– ¿Es guapa? -preguntó la emperatriz a su hermano.
– Escandalosamente guapa -respondió Basilico sonriendo.
Había partido de Villa Mare a primera hora de la tarde el mismo día en que había llegado, apresurándose a regresar a la ciudad para informar a su hermana, que esperaba ansiosa sus noticias.
– ¿Tiene piel blanca? -siguió preguntando Verina.
– Tiene piel blanca y suave como una estatua de mármol, querida.
– ¿De qué color son sus ojos?
– Depende de la luz -dijo Basilico. -En ocasiones son como amatistas y en otras parecen violetas tempranas -respondió poéticamente.
– ¿Y el pelo?
Verina estaba cada vez más intrigada. Basilico no era un hombre que hiciera halagos fácilmente.
– Tiene el pelo castaño rojizo, una masa de pequeños rizos que le llega hasta las caderas. Lo lleva suelto y resulta muy atractivo.
– No me lo digas -repuso la emperatriz. -Sus rizos son naturales, estoy segura. Qué suerte tiene, pero ¿quién es?
– Una joven viuda, patricia de ascendencia romana, que procede de Britania -respondió él. -Es encantadora, Verina, y ama a Aspar. Si les vieras juntos, dirías que son una pareja felizmente casada.
– ¿Cómo llegó a Bizancio? ¿Una viuda, dices? ¿Su esposo era bizantino? ¿Tiene hijos? Vamos, Basilico, no me estás diciendo todo lo que sabes.
La emperatriz miró severamente a su hermano.
– Su esposo era sajón, según me han dicho. Perdieron a su hijo. No tengo ni idea de cómo llegó a Bizancio. De veras, Verina, ya fue bastante vergonzoso interrogar a Aspar para satisfacer tu curiosidad infantil. He hecho todo lo que he podido y no haré nada más -añadió irritado.
– ¿Cuántos años tiene la pequeña amante de Aspar y cómo se llama? -presionó la emperatriz. -Eso seguro que lo sabes.
– Tiene diecinueve años y se llama Cailin.
– ¿Diecinueve? -Verina dio un respingo. -¡Pobre Flacila!
– Flacila se merece lo que le pasa -espetó Basilico, ansioso por escapar del interrogatorio de su hermana antes de decir algo inconveniente. Por alguna razón, Verina le estaba poniendo nervioso.
Verina captó la intranquilidad de su hermano.
– Esta mañana he tenido visita -dijo con demasiada dulzura. -Probablemente no debería confiarte esto. Los hombres sois muy tontos en estas cosas, pero como es evidente que tú me ocultas algo, debo decírtelo para que hables libremente. Sabes que últimamente León raras veces visita mi cama. Escucha a sus clérigos, que declaran que las mujeres somos impuras, un mal necesario para la reproducción que, de no ser por eso, deberían ser evitadas. No sé cómo cree que le daré un hijo si no copulamos. Está muy bien que los sacerdotes le digan que rece para tener un heredero, pero para tener un hijo hay que hacer algo más que rezar. -La emperatriz enrojeció de ira, pero luego prosiguió con suavidad. -No me atrevo a coger un amante para satisfacer mis necesidades. La Iglesia considera malas las necesidades naturales de la mujer. No tengo auténtica intimidad, y como sabes se me vigila constantemente. He estado pensando en ello, y al final se me ha ocurrido. Si tengo que seducir a mi esposo para que regrese a mi cama, he de emprender una acción drástica. Comprendo que se supone que no debería saber de estas cosas, pero resulta que sí, y según me han dicho hay burdeles muy elegantes en Constantinopla. Decidí contratar a una cortesana para que me enseñara las artes eróticas que podrían tentar a León a cumplir con su deber como marido.
– ¿Que has hecho qué? -preguntó Basilico, atónito por la revelación de su hermana.
La buena esposa bizantina no debía conocer esas cosas. No sabía si consternarse o reír.
– Contraté a una cortesana para que me enseñara a ser más sensual -repitió Verina. -Flacila me ayudó. A veces visita un lugar llamado Villa Máxima. Allí ofrecen diversiones maravillosas y fantásticos jóvenes que se alquilan como amantes. ¿Lo sabías, Basilico? -Y mientras él la miraba boquiabierto, ella misma se respondió: -Claro que conoces Villa Máxima, querido hermano. En ocasiones eres uno de sus distinguidos parroquianos.
»Una de esas ocasiones fue varios meses atrás, cuando visitaste ese lugar en compañía de nuestro general. Representaban una obrita, peculiar y de lo más lasciva, dos veces a la semana, de cuya perversidad toda la ciudad hablaba. ¡Flacila dice que era fantástica! Ojalá yo hubiera podido verla, pero ¿cómo podía asistir a un lugar así, aunque fuera disfrazada? Seguro que alguien me habría reconocido. Él asintió.
– Habría sido imprudente, es cierto, Verina.
Ella le sonrió y retomó el hilo de su historia.
– La cortesana que me han enviado es una criatura adorable llamada Casia. Ella es quien me ha dicho que Aspar compró a los propietarios del burdel al miembro femenino de ese depravado espectáculo. ¿Una joven viuda, patricia, de antepasados romanos, procedente de Britania? ¿De veras, Basilico?
– Ella es exactamente como te la ha descrito, Verina. No me ha parecido necesario revelarte los desdichados meses que vivió como esclava, estado al que llegó no por su culpa. Aspar la liberó inmediatamente después de comprarla. Reconoció su sangre patricia y se compadeció de ella. Y ahora está enamorado de Cailin.
– No puedo creer que me hayas mentido, hermano -dijo la emperatriz poniendo mala cara.
– No te he mentido -replicó el príncipe con irritación.
– No me has contado todo lo que sabes. No puedo perdonártelo.
