Jesse palideció. No es que como fantasma tuviera mucho color, para empezar, pero cuando perdía el poco que poseía, la asustaba.
Le dedicó una sonrisa falsa.
– Parece que estaba equivocado con respecto a que los Daimons escogieran este lugar, ¿eh?
Simone dio un paso atrás.
– Sí, Jess, mala respuesta.
El Daimon se dio la vuelta hacia él y sonrió.
– Qué apropiado. Obtenemos tres por el precio de uno, amigos. Parece que Apolo está de buen humor esta noche.
Mientras los Daimons se movían hacia Gloria, Simone sacó la pistola eléctrica del bolsillo y se precipitó hacia ellos. De ninguna manera permitiría que lastimaran a la pobre fantasma.
– ¡Alejaos de ella!
El primer Daimon esquivó las descargas eléctricas que salían disparadas desde el arma y la empujó hacia atrás. Antes de que ella pudiera contraatacar, se la quitó de la mano.
– No te pongas celosa, cariño. Nos encargaremos de ti en un santiamén.
– ¿Santiamén? -El maligno y burlón tono envió un escalofrío por su espina dorsal- ¿Qué clase de patético enclenque usa la palabra “santiamén”?.
Simone se congeló ante una voz tan profunda que la oía resonar en sus huesos.
Desde la oscuridad se movió una sombra de tal magnitud, que la hizo sentirse diminuta. Un instante después, el Daimon pasó volando sobre su cabeza para estrellarse contra la pared próxima a Jesse. Se golpeó tan fuerte, que casi esperó a que se aplastara como un insecto. Y fue inmediatamente seguido por otro Daimon que aterrizó encima del primero.
– Abre el portal -el extrañó le gruñó al tercer Daimon, al que ahora sostenía en un puño.
– No voy a abrir una mierda.
– Respuesta incorrecta.
El Daimon se unió a los otros dos.
La sombra la cubrió como una montaña. Siniestra. Enojada. Fría. Decidida.
Ella le apuntó con la linterna y sintió que su aliento la abandonaba en una repentina bocanada. Superaba fácilmente el metro ochenta de alto, su largo cabello negro se alborotaba alrededor de facciones tan perfectas como las de cualquier actor que hubiera visto alguna vez y sus ojos eran tan azules que parecían resplandecer en la oscuridad. Su mandíbula estaba contraída como si intentara contener su ira y estuviera fallando miserablemente. Tenía cada tendón de su cuerpo enervado como si se tratara de una bestia feroz al acecho. Él era seducción y muerte.
Vestía solo un par de jeans y una camiseta negra, parecía inmune al frío. Sus hombros eran anchos, su cintura estrecha y había un aura a su alrededor que transmitía muerte. Sin miedo.
Sin misericordia.
Esos gélidos ojos azules penetraban con odio y advertencia. Y la hacían estremecer.
– Ésta es la parte en la que necesitas correr, pequeña humana. No mires atrás.
Esas palabras la enfurecieron al mismo nivel que parecía operar en él. Ella no era ni incompetente, ni débil.
– No soy pequeña.
Le dio un codazo en la garganta al Daimon que se dirigía hacia ella antes de abatirlo en el suelo y darle un puntapié.
El recién llegado se mofó ante su demostración de poder.
– Entonces, que la muerte te lleve.
Se volvió y levantó del suelo al Daimon que ella había atacado. Lo aporreó duramente contra la pared, dejando una abolladura en los ladrillos. El Daimon gruñó y maldijo.
– Abre el portal -le exigió al Daimon, cuya nariz y boca sangraban copiosamente.
Como en respuesta a sus palabras, una brillante luz destelló en la parte de atrás del callejón, justo sobre la esquina.
El hombre dejó caer al Daimon y se encaminó hacia la luz, pero antes de que pudiera entrar, un Daimon rubio y gigante salió en dirección opuesta.
Éste no era como los otros que ella había visto antes.
Vestía en cuero negro y tenía el aura de un luchador entrenado. De uno que estaba acostumbrado a matar y que hacía que la muerte fuera lo más dolorosa posible.
Simone se quedó inmóvil ante la aterradora visión. El Daimon medía al menos dos metros diez de alto, se rió abiertamente y enseñó sus largos y afilados colmillos al hombre de cabellos oscuros un instante antes de atacarlo.
Puñetazos y patadas rápidas, más de lo que podía distinguir. Aparentemente, no más valientes que colegialas, los otros tres Daimons huyeron en dirección a la calle para alejarse de los combatientes.
Simone se alejó dando tumbos a la vez que el Daimon aporreaba al hombre contra la pared, quien emitió un jadeo al colisionar con la piedra. Le dio un puñetazo en la mandíbula, tan sólido que ella creyó sentirlo en su propio cuerpo.
El hombre lo recibió con una mueca antes de darle un cabezazo, después se tambaleó hacia atrás. Pero no fue muy lejos antes de buscar dentro de su abrigo y sacar un gran brazalete de oro. Lo abrochó alrededor de la muñeca del hombre.
Éste siseó como si el brazalete le quemara la piel. El Daimon lo apartó hacia atrás de un empellón y se volvió hacia ella.
Este sería el momento oportuno para tomar el consejo del hombre y correr como el demonio.
