Aquella noche, Sammie llegó al lago a la diez y media. No tenía previsto llegar tan temprano, pero no había sido capaz de permanecer ni un minuto más en su casa. Le atraían el aire fresco de la noche, los ruidos nocturnos y los olores húmedos del bosque.
Él llegaría en menos de dos horas. El hombre que iba a ser su amante. Y se embarcaría en la aventura más emocionante de su vida. Con un hombre que para ella se había vuelto muy importante; un hombre por el que innegablemente sentía algo… muy profundo.
Cerró los ojos y notó que el corazón le palpitaba desbocado, tal como le había sucedido durante toda la jornada. ¿Cómo sería? “Maravilloso. Como todo lo que ya has compartido con él, sólo que más”. Sintió un calor intenso al recordar su contacto, sus besos, su forma de mirarla. Lanzó un profundo suspiro; él ya le había hecho sentir cosas desconocidas, y de ese modo le había despertado el deseo de sentir más. Lo único que esperaba era que su falta de experiencia no empañase la relación entre ambos.
Fue caminando hasta su lugar favorito, una pequeña cala oculta por un afloramiento rocoso y altos matorrales. Se sentó sobre una piedra grande y plana y fijó la vista en el agua. Aquel frescor era como un bálsamo para su piel acalorada.
Se quitó los zapatos y las medias. Al ver que no soportaba pasar un minuto más paseándose por su habitación, había cogido una camisola de más y había salido en dirección al lago, pues sabía que nada la aliviaba tanto como un chapuzón. Tenía tiempo de sobra para secarse y volver a vestirse antes de que llegara lord Wesley.
Se deshizo del vestido y lo dejó cuidadosamente doblado encima de la piedra. Se quitó las gafas y las puso con esmero dentro de un zapato. Después cubierta sólo con la camisola, penetró en el agua fría hasta que le llegó a la cintura. Aspiró el olor a tierra mojada y exhaló un suspiro de satisfacción. Acarició con las manos la superficie de cristal al tiempo que cerraba los ojos y se movía en círculo, permitiendo que aquella serena quietud le relajara los músculos y la fuera calmando.
De pronto oyó el chasquido de una rama. Abrió los ojos de golpe y se volvió hacia el ruido. Entonces vio una mancha borrosa de pie en la orilla. El corazón le dio un brinco, pero antes de que pudiera decir nada, llegó a sus oídos una voz suave y profunda:
– Al parecer, los dos nos hemos adelantado.
Eric quedó paralizado, de pie en la recogida cala, al verla en el lago con el agua hasta la cintura, vestida sólo con una camisola y con el resplandor de la luna en los hombros. Había llegado temprano, pues no había sido capaz de permanecer más tiempo en su caso pensando en Samantha, deseándola. Esperaba que ella acudiese con unos minutos de adelanto, pero no había imaginado… aquello. Era como si los dioses le hubieran puesto allí mismo su fantasía, como un festín.
Sin apartar la mirada de Samantha, se quitó la chaqueta y la dejó caer al suelo. A continuación, se desanudó la pajarita y se la quitó también. Luego, sin la menor vacilación, se metió en el agua sin detenerse hasta que estuvo delante de ella, que lo miró sin pestañear con una expresión de perplejidad y sobresalto.
Él le cogió las manos y bajó la cabeza hasta que ambas frentes se tocaron.
– Confío en que ya no me verás borroso.
Samantha negó con la cabeza e hizo chocar las dos narices.
– No. Pero has echado a perder tu ropa. Y tus botas.
– Tengo más.
Eric se inclinó un poco hacia atrás para absorberla con la mirada. Llevaba el pelo sujeto con una sencilla cinta. Sus ojos parecían enormes y en ellos se veía una mezcla casi sobrecogedora de turbación y anhelo. Parecía temblarle la boca, y Eric experimentó el impulso de tocarla, de besarla, con una intensidad tal que estuvo a punto de lanzar un gemido.
Puso las manos de ella sobre su camisa mojada, a la altura del pecho.
– Me han dicho que has nadado en este lago -susurró.
