CAPÍTULO 10

A la mañana siguiente comenzó su campaña para proteger su corazón de la tentación de enamorarse de Royce Varisey.

Su estrategia era sencilla; tenía que mantenerse tan lejos como fuera posible de su cama ducal.

Minerva lo conocía; era cabezota, por no decir terco. Dado que había declarado que la primera vez que la tuviera sería en la enorme cama, siempre que se mantuviera lejos de su habitación, y de aquella cama, estaría a salvo.

Después de desayunar con el resto de invitados en lugar de hacerlo en el salón privado de la torre, envió un mensaje a los establos para que le prepararan el carruaje, bajó a la cocina y llenó una cesta con una selección de conservas de fruta de los huertos del castillo, y después se encaminó hacia los establos.

Estaba esperando a que terminaran de preparar el carruaje cuando Sable llegó cabalgando, con Royce en su grupa.

Detuvo al caballo y la estudió.

– ¿Adónde vas?

– Tengo que visitar algunas granjas familiares.

– ¿Dónde?

– Cerca de Blindburn.

La mirada del duque bajó hasta Sable. Había estado cabalgando al semental bastante tiempo, y necesitaría otro caballo si decidía ir con ella; el pequeño carruaje no podía llevarlos a ambos y a la cesta.

La miró.

– Si esperas mientras preparo mi carruaje, iremos ambos en él. Me gustaría conocer esas granjas.

Minerva lo consideró, y asintió.

– Está bien.

Royce desmontó, con un par de órdenes dispuso que Henry y dos mozos prepararan a sus dos corceles negros y el carruaje, mientras otros quitaban los arreos al viejo caballo del carruaje de Minerva.

Cuando estuvo todo preparado, el ama de llaves dejó que él tomara su cesta y la colocara bajo el asiento, después la ayudó a subir; ella recordaba a sus endemoniados caballos… Con ellos al final de las riendas, el duque no podría dedicarle ninguna atención.

Ni podría intentar seducirla.

Royce subió junto a ella, y con un giro de su muñeca, puso a los caballos al galope; el carruaje salió del patio del establo y entró en el camino, y después se dirigió a Clennell Street.

Veinte minutos más tarde llegaron a un grupo de casitas bajas de piedra agrupadas contra una colina. Royce se sintió aliviado cuando su pareja de corceles consiguió subir la inclinada pendiente sin romperse ninguna pata.

Detuvo a los caballos en el borde de una zona llana entre las tres casitas. Instantáneamente, aparecieron niños en cada abertura, algunos incluso saliendo de las ventanas. Todos tenían los ojos como platos por el asombro. Rápidamente, se reunieron a su alrededor, mirando a los caballos.

– ¡Oooooh! -Exclamó un chico. -Apuesto a que corren como locos.

Minerva bajó y cogió su cesta. Miró a Royce.

– No tardaré demasiado.

Un súbito sentimiento (podría haber sido pánico) lo asaltó ante la idea de que lo dejaran a la merced de un grupo de niños durante horas.

– ¿Cuánto tiempo es "demasiado"? -Con una sonrisa, Minerva se dirigió a las casitas. Todos los niños corearon un educado "Buenos días, señorita Chesterton", al que respondió con una sonrisa, pero los niños inmediatamente volvieron a fijar su atención en Royce… O mejor dicho, en sus caballos.

Vio que el grupo cada vez se acercaba más; había niños que apenas habían aprendido a andar, y otros lo suficientemente mayores para trabajar en los campos… Fueran cuales fueran las edades a las que estas descripciones pudieran ser traducidas. El duque había tenido poca relación con niños de cualquier tipo, al menos desde que él mismo había sido uno de ellos; no sabía qué decir, ni qué hacer.

Sus brillantes y curiosas miradas iban de sus caballos a él, pero en el instante en el que lo descubrían mirándolos, volvían a mirar a los caballos. Revisó su primera conclusión; estaban interesados en él, pero era más fácil acercarse a los caballos.