Simone no conocía las intenciones del Daimon, pero sin importar cuáles fueran, auguraba un mal presagio. Echó a correr hacia la calle. El Daimon la atrapó y la tumbó contra el suelo. Gateó para escaparse, pero él era extraordinariamente fuerte y mucho más veloz que ella.
La cogió por el brazo y la empujó sobre su espalda. Intentó patearlo. No funcionó. Él le subió la manga para exponer su antebrazo.
En vez de morderla, le abrochó un brazalete en la muñeca. El dolor atravesó su brazo con tal ferocidad que no se hubiera sorprendido de verlo hecho jirones.
Luchó por respirar a pesar del dolor que le causaba.
Mientras tanto, el Daimon se reía de las lágrimas que asomaban en sus ojos. Sonrió malignamente.
– Tiempo de morir, humana.
Antes de que pudiera llevar a cabo su promesa, Jesse cogió su caja de herramientas y lo golpeó con ella en la espalda. El Daimon se volvió con un siseo rabioso a través de sus afilados colmillos y se abalanzó.
Un segundo después, el extraño apareció de la nada, levantándola del suelo y llevándola hacia la calle.
– Mueve el culo.
– ¿Qué cree que estaba haciendo?
– Rascándote la nariz.
Se detuvo para extender su mano hacia el Daimon que los seguía. Ataviado en cuero retrocedió como si algo invisible lo hubiera embestido.
Un instante después, la misma fuerza invisible la azotó a ella levantándola por el aire. Aterrizó en el suelo con un fuerte ruido sordo que le arrancó el aire de los pulmones.
– Respira, Sim, respira -dijo Jesse, que aparecía a su lado.
Cogió las llaves de su bolsillo y se las puso en las manos.
– ¡Ahora levanta el culo! -Corrió hacia su coche y le abrió la puerta.
Simone lo siguió tan rápido como pudo. Mientras subía, alguien la empujó desde atrás. Miró para ver al extraño de cabello oscuro. La empujó hacia el asiento del acompañante y se subió al coche tras ella.
Aún para mayor sorpresa, se volvió a mirar a Jesse que aún estaba fuera.
– Súbete, fantasmita, o que te coman. No me importa lo que escojas, no te espero.
Algo arremetió contra el coche.
Volviéndose para observar, Simone dio un grito sofocado al divisar al Daimon vestido de cuero, posado como un adorno gigante sobre su blanco capó. Se movió para dar un puñetazo al parabrisas. El hombre a su lado aceleró el motor provocando que el rostro del Daimon se estrellara contra el cristal, para luego clavar los frenos y que este saliera despedido desde el capó.
El hombre sacudió el volante y envió el vehículo dando bandazos hacia el tráfico, acercándose a la línea divisoria. Los neumáticos rechinaron. Los coches chocaban a su alrededor y los cláxones comenzaron a resonar.
Simone se persignó y rezó mientras veía los faros aproximándose en su dirección, rápidos y furiosos. Con sus manos temblando por el miedo, se hizo un ovillo mientras, en el asiento trasero, Jesse daba alaridos como un niño aterrorizado. Como si él pudiera morir.
El hombre tiró del volante un instante antes de que se hubieran dado de frente con un camión de basura, y devolvió el coche al carril correcto. Aún así, los coches de alrededor clavaban los frenos y giraban bruscamente para apartarse de su camino.
– Esto probablemente sería mucho más fácil si yo supiera como conducir, ¿no?
Sus ojos se ensancharon mientras observaba al hombre a su lado.
– Espero que estés bromeando.
– En realidad, no -dijo él, mientras abollaba el parachoques de un coche aparcado.
Simone no sabía que la horrorizaba más. El hombre junto a ella o las tasas que le cobraría su aseguradora si él no paraba de atropellar cosas.
– ¡Cuidado! -gritó ella, mientras él se enfilaba hacia otro camión.
Giró bruscamente, un segundo antes de que el camión los hubiera arrollado.
Para cuando se desvió hacia un callejón y clavó los frenos lo suficientemente fuerte como para dejarle un moretón en el hombro a causa del cinturón de seguridad, estaba lista para saltar del vehículo y probar suerte con la carretera antes que morir en un retorcido montón de metal en llamas.
El hombre se volvió para mirarla. Con facciones casi perfectas, era toscamente apuesto. Ojos azules que mostraban inteligencia, tal vez amabilidad. Un musculoso brazo apoyado sobre el salpicadero y el otro en el asiento. Sería magnífico si no fuera tan atemorizante.
– No tengo idea de lo que estoy haciendo. Dicho esto, creo que deberíamos entregar esta cosa a alguien que sepa llevarlo apropiadamente.
Simone tragó saliva mientras procuraba conseguir que su corazón dejara de palpitar desbocado. Aflojó su agarre de la manija de la puerta.
– ¿Quién demonios eres?
Él ojeó el brazalete en su muñeca, luego le dio un tirón como intentando desprenderlo.
– Xypher, ¿y tú?
– Cabreada. ¡Destrozaste mi coche, me has aporreado de todas las formas posibles, y eres un completo y total gilipollas!
