Simone y Xypher se volvieron para ver a tres hombres, extremadamente altos y fornidos, que estaban parados en la calle detrás de ellos. El primero era delgado, su cabello negro azabache era corto por detrás y largo en el frente, caía sobre sus ojos. Los otros dos tenían el cabello de color caoba y la constitución física de levantadores de pesas. Pero por la cítrica esencia de su piel y el extraño brillo de sus ojos, podían haber pasado por humanos.
El de cabello oscuro se acercó.
– Misafy…-Siseó peligrosamente mientras los recorría con una mirada hostil.- ¿Qué os trae por aquí?
Simone se aproximó a Xypher.
– ¿Nos han insultado?
– Depende de si ser llamada ‘mestiza’ te resulta ofensivo o no. -Su mirada se encontró con la del Caronte-. He visto lo que los gallu le hicieron a uno de los tuyos. Os estaba buscando para averiguar el por qué.
El Caronte se acercó a ellos con un andar letal.
– Xedrix -advirtió el que se encontraba a la derecha-. No conocemos nada sobre ellos o sobre sus poderes.
Xedrix lo ignoró y siguió acercándose a Simone. Inclinándose, aspiró profundamente el aire entre sus cabellos.
Xypher lo instó a desistir.
Los ojos de Xedrix destellaron peligrosamente entretanto se negaba a retroceder.
– ¿Katika? -Le preguntó a Xypher.
– Sí.
Xedrix se arrodilló ante ella.
Completamente desconcertada por lo que acababa de ocurrir, Simone miró a Xypher buscando una explicación.
– ¿Katika? ¿Y eso qué es?
El demonio se puso de pie.
– Tú eres su dueña.
Ella elevó las cejas para expresar sorpresa. Ella ¿era la dueña de Xypher? ¿En qué clase de universo paralelo sería eso posible?
– ¿Lo soy?
Xypher le advirtió con la mirada que no dijera una palabra más, antes de volver a fijar su atención en Xedrix.
– Pieryol akati. Venimos en son de paz. Ninguno de nosotros tiene una alianza con los gallu.
Xedrix se mofó.
– ¿No? Apestais a nuestros peores enemigos. Griegos y gallu. ¿Y esperáis que crea que no tenéis intenciones de dañarnos?
El demonio que se encontraba a la derecha de Simone dio un paso al frente.
– Mi hermano yace muerto. Opino que matemos al macho como venganza.
Xedrix le dedicó una mirada llena de odio tan malévola, que el demonio que había hablado la sintió sobre sus hombros.
– Conoces las leyes de tu gente. Él pertenece a una, que no se ha declarado nuestra enemiga.
– ¡No serviré a una humana-gallu misafy!
Xedrix extendió su mano y el demonio flotó por el aire para aterrizar en su puño.
– Te has olvidado de algo, Tyris. La hembra viene a hablar en son de paz, nosotros la escucharemos. Puede que seamos brutales pero no somos salvajes.
Volvió su mirada hacia Xypher antes de liberar a Tyris.
– Un sólo movimiento hostil y Katika o no, os mataremos.
Xypher enlazó sus manos y las levantó en alto para que el Caronte pudiera verlas.
– No habrá guerra en tanto mi Katika no sea amenazada.
– Entonces tenemos un acuerdo. -Xedrix se movió a un lado y extendió el brazo para abrirles el paso-. Pieryol akati.
Simone frunció el seño.
– ¿Qué significa eso?
– La paz es nuestro camino, mi señora. -Xedrix la siguió de cerca-. Seguid a Tyris.
Los guió hacia un edificio ubicado a la izquierda, donde se abría una puerta en el lado opuesto a un contenedor.
Simone parpadeó ante la densa oscuridad que los envolvió al entrar en lo que parecía la parte trasera de un club. Todo estaba pintado de negro, incluso el suelo. Arregladas cortinas negras separaban el área en la que se encontraban de una plataforma sobre la que colgaba un letrero con las palabras CLUB VAMPYRE.
Ella aún no perdía su cuota de ironía.
