CAPÍTULO 14

Royce la despertó antes del amanecer de un modo que era previsible; Minerva llegó a su habitación con apenas el tiempo suficiente para caer en su cama y recuperarse antes de que Lucy entrara para retirar las cortinas.

Después de lavarse y vestirse, una vez que se hubo librado de la ayuda de Lucy, se concentró en su rutina habitual con mayor confianza que el día anterior. Si Royce la deseaba lo suficiente para insistir en que bendijera su cama, entonces no iba a perder el interés por ella aún. Efectivamente, a juzgar por lo de la noche anterior, su deseo por ella parecía estar aumentando, y no desvaneciéndose.

Pensó en ello, y en cómo la hacía sentirse, durante el desayuno, y después, dejando a sus hermanas e invitados con sus propias cosas, se retiró a la habitación matinal de la duquesa a prepararse para su habitual reunión en el estudio… y para considerar qué podría pedirle.

Si él demandaba e insistía en su rendición física, entonces, ella sentía que tenía que recibir algo a cambio. Alguna prueba de su aprecio.

Cuando Jeffers llegó para llamarla, sabía lo que le pediría; la petición que pondría a prueba el deseo de Royce, pero ¿quién sabía cuánto podía durar este interés? Se lo pediría ahora; con los Varisey era mejor ser audaz.

Jeffers abrió la puerta del estudio. Minerva abrió y vio que tanto Falwell como Handley estaban presentes; el administrador estaba sentado en la segunda silla ante el escritorio.

Royce le señaló su silla habitual.

– Falwell ha estado describiéndome el estado actual de los rebaños y las esquilas. La calidad de algunos parece haber caído en picado.

– Nada grave, por supuesto -dijo Falwell rápidamente, echando un vistazo, sorprendido, a Minerva. -La señorita Chesterton habrá escuchado sin duda las quejas de los ganaderos…

– Así es -Cortó el resto de la justificación de Falwell por no haber hecho nada en los años anteriores. -Comprendo que el problema reside en el linaje de los animales -Se sentó, y miró a Royce.

– Siendo así -dijo Falwell, -para conseguir nuevos ejemplares tendríamos que ir hasta el sur, y el gasto…

– ¿No podría ayudarnos O'Loughlin? -Hizo la sugerencia tan inocentemente como pudo. Royce la había llamado para que se uniera a la conversación; presumiblemente quería su opinión.

Falwell se molestó; Hamish no le gustaba, pero por su parte Hamish no tenía tiempo para él.

Abrió la boca, pero antes de que pudiera hablar, lo hizo Royce.

– Hablaré con O'Loughlin la próxima vez que pase por allí. Quizá tenga algunas reses que podamos comprarle.

Falwell se tragó sus palabras, como era de esperar.

Royce miró la hoja de papel en la que había estado tomando notas.

– Necesito hablar con la señorita Chesterton, Falwell, pero si te quedas, cuando haya terminado podemos ir a ver los rebaños del castillo.

Falwell murmuró su consentimiento, se levantó, y retrocedió bajo la indicación de Royce hasta una silla de respaldo recto que había contra la pared.

Minerva maldijo en su interior. No quería que Falwell escuchara su petición.

– Bien, ¿de qué tenemos que ocuparnos hoy?

La pregunta de Royce captó de nuevo su atención. Miró su lista y le hizo partícipe de la advertencia de Retford de que, después del funeral, tendrían que rellenar la bodega, y la petición de Cranny de sábanas de lino nuevas para las habitaciones del ala norte.

– Y ya que hablamos de tejidos, hay dos habitaciones en el ala sur que necesitan cortinas nuevas -Debido al aislamiento del castillo, esos artículos normalmente se traían de Londres.

Royce miró a Handley mientras su secretario echaba un vistazo a sus notas.

– Hamilton puede sernos útil… conoce los vinos que prefiero, y en cuanto al resto, podría consultar a la gobernanta de mi casa de Londres -Miró a Minerva.

– La señorita Hardcastle -dijo.

Roce miró a Handley.

– Envía una nota a Hamilton sobre el vino y las telas y sugiérele que pida la ayuda de la señorita Hardcastle para esto último. Sin embargo, deberá comprar los artículos contando con la aprobación de la señorita Chesterton y de la señora Cranshaw.

Handley asintió, y comenzó a escribir.

– Las cortinas tienen que ser de damasco, con verde manzana como color predominante -dijo Minerva.

Handley asintió de nuevo.

Royce arqueó una ceja ante ella.

– ¿Algo más?

– No en cuanto a la casa -Dudó un momento; hubiera preferido no tener a Falwell presente, pero tenía que golpear mientras el hierro aún estuviera caliente. Tomó aliento. -Sin embargo, hay un asunto que me gustaría traer a tu atención.

Royce le dio paso.

– Hay un puente peatonal sobre el Coquet, en dirección sur, un poco más allá de Alwinton. Se ha permitido su deterioro y ahora está en muy malas condiciones; es un grave peligro para todos los que tienen que usarlo…

Falwell se puso en pie.

– Eso no está en las tierras del castillo, su Excelencia -Se acercó a la mesa. -Es la responsabilidad de Harbottle, y si ellos deciden dejar que se caiga, esa será su decisión, y no la nuestra.

Royce vio que Falwell le echaba una mirada a Minerva, que estaba sentada en su silla con la mirada fija en él, no en el administrador. Falwell inclinó la cabeza en su dirección.

– Con el debido respeto para la señorita Chesterton, su Excelencia, no podemos estar arreglando cosas más allá de los límites del ducado, cosas cuya obligación de arreglar no es nuestra.

Royce miró a Minerva. Ella mantuvo su mirada y esperó su decisión.