– Santo Dios, -dijo él secamente- que trabalenguas, no hay duda de que tu madre lo que realmente quería era un varón. ¿Te importa si te llamo ‘Cabreada’ como diminutivo? El resto es demasiado largo para repetirlo cada vez que requiera tu atención.
La risa de Jesse llegó desde el asiento trasero.
Simone lo miró con rabia.
Al menos Jesse tenía la bondad de parecer compungido.
– Lo siento, pero deberías estar en mi lugar. Vosotros dos estáis histéricos.
– Cuidado, fantasmita, o invocaré a un Daimon y te ofreceré como alimento.
Simone estaba aturdida.
– ¿Tú puedes oírlo? -Xypher la miró con incredulidad antes de responder con sequedad.
– ¿Acaso tú no?
– Sí. Pero nadie más lo había oído antes.
– Parece que no eres tan especial después de todo, ¿no?
Ella hizo un mohín.
– Eres tan grosero.
– No me digas, humana. -Se puso a la tarea de desprender el brazalete con sus dientes.
Se encogió ante el sonido del esmalte en el metal. Odiaba escuchar los dientes raspando de esa forma.
– ¿Qué estas haciendo?
Dejó escapar un suspiro frustrado antes de volver a trabajar en el brazalete.
– No tienes ni idea de lo que acaba de pasarnos, ¿o si?
– Aparte de haber sido atacada por ti y un grupo de los malditos, ¿hay algo más que deba saber?
Le alzó el brazo para mostrarle el brazalete que hacía juego con el suyo.
– Sí. Dado que ambos estamos usando esto voy a atreverme a adivinar que nos vinculan de alguna forma. Porque, afrontémoslo, los Daimons no suelen etiquetarte antes de morderte. No es como si fueran Marlin Perkins [1] tratando de estudiarnos.
Simone bajó la vista hacia su brazo mientras un mal presentimiento la atravesaba.
– ¿Qué tratas de decirme? -Realmente lo sabía, pero quería oírlo de su boca antes de estar dispuesta a creerlo.
– Estoy diciendo que si yo fuera tú, no me alejaría demasiado de mí hasta que resolvamos qué son estas cosas exactamente y qué es lo que hacen. Conociendo a los dioses como los conozco, estoy seguro de que de una forma u otra, estamos jodidos.
Conociendo a los dioses…
Oh, esto iba de mal en peor.
– ¿Qué eres? -le preguntó, aterrorizada por la respuesta que podría darle.
Su mirada fue tan fría como el viento en el exterior.
– No hagas preguntas si no quieres saber la respuesta.
– Um, chicos… -dijo Jesse, interrumpiéndolos. -Los Daimons tienen un coche y vienen tras nosotros.
Xypher maldijo.
En un abrir y cerrar de ojos, Simone se movió del asiento del acompañante al del conductor.
Ahora Xypher se encontraba en el asiento de ella.
– ¿Puedes sacarnos de aquí?
Probablemente debería cuestionarse lo que acababa de suceder, pero teniendo en cuenta que uno de sus mejores amigos era un fantasma y que el otro trabajaba para caza-vampiros inmortales, estaba acostumbrada a que lo inusual fuera cosa de todos los días. Lo que importaba ahora era salir libres.
– Conducción defensiva 101. Asegurad vuestros cinturones.
El coche salió disparado hacia el otro lado y se enfiló en dirección a los Daimons, que viraron bruscamente para evadirla. Simone dio un rápido giro en U en medio de la carretera y se enfiló hacia el callejón donde se habían encontrado.
– Buen trabajo.
Estaba asombrada de que el maleducado de Xypher fuera capaz de hacerle un cumplido.
– Beneficios de pasar el tiempo con la policía. Aprendes un montón de cosas útiles.
Jesse asomó la cabeza en el asiento delantero, entre ellos dos.
– Aún vienen tras nosotros.
– No por mucho tiempo. -Xypher bajó la ventanilla y sacó un arma del bolsillo de sus pantalones. Abrió fuego hacia el coche que los seguía.
Los ojos de Simone se abrieron de par en par cuando escuchó explotar un neumático. El coche derrapó hacia un lado antes de volcar en la calle.
– Buena puntería, Tex.
Sacó el arma y la reemplazó con una nueva.
– Tengo una ventaja desleal. Puedo hacer que las balas se dirijan donde yo quiera. Eliminé a los Daimons antes de acabar con el coche.
Simone se adentró en un pequeño aparcamiento y luego se detuvo de nuevo. Se giró en su asiento para enfrentarlo. Tenía las mejillas enrojecidas por el esfuerzo y el viento quemaba su piel como había quemado a los Daimons. El color hacía que sus ojos destacaran aún más.
Se veía magnífico y humano, y aún así…
– ¿Qué eres exactamente?
Xypher no le respondió y se frotó una ceja.
– Tenemos que resolver lo de estos brazaletes antes de que se haga más tarde. No me gusta jugar con factores desconocidos.
Lo miró divertida.
– No estás sólo en el Planeta Ego. Yo también quiero saber en qué estoy metida, y en este momento, Psicópata, tú eres el factor desconocido más crucial en mi mundo. Así que responde a mi pregunta. ¿Qué eres?
El desprecio volvió a reflejarse en su rostro.
– Esa no es una respuesta simple, humana.
