CAPÍTULO 17

Simone se tambaleó hacia atrás. No. No podía ser.

– Eso no es divertido, Katra. No me gustan estos juegos.

– Desearía estar jugando, pero no lo estoy.

Simone vio la mirada de horror y culpa mezclada en la cara de aquellos a su alrededor y esto la devolvió a cuando era una niña.

“La pobre lo vio todo. Su madre y su hermano murieron ante sus ojos. Esto la perseguirá por siempre.”

Esa era la misma expresión que tenían todos ahora, se le quedaban mirando como si fuera rara. Y profundamente en su interior todos agradecían que le sucediera a ella y no a ellos. No lo dirían, eran demasiado educados para eso, pero ella sabía la verdad.

Jesse le tendió la mano.

– Simone, ¿Estás bien?

¿Cómo podía estar bien? Xypher estaba muerto.

Ella sintió ese ardor en sus ojos que señalaba que se estaban volviendo rojos. Quería la sangre de los que lo habían matado.

– Dime que sucedió -exigió ella, su voz era un demoníaco gruñido.

– Le prometí que no lo haría. Él quería que vivieras en paz y que siguieras con tu vida.

Seguir con su vida… Estaba cansada de recoger las piezas y seguir adelante.

– ¿Obtuvo su venganza contra Satara?

Katra apartó la mirada tímidamente y de repente Simone tuvo total claridad.

– Así que entonces es eso. Eligió vengarse y morir a regresar conmigo. Al menos murió feliz. Obtuvo lo que quería.

Kat tuvo que morderse la lengua para evitar decirle la verdad. Pero ahora entendía por qué Xypher le había pedido que no lo hiciera. Si Simone sabía que él había dado su vida para salvar la de ella, eso la mataría.

Al igual que mataría a Katra perder a su marido. El que él se sacrificara por ella sólo la lastimaría más y nunca tendría paz por la culpa y la rabia.

Simone miró hacia Xedrix que permanecía al lado de Kerryna, sosteniendo su mano.

Ella nunca tocaría a Xypher otra vez. Dejando escapar una harapienta respiración, se volvió hacia Gloria y Jesse.

– Quiero ir a casa.

Acheron dio un paso adelante.

– Yo te llevaré.

– Gracias.

Le tendió la mano y ella la tomó. Al instante de hacerlo, todos estaban de regreso en su casa. No, no todos. Faltaba Xypher.

– ¿Hay algo que yo pueda hacer? -Preguntó Ash.

Ella negó con la cabeza.

– Probablemente debería comprobar a Kyle y ver como lo está haciendo.

– Ya lo hicimos nosotros. Está bien. Se recobrará en breve y no debería quedarle daño alguno más que un par de cicatrices.

– Eso es bueno. Supongo que eso nos describe a todos, ¿huh? Gracias por traerme a casa, Acheron.

– De nada. Tienes mi número en tu teléfono. Si me necesitas para cualquier cosa, llama.

– Lo aprecio.

Entonces él se fue.

Jesse y Gloria se quedaron a un lado, observándola con expresión preocupada.

– Estoy bien, chicos. ¿Por qué no os vais y ponéis algunos discos o algo?

Jesse tragó.

– Me estás asustando, Simone.

Ella se asustaba a sí misma. Estaba tan herida interiormente que ni siquiera podía llorar. Era como si hubiese sido destripada y no hubiese quedado nada excepto un agujero vacío donde había estado su corazón y su alma.

Queriendo estar sola, se quitó el abrigo y lo tiró al suelo de camino a su habitación.

La cama estaba todavía deshecha de sus anteriores juegos.

Hizo ese pensamiento a un lado. Si no significaba nada más para él que eso, ciertamente no significaba nada para ella. Con la rabia hirviendo a fuego lento, arrancó la almohada para hacer la cama.

Y fue entonces cuando la esencia de Xypher la golpeó con fuerza. Abrazó la almohada contra su pecho e inhaló la cálida esencia masculina.

Eso sacudió su entumecimiento. La pena y la angustia se elevaron hasta que quiso gritar de dolor.

En vez de eso, se hundió de rodillas cuando las implacables lágrimas la asaltaron.

Xypher se había ido.

– ¡Maldito seas, bastardo, maldito seas!