El duque sabía por qué lo pedía Minerva. Otras damas codiciaban joyas; ella pedía un puente. Y si hubiera estado en sus tierras, se lo hubiera otorgado alegremente.

Desafortunadamente, Falwell tenía razón, sin duda. Lo último que necesitaba el ducado era que lo vieran como un salvador general de último recurso. Sobre todo en las villas, que se supone que financian sus necesidades de los impuestos que colectan.

– En este asunto, tengo que estar de acuerdo con Falwell. Sin embargo, haré llegar esta cuestión personalmente a las autoridades apropiadas -Miró a Handley. -Entérate de a quién tengo que ver.

– Sí, su Excelencia.

Miró de nuevo a Minerva.

– ¿Algo más?

Ella mantuvo su mirada el tiempo suficiente para hacer que Royce se preguntara qué estaba pasando por su cabeza, pero después respondió:

– No, su Excelencia. Eso es todo.

Bajó la mirada, reunió sus papeles, y después se incorporó, inclinó la cabeza, se giró y caminó hasta la puerta.

Mientras esta se cerraba a su espalda, Royce estaba ya considerando cómo usar el puente para su mejor conveniencia.

Hay más de un modo de hacer las cosas… Minerva se preguntó qué táctica estaba considerando Royce. Cuando el gong del almuerzo resonó a través de los pasillos, se dirigió al comedor, esperando que lo hubiera entendido correctamente.

No se había sentido sorprendida por los comentarios de Falwell; su papel era administrar el ducado como si fuera un negocio, en lugar de preocuparse por sus habitantes. Esto último era en parte su papel, y en parte el del duque. El de Royce. Había dicho que se ocuparía de aquel asunto… presentando su petición ante las autoridades. Mientras se acercaba al comedor, Royce salió del salón opuesto. El duque había escuchado sus pasos; había estado esperándola. Se detuvo, la miró; cuando ella se puso a su altura, sin una palabra le hizo una señal para que entrara en el comedor por delante de él.

El resto del grupo estaba ya en la mesa, enfrascado en una discusión sobre los planes de Margaret y Susannah para los seis días que quedaban antes de la feria. Royce y ella fueron al repleto aparador, y se sirvieron de una variedad de carnes frías, jamones y distintos manjares dispuestos en bandejas y platos, y después Royce la condujo hasta la cabeza de la mesa, hasta la silla junto a la suya. Jeffers saltó para separarla para ella.

Para cuando Minerva se hubo sentado y acomodado sus faldas, Royce estaba sentado ya también en su amplia silla, separándolos de los demás con el ángulo de los ojos y su absoluta atención sobre ella. Los demás leyeron las señales y los dejaron en paz.

Comenzaron a comer, y después Royce la miró a los ojos.

– Gracias por tu ayuda con las ovejas.

– Tú sabías que Hamish era el mejor proveedor de ganado… no necesitabas que yo te lo dijera.

– Necesitaba que se lo dijeras a Falwell. Si yo mismo sugería a Hamish, se hubiera cerrado en banda al considerar que mi parcialidad por el ganado de Hamish era debido a nuestra relación -Tomó un sorbo de su copa de vino. -Pero tú no tienes ninguna relación con Hamish.

– No, pero Falwell sabe que lo apruebo.

– Pero ni siquiera Falwell sugeriría que tú (la defensora de los granjeros) me urgiría a comprar ganado de un sitio que no fuera el mejor -Royce miró sus ojos, y dejó que sus labios se curvaran ligeramente. -Usarte para que sugirieras a Hamish, teniendo tu reputación para apoyar la idea, nos ha ahorrado tiempo y una considerable cantidad de enrevesada discusión.

Minerva sonrió, complacida con el cumplido disfrazado.

Dejó que se enorgulleciera un momento, y después continuó:

– Eso levanta otra cuestión relacionada… ¿tienes alguna sugerencia para reemplazar a Falwell?

Minerva tragó saliva, y asintió.

– Evan Macgregor, el tercer hijo de Macgregor.

– ¿Y por qué sería adecuado?

Minerva cogió su copa de agua.

– Es joven, pero no demasiado, un alma sociable que ha nacido en el ducado y que conoce a todo el mundo que vive en él. Cuando era más joven era un diablillo, pero siempre ha tenido buen corazón, y es rápido e inteligente… más que la mayoría. Ahora que es mayor, ya que es el tercer hijo, y que Sean y Abel son más que capaces de tomar el puesto de Macgregor entre ambos, Evan tiene poco que hacer -Sorbió, y después lo miró a los ojos. -Tiene casi treinta años, y esta aún ayudando en la granja, pero no creo que se quede mucho más si encuentra una ocupación mejor.

– Así que actualmente es un talento malgastado, y tú crees que debería usarlo como administrador.

– Sí. Trabajaría duro para ti, y aunque podría cometer errores, aprendería de ellos; y lo que es más importante: nunca te daría un consejo equivocado sobre nada que tenga que ver con el ducado o su gente -Dejó su copa. -No he podido decir eso de Falwell desde hace más de una década.

Royce asintió.

– Sin embargo, a pesar de los defectos de Falwell, creo que en lo que dijo sobre el puente llevaba toda la razón.

Minerva lo miró a los ojos, los estudió, y levantó ligeramente las cejas.

– ¿Y…?

Royce dejó que sus labios se curvaran con apreciación; Minerva estaba empezando a entenderlo bastante bien.

– Y que necesito que me des alguna razón urgente, preferiblemente dramática, para subirme a mi caballo ducal e intimidar a los concejales de Harbottle para que lo arreglen.

Minerva mantuvo su mirada; la suya propia se hizo distante, y después volvió a enfocarse… y sonrió.

