CAPÍTULO 21

El clamor fue ensordecedor.

Royce se echó hacia delante para hablar a Henry.

– Para.

Engalanado con su mejor uniforme, portando incluso la insignia blanca, al igual que el carruaje abierto en el que iban, Henry hizo que aquellos pesados caballos de tiro se pararan en mitad del camino que llevaba a Alwinton.

La multitud se acercó un poco más, saludando con sus manos y vitoreando.

Royce le lanzó a Minerva una mirada, luego una sonrisa, y a continuación se puso en pie, atrayéndola hacia él. Cogiendo una de sus manos, la levantó en alto.

– ¡Os presento a vuestra nueva duquesa!

Los allí agrupados explotaron de alegría.

Minerva luchó por contener la corriente de sentimientos que la recorría. Observando a los que les rodeaban, vio muchas caras familiares, todos encantados de que ella fuera la prometida de Royce.

Su esposa.

Ella lo siguió, saludando con la mano. La luminosa sonrisa de su rostro había decidido quedarse allí desde hacía un buen rato, cuando él decidió llevarla desde el altar hasta la entrada de la iglesia.

La gente les agradeció que se pararan a saludar.

Cuando ella se volvió a sentar, él le pidió a Henry que siguieran adelante.

Aún sonriendo, se relajó sobre el hombro de Royce, mientras recordaba la ceremonia, para luego salir hacia el aperitivo de bodas que habían dispuesto.

Aquel mismo carruaje, recién pintado con el blasón de los Wolverstone en las puertas y varios lazos tejidos en las riendas, la había llevado a ella, la condesa de Catersham, y a sus damas de honor, hasta la iglesia. Su vestido, hecho con las telas y encajes más finos de Bruselas, producía un siseo amortiguado al andar. El delicado velo se mantenía sujeto por la diadema Varisey, mientras ella había caminado del brazo del duque, abstraída de la horda que se había congregado a las puertas de la iglesia, ya que estaba siendo conducida por aquel par de ojos oscuros.

En un espléndido chaqué de verano, Royce la había estado esperando frente al altar. A pesar de que lo había visto tan solo unas horas antes, parecía que algo en él había cambiado, como si sus mundos, sus vidas, hubieran cambiado justo en el instante en que ella depositó su mano sobre la de él, para luego girarse hacia el señor Cribthorn.

La ceremonia transcurrió sin problemas; al menos, eso es lo que ella creía. Apenas podía recordar demasiado, ya que en todo momento había estado embargada por una oleada de emociones, una marea de felicidad que había permanecido mientras intercambiaban los votos, y que llegó a su punto máximo cuando Royce le introdujo aquel anillo de oro en el dedo, y oyó las palabras "Y os declaro marido y mujer".

Duque y duquesa.

Lo cual era lo mismo, pero aumentado. Un hecho que quedó rápidamente ilustrado en el mismo instante en el que Royce le dio aquel casto y puro beso. Un beso repleto de comprensión y promesa, de aceptación y compromiso.

Sus ojos se encontraron, y luego, como si fueran uno, ambos giraron sus cabezas, encarándose al futuro. Primero miraron a la asamblea de personas que allí se habían congregado, todas y cada una de las cuales deseaban poder felicitarles personalmente. Con suerte, los otros, sus amigos y las parejas del club Bastión, formaron una especie de guardia a su alrededor, que les ayudó a moverse y salir de la entrada de la iglesia con relativa facilidad.

El estruendo que se formó cuando salieron de la iglesia bajo aquella débil luz matutina resonó en forma de eco por las colinas. Hamish y Molly habían estado esperándoles en las escaleras. Ella había abrazado a Molly, para luego girarse y ver a Hamish dudando, reteniéndose al ver la delicadeza de su vestido y el brillo de su diadema de diamantes. Fue ella quien le abrazó. Torpemente, ella le dio unos golpecitos en sus grandes manos.

– Tenías razón -le dijo ella en un susurro. -El amor es muy sencillo, no se necesita pensar.

El rió entre dientes, besándola en la mejilla, y luego dejó que fuera con todos los demás, mientras él estrechaba la mano de Royce y les deseaba un buen porvenir.

Pasó una hora antes de que fueran capaces de salir del exterior de la iglesia. Los invitados y el resto de asistentes a la boda se habían adelantado al desayuno de boda que les esperaba en el enorme salón de baile del castillo, una reforma que había sido realizada hacía ya muchos años en la parte de atrás de la torre del homenaje.

