12

Cuando Eric llegó a los establos, todavía no había logrado adivinar qué estaría tramando la señorita Briggeham. Distraído, desmontó y entregó las riendas de Emperador a Arthur.

– Tenemos que hablar -le dijo éste bajando el tono.

Eric lo miró y el corazón le latió con fuerza al reconocer de forma instantánea la expresión que vio en sus ojos. Asintiendo, repuso:

– Nos veremos en el lugar de siempre, dentro de media hora.

Treinta minutos más tarde, Eric penetró en el mirador que se lazaba junto a la parte posterior de los jardines. Arthur se paseaba dentro de la estructura de mármol, con su curtido rostro tenso por la preocupación.

– He tenido noticia de otro caso que necesita ayuda -dijo sin preámbulos.

Eric se apoyó contra la balaustrada y cruzó los brazos sobre el pecho.

– Te escucho

– Una joven llamada Anne Barrow. Parece la situación habitual, pero…

Al ver que Arthur no continuaba, Eric lo apremió:

– ¿Hay algo que te preocupa?

– Bueno, es que me resulta muy extraño el modo en que me he enterado. -Su mirada se clavó en la de Eric-. Al parecer, el rumor ha partido de la señorita Sammie.

Eric se quedó petrificado.

– ¿Cómo has dicho?

– A mí también me ha sorprendido, porque la señorita Sammie no es dada a contar chismorreos. Pero lo he sabido directamente de la boca de Sarah, la cocinera de los Briggeham. Me ha dicho que esta mañana entró la señorita Sammie en la cocina y le contó que a esa muchacha iban a obligarla a casarse con un hombre horrendo, y que sería maravilloso que la rescatase el Ladrón de Novias. Incluso le contó que dentro de dos noches la joven iba a recorrer determinada ruta. -Arthur frunció el entrecejo y se rascó la cabeza-. Todo esto me resulta muy extraño. ¿Dónde cree usted que habrá oído una cosa así la señorita Briggeham?

– No estoy seguro -contestó Eric despacho- ¿Hay alguien más que te haya contado la misma historia?

– No. Y eso también es raro. Una historia como ésta por lo general me llega desde varias fuentes.

– Dime exactamente qué te ha contado Sarah.

Arthur lo hizo, y a continuación dijo:

– Esa Brigada contra el Ladrón de Novias se hace más numerosa cada día, y están decididos a atraparlo. Y también el magistrado. Toda esta historia podría ser una trampa ¿Qué va a hacer?

– Te lo diré tan pronto lo haya decidido. Mientras tanto, trata de averiguar discretamente acerca de esa Anne Barrow.


Eric entró en su estudio privado y se sirvió un coñac. Echó la cabeza atrás y apuró el fuerte licor de un solo trago, disfrutando del rastro ardiente que le dejó en sus congeladas entrañas. Se sirvió otra copa y acto seguido fue hasta la chimenea, donde se quedó contemplando las llamas mientras en su mente giraba un sinfín de preguntas.

¿Por qué había divulgado Samantha la noticia de la señorita Barrow? Ella misma había dicho que no le interesaban los chismorreos. ¿Se habría enterado por casualidad o la supo por otra persona y simplemente se puso a contarla por ahí? En tal caso, ¿por qué no se la había contado a él cuando hablaron junto al lago? ¿Le habría relatado la historia un miembro de la cada vez más grande Brigada contra el Ladrón de Novias, con la esperanza de hacer correr el rumor y así tender una trampa al Ladrón? Quizás. Aun así, ¿por qué servirse de Samantha? No tenía sentido. A no ser que…

¿Esperaba alguien que Samantha acudiera a él con la historia? ¿Sospecharía alguien de él?

Pero si se encontraba bajo sospecha, ¿por qué no habían venido a contárselo directamente a él, en vez de depender de lo imprevisible de los chismorreos de la servidumbre, sobre todo si le estaban tendiendo una trampa?

Depositó la copa sobre la repisa de la chimenea y se pasó las manos por la cara mientras estudiaba la otra posibilidad, la que había apartado a un lado pero que ya no podía continuar ignorando.