Pero el problema era, que ella no quería maldecirle. El pensamiento de él en el Tártaro siendo torturado…

Eso era más de lo que podía soportar.


Xypher permanecía en el centro de una celda que conocía incluso mejor que el dorso de su mano. Con el paso de los siglos, había contado cada grano de arena. Lo había saturado todo con su sangre.

Ahora estaba de regreso.

Las cadenas salían del techo y se enroscaban alrededor de sus muñecas. Por una vez no había luchado cuando lo levantaron del suelo. Sus brazos ardían por el peso de su cuerpo.

Pero el dolor no era nada comparado al único que dolía en su pecho.

Simone.

La estoy protegiendo. Repetía esas palabras una y otra vez y sólo ellas le daban consuelo. Sufriría un tormento eterno antes que herirla a ella.

Lo valía.

La puerta de su celda se abrió.

Xypher se contuvo a sí mismo cuando vio al dios del Inframundo. Alto y oscuro, Hades estaba vestido de negro. Él inclinó la cabeza para estudiarlo.

– No creí que duraras un mes ahí fuera. Parece que tenía razón.

– No estoy de humor para hablar, Hades. Sólo empieza la tortura.

– Interesante. Mis prisioneros rogándome que los hiera. Y pensar, que ahora mismo, tú podrías estar en los brazos de Simone y no tendido aquí como un pedazo de carne.

– Déjala fuera de esto.

– Eso, desafortunadamente, no puedo hacerlo.

El temor agarró el corazón de Xypher.

– ¿Qué quieres decir?

– Sabes, Xypher, realmente te odio. Verdaderamente. Tengo que decir que torturarte ha sido uno de mis grandes placeres. Y ahora, como siempre, acabas jodiéndome.

– Estoy aquí colgado, esperando a que me golpees. Dime, ¿Cómo diablos podría joderte yo a ti?

– Porque tengo que dejarte ir, bastardo.

La incredulidad pasó a través de él.

– ¿Qué?

– El trato que hice con Kat… ¿Recuerdas? Te permití ser humano durante un mes y si en ese tiempo encontrabas tu humanidad, serías libre. Te sacrificaste generosamente por otro. Y eso ni siquiera te llevó un mes. Maldito seas.

Xypher todavía no podía creer lo que estaba oyendo.

Las cadenas se descolgaron tan rápido, que cayó al suelo.

– Sal de aquí, Skotos. Yo ya no puedo retenerte.


Simone estaba todavía derrumbada en el centro del suelo cuando sonó su teléfono.

Miró el número y vio que era Tate.

Dejando escapar un harapiento suspiro, se aclaró la garganta y respondió.

– Hay otro demonio asesino.

– ¿Estás seguro?

– Absolutamente. Ya conoces el procedimiento… estamos en la esquina con Rampart y Esplanade.

– Estaré allí – colgó y se secó los ojos antes de ir a la habitación de Jesse. Lo encontró a él y a Gloria revolcándose sobre su cama.

Se apartaron tan pronto la vieron.

– Um, nosotros sólo estábamos…

– Está bien, Jesse. Yo voy a encontrarme con Tate y no quería que te preocuparas. Volveré pronto.

– ¿Estás segura de ello? ¿No necesitas algo de tiempo?

– La vida continua, ¿cierto? -esa era la única lección que había aprendido- No es igual que si tuviera que planear un funeral o algo. Además, puedo hacerlo como una distracción.

Cerró la puerta y se dirigió hacia su coche.

Podrías usar tus poderes de demonio.

Sí, podría, pero ahora mismo no quería pensar en esa parte de ella. Quería su vida de regreso de la manera en que había sido antes de que Xypher la cambiara. Más que nada, quería liberarse del dolor que le laceraba el corazón.

No le llevó mucho tiempo llegar a la escena del crimen. Las luces de la policía brillaban en la oscuridad.

Salió y se dirigió hacia Tate, quién estaba solo, ante un cuerpo cubierto.

– ¿Nunca te tomas un día libre?

– No cuando el asesino es así de raro -él miró más allá de su hombro.-¿Dónde está…?

– Se ha ido. Dejémoslo así, ¿vale?

Pero por su expresión ella podía decir que las noticias lo sorprendieron, pero él no quería presionar.

– Jane Do. Las mismas heridas que Gloria y nuestro tío en el Market que estalló en llamas en una combustión espontánea por causa del gas. ¿Quieres echar un vistazo de cerca?