– No te lo conté porque no quería avergonzar a Cailin. Aspar no me lo habría dicho, pero la reconocí. Es un episodio que los dos querrían olvidar. Lo único que desean es vivir en paz en Villa Mare. -Se puso serio. -León nunca estará tan a salvo como para que no necesite a Aspar, hermanita. Si le ofendes, sabe Dios qué podría sucederos a ti y a tu familia. El Imperio ahora disfruta de una relativa estabilidad, pero nunca se sabe cuándo podría estallar la rebelión y el descontento entre las masas.
»Le diré a Aspar que conoces su secreto y cómo te enteraste. Mantendrás el secreto y así el general estará en deuda contigo, Verina. Eso te beneficiará más que cualquier satisfacción momentánea que pudieras obtener revelándole todo esto a Flacila Estrabo.
La emperatriz consideró las palabras de su hermano y luego asintió.
– Sí, tienes razón. La buena voluntad de Aspar es más importante para nosotros que su zorra esposa. Ahora tiene un nuevo amante, ¿lo sabías?, y esta vez lo ha elegido entre los de nuestra clase.
– ¿Ella te lo ha dicho? ¿Quién es, Verina?
– Justino Gabras. Vástago de la gran familia patricia de Trebisonda. Tiene veinticinco años y dicen que es muy guapo.
– ¿Qué está haciendo en Constantinopla, y qué ha hecho Flacila para seducirle? -se preguntó Basilico en voz alta, pero al ver el brillo en los ojos de su hermana supo que se lo contaría todo.
– Se dice -comenzó Verina- que Justino Gabras tiene un genio muy vivo. Ha matado a varias personas que consideró que le habían ofendido. Su última víctima, sin embargo, era primo del obispo de Trebisonda. Según me han contado fue necesario retirar de la escena al asesino lo antes posible. Dicen que la familia Gabras se vio obligada a pagar a la del obispo una buena compensación por la vida de su pariente. Justino Gabras fue expulsado de Trebisonda por un período de cinco años.
»En Constantinopla su crueldad ya se ha hecho conocida. Ha comprado una enorme mansión que da al Cuerno Dorado y una finca en el campo. Dicen que sus fiestas y diversiones rivalizan con las de los mejores burdeles de la ciudad. ¿Te sorprende que Flacila le haya conocido?
– Me sorprende que la Iglesia no interfiera -dijo el príncipe.
– Gracias a su generosidad hacia el favorito del patriarca, la Iglesia hace la vista gorda -declaró la emperatriz.
– Si Justino Gabras es todo lo que dices que es, creo que Flacila esta vez se ha enamorado -observó Basilico.
– Si es así, podría resolver muchos problemas. La familia Estrabo ya no tendría que preocuparse por la conducta de Flacila, ni Aspar tendría que cargar con ella.
– Y entonces podría casarse con su querida Cailin -dijo Basilico con indiferencia, observando la reacción de su hermana.
– ¿Casarse con la chica que conoció en un burdel? No, querido hermano, no se le permitiría. No tiene que volver a casarse, no sería apropiado que el primer patricio del Imperio, el mayor general de Bizancio, se casara con una muchacha que trabajaba en un burdel, por muy de sangre azul que fuera. El Imperio sería el hazmerreír y no podemos permitirlo -manifestó Verina.
Por supuesto, pensó Basilico con tristeza, jamás permitirían a Aspar que se casara con Cailin. ¿No se lo había dicho él mismo a su amigo? Aun así, cuando había oído lo del último amante de Flacila y su mala fama, había pensado que quizá el Imperio recompensaría a su hijo favorito con el permiso para casarse con la mujer a la que amaba, que le cuidaba con devoción y le amaba en su vejez. Basilico se consideraba mundano, pero a veces deseaba llevar una vida más sencilla.
El otoño dio paso al invierno. Los vientos soplaban del norte y en Villa Mare las contraventanas del pórtico estaban cerradas, mientras los braseros llenos de carbón caldeaban las habitaciones. Cailin y Aspar llevaban una vida tranquila. Parecía que sólo se necesitaban el uno al otro. No hubo más visitas a la villa después de la de Basilico aquel día de otoño. Ellos lo preferían así.
Aspar pasaba varios días cada semana en la ciudad, atendiendo sus obligaciones. Veía a menudo a su hijo mayor, Ardiburio, y un día, en el senado, éste le preguntó abiertamente a su padre:
– ¿Por qué cerraste nuestro palacio?
– Porque prefiero vivir en el campo -respondió Aspar.
– Dicen que tienes a una amante joven contigo.
Una leve sonrisa acudió a los labios de Aspar pero desapareció enseguida.
– Tienen razón -admitió a su hijo. -A diferencia de tu madrastra, yo prefiero llevar mi asunto con discreción. Cailin es una muchacha tranquila y prefiere el campo a la ciudad. Y a mí me gusta complacerla.
Ardiburio tragó saliva.
– ¿Te gusta, padre?
Aspar miró fijamente a su hijo, preguntándose adonde quería llegar. Por fin respondió:
– Sí, y a tu madre también le habría gustado.
– ¿No amas a Flacila?
– No, Ardiburio, no la amo. Creía que lo sabías desde el principio. Nuestro matrimonio fue por motivos políticos. Necesitaba que el patriarca aprobara a León y lo conseguí llevándome a Flacila del seno de su familia -explicó Aspar. -¿Qué quieres decirme, hijo? Nunca has sido hombre de muchas palabras. Eres un soldado, como yo. ¡Habla!
– Debes quitar a Patricio del cuidado de Flacila, padre. No debería seguir en su casa más tiempo.
– ¿Por qué?
– Tiene un amante perverso, padre. Un hombre rico y de una gran familia. Sé de buena tinta que ha corrompido a niños de sólo ocho años. Patricio tiene casi diez y cada día es más guapo. Es un niño encantador, como sabes, y siempre está dispuesto a caer bien. El amante de tu esposa todavía no le ha violado, pero últimamente ha mostrado un interés que no es sano. Mi fuente es de absoluta confianza, padre. Hay que proteger a mi hermano pequeño.