Apagó el motor, sacó las llaves y cruzó los brazos sobre su pecho.
– Ponme a prueba.
Xypher apretó los dientes al tiempo que peleaba contra el deseo de asesinarla. Después de todo, era tan sólo otra humana, no obstante, una muy bonita. Y sin embargo, humana. Normalmente, no habría dudado en sacarla de su miseria, pero albergaba un verdadero mal presentimiento con respecto al brazalete que tenía en su antebrazo. El hecho de que ambos lo llevaran, probablemente significaba que sus vidas, si no sus almas, estaban vinculadas de alguna forma. Lo que suponía que si ella moría, había buenas probabilidades de que él también.
Maldición. Ella tendría que vivir hasta que resolviera el embrollo.
Consideró la opción de mentirle. Pero ¿para qué molestarse? Había visto a los Daimons, algunos de sus poderes, y ¿qué demonios? Había un fantasma en el asiento trasero que parecía ser su amigo. La forma en que se había comportado hasta el momento demostraba que al menos, se encontraba familiarizada con lo sobrenatural.
¿Qué podía suponer un poco más?
– ¿Qué tanto sabes de mitología Griega? -le preguntó.
– Zeus es el rey, ¿verdad?
Xypher resopló.
– Se lo cree la mayor parte del tiempo. Personalmente, creo que es un culo pomposo que debería ser abofeteado por Hera al menos una vez en su existencia.
Simone hizo una mueca de dolor al darse cuenta de que él, de alguna forma, estaría relacionado con ellos… Sí, su suerte mejoraba minuto a minuto.
– Entonces, ¿qué tiene que ver Zeus con todo esto?
– En realidad, nada. Tú eres quien lo trajo a colación.
Dejó escapar un suspiro exasperado.
– Me está doliendo la cabeza y tú aún evitas mi pregunta.
– De acuerdo, -le dijo simplemente-. Soy un Skotos.
Frunció el seño ante la desconocida palabra.
– ¿Y eso qué significa? ¿Tienes una erupción?
No pareció nada divertido con su pregunta.
– No, humana, significa que solía ser un dios del sueño.
Bueno, él era un poco de ensueño…
Oh, no, Sim, no estás tragándote sus chorradas, ¿o si? Parecía tan poco probable y aún así, los Dark-Hunters para los que Tate trabajaba, eran un ejército de guerreros inmortales creados por la diosa Artemisa para proteger a la humanidad.
Sí, le había costado un tiempo asimilar esa realidad. Y si creía que Tate no estaba loco y que los Daimons eran reales, porque les había visto más veces de las que hubiera querido, entonces no tenía más opción que creer también este cuento.
Respirando profundamente, para contenerse por el resto de su historia, se puso tensa.
– ¿Y ahora eres?
– Un muerto andante.
Con imágenes de los Daimons tratando de comérsela atravesando su mente, Simone salió disparada del coche. Solo podía pensar en escapar antes de que él la convirtiera en su cena.
No llegó muy lejos.
Xypher se precipitó ante ella y la apresó contra su pecho.
– Te dije que no.
Ella lo había atenazado por la garganta.
Maldiciendo, se liberó mientras luchaba por respirar.
Xypher la miró fijamente mientras se imaginaba que la desmembraba en sangrientos trozos. Enojado más allá de la tolerancia, echó su mano hacia adelante y la apretó contra la pared. Con su garganta punzando de dolor, se abalanzó sobre ella intentando hacerle pagar su ataque.
Ya había recibido suficientes golpes en la vida…
– Vuelve a intentarlo, -le gruñó entre dientes apretados-, y con brazalete o sin él, te arrancaré la cabeza y la usaré como tope de la puerta.
Simone sintió que el miedo trepaba por su espina dorsal, pero no tenía intenciones de permitir que él lo notara.
– ¿Qué es lo que quieres de mi?
– Nada. Todo lo que quiero es entrar al infierno de los Daimons para poder visitar y asesinar a una vieja amiga. Tú eres una pobre inocente que quedó atrapada bajo fuego cruzado.
La liberó de forma tan brusca que Simone casi se cayó. Se recompuso y se enderezó tanto como pudo, pero estaba lejos de resultar intimidante ya que él le sacaba una buena cabeza.
– No me gusta que me amenacen, que me mientan o que me manipulen. Harías bien en recordarlo -le dijo.
Le sonrió sarcásticamente.
– ¿O qué? ¿Vas a lloriquearme?
Jesse arremetió contra él pero antes de que pudiera atacar, Xypher se volvió y lo sujetó por el cuello. Lanzando a Jesse contra el suelo, se echó hacia atrás para golpearlo, pero se contuvo antes de completar el ataque.
Se alejó.
Jesse lo miró boquiabierto mientras se ponía de pie.
Simone estaba asombrada. A pesar de que Jesse podía mover cosas, nadie jamás había podido tocarlo.
– ¿Cómo es que puedes tocarlo?
Xypher cruzó los brazos sobre su pecho.
– Aún conservo muchos de mis poderes divinos, pero no todos, y los que aún tengo van y vienen de manera impredecible. Sin lugar a dudas, cortesía de Hades y su retorcido sentido del humor.
Jesse la miró fijamente con incredulidad.
