CAPÍTULO 3

Xypher la empujó hacia Jesse.

– Vosotros dos quedaos detrás.

Simone no pretendía discutir, teniendo en cuenta el tamaño de la criatura que se aproximaba y el hecho de que su piel parecía estar hirviendo y echando humo.

Vistiendo una capa negra que flotaba a su alrededor, ensombreciéndolo completamente, excepto por esos espeluznantes ojos rojos, fue por Xypher tan rápido que ella apenas pudo distinguirlo.

Arremetieron uno contra el otro.

Xypher hizo girar al demonio, que rodó y le disparó una bola de fuego. Él esquivó el fuego, luego echó su mano adelante, para reenviárselo a Smokey, el Demonio.

No funcionó.

El demonio se echó a reír.

– Pobre Xypher. ¿Tienes problemas?

– ¿Para patearte el trasero, Kaiaphas? Nunca.

La capa se desvaneció. En la oscuridad, la piel hirviente del demonio se articuló como si fuera cuero. Su rostro mutó al de una gárgola, mientras que el algodón de su vestimenta se convertía en una lustrosa armadura negra, que se ajustaba a los musculosos contornos de su cuerpo. Sus ojos aún destellaban como brasas brillantes en el fuego.

Kaiaphas sacó una corta espada y la hizo girar alrededor de su cuerpo antes de atacar a Xypher, que esquivó la cuchilla. Una muñequera plateada apareció en su brazo, que no tenía el brazalete. Xypher la usó para desasir la cuchilla de las manos del demonio. Pero antes de que pudiera capturarla, Kaiaphas la atrapó en su mano izquierda e intentó apuñalarlo una vez más.

Girando sobre sus talones, Xypher empujó al demonio. Kaiaphas trastabilló, reincorporándose de inmediato.

Kaiaphas se echó a reír.

– Has mejorado.

– Sí, los críos crecen eventualmente. -Xypher le lanzó un puntapié, pero Kaiaphas atrapó su pierna y le dio un tirón.

Xypher dio una voltereta en el aire para aterrizar de pie. Echó a correr tras el demonio y lo cogió a la altura de la cintura. Ambos cayeron hacia atrás, aún luchando.

Simone quería correr, pero recordó, que mientras llevara el brazalete no podría alejarse demasiado sin provocar la muerte de ambos.

– Busca un arma -le susurró fuerte a Jesse, al tiempo que se ponía a buscar una rama de árbol o algo que le sirviera para ayudar a Xypher a acabar con el demonio.

De pronto, Jesse maldijo.

Simone se giró a mirar a los combatientes, para ver que había causado tal reacción en Jesse. En un abrir y cerrar de ojos, Kaiaphas hizo girar la espada en su mano y apuñaló a Xypher en el abdomen, atravesándolo de lado a lado.

Xypher emitió un jadeo. La sangre se juntaba alrededor de la empuñadura de la espada, fluyendo sobre la mano de Kaiaphas.

El demonio se rió.

– Parece que tus habilidades no han mejorado lo suficiente, ¿eh? -Luego le dio un cabezazo a Xypher. El golpe hizo tambalear hacia atrás a Xypher, y la espada salió despedida de su cuerpo.

Cayó al suelo de rodillas, mientras Kaiaphas elevaba su espada para el golpe de gracia.

Simone apretó los dientes, mientras revivía en su mente las muertes de su madre y su hermano menor. Un sentimiento de ira infundada la sobrecogió, impidiéndole pensar racionalmente.

En ese momento, el demonio se convirtió en el foco de veinte años de frustración y desesperanza, a causa de un sistema legal que le había fallado. Y una rabia tan amarga, que casi podía saborearla.

Pensando sólo en salvar a Xypher, Simone cogió el spray pimienta del bolsillo de su abrigo y echó a correr hacia el demonio. Apartándolo de un empellón con toda su fuerza, contuvo el aliento y lo roció con el spray.

Kaiaphas tosía y escupía. Echando chispas por los ojos, corrió tras ella.

Simone se preparó para el ataque, pretendiendo defenderse sólo con sus manos. Pero antes de que la cogiera, algo lo apartó de un empellón.

Un destello de cabellos rubios le confirmó que se trataba de Julián, que traía un arma consigo. Interponiéndose en su camino, forzó al demonio a alejarse de ella y de Jesse.

Mientras él se ocupaba del demonio, ella corrió hacia Xypher, que yacía en el suelo cubierto de sangre. Su rostro estaba pálido y temblaba visiblemente. La sangre brotaba a borbotones entre sus manos.

– Shh -le dijo Simone, apartándole la mano para poder verle la irregular herida-. Te tengo Xypher. No te preocupes. -Se giró para mirar sobre el hombro-. Jesse, ve al camión y tráeme mi maletín de emergencia.

Jesse se apresuró hacia el vehículo mientras ella examinaba la herida en el vientre de Xypher. Se veía espantosa. Y en cuanto lo tocó, el maldijo. Sus fosas nasales se dilataron y estaba segura de que la habría golpeado.

Afortunadamente, se desmayó antes de llevar a cabo la no pronunciada amenaza.

Ella elevó la mirada para ver a Julián envuelto en una impresionante lucha de espadas. Se movían tan de prisa, que sólo podía ver las chispas que centellaban cada vez que sus espadas chocaban. El sonido de metal contra metal era ensordecedor y envolvía todo excepto sus gruñidos e insultos.

De repente, en un movimiento fluido, Julián eludió al demonio y lo hizo a un lado antes de apuñalarlo en las costillas.

Tambaleándose hacia atrás, el demonio siseó, mostrando un juego completo de afilados dientes, antes de disolverse en la oscuridad. Todo lo que quedó atrás fue el hedor a sulfuro y algo que le recordaba a la melaza.

Julián estiró el cuello, como intentando percibir algo. Se giró hacia ella al tiempo que Jesse le alcanzaba el maletín. Ella se concentró en detener la hemorragia de Xypher. No le resultaba fácil, especialmente, cuando empezó a sentir que se mareaba.

– ¿Estás bien? -Le preguntó Jesse.

– No estoy segura.

Julián se arrodilló a su lado.

– Necesitamos sacarlo del punto de mira, si entiendes a que me refiero.

Ella ciertamente lo hacía. Habían sido afortunados, de que ningún coche circulara cerca durante la lucha… o peor aún, que el perro del vecino no hubiera necesitado un paseo.

– No podría estar más de acuerdo.

Un segundo después, estaban en la casa de Julián, en una habitación del segundo piso que estaba decorada en tonos verdes y cremas, y equipada con bonitas antigüedades Victorianas.

Ella y Julián se quedaron de pie junto al lecho de tamaño Queen mientras que Xypher yacía sobre el mismo.

Jesse apareció un segundo después y arrugó la nariz.

– Esa es una herida repugnante. Debe doler.

Julián hizo una mueca al ver como emanaba sangre por el costado de Xypher.

Sin decir una palabra, ella le rasgó la camisa a Xypher. Contuvo el aliento y se acordó de una de las ventajas de su trabajo. Los cadáveres, no sangraban sobre su mesa de reexaminación. No había atendido a un paciente vivo desde que fuera una interna en la universidad.

Julián miró sobre el hombro.

– ¿Cómo se encuentra?

– Esa… cosa, lo que sea que fuera, lo dejó hecho un desastre. La espada atravesó su cuerpo de lado a lado.

Julián hizo una mueca.

– Sí, esa herida duele bastante. Sufrí alguna de esas, tiempo atrás.

Ella decidió dejar pasar el comentario, mientras inspeccionaba la hemorragia sanguínea lo mejor que podía.

– Realmente necesito llevarlo al hospital, pero habiendo trabajado en la Sala de Urgencias durante años, sé la clase de preguntas que nos harán y que no podremos responder.

– Aguarda, os llevaré a uno.

Ella abrió la boca para protestar.

Julián levantó la mano para silenciarla antes de que empezara.

– Es un lugar seguro, llamado Santuario. La sala de hospital está equipada para este tipo de circunstancias. Es un lugar, donde aquellos que no son humanos pueden acudir en busca de auxilio. Tendrá todo lo que necesitas y no habrá preguntas sobre la procedencia de ninguno de vosotros.

Eso la hizo sentir mucho mejor.

– Bien. Porque a menos que empiece a curarse por sí mismo de inmediato, necesitará cirugía… rápido. O morirá.

La muerte, era una posibilidad que prefería evitar.

Julián miró la cama empapada de sangre e hizo una mueca de dolor.