Por el semblante de Samantha cruzó una expresión de vergüenza.
– Los chismosos suelen fijarse en lo que ellos consideran una conducta excéntrica. Estoy segura de que tú te escandalizaste como Dios manda.
– No. Me sentí fascinado. -Su mirada se posó en sus senos, que pugnaban contra la delgada tela de la camisola-. No te haces idea de cuántas veces te he imaginado así. Mojada. Esperándome.
– ¿En serio?
– Sí -“Casi constantemente”
Le pasó un dedo por la mejilla, el mentón y el cuello, observando las emociones que fueron desfilando por sus ojos. Todas las preguntas que pudiera haber albergado al contemplarla así, inmóvil, deseando seguir adelante según lo previsto, se evaporaron al ver el deseo que había en su mirada.
La mano continuó su lento recorrido rozando la garganta y después deslizándose hacia abajo para acariciar la curva del seno. Ella dejó escapar una leve exclamación, y entonces Eric recogió agua en sus manos y dejó caer un fino chorro sobre su hombro. Uno de aquellos reguerillos resbaló hasta el pecho. Hipnotizado, repitió varias veces la operación dejando escurrir el agua entre sus dedos sobre la piel de Samantha, iluminada por la luz de la luna.
– Allí donde te toca el agua -le dijo con suavidad-, tu piel relumbra como la planta.
Ella se aferró a su camisa.
– Según la ley de Newton -murmuró con un hilo de voz-, a toda acción le sigue una reacción igual pero opuesta.
– Ah. Por eso cuando yo te toco así… -ahuecó sus manos en la plenitud de sus pechos-, ¿cuál es tu reacción?
– Un… estremecimiento.
– ¿Y cuando hago esto…? -Acarició los pezones a través de la camisola mojada y tiró suavemente de ellos al tiempo que amoldaba la blanda carne a sus palmas.
– Oh, Dios… -Ella echó la cabeza atrás y dejó escapar un largo gemido-. Un temblor. Por todas partes.
– ¿Y esto? -Lentamente le deslizó los tirantes de los hombros para dejar al descubierto sus pechos altos y redondeados, de pezones erectos.
– Se me olvida respirar.
Eric se sintió traspasado por el deseo, afilado como un cuchillo. Con un ronco gruñido, bajó la cabeza y comenzó a lamer delicadamente uno de aquellos pezones enhiestos, después el otro. Ella se retorció, todavía asida a su camisa como si fuera un salvavidas. Tras deslizar un brazo alrededor de sus caderas y sostenerle la cabeza con el otro, la inclinó hacia atrás y atrapó un pezón con la boca. La acarició con los labios y la lengua, paladeando su piel de satén, recreándose en la rápida inspiración que hizo ella, seguida de un profundo gemido que lo excitó aún más. Su mano se deslizó hacia abajo, hasta sus redondos glúteos, para apretarla más contra él, presionando su blandura femenina contra su erección.
En ese momento lo inundó un torbellino de deseo y perdió toda noción de tiempo y espacio. Resonó en su mente aquel “mía, mía, mía” mientras le iba bajando la camisola con los dientes. Recorrió con los dedos la piel que iba revelando, al tiempo que dejaba un rastro de besos ardientes por su cuello, hasta fundir la boca de ella con la suya.
Sintió la sangre correr por su venas y latirle con fuerza en los oídos. Ninguna mujer, jamás, le había sabido así: tan dulce, tan caliente y sedosa, tan deliciosa que le parecía poder besarla durante días sin saciarse. Exploró todos los cálidos secretos de su dulce boca memorizando cada textura, mientras sus manos vagaban cada vez con mayor urgencia por su espalda.
Necesitaba aminorar el ritmo, saborear cada uno de sus gemidos, pero, tal como había sucedido antes, ella lo privó de toda sutileza. No había previsto hacerle el amor por primera vez de pie en el lago, pero al parecer no podía parar; diablos, ni siquiera era capaz de frenar un poco. El corazón le retumbaba igual que un martillo. Era como si su propia piel hubiera encogido dos tallas y estuviera a punto de estrangularlo. Deseaba, necesita sentir las manos de Samantha en su cuerpo.
