CAPÍTULO 1

Café Maspero

Nueva Orleáns


Febrero 2008


– ¿Alguna vez has deseado poner la cabeza en una licuadora y encenderse el interruptor?

Simone Dubois frunció el ceño, seguidamente se rió de Tate Bennett, el médico forense de la parroquia de Nueva Orleáns, mientras él tomaba asiento en la mesa de madera oscura, frente a ella. Como siempre, Tate estaba impecablemente vestido llevaba una camisa blanca con botones en el cuello y pantalones negros flojos. Su piel era oscura y perfecta, un regalo de su herencia criolla y haitiana. Con rasgos bien definidos, esculpidos, era extremadamente guapo y esos ojos oscuros nunca perdían un detalle.

Su atuendo impecable era un contraste agudo con los descoloridos vaqueros, el suéter azul marino y la mata alborotada de rizos marrón oscuro que nunca obedecían a ningún estilo que intentara darle Simone. El único rasgo que considero remotamente interesante eran sus ojos color avellana que se volvían oro cada vez que les daba el sol.

Ella se limpió la boca con la servilleta.

– Honestamente… no puedo decir que lo haya deseado. Pero ha habido algunos otras cabezas a las que me gustaría hacerle eso. ¿Por qué?

Dejó caer una carpeta delante de ella.

– ¿Cuántos asesinos en series puede tener una ciudad?

– No estoy al tanto de esas estadísticas. Depende de la ciudad, supongo. ¿Estás diciéndome que tenemos otro aquí?

Él desenvolvió sus cubiertos y colocó su servilleta sobre su regazo.

– No lo sé. Han llegado a mi oficina un par de extraños asesinatos en las últimas dos semanas. Aparentemente sin conexión.

Esas palabras estaban cargadas de significado.

– Pero…

– Pero tengo una sensación sobre esto y no es la clase de oh-mira-es-del-tipo-del-mundo-luminosamente-brillante.

Simone tomó un sorbo de refresco antes de abrir el archivo y hacer una mueca con las grotescas fotos de la escena del crimen. Como siempre, eran sangrientas y detalladas.

– Me encantan los regalos que me traes para el almuerzo. Otras chicas consiguen diamantes. ¿Y yo? Consigo masacres, sangre y todo antes del mediodía. Gracias, Tate.

Se inclino y le robó una patata frita francesa de su plato.

– No te preocupes, Boo. Te los compraré. Además, eres la única mujer que conozco que puedo encontrarme en el almuerzo y con la que puedo hablar de trabajo. Todas las demás se ponen muy sensibles.

Alzó la vista.

– Sabes, no estoy segura de que esto sea un verdadero cumplido.

– Confíe en mí, lo es. Si LaShonda alguna vez recupera la sensatez y me abandona, entonces eres la siguiente Sra. Tate.

– Otra vez, no seas tan adulador con ninguna de nosotras. ¿Debería decirle a LaShonda lo qué su maridito piensa de ella? -Le tomo el pelo.

– Por favor no lo hagas. Podría envenenar mi cush-cush… o peor aún, podría golpear mi culo-culo.

Simone se rió de nuevo.

– No te preocupes, me aseguraría y la llevaría ante la ley por ello.

– Estoy seguro de que lo harías. -Se detuvo para pedir un “bocadillo” de cangrejo y patatas fritas a la camarera. Simone continuó mirando las fotos mientras él hablaba con la joven gótica que tomaba su pedido.

Si, estas imágenes eran bastante horripilantes. Pero claro, esta clase de fotos normalmente lo eran. Cómo odiaba ese mundo que estaba lleno de personas capaces de hacer cosas horribles a los demás. Lo que la gente puede hacerse unos a otros era bastante malo. Lo que los otros, los habitantes no humanos pueden hacer era completamente otra pesadilla. Literalmente.

Y estaba más que un poco enterada de ambas clases de monstruos.

La camarera se dirigió de nuevo hacia la cocina.

Tate se inclino más cerca.

– ¿Recibiste algunas vibraciones desde el otro lado?

Negó con la cabeza.

– Sabes que no funciona de ese modo, T. Tengo que tocar el cuerpo o algo que haya pertenecido a la víctima. Las fotos sólo me dan un fragmento de información… y escalofríos.

Temblando de simpatía por la forma en que la pobre mujer había muerto, cerró el archivo y lo volvió a empujar hacia él.

– ¿Quieres venir a la morgue conmigo después del almuerzo?

Ella arqueó una ceja por su propuesta.

– Me estremezco con las frases de conquista que debiste de utilizar la noche en que conociste a LaShonda. ¡Ven conmigo, monada, y contempla mi colección de cadáveres!

Él se rió.

– ¡Dios! Amo tu sentido del humor.

Lástima que sea un hombre casado una de las pocas personas que realmente captará su excéntrico sentido del humor. La otra persona que realmente lo apreciaba era un fantasma adolescente que había estado atormentándola desde que tenía diez años.