– Igual que un destornillador en la cuenca de mi ojo. Claro, déjame echarle un vistazo.

– Ooo, bienvenida, Sra. Snark. Te he extrañado.

Simone no respondió cuando descubrió el cuerpo y le echó un vistazo a la pobre mujer. Tate tenía razón, y cuando se agachó, un inequívoco trazo de olor la golpeó.

Kaiaphas.

El cuerpo de la mujer hedía al demonio.

Ella cerró los ojos cuando empezaron a cambiar y se forzó a si misma a calmarse. Así que el hermano de Xypher había sido todo el tiempo el asesino que estaban buscando.

Seguramente Xypher también lo había olido. ¿Por qué no se lo había dicho?

Se puso lentamente en pie.

– Voy a necesitar que el cuerpo se combustione instantáneamente otra vez, Tate.

– Claro… yo necesito algo mejor que eso.

Simone levantó la mirada pasando de ellos. Había una casa con un alero que estaba suelto.

Eso funcionaría.

Apartó a Tate con el brazo un instante antes de usar sus poderes para sacarlo rápidamente.

Esto cayó sobre el cuerpo, decapitándolo.

– Problema resuelto.

Tate jadeó ante ella y levantó su mano.

– No quiero saber cómo lo has hecho. Mi informe ya es bastante complicado.

Simone empezó a responder, pero la sensación de ser observada regresó a ella. Ésta se arrastraba sobre su piel con una maliciosa intención.

Esta vez, a causa de sus poderes, podía fijarlo.

– Estarás bien, Tate.

Ella retrocedió cuando el fotógrafo vino corriendo a sacar más fotos. Mientras Tate se encargaba de él y de los oficiales de policía, ella se deslizó en la oscuridad hacia la fuente de su incomodidad.

– Kaiaphas -llamó ella- Sé que estás ahí fuera.

Él apareció directamente detrás de ella, oliendo su pelo.

– Hueles igual que el ganado y demonio. ¿Tienes idea de cuan provocativo es eso?

– Fantástico. Tengo feromonas de demonio. Justo lo que siempre he querido.

Kaiaphas se rió.

– Xypher no te dijo nada acerca de tu familia, ¿verdad?

– No.

– Tu padre, Palackas, fue uno de los más brutales asesinos que jamás he conocido. Antes que fuera esclavizado, se le conocía por arrasar pueblos enteros, asesinar hombres, niños y a cualquiera que se pusiera en su camino.

– ¡Estás mintiendo!

– No, no lo hago. ¿Por qué piensas que su maestro estaba tan decidido a traerle de vuelta? Él era demasiado peligroso para ser incluso liberado.

Estaba mintiendo y ella lo sabía.

– Mi padre no fue así. Era un buen hombre.

Kaiaphas la agarró por la cabeza y susurró algo que ella no podía entender.

En su mente, vio a su padre de joven. No, no un humano. Era un demonio. Sus ojos eran rojos como el fuego, sus dientes mellados y afilados, cuando irrumpía a través de una antigua aldea asesinando todo lo que veía.

¿Cómo podía ser eso?

– Sabía que Palackas había desovado. Sólo que no estaba seguro de que esa fueras tú. Hueles igual que tu madre… pero no había esencia de Palackas en ti.

– ¿Cómo sabes a lo que olía mi madre?

– Yo estaba allí, Simone. ¿No lo recuerdas?

Ella jadeó cuando regresó a esa noche. Estaba otra vez en el asiento de atrás, mirando por la ventana.

Había dos hombres…

No, eran tres. Él se había inclinado y le había arrebatado el collar a su madre del cuello. Entonces se había vuelto como si la sintiera. Congelada, no podía moverse. Todo lo que podía hacer era rogar que el reposa cabezas del coche bloqueara su visión.

Entonces las sirenas de la policía habían inundado el aire.

El hombre en la tienda se había largado.

No, ellos se habían desvanecido donde estaban…

Una auténtica rabia la atravesó.

– ¡Bastardo!

Él se rió.

– Haz que parezca una muerte humana, había dicho mi maestro. Si Palackas quiere vivir como uno, puede morir como uno. Y así lo hizo. Yo asesiné a su familia sabiendo que él no viviría sin ellos. Un poderoso demonio derrotado por un simple disparo a la cabeza… pero tú ya lo sabes, ¿no es así? Tú encontraste su cuerpo. Chillando de rabia, Simone se volvió hacia él y le disparó una ráfaga de energía que le había enseñado Xypher.