Se apartó y aspiró una profunda bocanada de aire.
– Tócame, Samantha. No tengas miedo.
Los ojos de ella brillaron de incertidumbre.
– No sé qué tengo que hacer. No quiero disgustarte.
Eric se hubiera echado a reír si le hubiera sido posible.
– No es muy probable que ocurra eso. -Se desabotonó rápidamente la camisa y a continuación se pasó la mano de ella por el pecho. Un ronco gemido surgió de su garganta. Soltó su mano y le dijo: -Hazlo otra vez.
Ella le acarició el pecho y notó cómo se contraían los músculos bajo aquel leve contacto.
– ¿Te gusta? -le preguntó, extendiendo los dedos sobre su piel y con los ojos iluminados por la sorpresa.
– Dios, sí.
Cada vez más audaz, ella posó la otra mano en su pecho y fue bajándola lentamente hacia las costillas.
– ¿Cuál es tu reacción cuando hago esto? -indagó
Eric necesitó de toda su voluntad para quedarse quieto y permitir que lo explorase.
– Me late con fuerza el corazón.
Samantha le acarició las tetillas.
– ¿Y eso?
Él se movió ligeramente y frotó su erección contra ella.
– Me excita.
Samantha abrió unos ojos como platos. A continuación, Eric le tomó una mano y la deslizó sobre su pecho y abdomen, y luego la sumergió en el agua y apretó su rígida erección contra la palma de ella.
– Tú me excitas. De manera inequívoca, casi insoportable. Hay muchas palabras con i para describir el efecto que ejerces en mí.
Los dedos de Samantha se erraron sobre el tierno miembro, y él apretó los dientes al sentir una oleada de placer. Aguantó con dificultad aquel dulce tormento mientras ella le recorría el miembro con los dedos, descubriéndolo a través del pantalón. Su mirada permanecía fija en la de él y Eric vio cómo absorbía todo lo que sentía él, junto con el candente deseo que ardía en sus propios ojos.
Sin apartar la mirada, se desabrochó los pantalones y liberó su dolorido miembro. Samantha lo rodeó con los dedos, lo cual le cortó la respiración. El agua fría no atemperó su ardor, y la mano de ella lo envolvió igual que un tibio guante.
Que Dios lo ayudara, porque no sabía cuánto podría aguantar así. Los dedos de Samantha se movían, matándolo de placer, con cada caricia. Pero cuando lo presionaron ligeramente, Eric le aferró la muñeca.
– ¿Te he hecho daño? -murmuró ella con preocupación.
Él le apretó la muñeca más fuerte.
– No. Pero cuando haces eso… -Tragó saliva.
De pronto los ojos de Samantha se iluminaron al comprender.
– ¿Cómo reaccionas? -preguntó con voz turbia.
– Hace que me olvide de que contigo debo ir despacho. Me olvido de tu inocencia.
Ella flexionó los dedos sobre su carne dolorida y le arrancó un gemido.
– No me siento precisamente inocente -susurró-. Me siento decadente. Y perversa. Y… deseosa.
Dios, él sí sabía lo que era desear, desear hasta tener la sensación de arder en llamas. Desear hasta sentir que te ardían las entrañas.
– Quiero tocarte más -susurró ella.
Incapaz de negárselo, él le soltó la muñeca. Samantha deslizó la mano arriba y abajo, enardeciéndolo hasta hacerle perder todo vestigio de autodominio. Se esfumó todo su aire mundano, su experiencia, el dominio de su propio cuerpo. Las manos le temblaron y las rodillas le flaquearon. Y todo por causa de ella. No existía nada excepto ella. El contacto de sus manos. La sensación de su piel. Lo abrumó la necesidad de estar dentro de ella. Ahora. Antes de que explotara en sus manos.
Asió el borde de su camisola y tiró hacia arriba.
– Agárrate de mis hombros y rodéame las caderas con las piernas -gruñó en un tono apenas reconocible.