El era su duque; ellos eran sus futuros trabajadores.

Se preparó mentalmente y, moviéndose lenta y deliberadamente, ató las riendas, y después bajó y acarició las cabezas de los caballos. Algunos de los niños eran muy pequeños, y los corceles, aunque por el momento estaban tranquilos, no eran de fiar.

El grupo retrocedió un paso o dos, y los chicos y las chicas mayores hicieron reverencias. Los más pequeños no estaban seguros de qué hacer, ni por qué. Una chica susurró a su hermano pequeño:

– Es el nuevo duque, tonto.

Royce fingió que no lo había oído. Asintió cordialmente (un asentimiento general que los incluía a todos) y después extendió la mano y la pasó por el largo cuello de su caballo.

Pasó un minuto, y después…

– Su Excelencia, ¿usted los monta? ¿O son solo para tirar del carruaje?

– ¿Ha ganado alguna carrera con ellos, su Excelencia?

– ¿Cómo de rápido pueden correr, su Excelencia?

Estaba a punto de decirles que dejaran de llamarlo "su Excelencia", pero se dio cuenta de que podría sonar como una reprimenda. En lugar de eso, respondió a sus preguntas de modo tranquilo.

Para su sorpresa, el acercamiento que usaba con los caballos funcionaba con los niños también. Se relajaron, y tuvo la oportunidad de darle la vuelta a la tortilla y aprender un poco sobre el pequeño asentamiento. Minerva le había contado que había cinco familias viviendo en las tres casitas. Los niños confirmaron que sólo la mujer más anciana estaba en casa; el resto de adultos y jóvenes estaban en los campos, o trabajando en la fragua que estaba un poco más lejos por aquel camino. Los propios niños no estaban en el colegio porque no había ninguna escuela cerca; aprendían las letras y los números de la anciana mujer.

Después de un par de intercambios, los niños sintieron claramente que el hielo se había roto y que se había establecido la suficiente confianza como para preguntarle.

– Hemos oído contar -dijo el muchacho que pensaba que era el mayor -que estuvo trabajando en Londres para el gobierno… ¡que era un espía!

Eso lo sorprendió; pensaba que su padre se había asegurado de que su ocupación permaneciera siendo un oscuro secreto.

– ¡No seas tonto! -La chica mayor se sonrojó cuando Royce y los demás la miraron, pero continuó: -Mamá dice que fue el espía jefe (el que manda más), y que fue el responsable de derribar a Boney.

– Bueno… no lo hice yo solo. Los hombres que organicé hicieron cosas muy peligrosas, y sí, contribuyeron a la caída de Napoleón, pero fue necesario el trabajo de Wellington, del ejército entero, y de Blucher y los demás.

Naturalmente, lo tomaron como una invitación para abrumarlo con más preguntas sobre las misiones de sus hombres; apropiándose libremente de hazañas que de otro modo estarían clasificadas, fue fácil mantener a la expectante horda satisfecha, aunque no estuvieron dispuestos a creer que en realidad no hubiera visto cómo se llevaban a Napoleón con grilletes.

Después de entregar las conservas que había traído, y de que le presentaran al último miembro de la familia, con el bebé en sus brazos, mientras éste jugaba con su pelo, Minerva se acercó a la ventana para ver mejor los ojos del niño, miró el exterior… y a punto estuvo de devolver el bebé a su abuela para poder salir corriendo a rescatar a sus hermanos.

O a Royce, lo que fuera… pero después de mirar un instante, fijándose en el lugar en el que estaban los caballos negros, el carruaje y el duque más poderoso de Inglaterra, que parecía estar contándoles alguna historia… Se relajó y, sonriendo, se giró hacia el bebé y lo arrulló.