– Creo que tendremos que creerle. Nadie había sido capaz de tocarme desde la noche en que morí.
Tragando, Simone hizo un gesto de asentimiento. Lo que Xypher acababa de hacer era imposible e inexplicable.
– De acuerdo. Empecemos de nuevo. Tú eres un dios del sueño cuyos poderes están jodidos, y estas aquí para asesinar a alguien. Estos… -Ella alzó el brazo en el que tenía el brazalete. -Son un desafortunado regalo.
Él asintió.
– Por todo lo que sé, estos pequeños juguetitos podrían explotar y asesinarnos. Tenemos que encontrar la forma de quitárnoslos.
¿Tú crees? Ella contuvo su sarcasmo, presintiendo que no ayudaría con el problema o con su irritabilidad.
– Bien. Creo que conozco a alguien que puede ayudarnos.
– ¿Tú? -El se burló. -Tú conoces a alguien. -Él se rió.
Oh, eso la ofendió.
– Ey, resulta que conozco a muchas personas. La mayoría de ellos son realmente inusuales.
– Sí, ¿y acaso alguno de ellos tiene algún tipo de conexión con un dios Griego?
– Pues de hecho, sí. -Lo miró pagada de sí misma. -Sucede que trabajan para Artemisa.
Reaccionó instantáneamente.
– ¿Conoces a los Dark-Hunters?
– No personalmente, pero conozco a un Escudero.
– Llévame con él.
Esas palabras le cayeron como baldazo de agua fría a mitad de la noche.
– Eres un verdadero mandón HDP [2]. Quién se murió y te convirtió…
Simone se detuvo al darse de cuenta de que si decía la verdad, entonces el hombre era realmente un dios. Lo que respondía a su pregunta. Y explicaba bastante sobre su ego y prepotencia.
– Olvídalo. Sube al coche y vayamos a buscar a Tate. Si estás en lo cierto sobre estas cosas explotando, entonces necesitamos darnos prisa.
Aparecieron dentro del coche instantáneamente.
Simone sacudió la cabeza para despejarse mientras un extraño zumbido le susurraba en los oídos.
– Guau. ¿Puedes llevarnos a lo oficina de Tate de esa forma?
– Solo si hubiera estado allí antes. Debo conocer el lugar al que me dirijo para perfeccionarlo. De lo contrario podríamos atascarnos en medio de una pared o aparecer en algún otro lugar de mierda.
“De mierda”, era malo. Definitivamente no quería eso. Ser implantada a una pared no mejoraría las cosas.
Jesse apareció en el asiento trasero.
– Por cierto, ¿Habeis notado que Gloria se desvaneció durante la persecución? No tengo idea si considerarlo como algo bueno o como algo malo.
La tristeza la envolvió mientras ponía en marcha el coche.
– Estoy segura de que es malo. Pero nos preocuparemos por ella después de hablar con Tate. A menos que puedas encontrarla en el otro plano, no hay mucho más que podamos hacer por ella ahora.
El miedo destelló en los castaños ojos de Jesse.
– Sí, claro. ¿Recuerdas lo que sucedió la última vez que hice eso? No es una experiencia que quiera volver a frontar.
Tampoco ella. El pobre Jesse casi había sido devorado por un Daimon.
Simone condujo hacia la oficina de Tate y cogió el teléfono. Marcó el número para asegurarse de que él estuviera dentro.
Atendió a la cuarta llamada.
– Hola, mi amor. Acabo de cortar con los Escuderos.
Deslizó su mirada hacia Xypher, que permanecía sentado luciendo adusto e irritable.
– Eso es genial, pero ahora mismo tengo un real y apremiante problema.
– ¿Encontraste algo?
– Más bien, algo me encontró a mí.
– ¿A qué te refieres? -preguntó, su voz denotaba miedo.
Simone consideró cual sería la mejor manera de contarle lo que había sucedido. No acostumbraba a andarse con rodeos. Además, si Tate trabajaba para los Dark-Hunters, tal vez estuviera al tanto de lo que era un Dream-Hunter.
– Mientras buscaba en los alrededores, un grupo de Daimons apareció y también… un Skotos.
Se rió nerviosamente.
– Me estás tomando el pelo, ¿no es cierto?
Xypher enarcó una bonita ceja como si pudiera oír la conversación.
– No, -le respondió, alargando la palabra-y me estoy jugando que sabes de que se trata.
– Absolutamente. ¿Te han herido?
– Raspado, un poco. -Miró a la izquierda sobre el Canal-. Pero el meollo del asunto es que los Daimons me han abrochado algo en la muñeca y también en la del Skotos. No sabemos lo que es y necesitamos encontrar a alguien que lo sepa.
– Necesitas un oráculo. -Tate hizo que eso sonara como algo tan fácil.
Simone sacudió la cabeza.
– Sí, y nos encontramos un poquito alejados de Delphi, cariño.
– No tienes que ir a Grecia, nena. Conoces a Julián Alexander, ¿cierto?
Frunció el ceño ante el nombre tan familiar.
– ¿El sexy profesor de historia?
– No es que lo considere sexy, pero sí.
Ella ignoró el sarcasmo.
– ¿No estarás realmente diciéndome que él es un oráculo que habla con los dioses?
Tate rió con malicia.
