CAPÍTULO 03

La aldea donde Cailin se encontraba era la principal aldea de la colina de los celtas dobunios. Era una fortificación típica de los poblados célticos en Britania. Había quince casas en el interior de las murallas, y la de su abuelo era la más grande. Todas las moradas salvo la de Berikos estaban construidas con madera, paredes de barro y zarzos y techo de paja. Había otras diez aldeas que pertenecían a la colina de los dobunios, pero cada una sólo tenía ocho casas.

Aunque las casas eran confortables, distaban mucho de la villa en que Cailin había crecido. Los suelos de la villa eran de mármol o mosaico. El suelo de la casa de su abuelo era de piedra, y en las otras casas era de tierra dura. Las paredes de la villa eran de escayola, pintadas y decoradas. Cailin tuvo que admitir que las paredes de barro y zarzo, aunque no eran bonitas, protegían de la lluvia y el frío. Al fin y al cabo, éste era el verdadero fin de una pared. En la villa de su padre disponía de un pequeño dormitorio para ella sola. En la casa de su abuelo compartía un confortable espacio para dormir con Brenna. Estaba construido en la pared y a Cailin le parecía bastante acogedor.

– No estás nada mimada -observó Ceara mientras Cailin desenvainaba guisantes para ella una tarde. -Habría dicho que al haber sido educada como lo fuiste, rodeada de esclavos, sabrías poco y te quejarías mucho.

– Me enseñaron que en los primeros días de Ron las mujeres, incluso las del orden social más elevado eran laboriosas y conocían las artes domésticas. Se encargaban personalmente de sus hogares. Aunque la familia de mi padre ha vivido en Britania centenares años, esos valores se conservaron. Mi madre me enseño a tejer y cocinar, entre otras cosas. Algún día seré una buena esposa, Ceara.

Ceara sonrió.

– Sí, creo que sí. Pero ¿quién será tu esposo, Cailin Druso? Me sorprende que todavía no te hayas casado.

– No había nadie que me gustara, Ceara -dijo Cailin. -Mi padre intentó emparejarme una vez, pero no quise. Elegiré a mi esposo cuando llegue el momento. Por ahora, necesito ser libre para cuidar de mi abuela y ganarme el pan. Hay muchas cosas que no sé.

Ceara guardó silencio. En el festival de Lug, después de la cosecha, se celebraría una gran reunión de todos los habitantes de la colina de los dobunios. Quizá a habría algún joven que agradara a Cailin. Tenía quince años, empezaba a superar la edad casadera. Sin embargo Ceara conocía a todos los jóvenes de las diversas aldeas No se le ocurría ninguno que pudiera ser adecuado.

Cailin necesitaría un marido antes de que finalizara el año. Brenna no viviría mucho más tiempo. Aunque no parecía haber resultado herida de gravedad en el incendio de la villa, sus pulmones probablemente se habían abrasado con el calor y el humo. No había recuperado su fuerza. Pasaba casi todo el tiempo sentada durmiendo. Caminar, aunque sólo fuera una corta distancia, la agotaba, de modo que Corio la llevaba de lado a otro para que pudiera participar en la vida familiar. Si Cailin no veía a su abuela extinguirse poco a poco, Ceara y Maeve sí.

La vida cotidiana en la aldea de Berikos giraba en torno al cultivo de los campos y el cuidado del ganado. La tierra pertenecía a la tribu en común, pero la propiedad del ganado separaba las clases sociales. Berikos poseía un nutrido rebaño de animales de cuernos cortos que se empleaban para obtener leche, carne y a veces se vendían, y también poseía ovejas que daban una lana de excelente calidad. Cada hombre de su familia tenía al menos dos caballos, pero Berikos tenía una manada. Poseía también gallinas, gansos y patos, y criaba cerdos. El cerdo celta era famoso en todo el mundo occidental, y los dobunios lo exportaban de manera regular. Berikos también criaba perros de caza de los que se sentía muy orgulloso.

Cailin aprendió a trabajar en el huerto de Ceara. Era un tipo de tarea que su familia dejaba para los esclavos, pero aunque le disgustó el estado de sus manos después de varios días de trabajo, Cailin se enteró a través de su prima Nuala, la hermana pequeña de Corio, de que una crema de grasa de oveja derretida le curaría las manos enrojecidas o cualquier parte de su piel que requiriese cuidados.

Nuala, que tenía casi catorce años, se llevaba a Cailin consigo cuando iba a vigilar las ovejas. A Cailin le gustaban esas horas que pasaba en las verdes colinas. Nuala le contó todo lo que necesitaba saber acerca de su familia dobunia, y Cailin a su vez le relató su vida antes de que su familia fuera asesinada. Era la primera verdadera amiga de Cailin. Se comportaba de un modo mucho más amable que las chicas britano-romanas con las que se había criado, y era más aficionada a las diversiones. Era más alta que Cailin y tenía un magnífico pelo oscuro que llevaba largo y unos vivos ojos azules.