El carruaje ahora avanzaba por el camino adoquinado del puente. Un minuto más tarde, pasaron junto a las recias puertas dobles coronadas por aquellas amenazantes cabezas de lobo. El castillo se alzaba ante ellos. Ya era tan hogar suyo como de Royce. Ella se lo quedó mirando, para ver que su mirada estaba clavada en la piedra gris de la fachada del castillo.

Retford, Hamilton, Cranny y Handley estaba esperándole justo en la puerta de entrada. Todos estaban felices y radiantes, pero intentaban mantener la compostura.

– Su Excelencia-dijo Retford haciendo una reverencia.

A Minerva le llevó unos instantes darse cuenta de que se estaba refiriendo a ella.

Hamilton, Cranny y Handley también, todos le dieron la bienvenida.

– Todo está listo, señora -dijo Cranny.

– Supongo que ya habrá llegado todo el mundo.

Handley asintió.

– Lord Haworth y lord Chesterfield deberán dejarnos en un par de horas. Me aseguraré de saludarles.

Royce miró a Minerva.

– ¿Hay algún otro invitado al que debamos prestarle atención ahora?

Minerva mencionó a otros cinco. Representantes del rey, regentes, miembros del Parlamento… todos debían irse más tarde ese mismo día.

– A parte de esos, deberíamos dedicarle también algún tiempo a las grandes damas.

El resopló.

– Siempre es de sabios dedicarle algo de atención a las grandes damas.

Y diciendo esto, la cogió del brazo, conduciéndola hasta el salón de baile.

– Creo que debería informarle, Excelencia, que desde hoy, yo soy una destacada entre las grandes damas -dijo riendo de manera picara. -Soy mi propia gran dama, lo cual significa que ahora tan sólo tendré que responder ante vos.

Ella se le quedó mirándolo a los ojos, justo a la puerta del salón de baile.

– No puedo quejarme.

Jeffers, totalmente uniformado, orgulloso y rebosante de felicidad, les esperaba para abrirles la puerta. Royce alzó el rostro de ella, mirando aquellos ojos de color otoñal que lo miraban, a todo él, y comprendían. Alzando una de sus manos, la besó en las yemas de los dedos.

– ¿Estás lista?

Ella sonrió de una manera un tanto misteriosa.

– Claro, Excelencia. Entremos.

Y así lo hicieron, ceremonialmente. Él la condujo al enorme salón de baile, mientras todos los presenten se ponían en pie y aplaudían. Siguieron caminando hasta la mesa que se encontraba al final de la enorme habitación. Había una sonrisa en cada rostro. Los aplausos siguieron hasta que él la acomodó en el centro de la mesa principal, sentándose él a su lado, y luego el resto de invitados, dándose por iniciadas los festejos.

Fue un día de enorme felicidad. La cordialidad les envolvió durante aquel largo estipendio, las conversaciones de costumbre y el primer vals. Después de aquello, la gente se dispersó libremente.

Volviendo a sus deberes para con los representantes de la Corona y el gobierno, Royce se levantó de su silla de la mesa principal. Contenido, disfrutando de una paz interior de la que nunca antes había disfrutado, miró a la multitud, sonriendo ante la aparente felicidad que reflejaban tantos rostros. Un momento para saborear, para dejarlo retenido en su memoria. Los únicos amigos que echaba de menos allí eran Hamish y Molly. Tanto él como Minerva querían que ambos hubieran asistido, pero tampoco insistieron, entendiendo que, en aquel ambiente, Hamish y Molly se sentirían algo incómodos.

En lugar de eso, él y Minerva habían planeado cabalgar hasta la frontera al día siguiente.

Se preguntó cuánto tiempo pasaría antes de que cabalgar, sobre todo grandes distancias, se convirtiera en una acción imprudente. La miró un momento, sentada a su lado; ya que Minerva aun no le había dicho nada, sospechaba que sería mejor morderse la lengua, al menos hasta que lo hiciera.

Sin previo aviso, un escalofrío de intranquilidad le recorrió la espalda. No tenía ninguna experiencia con mujeres de condición delicada. Sin embargo, conocía a muchos hombres que sí la tenían. Inclinándose sobre Minerva, inmersa en una conversación con Rose y Alice, le tomó la muñeca.

– Voy a saludar. Más tarde nos encontraremos.

Ella lo miró, sonriendo, para luego volver a la charla con las esposas de los amigos de su marido. El se dirigió hacia sus ex colegas.