– Entonces debéis llevároslo tú y Zoé -dijo Aspar. -Sofía no está acostumbrada a los niños pequeños y él no le tiene ningún respeto. Patricio te adora, Ardiburio, y tu esposa sabe bien cómo tratar a los críos traviesos. Le diré a Flacila que Patricio necesita la compañía de otros niños y que he decidido entregároslo a ti y Zoé. Si lo digo así no parecerá una crítica. Supongo que su nueva distracción la mantendrá ocupada, así que no se ofenderá. Ya sabes que no puedo llevarme a Patricio a Villa Mare. Cailin le adoraría, pues tiene cualidades para ser madre, pero eso causaría la reacción que precisamente quiero evitar: un escándalo. ¿Lo comprendes, hijo mío?
– Sí, padre. ¿Te llevarás hoy mismo a Patricio? Hay que hacerlo lo antes posible. Ya he discutido con mi familia la posibilidad de que viniera con nosotros. Tu nieto David está encantado con la idea de tener a su tío en casa. Como es el mayor y tiene dos hermanas pequeñas, y el niño aún es un bebé, le resulta penoso.
– Le mimas demasiado -gruñó Aspar, -pero a pesar de ello parece un buen muchacho. Ahora tiene siete años, ¿no? Él y Patricio se llevarán bien. -Suspiró. -Aunque detesto tener que ver a Flacila, iré ahora mismo a buscar a Patricio. Vete a casa, Ardiburio, y dile a Zoé que al caer la noche iré a llevaros al niño.
El general abandonó el senado y, tras montar su caballo, cabalgó sin escolta por las calles de la ciudad hasta el hogar de su esposa. No necesitaba que ningún guardia le protegiera, y muchos viandantes, al reconocerle, le saludaban y le deseaban bien. El portero de la mansión de Flacila le saludó con agrado, y el sirviente, tras apresurarse a darle la bienvenida, envió un esclavo a su dueña para anunciar la llegada de su esposo.
Flacila Estrabo era una mujer hermosa. Menuda y delicada, poseía un espléndido cabello rubio y ojos verde mar. Se hallaba divirtiéndose con su amante cuando le llegó la noticia de la inesperada visita de su esposo.
– ¡Maldita sea! -exclamó con irritación. -Qué raro que Aspar venga sin avisarme. ¡Dios mío! ¿Y si ha oído algo de nosotros? ¡Me amenazó con meterme en Santa Bárbara si provocaba algún escándalo, y mi familia le apoyará si lo hace!
Justino Gabras le sonrió perezosamente desde el diván donde estaba reclinado. Un rizo negro le caía directamente en el centro de la frente. Era un hombre alto y esbelto, y sus ojos oscuros parecían no conocer el miedo.
– Lamentaría perderte, Flacila -observó con voz lenta.
– ¡Debes irte ahora mismo! -dijo ella asustada mientras el silencioso esclavo esperaba sus órdenes para transmitírselas al sirviente.
Justino alargó el brazo e hizo caer a Flacila sobre su regazo, le bajó el escote de la túnica todo lo que pudo y empezó a sobarle un seno.
– Dile a tu esposo que entre, Flacila. Tengo ganas de conocerle. Su fama como general del Imperio le precede.
No creo que jamás haya conocido a un hombre verdaderamente valiente, pero dicen que Aspar lo es.
Ella forcejeó para librarse.
– ¿Estás loco? -dijo ahogando un grito mientras bajaba la cabeza y él empezaba a chuparle un pezón.
Como respuesta, Justino Gabras dio un mordisco en el seno de Flacila, quien dejó escapar un leve grito. Se miraron a los ojos y Flacila dijo débilmente al esclavo:
– Que mi esposo se reúna con nosotros en la terraza, Marco.
Luego ahogó otro grito cuando su amante deslizó una mano por debajo de la túnica, le acarició la pierna y empezó a toquetearle su pequeña joya. Ella gemía con nerviosismo, sabiendo que no pararía hasta que le diera completa satisfacción, y no le importaría que Aspar entrara y les encontrara en una postura comprometedora. Justino Gabras era el hombre más perverso que Flacila había conocido jamás, y aunque a veces la asustaba, no podía resistirse a él.
– ¡Aaaahhhh…! -gimió mientras él la excitaba.
Él se echó a reír, la soltó y observó cómo rápidamente se arreglaba la ropa y trataba de recuperar la compostura.
– Probablemente estaba ya en la escalera cuando te he obligado a obedecerme -se burló él. -¿Pensabas en que se estaba acercando mientras yo jugaba contigo, cariño?
– Eres perverso -espetó ella, ahora enfadada por haberla asustado tanto. -Te encanta el peligro, pero también me has metido a mí en ello.
– Y a ti te ha encantado, Flacila -se burló él. -Eres la mujer perfecta para mí. Tienes educación y eres una puta muy hábil. Cuando tu esposo se marche, te daré otra pequeña sorpresa, cielito. ¿Te excita pensar en ello?
Sin embargo, antes de que pudiera responder, Aspar apareció en la terraza. Flacila se levantó para saludarle.
– Mi señor, ¿por qué no me has avisado que ibas a venir? Patricio estará encantado de verte. Últimamente va muy bien en sus estudios, según dicen los tutores.
– Disculpad que os interrumpa, a ti y a tu invitado -dijo Aspar con un leve tono de reproche en la voz.
Ella replicó al instante.
– Éste es Justino Gabras, un caballero de Trebisonda. Ahora se está instalando en la ciudad. El patriarca me ha pedido que le ayude en un proyecto para socorrer a los pobres. Estábamos hablando de ello cuando has llegado. ¿Quieres unirte a nosotros?
Una leve sonrisa divertida asomó a los labios de Aspar, pero al punto desapareció.