Kaiaphas lo esquivó y rió.

– ¿No pensarás realmente que un truco tan deleznable funcionaría conmigo? -La afobeteó con fuerza-. ¿Sabes por qué tú madre nunca vino a verte después de su muerte? Me comí su alma, al igual que me comí la de tu hermano. Y ahora, voy a comerme la tuya.

– Prueba esto -ella lo cabeceó en los labios, partiéndoselos.

Él trastabilló. Dejando que el poder que había heredado de su padre la condujese, ella le dio una patada de tijera, golpeándole entonces lo bastante fuerte en los intestinos para levantarlo de sus pies.

La piel de Kaiaphas empezó a hervir cuando le salieron esos aserrados colmillos. Él esquivó su próximo puñetazo y la golpeó en el costado.

Levantándola por el cuello, la lanzó contra el suelo. Saliendo de la nada, él manifestó una espada.

Simone buscó un arma, una rama… algo.

No había nada a su alrededor.

– Prueba con esto.

Ella se sobresaltó al oír la profunda voz en su oído y encontrar allí un hombre que tenía un vívido ojo verde y otro marrón. Era magnífico y le tendía una pequeña espada.

Sin preguntar nada, alcanzó la espada. Al momento en que ella tocó la empuñadura, un débil brillo de poder atravesó todo su cuerpo.

Oyó voces susurrando en varios idiomas.

– Simone -esa era la voz de su padre.

– ¿Papá?

– Cierra tus ojos, pequeña, y nosotros te guiaremos.

Confiando implícitamente en su padre, hizo lo que le dijo, y al momento de quedarse a ciegas, lo vio todo con claridad.

Incluso el viento era visible para el demonio en su interior.

Kaiaphas avanzó y ella lo paró. Cuanto más fuerte le lanzaba ráfagas contra su espada, más fácil le resultaba pararlo y luchar con él. Cuanto más lo desviaba, más furioso se ponía Kaiaphas.

– Vas a rogarme piedad, al igual que tu madre.

Ella rechinó los dientes hasta que oyó la voz de su padre otra vez al oído.

– La ira es tu enemiga. Avanza sin ira, pero con un propósito.

Y al momento en que lo hizo, su hoja cantó la verdad. Esta desvió el golpe de Kaiaphas y se enterró profundamente en el corazón del demonio.

– Eso es por mi madre -dijo ella, sus ojos llenos de lágrimas- Y por mi hermano pequeño cuyo futuro truncaste. Arde en el infierno, hijo de puta.

Ella arrancó la espada de su pecho, girándola mientras lo hacía.

Un instante después, él ardió en llamas. Sus gritos llenaron la oscuridad.

De repente, había alguien aplaudiendo detrás de ella.

Simone se volvió para ver al hombre que le había dado la espada.

– ¿Quién eres?

– No hagas preguntas de las que ya sabes las respuestas.

– Eres Jaden.

Inclinó la cabeza ante ella en un gesto burlón.

Ella bajó la mirada a la espada que era diferente a cualquiera que hubiese visto antes. El mango negro tenía matices rojos. Rosas negras y enredaderas bajaban por la hoja curvándose ligeramente.

– ¿Por qué me entregaste esto?

– Le prometí paz a tu padre. Le dije que ningún demonio lastimaría al último de sus hijos. Como te dijo Xypher, no puedo matar yo mismo para cumplir un pacto. Sólo puedo proveer un medio.

Ella le tendió la espada, pero él se negó a cogerla.

– Eso pertenece a tu línea de sangre, demonikyn. Guárdala bien. La espada de un demonio es la mejor protección contra otros de su tipo. Con esto, puedes matar a cualquier demonio que venga a por ti o a por uno de los tuyos.

– Gracias.

Él se rió.

– No me lo agradezcas. No hago nada por lo que no haya pactado.

Él empezó a desvanecerse.

– ¡Jaden, espera!

Se solidificó delante de ella.

Simone intentó hablar, pero las palabras no le salían. Quería hablarle acerca de Xypher y aún así no podía.

– Él se entregó por ti -dijo Jaden en tono estoico.