– Bonito nombre.
Los ojos de Xedrix centellearon rojos en la oscuridad.
– Puede que no sea humano, señora. Pero eso no significa que no perciba el sarcasmo cuando lo oigo.
– Lo siento.
Mientras Xedrix los guiaba a través de las cortinas, Simone dejó escapar un grito sofocado. Había al menos una docena más de Carontes, y al contrario que Xedrix y sus dos compañeros, estos parecían demonios. Tenían cuernos en las cabezas y sus pieles se combinaban en infinitos colores, usualmente dos por criatura. Estaban veteados de tal manera, que resultaban verdaderamente atractivos. Sus ojos variaban del amarillo al blanco, al rojo y al negro. Al igual que sus cabellos, cuyos colores iban del negro al marrón o al caoba. Grandes alas de brillantes colores sobresalían de sus espaldas, proporcionándoles una extraña apariencia angelical que contrastaba con sus colmillos y sus físicos, perfeccionados para la batalla.
Simone dio un paso atrás y se topó con Xypher, que parecía encontrar la escena totalmente admisible.
– Tal vez debería dejar mis llaves fuera.
– Tranquila, -le dijo Xypher, envolviendo los brazos alrededor de su cintura para evitar que saliera corriendo-. Tú no eres quien corre peligro.
– ¿Cómo lo sabes?
Señaló el grupo con un movimiento del mentón.
– Por naturaleza, los Carontes son una raza extremadamente matriarcal. Los machos están siempre al servicio de las hembras, que es la razón por la que dije que tú eres mi propietaria. Esa es la forma en que entienden el mundo. Y afortunadamente para nosotros, los machos no suelen ser tan beligerantes como las hembras.
– ¿En serio?
Él asintió.
– Ya que no hay hembras presentes, asumo que estamos relativamente a salvo. Al contrario que las hembras Caronte, los machos sólo atacarán si se les ordena o amenaza. -La comisura de un lado de su boca se elevó-. Sabias palabras, no los amenaces. Yo soy bueno, pero en este momento, ellos me superan en número.
– Descuida. No tengo intenciones de herir su orgullo dentro de su guarida.
Xypher la liberó.
– ¿Dónde está vuestra Katika? -Le preguntó a Xedrix.
Éste cruzó los brazos sobre el pecho.
– No tenemos.
– ¿Ha muerto?
Él negó con la cabeza.
– Somos Dikomai.
– Guerreros machos. -Xypher susurró las palabras al oído de Simone, para que pudiera entenderlo.
– Algunos años atrás nuestra Katika fue atacada. Había un griego -escupió las palabras como si fueran la cosa mas desagradable que pudiera imaginar- un dios, que buscó liberarla de su cautiverio. Ella nos envió a proteger a su hijo y luchar contra los griegos que pretendían dañarlo. Nosotros vinimos y peleamos. Muchos sucumbieron y antes de que los pocos sobrevivientes pudiéramos regresar a casa, el portal se cerró, recluyéndonos en este reino.
Tyris frunció la boca.
– Y ahora estamos siendo atacados por los gallu. Que todos ellos ardan y perezcan entre las cenizas del escamoso culo de un dragón.
– Vaaale, -dijo Simone en voz baja, pero había que darles crédito, esa era una buena maldición para dedicarle a alguien que no te gustara. Las imágenes lo decían todo.
– ¿Porqué están atacando los gallu? -preguntó Xypher.
Los machos se negaron a responder.
Xypher negó con la cabeza, para que advirtieran que no sólo se estaban negando a compartirlo con él. Perfecto. Tan solo, perfecto.
– Dejadme intentarlo otra vez. ¿Qué es lo que ellos quieren que vosotros tenéis?
Los machos se acercaron para formarse hombro con hombro con los brazos cruzados. Una consolidada pared de acérrimo machismo.
Simone sacudió la cabeza ante lo que veía.
– Son ideas mías o, ¿alguien más siente que se envenena con tanta testosterona?
Xypher hizo una mueca.