– Prepárate, nena. Es hijo de Afrodita.
Por supuesto que lo era… ¿Por qué debería algo en este mundo tener sentido?
Dios santo, no es como si no estuviera sentada junto a uno de los hombres más guapos del mundo que también era un dios. O que tuviera un tonto fantasma adolescente sentado en el asiento trasero de su coche, tarareando la letra de la canción “Todos quieren dominar el mundo”, del grupo Tears for Fears.
Lo único que tenía sentido era que el buenorro del departamento de historia era también, un semidiós…
– Estaba segura de que no me gustaría la respuesta, -murmuró-. Y pensar que todo este tiempo, solo creí que se trataba de un profesor mono.
– Y todos tus alumnos creen que eres una excéntrica porque pareces hablar sola, cuando te descubren teniendo una conversación con Jesse.
– Por supuesto que lo creen. Vale, ¿cómo lo encuentro?
– Te daré su número.
Simone repitió el número para que Jesse la ayudara a recordarlo. Colgó la llamada con Tate, e inmediatamente llamó a Julián.
Cogió el teléfono a la tercera llamada.
– ¿Dr. Alexander?
– ¿Sí?
– No sé si me recordará, pero nos hemos encontrado en un par de funciones de la facultad. Soy la Doctora Simone Dubois, la profesora de Examinación Médica y Patología…
– Sí, la recuerdo.
Eso era impresionante, dado que no tenía nada de especial. Era de estatura mediana, peso mediano, tenía el cabello ondulado de color castaño oscuro y ojos pardos y normalmente vestía en tonos beige o marrones, o usaba su bata blanca de laboratorio. Como regla general, no permanecía en la memoria de las personas. De hecho, su grupo de secundaria la había votado como la “Persona Con Más Probabilidades de Ser Olvidada” o “Que Se le Sentaran Encima Por Accidente”. El hecho de que el Dr. Alexander la recordara, le provocaba una pequeña e infundada emoción.
– Bien, porque estoy metida en algún tipo de embrollo.
– ¿Y eso sería? -Aún a través del teléfono ella podía oír su tono de reserva.
Xypher le arrebató el móvil de las manos y empezó a hablar con Julián en una lengua que ella ni siquiera pudo identificar. A pesar de eso, la suave y lírica cualidad del lenguaje era increíblemente sexy. Era el tipo de tono que podría calentar a una mujer aún si estuviera pidiendo una pizza. Odiaba el hecho de que le afectara.
Apuesto o no, era un cretino y lo último que una mujer necesitaba era alimentar su masivo y prepotente ego.
Pocos minutos después, le devolvió el teléfono.
– Va a darte indicaciones para llegar a su casa.
– Gracias, -le dijo fríamente. Tomó el teléfono que le entregaba. -¿Dr. Alexander?
– Llámeme Julián.
Escuchó mientras le explicaba como encontrar su casa. Afortunadamente, no estaban muy lejos.
No le llevó mucho tiempo encontrar el pequeño bungalow en las afueras de St. Charles. Simone no había terminado de aparcar antes de que Xypher los transportara hasta el porche.
– Sabes, eso es realmente molesto y desconcertante.
– No me importa en absoluto. -Llamó a la puerta.
Simone sacudió la cabeza y Jesse la imitó. Lucía tan encantado como ella.
Julián abrió la puerta con cara de pocos amigos. Nunca fallaba en conmocionarla la magnitud de lo apuesto que era ese hombre. Y no era la única que pensaba así. Sus clases estaban siempre colmadas de estudiantes femeninas que no querían otra cosa que mirarlo fijamente. El hecho de fuera uno de los mayores expertos en el mundo sobre civilizaciones antiguas era una especie de bonificación.
El buen doctor estrechó sus ojos ante Xypher como si no pudiera creer lo que veía.
– Tienes emociones.
Xypher curvó su labio.
– En realidad no. Solo tengo una. Ira. A menos que cuentes una insaciable sed de venganza como tal. Entonces serían dos.
El ceño de Julian se profundizó.
– Cómo es que puedes.
– Mira -Xypher habló bruscamente-. No tengo tiempo para esto. Quita el brazalete para que pueda largarme a hacer lo que tengo que hacer.
– Tiene la idea fija, -explicó Simone.
– Sí, ya veo. -Julián dio un paso atrás-. Entra y déjame verlo.
Literalmente arrojó su brazo en la cara de Julián. El hombre era realmente odioso.
– Ahí.
– Tengo la sospecha de que ha sido criado por simios, -le dijo Simone a Julián.
Rió por lo bajo antes de coger el antebrazo de Xypher y examinar el brazalete mientras permanecían de pie en la entrada.
– Esto no es griego.
Xypher se mofó.
– Por supuesto que lo es. Conozco el trabajo de Hefesto.
– También yo y esto no lo es. -Dobló su brazo para ver mejor el cerrojo.
– No puedo saberlo con exactitud, pero creo que el origen de esto es Atlante.
Aún no parecía del todo convencido.
– ¿Estás seguro?
Julian asintió severamente.
– Hefesto es mi padrastro. Tengo sus baratijas por toda mi casa… y experiencia con algunos de sus artículos. Incluyendo esposas. El cerrojo en estas es definitivamente algo diferente.
