CAPÍTULO 20

A la mañana siguiente, Minerva estaba de pie junto a Royce, mientras que los saludos y aclamaciones que el gentío profería a las nueve parejas gradualmente se fueron disolviendo, él avanzó hasta el balcón desde el cual, anteriormente, se daba por inaugurada la feria. En silencio, los allí reunidos esperaron expectantes a que hablara. Dejó que su mirada pasara por todos aquellos rostros, para luego decir:

– Wolverstone también tiene un anuncio que hacer -dijo mirándola a ella, atrayéndola. Su sonrisa era todo lo que ella quería ver. La calidez de sus ojos la sostuvo, hasta que él le agarró una mano, llevándosela a sus labios, y a plena luz del día ante todos los allí presentes, le besó los nudillos.

– La señorita Chesterton me ha concedido el honor de aceptar ser mi duquesa.

No lo había dicho a voz en grito, aunque su voz se escuchó claramente sobre aquella multitud en silencio.

De repente, la multitud estalló en vítores, hurras y gritos de alegría. El estruendo se alzó como una ola de felicidad desbordada, barriendo la escena. Minerva miró alegre a los congregados, viendo a Hamish, y Molly, con quienes se encontró y habló antes, saludándola con la mano. Todo el personal del castillo estaba allí también. Retford, Cranny, Cook, Jeffers, Milbourne, Lucy, Trevor, y el resto, todos regocijándose ante aquello demostración de alegría y orgullo.

Mirando más allá, vio las caras de muchos de los Wolverstone, todos emocionados, deleitados. Los vio felices y joviales, con la satisfacción en sus rostros, aplaudiendo, riendo, y algunos incluso, llorando de felicidad. Incluso aquellos que habían venido para la fiesta, dispersos aquí y allí entre el gentío, parecían felices de ser parte de aquel bullente regocijo.

Royce alzó una mano, los vítores y silbidos cesaron.

– Nuestra boda se celebrará en la iglesia que tenemos aquí, dentro de tan solo tres semanas. Como sabéis, he vuelto para tomar las riendas del ducado. En tan solo unas semanas he aprendido mucho sobre todo lo que ha cambiado estos años, y lo que aún necesita cambiarse. Al igual que realizo estos votos con la duquesa, y ella conmigo, ambos hacemos otro con vosotros, los Wolverstone, para forjar juntos nuestro futuro.

– ¡Wolverstone! -dijo una voz entre la multitud, y en seguida, esta contestó con el mismo vítor. -¡Wolverstone! ¡Wolverstone!

Minerva miró aquel mar de caras felices, sintiendo cómo el candor de la gente llegaba hasta ella, abrazándola, imbuyéndola. Girando su cabeza, miró a Royce a los ojos, y sonrió.

La mano de él agarró fuertemente la suya, mientras le devolvía una sonrisa abierta, honesta, y finalmente, bajaba aquel escudo protector, de una vez por todas.

¡No, no, no, no, no, no! ¿Cómo podría estar pasando aquello?

Entremezclado en el gentío, rodeado y empujado por aquella estruendosa aglomeración de gente deleitada con las nuevas sobre el casamiento de Royce, permanecía allí, de pie, totalmente pasmado, incapaz de pensar ni de apartar la imagen de Royce y Minerva de pie en el balcón, perdidos en sus miradas.

Royce era un excelente actor cuando quería, y él lo sabía. Minerva tampoco se quedaba atrás…

Negando con la cabeza, deseó poder ignorar lo que sus ojos le estaban diciendo a gritos. Ninguno de los dos estaba actuando. Lo que estaba viendo, lo que todo estaba celebrando y respondiendo, era real.

Royce quería casarse con Minerva.

Y ella quería casarse con él.

Ella estaba enamorada de él, ninguna otra cosa podía deducirse de la suavidad del gesto en su rostro.

Y si bien era casi imposible que Royce la amara, ella sí que le importaba, de una manera más profunda y cálida de lo que jamás pudiera haber imaginado posible.

Minerva no era, ni había sido, ni nunca sería, una más entre la legión de amantes de Royce. Había sido la elegida, durante todo este tiempo, la dama que había deseado, durante toda su vida.

– Se supone que no debería haber pasado nada de esto -dijo, dejando que cada una de las palabras saliera de entre sus dientes apretados, luchando por poder conservar aquella máscara impertérrita que mantenía sobre su rostro.

Se pensó que aquella boda iba a ser una farsa, una comedia, incluso se suponía que tenía que ser dolorosa. En lugar de eso, todas las maniobras que había estado realizando entre el subterfugio le habían otorgado a Royce precisamente lo que Royce quería.

El, a través de Susannah, había sido el instrumento que había hecho que Royce consiguiera la última cosa que necesitaba para completar el tapiz de una ya de por sí existencia rica y satisfactoria. El había sido una pieza indispensable a la hora de darle a Royce algo que había deseado ardientemente, algo que ansiaba desde hacía tiempo.

De repente, lo supo. De repente, lo vio.

Sus facciones se aliviaron.

Y luego, lentamente, esbozaron una sonrisa.

Incrementando su alegría, empezó a reír a carcajadas, dándole una palmada a Rohan en las espaldas cuando pasó por su lado.

Por supuesto, ahora lo veía claro.

Royce había sido el causante de mostrarle su tesoro, para luego, quitárselo de debajo de las narices y llevárselo.

Así, ahora encajaba perfectamente que él fuera el responsable de haberle llevado a Royce su tesoro más preciado, para así poderle devolver el favor.