Jesse estaba sentado a la derecha de Simone, pero era la única que lo sabía. Nadie más podía verle u oírlo, oh, que suerte tenía. Especialmente desde que Jesse se había quedado bloqueado en un punto de finales de los 80. El caso en cuestión era, que llevaba puesto una chaqueta de sport azul clara evocadora de Don Johnson de Miami Vice con una camisa negra estilo Pompadour cortesía de Jonh Cryer de la película Pretty in Pink. Jesse era un gran fan de John Hughes que la obligó a ver demasiadas reposiciones. Completando su poco convencional conjunto con una corbata fina de raso con un teclado y a juego unas Vans a cuadros blancos y negros.

– No quiero ir a la morgue, Simone -dijo Jesse entre dientes-. No me gusta.

Ciertamente lo podía entender inmediatamente después de la oficina de proctología (estudio de las alteraciones del ano y recto).

Le dedico a Jesse una mirada compasiva, pero ambos sabían que ella no tendría otra opción salvo ir. No había nada que ella no hiciera para llevar ante la ley a un asesino y eso incluía frecuentar la escalofriante morgue de la ciudad en vez de su laboratorio en Tulane.

– ¿Así cuál es la parte más extraña sobre estos asesinatos? -Preguntó, tratando de distraer a Jesse de repetir una perorata acalorada con la que estaba más que familiarizada.

Además, él podía irse a casa sin ella, solo que no le gustaba estar en casa cuando ella no estaba allí. Jesse podía ser un fantasma muy necesitado algunas veces.

Tate le robó otra patata frita antes de contestar.

– El hecho de que aquí la Srta. Gloria se levantó y se marchó de la mesa de examen.

Simone se atragantó con la Coca-Cola que bebía.

– ¿Discúlpame?

– Escuchaste bien. Nialls está ahora con una camisa de fuerza por eso. Se volvió tan loco que tuvimos que llamar al psiquiátrico.

Ella tosió dos veces para aclararse la voz antes de hablar de nuevo.

– ¿La víctima estaba en coma?

– La víctima estaba muerta como una piedra. Como vistes en las fotos, le habían arrancado la garganta y Nialls acababa de abrirle el pecho para la autopsia. Tenía su corazón en las manos cuando ella empezó a respirar.

– Uh-huh… -fue la única respuesta que pudo dar durante un momento-. Y se levantó y se marchó…

Él asintió desanimadamente.

– Bienvenido a mi mundo. Oh, espera, bienvenida a tu mundo. El tuyo es aun más extraño que el mío. Al menos no vivo con un fantasma que tiene su propio dormitorio en mi casa -echó un vistazo alrededor de la mesa, luego bajó la voz-. ¿Jesse está aquí?

Simone inclinó su cabeza en dirección a su amigo que estaba sentado y la miraba con el ceño severamente fruncido.

– Por favor explícame cómo se levantó mientras él sostenía su corazón -dijo lentamente.

– Eso es lo que quiero que me digas. Mira, trato con… bien, la mayoría de los días, la extraña mierda paranormal. Eres la reina de lo extraño. Necesito a la reina en esto antes de que tenga que empezar a contratar a un nuevo médico forense que no se vuelva loco cuándo los muertos se escapen de las mesas. ¿Sabes dónde puedo encontrar algunas de estas insólitas personas? Sé que pasas el tiempo con ellos.

– Gracias, Tate. Siempre espero estas palabras de aliento que sostiene nuestro ego.

– Sí, pero al menos sabes que te quiero.

– Al igual que un agujero en el zapato.

Se rió.

– No es verdad. Eres la mejor maldita médico forense que alguna vez he visto y lo sabes. Si pudiera conseguir que te fueras de Tulane y contratar tu culo para la ciudad, me encantaría hacerlo en un segundo. El hecho de que eres la única con la que puedo hablar sobre las muertes paranormales es una gran ventaja para mí. Algún otro me tendría en un cuarto al lado de Nialls.

Simone trató de alcanzar su pepinillo.

– Es cierto que me dijeron que tienen drogas increíbles para ayudar a reprimir esas alucinaciones.

– Entonces contrátame. Definitivamente las podría usar.

Precisamente podría usarlas, pero eso era otra historia. No obstante, su vida entera era lo suficientemente extraña para considerarla una alucinación masiva.

Si sólo lo fuera.

Simone hizo una pausa mientras recibía una absurda sensación extraña en el estómago de nuevo. Recorrió con la mirada el oscuro restaurante, seguidamente por la ventana a la izquierda que exhibía el tráfico en Decateur Street. Nada parecía fuera de lo normal, pero todavía la sensación persistía.

– ¿Hay algún problema? -Preguntó Jesse.

– He tenido esa sensación de nuevo.

Tate la miró con ceño.

– ¿Qué sensación?

Su cara se acaloro con la pregunta.

– Sé que suena loco.

– Acabo de tener un cuerpo escapándose de la mesa en mitad de una autopsia ¿Y crees que tu historia es chiflada? Claro, Boo…

Eso era lo que más le gustaba sobre Tate. La hacía sentir casi normal. Sin mencionar que era la única persona además de ella que sabía de Jesse. Claro que ella era también la única persona fuera de un puñado pequeño que sabía que Tate era un Escudero de los Dark-Hunters, un grupo de guerreros inmortales que perseguían y ejecutaban a los vampiros Daimons que vivían de las almas humanas.