Samantha lo hizo y se abrió a él. Eric deslizó una mano entre ambos, bajo la camisola y comenzó a acariciarla en un lento movimiento circular, observando cómo ella cerraba los ojos. Sus dedos se le hincaron en los hombros y sus inspiraciones se volvieron largas y profundas.
– Mírame -ordenó Eric.
Cuando ella abrió los párpados, él experimentó una intensa satisfacción masculina al ver su expresión lánguida y divertida. Le dijo:
– Di mi nombre.
Los labios de Samantha se entreabrieron para emitir un suspiro:
– Lord Wesley
– No, mi nombre de pila -Abrió sus suaves pliegues y jugueteó lentamente antes de introducir un dedo-. Dilo.
– Eric -susurró ella.
Sintió que su calor aterciopelado le envolvía el dedo, y su erección dio un respingo. Samantha estaba caliente, dispuesta. Y él no podía esperar más.
Retiró el dedo muy despacio, lo cual provocó un suave gemido de protesta. Con la mirada clavada en la suya, la tomó por las caderas y se guió hacia aquel calor que lo aguardaba. Al topar con su virginidad se quedó quieto, pues de improviso le golpeó el significado de lo que estaba haciendo. Estaba a punto de arrancarle su inocencia, de deshonrarla de manera irreparable. Pero, por el cielo, a no ser que ella le rogara que se detuviera, ya no había vuelta atrás.
– Todavía no hemos terminado, ¿verdad? -preguntó Samantha con tanta consternación reprimida que Eric se habría echado a reír. Pero, en cambio, elevó una plegaria de agradecimiento porque ella no le hubiera pedido que parase.
– No, cariño, no hemos terminado. Pero cuando rompa tu virginidad, probablemente te dolerá un instante.
Ella le acarició la cara con los dedos mojados.
– No puede dolerme más que la idea de no compartir esto contigo. No te detengas, quiero saberlo todo…, vivir todas las sensaciones.
Rezando para no lastimarla, Eric le apretó las caderas con más fuerza y la atrajo hacia abajo al tiempo que él empujaba hacia arriba. Samantha abrió los ojos y soltó una exclamación ahogada, un sonido que a él lo conmovió.
– Dios, lo siento -dijo, haciendo un esfuerzo para no moverse-. ¿Estas bien?
Maldición, ¿habría sido demasiado brusco? Debería haber tenido más cuidado. Hacerlo más lentamente. Pero es que ella casi le había vuelto loco…
– Estoy… bien.
“Gracias a Dios”. Pero su alivio se transformó al instante en tortura sensual. Su cálida feminidad lo envolvió como un guante de seda, y de repente puso en duda su capacidad para retirarse cuando llegara el momento. Haciendo rechinar los dientes para resistir aquel placer casi insoportable, permaneció inmóvil para darle tiempo a ella de adaptarse a la sensación de tenerlo dentro. Una miríada de emociones cruzaron por su rostro… sorpresa, asombro y después placer, que unos segundos más tarde dejó paso al deseo.
– En realidad estoy… -Movió las caderas y entonces Eric profundizó ligeramente, sintiendo la caricia de su fuego líquido. Samantha hincó los dedos en sus hombros y lanzó un prolongado suspiro al tiempo que cerraba los ojos-. Oh, Dios…
Aferrado a sus caderas, Eric se movió dentro de ella con una lentitud insoportable que estuvo a punto de acabar con él, retirándose hasta casi salir de su cuerpo, sólo para penetrarla nuevamente y llenarla. Cada vez que profundizaba más, Samantha lo así con más fuerza, hasta que Eric se encontró temblando de inflamado deseo. Su respiración se trocó en una serie de rápidos jadeos irregulares, que coincidían con las inspiraciones entrecortadas de ella conforme las embestidas iban siendo cada vez más fuertes y rápidas y el agua se arremolinaba, lamiendo sus cuerpos agitados. Eric temió que su intensidad pudiera asustarla, pero Samantha se movía a la par que él, jadeando de la misma forma.
– Eric -gimió.