Royce se había llevado su tesoro.

Ahora él se llevaría el de Royce.

Aquella tarde, Royce, Minerva, Letitia, Clarice, Penny y Handley se reunieron en la sala matinal de la duquesa. Debido al enorme éxito que había tenido el inicio de la feria, que no hizo sino aumentar en fama tras el anuncio que se había hecho, la cena fue una cosa bastante más informal. Después de refrescarse, habían dejado al relajado y aparentemente apacible, pero exhausto, grupo de invitados escaleras abajo, y se habían retirado para preparar la logística que conllevaba una boda ducal.

Mientras los demás tomaban asiento, Royce, junto a Minerva, en uno de los sofás, observó a su futura esposa.

– ¿Les habías dicho algo a los demás de abajo? Parecían extrañamente relajados ante el anuncio de nuestro compromiso.

– Simplemente les expliqué que la intervención de Susannah había sido malinterpretada, y como tu duquesa, estaría muy decepcionada si alguien tildara nuestro compromiso como algo que no fuera interpretado bajo una luz correcta.

Dejándose caer en el sofá opuesto, Penny rió entre dientes.

– Fue genial. Hizo que la acción de Susannah pareciera la travesura de un niño, una de esas ocurrencias que son tan torpes que ha sido incluso enternecedor para Susannah simular que nunca ha pasado.

Uniéndose a Penny en el sofá, Letitia añadió:

– Tan sólo tuvo que hablar con las damas, ya que Jack nos informó que, dado que ninguno de los hombres estuvo en las almenas, actuarían como si nunca hubiera pasado nada. Pero darle la vuelta al asunto y reflejarlo en la acción de Susannah fue un toque maestro. A mí nunca se me hubiera ocurrido, pero funcionó increíblemente bien.

– Sin duda -dijo Clarice, sentándose al final del sofá, -tu pericia sin duda viene de haber estado tratando con Varisey durante décadas.

– Sin duda-dijo Minerva ahora girándose hacia Royce, mirándolo a los ojos. -Ahora, pongámonos con el asunto de la obra.

Aquella mañana muy temprano, él había sugerido que se realizara lo antes posible, para después ser informado de lo que no estaba en sus cartas. Cuando él protestó, se le informó con más detalle.

– ¿Entonces son tres semanas lo que propones?

Los ojos de él se encendieron.

– Exacto, tres semanas, y necesitamos cada uno de los minutos que las componen a partir de ahora.

Ella miró a Handley, quien estaba sentado tras el escritorio.

– ¿Cuál es la fecha que buscamos entonces?

Resignado, e interiormente, más feliz de lo que nunca había estado en su vida, Royce se echó hacia atrás y dejó que los demás se ocuparan de organizar. Su única labor era la de dar su conformidad cuando fuera preciso, lo cual hizo sin poner ninguna pega. Ellos eran expertos. Letitia lo sabía todo sobre preparar eventos para la alta sociedad. A pesar de su semi retiro, Clarice era una renombrada manipuladora de tendencias de la alta sociedad. Penny, al igual que Minerva, entendía la dinámica de los altos cargos, tanto a nivel local como nacional, y Minerva sabía todo lo que había que saber respecto a los Wolverstone y los Varisey.

Juntos, hacían un equipo formidable, y en poco tiempo, ya lo tenían todo preparado.

– Así que -dijo Minerva, mirando a Handley a los ojos, -los bandos se leerán a lo largo de los próximos tres domingos, y nos casaremos al miércoles siguiente.

Handley asintió con la cabeza, apostillando una cosa.

– Le pediré al señor Cribthorn que haga la petición mañana -dijo mirando a Royce.

– Yo estaré aquí todo el día. Tenemos mucho que traer hasta aquí -toda la parafernalia de la boda, entre otras cosas. -Mejor llama a Montague.

Handley escribió a toda velocidad.

– ¿Y los representantes?

– Ellos también -dijo Royce mirando a Minerva. -Me he estado devanando los sesos, pero no puedo dar con nadie mejor. ¿A quién me propondrías tú? Tal y como no paras de recordarme, esta es una boda ducal, así que, ¿quién quieres que actúe por ti durante la boda?

Ella parpadeó aturdida.

– Tengo que pensarlo antes -dijo mirando a Handley. -Te daré los nombres y direcciones de mis representantes, para que así le puedas decir a Royce con quién contactar.

– Sí, señorita.

Seguidamente, se discutieron y se decidieron otros detalles. La redacción de los diferentes anuncios se terminó, y Handley salió en el ferry que lo llevaría a Retford para empezar con las tareas.

– La lista de invitados -advirtió Clarice-va a ser lo más difícil de hacer.

– Tan solo de pensar en ello me da vértigo -dijo Letitia negando con la cabeza. -Y yo que creía que mi segunda boda fue grande, pero esta la supera…

– Simplemente, tendremos que ser extremadamente selectivos -dijo Minerva, -lo que, para mí, no es nada malo.

Mirando ahora a Penny, prosiguió:

– Propongo que dispongamos del número de invitados según el tamaño de la iglesia.

Penny consideró la propuesta, y luego negó con la cabeza.

– El problema no se solucionará de esa manera, no si pretendes invitar a todos los vecinos.

– Y es lo que pretendía -dijo Minerva, suspirando. -¿Cuántos crees que serían?

Había podido reducir el número hasta quinientos, cuando Royce decidió que ya había oído suficiente.

– ¿Quinientos?