Bravo, su vida era todo menos normal.

Así que… ¿Por qué debería preocuparse, por el hecho de sentir como si algo malo la estuviera vigilando? Probablemente lo estuvieran haciendo. Y desafortunadamente, no sería la primera vez. Sólo quería asegurarse de que no fuera la última.

– ¿Sabes de dónde viene? -Preguntó Jesse.

– No, no lo puedo localizar con toda precisión. Todo lo que sé es que me pone la piel de gallina.

Tate se reclinó en la silla para mirarla a los ojos.

– Realmente desearía poder oír a Jesse. Es tan desconcertante cuando los dos estáis hablando. Me pregunto si no está sentado ahí, burlándose de mí.

Ella sonrió.

– Jesse solo se burla de mí.

– Eso no es verdad.

Miró a Jesse.

– Sí que lo es.

– No, no lo es -insertó Tate.

Simone lo miró ceñudamente.

– ¿Sabes lo que estas discutiendo?

– No realmente. Simplemente parecía natural añadir eso.

Se rió.

– Cómo conseguí mezclarme con vosotros dos, nunca lo sabré. -Pero eso no era cierto. Jesse había venido a ella durante la hora más oscura de su vida y había estado con ella desde entonces.

Tate… había estado allí cuando había llegado a estar más cerca que nunca de capturar al asesino de su madre y su hermano.

Lamentablemente, su corazonada no había salido bien y la evidencia aunque les dio una pista del asesino de su madre, había estado demasiado corrompida para usarla. Aun así, Tate había luchado por ella a brazo partido aún cuando él no la conocía en aquella época. Eso significaba más que nada para ella y habían sido amigos desde entonces.

No había nada que no hiciera por él y él lo sabía.

Tate, LaShonda, y Jesse eran la única familia que tenía.

Él se inclino hacia atrás y esperó a que la camarera le pusiera el plato sobre la mesa y se fuera antes de hablar otra vez.

– ¿Estás segura de que no es uno de los fantasmas que ves observándote de cerca?

Negó con la cabeza.

– No. Nunca son así de sutiles. Generalmente saltan a lo, “Ey tú, zorra, hazme una oferta”. Esto… esto es otra cosa.

– El mal viene hacia ti -dijo Jesse con una voz sombría, resonante.

Simone entrecerró los ojos en él.

– Odio cuando haces eso.

Tate se echó hacia atrás como si estuviera ofendido.

– ¿Qué hice?

Ella le sonrió.

– No es a ti. Jesse. Usa su voz de fantasma para mí. Es sumamente inquietante.

– Sí, pero todavía me quieres -Jesse le guiñó el ojo.

– Por supuesto que sí. Pero ahórrate la voz fantasmagórica.

– Lo haría si cualquier otro me pudiera oír. ¿Tienes alguna idea de lo que jode? No, porque todo el mundo te escucha cuando hablas. -Se levanto y bailó en la esquina- ¡Eh, gente! -gritó-. Miren el sorprendente baile de los fantasmas. -Agitó sus brazos alrededor y sacudió el cuerpo-. Soy malo. Soy malo. Soy malo. -Se detuvo y miró en torno a la gente que seguía hablando de sus negocios, ajenos a sus excéntricas payasadas-. Ves. Apesta.

Ella fulminó a Jesse con una seca mirada, quien alzó las manos en señal de rendición. Había momentos en que era un extraño cruce entre una madre fastidiosa y una esposa combinada con un hermano loco.

Enfocó su atención en Tate.

– En cualquier caso, volviendo a la muerta… ¿La policía tiene alguna pista?

Tate negó con la cabeza.

– Fue encontrada tirada en un callejón en Warehouse District. Le lastimaron la garganta con algo parecido a una garra. Demasiado grande para ser de un animal y demasiado serrada para ser la marca de un sencillo cuchillo.

– Definitivamente no es un ataque Daimon por tanto. -Los Daimons eran una raza de vampiros que llamaban casa a Nueva Orleáns… y a diferencia de muchos de los demás que hacían reclamaciones ambiciosas de que chupaban sangre, estos tipos eran reales y letales depredadores con poderes sobrenaturales altamente desarrollados. Como forenses, ella y Tate estaban acostumbrados a ver pasar su obra por sus oficinas.

Su aceptación y buena voluntad de ayudar a cubrir las huellas de los Daimons era lo que la mantenía cerca de Tate. No protegían a los Daimons, mantenían al resto de la humanidad a salvo por no informarles sobre lo que había realmente allí afuera listo para destruirlos. Si la humanidad alguna vez lo conociera, se volvería loca y se mataría a gente inocente, también.

Lo malo era que a pesar de que el Daimon bebía sangre, no se alimentaba de ella. Se alimentaba de almas humanas reales. Afortunadamente una sola alma humana los podía mantener alimentados durante mucho tiempo, de modo que por regla general, no estaban a la caza de víctimas todas las noches.

Si se puede llamar afortunado a eso. Lo cuál Simone hacía, y eso más que nada decía apenas cuán rara era su vida.