– He venido a buscar a Patricio -dijo. -He decidido enviarle a vivir con Ardiburio y Zoé. Has sido una buena madre para él, Flacila, pero por su edad necesita la compañía de otros niños. Mi nieto David sólo es un poco más joven que Patricio y también se beneficiará de su compañía. Como mi hijo mayor y mi nuera siguen la fe ortodoxa, Patricio, por supuesto, seguirá esa instrucción. ¿Quieres enviar a buscarle?
Flacila estaba atónita y sentía curiosidad ante aquella repentina decisión, pero hizo un gesto de asentimiento. Llamó a un criado y le dio instrucciones de que fuera a buscar al muchacho.
– ¿Podré ver a Patricio de vez en cuando, mi señor? -preguntó a su esposo. -Me he encariñado con él.
– Por supuesto -respondió él sonriendo. -Serás siempre bien recibida en casa de mi hijo mayor para visitar a Patricio. También él se ha encariñado contigo, lo sé.
Justino Gabras estaba fascinado. Nunca había visto a dos personas que encajaran peor una con otra. También él lamentaría ver partir al niño. Hasta hacía poco no había empezado a pensar en lo apetitoso que sería. Como Patricio poseía un talante dulce y siempre deseaba agradar, seducirle habría sido sencillo. Y después le habría enseñado a complacer a su lasciva madrastra. Mala suerte, pensó, una oportunidad perdida, pero ya surgiría otra.
El general y su esposa se habían quedado callados, pues poco tenían que decirse. Aspar parecía un tipo aburrido, pensó Justino Gabras. Brillante en el campo de batalla pero aburrido en el dormitorio. Flacila le ofreció vino, y luego por fin llegó el niño.
– ¡Padre! -El hijo menor de Aspar entró corriendo en la terraza y el rostro se le iluminó. -¡Qué sorpresa, padre!
Aspar estrechó al chiquillo entre sus brazos y luego dio un paso atrás y dijo:
– ¡Has vuelto a crecer, muchacho! Y Flacila dice que tus tutores han dado buenos informes de tus estudios. Me siento orgulloso de ti y he venido a darte una sorpresa. Irás a vivir con tu hermano y su esposa. Tu primo David está ansioso de que llegues.
– ¡Oh, padre! ¡Qué maravillosa noticia! -exclamó Patricio. -¿Cuándo voy a ir? -De pronto bajó el rostro y, volviéndose hacia Flacila, dijo casi con tono de disculpa: -Os echaré de menos, señora. Habéis sido buena conmigo.
Flacila sonrió sin afecto.
– Creo que tu padre ha tomado una sabia decisión, Patricio. Tienes que estar con otros niños, y en mi casa no hay ninguno.
– ¿Te agradaría que nos fuéramos ahora? -preguntó Aspar a su hijo. El muchacho asintió vigorosamente y Aspar dijo a su esposa: -Ordena que la vieja Marie prepare las cosas de mi hijo. Puedes enviarla a ella y los tutores a casa de Ardiburio mañana. Ahora nos despediremos para que vuelvas a tus asuntos con este caballero.
Saludó a Flacila con una leve inclinación de la cabeza y después a Justino. Cogió a Patricio de la mano y salió de la terraza.
Cuando se hallaron fuera del alcance del oído, Patricio dijo a su padre:
– Me alegro de ir a casa de mi hermano, padre. Flacila recibe a demasiados caballeros y este último me asusta. Siempre me estaba mirando.
– Pero no te ha tocado ni hecho nada, ¿verdad, hijo mío?
– ¡Oh, no, padre! -aseguró el muchacho. -Nunca le he dejado acercarse tanto a mí. Marie dice que es un hombre muy malo.
– Atiende los consejos de tu vieja niñera, Patricio. Ella te quiere de verdad. Tu madre la eligió especialmente para que cuidara de ti.
En la terraza, Flacila observó partir a su esposo y a su hijastro a través de la celosía del muro bajo. Justino Gabras, de pie y con las manos en sus caderas la follaba rítmicamente por atrás mientras ella se hallaba inclinada sobre el parapeto.
– Ha sido tan repentino… -jadeó ella. -Es típico… aaah… de Aspar hacerme… una visita sorpresa con un final sorprendente.
Su amante la penetró hasta el fondo y se inclinó para susurrarle al oído:
– Cree que ya no eres adecuada para cuidar del niño, cielito. Sí, ha disimulado su intención con palabras dulces, pero para mí ha sido evidente lo que realmente pensaba. Me pregunto qué habladurías correrán, pues seguro que eso avivará el fuego.
De pronto ella notó que se aproximaba al orgasmo y gimió con avidez, echando las caderas hacia atrás.
– ¡Iré… a ver… a la emperatriz! -dijo entre jadeos. -¡Oooh…!
Justino Gabras disfrutó del grito sorprendido que dejó escapar ella cuando él salió de su templo de Venus y se metió en su templo de Sodoma. Justino la sujetaba con firmeza, dominando el débil forcejeo de Flacila, y se inclinó para darle un pequeño mordisco en el cuello.
– Serás el hazmerreír de Constantinopla, cielo. Todo el mundo te tiene por una puta, pero ahora te tendrán por una mala madre también. ¿Nunca te has preguntado por qué tus hijas no te visitan, Flacila? La familia de su esposo no les deja tener tratos contigo, según me han dicho… Aaahh…
Su lujuria estalló en el dolorido cuerpo de ella y, por fin, con un gemido de satisfacción, se retiró.
Flacila prorrumpió en llanto.
– ¿Por qué me cuentas estas mentiras? -le preguntó.