Los encontró formando un corrillo en una de las esquinas del salón. Todos llevaban vasos en sus manos, bebiendo mientras charlaban animadamente, con sus miradas posadas en sus damas, las cuales estaban desperdigadas por la habitación. Aceptando un vaso de uno de sus criados, se unió a ellos.

– ¡Ah! ¡Sólo hombres! -bramó Jack Hendon. -Por fin te unes a nosotros, ya era hora.

– A menudo me pregunto -dijo Tony en voz baja, -si rehúyes de todas las bodas, o sólo de las de tus amigos.

– Lo primero -dijo Royce tomando un sorbo de su bebida. -La excusa de no ser un Winchelsea es muy conveniente. La suelo utilizar para evitar todas las grandes celebraciones de la alta sociedad.

Todos rieron ante aquel comentario.

– Cualquiera de nosotros -dijo Tristan, -hubiera hecho lo mismo.

– Pero la verdad es que siempre tenemos una excusa para acudir y brindar -dijo Gervase.

– ¿Cuál es la de hoy? -preguntaron todos mirando a Charles, quien sonrió maliciosamente sin poder reprimirlo. Llevaba tiempo esperando aquel momento. Alzó su vaso hacia Royce, mientras los otros lo imitaron.

– Por el final del mandato de Dalziel -comenzó a decir, -y por el comienzo del nuestro, y aún más importante, por el comienzo del suyo -dijo señalando con el vaso a Minerva.

Los otros vitorearon y bebieron a la vez.

Royce sonrió, bebió, y luego los miró a todos.

– Supongo que me estaréis viendo en la posición de aquel que busca consejo de la experiencia de vuestro colectivo.

Todos lo miraron.

– Bueno, pues sí. Tenéis razón… Y esta es una de mis muchas preguntas… ¿Cómo…? ¿Cómo… controláis y reprimís a vuestras esposas, cuando estáis en lo que normalmente llamamos… "una situación íntima"?

La única de sus esposas que no había sido ya desflorada, y de la que él tenía sospechas de que todavía no lo había sido. Para su sorpresa, todos parecieron bastante angustiados frente a la pregunta. Miraron a Jack Hendon.

– Tú eres perro viejo. ¿Tienes algún truco?

Jack cerró los ojos, se encogió de hombros, y luego los abrió, para negar con la cabeza.

– No me lo recuerdes, nunca descubrí cómo hacerlo.

– Lo difícil -dijo Jack Warnefleet, -es ser lo suficientemente sutil cuando lo que realmente quieres hacer es imponerte y dejar bien claro que, categóricamente, no puede hacer eso, sea lo que sea que sea "eso" en ese momento.

Deverell asintió.

– No importa lo que digas, ni lo táctico que empieces siendo. Nos ven con la inteligencia de una pulga. Así que siempre hacen lo que a ellas les viene en ganas.

– ¿Por qué es que nosotros -preguntó Christian, -como parte de la ecuación, somos considerados como aquellos que no tienen opinión en este tipo de materias?

– Probablemente porque -contestó Tony-nuestra información no es correcta, ya que en su mayor parte está basada en una carencia total de inteligencia.

– Sin mencionar -añadió Gervase, -aquellos de nosotros que no tienen experiencia en el campo.

Royce se los quedó mirando.

– Lo que más me preocupa, es lo que viene después -dijo Tristan.

Todos miraron a Jack Hendon.

El los miró también, negando luego lentamente con su cabeza.

– No creo que queráis saber qué pasa después.

Todos consideraron el preguntarlo, pero ninguno lo hizo.

– Qué cobardes que somos -dijo Royce sonriendo burlonamente.

– Cuando se llega ahí… es para serlo -dijo Christian mientras apuraba su vaso. Luego retomó la conversación respecto a los cambios realizados sobre las leyes del maíz. Todos ellos eran dirigentes, todos mandaban sobre un dominio, todos tenían comunidades que proteger. Royce les escuchó, aprendió, y contribuyó con sus conocimientos, mientras que su mirada se posaba continuamente sobre Minerva, que seguía charlando con Letitia y Rose justo en mitad del salón.

Otra dama se le aproximó. Era Ellen, una amiga de Minerva, una de sus madrinas. Ellen se unió al grupo de ella, para luego hablar directamente con Minerva mientras le señalaba una de las puertas laterales. Minerva asintió, y luego se excusó ante Letitia y Rose, para ir, a solas, a la puerta indicada.