Los Daimons dejaban sus agujeros en cualquier momento, por lo que los Dark-Hunters para los que Tate trabajaba saldrían a buscarlos, esperando detenerles de asesinar a más personas. Un plus por las muertes de los Daimons era que también se liberaba las almas humanas que habían sido devoradas, de modo que las víctimas pudieran seguir hacia la otra vida.

Tate mojó la patata frita en salsa de tomate.

– Definitivamente no Daimon -repitió-. Se le dreno toda la sangre, y ya que ninguna fue encontrada en la escena del crimen, suponemos que murió en alguna otra parte y fue abandonada en el callejón. ¿Seguro que no la puedes convocar de la tumba y preguntarle lo que le sucedió?

– Esa sería una sacerdotisa budú, Tate. Los muertos vienen a mí, no al revés.

Sofocó una mirada de desilusión.

– Necesitamos encontrar el cuerpo cuánto antes. Sus padres están de camino desde Wichita y no quiero decirles que su niñita esta AUSENTE SIN PERMISO de la mesa de examen.

– ¿Conseguiste algo de Nialls?

Tate se mofó.

– Nada coherente. Como te puedes imaginar, estaba un poco histérico. Todo lo que dijo fue que ella le sonrió al salir por la puerta.

– ¿Así es que no sabes si era un zombi entonces?

– Afortunadamente, nunca he visto a un zombi. Muchas otras mierdas raras en el trabajo, pero eso no. ¿Lo has visto?

– No. Sin embargo, he aprendido a no preguntar cosas así. Si hay una leyenda, entonces hay algo real detrás de ella.

Asintió con su bebida.

– ¿En cuánto a tus contactos con los Escuderos? ¿Tienen algo que ofrecer en esto?

Tate negó con la cabeza.

– Ninguno de ellos sabe nada más sobre los muertos andantes a nuestro alrededor que tú o yo. Los demonios no hacen resucitar a los muertos. Destruyen la vida.

Simone miró a Jesse.

– ¿Tienes alguna sugerencia?

– Sólo que lamento que mi cuerpo todavía no anduviera por alrededor. Haría mi no muerte más fácil de soportar.

– Gracias por la poca ayuda, Jess. Eres tan mono.

Simone no habló mucho más mientras terminaban el almuerzo, y luego se dirigieron a la morgue. Jesse optó por permanecer al margen mientras ella siguió a Tate a la cripta. Honestamente, no podía culpar a Jesse por sus sentimientos. A ella no le gustaba andar con muertos, aunque fuera, Jesse a pesar de todo. La única razón de hacer lo que hacía era ayudar a las víctimas y a sus familias. Lo último que quería era respaldar y dejar ir libre al asesino de otra persona, después de haber visto a su madre y hermano muertos a tiros ante ella.

Era la razón por la que trabajaba para la ciudad gratuitamente y por la que se pasaba la vida formando a la siguiente generación de forenses en Tulane. Creía que podía hacer más bien enseñando a otros médicos forenses que lo que podía hacer trabajando en casos comunes. Mientras más personas hicieran bien su trabajo, menos criminales saldrían libres para matar de nuevo.

Esa filosofía era también la que la mantenía soltera. La mayoría de los hombres no apreciaban el hecho de que una mujer fuera hábil tanto con un bisturí como con una pala.

Tate abrió una puerta en medio de la bóveda de la cripta y saco un cajón vacío.

– Estaba guardada aquí adentro.

– ¿Tienes algunos de sus artículos personales?

– Déjame traértelos.

Simone cerró el cajón y se giró ligeramente mientras sentía una presencia detrás de ella. Era una joven en torno a los veinticuatro. Su pelo marrón estaba alborotado y parecía algo confundida. Era una condición natural para muchos de los recién fallecidos.

– ¿Puedo ayudarte? -preguntó Simone a la chica.

– ¿Dónde estoy?

Simone vaciló. Nunca le gustó ser la que debía decirle al otro que no estaban vivos.

– ¿Qué es lo último que recuerdas?

– Iba hacia casa desde el trabajo.

Ese era un buen principio. Si Simone pudiera ayudar a la mujer a recordar más detalles de su vida justo antes de que se terminara, entonces podría recordar su muerte, también.

– ¿Cómo te llamas, cielo?

– Gloria Thieradeaux.

Un escalofrío bajo por su columna vertebral mientras Simone la reconocía de las fotos. Ésta era la mujer cuyo cuerpo se había levantado y paseado por la morgue.

Merde.

El fantasma miró alrededor de la habitación.

– ¿Por qué estoy aquí?

– No estoy segura. -No más segura que ella de cómo se había reanimado su cuerpo a sí mismo.

– ¿Por qué no puedo tocar nada? -La agonía en su voz trajo lágrimas de simpatía a los ojos de Simone.

No había nada que evitara la respuesta y ninguna posibilidad de hacerlo amable o tierna a la pobrecita.

– Me temo que estas muerta.

Gloria negó con la cabeza.

– No. Solo necesito llegar a casa. -Frunció el ceño mientras miraba alrededor de la habitación como tratando de identificar algo-. Pero no recuerdo dónde vivo. ¿Te conozco?