– Porque tienes un talento delicioso para la perversión que encaja con el mío, cielo. Apenas has arañado la superficie de tu perversidad, pero bajo mi tutela te convertirás en una maestra del mal. No llores. Eres demasiado vieja para hacerlo en público, y se te hincha la cara. No te miento, Flacila, cuando te digo que eres la mujer perfecta para mí. Quiero casarme contigo. Tienes relaciones familiares poderosas y yo he de quedarme en Constantinopla, por eso quiero una esposa como tú, querida. Una chica joven me aburriría. Se quejaría y lamentaría de mis gustos. Tú, por el contrario, no lo harás, ¿verdad?
– ¿Me dejarías tener amantes? -le preguntó ella.
– Claro que sí -respondió él, riendo, -porque yo también lo haré. -Le cogió la mano y se tumbaron en el diván. -¡Piénsalo, Flacila! Piensa en todo lo que podríamos compartir, y sin recriminaciones de ninguna clase. Incluso podríamos compartir amantes. Sabes que me gustan las mujeres y los hombres como a ti. ¿Vamos esta noche a Villa Máxima y elegimos un amante para los dos? ¿Qué me dices de uno de esos maravillosos norteños mudos de los que Joviano tanto alardea? ¿O quizá prefieres a Casia? ¿Qué respondes?
– Déjame pensar -dijo ella. -Oh, ojalá aquella chica que Joviano presentó en la primera de sus obras aún estuviera allí. Era tan hermosa, pero desapareció enseguida. Tú no viste la representación, porque todavía no estabas en Constantinopla, pero esa chica tenía a los tres norteños dentro de su cuerpo al mismo tiempo. Joviano nunca permitió que nadie disfrutara de ella, y luego de pronto desapareció. Nunca ha explicado qué sucedió. Quizá se suicidó. No parecía una prostituta.
– Entonces cojamos a los tres norteños, Flacila. Tú harás el papel de la chica para mí y también compartiremos a Casia -dijo, besándola. -Celebraremos así nuestro compromiso.
Flacila se incorporó.
– Mi familia jamás me permitiría divorciarme de Aspar y casarme contigo -dijo. -Valoran demasiado la influencia de Aspar. Aunque le obligaron a casarse conmigo para que apoyaran a León, han logrado muchas cosas por medio de su influencia, Justino. No renunciarán fácilmente.
– No preguntes nada a tu familia y pídele el divorcio a tu marido. Sospecho que él quiere pedírtelo, y quitarte al niño es el primer paso para deshacerse de ti. Una vez más Aspar te arrastrará al ridículo. ¡Golpea primero, cielo! Dudo que a él le importe nada mientras pueda librarse de ti.
– ¿Y si me lo niega? -preguntó. -Con Aspar nunca se sabe.
– Entonces acude a tu familia -respondió Justino. -Tu esposo no es un dios, Flacila. Seguro que tiene alguna debilidad que puedes aprovechar. ¿No te enteraste de nada durante el tiempo en que estuviste casada con él?
– En realidad le conozco muy poco. Nunca hemos vivido juntos, y mucho menos dormido. Es un enigma para mí.
– Entonces debes espiarle para enterarte de lo que necesitamos saber, porque he de tenerte yo o no te tendrá nadie.
Le dio un apasionado beso.
Tras una noche de depravación particularmente salvaje, Flacila despertó con la cabeza despejada y decidida.
– Envía un mensajero al palacio de mi esposo -indicó al sirviente- y dile que deseo visitarle esta mañana. Llegaré antes de mediodía.
– El general no está en su palacio, mi señora -informó el sirviente. -Lo cerró hace unos meses y ahora vive en Villa Mare. ¿Envío el mensajero al campo para informarle de que vais a ir, mi señora? La villa sólo está a ocho kilómetros de las puertas de la ciudad.
– No. No te molestes. Iré sin avisar. Para cuando el mensajero haya ido y vuelto, ya puedo estar allí yo misma. Haz que preparen mi litera.
Despidió al mayordomo y llamó a sus doncellas.
Como quería causar buena impresión, Flacila eligió la ropa con cuidado. Su estola era de color verde azulado y hacía juego con sus ojos. Estaba bordada con hilo de oro y el tejido era muy rico. Las mangas eran largas y ajustadas y la prenda se abrochaba en la cintura con un ancho cinturón dorado. Sus zapatillas doradas estaban bellamente adornadas con joyas y el pelo era una masa de trenzas doradas, recogidas en lo alto y decoradas también con joyas. Una capa a juego forrada de piel completaba su atuendo. Flacila se miró con atención en el espejo de plata pulida. Sonrió satisfecha. Aspar quedaría impresionado.
Sus porteadores se apresuraron por el Mese y cruzaron la puerta Dorada. Era un día agradable y Flacila miraba por una abertura en las cortinas el paisaje rural. De vez en cuando veía campesinos podando árboles en los huertos que ocasionalmente bordeaban el camino. Era una escena relajante y casi bucólica, pensó Flacila, y un poco aburrida. ¿Por qué Aspar vivía en el campo? La litera cruzó las puertas de Villa Mare y entró en el patio, donde se detuvo. El vehículo fue depositado en el suelo. Alguien le tendió una mano para ayudarla a salir.
– ¿Quién eres? -preguntó Flacila al anciano.
– Soy Zeno, el sirviente del general Aspar.
– Yo soy Flacila, la esposa del general. Dile que he llegado -ordenó ella con aire majestuoso. -Enséñame el camino del atrio, Zeno, y tráeme un poco de vino.
Zeno estaba horrorizado.
– Si la señora quiere seguirme -dijo con calma.
Era una pequeña villa encantadora, pensó Flacila, quizá un poco rústica para su gusto. Nunca había estado allí. Sin embargo, no entendía por qué Aspar la prefería a su palacio en la ciudad. Se acomodó en un banco de mármol a esperar su vino y a que apareciera su esposo.
Aspar llegó antes que el vino. Su saludo fue menos que cordial.
– ¿Qué haces aquí, Flacila? ¿Qué te ha traído al campo en una mañana de invierno?