Poniéndose de pie, inclinó su cabeza.

– Mis queridas damas, creo que podré dejar este tipo de detalles en sus más que capaces manos -Y a continuación, miró hacia Minerva. -Si me necesitas, estaré en el estudio, y más tarde, en mis aposentos.

Esperándola.

Ella sonrió.

– Sí, por supuesto.

Sonriendo para su interior, él dejó la habitación.

Minerva observó cómo se alejaba, sintiendo su paz interior, y después, totalmente maravillada interiormente, se volvió a concentrar en la lista.

– Bueno, centrémonos. ¿Cuántos de nosotros está a favor de prescindir de la casa de Carlton?

Una hora después, con los mayores grupos de invitados ya estimados, se dieron un respiro. Retford, de hecho, ya había traído el té. Mientras se sentaron alrededor de la bandeja, Letitia enumeró las partes que ya habían realizado.

– No creo que haya mucho más en lo que podamos ayudarte, no por ahora, al menos -dijo mirando a Minerva a los ojos. -Estamos pensando en irnos mañana, al alba.

– Antes que los demás, así no nos veremos envueltas en el caos -añadió Penny.

Clarice miró seriamente a Minerva.

– Pero si realmente nos necesitas, solo tienes que decirlo.

Ella sonrió, negando con su cabeza.

– Habéis sido -Incluyendo a las otras dos mujeres en su mirada, -de una ayuda inmensa, y de un apoyo aún más grande. Honestamente, no sé cómo hubiera hecho todo esto sin vuestra ayuda.

Letitia sonrió.

– Pues haciéndolo. Dado que está más que demostrado que puedes manejarte muy bien con tu futuro marido, veo difícil creer que haya alguna situación que no puedas resolver.

– Tengo que preguntártelo -dijo Clarice. -¿Cómo has conseguido que acepte de una manera tan rotunda en tan solo tres semanas? Nosotras vinimos hasta aquí con una lista de argumentaciones listas para hacer que aceptase.

– Royce es muy predecible en algunas cosas. Simplemente, señalé el hecho de que nuestra boda debería ser un evento mayor en la localidad, por derecho, y cuan decepcionada se sentiría la gente si no se celebrara así.

Letitia volvió a sonreír.

– Ya veo que tu estrategia funcionó -dijo vibrando de alegría. -No sabes lo que me alegra ver que al maestro manipulador finalmente manipulado.

– Pero él ya sabía que lo estaba haciendo -apuntó Minerva.

– Sí, y eso únicamente lo hace aún más divertido -dijo Letitia dejando su taza en la bandeja. -Querida, ¿hay algo más que podamos hacer antes de marcharnos? Lo que sea.

Minerva pensó durante unos instantes.

– Tal vez, que me contestéis a esta pregunta: ¿Qué movió a vuestros maridos a reconocer que os amaban?

– ¿Quieres decir qué fue lo que le arrancó las palabras de sus labios? -dijo Letitia sonriendo maliciosamente. -Yo estaba colgando en el abismo, literalmente, el asidero de su mano era lo único que me separaba de la muerte, y sólo entonces se atrevió a pronunciar esa palabra, así que no te recomiendo que llegues tan lejos.

Clarice frunció el ceño.

– En mi caso, la situación también era mortal, por culpa de aquel secuaz del traidor. Yo tampoco te aconsejo que llegues a esos extremos.

– Según recuerdo -dijo Penny, -fue después de que ayudara a Royce a capturar a aquel mortífero espía francés. Corrimos un gran peligro. Gracias a Dios no nos ocurrió nada, pero aquello me abrió los ojos, así que, sin pensármelo, le dije que me casaría con él, dándose él cuenta entonces de que yo no pretendía que me realizara una gran declaración de su amor. Se había convencido de que yo así lo deseaba, pero se equivocaba.

Sonriendo, tomó otro sorbo de té.

– De todas formas, al final sí hizo una gran declaración -Y bajando su taza, añadió: -Después de todo, es medio francés.

Minerva estaba decidida.

– Parece que hay solo una vía a seguir con nuestro tipo de hombres.

Clarice asintió.

– Parece que precisen de una situación de vida o muerte para obligarles a escuchar a su corazón.

Penny frunció ahora el ceño.

– Pero tú ya sabías, o al menos intuías, que Royce estaba enamorado de ti, ¿no? Eso al menos era bastante obvio.

– Sí, lo sabía -dijo Minerva suspirando. -Yo lo sabía, tú lo sabías, incluso sus hermanas estaban empezando a darse cuenta, pero la única persona que todavía no lo sabe es el mismísimo décimo duque de Wolverstone, y realmente, no tengo ni idea de cómo hacerle abrir los ojos.

Pasaron tres semanas completas. Sentado en el balcón para desayunos de la torre de homenaje, Royce estaba bastante impresionado. Durante todos aquellos días había pensado que le faltaría tiempo, cuando en realidad, les estaba sobrando. A su izquierda, con un rayo de sol iluminándole el cabello, Minerva estaba absorta en más y más listas. Él le sonrió, sintiendo, tal y como hacía incontables veces al día, aquella calidez y comodidad que sentía cada vez que se acordaba de la nueva vida que le deparaba el futuro. Su vida como décimo duque de Wolverstone sería radicalmente diferente a la que tuvo su padre, y la piedra angular de aquella diferencia era su inminente boda.

– Gracias a Dios, Prinny no va a venir. Acomodarle a él y a sus aduladores hubiera sido una pesadilla.