– Puedo hacerlo -Después arqueó una ceja, y respondió suavemente: -Creo que tenemos que cabalgar en esa dirección esta tarde.

Royce consideró la logística, y después miró a los demás.

Cuando volvió a mirar a Minerva, ésta, con las cejas alzadas, asintió.

– Déjamelos a mí.

Se echó hacia atrás en su silla y observó con apreciación cómo se inclinaba hacia delante y, con un comentario aquí, y otro allí, se deslizaba suavemente en las conversaciones que habían, hasta entonces, ignorado. Nunca se había fijado en cómo se ocupaba Minerva de sus hermanas; con una hábil pregunta seguida de una vaga sugerencia, condujo con destreza a Susannah y Margaret (las líderes) para que organizaran un paseo de todo el grupo hasta Harbottle aquella tarde.

– Oh, antes de que lo olvide, aquí tienes la lista de invitados que querías, Minerva -Susannah ondeó una hoja de papel; los demás se la pasaron a Minerva.

Esta la examinó, y después miró a Margaret, a los pies de la mesa.

– Tendré que abrir más habitaciones. Hablaré con Cranny.

Margaret echó un vistazo a Royce.

– Por supuesto, no sabemos cuántos de estos asistirán.

Royce dejó que sus labios se curvaran cínicamente.

– Dados los… entretenimientos que ofrecéis, sospecho que todos los invitados saltarán de alegría ante la oportunidad de unirse a la fiesta.

Porque podrían descubrir de primera mano a quién había escogido como esposa. La comprensión invadió el rostro de Margaret quien, haciendo una ligera mueca, inclinó la cabeza.

– Lo había olvidado, pero sin duda tienes razón.

El recordatorio de que pronto haría tal anuncio, además de señalar el final de su conversación con ella, reafirmó la determinación de Minerva de actuar, decisivamente, aquel día. Mientras su deseo por ella fuera aún fuerte tenía una excelente oportunidad de asegurar su provecho; cuando comenzara a debilitarse, su habilidad para influenciarlo decaería.

Susannah estaba aún exponiendo las delicias de Harbottle.

– Podríamos pasear por las tiendas, y después tomar el té en Ivy Branch -Miró a Minerva. -Está aún allí, ¿verdad?

Ella asintió.

– Aún sirven un excelente té con pastas.

Margaret había estado contando las cabezas y los carruajes.

– Bien… no somos demasiados -Miró a Minerva. -¿Vasa venir?

Minerva señaló la lista de invitados.

– Tengo que echar un vistazo a esto, y a algunas otras cosas. Cabalgaré hasta allí más tarde, y quizá me una a vosotros para tomar el té.

– Muy bien -Margaret miró la cabecera de la mesa. -¿Y tú, Wolverstone?

A pesar de que había estado de acuerdo con la fiesta en la casa, Margaret y Aurelia habían estado haciendo un esfuerzo para entregarle toda la debida deferencia.

Royce negó con la cabeza.

– Yo también tengo asuntos de los que ocuparme. Os veré en la cena.

Acordado aquel asunto, el grupo se levantó de la mesa. Consciente de la oscura mirada de Royce, Minerva se quedó atrás, dejando que los demás se adelantaran; Royce y ella dejaron el comedor en la retaguardia del grupo.

Se detuvieron en el vestíbulo. El la miró a los ojos.

– ¿Cuánto tiempo necesitarás?

Había estado revisando su lista de tareas.

– Tengo que ver al proveedor de madera de Alwinton… sería mejor que te encontraras conmigo en el prado junto a la iglesia a las… -Entornó los ojos, haciendo una estimación. -Insto después de las tres.

– A caballo, junto a la iglesia, justo después de las tres.

– Sí -Se giró y le sonrió. -Y para llegar a tiempo, tengo que darme prisa. Te veré allí.

Ajustando sus acciones a sus palabras, se apresuró por las escaleras… antes de que él le preguntara cómo planeaba motivarlo para intimidar a los concejales y que aceptaran su propuesta. Lo que tenía en mente funcionaría mejor si él no estaba preparado.

Después de hablar con Cranny sobre las habitaciones para los invitados que se esperaban, y con Retford sobre la bodega y la depredación que esperaba sufrir durante la fiesta, comprobó con Hancock sus exigencias para el molino, y después cabalgó hasta Alwinton y habló con el proveedor de madera. Terminó antes de lo que había esperado, así que paseó por la villa hasta justo después de las tres, antes de montar de nuevo a Rangonel y dirigirse al sur.

Como había esperado, Royce estaba esperándola en el prado designado, tanto el jinete como el caballo mostrando su habitual impaciencia. Giró a Sable en dirección a Harbottle.

– ¿Realmente tienes planeado que nos unamos con los demás en Harbottle más tarde?

Miró hacia delante, con una sonrisa, y se encogió de hombros ligeramente.

– Hay un joyero interesante que me gustaría visitar.

Él sonrió y siguió su mirada.

– ¿Está muy lejos el puente?

Minerva sonrió.

– A una media milla -Con un movimiento de sus riendas, puso a Rangonel a medio galope. Royce mantuvo a Sable a su lado a pesar de que el semental obviamente deseaba correr.

Un deseo compartido por su jinete.

– Podemos galopar.

Minerva agitó la cabeza.

– No. Llegaríamos allí demasiado temprano.

– ¿Porqué?

– Ya lo verás -Minerva oyó su resoplido de disgusto, pero no se sintió presionada. Cruzaron el Alwin en el vado, con el agua formando espuma en las rodillas de los caballos, y después continuaron trotando a través de los pastos.