Parecía incómodo y ella se preguntó por qué. Entonces se le ocurrió que su esposo tenía una amante. Vivía con ella y no quería que nadie lo supiera. ¡Vaya con el viejo zorro! Flacila estuvo a punto de echarse a reír.
– He venido por un asunto de importancia -empezó ocultando lo divertida que le resultaba la situación.
– ¿Ah, sí?
– Quiero el divorcio, Aspar.
No era momento de mostrarse delicada. A ella le importaba un bledo que tuviera una amante o un centenar escondidas en el campo. Ella se había casado dos veces por complacer a su familia. Ahora quería casarse porque lo deseaba.
– ¿Quieres el divorcio? -preguntó él con tono incrédulo.
– Oh, Aspar -exclamó ella con candor, hablando deprisa. -Nuestro matrimonio fue de conveniencia. Tú conseguiste lo que querías: el apoyo del patriarca y de la familia Estrabo en favor de León. Yo obtuve lo que creía que quería: ser la esposa de un hombre poderoso de Bizancio. Pero el nuestro no ha sido un auténtico matrimonio. ¡Nos detestamos el uno al otro en cuanto nos conocimos! Nunca hemos pasado una noche juntos, ni siquiera el día de nuestra boda, ni en la misma cama ni bajo el mismo techo. Tú en realidad no me quieres. Incluso te has llevado a Patricio de mi cuidado.
»Bueno, ya no soy una chiquilla, y por primera vez en mi vida estoy enamorada. Quiero casarme con Justino Gabras y él quiere casarse conmigo. Dame el divorcio y a cambio yo seré tus ojos y oídos en la corte. Verina tiene grandes ambiciones para ella y para León. Se desharía de ti si creyera que puede hacerlo, y algún día tal vez lo piense. Si yo estoy allí por ti, no tendrás que hacer frente a ninguna sorpresa desagradable por esa parte. ¡Es una oferta justa!
Aspar estaba atónito. Si los dos querían el divorcio, el patriarca no podría oponerse y los Estrabo no podrían ofenderse.
– Sí -dijo, -es una oferta justa, Flacila. ¿Por qué no me hablaste de ello ayer, cuando fui a buscar a Patricio?
– Justino me ha preguntado lo mismo -mintió Flacila, -pero, como le he dicho a él, la partida de Patricio me afectó tanto que no podía pensar con claridad. Sin embargo, le he prometido que vendría a verte hoy mismo y arreglaría el asunto.
– Aquí está el vino, mi señor -anunció Zeno, y dejó las copas y la botella en una pequeña mesa.
– No es necesario que nos sirvas -indicó Aspar, -lo haré yo mismo. Vuelve a tus obligaciones -añadió con tono significativo, esperando que Zeno comprendiera.
– Enseguida, mi señor -respondió con énfasis el sirviente, pero en aquel momento se produjo el desastre, pues Cailin entró en el atrio.
– Me han dicho que tenemos invitados, mi señor -dijo.
Flacila Estrabo se quedó boquiabierta. Miró fijamente a la muchacha y logró exclamar: -¡Tú! ¡Eres tú! Cailin pareció confundida. -Señora, ¿os conozco?
– ¡Tú eres la chica de Villa Máxima! ¡No te molestes en negarlo! ¡Te he reconocido! -chilló Flacila, y a continuación se echó a reír. -Oh, Aspar -exclamó, -fuiste fiel a Ana y después esperasteis años cuando la mayoría de hombres toman una amante enseguida. Ahora, en el ocaso de tu vida eliges a una y resulta que es la prostituta más conocida de todo Bizancio. Me darás el divorcio y no hablaremos más del asunto. Si no, contaré al mundo de tu prostituta y serás el hazmerreír del Imperio. Tu utilidad habrá terminado, y tu poder. ¡Estarás indefenso! ¡Apenas puedo creer en mi buena fortuna! ¡La chica de Villa Máxima!
– ¿Quién es esta mujer tan grosera, mi señor? -preguntó Cailin con frialdad.
– ¿Grosera yo? ¿Yo? -Flacila la miró con furia ¡Dios, era tan joven!
– Te presento a mi esposa, Flacila Estrabo -dijo Aspar con formalidad. Qué mala suerte que Cailin hubiera entrado en el atrio antes de que Zeno la hubiese prevenido. Bueno, ya no había remedio. Tendría que intentar remediarlo. Miró a Flacila. -No sabía que frecuentabas Villa Máxima.
– Voy en ocasiones -respondió ella con cautela. -La obrita de Joviano fue la sensación del verano pasado en la ciudad. Pero no parece una puta, Aspar.
– No lo soy -replicó Cailin con aspereza. -Mi sangre es más noble que la vuestra, señora. Soy una Druso de la gran familia romana.
– Roma está acabada. Hace tiempo que lo está, y desde que Atila la saqueó hace varios años queda poco de importancia, ni siquiera sus familias. Ahora el centro del mundo está aquí. -Flacila sonrió con malicia.
– No os jactéis tanto, señora -espetó Cailin. -Este centro del mundo del que tanto alardeáis está tan podrido como un huevo dejado al sol. En Britania no degradamos a nuestras mujeres ante un público de depravados lujuriosos. Deberíais avergonzaros de admitir que visteis lo que visteis; pero ¿de qué me sorprendo? Incluso vuestros sacerdotes asisten a los espectáculos de Joviano. La belleza externa de vuestra ciudad no compensa la oscuridad de vuestros corazones y almas. Me dais pena.
– ¿Permitirás que esta esclava me hable así? -exigió Flacila, furiosa. -¡Todavía soy tu esposa y merezco respeto!
– Cailin no es ninguna esclava -respondió Aspar con calma. -La liberé hace meses. Ahora está en iguales condiciones que tú, y puede hablarte como le plazca. -Cogió la mano de Cailin y prosiguió. -Te daré el divorcio, Flacila. Iremos a ver al patriarca y le comunicaremos nuestros deseos. No quiero discutir contigo y nunca lo he hecho. Si has encontrado la felicidad, como yo la he encontrado, te deseo lo mejor y haré todo lo que pueda para asegurar tu buena fortuna.