Subiendo su mirada, Minerva sonrió mientras Hamilton dejaba una tetera de té recién hecho ante ella.

– Terminaremos con la asignación de habitaciones durante la mañana, ya que Retford necesitaría una lista al anochecer.

– Así es, señorita. Retford y yo hemos concebido un plan para el interior del castillo que tal vez pudiera ayudar.

– ¡Excelente! Si vinierais a la sala matinal una vez hayáis terminado, debería darme tiempo a terminar con Cranny, y comprobar la correspondencia y así asegurarme de que no vayamos a tener algún invitado inesperado -Y girándose hacia Royce, prosiguió: -a menos que necesites a Hamilton.

El negó con la cabeza.

– Tengo que terminar unos asuntos con Killsythe esta mañana.

Sus padrinos, Killsythe y Killsythe, habían conseguido finalizar los últimos asuntos legales concernientes a los ducados de Collier, Collier, y Whitticombe, así que todos aquellos asuntos finales se resolverían sin ningún tipo de problemas.

– Incidentalmente -dijo dándole unos golpecitos indicativos a una carta que había leído con anterioridad, -Montague ya ha dado aviso de que todo está correcto. Fue muy halagador con las labores realizadas por vuestros anteriores agentes, pero cree que él puede hacer esta tarea aún mejor.

Minerva sonrió.

– Tengo altas expectativas con él.

Alcanzando la tetera, siguió revisando las siete listas que había ante ella.

– Apenas puedo recordar cuándo fue la última vez que tuve el tiempo para pensar en cosas tan mundanas como en investiduras.

Royce alzó su taza de café, ocultando su sonrisa tras ella. Una cosa que había aprendido de su futura esposa era que le encantaban los desafíos. Al igual que en el funeral de su padre, los invitados principales se quedarían en el castillo, así como la mayoría de los miembros de su familia, los cuales habían avisado de su llegada con premeditación. Mientras que él había estado muy ocupado en asuntos legales y de negocios, algunos aún pendientes desde la defunción de su padre, pero la mayoría concernientes a los preparativos necesarios para los acuerdos nupciales, Minerva había estado hasta el cuello con los preparativos de la propia boda.

Hamilton había demostrado ser una ayuda enviada desde el cielo. Después de hablar con Minerva y Retford, Royce se encaminó hacia el norte para hacer las labores concernientes a su secretario, para así dejar a Retford libre y que se ocupara de los asuntos del castillo, mucho más importantes, los cuales habían aumentado dramáticamente tras el anuncio de la boda. Si bien Hamilton era más joven y podría llegar a retrasar a Retford, finalmente los preparativos iban bien, en beneficio de todos.

Royce se dirigió a la página de sociedad de la Gazette del día anterior. Había leído religiosamente cada una de las columnas dedicadas a su próxima boda. Lejos de sentirse halagado, había empezado a sentirse bastante incómodo con el hecho de que empezara a considerarse como "la noticia romántica del año".

– Bueno, ¿qué es lo que dicen hoy? -preguntó Minerva, sin apartar la mirada de las lista. Cuando él le señaló con la cabeza el montón de ejemplares de prensa que tenía a su lado, contestó: -Me preguntaba qué es lo que tendrán que ver ellas en todo eso -dijo refiriéndose a las grandes damas.

Royce leyó atentamente la columna dedicada a su boda, y luego resopló.

– Ésta aún va más allá. Leyéndola parece que tengas entre tus, manos mi cuento de hadas, con una niña de buena cuna, pero huérfana, esclavizada durante décadas como ama de llaves de un castillo ducal para luego, a la muerte del viejo duque, llamar la atención de un misterioso hijo exiliado del duque, el cual es ahora su nuevo señor. Pero en lugar de sufrir la indignidad que acarrea una situación así, tal y como uno debía esperar, ella triunfa a la hora de ganarse el duro corazón del nuevo duque, y termina convirtiéndose en su duquesa.

Con un sonido muy parecido a un "Pse", Royce soltó el periódico encima de la mesa, hablando con un tono de marcado disgusto.

– Si bien es posible que parte de lo que dice aquí sea cierto, han reducido todo hasta un punto muy bizarro.

Minerva sonrió. Se preguntaba cuándo se daría él cuenta de la verdad fundamental que yacía tras todos los reportajes, y que diseccionar las inanidades de los periódicos podrían hacerle descubrir lo que ella y otros ya sabían sobre él, pero nunca ocurría. Los días pasaban, y parecía que tan solo la profunda, frecuente y duradera exposición de sus propias emociones era lo único que abriría sus ojos.

Aquellos ojos eran muy observadores cuando se fijaban en algo o alguien, pero cuando los utilizaba sobre sí mismo, para mirarse interiormente, simplemente, no veían nada.

Recostándose contra el respaldo, Minerva consideró sus propios esfuerzos. Las bodas ducales de aquel país estaban a la cabeza de las listas de cosas complejas de dirigir. Se levantó para dejar la habitación, mirando hacia arriba, lo miró directamente a los ojos.

– Esta noche tienes que estar disponible, y a lo largo de todo el día de mañana, ya que empezarán a llegar los invitados más importantes.

Él le sostuvo la mirada unos instantes, para luego mirar a Jeffers y a Hamilton, de pie junto a la pared que había tras al silla de Minerva.

– Manda a un criado, a uno que pueda reconocer escudos de armas, a las almenas, con un catalejo.

– Sí, su Excelencia -dijo Jeffers.

Tras dudar un poco, sugirió.