– ¿Qué?

– Eso es lo que querías sabes, ¿no? Xypher permitió que Satara lo matara a cambio de dar su palabra de que te dejaría en paz. Entregó su venganza para mantenerte a salvo.

– No, él tomó su venganza.

Jaden posó una mano sobre su hombro, y en su mente, ella vio a Xypher en Kalosis. Oyó las palabras pronunciadas con claridad y vio cuando él moría en los brazos de Kat.

– ¡No! -gritó ella, incapaz de soportarlo- Tienes que ayudarlo.

– No hay nada que yo pueda hacer.

– Tú haces tratos. Xypher dijo que tenías el poder para hacer cualquier cosa. Cualquier cosa.

– ¿Qué estás sugiriendo?

– Si liberas a Xypher del Tártaro, puedes quedarte con mi alma.

– ¿Entiendes el trato que estás haciendo? Una vez que tome tu alma, serás propiedad de cualquiera al que le dé esa alma. Serás un demonio vinculado, sujeto a los caprichos de su maestro. No de tu propio destino, ni de tu futuro. Nada.

– No me importa. Xypher murió por mí. No puedo dejar que le castiguen por eso.

– Él murió para mantenerte a salvo.

– Estaré a salvo mientras esté vinculada. Él tendrá lo que quería. Por favor, Jaden. No puedo vivir sabiendo que está siendo torturado.

– Muy bien -le tendió una daga-. Abre una vena, hermana.


Xypher se emitió al dormitorio de Simone, esperando encontrarla allí.

Estaba vacío.

Cerrando los ojos, sintió presencias en el apartamento. No estaba Simone, pero sí Jesse y Gloria en la habitación de Jesse.

Sin pensar, se emitió allí para encontrar a los dos fantasmas completamente desnudos en la cama.

– Oh, dioses, estoy ciego -se apresuró en darles la espalda.

– ¿No llamas?-dijo Jesse, hasta que se dio cuenta de que Xypher estaba de vuelta- Oh, dios mío, estás muerto.

– No tan muerto como lo estás tú, chico-fantasma. ¿Dónde está Simone?

– Salió a atender una llamada.

– ¿Dónde?

– No lo dijo. Llama a Tate y pregúntale. Su número está en la nevera.

Xypher los dejó para ir a la cocina donde rápidamente localizó la tarjeta de Tate. Cogiendo el teléfono fijo, marcó el número.

Respondió al segundo toque.

– ¿Tate? Soy Xypher. ¿Dónde está Simone?

– Dijo que te habías ido.

– Sí, pero estoy de vuelta y estoy intentando encontrarla.

– Bueno, ella estuvo aquí hace un segundo. La vi cruzando la calle así que debería…

Usando sus poderes para rastrear la localización de Tate, Xypher se manifestó en frente de él antes de que pudiera decir otra palabra.

Tate miró alrededor.

– Maldición, tienes suerte de que nadie te viera. Incógnito, chico, in-cóg-ni-to.

– No tengo tiempo para eso, necesito encontrar a Simone.

– Hey, Doc ¿Puede venir aquí un segundo?

– Te ayudaré a buscarla en un segundo -le dijo a Xypher antes de ir hacia el oficial.

Xypher gruñó antes de sentir esa abertura en el aire.

Jaden.

Un mal presentimiento pasó a través de él cuando se centró en ello y fue a buscarle.

Él dio la vuelta a la esquina y se congeló. ¡No! La simple palabra echó raíces en su mente cuando vio a Simone en el suelo.

Aterrado, corrió hacia ella y la cogió en sus brazos. Pero al momento de tocarla, lo supo.

Estaba muerta.

Atravesó a Jaden con la mirada.

– ¿Qué has hecho?

– Yo no he hecho nada. Lo hizo ella.

– No te atrevas a jugar a ese estúpido juego conmigo, Jaden. ¿Qué trato habéis hecho?

– Ella quería sacarte del Tártaro.

– Jodido bastardo. Yo ya estaba fuera del Tártaro.

– Lo sé.

– ¿Lo sabías y aún así hiciste el pacto?

Él se encogió de hombros.

– Quería saber cuán lejos llegaría ella.

Una furiosa impotencia se extendió a través de él. Incapaz de pensar dejó a Simone en el suelo y cargó contra Jaden.