Royce se preguntó qué tipo de emergencia la requeriría en un día como aquel; pero de no ser importante, ¿por qué Cranny, Retford o cualquiera de los otros se hubiera molestado en enviarle un mensaje? Aquello no tenía que ver con ningún problema que pudiera haber surgido durante el festejo, seguro…

Se intentó decir a sí mismo que aquello era producto de su anterior charla sobre las "situaciones íntimas", y aquellas primitivas respuestas que había recibido, que le estaban jugando una mala pasada, pero, con un simple cabeceo, se excusó y empezó a caminar hacia el centro del salón. Sintió cómo Christian lo miraba, cómo lo seguía con la mirada mientras él se abría paso hacia donde Letitia y Rose todavía estaban hablando. Ellas alzaron la mirada al verlo acercarse.

– ¿Dónde está Minerva?

Letitia le sonrió.

– Acaba de salir a por alguien.

– Tenían que darle un mensaje de vuestro hermanastro, o algo así -dijo Rose mientras inclinaba su cabeza señalando a la puerta. -Están hablando fuera.

Sin mirar tras la puerta, sabía perfectamente que Minerva no estaba en el vestíbulo. Todos sus instintos estaban alerta, casi zumbando. Dejando a las damas sin despedirse, avanzó hacia la puerta.

Christian estaba allí para abrírsela.

El vestíbulo estaba, efectivamente, vacío.

Caminó mirando a su alrededor. A su derecha estaba el pasillo que llevaba al interior, mientras que a su izquierda había un pequeño pasillo junto al salón de baile que terminaba en una puerta hacia los jardines. El sentido común le sugería que Minerva se había ido hacia los aposentos interiores. Sin embargo, fue hacia la izquierda, atraído por un pequeño objeto blanco que había en el suelo.

Christian le siguió.

Royce se paró para coger una tira enjoyada, cubierta de flores de seda blanca. Aquello era un detalle del traje de Minerva, que pertenecía a su madre. Minerva lo había cosido a su muñeca. Agachándose para recogerlo, él se quedó helado, mientras lo olía. Volviendo su cabeza, siguió agachado, trazando una línea recta desde la base del paragüero que allí se encontraba, encontrando un pañuelo.

Sin tan siquiera levantar sus cabezas, tanto Royce como Christian reconocieron el olor.

– Éter.

Levantándose, miró a través de la puerta de cristal que daba a los jardines, pero estaban en silencio, y tranquilos.

– Se la han llevado -dijo, sin casi reconocer su voz.

Su puño cerrado apretó fuertemente el pañuelo. Sus labios se retorcieron en un gesto fiero, dándose la vuelta.

Christian le agarró por el brazo.

– ¡Espera! Piensa, esto ha sido planeado. ¿Quién tienes como enemigo? ¿Cuáles tiene ella?

El frunció el ceño, intentando concentrarse. Le costó un verdadero esfuerzo el poder poner su mente en marcha. Nunca había sentido una ira tan hirviente, ni un terror tan frío.

– No tenemos ninguno, no que yo conozca. Aquí no.

– Tienes uno, y es muy posible que esté aquí.

Royce miró a Christian a los ojos.

– ¿El último traidor?

– Él es el que más razones tiene para temerte.

Royce negó con su cabeza.

– Ya no soy Dalziel. Ganó la partida, y desapareció.

– Dalziel se ha ido, sí, pero tú estás aquí, y tú nunca te rindes. El, de alguna manera, lo sabe, así que nunca estará seguro.

Christian soltó el asidero que aún mantenía sobre su hombro.

– Él es quien se la ha llevado, pero no es a ella a quien busca.

Aquello era innegablemente cierto.

– Ella es el cebo -dijo Christian con urgencia. -La mantendrá viva hasta que aparezcas, pero si alertas a cualquiera, o mandas a cualquiera a buscarla, 'entonces la matará antes de que puedas hacer nada por ella.

Aquella posibilidad le ayudó a mantener a raya aquella ira conducida por el miedo, a encerrarla como si fuera una bestia, en las profundidades de su interior, dejando que su mente y sus capacidades tomaran las riendas.

– Es cierto, tienes razón.

Aspirando profundamente, alzó la cabeza.

– Aun así, tendremos que buscar.

Christian asintió.

– Pero solo con aquellos que sean capaces de rescatarla si dan con ella.

Royce miró al exterior.

– El no puede haber previsto que nos diésemos cuenta tan pronto.

– Es cierto. Tenemos el tiempo suficiente como para hacerlo de la manera apropiada, y traerla de vuelta con vida.

– Vosotros siete -dijo él. -Hendon, Cynster, Rupert, Miles y Gerald.