– Señor, si se me permite decirlo, podríamos enviar también otro al puente, con una lista de aquellos de los que conviene conocer su llegada, haciéndonos una señal con una bandera, por ejemplo. Debería ser fácilmente visible desde las almenas.

– ¡Es una idea excelente!

Viendo cómo Royce aceptaba la idea, Minerva se giró hacia Hamilton.

– Una vez hayas terminado con las habitaciones, Retford y tú podéis confeccionar una lista. Yo la repasaré, y luego se la daremos a Handley para que haga copias -dijo Minerva, mirando a Royce con las cejas levantadas.

Él asintió en respuesta.

– Handley estará conmigo en el estudio la mayor parte del día, pero creo que le sobrará tiempo por la tarde para hacer las listas.

Minerva sonrió. Letitia tenía razón: había poco de lo que ella no pudiera encargarse, ya fuera Royce, o la casa entera. Había algo bastante satisfactorio en el hecho de ser el general en la primera línea de tropas. Siempre le había encantado su papel de ama de llaves, pero llegado a aquel punto, creía que el de duquesa le iba a gustar aún más. Royce la miró a los ojos; una última mirada, un saludo, y abandonó la habitación. Alcanzando su taza, ella volvió a supervisar las listas.

A la mañana siguiente, salieron de la cama a primera hora, y juntos, cabalgaron hasta Usway Burn. En contra de todas las expectativas de Royce, las casetas y carpas estaban casi terminadas de montar.

Después de comprobar las mejoras, Minerva se sentó en una silla frente a la pared de una de las casetas más grandes, mientras Royce hacía una inspección más minuciosa acompañado del viejo Macgregor.

Uno de los mayores proyectos que Royce había aprobado desde que se hizo con el ducado, que no era otra cosa que el puente sobre el Coquet, fue una prioridad para Hancock. El puente, ahora un puente con calzada, ya estaba acabado, reconstruido, y reforzado. Lo siguiente fueron las casetas, y ahora estaban casi terminadas. En una semana las verían acabadas. Después de aquello, Hancock y su equipo empezarían con el molino, no antes; pero con suerte, el clima les acompañaría, y lo más importante, toda la madera y, aún más importante, todo el cristal que necesitaban. Sellarían el molino antes de invierno, lo cual, aparte del resto, fue un logro que Minerva había pensado poder cumplir antes de que el antiguo duque muriera.

Alzando su mirada, miró a Royce y Macgregor, sumergidos en una discusión, mientras caminaban lentamente a lo largo de los puestos, carpas y casetas de la izquierda. Ella sonrió mientras fueron desapareciendo, y luego dejó que su mente se deslizara de nuevo hacia sus preocupaciones actuales.

Los primeros invitados, toda la familia, habían llegado el día anterior. Hoy, llegarían sus amigos y los de él. Royce había elegido a Rupert, Miles, Gerald y Christian como sus padrinos. Ella había elegido a Letitia, Rose, a su vieja amiga Ellen, a lady Ambervale y a Susannah como sus damas de honor. Se sintió obligada a elegir a una de las hermanas de Royce, y a pesar de aquel estúpido intento de manipulación por parte de Susannah, no había sido malintencionada, y Margaret y Aurelia no hubieran estado cómodas.

Las tres hermanas habían llegado ayer. Las tres habían sido muy discretas en su presencia, percatándose no solo de que ahora ella tenía el beneficio de todo el poder de su hermano, sino de que también conocía todos sus secretos. No es que ella fuera a hacer nada con aquel conocimiento, pero eso ellas no lo sabían.

Una parte de la lista de invitados que él le había pasado le agradeció enormemente la invitación. Eran ocho de sus ex-colegas. Tanto de la boca de Letitia, como de la de Clarice y Clarice, había oído mucho sobre aquel grupo, el que (orinaban los miembros del club Bastión, además de Jack, lord Hendon, y todas sus esposas. Había oído que Royce había destinado la invitación a sus bodas, y ahora resultaba no ser el único sorprendido al recibir la confirmación de asistencia de sus respectivas esposas. Sospechaba que querían darle una lección bailando alegremente en la boda de él.

De todas formas, hacía tiempo que quería conocerlas a todas, aquellas que habían estado codo a codo profesional mente con Royce durante los últimos años.

Durante las siguientes horas intentaron pasar un tiempo para ellos, en el que ella intentó que le contara más sobre lo que había estado haciendo durante aquellos años en los que había estado sin paradero conocido, aquellos años que le eran totalmente desconocidos para ella, y para sus padres. Después de dudar un poco, fue gradualmente bajando la guardia, mientras empezaba a hablar cada vez más libremente de varias misiones que realizó, y sobre los muchos hilos que tuvo que tejer en una red en la que recabar información, tanto militar como civil. Se lo había descrito lo suficientemente bien como para ahora saber más de él, de poder sentir algo más por él, y para entender cómo y de qué manera habían impactado en él los sucesos de aquellos años. Admitió haber matado a sangre fría, no sólo en tierras extranjeras, pero que aquellas muertes habían sido esenciales para la seguridad nacional, así que ella simplemente parpadeó, y asintió.

Le habló sobre las recientes aventuras de los miembros del club Bastión. También le habló sobre el hombre al que él había bautizado como "el último traidor", el enemigo del que Clarice había hablado anteriormente, un inglés, un caballero de la alta sociedad, alguien con contactos en el Ministerio de Guerra, que había traicionado a su país por una recompensa francesa, y había asesinado de nuevo por escapar de Royce y sus hombres.