La abuela del niño se acercó a la ventana; ella, también, se fijó en la escena en el exterior. Levantó las cejas. Después de un momento, dijo:

– Viendo eso, si no estuviera viendo con mis ojos el parecido con el difunto señor, pensaría que algún cuco se había metido en el nido ducal.

La sonrisa de Minerva se hizo más amplia; la idea de Royce como un bastardo…

– Definitivamente es un Varisey, de nacimiento y cuna.

La vieja mujer asintió.

– Sí, tendremos que vigilar a nuestras hijas, sin duda. Aun así… -Se giró y volvió a su trabajo. -Si el de ahí fuera hubiera sido su padre, habría gruñido a los niños y los hubiera espantado… Solo porque podía hacerlo.

Minerva estaba de acuerdo, aunque el viejo Henry nunca habría pensado siquiera en salir con ella durante sus rondas.

Sin embargo, no iba a tentar al destino; devolvió el bebé a su abuela, cogió su cesta, y estaba despidiéndose cuando una enorme presencia oscureció la entrada. Royce tuvo que agacharse para entrar.

Las tres mujeres inmediatamente hicieron una reverencia; Minerva hizo las presentaciones antes de que él pudiera pedirle bruscamente que se marcharan.

Royce saludó a las mujeres, y después la miró, fijándose en la cesta vacía que tenía en la mano. Pero una vez más, antes de que pudiera decir nada, la matriarca, que había aprovechado el momento para evaluarlo, se acercó para mostrarle a su nieto.

Minerva contuvo el aliento, sintió que él se tensaba y que estaba a punto de retroceder (de apartarse del bebé), pero después se recompuso y se mantuvo en su lugar. Asintió formalmente ante las palabras de la matriarca, y después, cuando estaba a punto de girarse para marcharse, dudó.

Extendió la mano y rozó con uno de sus largos dedos la suave mejilla del bebé. El niño balbuceó y agitó sus pequeños puños. El rostro de la madre se deshizo en sonrisas.

Minerva le hizo una señal con su cesta.

– Deberíamos irnos.

Royce asintió, e inclinó la cabeza hacia las mujeres.

– Señoras -Se giró y salió de la casita.

Después de intercambiar miradas impresionadas con las mujeres de la granja, Minerva lo siguió. Cruzó el patio hasta el carruaje y vio y escuchó lo suficiente para saber que los niños habían perdido todo el miedo al duque; sus ojos ahora brillaban con una especie de adoración hacia su héroe más personal que la simple devoción.

Su padre no había tenido una relación real, no había tenido ninguna interacción personal, con sus aldeanos; los había administrado a distancia, a través de Falwell y Kelso, y había hablado con ellos directamente únicamente cuando era absolutamente necesario. Por tanto, solo había llegado a hablar con los hombres adultos.

Royce -o eso parecía-sería distinto. Ciertamente, carecía de la insistencia de su padre sobre que se preservara una distancia adecuada entre su ser ducal y las masas.

Una vez más, Royce cogió la cesta, la guardó, y después la ayudó a subir. El mayor de los chicos le entregó las riendas, y luego se acomodó junto a Minerva. Ella contuvo su lengua y dejó que él hiciera retroceder a los niños. Con los ojos muy abiertos, lo obedecieron, y observaron cómo giraba con cuidado a la pareja de corceles, y después se despidieron con gestos y gritos mientras guiaba el carruaje por el camino.

Cuando las casitas quedaron atrás, la paz, la serenidad (y la soledad) de las colinas se cerró alrededor de ellos. Recordó su objetivo, pensó rápidamente, y después dijo:

– Ya que estamos aquí, hay un pozo cerca de Shillmoor que está dando problemas -Lo miró mientras giraba la cabeza para mirarla. -Podríamos echarle un vistazo.

Royce mantuvo su mirada un momento, y después tuvo que mirar de nuevo a sus caballos. La única respuesta que le dio fue un gruñido, pero cuando llegaron al final del sendero, giró los caballos hacia el oeste, en dirección a Shillmoor.