– ¿Qué?
Ella extendió la mano.
– Míralos. Listos para luchar hasta la muerte antes que responder a una simple pregunta… ¿sabes?, se me ocurre que hay una sola cosa que haría que los hombres actuaran así, especialmente hombres provenientes de una sociedad altamente matriarcal, dispuestos a entregar sus vidas sin siquiera dialogar.
– ¿Y eso sería?
– Una mujer.
Xypher se paralizó al advertir que ella estaba en lo cierto. Era por lo único por lo que ellos estarían dispuestos a morir protegiendo.
¿Pero de quien se trataba?
– ¿Dónde está la hembra? -preguntó Xypher.
Xedrix dio un paso adelante y los miró con odio.
– ¡Largaos!
– Está bien, Xedrix. -La voz era suave y tranquila, y enmarcada con la cadencia más musical que le era posible.
– No les temo.
Los demonios machos se apartaron al tiempo que una pequeña figura emergía en medio de ellos.
Cuando finalmente quedó a la vista, Simone jadeó ante la frágil belleza. Vestía jeans y un largo suéter verde, era la misma mujer que se había mudado a un apartamento cercano al de ella, unas pocas semanas atrás.
Medía apenas metro y medio de alto, se asemejaba a una de las muñecas de porcelana que fabricaba Liza. Su piel y sus labios eran tan pálidos que parecían luminiscentes. Largo y platinado cabello flotaba alrededor de su pequeño, pero aún voluptuoso cuerpo. El único color que tenía era el de sus ojos plateados, que brillaban entre una gruesa franja de pestañas color negro azabache.
No había forma de que luciera más inofensiva o hermosa.
Pero los recientes poderes demoníacos de Simone percibieron las letales habilidades de la pequeña mujer.
Esta era la Dimme de los gallu.
– Mi nombre es Kerryna.
Xypher se interpuso entre Simone y la Dimme.
– Los gallu y los Carontes son enemigos acérrimos. ¿Cómo es que ellos te protegen?
Kerryna extendió la mano hacia Xedrix que se arrodilló junto a ella, le dio un apretón para luego sostenerla contra su corazón.
La calidez se extendió a través de Simone al comprender que ellos estaban enamorados.
Pero eso no cambiaba el hecho de que Kerryna había asesinado a Gloria, y a otros.
– No fui yo.
Simone parpadeó ante las suaves palabras de Kerryna.
– ¿Qué?
– Yo no asesiné a Gloria. Sólo he matado a dos hombres desde que fui liberada, y te aseguro que ambos se merecían lo que les sucedió. Aún tú habrías decidido acabar con sus vidas.
Xypher sacudió la cabeza con incredulidad.
– Estoy realmente confundido. Estaba presente cuando escapaste de tu guarida en Nevada.
Kerryna asintió.
– Te recuerdo a ti, al dios Sin y a su mujer Katra. El otro dios, Zakar, me persiguió durante interminables días, hasta que fui capaz de escapar de él y esconderme. Es una bestia persistente. Y fue difícil. No sabía nada de este mundo, de su gente o lenguas.
Xypher podía entenderla. Algunas cosas aún le eran desconocidas, a pesar de contar con sus poderes divinos y de haber venido antes a ayudar a Katra y Sin.
– ¿Por qué viniste aquí, a Nueva Orleáns?
Ella señaló a Simone con el mentón.
– Somos primas. Su padre era mi hermano. Está en mi naturaleza necesitar a mi familia junto a mí, pero cuando la conocí, me di cuenta de que ella no estaba preparada para aceptarse a sí misma, o a mí. Sus poderes habían sido limitados. Su esencia, ocultada. Se creía humana y pensé que era mejor dejarla con esa ilusión.
– ¿Sabes?, -dijo Simone rodeando a Xypher- para ser una asesina indiscriminada es notablemente lúcida y considerada.
Kerryna sonrió.