Al terminar la guerra, Royce deambuló por Londres, siguiendo cualquier rastro que pudiera haber dejado el último traidor. Fue el único fallo que admitió.

Para su alivio, también admitió que había olvidado esa persecución. Habló de ella como si ya fuera parte de la historia, no como una actividad reciente. Como si pudiera admitir que aquel fallo tan sol o le fortaleció. Sabía lo suficiente como para poder apreciar todo aquello, que un hombre tan poderoso como él supiera cuándo retirarse, viéndolo como un gesto de fortaleza y no de debilidad.

Durante las siguientes semanas, él le habló de una manera abierta, y a cambio pidió saber también detalles de cómo había pasado ella aquellos mismos años, dejándole entrever lo poderoso que podía llegar a ser aquel casamiento, más aún en la realidad que supondría tener su amor.

Un amor que él todavía no era capaz de dar.


Emergiendo de entre las casetas, intercambió una despedida con Macgregor, estrechando la mano del anciano. Se volvió hacia ella, que lo miró a los ojos, y arqueó una ceja.

– ¿Estás lista?

Ella sonrió, se levantó y le cogió de la mano.

– Sí.

Estaba de nuevo de vuelta en Wolverstone, bajo el techo de su enemigo. A pesar incluso de tener que compartir habitación con Rohan, no le importaba. Allí estaba él, invisible entre la multitud congregada. Todo el mundo podía verle, pero en realidad, nadie lo veía; no a su verdadero yo, al menos. Estaba oculto, para siempre encubierto.

Nunca nadie podría descubrirlo.

Sus planes estaban ya muy avanzados, al menos en teoría. Ahora, todo lo que tenía que hacer era encontrar el lugar preciso para contemplar su victoria final.

No debería de ser muy difícil. El castillo era enorme, y había varias construcciones en los jardines a las que la gente prestaría poca atención. Tenía dos días para encontrar el lugar perfecto.

Dos días antes de poder actuar.

Dos días para poderse ver libre por fin del tormento.

Del tormento de aquel negro y corrosivo terror.

Para cuando llegó el miércoles, el castillo estaba a rebosar, literalmente hasta la bandera. Con tantos miembros de la alta sociedad a los que atender, la cantidad de criados visitantes había provocado que el número de alojamientos bajo las escaleras, o mejor dicho, en los áticos, hubiera llegado a su límite.

– Incluso tenemos a gente en la sala de planchado -le dijo Trevor a Minerva cuando se encontraron en el pasillo mientras él llevaba una pila de fulares perfectamente planchados. -Estamos llevando las tablas de planchado al lavadero. No creo que vayamos a hacer mucha colada en los próximos dos días.

Ella le sonrió.

– Al menos, ahora todo el mundo se irá al día siguiente.

– Eso espero -dijo Trevor con el gesto torcido, -el tiempo durante el que podemos sustentar a tanta gente es limitado.

Ella rió ante el comentario, y se dio la vuelta. En realidad por ahora estaban resistiendo bastante bien, incluso estando el castillo más repleto de gente de lo que nunca hubiera visto. Todas las habitaciones para invitados estaban ocupadas, incluso las de la torre. Las únicas habitaciones de aquella planta que habían quedado libres eran su sala matinal, la sala de descanso de Royce y el estudio.

Su sala matinal. Royce había empezado a llamarla así hacía unas semanas, y a ella se le había pegado el hábito.

Sonriendo, siguió por la galería. Eran las últimas horas de la tarde, casi de noche ya, y los invitados ya estaban descansando o conversando de manera tranquila en cualquier parte, esperando a que fuera la hora de la cena. Por primera vez durante aquel día, tuvo la oportunidad de darse cinco minutos de descanso.

– Minerva.

Al oír su nombre, se detuvo, y se dio la vuelta con una sonrisa en los labios. Royce estaba ante el pasillo que llevaba a sus aposentos.

En aquel momento no tenía nada que hacer, así que, sonriendo profundamente, fue a su encuentro. Aquella sonrisa se veía reflejada en los ojos de él. Cogiéndola de la mano, él volvió de nuevo por el pasillo, deteniéndose ante la puerta de las almenas. Al igual que la vez anterior, abrió la compuerta oculta, dejando que ella pasara delante para luego seguirla.

Ella caminó por las almenas, extendiendo los brazos y respirando hondo, y luego se die la vuelta hacia él, acercándose todo que pudo.

– Justo lo que necesitaba, un poco de aire fresco.

Sus labios se doblaron en una mueca.

– El castillo está bullente de humanidad. En una colmena que vive y respira.

Ella rió, y se giró de nuevo hacia el horizonte, posando sus manos sobre la antigua roca que componían aquella torre de homenaje, y sintió como si aquel toque la uniera con la tierra del mismo suelo. Desde allí divisó, y se encontró con aquellas vistas, aquel paisaje que se le hacía tan familiar.

– Cuando me trajiste aquí y me mostraste todo esto, contándome que esto es lo que ibas a compartir, a pesar de que yo había sido tu ama de llaves durante diez años… no sé, ahora, de alguna manera, lo veo diferente -Sus manos se deslizaron por sus caderas, ella se giró y lo miró al rostro, -ahora que voy a ser tu duquesa…

Royce asintió, y ella volvió a mirar hacia las colinas, y él la besó tras la oreja.