Sus piernas lo ceñían igual que un torniquete y sus brazos le rodeaban el cuello, presionando sus senos contra el pecho de él.
Eric la tenia aprisionada, la abrazaba con tal fuerza que no sabía dónde terminaba la piel de ella y dónde comenzaba la de él. Notó el orgasmo de Samantha reverberar en todo su cuerpo; su corazón retumbó contra el suyo, sus caderas se sacudieron y su resbaladiza intimidad vibró alrededor de él, ahogándolo en el mismo torbellino que la arrastró a ella.
En el instante en que Samantha se dejó caer sobre él, Eric se retiró, incapaz de contener su propio orgasmo un segundo más. La estrechó con fuerza y hundió el rostro en su fragante cuello, su erección presionada entre ambos al tiempo que alcanzaba el clímax con un estremecimiento.
No tenía ni idea de cuántos minutos transcurrieron antes de que su respiración se regularizase y por fin pudiera levantar la cabeza. Cuando lo hizo, Samantha se inclinó hacia atrás todo lo que se lo permitieron los brazos que la ceñían y clavó su mirada en la de él.
Sus ojos despedían un brillo de incredulidad.
– Dios del cielo -susurró-. Ha sido… -su voz terminó en un suspiro.
– Increíble -aventuró él
– Indescriptible -confirmó ella
– Inolvidable
Samantha le recorrió el contorno de la boca con el dedo.
– Cuántas palabras con i para describir el efecto que has provocado en mí, Eric.
Él le besó el dedo y a continuación lo chupó despacio.
– Cuántas palabras con i para describirte a ti, Samantha -dijo.
Ella bajó la vista y Eric se dio cuenta de que la había hecho ruborizar.
– No sabía que la gente hiciera… esto en el agua.
– Yo tampoco
La mirada de Samantha se posó en él.
– ¿Quieres decir que tú nunca has…?
– ¿En un lago? No. Ésta ha sido la primera vez.
El rostro de Samantha se iluminó con una sonrisa de genuina satisfacción y a Eric se le cerró la garganta al ver la imagen encantadora y sensual que ella ofrecía.
– Me alegro de que para ti también haya sido agradable -dijo Samantha-. Temía que mi falta de experiencia te decepcionase.
Por un instante su corazón se quedó vacío y al momento se inundó de una ternura que nunca había experimentado. ¿Cómo podía no saber que era una mujer fascinante, en todos los aspectos? “Porque son muchos los necios que no ven lo que tienen delante de las narices”. Idiotas. Con todo, egoístamente no podía negar que lo que otros no habían sabido reconocer ni admirar en Samantha de algún modo la hacía pertenecerle más a él.
Le apartó un mechón de pelo mojado de la cara y le dijo:
– Te aseguro que jamás en mi vida me he decepcionado menos. Desde luego, no es una sensación que tú me hayas inspirado nunca. A ti no te falta nada, Samantha. En ningún sentido.
Nuevamente la vio ruborizarse y bajar la mirada.
– He reparado en que te has retirado antes de…
– Te prometí que así lo haría -“Y no tienes ni idea del esfuerzo que me ha costado; casi acaba conmigo”.
Samantha alzó de nuevo los ojos y susurró:
– No sabía que la semilla de un hombre era tan… caliente.
¿Caliente? Diablos, más atinado sería decir hirviente. Había sentido un calor tan abrasador como para caldear todo aquel condenado lago. El solo hecho de recordar la sensación de tenerla a ella enroscada a su cuerpo y él hundido en lo más hondo de su interior, le hacía renacer el deseo.
– Creo que lo mejor es que salgamos del lago antes de que nos quedemos ateridos -“Antes de que vuelva a hacerte el amor”-. No tenía la intención de hacerte el amor por primera vez en el agua.
En sus ojos despertó la curiosidad.
– Oh. ¿Y qué tenías planeado?
– Llevarte a una pequeña cabaña que hay en mi propiedad -La miró a los ojos y se le alteró el pulso- ¿Te gustaría acompañarme allí ahora?
Ella dijo sólo una palabra, la única que él deseaba oír.
– Sí.