Cailin raras veces veía a su abuelo y consideraba este hecho una bendición. Él pasaba las noches con su joven esposa Brigit, en la casa de ella. Sin embargo, Brigit no cocinaba al gusto del anciano, por lo que éste tomaba sus comidas en el comedor de su casa. Cailin evitaba a Berikos por Brenna, pero él no la había olvidado.

– ¿Es inútil como todas las mujeres romanas? -preguntó a Ceara un día.

– Kyna le enseñó a cocinar, a tejer y coser -le respondió Ceara. -Lo hace bien. Esa costilla que roes con tanta fruición la ha preparado Cailin.

– Mmm -gruñó el anciano.

– Y cuida de mi huerto, Berikos. Mis huesos son casi tan viejos como los tuyos. No me gusta ir arriba y abajo, arrancando malas hierbas, sachando, trasplantando. Cailin ahora lo hace por mí. Aprende de prisa. Nuala la ha llevado a cuidar de las ovejas. Cailin también cuida de Brenna. Kyna la educó bien. Es una buena chica, pero debemos encontrarle un marido. Brenna no vivirá mucho, y cuando muera, a Cailin le parecerá que no tiene a nadie.

– Nos tiene a nosotros -replicó Berikos con aspereza.

– No será suficiente -declaró Ceara.

– Bueno -dijo el jefe dobunio, -al menos se está ganando el pan, si puedo creerte, Ceara.

– No soy esposa proclive a mentir, Berikos -espetó Ceara. -Debes mirar a tu catuvellaunia si quieres encontrar mentiras.

– ¿Por qué no puedes llevarte bien con Brigit? -rezongó él.

– Porque ella no me tiene respeto, y tampoco a Maeve. Se aprovecha de ti, Berikos, y tú dejas que lo haga. Apela a tu lado oscuro y te incita a hacer cosas que jamás habrías hecho antes de casarte con ella. Es malvada y demasiado ambiciosa para ser la esposa de un jefe dobunio. Pero ¿por qué malgasto palabras ha blando contigo? Tú no quieres oírlas. Jamás te he mentido, Berikos. Cailin es una buena chica -finalizó Ceara con suavidad.


A mediados de junio la espelta, una especie de trigo temprano, fue recogido. A finales de julio se recogió el einkorn, una variedad de trigo de un solo grano, junto con la cebada, el centeno y el mijo. El grano que había que conservar para sembrar o permutar era colocado en silos de piedra subterráneos, cerrados con arcilla. El grano para uso cotidiano se guardaba en los graneros. El heno se cortaba y se ponía a secar sobre rejillas de madera.

Nuala y Cailin recogían hojas de glasto, llenando con cuidado sus toscos cestos; aplicándoles un tratamiento, se convertían en un maravilloso tinte azul por el que los celtas eran célebres. También desenterraban raíces de rubia, que producían un excelente tinte rojo. Cuando se mezclaban los dos, el resultado era un color púrpura muy solicitado. Los colores serían utilizados en las prendas de vestir confeccionadas con el lino y cáñamo que también recogían.

El 1 de agosto se celebraba la fiesta del gran dios del sol celta, Lug. Era señalado en toda Britania por una tregua militar general entre las tribus. Hecha la principal recolección, habría una gran reunión de todos los dobunios de la colina, con juegos, carreras, música y recitales de poesía. Cailin estaba familiarizada con el festival, pues en Corinio también se celebraba una fiesta en honor del Lug.

Se preguntó si alguna vez volvería a ver la ciudad. Poco después de la muerte de su familia, sus tíos Epilo y Lugotorax habían viajado a Corinio para enterarse de lo que se decía de las muertes de Gayo Druso y su familia. Se detuvieron en la principal taberna y mencionaron al tabernero la villa arrasada por el fuego que habían visto a unos kilómetros de la ciudad.

– Parece que ha habido un incendio reciente -dije Epilo con indiferencia.

– ¿Alguien resultó herido? -preguntó Lugotorax.

El tabernero, alma chismosa con poco trabajo aquel día soleado, respiró hondo y respondió.

– Fue una gran tragedia. La villa pertenecía a Gayo Druso Corinio. Su familia se remontaba a la época de emperador Claudio, cientos de años atrás. Gente agradable. Una familia muy respetable, en verdad. Tenía tres hijos, dos chicos y una chica. Y también vivía con ellos la madre de la esposa. Ahora todos están muertos. La villa se incendió en el último Beltane y toda la familia pereció.

– Entonces ¿la tierra está en venta? -pregunto Epilo.

– No -respondió el tabernero. -Lo que fue mal; suerte para Gayo Druso Corinio fue buena para su primo Quinto Druso. Ese joven vino de Roma hace un par de años y se casó con la hija del magistrado jefe de Corinio, una mujer rica. Ahora él ha heredado las tierras que pertenecían a Gayo Druso Corinio. Bueno, y; saben lo que se dice, amigos: la riqueza llama a la riqueza, ¿eh?