¿Se habría inventado Samantha toda aquella historia para atraer al Ladrón de Novias y así verlo de nuevo? ¿Podría tratarse del “proyecto” que había mencionado? Recordó su respuesta cuando él le dijo que nunca volvería a ver al Ladrón de Novias: “Eso es lo que usted cree”. Maldición, ¿existiría de verdad una joven que necesitaba ser rescatada, o no era más que una estratagema? Y si dicha joven existía, ¿cómo encajaba Samantha en todo aquello?

Una parte de él se rebeló contra la idea de que Samantha pudiera mentir y difundir una historia falsa para servir a sus propios planes; era demasiado honrada y sincera.

Pero otra parte lo advertía: “¿Cómo, sino, podría esperar ver otra vez al Ladrón de Novias? Es un plan muy inteligente y ella es una mujer inteligente…, una mujer que sin duda admira tu segunda personalidad, una mujer que quiere vivir aventuras. Una mujer que quiere un amante”.

Sintió una punzada de celos y se le escapó una risa amarga. Diablos, estaba perdiendo el juicio. Estaba ardiendo de celos… de si mismo. Pero había un modo de arreglarlo.

Después de tomar precauciones extraordinarias para garantizar su seguridad, el Ladrón de Novias rescataría a la señorita Barrow, si es que existía de verdad. Y si resultaba que estaba implicada la señorita Samantha Briggeham, ya se vería a qué grado de familiaridad esperaba ella llegar con el Ladrón de Novias.


La tarde siguiente, Eric tiró de las riendas de Emperador para detenerlo y se tocó el sombrero a modo de saludo hacia el magistrado, que se dirigía a caballo hacia él.

– Buena tardes, Straton -dijo-. Una tarde muy agradable para dar un paseo.

Adam Straton se tocó el sombrero a su vez.

– Ciertamente muy agradable, lord Wesley. Sin embargo, no he salido a dar un paseo; voy de camino a Londres. Tengo varias pistas que seguir.

Eric enarcó las cejas.

– ¿Oh? ¿Para alguna investigación en curso?

– Tienen que ver con el Ladrón de Novias

– ¡No me diga! ¿Ha capturado ya a ese maleante?

– Aún no. Pero acaba de llegarme cierta información nueva que espero nos conduzca a su apresamiento.

– Excelente. No es nada bueno que haya un bandido como ése rondando por ahí…, si bien tengo entendido que últimamente no ha cometido ninguna fechoría.

– Su última víctima fue la señorita Briggeham -confirmó Straton-, y fue un secuestro fallido. -Sus labios se apretaron formando una línea severa-. Si hubiera llegado sólo cinco minutos antes, lo habría apresado. Por desgracia, la señorita Briggeham resultó un testigo poco colaborador.

– ¿De veras?

– Sí. No dejó de mirarme furiosa y de insistir en que las acciones de ese hombre eran heroicas. En lugar de sentirse ultrajada por él, estaba irritada conmigo por hablar mal del Ladrón. -Meneó la cabeza-. Una mujer de lo más extraña.

Eric reprimió una sonrisa.

– Es obvio que sí.

– Recuerde lo que le digo, milord: el Ladrón de Novias no pasará mucho más tiempo en libertad. El secuestro fallido de la señorita Briggeham demuestra que se está volviendo descuidado. Cometerá otro error, y cuando eso suceda yo lo estaré esperando.

– Le deseo la mejor de las suertes, y espero que esa nueva información le resulte de utilidad.

– Yo también lo espero -Straton dedicó unos segundos a ajustarse los guantes y después preguntó-: ¿Qué tal se encuentra su hermana, milord?

– Va a venir a casa. La espero dentro de los próximos días. Darvin ha fallecido.

Straton pareció quedar congelado en el sitio. Tragó saliva una vez, y después dijo con voz tensa:

– Lamento mucho su pérdida

Eric no se molestó en señalar que la muerte de Darvin no suponía una pérdida para nadie, y menos aún para Margaret.

– Me aseguraré de transmitirle sus condolencias.

– Gracias. Buenas tardes, lord Wesley. -Y con un breve gesto de asentimiento hincó los talones en los flancos de su montura y se alejó al trote por el camino que llevaba a Londres.