– A causa del miedo, mis hermanas y yo fuimos encerradas tan rápido, que nadie se preocupó por aprender nada sobre nosotras. A pesar de que nacimos de los gallu, nosotras no somos gallu. La diosa Ishtar nos dio el don de la compasión y la comprensión. Creo que ella sabía lo que habría de sucedernos y quería asegurarse de que no destruyéramos el mundo, del modo en que nuestro creador pretendía. Aún así, de ser todas liberadas, no se qué habría de suceder. Dos de mis hermanas no son tan bondadosas o solidarias. Ellas anhelan la sangre sobre todas las cosas.
Xedrix se puso de pie y enlazó un brazo protector sobre sus hombros. Ella alzó la mano para acariciar su antebrazo afectuosamente. Él la sostenía desde atrás, mientras miraba hacia ellos con recelo.
– Los gallu quieren llevársela para usarla. Yo no lo permitiré.
Kerryna se recostó contra él.
– Ellos asesinan para hacerme salir.
Simone suspiró.
– Sabes, cuanto más sé sobre los gallu, menos me gustan y más odio compartir un lazo genético con ellos.
Kerryna asintió comprensivamente.
– Los machos son difíciles de tolerar, por momentos. Al contrario que los Carontes, son dominantes y crueles. Para ellos, las mujeres son animales de cría o alimento.
Simone lanzó una reveladora mirada hacia Xypher sobre su hombro.
Él no parecía para nada arrepentido.
– No puedo evitar asemejarme a ellos. Todos somos víctimas de nuestra herencia. Pero al menos yo escucho de vez en cuando.
Era cierto. Lo hacía, y eso lo convertía en semi-tolerable. Ella le sonrió.
– Bueno, ¿qué puedo decir? Después de todo, eres un dios.
La única señal de diversión que ella pudo percibir fue una sutil distensión alrededor de sus ojos. No era que lo culpara. Cuando estabas rodeado por una clase guerrera de demonios, probablemente era bueno no mostrar ningún tipo de humor.
Lo que le recordó la importancia del asunto.
– De acuerdo, aún tenemos a los gallu sueltos asesinando gente… y demonios. ¿Cómo les detenemos?
Xedrix frotó su rostro contra el cabello de Kerryna.
– Hemos intentado encontrar la manera, pero aún no se nos ha ocurrido nada. Mientras tengamos a Kerryna, ellos ni siquiera discutirán una tregua.
– No volveré con ellos. Todos los gallu son desagradables. -Ella miró a Xypher y se sonrojó bellamente-. Sin ánimos de ofender.
– Está bien. Estoy habituado a los insultos. -Xypher echó un vistazo a Simone. Ella farfulló.
– Yo no te insulto… mucho.
Xypher no respondió. En vez de eso, entrecerró sus ojos hacia Xedrix.
– Sabes, se me acaba de ocurrir algo… ¿Eres capaz de abrir un portal hacia Kalosis?
Xedrix negó con la cabeza.
– Lo hemos intentando. Por algún motivo, no podemos hacerlo.
Xypher chasqueó la lengua.
– Estás mintiendo Xedrix, puedo olerlo.
– Nos rehusamos a volver, -dijo Tyris con furia, mientras daba un paso al frente-. Éramos esclavos allí. Xedrix era la mascota de la Destructora. Lo trataba como a un tonto. No estaré a su merced ni un sólo día más. Fue una bendición escapar cuando lo hicimos. Preferimos morir aquí como agentes libres que regresar a lo que solíamos ser.
Simone miró a Xypher con el ceño fruncido.
– ¿ La Destructora?
– Una antigua diosa Atlante llamada Apollymi cuyo esposo la apresó en Kalosis once mil años atrás.
Simone se preguntó que habría hecho la diosa para merecer tal sentencia.
– Que bien, y tú quieres ir a visitarla, ¿ah?
– No, no quiero. Lo que quiero es matar a Satara.
Ante la mención del nombre de Satara, más de la mitad de los demonios hicieron ruidos de disgusto.
– ¡Mata a esa perra!
– Dásela de comer a la Destructora.
– Degolladlas a ambas.
