil pareciera arder, y cuando él agachó la cabeza y le rozó la boca con los labios, aquel fuego la hizo arder también a ella.

Yeager volvió a levantar la cabeza separándose de su boca.

– ¿Zoe? -dijo él, y a continuación la apretó con tanta fuerza contra su cuerpo que a ella volvió a faltarle el aire-. Has salido. Has salido de la isla.

El corazón de Zoe volvío a acelerarse. Notaba un calambre en la nuca, y al apartarse de Yeager vio que este llevaba un billete en la mano. Un billete de color rojo que significaba que iba a tomar el barco hacia Abrigo.

Zoe tragó saliva.

– ¿Ibas a volver? -susurró ella.

Yeager se quitó las gafas de sol y se quedó mirándola con unos ojos negros que apuntaban directamente al corazón.

– Iba a dejar que el destino tomara la decisión -admitió él con una ligera sonrisa en los labios-. No sabía qué hacer. Me dije a mí mismo que si llegaba a alcanzar el barco de regreso entonces significaba que tenía que volver. Y si no… -Se encogió de hombros.

Zoe frunció el entrecejo.

– Pero no volviste en el barco de regreso.

La sonrisa de él se hizo más ancha, pero esta vez no era su característica sonrisa seductora, sino una mueca llena de ternura y de algo más que ella no supo definir.

– Como no me gustó la respuesta del destino -dijo él deslizando sus nudillos por debajo de la barbilla de ella-, decidí tomar yo los mandos.

Zoe volvió a fruncir el entrecejo.

– Decidí esperar a que llegara el siguiente barco. -Yeager dejó de sonreír y luego tomó el rostro de Zoe entre sus manos-. Tenía que volver. Me había dejado algo allí.

Zoe sintió las manos frías de Yeager rodeando sus mejillas ardientes y apenas si pudo oír lo que él le decía por encima del zumbido que sentía en los oídos.

– ¿Te habías olvidado algo? -murmuró ella.

– Mi corazón -contestó él asintiendo con la cabeza-. Sé que suena bastante trillado, Zoe, pero me había olvidado el corazón en la isla, y también unas cuantas cosas más.

– ¿Olvidado? -dijo ella haciéndose eco de sus palabras.

– Decirte que te quiero. Y preguntarte si quieres casarte conmigo.

El zumbido que Zoe sentía en los oídos se transformó en un repique de campanas, más fuerte y alegre que el que solía oír en la isla.

– ¿Quieres casarte conmigo?

¿Apolo iba a subirla a ella, Zoe Cash, en su carro dorado? ¿Para toda la vida?

Yeager rio.

– Si eres capaz de olvidar todas las cosas malas que conoces de mí y decirme que sí.

Zoe no sabía si reír o llorar o chillar o llamar a todos los habitantes de Abrigo para darles la noticia. ¡Se iba a casar! ¡Se iba a casar con Yeager!

Pero una extraña expresión cruzó la cara de Yeager mientras daba un paso hacia atrás.

– ¿Zoe? -dijo él con un tono de duda en la voz.

Ella parpadeó y pudo leer una mueca de preocupación en su rostro. Se le hizo un nudo en la garganta y sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas. Amaba aún más, si cabía, a su grande, confiado y dorado dios, porque parecía no estar seguro de que ella lo amara.

Cuando una mujer se casa con un hombre como aquel nunca sabe cómo lo ha conseguido.

Pero ella le hizo salir de dudas metiéndole las manos entre su dorado y brillante cabello y haciendo que bajara la cabeza para tomar su boca.

– La respuesta es sí.


La fría arena de Abrigo crujía bajo los pies desnudos de Yeager. Caminaba por el rompiente de las olas con Zoe a su lado, acurrucada bajo su brazo.

Yeager alzó la cabeza sonriendo para mirar la luna. Estaba contento de haber convencido a Zoe para que regresaran a la isla enseguida. Cuando al día siguiente viera el lanzamiento del Millennium en televisión, sabría que quería estar allí, en el lugar donde había empezado su nueva vida.

Ella siguió la mirada de él, con su rostro de hada alzándose para atrapar la luz de la luna.

– Puede que… -empezó a decir Zoe.

– No -la interrumpió Yeager colocándola delante de él y rodeándola con los brazos por la cintura-. Yo quería regresar aquí y empezar a hacer planes para el futuro de inmediato.

Ella se apoyó en su hombro.

– Unos planes que hasta ahora habías tenido muy callados.

Él frotó su barbilla contra la cabeza de ella y aquel olor especial de Zoe lo llenó de satisfacción.

– Como si me hubieras dejado mucho tiempo para hablar de eso, señorita Siempre Estoy Ocupada.