Una ráfaga blanca por delante de ellos era la primera señal de que llegaban a tiempo. Al subir una ligera pendiente vio a dos niñas jóvenes, con sus delantales ondeando, y los libros atados en pequeños hatos a sus espaldas, riéndose mientras saltaban por un camino que guiaba hacia un barranco poco profundo que desaparecía tras la siguiente pendiente a su izquierda.

Royce también las vio. Le echó a Minerva una sospechosa mirada, casi un incipiente fruncir de ceño, y después siguió con la mirada a la pareja mientras bajaban la pendiente. Las chicas desaparecieron de la vista en la siguiente loma; minutos más tarde, los caballos las alcanzaron.

Cuando lo hicieron, Royce miró abajo, a lo largo del barranco… y maldijo. Hizo que Sable se detuviera, y miró abajo con una mueca.

Inexpresivamente, Minerva tiró de las riendas a su lado, y observó un grupo de niños cruzando el Coquet, hinchado por las aguas adicionales del Alwin y formando un turbulento y tempestuoso río, usando los desvencijados restos del puente.

– Pensaba que no había ninguna escuela en la zona -Su acento subrayó el temperamento que estaba conteniendo.

– No la hay, así que la señorita Cribthorn hace lo que puede para enseñar a los niños a leer. Usa una de las casitas cerca de la iglesia -Era la esposa del vicario la que la había advertido del execrable estado del puente. -Los niños pertenecen a algunas de las familias arrendatarias de Wolverstone, en las que las mujeres tienen que trabajar los campos junto a los hombres. Sus padres no pueden permitirse el tiempo para llevar a los niños a la escuela por la carretera, y a pie no hay otra ruta viable que los niños puedan tomar.

Las niñas que había visto antes se habían unido al grupo en el extremo más cercano del puente; los niños mayores organizaron a los más pequeños en una línea antes de que, uno a uno, atravesaran la única viga que quedaba, sosteniendo la última madera horizontal que quedaba de la barandilla original del puente.

Alguien había extendido una cuerda a lo largo de la barandilla, que daba a las pequeñas manos de los niños algo a lo que podían aferrarse con mayor fuerza.

Royce gruñó otra maldición y levantó las riendas.

– No -Minerva cogió su brazo. -Los distraerás.

No le gustaba, pero se detuvo; apartando la mano del rígido acero en el que se había convertido su brazo, Minerva sabía cuánto le había costado.

A pesar de su pétreo rostro, podía sentir que echaba humo al verse forzado a observar el potencial drama desde la distancia… una distancia demasiado grande para poder ayudar si alguno de los niños se escurriera y cayera.

– ¿Qué le ocurrió al puente dañado, y cuándo?

– Una gran riada la primavera pasada.

– ¿Y lleva así desde entonces?

– Sí. Solo lo usan los niños de las granjas para llegar a la escuela, así que… -No necesitó decirle que el bienestar de los niños de las granjas no interesaba demasiado a los concejales de Harbottle.

En el instante en el que el último niño llegó a salvo a la orilla opuesta, Sable bajó la pendiente y cabalgó hacia el puente. Los niños lo oyeron; caminando con dificultad por el prado, se giraron y miraron, pero después de observarlo con curiosidad durante varios minutos, continuaron en dirección a sus hogares. Para cuando Minerva y Rangonel llegaron al río, Royce había bajado del caballo y estaba trepando por la orilla, estudiando la estructura desde abajo.

Desde la grupa de Rangonel, Minerva lo observó mientras agarraba la viga que quedaba, usando su peso para probarla. Crujió; maldijo y la abandonó.

Cuando por fin volvió a subir la pendiente y llegó andando a zancadas hacia ella, su expresión era negra.

La mirada que posó sobre ella era de una furiosa frialdad.

– ¿Quiénes son los concejales de Harbottle?

Royce sabía que Minerva lo había manipulado; lo supo en el instante en el que vio a las dos niñas. A pesar de eso, su irritación con ella era relativamente menor; la dejó a un lado y se ocupó del asunto del desvencijado puente con una furia que trajo a su mente fantasmas de su pasado ancestral.

Había un lobo en el norte, de nuevo, y estaba de un humor de perros.

A pesar de que no tenía muchas expectativas, Minerva estaba impresionada. Cabalgaron juntos hasta Harbottle; allí le presentó al mayor de los concejales, que rápidamente entendió la conveniencia de llamar a sus compañeros. El ama de llaves se quedó atrás y observó a Royce, que con minuciosa exactitud, imprimió en aquellos inconscientes caballeros en primer lugar sus defectos, y después sus expectativas. De estas últimas, Royce no se había dejado absolutamente ninguna duda.

Hicieron una reverencia y se marcharon, y prometieron que revisarían la cuestión del puente minuciosamente.

Royce los miró con frialdad, y después les informó de que volvería tres días después para ver sus progresos.

Entonces se giró y se marchó; totalmente satisfecha, Minerva lo siguió.

Royce marcó un furioso paso de vuelta al castillo. La oscura mirada que le echó mientras subía a la grupa de su caballo dejó claro que no había olvidado que ella había jugado con su temperamento, pero había pedido una dramática y urgente razón para tener una justificación para presionar a los concejales para que arreglaran el puente, y ella le había dado una. Su conciencia estaba limpia.

Algo que sospechaba que él ya sabía, porque cuando llegaron a Wolverstone, dejaron sus caballos a Milbourne y se dirigieron al castillo, no dijo nada, y solo le echó una de sus miradas oscuras y penetrantes.

Para cuando llegaron al ala oeste y se acercaron a las escaleras de la torre, había dejado de esperar alguna reacción suya. Se sentía satisfecha, totalmente complacida con sus logros del día, y entonces los dedos de Royce se cerraron alrededor de su codo y la atrajo hasta el sombrío vestíbulo al pie de las escaleras. La aplastó contra la pared.