– Yo los reuniré -dijo Christian mirándolo a los ojos. -Mientras yo me encargo de eso, tú tienes que pensar. Eres el único que conoce este territorio, y el que mejor conoce al enemigo al que nos vamos a enfrentar. Eres el mejor planeando estrategias como esta, así que piensa.

La vida de Minerva, y la de su hijo nonato, dependían de ello.

Royce asintió firmemente. Christian lo dejó, volviendo con celeridad al salón de baile.

Dos minutos más tarde, Royce volvió también al salón. Vio a Christian moviéndose con habilidad entre el gentío, dando golpecitos disimuladamente en algunos hombros. Su plan ya había tomado forma en su mente, pero aún había algo que necesitaba saber.

La última vez que cruzó espadas con el traidor, este había ganado. Aquello no iba a ocurrir en aquella ocasión. No con lo que estaba en riesgo. Quería conocer todos los datos que le fuera posible antes de ir en busca de su esposa.

Letitia, que aún estaba junto a Rose, ya había sido también alertada. Tenía un gesto de preocupación e intranquilidad cuando Royce pasó por su lado.

– ¿Podríais tú y Rose encontrar a Ellen, y traérmela al vestíbulo que hay tras la puerta lateral? -le dijo, mirándola brevemente a los ojos. -No me preguntes, pero daos prisa, y no le digáis nada a nadie, salvo a las otras esposas de los miembros del club Bastión -Y mirando a Rose, terminó diciendo, -o a Alice y a Eleanor, pero a nadie más.

Ambas querían preguntar por qué, pero ninguna lo hizo. Con los labios apretados, ambas asintieron, intercambiando las miradas, para luego separarse y desplegarse entre el gentío, buscando.

El también se puso a buscar, pero cada vez iba costándole más y más mantener aquel gesto impasible, así que dejó la búsqueda de mujeres y volvió al vestíbulo.

Minutos después, Leonora atravesó la puerta.

– La han encontrado, pero está hablando con alguien. Eleanor, Madeline y Alicia están intentando traerla para acá.

Él asintió, mientras no paraba de andar arriba y abajo, demasiado nervioso para quedarse quieto.

Al poco rato las otras damas se le unieron, entrando en el vestíbulo una a una, todas conscientes de que algo pasaba. Lo miraron, pero ninguna le preguntó nada. Las últimas en unírseles fue Eleanor, Alicia y Madeline, que traían a Ellen, con un gesto de sorpresa en su rostro.

Ella no lo conocía, pero pudo sentir la ira que estaba intentando contener. Estaba muy asustada.

– No le hagáis caso si ladra -le advirtió Letitia. -No muerde.

Los ojos de Ellen se abrieron aún más.

– No tengo tiempo de explicar nada -dijo Royce, habiéndoles a todos, -pero necesito saber con quién se iba a encontrar Minerva aquí.

Ellen parpadeó.

– Uno de vuestros primos me pidió que le dijera que el hijo de vuestro hermanastro deseaba poder hablar con ella. Aparentemente, tenía un obsequio que darle. Dijo que estaban esperándola en los jardines -dijo ella, señalando con la cabeza el final del corredor. -Ahí fuera.

Royce sintió una súbita inevitabilidad.

– ¿Qué primo mío?

Ellen negó con la cabeza.

– No sé, no sabría decirle. No los conozco, todos se parecen entre ellos.

Phoebe habló:

– ¿Qué edad tendría?

Ellen miró a Royce.

– Más o menos la de su Excelencia.

Letitia miró a Royce.

– ¿Cuántos hay de esa edad?

– Tres.

Pero en realidad, él ya sabía quién era.

La puerta del salón de baile se abrió de nuevo. Susannah miró a su alrededor. Primero miró a las damas, y luego se fijó en él.

– ¿Qué es lo que pasa?

El no le contestó. En su lugar, le dijo:

– Quiero reunirme con Gordon, Phillip y Gregory en el salón. No les digas nadas, simplemente ve a mirar si están, vamos.

Ella lo miró, cerró la boca y se fue de nuevo para adentro.

Clarice, Letitia y Penny fueron hacia la puerta.

– Nosotras también los conocemos -dijo Penny.

Unos cuantos minutos después, las cuatro volvieron.

– Gordon y Gregory sí están -dijo Susannah, -pero no encuentro a Phillip.

Royce asintió, dándose media vuelta, mientras su cerebro funcionaba a toda velocidad.

Alicia habló.