La ira de Flacila se apaciguó.
– Eres muy generoso, mi señor.
– Pero impongo una condición -declaró él: -No murmurarás acerca del pasado de Cailin. Debes jurarme que guardarás el secreto o no accederé. El divorcio te favorece más a ti, querida esposa, que a mí. Y seguirás siendo mis ojos y oídos en la corte de Verina. Éstas son mis condiciones. ¿Lo juras?
– ¿Por qué me favorece más a mí que a ti?
– Tú deseas casarte con Justino Gabras, ¿no? Pues no puedes hacerlo si no estás divorciada de mí. En cambio, a mí nunca me permitirán casarme con Cailin debido a sus inusuales comienzos en Constantinopla. El hecho de que la conserve como amante no es un crimen, y tampoco se considera raro en un hombre de mi posición. Tanto si eres mi esposa como si no, Cailin seguirá siendo mi amante; pero tú, para casarte con tu amante, tienes que librarte de mí. Así que tú tienes más que ganar si yo acepto el divorcio. ¿No crees que tengo razón? -Le sonrió con aire amistoso, ladeando la cabeza. -Bueno, ¿qué me respondes, querida?
Ella asintió.
– Como siempre, tienes razón. Debo decirte que siempre he encontrado esta característica tuya de lo más irritante. Muy bien, juro por el cuerpo de nuestro Señor crucificado que no murmuraré ni hablaré mal de tu pequeña amante bárbara y pagana. Raras veces doy mi palabra, ya lo sabes. También sabes que puedes confiar en esa palabra.
– Confío en ella, Flacila. Ahora dime cuándo quieres que vayamos a ver a tu primo el patriarca. Estoy a tu disposición.
– ¡Vayamos hoy mismo! -exclamó ella. -Visitémosle sin avisarle. Si le cogemos desprevenido, es más probable que colabore que si se sienta con su concilio de obispos a comentar el asunto. Poseo el argumento necesario para persuadirle, Aspar.
– Ve delante de mí -indicó él. -Te alcanzaré antes de que llegues a las puertas de la ciudad. Ahora te acompañaré hasta tu litera, Flacila. Cailin, quédate aquí.
– Encantada -dijo ella con frialdad.
Aspar fue con su esposa hasta la litera que aguardaba.
– Qué pena que no puedas casarte con ella -dijo Flacila con perversidad. -Te quiere como te quería Ana, y es evidente que será una buena esposa, pero tiene carácter, como yo. Es la compañera perfecta, Aspar, pero no puedes tenerla. No me parece justo después de todos los servicios que has prestado al Imperio -se burló.
Él sonrió, impermeable a sus crueles comentarios, preocupado por Cailin pues sabía que estaría furiosa con él por no haberle comunicado que ya era una mujer libre.
– Será como Dios quiera, querida -observó con calma, fastidiando el regocijo de Flacila mientras la ayudaba a subirse a la lujosa litera. -Me reuniré contigo lo antes posible. -Cerró las cortinas del vehículo e indicó a los porteadores: -Llevadla al palacio del patriarca.
Luego regresó al atrio de su villa.
Cailin se paseaba en torno al estanque. Se giró en redondo cuando le oyó entrar y exclamó:
– ¿Cómo habéis podido ocultarme semejante noticia, mi señor? ¿O ha sido una mentira simplemente para molestar a esa horrible mujer?
– Es cierto -dijo él. -Eres una mujer libre desde el día en que te lo prometí. No podía contarte toda la verdad, Cailin. No soy joven pero te amo. Temía que si te decía que eras libre me abandonaras; que intentaras regresar a Britania y terminaras en una situación peor que cuando te rescaté.
Por un momento la compasión asomó a los ojos de Cailin, pero pronto desapareció.
– Oh, Aspar, ¿no sabes que yo también te amo? Hasta que me encontraste, incluso algún tiempo después, soñaba con regresar a Britania para vengarme de Antonia Porcio. Pero ¿qué bien me reportaría eso? ¿La venganza me devolvería a mi familia? ¿A mi esposo? ¿A mi hijo? No creo que la venganza de Antonia le haya devuelto a Quinto. Wulf Puño de Hierro habrá encontrado otra esposa, quizá incluyo ya tienen un hijo. Administra las tierras que pertenecieron a mi familia. Mi regreso causaría desdicha a todos. Britania ha entrado en una nueva era y yo no estoy destinada a formar parte de ella. Esto es lo que mi destino me ha deparado y aquí permaneceré, a tu lado y en tu corazón mientras quieras tenerme, Aspar. -Se sorprendió de sus propias palabras, pero se dio cuenta de que era hora de dejar a un lado sus sueños y afrontar la realidad. Era muy improbable que algún día regresara a Britania.
– No nos permitirán casarnos -dijo él con tristeza.
– ¿Quiénes? ¿Tus sacerdotes cristianos? Yo no soy cristiana, Aspar. Soy… ¿cómo me ha llamado tu esposa? ¿Pagana? Bien, soy pagana. ¿Recuerdas las antiguas palabras del matrimonio romano? Quizá tú no, pero si te divorcias de Flacila yo te las enseñaré de modo que nos las podamos decir el uno al otro. Entonces, digan lo que digan los demás, estaremos unidos para toda la eternidad, mi señor -le prometió. Le rodeó con los brazos y se apretó a él con fuerza, besándole con toda la pasión que su joven alma pudo reunir. Luego levantó la mirada y dijo: -Jamás volverás a ocultarme nada ni a contarme medias verdades, mi amado señor, o me enfadaré muchísimo. No conoces todavía mi mal genio, y no te aconsejo conocerlo.