Sorprendida, sus labios se apartaron cuando él los aplastó bajo los suyos y la besó… llenando su boca, atrapando su mente y tomando por asalto sus sentidos.

Era un tipo de beso duro, doloroso, conquistador, uno al que ella respondió con condenado ardor.

Sus manos estaban hundidas en la oscura seda del cabello de Royce cuando este se apartó abruptamente de ella, dejándola jadeando y con sus sentidos tambaleándose.

Desde apenas unos centímetros de distancia, sus ojos la taladraron.

– La próxima vez, cuéntamelo -Era una orden directa.

No había recuperado aún el aliento suficiente para hablar, y se las arregló para asentir.

Royce entornó los ojos, apretó los labios, y retrocedió un poco… como si se diera cuenta de que para ella era difícil pensar cuando él se encontraba tan cerca.

– ¿Algo más que esté tan mal en mis tierras? ¿O no en mis tierras, pero afectando a mi gente?

Esperó mientras, ella se recomponía, y pensaba.

– No.

Royce exhaló.

– Algo habrá, supongo.

Se apartó de ella y la separó del muro, y se apresuraron a subir las escaleras. El corazón de Minerva latió un poco más rápido sabiendo que él estaba justo detrás de ella, y en un humor que no era previsible.

Pero cuando llegaron a la galería, y ella se giró camino de su habitación, él la dejó marchar. Se detuvo al pie de la escalera.

– A propósito… -Esperó hasta que ella se detuvo y lo miró sobre su hombro; él atrapó sus ojos. -Mañana por la mañana quiero que cabalgues conmigo hasta Usway Burn… tenemos que comprobar los progresos, y quiero hablar con Evan Macgregor.

Minerva sintió que amanecía en ella la más brillante de las sonrisas, sintió que iluminaba sus ojos.

– Sí, de acuerdo.

Con un asentimiento, Royce se dirigió a su habitación.

Totalmente satisfecha con su día, Minerva continuó camino de la suya.

Volvieron encontrarse en el salón, rodeados por los demás, que charlaban sobre los sucesos del día y hacían planes para el día siguiente. Royce entró en la amplia habitación y localizó a Minerva charlando en un grupo con Susannah, Phillip, Arthur, y Gregory. Encontró sus ojos justo cuando Retford apareció a su espalda anunciando la cena; retrocedió y dejó que los demás se adelantaran, esperando hasta que ella se unió a él para reclamarla.

Quería que estuviera con él, pero aún no había decidido lo que quería decir… o mejor dicho, cómo lo diría. La sentó a su lado. Mientras él mismo tomaba asiento en la cabecera de la mesa, ella lo contempló con tranquilidad, y después se giró hacia Gordon, a su izquierda, y le preguntó algo.

El grupo se había relajado, y todos los miembros estaban totalmente cómodos en compañía de los demás. Royce se sentía cómodo ignorándolos; se echó hacia atrás, con los dedos en el tallo de su copa de vino. Mientras la cháchara sin final fluía a su alrededor, él dejaba que su mirada descansara sobre la cabeza dorada de su ama de llaves y repasaba el día en su mente.

Todo lo que había tenido lugar había sido un éxito, aunque no se había sentido (aún no se sentía) complacido por el modo que ella había utilizado, deliberadamente, para provocar su mal carácter en el asunto del puente. En cierto modo él le había pedido que lo hiciera, pero no se había imaginado que tendría éxito hasta el punto en el que lo había hecho.

Lo había manipulado, efectivamente, aunque con su consentimiento implícito. No podía recordar la última vez que alguien había conseguido hacer eso; que ella lo hubiera conseguido, y con tal facilidad, lo dejó sintiéndose terriblemente vulnerable… no era un sentimiento con el que estuviera familiarizado, ni uno que aprobara realmente ni lo más mínimo.

Sin embargo, contra eso se alzaban los éxitos del día. Primero al tratar con Falwell, después decidiendo el reemplazo del administrador, y finalmente sobre el puente. El había querido ilustrar un punto, demostrárselo de un modo que, siendo la mujer racional que era, vería sin ninguna duda, y con esto habían tenido éxito brillantemente.

Sin embargo… dejó que su mirada se hiciera incluso más intensa, hasta que Minerva la sintió y miró hacia él. Royce se giró hacia ella; Minerva se volvió y se excusó con Gordon, y después miró al duque y levantó las cejas.

Royce la miró fijamente a los ojos.

– ¿Por qué no me contaste simplemente lo de los niños que usan el puente?

Ella sostuvo su mirada.

– Si lo hubiera hecho, el efecto hubiera sido… distante. Tú me pediste algo dramático, que te diera algo urgente que llevar a los concejales… si no hubieras visto a los niños, si solo te lo hubiera contado, no hubiera sido lo mismo -Sonrió. -Tú no habrías sido el mismo.

Royce dudó un momento, y después, aún mirándola a los ojos, inclinó la cabeza.

– Es cierto -Levantó la copa, y la saludó con ella. -Hacemos un buen equipo.

Aquel era el punto que había estado intentando ilustrar.

Podía atarla a él con pasión, pero para asegurarse de que la tenía necesitaría más. Una dama como ella necesitaba ocupación… algo que conseguir. Como su esposa, podría alcanzar incluso más que ahora; cuando llegara el momento, no iba a dudar en señalar aquello.

Minerva sonrió, levantó su copa y rozó el borde contra la de Royce.

– Así es.

Royce la contempló mientras bebía, después tragó, y sintió que algo en su interior se tensaba.

– A propósito… -Esperó hasta que la mirada de Minerva volvió hasta sus ojos. -Es habitual que, cuando un caballero ofrece a una dama una señal de aprecio, esa dama le muestre su aprecio en respuesta.