En lugar de al mirador más solitario y cercano.

Se echó hacia atrás y escondió una sonrisa. Mientras evitara estar a solas con él, estaría a salvo, y Royce no podría ser capaz de avanzar en su causa.


A primera hora de la tarde Royce entró en su vestidor y comenzó a quitarse la ropa mientras Trevor vertía el último de una sucesión de cubos de agua caliente en el baño más allá.

Estaba especialmente contento. Su ama de llaves había llenado con éxito su día entero; habían dejado el pequeño caserío cerca de Shillmoor apenas con tiempo suficiente para volver al castillo y tomar un baño antes de la cena.

Y después de supervisar las últimas fases de la reconstrucción de las agrietadas paredes del pozo y su vencido techo, y después de tomar parte activamente en el montaje y el correcto funcionamiento del mecanismo para sacar agua de las profundidades del pozo, necesitaba un baño.

Los aldeanos se habían tomado el día libre del trabajo en sus campos y se habían reunido para reparar el viejo pozo, una necesidad antes del invierno; cuando él y Minerva habían llegado, ya llevaban las reparaciones de los muros bien avanzadas. Sus ideas para apuntalar el techo, sin embargo, eran una receta para el desastre; se había abierto paso y había usado su incuestionable autoridad para rediseñar y dirigir la construcción de una estructura que tenía algunas esperanzas de soportar el peso de la nieve que comúnmente experimentaban en aquellos lares.

Lejos de sentirse molestos por su interferencia, los hombres, y las mujeres, también, se habían sentido aliviados y sinceramente agradecidos. Habían almorzado todos juntos (sidra, gruesas cuñas de queso y pan de centeno recién horneado que él y Minerva habían aceptado gentilmente), y había sido mucho más increíble cuando, después de observar cómo los hombres se rascaban las cabezas y murmuraban sobre el mecanismo que habían desmontado, Royce se quitó la chaqueta, se subió las mangas, y se puso a trabajar con ellos, ordenando las distintas partes y ayudándolos a montarlas de nuevo, a alinearlas, y a colocar el mecanismo (él era más alto y fuerte que todos los demás que había allí), y al final consiguieron un pozo rejuvenecido y totalmente funcional.

Se produjeron ovaciones y aplausos a su alrededor cuando una de las mujeres sacó el primer cubo lleno.

El duque y Minerva se marcharon con una cacofonía de gracias resonando en sus oídos, pero no había escapado a su atención lo sorprendidos e intrigados que habían estado los aldeanos por él. Evidentemente, su modo de tratar con ellos era bastante distinto de lo que había sido el de su padre.

Minerva le había dicho que no tenía que ser como su padre; parecía que estaba demostrando que ella estaba en lo correcto. Debería sentirse satisfecha… y lo estaba. Sus excursiones le habían asegurado la victoria del día… Ella había triunfado en aquella batalla en la que ambos estaban luchando.

Para él, el resultado era una conclusión predecible; no tenía ninguna duda de que ella terminaría en su cama. Permanecía siendo un misterio por qué se estaba resistiendo tan enérgicamente… Un misterio, y un desafío.

Se quitó las botas, se levantó y se quitó los pantalones y las medias. Desnudo, entró en el baño, y se quedó mirando el vapor que emergía de la superficie del agua.

Su ama de llaves era la primera mujer por la que había tenido que luchar. A pesar de las molestias, de las frecuentes irritaciones, del constante fastidio del rechazo sexual, no podía negar que encontraba el desafío (la cacería) intrigante.

Miró abajo. Era igualmente imposible negar que su desafío, y ella misma, le resultaban excitantes.

Entró en la bañera, se sumergió, se echó hacia atrás y cerró los ojos. Quizá el día había sido de ella, pero la noche sería suya.

Caminó hasta el salón sintiéndose como un lobo anticipándose a su próxima comida. Localizó a su ama de llaves, de pie ante la chimenea con su vestido negro de escote modesto, y corrigió el pensamiento: un hambriento lobo babeando por la expectación.