– Antes de que hubieras aceptado la responsabilidad, aún estabas un peldaño por debajo, pero ahora, empezarás a ver los campos como los veo yo -dijo levantando la cabeza, mirando sus tierras. -Empezarás a sentir lo que yo siento cuando miro mis dominios, empezarás a sentir lo que realmente importa.

Ella se apoyó sobre él, quien posó sus brazos sobre ella, sintiendo sus brazos, sintiéndose cómodo teniéndola cogida así. Por un momento, se quedaron en silencio, observando, escuchando, sintiendo; luego, Royce habló:

– El mensaje que mi padre me dejó fue que no necesitaba que yo fuera él. En su día tú me dijiste que se refería al ducado en sí, y la manera en la que yo lo dirijo, pero cada día me doy más y más cuenta de cuánto me parezco a él, y por lo tanto, lo parecido que era a mí. Y pienso… creo, que su comentario abarcaba mucho más que aquello.

Ella inclinó la cabeza, todavía escuchándole, pero sin interrumpirle.

– Creo -Siguió diciendo, aterrándola con más fuerza con los brazos, sintiéndola a ella, y a aquella calidez que lo tenía allí atrapado, -que durante aquellos últimos minutos, intentó acordarse de todo lo que se arrepentía en su vida, y después de todo lo que ahora sé, el ducado no estaba en un puesto muy alto en aquella lista. Creo que se arrepentía de la manera en la que había vivido. Creo que lo hizo, con su última expiración, sin hacer un último esfuerzo para mejorar su vida. Tuvo oportunidades que no aprovechó. No pretendió hacer más que los demás Varisey con su vida. Una vida que le había sido servida en una bandeja de plata.

»Nunca intentó crear lo que estoy intentando crear contigo. Cada día que pasa, cada hora que pasamos juntos, ya sea solos o con nuestra gente, trabajando en nuestras responsabilidades, es como poner otro ladrillo, otra parte de nuestros cimientos firmemente construida. Estamos construyendo juntos algo que no existía, y creo que es eso a lo que se refería. No quería que siguiera sus pasos, ni quería que me casara de la misma manera que él lo hizo, ni tampoco que le diera la espalda a la oportunidad de poder construir algo más fuerte, más resistente, más duradero.

»Algo en lo que apoyarse.

Ella se giró en sus brazos, mirándolo directamente al rostro, a sus ojos. Se quedó un rato pensando, para luego asentir con la cabeza.

– Puede que tengas razón. Recuerdo que él quería hablar contigo, estuvo meditando al respecto durante semanas, y luego… supo que no le quedaba mucho tiempo.

– Así que me dijo lo más importante.

Ella volvió a asentir.

– El se refería a tu vida en general, no solo al ducado -y, dudando antes unos segundos, continuó: -Sé que nunca te has dado cuenta, pero aquel abismo que había entre vosotros le abrió los ojos. El que tú te mantuvieras firme fue el catalizador, fue lo que le hizo empezar a cambiar. Lo que le hizo empezar a pensar en el problema. Tu madre se dio cuenta, yo también. El nunca había sido tan introspectivo.

Los labios de Royce se torcieron en una media sonrisa.

– Al menos se puede sentir complacido de que, al final, le hice caso.

Minerva sonrió, de una manera cálida y profunda.

– Estaría muy orgulloso.

El alzó ambas cejas, escéptico.

El sonido apagado de un gong resonó a su alrededor.

El se mantuvo ante ella, mirándola al rostro.

– Me parece que deberíamos ir a vestirnos para la cena.

Ella asintió.

– Sí, deberíamos.

El suspiró, inclinó la cabeza y la besó, de manera ligera.

Al cabo de un rato, sus labios se separaron, casi de mala gana. El alzó su cabeza tan solo unos centímetros, respirando contra sus labios.

– Supongo que no podemos llegar tarde, ¿no?

Su mano permanecía abierta sobre su pecho.

– No, no podemos -contestó ella.

La mirada de él mientras se enderezaba fue más que sincera.

– Al menos mañana todos se habrán ido.

Ella rió, tomó su mano y lo condujo escaleras abajo.

– De todas formas, esta noche no llegues tarde.

Deteniéndose al principio de las escaleras, cruzaron sus miradas.

– De hecho, la tradición dicta que la novia y el novio deben pasar la noche antes de su boda separados.

– En el caso de que no te hayas dado cuenta aún, no es que esté muy ligado a las tradiciones, y además, hay algo que quiero darte. A no ser que quieras volver por el pasillo de nuevo, esta vez con todas las habitaciones de alrededor ocupadas, te sugiero que encuentres un camino a mis aposentos rápido, antes de que se haga tarde.

Ella mantuvo su mirada, entrecerrando sus ojos, y luego, esforzándose por no reírse, resopló y bajó por las escaleras.

– En el caso de que no te hayas dado cuenta aún, hay varias tradiciones Varisey a las que estás definitivamente ligado.

Sonriendo para sus adentros, Royce la siguió escaleras abajo.

– ¿Y qué es lo que querías darme? -dijo Minerva mientras reunía su cabello, luchando por recogérselo lo suficiente para poder hacerse un moño. -¿O es que ya me lo has dado?

Royce rió, abrazándola brevemente.

– No, hay algo, de verdad.

El se sentó al borde de la cama por un momento, hasta que su sangre encontró la manera de volver a fluir hacia su cabeza. Levantándose de nuevo, avanzó hasta una cajonera de gran tamaño que tenía ante él. Abriendo el primero de los cajones, sacó un paquete que le había sido entregado como un envío especial de correos a primeras horas de aquella mañana. Llevándolo hasta la cama, lo dejó sobre las sábanas ante ella.