– Debería haberte llevado allí antes de arruinar el edredón. Es lo que gano por intentar pasar por un humano todo el tiempo. A veces olvido mis propios poderes.

Lo próximo que supo, fue que se encontraban en algo parecido a un consultorio médico. El interior estaba revestido de acero, excepto por los pisos de baldosas blancas y las paredes también blancas, que estaban repletas de estanterías de vidrio atiborradas de medicinas. Había también una acolchada camilla, junto a la que se depositaban tres bandejas cubiertas de instrumentos médicos y quirúrgicos. Como le habían prometido, contenía todo lo que necesitaba para examinar a Xypher.

Julián se situó a su lado, cargando a Xypher en los brazos. Una tarea para nada sencilla, teniendo en cuenta que el hombre era varios centímetros más alto que él.

– Estoy desorientada -dijo Simone en voz baja mientras la asaltaba una sensación de mareo. Se abrazó al maletín más cercano para orientarse.

Ignorándola, Julián gritó:

– ¿Carson?

La puerta de la izquierda se abrió, para revelar la figura de un hombre alto, de origen Nativo Americano que los miró enfurecido. Su largo cabello negro estaba recogido en una firme cola de caballo y sus facciones afiladas, se asemejaban a las de un ave de rapiña.

– No gritéis. Tengo oídos extremadamente sensibles.

– Lo siento -respondió Julián-. Pero tenemos un problema. Carson, Simone. Simone, Carson. Él es cirujano.

– Oh, gracias a dios -dijo, agradecida de que hubiera otro doctor presente-. Yo sólo opero a los muertos.

Carson no hizo comentario al respecto. En vez de eso, su oscura mirada se posó sobre Xypher.

– ¿Y el tío que sangra sería…?

– Un Dream-Hunter.

Carson se quedó con la boca abierta ante la respuesta de Julián.

– ¿Sangran en el plano humano?

– Aparentemente, y parece que bastante.

Carson asintió brevemente antes de atravesar la sala para abrir una puerta tras ellos.

– Traedlo aquí y colocadlo sobre la mesa.

Julián no dudó en obedecer.

Simone lo siguió dentro de la sala de cirugía. Al igual que la habitación exterior, estaba limpia y esterilizada, tenía muebles de acero y grandes lámparas sobre la mesa quirúrgica. Se parecía a cualquier quirófano que ella hubiera visto antes y estaba impresionada con la calidad de los instrumentos y monitores. De hecho, sabía que varios hospitales matarían por encontrarse tan actualizados.

Mientras Julián depositaba a Xypher sobre la mesa, ella se encaminó a la pequeña habitación de la derecha donde un lavabo preparatorio aguardaba a que fuera a lavarse.

Carson la siguió de inmediato.

– Parece que sabes lo que haces.

– Soy Medico Forense y se me ocurrió que habrías de necesitar un asistente para la cirugía. -Se secó las manos con una de las toallas verdes que estaban apiladas sobre la repisa junto al lavabo.

El inclinó la cabeza antes de comenzar a enjabonarse las manos.

– Bien, mujer. Mi asistente de siempre tiene el día libre.

Julián apareció en la entrada con la ropa cubierta de sangre.

– Si nadie me necesita aquí, estoy planeando volver a mi casa a hacer un inventario de los daños de mi cama. Y a rezar a dios, que ninguno de mis vecinos haya visto la descomunal batalla que llevamos a cabo en la calle, con nuestro amigo demonio en el vecindario.

Carson carraspeó.

– Por favor, nada debe quedar grabado en cinta de video y Dios nos libre de las Cámaras Web. Juro que odio la era moderna.

Simone ignoró su mordaz comentario y miró a Julián a los ojos.

– Buena suerte y gracias por la ayuda.

Julián le sonrió y se desvaneció, mientras Carson acarreaba una mesa de instrumentos hacia la habitación contigua.

– ¿No necesitaremos máscarillas y uniformes? -Preguntó Simone.

Él negó con la cabeza.

– Me lavo las manos por hábito. Básicamente, ese amigo tuyo, debería ser inmune a los gérmenes que matan a los humanos. Y de cualquier modo, si algo pudiera infectarlo, sería algo contra lo que no podremos protegerlo.

– Oh -Simone se situó en el lado opuesto de la mesa y lo ayudó a remover el esparadrapo provisorio del costado de Xypher. Estaba un poco sorprendida de que Carson no le quitara los jeans a Xypher, pero parecía satisfecho dejándolo parcialmente vestido.

Dado que ella jamás había operado a nadie, mucho menos alguien que no fuera humano, mantenía sus conocimientos quirúrgicos en secreto. Obviamente, el hombre sabía lo que hacía o Julián no los hubiera traído aquí. Sin mencionar, que nadie habría pagado por todo ese equipamiento, a menos que supiera como usarlo.

Era obvio ¿no?

Ella esperaba que así fuera. Dando un paso atrás, vio como Carson lo abría y empezaba a trabajar en la herida. Ella se encogió al percatarse del daño causado. Sus arterias y sus tejidos eran una pesadilla.

Pobre hombre… o lo que sea que fuera.

Una punzada de culpabilidad la atravesó al recordar la manera en que se había interpuesto entre ella y el demonio. Había recibido lo peor de la lucha, y lo mismo había hecho en el callejón, para que ellos no resultaran heridos.

A pesar de toda su grosera fanfarronería, él tenía corazón y al menos, un código de moral básico. Ese entendimiento, suavizó la manera en que se sentía sobre él. En realidad, no era tan malo. Y mientras lo miraba fijamente, una parte de ella se conmovió por su consideración.

Carson se estiró para coger una grapa de su inmaculada bandeja.

– ¿Con qué le cortaron?

– Una espada corta.

Él sacudió la cabeza.

– Parece que lo hubieran atacado con una motosierra. Mira el daño que hay aquí. -El retiró la piel para que ella tuviera una vista completa.

Simone le alcanzó una nueva grapa notando cuanto sangraba Xypher. Carson estaba en lo cierto. Era tremendo.

– No sé si esto ayuda o siquiera importa, pero el hombre que blandía la espada era una especie de demonio.

– ¿Sabes a qué panteón pertenece?

Esta tenía que ser la conversación más atolondrada que hubiera tenido en su vida. No había muchas personas, con las que pudieras hablar sobre la aparición de un demonio en medio de la calle cuyo propósito era atacarte, que lo aceptaran tranquilamente, para luego formular una pregunta tan simple. Debería ser interrumpida a carcajadas.

Y mucho alcohol.

– Ah, no. Pero Xypher lo llamó Kaiaphas.

Carson maldijo.

Simone se detuvo al notar la inesperada demostración de ira que causó el nombre.

– ¿Le conoces?

– Parte griego y parte sumerio, todos cabrones. Es un milagro que alguno de ustedes haya sobrevivido. Pero la verdadera pregunta es, ¿por qué os atacaría a vosotros? Ese no es su estilo.

– ¿A que te refieres?

– Kaiaphas es un doleodai. Un demonio vinculado. No puede actuar por cuenta propia, sino bajo las órdenes de alguien más.

Ese era un dato interesante. Simone quería reír ante el absurdo de todo lo que había sucedido desde el almuerzo.

– ¿Cómo demonios he quedado envuelta en esto? Todo lo quería era inspeccionar una simple escena de crimen y volver a casa. No… Retiro lo dicho. Todo lo que yo quería, era compartir un sándwich de jamón y queso con un viejo amigo. Ahora, me veo arrastrada en medio de un conflicto de dioses griegos y ni siquiera es la hora de la cena. No puedo esperar a ver que pasa a continuación.

Carson sonrió.

– He tenido esos días.

– Seguro que sí.

– No, en serio. Deberías seguirme a todas partes y documentar todas las rarezas en la que me veo envuelto.

– ¿Cómo cuáles?

Él le quitó la grapa de la mano.

– Bueno, hubo una vez en que Marvin nuestra anterior mascota, un mono, escapó de su dueño, Wren, él es un tigre que puede adoptar forma humana y subió al segundo piso a dormir con el dragón. Resultó que nuestro dragón residente es alérgico a los monos. ¿Quien hubiera podido saber o imaginar algo así? A Max le brotó un sarpullido en áreas que aún me hacen encoger al recordarlas. Hasta el día de hoy, si le mencionas la palabra “mono”, te escupe fuego. También en otra oportunidad… o mejor no te cuento esa. Si llegara a oídos de Dev, me arrancará el corazón para comérselo.