Simone estaba impresionada por tanto veneno. Parecía que tanto Satara como la Destructora podrían beneficiarse con un seminario sobre como hacer amigos e influenciar a las personas, o en este caso, demonios.
– Guau, ese Kalosis, podría rivalizar con Disneylandia. Apúntame para la próxima excursión.
– Lo haría, pero dadas las circunstancias, un viaje hacía allí parece más difícil de conseguir que una entrada de sobra para un show de Hannah Montana.
Simone se rió.
– Muy bueno, un ejemplo de la actualidad.
– Puedes darle las gracias a Jesse. Está totalmente enamorado de Hannah. -Xypher cruzó miradas con Xedrix-. ¿Qué tengo que hacer para convencer a uno de vosotros de que abráis el portal?
– No hay nada que puedas hacer.
Xypher miró a Kerryna, y Simone supo exactamente lo que estaba pensando.
Xedrix la empujó tras él y se tensó.
– No te alteres, -dijo Xypher-. No pensaba en eso. Jamás amenazaría a tu mujer. Sólo estaba meditando en lo equivocado que estaba sobre ella.
Simone enarcó una ceja.
– ¿En serio pensabas eso?
Su rostro denotó una gran ofensa.
– No, ¿tú también?
– Lo siento. Tienes razón, te conozco mejor que eso. Pero en mi defensa diré que la forma en que la miraste fue… espeluznante.
Xypher le hizo una mueca y volvió su atención hacia el Caronte.
– Se que debe haber una manera en la que podamos ayudarnos mutuamente. Piénsalo. Necesito entrar a Kalosis.
Xypher intensificó su anterior gesto, apretando sus manos juntas las elevó.
– Pieryol akati.
Xedrix inclinó su cabeza antes de repetir las palabras.
Xypher la empujó hacia la puerta, pero antes de que se alejaran Kerryna los detuvo.
– Somos familia, -le dijo suavemente a Simone. Se quitó un collar con una pequeña piedra roja de su cuello y lo depositó en su palma-. Si me necesitas, coge el cristal con tu mano y llámame. Llegaré de inmediato.
– Gracias.
Kerryna la abrazó fuertemente.
– Hay fuerza en tu interior, Simone. Nuestra sangre es la más fuerte entre los gallu. Nunca lo olvides.
– Lo recordaré.
Kerryna le dio palmaditas en la mano.
– Trabajaré en Xedrix para ti, -le dijo amistosamente a Xypher-. Si la venganza es lo que realmente quieres, encontraré la forma para que la consigas.
Con eso, ella los abandonó y regresó junto a Xedrix.
Simone se volvió hacia Xypher.
– Ni siquiera es la hora de la cena y ha sido un día interesante. Estoy un poco asustada al pensar en lo que nos deparan las horas venideras. ¿Qué hay de ti?
– Cualquier minuto en que no esté siendo azotado por un látigo, es uno grandioso en mi opinión. -El estómago le dio un vuelvo ante la sequedad de su tono y ante el recuerdo del mundo que él había dejado atrás. Si Xedrix pensaba que el suyo era malo, debería probar con el de Xypher-. ¿Realmente tienes que pensar en eso?
– Si pensara que hay una forma de evitarlo, créeme, lo haría. Pero ya he sido sentenciado. Y no puedes huir de un dios.
– ¿Y si yo hablara con Hades?
Él se rió.
– Hades no va a escucharte. Todo lo que podemos hacer es tomar el tiempo que tengo y tratar de expeler al gallu para que estés a salvo cuando me haya marchado.
Cuando me haya marchado…
Esas palabras la hirieron y le provocaron una ola de dolor que le hizo perder el aliento. ¿Cómo pudo convertirse en algo tan importante para ella en tan poco tiempo?
Y aún así no podía negar lo que sentía. No quería que se fuera. Nunca.
No pienses en eso.
Ella encontraría la forma de resolver esto. Una forma de acabar con todo sin que le costara la libertad a Xypher. Tenía que hacerlo.
La única alternativa posible le era totalmente inaceptable.