Ésas palabras le dejaron atónito y la felicidad que le inundó sólo le permitió preguntar:
– ¿Me amas? ¡Me amas! -La cogió en vilo y dio un par de vueltas. -¡Cailin me ama!
– ¡Suéltame! -exclamó ella riendo. -Los criados creerán que has perdido el juicio, mi señor.
– Sólo el corazón, mi amor, y eso lo guardarás a salvo para mí, ¡lo sé!
La dejó en el suelo con suavidad.
– Ve ahora a Constantinopla, mi señor, y convence a quien sea necesario de que has de deshacerte de esa mujer con quien te casaste por conveniencia. Yo esperaré ansiosa tu regreso.
– Legalizaré a todos los hijos que me des -prometió él.
– Sé que lo harás. ¡Ahora vete!
Ni siquiera tuvo que dar órdenes. Zeno informó a su amo de que tema el caballo ensillado esperándole en el patio. Aspar rió en voz alta. Era una conspiración de felicidad, pensó. Su servidumbre adoraba a Cailin y haría lo que fuera necesario para asegurar la felicidad de ambos. Cabalgó hacia la ciudad y al poco alcanzó la litera de Flacila. Viajaron juntos el resto del camino hasta el palacio del patriarca, en el que fueron admitidos de inmediato y anunciados al líder religioso de Constantinopla.
El patriarca miró con ceño a la pareja.
– ¿A qué debo el placer de veros a los dos juntos? -preguntó con un murmullo nervioso.
– Queremos el divorcio -anunció Flacila sin rodeos. -Aspar y yo estamos de acuerdo. No puedes negarte. No hacemos vida de matrimonio y nunca la hemos hecho, mi señor. No hemos yacido juntos ni una vez y con frecuencia he traicionado a mi esposo con hombres de baja ralea -terminó.
– ¿Con frecuencia? -preguntó Aspar alzando una ceja en gesto de perplejidad.
– Raras veces te enterabas -dijo ella, y se echó a reír con desparpajo. -No todos terminaron tan escandalosamente como el episodio del gladiador y el actor, mi señor.
El patriarca palideció.
– ¿Conocías ese infortunado incidente? -preguntó a Aspar.
– Lo conocía -respondió el general. -Mis fuentes están mejor informadas que las vuestras, mi señor patriarca. Preferí no hacer caso de ello.
– ¿Debido a tu pequeña amante? -espetó el patriarca, haciendo ondear su túnica negra mientras se paseaba por la estancia con nerviosismo. -Jamás podrás casarte con ella. Tu prestigio es demasiado valioso para Bizancio, Flavio Aspar. Se te tolera tu conducta porque has sido discreto, pero sólo por ese motivo. Volved a casa, los dos.
– Me he casado dos veces por el bien de mi familia -dijo Flacila. -Me sentía feliz como viuda cuando mi esposo Constancio murió, pero los Estrabo me hicieron esposa de este hombre. Bueno, lo hice por ellos y por vos. Ahora quiero ser feliz con un hombre al que yo he elegido. -Sus ojos azules miraron al patriarca relucientes de furia. -Primo, deseo casarme con Justino Gabras y él desea casarse conmigo. Es el primer amante de mi categoría. La familia Gabras, como bien sabéis, es la primera familia de Trebisonda. Ahora tenéis al emperador en el bolsillo, y Aspar es el ciudadano más leal de esta tierra. No tenéis nada que temer de ellos. Yo os sería más útil como esposa de Justino Gabras, y con ello conseguiríais un importante vínculo en Trebisonda. Si os negáis, causaremos tal escándalo que ni vos ni el emperador sobreviviréis a ello. Hablo en serio, primo, y sabéis que soy capaz de destruiros -terminó Flacila con aire amenazador.
– ¿A ti te satisface permitir ese matrimonio? -preguntó débilmente el patriarca a Aspar, pero sabía que ésta consideraba la situación un puro golpe de suerte.
– No discutiré con Flacila -respondió con calma. -Si este matrimonio puede hacerla feliz, ¿por qué negárselo, mi señor? ¿Con qué fin? Tienes razón respecto a la familia Gabras y, sospecho, ellos estarían aún más agradecidos a Flacila. Su amante nunca ha estado casado y hacerlo podría contribuir a que asentara su personalidad más bien errática. Esto sin duda sería positivo para los Estrabo y para vos. -Se encogió de hombros. -En cuanto a mi situación, seguiré siendo discreto. Poco puede decirse de un hombre no casado que tiene una amante y le es fiel, mi señor. Es una pequeña recompensa que pido por todos mis servicios al Imperio.
– Ella tiene que bautizarse -señaló el patriarca. -Podemos tolerar a una amante cristiana, Flavio Aspar, pero jamás a una pagana. Yo mismo elegiré a un sacerdote para que reciba instrucción, y cuando él me indique que está preparada para recibir el sacramento, yo personalmente la bautizaré en la verdadera fe ortodoxa de Bizancio. ¿Aceptas mi decisión?
– Sí -respondió Aspar, preguntándose cómo se lo explicaría a Cailin. A ella le parecerá irracional, pero al final lo haría para complacerle a él, porque era la única manera en que su relación sería tolerada.
El patriarca se volvió hacia Flacila.
– Tendrás tu divorcio, prima, y antes de que la familia Estrabo lo sepa siquiera. No tengo intención de discutir con ellos este asunto. Elige una fecha para la boda y yo personalmente te casaré con Justino Gabras. Sin embargo, habrá que hacerlo en privado y con un poco de decoro. No permitiré que ninguno de los dos hagáis de este asunto un espectáculo. Y después ofrecerás una fiesta a la familia para celebrar esta nueva unión. No habrá ninguna orgía. ¿Lo entiendes? ¿Justino Gabras lo entenderá?
– Se hará según tus deseos, mi señor patriarca -aceptó Flacila con docilidad.
El clérigo rió sin ganas.
– Si es así -dijo, -será la primera vez que realmente me obedeces, prima.