Simone retrocedió ante todo lo que le estaba contando. No… No podía ser.

¿Podía?

– ¿Vosotros tenéis licántropos aquí?

Haciendo una pausa, él levantó la vista para mirarla.

– ¿No eres una Escudera?

– No.

Él tuvo que contener el aliento y su rostro se cubrió con un velo de irritación. Gruñendo, se puso a suturar.

– No tenías conocimiento sobre nada de lo que dije hasta que lo escuchaste saliendo de mi boca, ¿verdad?

– Nop.

Él maldijo una vez más.

– No puedo creer lo que acabo de hacer. Asumí, ya que sabías sobre Xypher y el demonio, y Julián que te manifestó aquí dentro, que sabrías todo sobre nuestro mundo.

No, pero estaba recibiendo una rápida introducción que la asustaba más y más, conforme pasaban los minutos. En todas sus conversaciones con Tate, él jamás había mencionado a los licántropos.

– Pero parece que ahora sí -dijo ella, tratando de hacerlo sentir mejor sobre su verborrea-. Daily Inquisitor, allá voy… Mejor aún, al psiquiátrico de la localidad.

– Sí. Y yo acabo de romper novecientas reglas. ¿Qué opinas de mantenerlo entre nosotros?

– Créeme, cariño. No voy a hablar. Valoro la poca salud mental que aún conservo y lo último que quiero, es verme envuelta en medio de lo que estoy envuelta. Señálame la salida y Alicia saldrá de la madriguera del conejo. De vuelta en la tierra y feliz de desarrollar el síndrome de Alzheimer sobre todo este incidente. De hecho, ni siquiera estoy segura de encontrarme aquí. Estoy pensando que tal vez un Daimon me golpeó en la cabeza y todo esto es una gran alucinación causada por una severa pérdida de sangre.

– ¿Siempre divagas así?

– Si. Lo encuentro tranquilizador.

Él echó a reír mientras continuaba operando a Xypher.

Simone se detuvo al percatarse de algo.

– No le hemos suministrado nada para mantenerlo inconsciente. ¿No deberíamos hacerlo?

– No. No serviría de nada. Los Dream-Hunter son inmunes a ese tipo de drogas.

– ¿En serio?

Él asintió, inclinándose hacia delante para enfocarse mejor en lo que estaba haciendo.

– Son dioses. Las medicinas humanas no surten efecto en ellos.

– Entonces, ¿por qué lo estamos operando?

– Porque está inconsciente y sangrando… Nunca antes había visto sangrar un Dream-Hunter. Especialmente, no de esta forma. Pero intuyo que si puede sangrar, podría desangrarse completamente y morir.

Por un lado eso tenía sentido, pero por el otro…

– Los dioses no pueden morir, ¿o si?

– Por supuesto que pueden. Sólo que no es cosa fácil y usualmente, se requiere alguna clase de arma inmortal, que apostaría, es lo que se encontraba entre las manos de Kaiaphas cuando lo atacó. -Levantó la vista para mirarla agudamente-. Los demonios no suelen atacar a un dios o a ningún otro, a menos que estén convencidos de que le matarán. Tienden a cabrear al objetivo, que ideará maneras de torturar y matar al demonio. Y luego, todo se vuelve un lío, cuando deciden atacarse mutuamente. Como regla general, los demonios pierden. Y más aún, si nos referimos a un dios enfurecido. Por lo tanto, los demonios tienden a ser un poco más cautelosos que el depredador habitual. Cuando dan el golpe, suele ser rápido y mortal.

Simone dejó escapar un lento suspiro ante la simple veracidad de la afirmación. Bajó la vista hacia Xypher que yacía en un aparentemente pacífico reposo. Su cuerpo estaba esculpido y era letal. Un espécimen perfecto de belleza masculina.

Dormido, de esa forma, se parecía a un ángel, pero dada su austera personalidad, ella sólo podía imaginar la lista de personas que lo querrían muerto.

Incluso ella.

¿Pero al punto de llamar a un demonio para destruirlo? Eso era cruel.

Pobre Xypher.

Ella guardó silencio mientras Carson, higienizaba, cauterizaba y suturaba la herida de Xypher. Para cuando hubieron acabado, Xypher aún se encontraba inconsciente, pero sudaba profusamente. Deslizó su mano por la incipiente barba de su firme mejilla y como sospechaba, estaba afiebrada.

Sintiendo pena por él, fue a lavarse al lavabo y luego humedeció un paño con agua fría. Con un poco de suerte, eso ayudaría. Llevó el paño hasta donde él estaba y lo dispuso sobre su frente, sintiéndose arrollada por su atractivo. Él era un hombre increíblemente apuesto. Pero dado que era un dios, se suponía que estaba implícito.

Todo lo que ella sabía sobre él, es que era un cretino… y que le había salvado la vida, dos veces.

Levantó la vista hacia Carson que se encontraba en el servicio, mientras pensaba en el término que Xypher había utilizado para describirse a sí mismo.

– ¿Qué es un Skotos, exactamente?

Carson se secó las manos con una pequeña toalla antes de acercarse a ella.

– ¿Donde has oído ese término?

Ella señaló a Xypher con la mano.

– Él me dijo, que eso es lo que era.

Carson asintió.

– En la Antigua Grecia, ellos eran los dioses del sueño. Siglos atrás, uno de ellos creyó que sería divertido jugar en los sueños de Zeus. El gran tío, no compartió su sentido del humor, por lo que ordenó que todos aquellos que poseyeran si quiera una gota de su sangre, debían ser asesinados o sus emociones arrebatadas.

Ella recordó cuando Julián se mostró sorprendido por el hecho de que Xypher tuviera todas sus emociones.

– Eso fue muy cruel.

– Si, bueno, Zeus no es exactamente conocido por su gran compasión. -Había una nota en su voz que dejaba entrever que él tenía un asunto personal con el dios rey.

Carson señaló a Xypher con un movimiento de su cabeza.

– Tras la maldición de Zeus, los Oneroi, o dioses de los sueños, fueron relegados a monitorear el sueño de los humanos y descubrieron rápidamente, que mientras estaban en el plano de los sueños, la prohibición de Zeus no funcionaba. Podían sentir otra vez. Aterrorizados ante la posibilidad de ser castigados, los dioses del sueño empezaron a patrullarse ellos mismos, para asegurarse de tener bajo control a sus hermanos. Aún así, algunos empezaron a codiciar las emociones, al punto de que perdieron control sobre ese apetito. Poco después, se volvieron peligrosos para sí mismos y para otros.

– Como una adicción.

– Exacto. -Él apartó la toalla-. Los dioses del sueño que pierden el control y empiezan a codiciar emociones son llamados Skoti. Skotos es la forma en singular.

Personalmente, a ella le gustaba más la idea de un dedo machucado. Pero al menos ahora, entendía lo que él era en realidad.

– Xypher también dijo que estaba muerto.

– Bueno, en teoría los Skoti que se vuelven muy adictos, son ejecutados y enviados al Tártaro para el castigo eterno.

Eso lo explicaba todo. Él había sido asesinado y traído de vuelta. Se preguntaba como era eso posible. ¿Acaso habría hecho un pacto o algo así?

La sola idea era aterradora.

Simone frunció el ceño al notar una escritura desconocida extendida a lo largo del brazo de Xypher. Presa de la curiosidad, tomó el brazo entre sus manos, admirada por la acerada sensación de su piel, mientras estudiaba las fluidas letras.

– ¿Puedes leer esto?

Carson se detuvo a su lado.

– No, lo siento. Parece griego y yo sólo hablo francés, cajún, inglés, algo de criollo y gillipolleces por el estilo.

Ella pasó la mano sobre las oscuras letras rojas, intentando no pensar lo fuerte que era ese brazo bajo sus dedos. ¿Por qué lo habría escrito ahí y que significaría?

Liberando el brazo, elevó la vista hacia Carson.

– ¿Sabes algo sobre Xypher y su historia?

– No. Nunca lo había visto o escuchado de él hasta que vosotros lo trajisteis aquí. Hay varios miles de Dream-Hunters y la mayoría se mantienen alejados del plano humano. Prefieren esconderse entre los sueños. -Carson hizo una pausa-. ¿Quieres dejarlo aquí e ir a casa?

Ella miró su brazalete.

– Desearía hacerlo, pero no puedo. Afrodita dijo que en tanto ambos lleváramos estos -ella levantó el suyo para que él pudiera verlo- estamos vinculados. Si nos alejamos mucho uno del otro, moriremos.