Simone hizo una pausa. Algo no estaba bien. Era normal que un nuevo fantasma este ligeramente desorientado, pero Gloria estaba más que eso. Era como si faltara una parte suya.

– ¡Jesse! -Llamó Simone-. Sé que odias estar aquí dentro, pero realmente, realmente te necesito.

Se manifestó justo al lado de ella.

– ¿Sí, jefa?

Le indicó a Gloria con una inclinación de la barbilla.

– No sabe dónde vive.

Su ceñudo semblante fue feroz.

– ¿Recuerdas cuándo te mataron?

– Jesse -dijo entre dientes-, un poco de tacto, por favor.

Ignorándola, Gloria negó con la cabeza.

– No me siento muerta. ¿Estás seguro de que he muerto?

Simone pasó la mano a través del abdomen de la mujer.

– O es eso, Princesa Leila, o eres un holograma.

Gloria clavó los ojos en ella entre una mezcla de horror e incredulidad.

– ¿Cómo hiciste eso?

Jesse respondió por ella.

– No tenemos cuerpo. Todo lo que tenemos es nuestra esencia y nuestra conciencia.

Gloria se tambaleó hacia atrás como abrumada.

– No entiendo. ¿Cómo puedo estar muerta y no saberlo?

Jesse se encogió de hombros.

– Ocurre. No es común, sabes. La mayoría de la gente sabe cuándo mueren, pero de vez en cuando, alguien se queda atrapado en éste plano sin darse cuenta de que están muertos.

Gloria sacudió la cabeza negando.

– No puedo estar muerta. Tengo los finales.

– La Muerte no espera por nadie, pequeña -dijo Jesse locuazmente-. Créeme, tengo experiencia de primera mano ahí. Es jodido, pero no obstante es nuestra realidad.

– ¿Qué pasa?

Simone giro en dirección a la voz preocupada de Tate. Estaba detrás de ella con un sobre del papel marrón en la mano.

– Encontré a Gloria.

– Bien, ¿dónde esta ella?

Simone recorrió la mirada hacia donde Jesse y Gloria estaban uno al lado del otro.

– Bien, su fantasma está justo delante de mí. Desafortunadamente, no tiene más pistas sobre el paradero de su cuerpo que nosotros.

Tate dejó escapar un aliento frustrado.

– ¿Cómo puede ser eso? Digo, de verdad, ¿no debería tener el fantasma como un radiofaro direccional de su cuerpo o algo por el estilo?

– Tendría sentido. Pero desgraciadamente, las dos partes se separan y el espíritu nunca vaga detrás del cuerpo… al menos no que yo sepa. -Simone miró a Jesse, quien afirmo con la cabeza conforme.

Tate le tendió el sobre.

– ¿Así que eso dónde nos deja?

– Con un misterio tremendo -Simone tomó el sobre de sus manos y alcanzó a tocar dentro un collar que debía de haber pertenecido a Gloria.

Cerrando los ojos, trató de obtener alguna percepción de la hora y el lugar donde Gloria había estado.

No ocurrió nada.

Ni siquiera pudo obtener una emoción de ello, lo cual era sumamente excepcional para ella. Desde que tenía cinco años, Simone había podido recoger las emociones que estaban conectadas a los objetos tan pronto como los tocaba.

Lo dejó caer de nuevo en el sobre.

– Te sugiero que llames a tus camaradas Escuderos y consigas que empiecen a buscar el cuerpo mientras Jesse y yo intentamos ayudarla a recordar algo que nos pueda conducir hacia su paradero.

– Veré lo que puedo hacer. -Simone se dirigió a Jesse.

– Te he oído -dijo antes de que ella pudiera hablar-. Vamos a explorar el callejón donde fue encontrada buscando pistas.

– Exactamente.

Tate hizo una pausa delante de la puerta con el ceño fruncido.

– ¿Exactamente qué?

– Jesse y yo vamos al Warehouse District. Te mantendré informado si encontramos algo.

– Por favor hazlo. -Tate mantuvo la puerta abierta a fin de que ella y sus "colegas" pudieran salir.

Ella empezó a bajar por el blanco pasillo espartano.

– ¿Hey, Simone?

Miró hacia atrás a Tate que estaba a punto de dirigirse en dirección opuesta.

– ¿Sí?

– Ten cuidado.

Esas palabras la entibiaron. Tate y LaShonda eran las únicas personas en el mundo que la echarían de menos, si algo le sucediera a ella.

– Siempre tengo cuidado, Boo. Lo sabes.

Inclinó su cabeza hacia ella.

– Por eso mismo, mantén tu pistola aturdidora cargada y llámame tan pronto como hayas terminado. No quiero recibir otra llamada de ese callejón. He enterrado a bastantes personas a las que quiero. No quiero hacerlo de nuevo.

Ella sonrió por su preocupación.

– Es un callejón, Tate. Hay un millón de ellos en esta ciudad. Estaré bien.

Asintió con la cabeza antes de dirigirse hacia su oficina.

Simone se tomó un segundo mientras esa extraña sensación se apoderaba de ella otra vez. Nunca había entendido esas extrañas sensaciones. Pero una cosa que recordaba claramente… la primera vez que la había tenido.