Se dirigió a ella. Cuando estaba a menos de dos pasos de distancia, se dio cuenta de que se estaba tramando algo; sus hermanas, sus primos y el resto de invitados que aún quedaban en el castillo estaban ruidosos y nerviosos, y la agitación de sus conversaciones era un zumbido a su alrededor.

Habían comenzado a formarse una sospecha antes de llegar junto a Minerva. Margaret estaba a su lado; su hermana mayor se giró mientras él se acercaba, con el rostro iluminado de un modo que había olvidado que podía presentar.

– Royce… Minerva nos ha hecho la sugerencia más maravillosa.

Incluso mientras Margaret parloteaba, supo que no iba a compartir su impresión.

– Las obras… las obras de Shakespeare. Los que hemos decidido quedarnos somos más que suficientes para realizar una representación cada noche… para entretenernos hasta la feria. Aurelia y yo creemos que, ya que ha pasado una semana desde el funeral, y dado que esto será una fiesta privada, nadie pondrá objeciones en los terrenos de la propiedad -Margaret lo miró, con sus oscuros ojos llenos de vida. -¿Qué te parece?

La idea de su ama de llaves había sido tremendamente inteligente. La miró; ella le devolvió la mirada, sin un ápice de regodeo en su expresión.

Sobre todo Margaret y Aurelia, aunque Susannah también, eran adictas a las representaciones teatrales de aficionados; mientras vivieron en el sur de Eton, y después en Oxford, habían tenido que soportar muchos largos inviernos atrapadas en el castillo… de ahí su pasión. Lo había olvidado, pero su ama de llaves no.

Su respeto por ella como oponente creció.

Miró a Margaret de nuevo.

– No veo ninguna objeción.

No veía ninguna alternativa; si objetaba y vetaba las obras, sus hermanas se enfurruñarían y lo acosarían hasta que cambiara de idea. Con expresión afable, arqueó una ceja.

– ¿Con qué obra vais a comenzar?

Margaret se iluminó.

– Romeo y Julieta. Aún tenemos todos los guiones abreviados y los disfraces de cuando solíamos hacer esto hace tanto tiempo -Posó una mano sobre el brazo de Royce, agradecida, y después lo liberó. -Voy a decírselo a Susannah… ella será Julieta.

Royce la observó mientras se alejaba; por las preguntas que le hacían, y las expresiones que provocaban sus respuestas, todo el mundo estaba dispuesto y ansioso por deleitarse con aquel entretenimiento.

Minerva había permanecido, como su leal ama de llaves, a su lado.

– Supongo -dijo -que vamos a ser obsequiados con Romeo y Julieta esta noche.

– Eso es lo que han planeado.

– ¿Dónde?

– En la sala de música. Es donde siempre tienen lugar las obras. El escenario, e incluso el telón, están aún allí.

– Y -La cuestión más importante, -¿cuándo les hiciste esta brillante sugerencia?

Minerva dudó un momento, notando el subyacente disgusto de su voz.

– Esta mañana, en el desayuno. Estaban quejándose de lo aburridos que estaban.

Royce dejó que pasara un minuto, y después murmuró.

– Si puedo hacerte una sugerencia, la próxima ver que consideres lo aburridos que pueden estar, deberías primero considerar lo aburrido que yo puedo estar.

Se giró y la miró a los ojos, solo para verla sonreír.

– Hoy no te has aburrido.

No tenía sentido mentir.

– Quizá no, pero voy a estar tremendamente aburrido esta noche.

Su sonrisa se amplió mientras miraba hacia la puerta.

– No puedes tenerlo todo.

Retford los llamó para la cena. Con irresistible deliberación, Royce la tomó del brazo. Notó el súbito salto de su pulso. Bajó la cabeza para murmurar mientras la guiaba hacia la puerta.