– Eso apesta.

– Dímelo a mí.

Él señaló una puerta tras él.

– Tengo una habitación más cómoda para vosotros dos. Te mostraré un lugar cómodo donde sentarte mientras él duerme.

Simone se encogió con sólo pensar en volver a desvanecerse.

– Por favor, no me desintegres. Empiezo a sentir náuseas de tantas ideas y vueltas, y he adquirido toda una nueva cuota de respeto para con Kirk y Spock.

El se rió.

– Entiendo. -Liberó el freno de la camilla con la punta de su bota-. Lo trasladaremos hasta allí.

– Mil bendiciones para ti.

Él se detuvo para llamar a un tal Dev antes de guiarla hacia una habitación adyacente, que estaba equipada con muebles antiguos. El mejor de todos, era una cama tamaño King que tenía una edredón de brillante terciopelo rojo. Habían pesadas cortinas que lo volvían muy oscuro y a la vez, extrañamente acogedor.

– Bonito lugar -dijo ella, pasando la mano sobre un hermoso tocador.

– Solo lo mejor para Mamá.

– ¿Mamá?

– Nicolette Peltier. Ella es la dueña del lugar y todo el mundo aquí la llama “Mamá”.

– Eso es muy dulce. Debe ser muy cariñosa -dijo Simone con una sonrisa.

– Puede serlo. En ocasiones, también puede ser una osa.

– Mi madre también era así.

– Eh, sí.

Un apuesto hombre de veintitantos años, con largo y rizado cabello rubio, abrió la puerta de un empujón.

– ¿Que necesitas, Doc?

Carson señaló a Xypher.

– Ayúdame a moverlo. No quiero forzar su costado.

Dev frunció el entrecejo severamente, al notar a Xypher sobre la camilla.

– ¿Quien es?

– Un Dream-Hunter.

Dev estaba atónito.

– ¿Ellos sangran?

– Eso parece

– Joder -dijo Dev por lo bajo, antes de ayudar a Carson, a trasladar a Xypher desde la camilla hacia la cama. En cuanto Xypher estuvo ubicado, Dev la miró fijamente para luego salir acarreando la camilla, sin decir una palabra más.

Simone no estaba segura como definirlo.

– Es algo estirado, ¿no?

– La mayoría de nosotros los somos. Nuestra supervivencia depende de mantenernos en secreto.

– Y yo he abierto una brecha.

Él asintió.

Simone quería hacerle saber que ella nunca haría algo para lastimarles. Además, quien le creería si ella alguna vez decía que había una familia de licántropos instalada en Nueva Orleáns.

– Vuestro secreto está totalmente a salvo conmigo, Carson. Créeme, mantener la boca cerrada es a lo que me dedico. Si el departamento de policía puede confiar en mi, entonces vosotros también.

– Lo sé. De lo contrario te asesinaríamos y devoraríamos cada parte de tu cuerpo.

No estaba segura de si él bromeaba o no, pero algo le decía que hablaba muy en serio.

Señalándole la puerta con su pulgar le dijo:

– Si necesitas algo, estaré fuera en mi escritorio. Siéntete como en casa. Le indicó la puerta sobre la izquierda con un movimiento de su barbilla-. El baño está por ahí.

– Gracias.

Él cerró la puerta.

Simone dejó salir un largo suspiro sintiéndose exhausta. Estaba sola en un hogar extraño, algo que no acostumbraba hacer.

– ¿Dónde estas Jesse? No me gusta estar sola. -Los años de amistad habían convertido la soledad en una cosa rara. Estaba tan habituada a él, que cuando se quedaba sola, casi sentía un dolor físico.

Sintiéndose un poco perdida y sobrecogida, se acercó a la cama para cubrir a Xypher con el edredón. No parecía tan feroz ahora, pero aún había un aura en él, que te dejaba ver, cuan letal era. Ella dejó caer la vista sobre sus manos y sobre las cicatrices que estropeaban sus nudillos. Eran viejas y habían sanado, pero aún así, ella podía notar que no habían sido causadas por una sola herida. Habían sido reabiertas y cicatrizadas en muchas peleas…

Si, en ocasiones, su trabajo le permitía conocer demasiado sobre una persona. Sin mencionar, que había numerosas cicatrices estropeando sus pecho y brazos. Sorprendentemente, la única cicatriz en su rostro era una apenas perceptible, sobre su sien derecha.

– ¿Quien eres Xypher?

– ¿Sim?

Ella sonrió al reconocer el sonido de la voz de Jesse. El reapareció justo a su lado.

– ¿Dónde has estado?

– Vosotros me habéis abandonado -dijo a la defensiva-. ¿Tienes idea lo difícil que es rastrear a un humano a través del plano ectoplásmico? No, no la tienes. Y créeme, no quieres tenerla. Estoy agradecido de haberte encontrado a ti esta vez y no a esa extraña mujer alimentando a su Schnauzer con gelatina.

Ahora, podía visualizarlo…

– De aaaaacuerdo. Lo lamento mucho.

– ¡Deberías! -Entrecerró los ojos al mirar a Xypher-. No se ve nada bien. ¿Crees que sobreviva?

– Eso creo.

– Diría que es una maldita lástima excepto que hasta que averigüemos un modo de liberarte, morirías, también.

– Que agradable que recuerdes ese pequeño detalle. -Frunció el ceño mientras le miraba y recordaba su diatriba de antes-. ¿Plano ectoplásmico? ¿Qué demonios es eso?

– Es la jerga de aquellos de nosotros que hemos cambiado de cuerpo. Es el gran Más Allá donde rebotamos unos contra otros como átomos flotantes. Es una tierra de brutos, que es por lo que paso el tiempo contigo. Pero sólo porque eres menos bruta que ellos.

Simone le miró boquiabierta ante su crítica.

– Ruego tu perdón. No soy bruta.

– Asqueroso al máximo. Y que más. Te he visto por las mañanas. No eres exactamente una dama.

Puso los ojos en blanco ante las expresiones ochenteras.

– Realmente te odio.

– Seguro que sí. -El sonrió como el gato Cheshire-. Eso explica porque estabas tan preocupada por mi.

A veces era demasiado astuto. Simone se enfadó juguetonamente con él antes de girarse hacia Xypher.

Era una lástima que supiera tan poco sobre él y le hacía preguntarse sobre su pasado. ¿Que le había hecho luchar todas las batallas que le habían dejado unas cicatrices tan horrendas, por otra parte hermoso cuerpo?

– ¿Crees que tiene razones para ser tan hostil?

– No realmente. Personalmente creo que le gusta ser un gilipollas. Sabes, hay un montón de esos en el mundo.

Era verdad. De hecho había conocido a más de ellos que su parte de fracasos, también, y todavía… Parecía ser algo más. Una persona no odiaba tanto como Xypher parecía hacerlo sin tener la habilidad de amar en el mismo grado.

Y su necesidad de matar hasta la exclusión de todos también hablaba de una extrema traición. La única persona a la que ella realmente había querido matar era la que había tomado la vida de su madre…

– No se puede odiar sin amar.

Jesse frunció el ceño.

– ¿Qué?

– Es algo que mi madre solía decir.

Hizo muecas.

– Oh, hombre, no… no te atrevas.

– ¿Atreverme a qué?

– A poner esos ojos llorones como si estuvieras simpatizando con él. -Hizo un irritado ruido con su garganta-. Eres tan tierna. ¿Hola? Este es el hombre que te ha vinculado a él mientras está tratando de descender al infierno para matar a alguien. No le preocupan tus sentimientos. No te preocupes tú por él.

Simone ondeó para alejar su diatriba.

– Oh, deja de gruñir. Ni siquiera le conozco.

– Y mejor que siga así.

Sabía que Jesse tenía razón. Es más, había una parte de ella que estaba atraída por Xypher incluso contra su sentido común. No estaba segura de por que. El parecía perdido de algún modo.

Oh, si el humor del Señor Macho Alfa estaba perdido… bien. Ella lo estaba perdiendo.

– ¿Has oído algo de Gloria? -preguntó a Jesse, tratando de distraerse.

Negó con la cabeza.

– Ni siquiera un gemido. Estoy pensando que los Daimons se la comieron.

Simone odiaba esos pensamientos. Nadie merecía ese destino.

– Espero que no. Parecía realmente agradable.

– Te oigo. -Jesse flotó hacia las cortinas. De repente, alguien llamó a la puerta.

– Entre -dijo Simone.