– Voy y vengo, cariño. Espera en el coche y no te muevas. -Esas fueron las últimas palabras que su madre le había dicho antes de que ella tomará a su hermano para entrar en la tienda.

Y murieron.

Simone se sobresaltó mientras el desenfrenado dolor desgarraba a través de ella. En un instante, todo puede cambiar. Era el mantra por el que vivía su vida y una lección que había aprendido demasiado bien cuando solo tenía diez años.

Nunca des nada ni a nadie por sentado.

En un segundo, la vida cambia y todo lo que puedes hacer a veces es esperar estrictamente lo necesario, justo para ir tirando.

Intentando no pensar en ello, se encamino por el vestíbulo, hacia la puerta que la conducía al aparcamiento.


Kalosis (Reino Atlante Del Infierno)


Stryker caminaba por el oscuro pasillo que le llevaba desde su dormitorio hasta la sala del trono, donde celebraba la comparecencia de su ejército Daimon. No debería haber nadie a esta hora del día…

O de la noche. Cualquiera que fuera. Seamos realistas, aquí en el infierno realmente no importaba.

En Kalosis, estaba siempre oscuro ya que cualquier cantidad de luz del día era fatal para su pueblo. Esa había sido una maldición de su padre, Apolo, quien en medio de un ataque de rabieta había condenado a todo la raza Apolita que Apolo había creado a ser desterrado del sol.

Y morir dolorosamente a la edad de veintisiete años. La única forma que un Apolita podía sobrevivir después de su vigésimo séptimo cumpleaños era tomar un alma humana en su cuerpo. Desde ese momento, el Apolita se convirtió en un Daimon, una criatura demoníaca que tenía que continuar devorando almas humanas para mantenerse con vida.

Seguro que esto era una existencia miserable y fría, pero mucho mejor que la alternativa.

Además, Stryker había sobrevivido once mil años como Daimon, no había existencia sin beneficios. Y recompensas.

Muy entreteniendo con el pensamiento, hizo una pausa antes de entrar en la sala del trono mientras divisaba a su hermana, Satara, rodeada por una neblina rojiza como se sentaba en lo alto de su trono. Su pelo era negro, algo que rara vez escogía como color. Mascullaba palabras en griego antiguo mientras oscilaba con una silenciosa canción.

Claro…

Aclaró la garganta, pero ella le ignoró. Nada divertido por sus acciones, cruzo los brazos sobre el pecho y acortó la distancia entre ellos.

Lo que cantaba le divirtió todavía menos que no le hiciera caso.

– ¿Por qué estas convocando a un demonio?

Un ojo, ensangrentado, se abrió para inmovilizarle con una mirada fiera.

– No lo convocó. Lo controlo.

Él arqueó una sola ceja.

– ¿De verdad? ¿Y con quién te has enojado para enviar a un demonio sobre él?

– ¿Qué te importa? -Cerró el ojo y continúo su cántico.

Si hubieran tenido una relación cariñosa, entonces Stryker quizás lo habría dejado en eso. Pero estaba lejos de ser un hermano cariñoso y ella era para siempre su maldición. Chasqueando los dedos, iluminó todo el hall.

– Si quieres matar a alguien, conozco algunos demonios gallu que se mueren por comer.

Dejó escapar un grito chillón antes de abrir los ojos y levantarse del trono.

– Como si ellos hicieran algo de los que le pido. Eres un idiota por permitir que los gallu se queden aquí. Es lo mismo que acostarse con una jauría de lobos salvajes a tus pies. Tarde o temprano, atacarán y estarás muerto.

Como si él tuviera miedo de algunos desechos sumerios.

– Kessar y su cuadrilla no me asustan. -La ambición insaciable de su hermana lo hacía. No había nada que ella no hiciera para obtener lo que quería y él lo sabía-. ¿Detrás de quien andas?

– Hades dejó a ese bastardo de Xypher salir de su agujero.

El nombre le era vagamente familiar, pero por su vida, no podía recordar quién era.

– ¿Xypher?

Satara puso los ojos en blanco.

– ¿Oh, cómo pudiste olvidarle? Él fue el primer Dream-Hunter que engatusé para que se alejara de sus funciones y convertirlo

Stryker negó con la cabeza mientras recordaba al dios que había sido difícil de controlar en el instante en que olfateo alrededor de los talones de Satara. Había necesitado una serie de dioses para detener al bastardo y matarlo.

– Hablando de lobos en la garganta. ¿No te advertí acerca de él?

– Oh cállate.

Stryker groseramente la apartó para poder tomar su lugar en su trono.

– Sabes, hermanita, fingiría ser agradable ahora mismo si yo fuera tú. Después de todo, tú eres la que esta escondida… en mi casa.

– No estoy escondida.

– ¿No? ¿Entonces por qué estas aquí? ¿No deberías estar en el Olimpo al servicio incondicional de tía Artemisa?

La furia en sus ojos le dijo que había golpeado un acorde. Bien. Vivía para fastidiar a la gente.

– Xypher tiene que ser detenido. Me matará si tiene la oportunidad.