Simone quería gemir por la frustración. Si Julián no podía ayudarlos, entonces ¿quién podría?
– ¿Sabes para qué sirve?
– En realidad no, pero si pudieran entrar en la casa y salir así del campo de visión de mis vecinos, puedo preguntar.
Los ojos de Xypher se oscurecieron peligrosamente.
– Ni siquiera lo intentes, -le dijo-. He enfrentado cosas muchos peores que un Skotos cabreado.
Xypher lo miró amenazadoramente.
– Tendrás que dormir en algún momento.
– También tú.
Simone dejó escapar un sonido de disgusto.
– Tranquilos, chicos, tranquilos. Por favor. Tan sólo quisiera liberarme antes de morir por una sobredosis de testosterona.
Sin decir una palabra, Julián los guió dentro de la casa, hacia la sala de estar. Simone sonrió ante la visión de los juguetes dispersados por el suelo en contraste con el resto de la inmaculada casa. Sobre la repisa de la chimenea había fotografías de Julián junto a una mujer de cabello oscuro y unos niños, dos varones y dos niñas. Aparentaban felicidad absoluta.
– No sabía que tenía hijos, -le dijo ella, enternecida por la visión.
El sonrió orgullosamente.
– Están en la casa de unos amigos con su madre. Estaba intentando armar un programa de estudios para mi nueva clase, aprovechando la tranquilidad y la falta de un bebé que garabatee mis notas. Su hermana mayor acaba de enseñarle cómo dibujar tulipanes y ha estado plantándolos por todos lados.
Para constatar sus palabras, había dos brillantes tulipanes rosa, de la altura de un bebé, dibujados sobre la pared tras ellos.
Simone se podía imaginar lo difícil que podría ser, idear material de estudio interesante y beneficioso mientras atendías a un bebé.
Personalmente, odiaba tener que preparar programas de estudio y eso sin contar con el… pensándolo bien, tenía a Jesse. Realmente podía identificarse con la situación de Julián.
– Siento que estemos molestándote.
– Descuida, -le dijo en un tono amistoso-. Si esta es la peor interrupción que tengo por el día, entonces me ha ido notablemente bien.
Después de eso y sin decir una palabra, Julián inclinó su cabeza hacia atrás y miró hacia el techo.
– Ey Ma, ¿tienes un minuto?
Simone miró hacia las escaleras, pensando que su madre estaría en la casa.
Resultó que no era el caso. Un destello de luz la dejó prácticamente ciega, antes de que una mujer rubia increíblemente hermosa surgiera ante Julián. Delgada y llena de gracia, vestía un traje de lana blanca; su madre parecía tan asombrada por la presencia de Simone como Simone lo estaba por la suya.
Sin mencionar el hecho de que no aparentaba ser si quiera un día mayor que él. ¡Santa hostia! ¡Había una real y viviente diosa ante ella! ¿Qué aparecería a continuación? ¿Un dragón? Así fuera Brad Pitt, estaría dentro de lo normal.
– ¿Qué sucede? -preguntó Afrodita.
Julian señaló con la cabeza a Xypher, que lucía su usual y amenazante mirada de ira.
– Tenemos un problema.
Afrodita se volvió e hizo una mueca.
– ¿Tú? ¿Qué estás haciendo aquí? Creía que estabas muerto.
– Lo estoy. Gracias. Tú también te ves bien, para ser una vieja decrépita.
Afrodita lo miró como si sus palabras le dejaran un mal sabor de boca.
Xypher la ignoró al tiempo que alzaba el brazalete hacia ella.
– Estoy aquí para quitarme esto, y si no es posible quitarlo, al menos quiero saber lo qué es y lo que hace.
Simone no creyó que la diosa pudiera lucir más asqueada y aún así se acercó amablemente. Al menos hasta que se rió.
– Lo juro por el río Styx, Xypher, jamás he visto a nadie enfurecer más a los dioses que tú. ¿A quién has irritado esta vez?
Un músculo se tensó en la mandíbula de Xypher.
– No juegues conmigo, Afrodita. ¿Qué es?
– Es un deamarkonian. Una bonita baratija creada por los dioses Atlantes para vencer lo invencible. No tenía idea de que aún existieran. ¿Dónde lo encontraste?
– Lo encontré prendido a mi muñeca. Ahora, ¿Qué es lo que hace exactamente?
Se encogió de hombros de la forma más grácil que Simone hubiera visto.
– Vincula las fuerzas vitales de dos entidades. Tú y -se volteó hacia Simone-tu pequeña amiga. Si uno de vosotros muere, el otro muere también. Los Atlantes lo usaban para matar a alguien más fuerte. Lo vinculas con alguien débil, entonces matas al débil para acabar así con el fuerte. Simple.
Xypher maldijo.
– Oh, pero se pone aún mejor, -dijo Afrodita, arrugando la nariz en dirección a él-. Debéis permanecer juntos. Si os alejáis demasiado uno del otro, ambos moriréis.
Simone se quedó estática.
– ¿Qué?
Ella asintió.
Xypher maldijo otra vez.
– ¿Cómo de lejos?
– No tengo idea. Adivino que lo descubriremos en cuanto uno de vosotros cruce el límite y ambos caigáis muertos.