Minerva levantó las cejas, pero no apartó la mirada. En lugar de eso, una débil sonrisa apareció en las comisuras de sus labios.

– Pensaré en ello.

– Hazlo.

Sus miradas se tocaron, se cerraron la una sobre la otra; la conexión se hizo más intensa. A su alrededor el grupo hablaba muy alto, el ajetreo de los lacayos al servir, el tintineo de los cubiertos y el repiqueteo de la porcelana china era una cacofonía de sonido y un mar de colorido movimiento girando a su alrededor, aunque todo se desvanecía, se hacía distante, mientras entre ellos esa indefinible conexión se hacía más tensa.

La expectación y la anticipación parpadeaban y chispeaban.

Sus pechos crecieron mientras cogía aliento, y después apartó la mirada.

Royce miró abajo, a sus dedos curvados alrededor de la copa de vino; la dejó, y se movió en su silla.

Al menos el grupo se había cansado del teatro amateur, en su interior dio las gracias. La comida terminó y Minerva se apartó de su lado; Royce redujo el tiempo del oporto al mínimo, y después guió a los caballeros para que se reunieran con las damas en el salón.

Tras intercambiar una mirada, no intentó unirse a ella; su acrecentada pasión estaba arqueándose entre ellos, era sencillamente demasiado peligroso… aunque su grupo estuviera ciego. Cordial, charló con algunas de las amigas de sus hermanas, hasta que Minerva salió de la sala.

No volvió. Royce le dio media hora, y después dejó la locuaz reunión y la siguió por las escaleras hasta la torre. Aminoró la velocidad y miró las sombras que poblaban el pasillo hasta su habitación, dudó un momento, y después continuó. Hasta sus aposentos, hasta su dormitorio.

Ella estaba allí, sobre su cama.

Se detuvo en el umbral, sonrió, y ese gesto se vio cargado con cada ápice de impulsos predatorios que recorrían sus venas.

No había dejado encendida ninguna vela, y la luz de la luna entraba por la ventana, bruñendo su cabello, que estaba extendido sobre sus almohadones, dorando las curvas de sus hombros desnudos con un brillo opalescente.

Se dio cuenta de que no llevaba camisón.

Estaba recostada entre los almohadones; debía de haber estado mirando la noche empapada de luna, pero había girado la cabeza para verlo. A través de la oscuridad, Royce sintió que la mirada de Minerva se deslizaba sobre él… sintió que la anticipación crecía, se tensaba.

Permaneció donde estaba y dejó que aumentara.

Dejó que creciera y se fortaleciera hasta que, cuando finalmente se movió y caminó hacia ella, sintió como si una invisible cuerda de seda se hubiera enredado a su alrededor y estuviera tirando de él.

La visión de ella allí, un anhelado regalo, una recompensa, alimento el hambre en su interior un grado más y dejó una primitiva vibración en su sangre.

Ella era suya. Y podía tomarla como su ser ducal decretara.

Su anhelante rendición estaba implícita en su silencio a la espera.

Caminó hasta el aparador junto a la pared. Se quitó la chaqueta, la tiró en una silla cercana, se desabrocho el chaleco mientras planeaba cómo aprovechar mejor la oportunidad para avanzar en su propósito.

Para avanzar en su campaña.

Desnudarse era un obvio primer paso; dilatando deliberadamente los momentos antes de unirse a ella con una actividad que subrayara que su intención era incrementar su ya dilatada conciencia, de él y de todo lo que harían pronto.

Se quitó el alfiler de diamante de su pañuelo y lo dejó sobre el aparador, y después desató sin prisa la tela de lino.

Cuando se quitó la camisa, escuchó que ella se agitaba bajo las sábanas.

Cuando tiró sus pantalones a un lado y se giró, ella dejó de respirar.

Caminó lenta y deliberadamente hasta su lado en la cama. Por un instante, se mantuvo mirándola; la mirada de Minerva subió lentamente desde las ingles de Royce hasta su pecho, y finalmente hasta su rostro. Atrapando sus enormes ojos, extendió la mano hasta las sábanas, y las levantó mientras hacía una señal con la mano.

– Ven. Levántate.

La anticipación la recorrió, como una afilada y feroz ola extendiéndose bajo su piel. Con la boca seca, Minerva examinó su rostro, los duros ángulos y los sombríos rasgos, la implacable y poca informativa expresión que establecía: un hombre primitivo. Se humedeció los labios, y vio que los ojos de Royce seguían aquel pequeño movimiento.

– ¿Porqué?

Los ojos del duque volvieron hasta los de Minerva. No respondió, simplemente mantuvo levantadas las sábanas, y esperó.

El aire frío se deslizó bajo las sábanas levantadas y encontró su piel. Royce, Minerva lo sabía, estaría radiando calor; lo único que tenía que hacer para evitar el frío era levantarse y dejar que él la atrajera hasta su cuerpo.

– ¿Y entonces qué?

Un escalofrío de anticipación incluso mayor (una señal reveladora que a Royce no le pasó desapercibida) amenazó con abrumarla. Levantó la mano, posó los dedos sobre los del duque y dejó que la sacara de la cama.

Royce caminó hacia atrás, atrayéndola hacia él, hasta que ambos estuvieron bajo el haz plateado de la luna, hasta que ambos estuvieron bañados por el pálido brillo. El aliento de Minerva se suspendió, atrapado en su pecho; no podía apartar sus ojos de él… Un magnífico macho, poderoso y fuerte, con cada musculosa curva, cada cresta y cada línea, grabada con plata fundida.