Henchido de una macabra satisfacción, Eric encaminó a Emperador hacia Wesley Manor. Adam Straton tendría que pasar al menos dos días en Londres investigando la “información” que Eric le había preparado acerca del Ladrón de Novias. Era un plazo más que suficiente para hacer todo lo que tenía que hacer sin los ojos del magistrado pegados a su espalda. Le disgustaba engañar a Adam, pues admiraba la sinceridad y la integridad de aquel hombre tan trabajador; pero dado que el éxito de Adam en aquel particular asunto suponía la horca para él, se las arregló para superar su sentimiento de culpa.

Justo antes de adentrarse en la tupida foresta, lanzó una mirada hacia atrás. Un carruaje que apareció por el recodo del camino de Londres le hizo detener a Emperador. Se protegió los ojos del brillo del sol y observó el vehículo. Entonces se le puso todo el cuerpo en tensión al reconocer no sólo el vehículo, sino también la figura de cabello castaño que iba dentro.

¿Qué demonios estaría haciendo Samantha Briggeham regresando de Londres?


Hubert se abalanzó sobre Sammie en el mismo instante en que ésta entró en la cámara.

– ¿Y bien? -preguntó- ¿lo has conseguido?

Ella acarició su redecilla y asintió

– Lo tengo todo aquí dentro: el dinero y un pasaje a bordo del Dama de los Mares, que zarpa para América mañana por la mañana.

– ¿Ha sospechado algo Cyril?

Sammie se sintió culpable por haber engañado a su leal cochero.

– No. El pobre se creyó que estuve todo el tiempo en la librería.

Hubert aprobó con un gesto de la cabeza.

– Ahora vamos a repasar el plan una vez más para asegurarnos de que estás preparada.

– De acuerdo. -Comenzó a pasearse delante de Hubert, enumerando cada punto con los dedos- Después de cenar pondré el pretexto de que estoy cansada y me iré a mi dormitorio. Cyril se retira a las nueve. Media hora más tarde, tú y yo nos encontraremos en los establos, donde me ayudarás a ensillar los caballos. Montaré a Azúcar y conduciré a Bailarina hasta el lugar que indicaba en su carta la señorita Barrow. Calculo que tardaré una hora o una hora y media en llegar, tiempo suficiente, ya que la señorita Barrow no pasará por allí antes de medianoche.

Hubert asintió con la cabeza.

– Perfecto. Continúa.

– Cuando llegue, ataré a Bailarina cerca del camino pero oculta a la vista. Luego me esconderé y esperaré hasta que vea acercarse el carruaje de la señorita Barrow. Si aparece el Ladrón de Novias a rescatarla, sencillamente me quedaré escondida y luego volveré a casa. Si no se presenta, detendré el carruaje con la excusa de que mi caballo cojea y pediré ayuda. Mientras el cochero examina a Azúcar, yo entregaré el dinero y el pasaje a la señorita Barrow, y le diré dónde encontrar a Bailarina. Luego distraeré al cochero todo el tiempo que pueda para darle la oportunidad de escapar.

– ¿Has anotado las indicaciones para encontrar el barco y las instrucciones sobre dónde debe dejar a Bailarina para que Cyril pueda recuperarla?

– Todavía no, pero lo haré antes de cenar. Según el agente que me ha vendido el pasaje, hay unas caballerizas cerca del muelle. La señorita Barrow no ha de tener dificultad para encontrarlas. -Se ajustó las gafas sobre la nariz-. ¿Nos olvidamos de algo?

– He estado pensando en un problema potencial, Sammie. -Su mirada se tornó de preocupación-. ¿Qué pasa si no eres capaz de distraer al cochero lo suficiente para que escape la señorita Barrow? Y aunque consiga huir, ¿qué pasará si él se da cuenta de que ha desaparecido? Podría sospechar que la has ayudado tú, y en ese caso no sabemos qué podría hacerte.

– Una observación excelente. -Se dio unos golpecitos en la barbilla-. Pero ¿qué puedo hacer? No quisiera tener que golpear al pobre hombre.

– Desde luego. Podrías no golpearlo demasiado fuerte.

– Más bien estaba pensando que podría atizarle demasiado fuerte.