– Pero tengo intención de tenerlo todo de ti. Todo, y más.

De nuevo la situó a su lado en la cena, y se vengó como pudo, pasando la mano por su cintura mientras la conducía hasta su silla, y acariciando su mano con los dedos mientras la dejaba.

Minerva capeó esos momentos con toda la fortaleza que pudo reunir; los nervios crispados y los sentidos agitados eran un precio que estaba dispuesta a pagar si así evitaba su cama ducal.

Era frustrante, pero nadie (ni siquiera Margaret) parecía pensar que el hecho de que Royce monopolizara su compañía fuera extraño. Además, debido a que estaba reclinado hacia atrás en su enorme silla, haciendo que ella tuviera que girarse para mirarlo, su conversación permanecía en privado; los demás, presumiblemente, pensaban que estaban discutiendo asuntos del ducado. En lugar de eso…

– Supongo que Romeo y Julieta no ha sido tu elección -Se echó hacia atrás, girando su copa de vino entre los dedos.

– No. Es la favorita de Susannah… estaba deseando interpretar a la protagonista -Intentó mantener su atención en su plato.

Transcurrió un minuto.

– ¿Cuántas obras de Shakespeare tienen amantes como protagonistas?

Demasiadas. Extendió la mano para coger su copa de vino… Lentamente, para asegurarse de que Royce no iba a decir nada que la hiciera sacudirla; como se mantuvo en silencio, la cogió agradecida, y tomó un gran sorbo.

– ¿Tienes intención de tomar parte… de asumir alguno de los papeles en el escenario?

– Eso dependerá de cuántas obras representemos -Dejó su copa, e hizo una nota mental para comprobar qué obras eran seguras para presentarse voluntaria.

Entonces, intentó atraer su atención a las conversaciones más allá en la mesa; con la informalidad en incremento, estas se estaban haciendo más generales… y más escandalosas.

Efectivamente, más lascivas. Algunos de sus primos estaban haciendo sugerencias a Phillip (que interpretaba a Romeo) sobre cómo llevar a su Julieta al lecho amoroso.

Para su consternación, Royce se inclinó hacia delante, prestando atención a la jocosa conversación. Entonces murmuró, en voz tan baja que solo ella pudo oírlo:

– Yo podría hacerle algunas sugerencias.

La mente de Minerva inmediatamente conjuró todos los evocativos recuerdos de su último intento de meterla en su cama; cuando su intelecto saltó a un primer plano y dejó a un lado su mente, esta simplemente pasó al momento antes de eso, a sus labios sobre los de ella, al placer que sus largos dedos habían obrado mientras la sujetaba contra el muro en la lujuriosa oscuridad…

Necesitó hacer un esfuerzo para liberar su mente y concentrarse en sus palabras.

– Pero tú no lo conseguiste.

Se habría tragado esas palabras en el mismo momento en el que las pronunció; sonaron serenas y tranquilas… Nada parecido a cómo se sentía.

Lentamente, el duque giró la cabeza y la miró a los ojos. Sonrió… esa curva de sus labios que portaba una promesa de reacción letal más que cualquier afirmación consoladora.

– No. Todavía.

Dejó caer sus tranquilas palabras como piedras en el aire entre ellos; ella sintió cómo se acumulaba la tensión, y se estremeció. Sintió que algo en su interior temblaba… no con aprensión, sino con una maldita anticipación. Se obligó a arquear una ceja, y después deliberadamente dirigió su atención de nuevo a la mesa.

Tan pronto como tomaron los postres, Margaret envió a Susannah, a Phillip y al resto del reparto a la sala de música, para que se prepararan. Todos los demás permanecieron en la mesa, terminando su vino, charlando… hasta que Margaret declaró que los actores habían tenido tiempo suficiente, y todo el grupo se dirigió a la sala de música.