Carson entró en la habitación llevando una pequeña sierra de mano.

Simone dio un paso atrás, curiosa por sus intenciones.

– ¿Qué vas a hacer?

Señaló a su brazalete con la sierra.

– Me estaba preguntando si esto serviría para quitar el brazalete.

Ella sonrió con alivio. Por un segundo, había tenido miedo de que fuera a cortarle la garganta para silenciarla.

– Justo ahora eres mi persona favorita en el planeta. Si, por favor fríelo.

Carson rió mientras se movía para cogerle la muñeca con las manos. Hizo una pausa de un minuto para examinar el brazalete.

– Parece oro normal.

– Afrodita dijo que era Atlante. Algo hecho por los dioses.

El respiró bruscamente.

– Oh… -El se echó hacia atrás-. ¿Eso es malo?

– Quizás. No se lo bastante sobre ellos ni siquiera para adivinar lo que intentar cortar esto te haría. Por todo lo que sé, el mundo podría acabarse.

Ella soltó su brazo de su agarre.

– Por favor, no. Hubo una situación tensa en el final de Dexter [3] la semana pasada y tengo que ver como acaba.

Sus palabras parecieron sorprenderle.

– ¿Ves eso?

– Religiosamente. Ya que estoy mórbidamente fascinada por la serie.

– Dado mi trabajo y vida, es un programa que evito tanto como Planeta Animal -retrocedió-. Os dejaré solos otra vez.

Apenas había dado un paso fuera de la puerta antes de que oyera el retumbar de una voz profunda detrás de ella.

– ¿Donde estoy?

– Uau -dijo Jesse desde la cama-. El muerto se ha levantado… otra vez.

Ignorando a Jesse, fue al lado de Xypher. Sus ojos azules estaban ribeteados de rojo e inyectados en sangre. Su piel todavía tenía una capa de gris y por la respiración superficial podía decir que tenía grandes dolores.

– Estás en el Santuario.

Respiró profundamente y luego hizo una mueca.

– Huelo a Were-Hunter.

– ¿Were-Hunter?

Se movió ligeramente bajo la sábana antes de hablar otra vez.

– Lycantropos.

– Oh. -Realmente, eso tenía sentido para ella. Los Dark-Hunters cazaban vampiros Daimon. Los Dream-Hunters cazaban sueños y… bien, esto le hacía preguntarse que cazarían los Were-Hunter.

Si. Forzó a esos pensamientos a alejarse.

– Creo que un Were-Hunter podría haber ayudado a traerte aquí.

Xypher intentó sentarse, luego siseó.

– Con cuidado -dijo, apresurándose hacia él. Le puso las manos en el pecho, luego le empujó hacia atrás mientras una descarga eléctrica la atravesaba. No sabía por qué, pero tocar su pecho era extremadamente desconcertante, y la dejaba sin aliento-. Te dieron una grave puñalada y Carson dijo que no podía darte nada para el dolor.

Un tic apareció en su mandíbula mientras se volvía a tumbar en la cama y apartaba el trapo de la frente. Lo miró como si fuera un alien queriendo succionarle el cerebro.

– Estabas febril -explicó.

Su ceño se agudizó.

– ¿Tú hiciste esto?

Ella no podía entender su ira. Era como si su amabilidad verdaderamente le cabreara.

– Pensaba que estaba haciendo algo agradable por ti. Lo siento.

– ¿Por qué harías algo agradable por mí?

– Porque estabas herido y sangrando.

Todavía no había respiro en su fría, penetrante mirada.

– ¿Por qué te preocupas por eso?

– Fui a la escuela de medicina para ayudar a la gente. Es por lo que hago lo que hago.

– ¿Por qué?

Nunca en la vida había conocido a alguien que tuviera tantos problemas en aceptar ayuda. Querido Señor, ¿qué le habían hecho al pobre hombre para que algo tan simple como poner un trapo en su febril frente le hiciera tan receloso?

– Me estoy dando cuenta que tienes un problema con que sea agradable contigo.

– Sí -dijo-. Lo siento. La gente no es agradable. Especialmente no conmigo.

Algo dentro de ella se tensó ante esas gruñidas palabras.

– Xypher…

– No quiero tu compasión. -Lanzó la tela al suelo-. O tu amabilidad. Solamente apártate de mi camino y no hagas que te maten hasta que encuentre alguna manera de llegar a Kalosis.

Uau. Eso la hacía toda tibia y caliente por dentro. Él era como un agitado puercoespín en una fábrica de globos.

– ¿Por qué es tan importante para ti matar a esa persona?

Desde algún lugar una imagen ardió en su mente. Era Xypher. Estaba en una oscura, deprimente cueva, colgado dolorosamente de sus brazos. Su cabello negro estaba enredado con sangre y suciedad, y le caía hacia delante, sobre la cara. Completamente desnudo, su cuerpo estaba cubierto de heridas sangrientas.

La agonía de sus ojos era hermética. Intentaba escapar o luchar, pero no podía hacer nada. Golpe tras golpe de un látigo de púas de acero llovían sobre su carne, abriendo nuevas heridas y haciéndolo girar. A los dos esqueletos que lo golpeaban no les preocupaba cuanto tiempo llevaban hiriéndolo mientras le causaran dolor.

– ¡Para! -suplicó, incapaz de soportarlo.

Las imágenes se desvanecieron tan rápidamente como habían empezado.

Xypher le dirigió una mirada tan fría que la alcanzó interiormente y la hizo parte de su muy congelada alma.

– Eso es un destello de diez segundos de siglos de tortura que he aguantado a causa de la crueldad de una persona. ¿Más preguntas?

Ella no podía respirar a causa del dolor interior. Todo lo que podía hacer era sacudir la cabeza. No le extrañaba que estuviera enfadado, era difícil apartar el bulto de su garganta.

– Sí -dijo después de una breve pausa-. Tengo sólo una. ¿Habiendo dado a esta persona que te traicionó tanto ya, por que les darías también tu vida?

El rió amargamente.

– Déjame explicarte como conseguí llegar aquí, humana. Hice un favor a una diosa, la cual habló con Hades para convertirme en humano durante un mes. Un. Único. Mes. Ahora, habiendo vivido en el Tártaro todos estos siglos, he aprendido que Hades no deja ir a nadie de buena gana, especialmente no a alguien con mi pasado, voy a volver al infierno, nena. Nada de “síes”, “ies”, o “peros” sobre esto. El único factor indeterminado que queda es si voy a volver sólo o no, y no tengo la intención de hacerlo así. -Sus ojos ardían en ella un instante antes de que se empujara fuera de la cama-. ¿Dónde está mi camisa?

No podía creer la vista de él de pie dada la severidad de la herida. ¿Cómo podía incluso moverse, especialmente dado que no había tenido ni una gota de analgésico?

Luego entonces, habiendo visto lo que le habían hecho en el Tártaro, se figuró que probablemente estaba acostumbrado al dolor y que no le perturbaba ahora. Incluso tan mal como le habían intentado quebrar, había estado tratando de luchar contra ellos.

– No puedes moverte así. Necesitas descansar.

– Que se joda el descanso -gruñó entre los dientes apretados-. Tengo demasiado que hacer para estar tumbado en la cama como algún príncipe consentido.

Ella se puso delante de él para evitar que saliera.

– Vas a abrirte la herida.

– ¿Y qué?

– ¿Y qué? ¿Estás loco? -Tenía que estarlo-. ¿Tienes alguna idea de cuánto te dolerá?

La dio una seca y fría mirada antes de darse la vuelta y mostrarle la espalda.

– Sí, tengo una maldita idea bastante buena.

Simone se cubrió la boca mientras miraba fijamente las cicatrices de honor que estropeaban la belleza de su piel. Decir que había sido atacado salvajemente era una descripción insuficiente. Estiró la mano instintivamente para tocarle, pero se agarró a si misma antes de hacer contacto.

La mano se cernió allí, justo encima de las marcas. Tan cerca que podía sentir el calor que se alzaba de su piel febril. El pensamiento de él siendo golpeado de esa manera la rompía. ¿Qué tierra de monstruos podía hacer una cosa así?

El hecho de que había sufrido solo con nadie para cuidarle la hizo sentir mas enferma.

El se dio la vuelta para encararla.

– Ahora ¿dónde está mi camisa?

Ella tuvo que aclararse la garganta antes de que pudiera responderle en un tono semihumano.

– La cortamos para quitártela.

El apartó la mirada como si su respuesta hubiera enviado una onda de furia a través suyo.