Sus dedos se tensaron sobre los de ella, tiró de ella hacia sí, la atrajo inexorable, e irresistiblemente, entre sus brazos. En un abrazo que era tanto frío como cálido; sus manos se deslizaron hábilmente sobre su piel, acariciándola, recorriéndola, mientras sus brazos se cerraban lentamente y la atrapaban, y después la ceñían aún más, contra la caliente dureza de su totalmente masculino cuerpo.

Sus manos se extendieron sobre la espalda de Minerva; sus oscuros ojos la observaron, bebieron de su expresión mientras sus cuerpos se encontraban, los pechos desnudos contra el desnudo torso, sus caderas contra sus muslos… Minerva cerró los ojos y se estremeció.

La dura asta de su erección era como un hierro de marcar contra su tenso vientre.

El ama de llaves inhaló, abrió los ojos, solo para encontrar a Royce cerrando la distancia. Sus labios encontraron los de ella, los cubrieron, los poseyeron, no solo con fuerza conquistadora sino con una lánguida pasión, una más evocativa, totalmente irresistible… una declaración de intenciones que no tenía por qué hacer más estridente; ella sería suya siempre que lo deseara… ambos lo sabían.

El conocimiento la penetró mientras le daba sus labios, y después su boca, y después se unían en un caliente duelo de lenguas; Minerva había acudido a su habitación con el pensamiento de gratificarlo en la mente. Gratificarlo no requería ninguna acción activa de ella; ella podía simplemente dejarlo tomar todo lo que deseara, seguir su guía, y él se sentiría satisfecho.

Pero ¿y ella?

La pasividad no era su estilo, y ella quería que aquello, aquella noche, fuera un regalo suyo… algo que ella quería darle, no algo que se viera obligada a entregar.

Porque él no había tomado las riendas, y era la oportunidad de Minerva. Así que las tomó ella… deslizó una mano entre sus muslos y la cerró firmemente sobre el asta de su erección. Sintió que la certeza brotaba cuando él se tensó, como si su roce tuviera el poder de distraerlo por completo.

Aprovechando el momento, deslizó la otra mano para que se uniera con la primera, uniéndolas alrededor de su rígido miembro en un homenaje táctil… y a través del beso sintió cada partícula de su conciencia centrándose en el lugar que ella acariciaba.

Rompiendo el beso lentamente, Minerva movió las palmas de sus manos… observó el rostro de Royce, confirmando que su tacto, sus caricias, poseían el poder de capturarlo. Sus brazos se relajaron mientras su atención cambiaba; su abrazo se debilitó lo suficiente para que ella se apartara un poco.

Lo suficiente para mirar abajo y poder ver lo que estaba haciendo y experimentando mejor.

Royce la había dejado tocarlo antes, pero en ese momento se había sentido abrumada… había demasiado de él que explorar. Ahora, más familiarizada con su cuerpo, más cómoda estando desnuda en su presencia, menos distraída por el milagro de su pecho, por los pesados músculos de sus brazos, por las largas y poderosas columnas de sus muslos; ahora que ya no se sentía esclavizada por sus besos, podía extender sus exploraciones de lo que más deseaba aprender… que lo complacía a él.

Minerva lo acarició, y después dejó que sus dedos deambularan; su pecho se hinchó mientras tomaba aliento profundamente.

Miró su rostro, sus ojos, el oscuro deseo que ardía en él, brillando desde debajo de la espesa cortina de sus pestañas. Apretó la mandíbula, y los músculos se tensaron con una tensión que estaba extendiéndose lentamente por su cuerpo.

Sabía que no podía dejarla demasiado tiempo.

En una ráfaga de recuerdos, Minerva recordó una tarde en Londres hacía mucho tiempo, y los ilícitos secretos compartidos por sus compañeros más salvajes.

Sonrió… y dejó que la mirada de Royce se agudizara sobre sus labios. Sintió que la verga entre sus manos se movía ligeramente.

Mirando esos oscuros ojos encendidos por la abrasadora pasión, supo exactamente lo que estaba pensando.

Supo exactamente lo que quería hacer, lo que necesitaba hacer, para equilibrar la escala de concesiones mutuas entre ellos.

Retrocedió un paso, bajó su mirada desde los ojos de Royce hasta sus labios, y después corrió por la columna de su garganta y la longitud de su pecho, hasta donde las palmas de sus manos y sus dedos estaban colocadas con firmeza, una mano sobre la otra, un pulgar acariciando el sensible borde de la amplia y bulbosa cabeza.

Antes de que Royce pudiera detenerla, se puso de rodillas.

Sintió su sorpresa… acrecentada cuando inclinó la dura verga contra su rostro, separó los labios, y los deslizó sobre la lujuriosa y delicada carne, tomándolo lentamente en la cálida bienvenida de su boca.

Había escuchado suficiente de la teoría para saber lo que tenía que hacer; la práctica fue un poco más difícil… era grande, largo, y grueso, pero ella estaba decidida.

Royce finalmente se las arregló para poner a funcionar sus pulmones, para tomar una desesperada inhalación, pero no pudo apartar sus ojos de ella, de la visión de su dorada cabeza inclinada contra su ingle mientras aplicaba su boca sobre su impresionante erección.

El dolor en su ingle, en sus testículos y su pene, se intensificaba con cada dulce caricia de su lengua, con cada lenta y larga succión.

Sintió que debía detenerla, que debía hacer una pausa momentánea. No es que no le gustara lo que estaba haciendo… adoraba cada segundo de delicia táctil, adoraba la visión de Minerva de rodillas ante él, con su verga enterrada entre sus lujuriosos labios… pero… Él no solía hacer que las damas lo sirvieran de este modo, y no lo esperaba, tampoco.

Generalmente estaban demasiado exhaustas después de que él hubiera terminado con ellas… y siempre terminaba con ellas antes.