Jaden lo cogió y le devolvió el golpe, sujetándolo al costado de una casa.

– Mejor te lo piensas dos veces antes de venir a por mí, demonio -la furia del infierno ardía profundamente en esos ojos de dos colores. Los colmillos de Jaden relucieron cuando habló en cortantes y escuetas palabras- Si Simone hubiese permanecido con vida, tú la verías morir de anciana, mientras que tú continuarías viviendo eternamente en tu actual forma. ¿Es eso lo que querías?

Xypher parpadeó con incredulidad.

– ¿Qué?

Jaden le dio la espalda, entonces lo liberó. Sacó un pequeño tubo de una sustancia blanca del interior del bolsillo de su chaqueta.

– Ella es libre de su vida humana a partir de ahora. No envejecerá y no morirá.

– Pero está vinculada.

Jaden inclinó la cabeza.

– Sí, lo está -él se quedó mirando el alma de ella durante todo un minuto antes de tendérsela a Xypher.

– ¿Cuál es el precio?

– Vosotros dos me deberéis un favor. Un día, vendré a cobrarlo -cerró la mano de Xypher sobre el tubo, entonces se desvaneció.

Xypher no podía respirar mientras se quedaba mirando el alma de ella en su mano. No podía creer que Jaden hubiese hecho eso por ellos.

¿Por qué?

Eso iba en contra de todo lo que él sabía sobre el demonio pactante.

A caballo regalado no le mires los dientes. Sabía que Jaden lo había sabido, no había nada en el mundo o en cualquier otro que él no hubiese hecho para liberar a Simone.

Su corazón latía de alegría, llevó el vial al cuerpo de ella y liberó su alma.

Ella abrió los ojos y se quedó mirándole.

– ¿Xypher?

– Tu peor pesadilla ha regresado.


Jaden se tomó un momento para volver a mirar a Xypher y Simone los cuales se sostenían el uno al otro con todo lo que tenían.

Él recordó una época en la que había hecho lo mismo.

– Hagáis lo que hagáis, no os traicionéis el uno al otro.

La banda sobre su cuello se calentó y lo perforó. Dando un respingo, los dejó y regresó a su maestro. Los vientos abrasadores le cortaban el cuerpo cuando se paró, esperando.

– ¿Qué has hecho?

– Mi trabajo.

Una ráfaga invisible le laceró la mejilla hasta el hueso. Jaden maldijo ante el dolor de la herida.

– Pero sin valor. ¿Dejaste ir a la hija de Palackas?

– Cumplí un pacto que fue hecho de buena fe.

Otra ráfaga lo cortó tan profundamente a través del torso que lo forzó a ponerse de rodillas.

– Tu compasión me disgusta.

– Sí, bueno, tú tampoco me emocionas exactamente- Jaden se dio cuenta que debería haberse guardado su opinión para sí mismo cuando fue lanzado contra la pared.

– Un día, perro, aprenderás obediencia.

Jaden tragó cuando sus ropas le fueron arrancadas. Sabía que castigo estaba por llegar e iba a dolerle como el infierno.

Sí, Xypher y Simone le debían más de lo que podían siquiera soñar.


Xypher suspiró cuando se derrumbó contra Simone quien estaba todavía ronroneando de satisfacción.

– Me gusta el sexo demoníaco -dijo ella, rodando para sujetarlo a la cama.

– Te dije que lo haría.

Ella se rió, entonces lo besó sin pensar.

– Gracias, Xypher.

– ¿Por qué?

– Por intentar protegerme.

– Yo no fui la que comerció con mi alma para sacarme del infierno.

– No, pero diste tu vida para mantenerme a salvo. Creo que eso nos pone a la par.

Él acunó su cara en las manos.

– Te amo, Simone. Y juro con cada parte de mí que jamás dudarás de eso.

Ella cogió su mano derecha en las de ella y le besó los nudillos.

– No te preocupes, no lo haré.

Simone sonrió antes de tenderse boca abajo sobre él y mantenerlo cerca. Cerrando los ojos, se dio cuenta de que Xypher le había dado mucho más que su amor. Le había dado una familia y le enseñó cosas sobre ella misma que nunca había conocido.

Por primera vez en su vida, tenía un verdadero futuro hacia el que mirar.

Y una familia que estaría con ella sin importar el qué.


***

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