– Eso no es concluyente, Phillip puede estar en cualquier sitio, este casillo es enorme.

Totalmente aturdida, Susannah miró a los demás. Letitia le explicó que estaban intentando descubrir cuál de los primos de Royce se había llevado a Minerva.

– Tiene que ser Phillip -dijo Susannah, con rotundidad.

Cuando Royce la miró interrogativo, ella siguió hablando:

– No sé qué bicho le había picado contigo, pero durante años siempre ha querido saberlo todo sobre ti, y lo que estabas haciendo. Hace poco fue él quien sugirió que invitáramos a Helen Ashton. Él fue quien me dijo que Minerva era tu amante y que… tú no estabas enamorado de ella -En ese punto se detuvo, empalideciendo. -Oh Dios, Royce… ¿Ha sido él quien se la ha llevado, no?

Durante un rato que se hizo eterno, él no le contestó, hasta que finalmente, Royce asintió.

– Sí, lo ha hecho.

Y diciendo eso, miró a Alicia.

– ¿Recordáis al último traidor, al que hemos estado persiguiendo todo este último año? Determinamos que tenía alguna conexión con el Ministerio de Guerra. De todos mis primos, de todos los que están aquí, Phillip es el único cualificado para tener ese tipo de conexión.

De repente, sintió cómo la seguridad llenaba su interior. Siempre era un avance saber a quién ibas a cazar.

Minerva luchó por despertarse entre las nieblas de la inconsciencia. Le dolía la cabeza, y se sentía muy aturdida. Los pensamientos se esbozaban en su mente, para luego ver cómo se escurrían, hundiéndose en las tinieblas. No podía llegar a pensar, no podía concentrarse, ni preguntarse nada coherente, mucho menos, abrir sus ojos; pero en su interior, un frío témpano glacial de pánico le ofrecía una sujeción a la realidad.

Alguien la había secuestrado.

Había ido a la puerta, en búsqueda del hijo de Hamish, y alguien, un hombre, la agarró por detrás. Ella lo había sentido un instante antes de que la agarrara, intentando dar la vuelta a su cabeza para ver quién la atacaba, pero él le había puesto un pañuelo sobre su boca y su nariz y…

El olor era algo así como dulzón.

La realidad se le iba haciendo más clara muy poco a poco, filtrándose en su mente. Ella aspiró con precaución, pero aquel olor nauseabundo había desaparecido.

Alguien, el hombre, estaba hablando, pero su voz sonaba distante, apareciendo y desapareciendo.

Hubiera fruncido el ceño si sus músculos faciales respondieran. Estaba boca arriba, sobre piedra, ya que sentía su áspera textura en los dedos de una de sus manos. Había estado allí antes, yaciendo de esta misma manera, no hace mucho…

El molino. Estaba sobre la piedra del molino.

Deducir aquello le hizo que se pusiera alerta. Las neblinas se iban disipando, hasta que finalmente, estuvo plenamente despierta.

En seguida, se dio cuenta de que tenía a alguien al lado. Sintió cómo la miraba desde arriba, a pesar de que su instinto la mantenía totalmente inerte.

– ¡Maldita sea, despierta ya!

Había hablado a través de los dientes, pero aun así, pudo reconocerlo. Era Phillip. ¿Qué demonios quería?

Con otra maldición silenciosa, se apartó. Su sentido del oído por fin se ajustó, a lo que le siguió el resto de su mente. Todavía estaba demasiado débil como para moverse, así que se quedó quieta, escuchando cómo caminaba de arriba abajo, hablando consigo mismo.

– Está bien, todavía tengo mucho tiempo para preparar la escena. Puedo violarla, golpearla, y luego matarla, tal vez cortándole el cuello, dejando que su sangre mane artísticamente sobre la piedra… ¡Sí!

Una vez más, sintió cómo la estudiaba, para luego caminar de nuevo.

– Sí, eso quedará muy bien. Haré añicos su vestido, le daré en la cabeza, luego en el vientre, y luego dejaré esa maldita corona entre la sangre -dijo carcajeándose. -¡Sí! Definitivamente, eso causará el efecto. Lo tengo que destrozar. Romperlo totalmente. Tiene que ver que, finalmente, yo soy más poderoso que él. Ya que él se llevó mi tesoro, yo he tomado de él algo del mismo valor.

»Porque en nuestro juego, yo siempre gano.