Debía detenerla, aunque no lo hizo. En lugar de eso, lo aceptó: aceptó el placer que ella le proporcionaba, dejó que sus manos se cerraran sobre la cabeza de Minerva, y que sus dedos recorrieran su sedoso cabello y la guiaran suavemente…

Ella lo succionó más profundamente, después más profundamente aún, hasta que su hinchado glande estuvo en su garganta. Su lengua envolvió lentamente su longitud.

Royce cerró los ojos y dejó que su cabeza cayera hacia atrás, luchó para contener un gruñido… y la dejó que continuara, que hiciera lo que quisiera.

La dejó que lo tuviera.

Pero solo pudo dejarse llevar hasta cierto punto. Solo pudo soportar el húmedo cielo de su boca durante cierto tiempo.

Con las manos alrededor de la base de su verga, Minerva encontró su ritmo; su confianza había crecido, y con ello su dedicación. Con los pulmones gritando, y los nervios destrozados, luchó para darle un momento más… y después se obligó a deslizar un pulgar entre sus labios y a sacar su vibrante longitud de su boca.

Ella levantó la mirada, se lamió los labios y frunció el ceño.

Royce se inclinó y, cogiéndola por la cintura, la levantó.

– Rodea mi cintura con tus piernas.

Minerva ya lo había hecho. Royce deslizó sus manos para agarrar sus caderas, y la colocó de modo que la caliente cabeza de su erección separara el resbaladizo fuego de sus labios y se presionara contra su entrada.

Miró su rostro, capturó sus grandes ojos oscurecidos por el deseo… la observó mientras la bajaba y, firme e inexorablemente, la penetraba. Observó que sus rasgos se relajaban mientras la conciencia se giraba hacia donde la estaba extendiendo y llenando. Sus párpados bajaron y ella se estremeció en sus brazos, cautiva en la hoja de cuchillo de su rendición. Royce la agarró más firmemente, atrayendo sus caderas bruscamente contra su cuerpo, inclinándola para poder meterle hasta el último centímetro y llenarla completamente.

Poseerla completamente.

Vio, sintió, oyó el jadeo de sus pulmones. Tomó el peso de Minerva sobre un brazo, levantó la otra mano hasta su rostro, cogió su mandíbula y la besó.

Ávidamente.

Ella le dio su boca, abierta a su ataque, y le entregó, le cedió, todo lo que él deseaba. Durante un largo momento, hundido en su cuerpo, solamente la devoró, y entonces ella intentó moverse, usar su cuerpo para satisfacer la desenfrenada demanda del de Royce… y descubrió que no podía.

No podía moverse a menos que él se lo permitiera. Penetrada como estaba, se encontraba totalmente en su poder.

El resto del guión solo podía escribirlo él… y ella solo podía experimentarlo, soportarlo.

Royce se lo demostró… le demostró que podía levantarla tanto o tan poco como deseara, y después bajarla, tan lenta o tan rápidamente como quisiera. Que el poder y la profundidad de su penetración en su cuerpo era totalmente decisión suya. Que su viaje a la cima lo guiaría él.

Minerva se había entregado a él, y ahora Royce pretendía tomarla… todo lo que pudiera de ella.

La levantó, y después la bajó, con una mano aún en su trasero, el brazo envolviendo todavía su cuerpo, presionándolo contra el suyo mientras el movimiento de su unión hacía que sus pechos cabalgaran contra su torso. Con un brazo alrededor de sus cabezas, y esa mano extendida bajo sus nalgas, las piernas de Minerva rodeando, ahora con fuerza, su cintura, y los brazos alrededor de los hombros de Royce, las manos extendidas en su espalda, el duque podía sentirla a su alrededor, y ella estaba totalmente encerrada en su abrazo.

Un desnudo y primitivo abrazo que encajaba a la perfección con él. Que le entregaba a Minerva, que hacía que esta se rindiera a él, en un nivel más profundo y primitivo.

Minerva se apartó del beso con un gemido jadeante, levantó la cabeza mientras, con el pecho hinchado, luchaba por encontrar aliento.

Royce la dejó, y después, con la mano afianzándose en su trasero, la atrajo de nuevo.

La besó de nuevo.

La tomó, la atrapó, la devoró de nuevo.

Sus manos eran de repente mucho más demandantes, su abrazo era como fuego mientras la movía sobre él, contra él, desollando sus sentidos en todos los modos posibles dentro y fuera hasta que se arqueó, dejó que su cabeza cayera hacia atrás, y se entregó a él.

A las llamas que ardían entre ellos, reuniéndose y creciendo, y después entrando en erupción en una pasión fundida tan caliente que abrasaba y quemaba, que marcaba y señalaba.

Las llamas, hambrientas y ávidas, crecieron y los barrieron, atrapándolos, extendiéndose bajo su piel y consumiéndoles mientras el insistente, persistente ritmo de su posesión escalaba y la reclamaba de nuevo.

Hizo que Minerva ardiera de nuevo, hizo que se fragmentara y gritara, la hizo gemir y jadear al tiempo que Royce se unía a ella.

Mientras, por fin, ella lo sentía, duro y caliente e innegablemente real, innegablemente él, enterrado profundamente en su interior, más profundamente de lo que había estado nunca.

Lo suficientemente profundo para tocar su corazón.

Lo suficientemente profundo para reclamarlo como suyo, también.

El pensamiento atravesó la mente de Minerva, pero lo dejó ir, lo dejó desvanecerse mientras él la llevaba hasta su cama y se colapsaba junto a ella sobre esta.

Sosteniéndola contra su corazón.

Por último, Minerva escuchó que él susurraba:

– Sobre todo en esto hacemos un equipo excelente.

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