– ¿Tu crees? Engatusaste al hombre sacándolo de su cómoda vida de dios, causaste que lo redujeran y a continuación lo mataran y torturaran para la eternidad. No me puedo imaginar porqué no te trae rosas y bombones.

Ella lo observó con desprecio.

– Bueno, por lo menos yo no abrí la garganta a mi propio hijo.

Stryker empujo la mano hacía fuera y la atrajo a su alcance con sus poderes de semidiós. Apretó su garganta hasta que sus ojos se le hincharon y sintió que su laringe empezaba a aplastarse.

– Xypher no es el único hombre a quien deberías tener miedo. -La apartó de un empujón.

Satara se agarró y se sofocó mientras le miraba furiosamente.

– Lo he dado todo por tí, Strykerius. He espiado para ti y te he contado cosas que a nadie más contaría. ¿Ahora te pido una mínima cantidad de protección y qué es lo que haces? Amenazarme. Bien. Saldré, y cuando Xypher me mate, espero que pienses en esto y recuerdes que tú eres la única razón por la que estás solo en este mundo.

Stryker se frotó la frente, agradecido de no poder conseguir un dolor de cabeza de su acalorada perorata llorona.

– Oh, deja el dramatismo. Nunca he sido uno de los del teatro. Eres bienvenida para esconderte aquí y soltar al mayor número de demonios en el mundo humano como desees, pero antes de que aniquiles completamente mi fuente de alimento, ¿te puedo ofrecer una sugerencia?

– ¿Qué?

Stryker manifestó un conjunto de brazaletes dorados en la mano uno de los tres pares que habían sido descubiertos apenas dos años atrás. Uno de sus generales los había encontrado y se los había traído, sin saber lo que eran.

Pero Stryker lo sabía, y reservaba un par para un "amigo" muy especial.

Él le tendió los brazaletes.

Tomándolos, hizo una mueca como si estuvieran hechos de carbón y no de oro Atlantean.

– ¿Qué hago con estos?

Suspiró de cansancio. Había momentos en que ella era brillante y otras veces tenía que manejarla como si tuviera el intelecto de una cabra de cinco años.

– ¿Cómo matas a un dios?

– Le quitas sus poderes.

Inclinó la cabeza con aprobación.

– ¿Si no puedes hacer eso?

– Seduces a un Chthonian y le dices que el dios te atacó, entonces te ríes mientras el Chthonian le extirpa la vida. Pero no tengo tiempo para eso. Xypher esta a un paso de bajar para atacar aquí y matarme.

Stryker la gruñó con irritación.

– Deja de pensar como una puta por un minuto. La mejor forma de acabar con un enemigo es atacando su punto más débil.

Se puso las manos en las caderas. Los brazaletes colgaban de la mano derecha precariamente como si fueran imitaciones baratas y que no valiesen más que un reino humano… o su vida.

– No tiene ninguno.

Stryker entrecerró los ojos en los brazaletes.

– Ponle uno de estos y lo tendrá.

Finalmente interesada en lo que había puesto él en sus manos, los inspeccionó.

– ¿Qué estás diciendo?

– Lo que digo, Themis; es que esos brazaletes pequeños de oro de tus manos son su Talón De Aquiles. Pásaselos a uno de mis Spathi Daimons y asegúrate uno para Xypher y el otro para un mortal y todos tus problemas se habrán acabado.

Sonrió mientras ella finalmente “Entendió” el significado de los brazaletes.

– Los amarran… Mato al mortal y Xypher muere.

Él asintió.

– Mejor que eso aún, si el mortal llegará a estar a más de seis metros de él, entonces el humano muere… y también él.

Ella se rió diabólicamente antes de acercarse al trono y besarlo en la mejilla.

– Sabía que te quería por una razón.

Stryker no era tan estúpido para creer eso ni siquiera durante un momento. Su hermana era incapaz de amar a nadie excepto a sí misma. Pero la había ganado para la causa como una aliada por algunos días más.

Satara lanzó al aire un brazalete y lo atrapó en sus manos.

– No puedo esperar para ver su cara cuando se entere de lo que es esto. -Luego se desvaneció antes de que Stryker pudiera darle un consejo más.

– Escoge al humano sabiamente. -Lo último que ella necesitaba era encontrar uno que realmente sabía como luchar contra ellos.


Cuando Simone terminó de dar su clase de la tarde y alcanzó el callejón, se acercaba el crepúsculo. Había un frío mordaz inoportuno en la brisa mientras salía de su Honda blanco y bajaba a la cuneta. Levantó el cuello del abrigo de lana más alto en el cuello y tiritó. Nunca le gustaba acercarse a la escena del crimen, especialmente después de haber sido limpiada. Ahora mismo, no había nada que marcará este como un lugar de violencia. Se parecía a todos los otros callejones de la ciudad.

Eso era lo que más la inquietaba.

La vida de Gloria había acabado abruptamente aquí mismo y sólo Gloria y su familia lo sabrían toda la vida. Centenares de personas lo rodearían; pasarían justo por este lugar sin darse cuenta del hecho, de que una joven había sido descargada aquí como otra tanta basura. El pensamiento de eso la dejó lívida y le recordó a su propia madre.

Simone se sobresaltó.

– ¿Estas bien? -preguntó Jesse.