– Mil gracias.

¿Por qué estaba tan molesto por una simple camisa?

– Podemos ir a tu casa y conseguir otra.

– No tengo casa y no tengo otra camisa.

¿Hablaba en serio?

– ¿Qué quieres decir?

Xypher se movió para quedarse delante de ella. Bajó la mirada y sonrió burlonamente.

– ¿Por qué no puedes seguir esto, humana? Me permitieron salir del infierno, no de un parque de atracciones. Ellos no te mandan exactamente al mundo con un guardarropa y la cartera.

– Pero has estado aquí unos cuantos días, ¿verdad? ¿Dónde has estado? ¿Has comido?

No respondió mientras la apartaba.

Fue entonces que supo lo que se había negado a decir.

– Has estado durmiendo en la calle, ¿verdad?

– ¿Quién dice que he estado durmiendo?

Abrió la puerta.

Carson alzó la mirada desde donde estaba sentado en un oscuro y duro escritorio como si esperara que Xypher le molestara. Alcanzó una camisa que estaba doblada en el escritorio y se la tiró.

– Puedes coger esta.

Xypher tomó la camisa sin mucho más que un gracias. Se la estaba poniendo por la cabeza cuando Simone se le unió en la habitación.

El teléfono móvil sonó. Simone lo sacó del bolsillo y miró la identificación. Entraba como una llamada restringida. Lo abrió.

– ¿Hola?

La voz que respondió era profunda e increíblemente sexy y lucía un acento melodioso que mandaba un embotamiento por su espina dorsal.

– Soy Acheron Parthenopaeus que devuelve la llamada de Xypher. ¿Podrías entregarle el teléfono por favor?

Sí, pero realmente no quería hacerlo. Preferiría con mucho hablar con esa bonita voz que era inquietantemente apaciguadora y tranquilizadora. De mala gana, se lo ofreció.

– Es Acheron.

Con la típica forma de Xypher, le arrancó el teléfono de la mano.

– ¿Dónde infiernos estás?

Jesse se inclinó para susurrar en el oído de Simone.

– Eso me haría querer ayudarle. ¿Y a ti?

– Shh… -dijo, suprimiendo una sonrisa ante sus honestas palabras.

Xypher cerró el teléfono de golpe y se le devolvió. Otra luz brillante destelló antes de que un hombre inmenso con largo cabello negro y un aura tan letal que hacía que Xypher pareciera un gatito apareciese.

Llevaba gafas de sol negras Oakley y un abrigo largo, de estilo pirata sobre una camiseta negra de Misfits. Este ser parecía proclamar, Johny Depp no tenía nada, cuando este hombre llegaba, era el sex appeal absoluto. Acheron lo rezumaba por cada poro.

Se quedó de pie descansando su peso en una pierna, tenía una mochila negra de cuero arrojada casualmente sobre un hombro. Simone frunció el ceño mientras se daba cuenta de sus botas de combate Dr. Martens rojas con negro, que probablemente le añadían 5 centímetros más a su impresionante estatura.

– Ya era hora -gruñó Xypher.

La única reacción de Acheron fue una ceja negra perfectamente formada que se arqueó sobre el marco de las gafas de sol.

– Aunque respeto las tendencias suicidas la mayoría de los días, harías bien en recordar a quien te diriges, y más al grano, lo que puedo hacer por ti. Nadie dice que tengas que volver al Tártaro de una pieza.

Xypher cruzó los brazos sobre el pecho.

Con su humor aligerado, Acheron se giró hacia ella.

– ¿Puedo ver tu brazalete?

Educado. Mortal. Magnífico. Respetuoso. Sexy más allá de la resistencia humana. Oh, que alguien le ponga un lazo, definitivamente le quería en casa. Tragando mientras un estremecimiento la bajaba por la espina dorsal, hizo lo que pedía.

Acheron cogió la mano en las suyas y la sostuvo en alto para poder estudiar el cierre. Después de un momento, le soltó el brazo y miró a Xypher.

– ¿Quieres las buenas noticias primero o las malas?

– ¿Realmente importa?

La comisura de la boca de Acheron se curvó con una sonrisa de burla.

– No para mí… Las malas noticias, no puedo tocarlo. Quiero decir que puedo, pero ambos moriríais si lo manipulo.

Xypher maldijo.

– ¿Quién infiernos inventó esto?

Acheron colocó ambas manos en las asas de la mochila para anclarla sobre su chaqueta.

– Archon, el rey de los dioses Atlantes. Confía en mí, era un gilipollas integral.

Simone dejó salir el aire que no se había dado cuenta que retenía. Esto no parecía particularmente agradable para ellos.

– ¿Y las buenas noticias?

– Alguien tiene una llave y no, no te marchitarás y morirás porque lo tengas. En teoría puedes vivir una eternidad vinculados juntos con esto.

– ¿Pero? -preguntó ella.

Acheron inclinó la cabeza.

– Siempre hay un pero implicado, ¿verdad?

Desafortunadamente.

– ¿Y este sería?

– Quienquiera que tenga la llave no la cederá fácilmente dado que está en las manos de quienquiera que convocó el brazalete, y estoy seguro de que no te la enviaron unos colegas como regalo de broma. Pero espera, hay más… la pulsera tiene una baliza rastreadora para ellos.

Oh, a ella no le gustaba como sonaba eso.

– No me jodas -dijo Xypher en un tono tan bajo y mortal que la hizo temblar.

– Ni en tu mejor día. Dado que la idea de los brazaletes es la de localizar a un enemigo y vencerlos, están equipados con todo lo que tu enemigo necesita para matarte. La llave maestra no podrá encontrarte no importa donde vayas, pero cualquier debilidad que tengas será revelada ante él… o ella. -Acheron miró a Simone-. Los Atlantes jugaban para ganar.

– Lo cual es por lo que están todos muertos, ¿correcto? -preguntó Xypher.

Acheron se encogió de hombros.

– Eso es la cadena alimenticia para ti. Incluso aquellos en la cima son comida para alguien más. Tarde o temprano, todos somos comidos por algo.

Xypher giró su atención a ella.

– Mira, la humana no hizo nada para estar en este lío. ¿Hay algo que puedas hacer para sacarla de esto?

Simone estaba aturdida ante lo que había pedido.

Acheron le hizo un melancólico gesto con la cabeza.

– Ojalá. Créeme, nada me cabrea más que ver a un inocente sufrir. La única manera de liberarla es consiguiendo la llave y abriendo el brazalete.

Xypher maldijo otra vez.

– Sabes que probablemente esté en Kalosis, ¿verdad? ¿Alguna oportunidad de que puedas ir por ella?

Acheron rió.

– Te aseguro que si fuera allí para hacer eso, tendrías peores problemas en tus manos que matar a Satara.

– ¿Puedes al menos deshacerte de ella por mi?

Acheron se burló.

– ¿Cómo que ella no lo vería venir? A ti te teme. A mi me odia activamente.

Xypher se encontró con la mirada de Simone y la sostuvo. Por primera vez, ella vio algo dentro de él que parecía humano. Un pequeño chip en esa maldad que parecía envolverse a su alrededor como una capa.

– Pero hay algo que puedo hacer por ti. -Acheron se estiró y tocó el hombro de Xypher.

Xypher dejó salir un jadeo mientras su cuerpo se iluminaba. Echó la cabeza hacia atrás y gimió como si un relámpago se moviera por él.

Simone se encogió ante la vista de él temblando.

Después de un minuto, levantó su camisa para mostrar que su herida se había ido. Ni siquiera una cicatriz permanecía para estropear su paquete de abdominales perfecto.

– Gracias.

Acheron inclinó la cabeza, luego miró más allá de ella, a Jesse.

– Tú eres la mejor defensa de Simone. En cualquier momento que un demonio se acerque a ellos, hay una pequeña ruptura en el plano mortal. Se siente como un hormigueo en tu espina dorsal. Puedes darles unos pocos segundos de aviso antes de que les ataquen.

Jesse parecía tan sorprendido como ella.

– ¿Cómo sabes que estoy aquí?

Acheron sonrió.

– Sé muchas cosas.

Jesse sonrió ampliamente.

– Hombre, me gusta pasar el tiempo con esta gente. Me ven y me oyen. No tienes ni idea que cuan refrescante es esto.

Dando un paso más cerca de Simone, Acheron se quitó una muñequera de cuero de su muñeca y se la abrochó en el brazo izquierdo.