Hubert parpadeó.

– Oh. Bueno, eso resultaría igual de desastroso, supongo.

Una sonrisa irónica curvó los labios de Sammie.

– Es una lástima que probablemente no echará una cabezada por voluntad propia para que la señorita Barrow pueda desaparecer convenientemente. -Al pronunciar estas palabras, se quedó quieta.

Sus ojos se clavaron en los de Hubert y ambos intercambiaron una larga mirada.

– Podría darte una cosa -dijo Hubert en tono bajo y emocionado-. Se deriva de una combinación de hierbas que he inventado basándome en mis estudios de las tribus de Sudamérica. Resulta muy útil para dormir durante un rato a animales como los chimpancés, y así poder examinarlos sin correr riesgos. Eso garantizaría que el cochero echase una cabezada.

– ¿No le causaría ningún daño?

Hubert negó con la cabeza.

– Simplemente se quedaría dormido. Durante una hora o dos.

Sammie enarcó las cejas.

– Pero ¿cómo se lo voy a administrar? No puedo entregarle una copia y decirle: “Bébase esto”.

– ¿Tienes un alfiler?

– ¿Un alfiler de sombrero? ¿Para qué demonios quiero yo…?

– Untaré la sustancia en el alfiler. Lo único que tienes que hacer es pincharlo con él.

– ¿Y no crees que se dará cuenta? -contestó ella, sin poder disimular la incredulidad en su voz.

– Para cuando se dé cuenta de que no ha sido una picadura de abeja, ya estará dormido.

Una lenta sonrisa se extendió por el rostro de Sammie.

– Vaya, Hubert. Eres todo un genio.

Las mejillas del muchacho se sonrojaron de orgullo. Mirando a su hermana por encima de sus gafas, le replicó:

– ¿Acaso lo dudabas?

– Ni por un instante -Alargó la mano y le revolvió su pelo rebelde-. Creo que ya hemos pensado en todo.

– Sí… excepto en que yo estaré terriblemente preocupado por ti. Ojalá me permitieras acompañarte…

– Por nada del mundo. Necesito que te quedes aquí para distraer a mamá en caso de que se percate de mi ausencia. -No agregó que no podía correr el riesgo de involucrarlo en una aventura que podía resultar peligrosa. Le apretó las manos con fuerza-. Te quiero por desear protegerme, pero no me pasará nada. Lo único que voy a hacer es entregarle a esa muchacha el dinero, el pasaje y las instrucciones y si aparece el Ladrón de Novias, ni siquiera eso será necesario.

– En tal caso, no es justo que tú hagas toda la parte divertida -masculló Hubert-. Tú ya has visto al Ladrón de Novias.

– Y si llego a verlo nuevamente esta noche, será desde lejos. Lo dices como si fuéramos a sentarnos un rato a charlar y tomar té y galletas.

Hubert agachó la cabeza y rascó el suelo con la punta del zapato.

– Ya sé que no va a ser así, pero de todos modos me gustaría ir.

– Pero no puedes -Sammie lanzó un suspiro-. Ahora que ya está todo preparado, voy a escribir las instrucciones. Te veré a la hora de cenar. -Y se marchó cerrando la puerta despacho tras ella.

Hubert apoyó las manos en la larga mesa de madera y resopló. Conocía el verdadero motivo por el que Sammie no quería que la acompañase: no deseaba que le ocurriera nada. Pero que el diablo se lo llevase, ¿qué clase de hombre sería si permitiera que su hermana anduviera trajinando por el bosque, de noche y sin compañía? Desde luego, ningún hombre en absoluto. Podía sucederle cualquier cosa y entonces jamás se perdonaría.

Así pues, la única conducta lógica era seguirla sin que ella lo supiera. De ese modo, no sólo podría protegerla, sino que correría él también una gran aventura. Y quizás, incluso, encontrara la respuesta a la pregunta que lo obsesionaba desde el secuestro de Sammie.

Posó la mirada en el experimento en que llevaba semanas trabajando. ¿Daría resultado su idea? No lo sabía, pero aquella noche lo iba a averiguar.

Y si daba resultado, descubriría la identidad del Ladrón de Novias.

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