– Sí. Mal pollo el del almuerzo.

– Comiste un sándwich de jamón y queso.

– Oh, calla la boca, sabelotodo. Deja de estar tan atento.

Metió la mano en su bolso y sacó un par de guantes de látex por si acaso pudiera encontrar algo. También la protegería de cualquier género perdido que quizás fuera un rescoldo. Esa era una cosa en la que continuamente fallaba con sus estudiantes. Cualquier ropa usada en la escena del crimen debería ser considerada como un riesgo biológico. En los últimos años había llevado a casa más contagio de los quería pensar y que solo la hizo alegrarse de vivir sola. Lo último que quería era hacer significativo otro mal.

Abrió su coche y arrojó el bolso dentro antes de sacar su caja de herramientas forense que contenía todo lo que necesitaría para conservar cualquier prueba que pudiera haber sido pasada por alto por la policía.

Gloria ladeó la cabeza mientras se quedaba con la mirada fija en el callejón.

El estómago de Simone se apretado con simpatía.

– ¿Recuerdas algo?

– Había unos gruñidos extraños. -Su voz era tranquila. Distante.

– ¿Gruñidos?

Gloria inclinó la cabeza.

– Era profundo y fiero, pero no realmente como un animal.

– ¿Eso era como esto? -Jesse hizo un ruido inhumano fantasmagórico.

Gloria lo miró con ceño.

– Eso suena como Darth Vader atragantándose con un hueso de gallina. No.

Él le pasó un indignado fulgor a Simone mientras ella estallaba en risas.

– Bien, lo era.

– Estupendo, a ver si te ayudo más.

Simone negó con la cabeza antes de sacar la linterna y se dirigieron a la zona donde había visto el cuerpo fotografiado. Había edificios en tres lados y un brillo en medio. El pasillo que lo circunda estaba interrumpido. Callejón típico con mucho tráfico de acero alrededor de él. Sin mencionar, que cualquiera en los edificios fácilmente podía asomarse a la ventana y ver bien donde estaban.

Le hizo preguntarse si había habido un testigo que hubiera visto al asesino.

Hecho un vistazo hacia donde Jesse hacía de Michael Jackson en Moonwalk mientras él examinaba el callejón y la calle. Todo lo que el muchacho necesitaba era una chaqueta de cuero roja claveteada con oro y un guante con lentejuelas.

– Perdóneme, Sr. Thriller o Beat o lo sea que estés tristemente volviendo a vivir… ¿Estas justo conmigo o este área es demasiada expuesta para que esto sea una ataque Daimon?

Después de dedicarle a ella un resplandor lleno de odio, Jesse estuvo de acuerdo

– Hay también mucho movimiento por aquí y no se habrían fijado en un poco de sangre sobre el suelo. Los bastardos son comedores negligentes.

– Yeah, eso es lo que entiendo yo también. Creo que Tate tenía razón cuando dijo que murió en otra parte. Pero las marcas de la garra en el cuello… Eso no es humano. Si no fue un Daimon, ¿qué la mató?

– Disculpadme, chicos -chasqueó Gloria-. Sucede que estoy aquí de pie. ¿Os importa?

Simone se encogió de miedo con su insensibilidad. Normalmente tenía mucho más cuidado con los espíritus a su alrededor.

– Lo siento.

Jesse se acercó a Gloria.

– Pero recuerdas estar aquí, ¿verdad?

Gloria inclinó la cabeza.

– Oí el ruido y a continuación traté de cruzar la calle para huir de él.

Simone

– Bueno -advirtió-. ¿Recuerdas cualquier otra cosa?

Gloria negó con la cabeza.

– Realmente no creo que este muerta. Digo, sé que me traspasaste con tu mano antes, pero recuerdo que vi esta película de Reese Witherspoon.

– Ojalá fuera cierto -señaló Simone.

– Yeah, esa era. Incluso uno pensaba que Reese era un fantasma, pero estaba solo en coma. Tal vez lo estoy yo.

Simone realmente deseó que ese fuera el caso. Miró a Jesse, esperando que él pudiera ayudar a Gloria hacerla comprenda que esto era el final y no había retorno por más que todos ellos desearon otra cosa.

Él le dedicó a Gloria una sonrisa comprensiva.

– Sé cómo te sientes. Esa incredulidad que se mantiene diciéndote que es un sueño, pero tienes que enfrentarte al hecho de que no estás en coma.

Simone suspiró mientras hojeaba el callejón vacío. Había solo un pedazo de papel y una taza aplastada de Starbucks. Nada más.

– En realidad no veo nada útil -dijo a los fantasmas-. La policía ha debido de obtener todo. Vamos a volver a ver a Tate y veamos lo que han desenterrado su gente.

Cuando dio un paso hacia su coche, oyó un sonido de chasquear con la lengua detrás de ellos que le produjo escalofríos. Nadie había estado allí antes…

– Seguro que no quiere dejarnos tan pronto. Después de todo, precisamente estamos aquí… y andamos buscando un buen bocado para comer.

Simone enfocó su linterna sobre el hombre que hablo. Un grupo, no era un hombre. Era un Daimon. Y no estaba solo.

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