Esta vez la maldición de Xypher fue tan obscena que Simone se sonrojó.
– No puedo quedarme atado a ti -le gruñó.
Ella abrió la boca ante sus palabras de furia.
– Como si tú fueras mi sueño hecho realidad. Créeme, ese retorcido sentimiento que tienes en tu estómago, lo comparto ampliamente.
Estrechó los ojos hacia ella, pero se rehusó a dejarse intimidar.
– ¿Conoces alguna manera con la que podamos quitarnos esto? -le preguntó a Afrodita.
– No lo sé.
Por su expresión, Simone adivinó que esa no era la respuesta que Xypher quería.
– ¿A qué te refieres con que no lo sabes? -le preguntó.
– ¿Qué te pasa? ¿Estás ciego? No soy Atlante, el brazalete fue creado para acabar con nosotros, y eso significa que los dioses Atlantes que lo crearon no estaban realmente interesados en compartir sus debilidades. Si conoces a alguien vinculado a su panteón muerto, te sugiero que lo intentes con ellos. -Se volvió hacia Julian y sus facciones se suavizaron.
– Te veo luego, corazón. -Y se esfumó.
– ¡Afrodita! -Xypher gritó hacia el techo-. ¡Trae tu flaco trasero aquí!
Simone se mofó.
– No imagino por qué no respondería a eso-. Entrecerró los ojos hacia Xypher.
– ¿Dónde aprendiste modales? ¿En la prisión?
Él la miró como si pudiera visualizar sus manos alrededor de su cuello. A ella no le importaba, ya que casualmente, albergaba la misma fantasía con respecto a estrangularlo… preferentemente, con uno de esos brazaletes que los tenían vinculados.
Julián dejó escapar un largo suspiro al tiempo que apoyaba las manos en las caderas.
– Espero que seas amigo de Acheron. Es el único Atlante que conozco.
Xypher no parecía muy emocionado al respecto.
– Dame su número.
Simone enarcó una ceja hacia Xypher.
– ¿Acaso no puedes hacerlo aparecer de la nada?
Julián se rió.
– Buena suerte. Es la única persona que conozco que puede ser más irritable que mi madre o incluso Xypher. No invocas a Acheron. Lo solicitas amablemente.
– Estoy harto de que los dioses jueguen con mi vida -Xypher gruñó mientras Julián le entregaba un trozo de papel con el número garabateado en él.
Un rayo de esperanza atravesó los ojos de Julián.
– Conozco el sentimiento. Pero a veces, la salvación llega en el momento menos esperado. Sus ojos se posaron sobre Simone.
– Y de parte de la persona menos probable.
Xypher puso los ojos en blanco.
– No me vendas esa mierda. Estoy en una cuenta atrás. En veintidós días vuelvo al infierno. Mi única meta es asegurarme de que esta vez, no iré solo.
– Entonces te deseo suerte. -Julián les enseñó la puerta-. Si necesitáis algo más, hacédmelo saber.
Simone le dio las gracias antes de liderar el paso a través del porche. Le entregó el móvil a Xypher mientras caminaba hacia el coche, estaba realmente sorprendida de que no los hubiera hecho aparecer dentro.
Después de todo, él estaba distraído. No dijo una palabra. Se limitó a coger el móvil y marcar el número con una expresión irritable, que era de algún modo, tentadora.
– Por supuesto que no estás disponible… -dijo en un tono gutural. Después, en un tono de voz más normal dijo, -Acheron, soy Xypher. Cuando oigas los mensajes, necesito que me devuelvas la llamada. Tengo un problema y necesito que te pongas en contacto conmigo lo antes posible. Cerró el móvil y se lo devolvió.
Simone lo puso en su bolsillo trasero.
– ¿Crees que responderá?
– No lo dudes.
Lo obligó a detenerse sobre la acera,
– ¿Necesitas ser tan hosco cada vez que respondes?
– ¿Y tú necesitas ser tan condenadamente alegre? Era demasiado pedir que me encadenaran a una muda depresiva o a alguna de esas tías que visten de negro y escriben patética poesía.
En su vida la habían ofendido tanto.
– ¿Qué es lo que pasa contigo?
Sus ojos centellaron en la oscuridad.
– Agradece humana, que jamás podrás entenderlo.
¿Entender qué? ¿Qué él era un imbécil? No había excusa para eso.
– ¿Sabes? no eres el único con problemas en esta ecuación. Resulta que yo tengo una vida y un trabajo. Lo último que necesito es cargar con un gorila de ciento cuarenta kilos con un resentimiento tan grande sobre sus hombros, que es un misterio que no le haya salido una joroba.
– No peso ciento cuarenta kilos.
Ella enarcó una ceja antes su respuesta.
– ¿No niegas la parte del gorila?
– No.
Eso le quitó gran parte de su bravuconería. Era difícil atacarlo cuando parecía tan contento con el hecho de ser un monstruo.
– Eh, ¿Simone? -Había una nota de pánico en la voz de Jesse.
Ella se volvió a mirarlo.
– ¿Si?
– ¿Qué es eso?
Miró en la dirección que le señalaba. Alto y ágil, con ojos rojos que destellaban en la oscuridad.
Y se dirigía hacia ellos.