»Yo soy sin lugar a dudas el más inteligente de los dos. Cuando venga aquí, y vea lo que he hecho a su nueva duquesa, a la mujer que esta mañana ha jurado proteger y honrar, sabrá que he ganado. Se imaginará que todo el mundo sabrá lo inútil que es, y que nunca pudo ser lo suficientemente poderoso, fuerte e inteligente como para protegerla a ella.

Nuevamente, aquellas largas zancadas lo llevaron junto a la piedra del molino. De nuevo, Minerva sintió cómo la recorría con la mirada. A diferencia que con Royce, aquello hacía que le corriera un desagradable escalofrío por todo el cuerpo. Ella luchó por mantenerse con el cuerpo lánguido, resistiéndose a la compulsión de tensarse, de retener el aliento y de abrir los párpados para poder ver algo.

Casi suspiró de alivio cuando el hombre dijo:

– El tiempo está de mi lado, tengo más de una hora antes de que el criado le dé la nota a Royce. Tengo más que tiempo para disfrutar y matarla, y después disponerlo todo para darle una bienvenida.

Los hechos se hicieron evidentes en cuanto desapareció el mareo mental que había estado sufriendo desde que despertó.

Tesoro. Phillip había dicho la palabra tesoro. Él era el último traidor de Royce.

De eso trataba todo aquello. Había pensado que, acabando con ella, rompería en dos a Royce.

El esfuerzo que tuvo que hacer para reprimir su reacción, para no dejar que sus mandíbulas, que sus facciones, se tensaran, para no dejar que sus manos se cerraran en un puño, alcanzar el cuchillo que tenía, por una razón totalmente diferente, sujeto a su muslo, fue inmensa.

Ella podría matarlo con aquel cuchillo, pero Phillip era fuerte, era de la misma complexión que Royce. Si bien aún creía que estaba inconsciente, parecía que por ahora podría seguir con aquella pantomima. Siempre que él creyera que aún le quedaba tiempo, su mejor estrategia era dejarlo allí esperando y charlando.

Y así darle a Royce el tiempo suficiente para que llegara.

Ella sabía que lo haría.

¿Durante cuánto tiempo había estado inconsciente? ¿Cuándo tiempo hacía que había dejado el salón de baile? El plan de Phillip tenía un gran agujero, uno que él no había previsto. Puede que no fuera un Varisey, pero, al igual que Royce, no comprendía qué era el amor en realidad.

No comprendía que Royce simplemente sabría lo que había pasado, que él siempre la protegía, incluso en un salón de baile repleto de gente. Nunca esperaría una hora para comprobar a dónde se había ido. Ella dudaba mucho que tan siquiera hubiera esperado diez minutos, lo cual significaba que el plan de rescate ya estaba en marcha.

Ahora, Phillip parloteaba sobre su padre, su abuelo, de cómo siempre habían elogiado a Royce, y a él nunca, y de cómo ahora verían que Royce no era nada.

El abuelo de Royce hacía mucho tiempo que estaba muerto.

Minerva no necesitaba más pruebas para conocer el estado mental de Phillip.

Ella se esforzó en escucharle, para así poder seguir sus movimientos. Cuando estuvo segura de que estaba a cierta distancia, abrió los ojos rápidamente, para inmediatamente volver a cerrarlos, lanzando un suspiro mental de alivio.

Había cerrado las puertas del molino.

Resistiéndose a sonreír de alegría, luchó por seguir manteniendo todos sus músculos flácidos.

No le resultó muy sencillo cuando Phillip dejó de hablar, para luego posicionarse junto a la piedra del molino. Ahora, ella estaba plenamente consciente, sintiendo su proximidad. Al igual que Royce, él era alto, musculoso e irradiaba calor, y reprimir la repulsión que sintió en aquel momento fue lo más difícil que había tenido que hacer en su vida.

Luego oyó un sonido. Sus brazos se movían.

El se inclinó sobre ella.

– ¡Vamos, maldita, despierta!

Y entonces, ella descubrió que había cosas peores que la repulsión por reprimir.

El instinto llegó a sus límites. Ella tan sólo tuvo un instante de aviso, un solo instante para gritarse a sí misma que se relajara, y que por el amor de Dios, no reaccionara.

Fue entonces cuando él le pinchó el brazo con la aguja de su pañuelo.

Royce esperó en el vestíbulo a tener a todos sus hombres reunidos. Las damas también estaban presentes. Todos estaban demasiado preocupados como para volver al salón de baile.

Christian apareció por la puerta.

– Ya estamos todos.

Royce pasó su mirada por aquella serie de rostros mortalmente serios.