– Este es un presente que te ofrezco, con motivo de nuestro casamiento.

Minerva lo miró, y luego, ignorando el hecho de que estuviera desnuda, se sentó entre los edredones, desenvolviendo aquel misterioso paquete. Era casi triangular en uno de sus lados.

– Dios mío…

La última capa de envoltorio cayó, dejándola totalmente anonadada.

– Es… maravilloso…

Aquel comentario no hacía justicia a la diadema que reposaba sobre varias capas de papel. A lo largo de su banda tenía filigranas de oro de una finura y complejidad que nunca antes había visto, alzándose en una plétora frontal de… ¿Diamantes?

Las joyas estaban incrustadas con fuego incandescente.

– He hecho que las limpiaran y pulieran -dijo Royce, dejándose caer en la cama, mirándola a la cara. -¿Te gusta?

– Oh, claro -Minerva puso reverentemente sus manos alrededor de la corona, alzándola y admirándola. -¿Puedo ponérmela?

– Es tuya.

Alzando sus brazos, puso la diadema cuidadosamente sobre su cabeza. Le encajó perfectamente, ajustándosele por encima de sus orejas. Ella giró su cabeza.

– Me queda perfectamente.

Su sonrisa se agrandó.

– Perfecto, sabía que te quedaría bien.

Aún si importarle el estar desnuda, salió de la cama y se acercó a uno de los espejos de la habitación para así poder admirar la corona. El oro era tan solo un tono más oscuro que el color de su cabello, que caía suelto sobre sus hombros.

Dándose la vuelta, se quitó la corona. Sosteniéndola entre sus manos, la examinó nuevamente, esta vez más de cerca, mientras volvía a la cama.

– No es nueva, es muy antigua -dijo mirándolo a él. -Sé que no es la corona de la duquesa de Wolverstone, al menos, no la de tu madre. ¿Dónde la obtuviste?

El la miró a los ojos.

– Prinny.

– ¿Prinny? -dijo, mirando la diadema fijamente. -Pero si esto debe costar una pequeña fortuna. No puedo imaginármelo deshaciéndose de una cosa como esta de manera voluntaria.

– Bueno, no lo hizo exactamente por voluntad propia, pero… habiéndome presionado como lo hizo para que encontrara esposa, debería al menos darme su corona de matrimonio.

Ella volvió a sentarse sobre la cama, devolviendo cuidadosamente la corona a su nido de papel.

– Ironías aparte, dime, ¿cómo te has hecho con una preciosidad como esta?

Royce se echó de espaldas, cruzando los brazos por detrás de su cabeza.

– ¿Recuerdas de la fortuna con la que se hizo el último traidor de manos de las autoridades francesas?

Ella asintió.

– El pago por espiar.

– Exacto. No se pudo recobrar todo de entre los restos del naufragio del barco de contrabandistas que lo traía hacia Inglaterra, pero sí se encontraron algunas piezas, y entre ellas, esta corona. Cuando las autoridades la comprobaron con una lista de antigüedades que los franceses habían perdido, descubrieron que, de hecho, era propiedad de los Varisey -le dijo, mirándola a sus sorprendidos ojos. -Fue hecha para Hugo Varisey, en el siglo XIV. Permaneció en las manos de la principal línea de la familia en Francia, hasta que cayó en manos de las autoridades revolucionarias. Poco después, se la consideró como propiedad del Estado francés, hasta que se le dio como recompensa al último traidor, del cual sabemos que es inglés. Ahora que la guerra ha terminado, los franceses, por supuesto, quieren que se les devuelva la corona, pero el gobierno no ve razón para hacerlo.

»Sin embargo, para que cualquier tipo de discusión quedara resuelta, y para que me sintiera como merecedor de cualquier reconocimiento para con mi servicio, hicieron que Prinny me la diera, al cabeza de la única rama de los Varisey aún no extinta.

Ella sonrió.

– ¿Así que Prinny no tuvo realmente elección?

– Yo diría que seguramente protestó, pero no, no tuvo.

Royce la miró mientras ella cogía de nuevo la corona de entre los papeles.

– Y ahora es mía, la pieza más antigua de joyería en la familia Varisey. Te la regalo.

Minerva dejó reposar finalmente la corona en la mesita que había junto a la cama, para luego darse la vuelta y acercarse de nuevo a él, con una sonrisa en sus labios. Cuando llegó hasta él, le cogió la cara entre sus manos y lo besó. Un beso largo, mientras que ella lo rodeaba lentamente con una pierna. Luego se montó a horcajadas encima de él.

– Gracias.

La sonrisa de él se ensanchó mientras ella lo miraba directamente a los ojos.

– De nada.

Pero por aquel nada, ella decidió agradecérselo, en aquel preciso momento, en lo alto de su cama.

Más tarde, cuando ella yacía plácidamente exhausta a su lado, plenamente satisfecha, murmuró:

– ¿Sabes? Si no hubiera sido por Prinny y sus maquinaciones…

Royce meditó durante unos instantes, y luego negó con la cabeza.

– No, incluso si hubiéramos tardado más en darnos cuenta de todo, aún podría haber dispuesto mi corazón para ti.


Todo estaba dispuesto. Había encontrado el lugar apropiado, repasando todos y cada uno de los puntos de su plan. Nada podría salir mal.

Mañana sería el día de su triunfo. Mañana vería cómo triunfaría.

Mañana partiría en dos a Royce.

Y luego lo mataría.

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