La sala de música estaba en el ala oeste, en el lugar donde se unía con el ala norte. Parte de ambas alas, la habitación tenía una forma extraña, y tenía dos puertas, una que se abría al ala norte y otra que daba a los pasillos del ala oeste, y solo una ventana… una ventana amplia ubicada entre los dos muros exteriores. El poco profundo estrado que formaba el escenario llenaba el suelo frente a la ventana, un trapezoide que se extendía en la habitación. El escenario en sí mismo era el rectángulo justo frente a la ventana, mientras las zonas triangulares a cada lado habían sido pandeadas, bloqueándolas para la audiencia sentada en la zona principal de la habitación, creando alas en las que los actores podían ponerse la ropa que componía sus disfraces, y donde podía almacenarse los enseres del escenario.

Unas gruesas cortinas de terciopelo ocultaban el escenario. Frente a él, los lacayos habían colocado cuatro hileras de sillas en la habitación. El grupo las ocupó, charlando y riéndose, fijándose en las cortinas cerradas y en la penumbra creada por tener solo tres candelabros sobre pedestales iluminando la amplia habitación; un candelabro, totalmente encendido, proyectaba su luz sobre él, en ese momento, escondido escenario.

Minerva ni siquiera intentó apartarse de Royce mientras la guiaba hasta un asiento en la segunda hilera, a la derecha del pasillo central. Se sentó, agradecida por haber sobrevivido al viaje desde el comedor sin ninguna descomposición más que la sensación de su mano en su cintura, y la curiosa aura que proyectaba al merodear sobre ella y a su alrededor.

Tanto protectora como posesivamente.

Debería haber tomado alguna medida al respecto de esa costumbre envolvente, pero se sentía intrigada y tentada por la sugerente atención.

El resto del grupo tomó asiento rápidamente. Alguien echó un vistazo a través de las cortinas y después, lentamente, el pesado telón se abrió para dar paso a la primera escena.

La obra comenzó. En tales situaciones era una práctica aceptada que la audiencia hiciera comentarios, sugerencias, y que diera indicaciones a los actores (que podrían responder, o no hacerlo. Fuera cual fuese el verdadero tono de la historia, el resultado siempre era una comedia, algo que los guiones abreviados estaban diseñados para potenciar; se esperaba que los actores sobreactuaran sus partes.)

Aunque la mayoría de los asistentes hacían sus comentarios lo suficientemente alto para que todos lo oyeran, Royce hacía los suyos solo para Minerva. Sus observaciones, sobre todo sobre Mercutio, interpretado a conciencia por su primo Rohan, eran tan mordaces, tan agudas y tan graciosas, que pronto la tuvo riéndose sin remedio… algo que había observado con genuina y transparente aprobación, y que le parecía motivo de alarde.

Cuando Susannah apareció como Julieta, bailando un vals en la fiesta de su familia, ella le devolvió el favor, haciéndole sonreír, y finalmente provocándole una carcajada; Minerva había descubierto que se sentía satisfecha por eso, también.

La escena del balcón los había hecho intentar superarse el uno al otro, justo cuando Susannah y Phillip competían por los histriónicos honores sobre el escenario.

Cuando la cortina finalmente se cerró, y la audiencia aplaudió un trabajo bien hecho, Royce descubrió que, de un modo totalmente inesperado, se había divertido.

Desgraciadamente, cuando miró alrededor mientras los lacayos se apresuraban para encender más velas, se dio cuenta de que todo el grupo se había divertido mucho… lo que no era un buen augurio para él. Querrían hacer una obra cada noche hasta la feria; le llevó un instante darse cuenta de que no tenía esperanzas de alterar eso.

Tendría que encontrar algún modo de esquivar aquel obstáculo para llegar hasta su ama de llaves.

Tanto Minerva como él se levantaron con los demás, charlando e intercambiando comentarios. Junto al resto de actores reapareció Susannah, bajando del escenario para unirse al grupo. Lentamente, se abrió camino hasta llegar a su lado.