– Mi primo, Phillip Debraigh, ha secuestrado a Minerva. Es nuestro último traidor, ese al que yo no pude aprehender. Tal y como yo lo veo, esto tiene que ser una venganza contra mí. La diadema que llevaba Minerva, y que yo le había regalado, era parte de su tesoro de treinta piezas. Por lo visto, se la ha llevado a algún sitio en el exterior.

»Aunque el castillo es enorme, está atiborrado de invitados, y los criados no paran de dar vueltas continuamente por todos lados. Eso él lo sabe, y no querrá arriesgarse a hacer algo de puertas para adentro -dijo mirando al exterior, -pero fuera hay un número determinado de lugares donde ha podido esconderse, y eso nos da una oportunidad de rescatar a Minerva, y capturarlo.

Volvió a mirar aquellos rostros de gesto preocupado.

– Se la llevó hace menos de quince minutos, así que no esperará que nos hayamos percatado de su ausencia tan rápido, por tanto tenemos un poco de tiempo para realizar un plan.

Rupert, a su izquierda, miró a los ojos a Royce.

– Sea lo que sea que hagamos, la discreción tiene que ser absoluta. No importa que él sea el traidor, y que merezca morir como un perro. No puedes acabar lanzar al desprestigio a toda la familia Debraigh. Tú, especialmente, no puedes hacerlo.

Y decía aquello porque los Debraigh eran familia de su madre, y siempre los habían apoyado. Decía aquello porque su abuelo Debraigh había sido una columna en su vida formativa.

Royce asintió.

– Mientras nos sea posible, intentaremos mantener esto en secreto, pero no arriesgaré la seguridad de Minerva, ni tan siquiera por los Debraigh.

Miró de nuevo al grupo de mujeres, Letitia, Clarice, Rose y el resto.

– Las damas nos darán cobertura. Deberéis volver al salón y expandir algún tipo de historia, de que hemos ido a una reunión de última hora o cualquier cosa que os podáis inventar como excusa. Tendréis que ocultar vuestra preocupación, hacedlo ver como si fuera irritación, enfado, resignación… cualquier cosa, pero sabed una cosa importante. Nunca podremos resolver esto con éxito sin vuestra ayuda.

Clarice asintió.

– Nosotras nos ocuparemos, vosotros partid -dijo haciéndoles un gesto con la mano. -Haced eso que se os da tan bien, y traed a Minerva de vuelta.

El tono bélico que empleó reforzó las miradas de las otras damas.

Royce asintió de nuevo, y miró a los hombres.

– Vayamos a las almenas.

Los condujo hasta las escaleras que conducían a las almenas a paso ligero. Tan solo por prevenir la posibilidad de que se hubiera equivocado con Phillip y este estuviera oculto en algún lugar de la casa, Handley, Trevor, Jeffers, Retford y Hamilton también fueron alertados, realizando una discreta búsqueda por todo el castillo; pero mientras se dirigía a las almenas, esperando a que los otros se le unieran, sabía que no se había equivocado. Phillip estaba fuera, en algún lugar en las cercanías, y los puntos más relevantes de estas eran perfectamente visibles desde una vista con perspectiva.

Agarrando con sus manos la piedra, miró al horizonte.

– Tiene que habérsela llevado a una de las estructuras. No hay muchas, allí está…

De repente, enmudeció. Había ido al mismo sitio donde había estado anteriormente con Minerva, dos veces. La vista daba al norte, con el desfiladero que llevaba a Cheviots, y Escocia, más allá.

El molino estaba a la vista.

Se enderezó, fijando su vista en aquella estructura.

– Se la ha llevado al molino.

Todos se agolparon contra las almenas, intentando divisar algo.

Antes de que cualquiera pudiera preguntar, él habló:

– No hay nadie en todo el condado que pueda cerrar esas puertas. Por razones obvias, siempre las dejamos medio abiertas.

Christian estaba inspeccionando el terrero, al igual que los demás.

– Tiene dos plantas.

– ¿Podemos surcar la corriente?

– No con facilidad ni seguridad.

– Entonces -dijo Devil Cynster, poniéndose firme y levantando una ceja, -¿cómo vamos a hacerlo?

En un par de frases, él les contó su plan.

No es que les pareciera del todo bien, pero no protestaron.

Minutos después, salieron del interior y salieron a los jardines, y, silenciosamente, una pequeña fuerza de hombres mortífera se propuso hacer una única cosa.

Acabar con la existencia del último traidor.

Royce iba a cabeza del grupo, con el rescate de Minerva sana y salva como único propósito.

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