– Ahora ya casi señora Siempre Estoy Ocupada.

Él rio dulcemente.

– Me gusta cómo suena. ¿Y qué te parece a ti cómo suena esto otro? -Yeager respiró lenta y cautelosamente-: ¿Y si… y si le compráramos la casa a Deke? Puedes seguir con Haven House, pero me gusta la idea de que mi esposa y yo tengamos un poco más de intimidad… y también el resto de la familia, cuando la tengamos.

Ella se quedó inmóvil entre sus brazos.

– Oh, Yeager -dijo Zoe, y en su voz se mezclaron las lágrimas y la alegría-. Pero ¿qué hay de ti? Yo estoy dispuesta a ir…

– Yo no -la interrumpió él-. Estoy ya harto de ir y venir en ese barco y, además, estoy seguro de que habrá un montón de gente que piense lo mismo que yo. De hecho estoy pensando en abrir un negocio, una compañía de aviación en la isla. Puede que si el acceso a la isla es un poco más fácil podamos mantener este lugar vivo sin la necesidad de los gobios.

Zoe se dio la vuelta en sus brazos y, demonios, lo que Yeager vio en su rostro casi estuvo a punto de hacer que se pusiera a llorar. Ella estaba sonriendo a través de un pequeño reguero de lágrimas que le mojaba las mejillas.

– Pero nosotros también viajamos. Porque las cosas son mucho más hermosas con un poco de perspectiva -añadió Zoe sabiamente.

Yeager la besó en lugar de decirle que no estaba de acuerdo: podía haber estado al día siguiente en la luna y no por eso le iba a parecer Zoe más hermosa de lo que se lo parecía en aquel momento.

De repente un movimiento en la distancia le llamó la atención. Yeager levantó la cabeza, se frotó los ojos, luego parpadeó y se los volvió a frotar.

Zoe frunció el entrecejo.

– ¿Qué sucede? ¿No están bien tus ojos?

– Espero que no me estén jugando una nueva mala pasada, cariño, pero mira allí -le dijo él señalando hacia el mar.

Ella se volvió hacia donde él señalaba, carraspeó y entonces Yeager supuso que Zoe estaba viendo lo mismo que él. La blanca espuma de las olas que rompían había adquirido un vivo tinte plateado y carmesí, una de las más increíbles visiones que Yeager jamás hubiera contemplado.

– ¡Los gobios! -gritó Zoe.

Entonces Zoe se puso a saltar, después se echó entre los brazos de él, lo besó y al final empezó a gritar de alegría.

Alzando los brazos, echó a correr por la playa, y Yeager tuvo que salir a toda marcha tras ella para alcanzarla, haciendo caso omiso a los pinchazos que sentía en su pierna herida.

– ¿Adonde vas? -le gritó él.

– ¡La hoguera! -contestó ella deteniéndose al lado de una pila de troncos y poniéndose a rebuscar en sus bolsillos-. ¡Cerillas! ¡Necesitamos cerillas!

Él se metió las manos en los bolsillos.

– Los astronautas y los boy scouts siempre van preparados.

Una delgada caja de cerillas pasó de las manos de Yeager a las de ella. Al instante las llamas alcanzaban la cima del montón de leña indicando que la isla había vuelto a la normalidad.

Como suele suceder, las buenas noticias corrieron veloces por todo el pueblo.

Al cabo de un momento, Yeager se vio obligado a compartir lo que había supuesto iba a ser una noche tranquila en compañía de su futura esposa con varios centenares de residentes y visitantes de Abrigo.

A nadie pareció sorprenderle que fuera a casarse con Zoe.

Todos estaban muy contentos de tenerlo entre ellos, como un miembro más de su comunidad, que a partir de entonces iba a ser también la de Yeager.

Alguien trajo una caja de cervezas y la isla por completo se puso a brindar por su felicidad. También llegaron Lyssa y Deke. A Yeager le pareció que su arrugo estaba positivamente desconcertado y atontado por la encantadora belleza que acababa de entrar en su vida.

– Lyssa está enamorada de mí -le dijo a Yeager con una sonrisa de tonto en los labios.

Pero Yeager prefirió no hacerle ningún comentario acerca de la cara de bobo que se le había puesto, pues estaba seguro que su propia cara no tendría un aspecto muy diferente.

Zoe se acercó a ellos con una deslumbrante sonrisa en los labios y con los cabellos brillando a la luz de la hoguera.

– ¿Estás seguro de que serás feliz aquí? -le preguntó ella.

Yeager no pudo evitar acariciarle la mejilla, la nariz y la boca, maravillado por todo lo que era ella y por todo lo que le había ofrecido a él.

– Estoy seguro de que vamos a ser felices siempre -le contestó él.

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