– Esto te dará la fuerza del demonio que te ataque. Lo que no hará es hacerte mejor luchador y no evitará que mueras. De cualquier forma, si golpeas a un demonio en la cabeza con algo, te aseguro que no se reirán de tus intentos.

Se inclinó para susurrarle al oído.

– Hay algo dentro de ti, Simone, que te asusta. Lo has ocultado toda tu vida, pero sabes que está allí. Acechando y afligido por ser libre. Sé que huyes de ello. No lo hagas. Es la única cosa en esto que te salvará la vida. Alcanza tu interior y abraza lo que realmente eres. Cuando estés preparada, no necesitarás mi pulsera para ayudarte.

Y con eso se desvaneció.

Su brazo todavía hormigueaba donde lo había tocado. Miró a Jesse.

– ¿Qué demonios fue eso?

Jesse giró las manos hacia fuera y se encogió de hombros.

La mirada de Simone fue de él a Xypher y durante un latido del corazón captó un destello de su vulnerabilidad. En sus ojos había pena, tristeza y un dolor tan profundo que hicieron que su respiración se atascara. Quería estirarse hacia él, pero temía cuan violentamente reaccionaría a tal gesto.

Carson se aclaró la garganta.

– No quiero ser grosero, chicos, pero creo que lo mejor es que os vayáis. La idea detrás del Santuario es que sea un refugio. La última cosa que necesitamos es tener a un demonio estallando aquí, el cual no está vinculado por nuestras leyes.

Eso evaporó todas las emociones de los ojos de Xypher excepto la severa determinación.

– No te preocupes, no voy a mancillar tu prístino palacio con mi presencia.

La siguiente cosa que Simone supo fue que estaban fuera, de pie en Ursulines Street. Claramente nadie parecía haberlos visto hacer pop de ningún sitio.

Jesse se le unió.

– Desearía que pararas de hacer eso.

– ¿Tú desearías? -preguntó ella-. Intenta estar en mis zapatos. Me marea.

Xypher le dio una mirada amenazante.

– La vida me marea, pero date cuenta de que estoy aquí. A nadie le importó un comino lo que yo pensaba sobre esto antes de que me trajeran aquí.

Simone odiaba verlos volver a eso.

– Xypher, tregua, por favor. Lo tengo. Estás amargado. Sabes, no eres el único que se siente golpeado por la vara de la vida. Créeme. Me quedé huérfana a la edad de 11 y pasé tres años en un hogar de niños antes de ser finalmente adoptada. Somos todos supervivientes en este cruel universo. El único amortiguador que tenemos es la otra gente.

Se burló amargamente de ella.

– Dioses, eres ingenua. El único amortiguador que tenemos es nosotros mismos y cuanto dolor podemos tolerar antes de que finalmente nos quiebren.

Simone sentía lástima por él si eso era lo mejor que podía hacer. Pero entonces recordó una vez cuando se había sentido exactamente como él. Jesse era la única razón para sostenerse. No estaba segura de si hubiera salido del oscuro agujero donde había vivido después de la muerte de sus padres sin él.

Era obvio que Xypher nunca había confiado en otra persona. Ni siquiera en un fantasma.

Su garganta se apretó fuertemente con un dolor comprensivo, empezó a caminar por Chartres Street. Su apartamento estaba en Orleáns, no demasiado cerca, pero no tan malo como una caminata tampoco. El paseo sería más rápido que intentar conseguir un taxi.

Y en ese punto, ni siquiera podía recordar donde había dejado el coche. Ok, no era verdad, lo había dejado en casa de Julián. Pero sólo necesitaba unos pocos minutos en su casa donde todo era familiar. Necesitaba algo para conectarse antes de que la siguiente ronda de locura la asediara.

Cuando se acercaron al Hotel Provincial, Simone vio la manera en que Xypher se movía más despacio como si el olorcillo de algo bueno lo golpeara. Su mirada fue anhelante hacia el Restaurante Stella. Él no dijo una palabra, pero no tenía que hacerlo. Su expresión lo decía todo.

– ¿Cuándo fue la última vez que comiste?

Él no respondió.

Simone tiró de él para detenerlo.

– ¿Xypher? Comida. ¿Cuándo fue la última vez que consumiste algo?

– ¿Qué te importa?

Fue entonces cuando entendió lo que significaban esas cuatro palabras cuando se las dijo él. Nunca le había importado antes a nadie en su vida. ¿Por qué a ella sí debería, a una extraña?

– Voy a conseguir algo de comer. -Lo agarró del brazalete-. Te sugiero que me sigas. -Se dirigió al pequeño café Mediterráneo al otro lado de la calle que debería ser mucho más rápido que hacer una escala en el restaurante.

Xypher quiso maldecir cuando la siguió. Pero la verdad era, que estaba hambriento. Ese era otro de los sádicos placeres de Hades que Xypher no pudiera manifestar armas con nada más que un pensamiento, ni ropa, comida o dinero. Ni siquiera podía curarse él mismo.

Su estómago se había encogido con el hambre incluso antes que Hades lo hubiese lanzado allí. Durante la última semana había estado comiendo cosas en las que ni siquiera quería pensar haciendo un esfuerzo para lograr al menos que su estómago dejase de rugir tan fuerte.

Aún así, él no era la clase de criatura que aceptaba caridad. Nadie le había dado jamás nada. Estaba acostumbrado a ello.

Maldita sea si iba a rogar.

Simone se detuvo en la entrada hasta que una mujer de camisa blanca y pantalones negra se acercó.

– ¿Cuántos?

– Dos.

Xypher miró a Jesse, quien le sonrió.

– Yo nunca cuento. Pero siempre estoy aquí.

La mujer tomó dos menús y los condujo a una pequeña mesa en una esquina.

Xypher no se perdió la manera en que Simone muy discretamente sacó una silla para Jesse mientras parecía que lo hacía para su chaqueta.

Ignorando a Jesse, Xypher consideró ponerse a Simone sobre el hombro y sacarla de allí. Honestamente, no podía soportar el pensamiento de oler toda esa comida y no tomar nada.

Pero estaba acostumbrado a la tortura.

Se sentó con su furia apenas atada. La mujer le tendió un menú y se marchó. Xypher se sentó a un lado y se quedó mirando por la ventana.

Era tan extraño volver al mundo después de todo ese tiempo. Habían cambiado tantas cosas. La última vez que él estuviera allí, los caballos habían sido el mejor modo de transporte. No había habido electricidad. La humanidad había tenido miedo de la oscuridad. Temor de los sueños que Xypher y sus hermanos les daban.

Ahora se temían en mayor parte a ellos mismos y bien que deberían.

Simone frunció el ceño cuando Xypher se puso cómodo sin ni siquiera mirar el menú.

– ¿No estabas hambriento?

La mirada que él le envió la estremeció hasta los huesos.

– No tengo dinero.

– Bueno, no pensarías que yo iba a comer y dejarte a ti pasando hambre, ¿verdad?

Lo triste era que debería hacerlo igualmente.

Ella levantó el menú y lo sostuvo hacia él.

– Pide algo o yo lo pediré por ti.

– ¿Sabes que le sucedió a la última persona que me habló en ese tono?

– Déjame adivinar. Desmembramiento. Probablemente doloroso. Definitivamente lento -ella arqueó las cejas ante él-. Es una suerte que no puedas matarme mientras yo lleve el brazalete puesto -ella le dedicó una engreída sonrisa-. Yo voy a pedir el cóctel de gambas y el pollo Alfredo tostado. ¿Qué hay de ti?

Por primera vez, ella vio una mirada humilde en él cuando cogió el menú igual que un niño huraño.

– La amabilidad te pone incómodo, ¿no es así?

Él no respondió mientras su mirada barría el menú.

Ella dejó escapar un cansado suspiro antes de intercambiar una frustrada mirada con Jesse. No podía creer que le resultara tan fácil hablar a los fantasmas como le resultaba hablar con una persona de carne y sangre de algún tipo sentado ante ella. ¿Qué le habían hecho para hacer que fuera tan cerrado con todo el mundo?

Xypher no estaba seguro de que pedir. Todo parecía tener buena pinta y su estómago estaba ardiendo. Por no mencionar que se sentía extremadamente incómodo allí sentado igual que un humano común.

Nadie le había tratado de esa forma. Jamás.

Él era un Phobotory Skotos. Se pasó la vida haciendo que todo el mundo a su alrededor temblara de miedo cuando les producía pesadillas. Incluso los dioses. Él era la encarnación del mal. Incluso los otros Phobatory Skoti le temían.