Se giró mientras él se aproximaba, y levantó una oscura ceja.

– ¿Has disfrutado con mi actuación?

Royce levantó una ceja.

– ¿Era una actuación?

Susannah abrió los ojos de par en par.

Minerva se había alejado de Royce. Estaba elogiando a Rohan por su representación de Mercutio; se hallaba a solo unos pasos de distancia de Susannah cuando Royce se aproximó.

Lo suficientemente cerca para oír y ver cómo elogiaba a su hermana, y después, en voz más baja, decía:

– Me parece que Phillip ha sido el último que ha atraído tu atención. No hubiera pensado que fuera tu tipo.

Susannah sonrió y acarició la mejilla de su hermano.

– Es evidente, hermano mío, que ni sabes cuál es mi tipo, ni conoces a Phillip -Cruzó hasta donde Phillip estaba riéndose con otras personas. -Efectivamente -Susannah continuó, -ambos encajamos a la perfección -Miró a Royce y sonrió. -Bueno, al menos por el momento.

Minerva frunció el ceño interiormente; no había sospechado ninguna relación entre Phillip y Susannah… Efectivamente, había pensado que el interés de Susannah estaba en otra parte.

Con una sonrisa cada vez más amplia, Susannah se despidió con la mano de Royce, y se alejó.

Royce la observó mientras se marchaba, y se encogió de hombros; después de sus años de exilio social, ella tenía razón… no conocía sus gustos adultos tan bien.

Estaba a punto de mirar a su alrededor buscando a su ama de llaves cuando Margaret elevó la voz, dirigiendo a todo el mundo de vuelta al salón. Royce hubiera preferido cualquier otra ubicación, pero al ver que Minerva se adelantaba del brazo de Rohan, se colocó en la parte de atrás de la multitud.

La reunión en el salón fue tan tranquila como de costumbre; en lugar de recordar a su ama de llaves sus intenciones, charló con sus primos, y mantuvo un ojo en ella, que estaba al otro lado de la habitación.

Desdichadamente, ella no estaba tranquila. Se unió al grupo de las mujeres, incluida Susannah, que tenían habitaciones en el ala este; se marchó con ellas, dirigiéndolas con destreza por las amplias escaleras principales… Royce no se molestó en seguirlas. No tuvo oportunidad de posar sus manos sobre ella, y de dirigirla a su habitación, antes de que ella alcanzara la suya.

Se retiró poco después, considerando sus opciones, mientras subía las escaleras principales. Se uniría con Minerva en su cama. Ella armaría un alboroto, e intentaría ordenarle que se fuera, intentaría ahuyentarlo, pero una vez que la tuviera entre sus brazos, cualquier rechazo habría terminado.

Había un cierto atractivo en un acercamiento directo de ese tipo. Sin embargo… caminó directamente hasta su apartamento, abrió la puerta, entró y la cerró firmemente a su espalda.

Entró en su dormitorio, y miró su cama.

Y aceptó que, aquella vez, ella había triunfado.

Ella había ganado la batalla, pero no ganaría la guerra.

Entró en su vestidor, se quitó la chaqueta y la dejó a un lado. Mientras se desnudaba lentamente, volvió a la razón por la que no había acudido a su habitación.

En Londres siempre había acudido a las camas de sus amantes. El nunca había llevado a ninguna dama a la suya. A Minerva, sin embargo, la quería en su cama, y en ninguna otra.

Desnudo, volvió a la habitación y miró de nuevo la cama. Sí, aquella cama. Levantó las lujosas mantas y, tras deslizarse entre las sábanas de seda y recostarse sobre los gruesos almohadones, miró el dosel del techo.

Allí era donde la quería, yaciendo bajo él, hundida en el colchón.

Aquella era su visión, su objetivo, su sueño.

A pesar de la lujuria, del deseo y de toda aquella debilidad de la carne, no iba a conformarse con nada menos.

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