Y esta mujer se atrevía a dar órdenes a su alrededor.

Ella estaba loca y mientras la miraba, se detuvo. Ella era realmente bastante bonita y más tentadora de lo que debería ser ninguna mujer. Hasta ahora, no había pensado en cuanto tiempo hacía que no había estado con una mujer. Pero sus amables ojos avellana lo incendiaban.

– ¿Tienes problemas para decidirte?

Él parpadeó ante su pregunta.

– ¿Cómo lo haces?

– ¿Hacer qué?

– Hablarme como si yo fuera normal.

Ella frunció el ceño.

– Bueno, tú no me lo pones exactamente fácil. Pero recuerdo un tiempo en el que yo también estaba enfadada con el mundo. Todo lo que quería era arremeter y hacer que todo el mundo a mí alrededor fuera tan miserable y estuviese tan enfadada como lo estaba yo. Esa necesidad te quema igual que un fuego por dentro y te destruye por completo. Entonces un día me di cuenta de que a la única que estaba haciendo daño era a mi misma. Quizás jodí a otras personas, pero en un par de horas se olvidaban de mí. Yo era la única que vivía en un perpetuo infierno. Así que tome la decisión de dejar salir la rabia y apartarla.

Ella hacía que sonara tan fácil. Pero no era tan fácil solo dejarlo ir.

– Sí, pero tú tienes un futuro hacia el que mirar.

Ella negó con la cabeza.

– Esto no se siente igual que en aquel momento. Tienes que recordar que yo vi asesinar a mi hermano cuando él sólo tenía siete años -ella apretó los dientes cuando el familiar dolor la laceró-. Él también pensaba que tenía un futuro y en un parpadeo éste se había ido. Así como mi madre y mi padre…

Su dolor lo alcanzó. Esto era algo que él podía narrar. Pero lo que le sorprendía era la pequeña punzada en su interior. Una parte que realmente… no, eso no era cariño. No era capaz de eso. Eso era…

No podía localizarlo.

– ¿Qué sucedió? -le preguntó él.

Ella mantuvo su mano en alto.

– Sé que fui yo quien sacó esto, pero realmente no puedo hablar de ello ahora mismo, ¿vale? Sólo porque ha sucedido hace mucho tiempo, no quiere decir que todavía no duela. Hay algunas heridas que el tiempo no puede entumecer.

– Entonces me entiendes.

Simone frunció el ceño ante esa simple declaración de él cuando se dio cuenta de que realmente lo hacía. No importaba cuantos años habían pasado, la agonía de sus muertes estaba todavía cruda y fresca.

– Síp. Supongo que lo hago. Y si las tuyas son incluso una miseria de las mías, entonces realmente lo siento.

Xypher apartó la mirada cuando esas palabras tocaron una parte de él que no había sido tocada en siglos. Él ni siquiera sabía por qué. Era igual que si hubieran tenido una conexión a partir de su dolor.

– ¿Te gusta el pescado?

Él todavía no entendía como lo hacía ella. Una pregunta tan sencilla y todavía lo tocaba. Le hacía sentirse… no podía describirlo.

– No lo recuerdo. Realmente no he sido capaz de saborear comida en siglos.

Ella tendió su menú sobre la mesa.

– ¿Qué has estado comiendo mientras estás aquí?

– Cualquier cosa que pudiera encontrar.

El corazón de Simone se encogió ante sus palabras.

– Bueno pide el plato combinado y el de ostras. Entre los dos, encontrarás algo sabroso.

Xypher no sabía que decir. La cotidiana parte de él era violenta, quería arremeter contra alguien, lastimar a todo el que estuviera a su alrededor, pero allí sentado de esta manera…

Él estaba tranquilo y la tranquilidad era algo que no había experimentado en tanto tiempo que había olvidado como se sentía.

Echando un vistazo a lo lejos, él fue atormentado por los viejos recuerdos. Incluso antes de que le hubiesen extirpado sus emociones, había estado enfadado y amargado. Arremetiendo contra todos a su alrededor. Había crecido entre demonios Sumerios, no entre humanos o los dioses del Olimpo.

La gente de su madre había sido dura e implacable. Y al principio, le había dado la bienvenida a la maldición de Zeus de no sentir nada.

Hasta Satara. Ella le había mostrado otras cosas. Risa. Pasión. Por un momento, se había engañado a sí mismo de que la amaba.

En retrospectiva, era suficiente para hacerlo reír. ¿Qué hacía que el hijo de un demonio y la diosa de las pesadillas supieran acerca del amor? Sus propios padres habían sido incapaces de ello. El amor no estaba en sus genes.

Pero la venganza…

Eso era algo en lo que él podía hundir sus garras.

Una camarera se acercó, mirándolo como si pudiera sentir sus malévolos pensamientos. Ella volvió rápidamente su atención a Simone quien pidió por él.

Xypher escuchó el melódico acento que hacía que la voz de Simone pareciera suave y más gentil de lo que nunca había oído antes. El pelo marrón oscuro le caía en rizos alrededor de la casa mientras sus ojos avellana llevaban inteligencia, curiosidad y un innato entusiasmo por la vida.

Ella no era tan delgada como la camarera que acaba de dejarlos. Era más bien robusta. Saludable. Y por primera vez en siglos, sintió su cuerpo removerse con lujuria.

Un malicioso brillo destelló antes de que tomase un sorbo de agua, entonces le habló.

– Estás tan callado que me estás poniendo nerviosa.

– ¿Cómo así?

– Hay un viejo refrán que dice que el tigre se mantiene agazapado no por temor sino para observar mejor su objetivo. Eso me recuerda a ti.

– Debería.

Ella suspiró mientras cogía la copa en las manos.

– Realmente te gusta asustar a la gente, ¿verdad?

– Me he criado con eso.

Jesse rió.

– ¿Puedo apuntarme para tomar lecciones? Me siento realmente perjudicado que no haya conseguido más que volver como un poltergeist. -Levantó las manos ante Simone-. Ooo, vengo a por ti.

Simone rió.

Jesse dejó salir un sonido de disgusto.

– Ves. Risas. Quiero, por una vez, provocar miedo real.

Xypher le dirigió una mirada al fantasma para recordarle que podía extenderse y herirle. Jesse inmediatamente se encogió hacia atrás.

Simone apoyó la cabeza en su mano mientras lo miraba.

– No tienes que hacer eso, ¿sabes?

– ¿Hacer qué?

– Hacer muecas y aullar a todos a tu alrededor. Respira y relájate.

– ¿Relajarme? -Xypher estaba incrédulo ante sus palabras-. ¿Sabes que van a venir detrás de nosotros? Baja la guardia, relájate y mueres. Confía en mí. Tengo experiencia de primera mano con eso.

– Si, dijiste que estabas muerto. ¿Qué sucedió?

Xypher se calló mientras su inocente pregunta lo arrastraba de vuelta al tonto que había sido una vez.

– Fui traicionado por la única persona en la que cometí el error de confiar.

– Lo siento.

– No lo hagas. Prefiero haber muero que haber vivido una eternidad con una mentira.


– ¿Bien? -Preguntó Satara mientras Kaiaphas se materializaba delante de ella.

– Estará muerto pronto.

Satara chilló antes de empezar a pasearse por el pequeño espacio de la oficina de Stryker.

– Eso no es bastante bueno.

– Entonces te sugiero que lo mates.

– No te atrevas a adoptar ese tono conmigo. -Agarró la botella que contenía el alma de Kaiaphas del escritorio de Stryker. La golpeó ligeramente contra el escritorio, no lo bastante fuerte para romperla, pero lo bastante duro para sonar como si pudiera-. Con un golpecito de mi muñeca, puedo terminar con tu existencia.

Vio la luz trémula del temor en sus ojos, pero para su crédito, él no mostró ninguna otra preocupación ante su amenaza.

– Xypher estaba protegido por un hijo de Afrodita que esgrimía la espada de Cronus. No había manera de derrotarlo y acabar con Xypher.

Satara deja salir un aliento disgustado. Depender de otra persona era lo que la había llevado a este lío. Su única gracia salvadora era la que el deamarkonian Stryker le había dado. Con eso, Xypher podría ser encontrado con un pequeño esfuerzo.

Eso si el demonio sin valor delante de ella era capaz de hacerlo.

– Quiero su cabeza, Kaiaphas. Y si no, tomaré la tuya…

El hizo una reverencia profunda ante ella.

– Tu deseo está hecho, ama. La cabeza de mi hermano será tuya.

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