Cuando viajaban de regreso a su aldea, Epilo comentó:

– Me gustaría esperar una noche oscura a ese tal Quinto Druso y rebanarle la garganta. Asesinar a la familia fue algo horrible, pero recuerda lo que nos contó Brenna que le hicieron a nuestra hermana Kyna antes de morir.

– Matar a Quinto Druso no devolverá a nuestra hermana y su familia al mundo de los vivos -replico Lugotorax a su hermano. -Ahora tenemos que pensar en Cailin. Ceara dice que Brenna no vivirá mucho. Hemos de encontrar un buen marido para nuestra sobrina.

– Quizá en los festejos en honor de Lug-observó Epilo pensativo, -cuando todos los dobunios de la colina estén reunidos. ¿Crees que alguno de los hijos de nuestros hermanos sería adecuado para la muchacha? Quienquiera que sea, ha de ser un hombre con propiedades. A pesar de lo que padre diga, Cailin lleva nuestra sangre.

Un grupo de extranjeros, gente oscura con ropa de colores, que viajaba en tres carretas cerradas, llegaron a la aldea de Berikos la noche antes de la festividad de Lug. Debido a la fecha, fueron recibidos cálidamente e invitados a quedarse a los festejos.

– Gitanos -dijo Nuala. -Son muy buenos con los caballos, y se dice que algunos incluso poseen el don de la profecía.

A la mañana siguiente, cuando comenzaron las celebraciones, una anciana arrugada del grupo de gitanos se instaló bajo un pequeño toldo y se ofreció a adivinar la fortuna a cambio de otras cosas.

– ¡Oh! -exclamó Nuala excitada. -¡Vamos a que nos adivinen el futuro, Cailin! Quiero saber si tendré un marido joven y guapo sediento de mí. -Al ver la expresión asombrada de Cailin, Nuala ahogó una risa traviesa. -Los celtas hablamos sin rodeos -explicó a su prima.

– No tengo nada que ofrecer a la anciana -dijo Cailin. -De no ser por tu abuela, sólo tendría la túnica que llevaba cuando llegué. Las únicas joyas que poseo son los pendientes y el broche de oro y esmaltes que llevaba en la fiesta de Beltane. Ve tú, Nuala, a que te adivinen el futuro. Yo escucharé.

– Dale un bote de ese ungüento que te enseñé a hacer -dijo Nuala. -Será más que suficiente, te lo aseguro. Iremos juntas, pero yo entraré primero y le daré esta aguja de bronce y esmaltes. Es realmente hermoso, pero ya no me gusta.

Las dos primas se acercaron al toldo. La mujer que estaba debajo era sin duda una criatura de aspecto anciano. Sus negros ojos las examinaron cuando llegaron a ella. Parecía una tortuga asoleándose sobre una roca a principios de primavera, pensó Cailin.

– ¡Venid! ¡Venid, guapas! -les saludó. -¿Queréis que la vieja abuelita os adivine el futuro?

Sonrió, mostrando una boca sin dientes.

Nuala le tendió el alfiler y la anciana lo cogió, lo examinó con atención e hizo un gesto de asentimiento.

– Nadie hace un mejor trabajo de esmaltes que vosotros los celtas -dijo con admiración. -Dame la mano, muchacha. Veremos qué te reserva la vida. -Cogió la mano de Nuala y miró con atención la palma. -¡Ahhh! -exclamó, y volvió a mirar la mano. -¡Sí! ¡Sí!

– ¿De qué se trata? -preguntó Nuala. -¿Qué ves, anciana?

– Un hombre fuerte y guapo, muchacha, y no sólo uno. Serás esposa de dos hombres. Tendrás muchos hijos y nietos. ¡Ay! Vivirás muchos años, niña. No siempre será una vida fácil, pero no serás infeliz.

La gitana soltó la mano de Nuala.

– ¿Dos maridos? -Nuala parecía perpleja y ahogó la risa. -Bueno, si uno es suficiente, estaré encantada de tener otro. ¿Y muchos hijos, dices? ¿Estás segura?

La anciana asintió con vigor.

– Bueno -prosiguió Nuala, -es un buen destino y seré feliz. ¿Qué mejor para una muchacha que casarse y tener hijos? -Empujó a Cailin con suavidad. -¡Ahora dile el futuro a mi prima! Tiene que ser al menos tan bueno como el mío. ¡Dale el ungüento, Cailin!

Cailin entregó el pequeño bote de piedra a la gitana, quien cogió la mano de la joven y la examinó.

– Hace poco has burlado a la muerte -dijo la adivinadora. -La burlarás más de una vez, muchacha, antes de que llegue tu hora. -Miró a Cailin a la cara y ésta se estremeció. La gitana volvió a mirarle la palma. -Veo a un hombre; no, más de uno. -Meneó la cabeza. -Torres doradas. ¡Ay, aquí hay demasiada confusión! No veo lo que necesito ver. -Dejó la mano de Cailin. -No puedo adivinar más, muchacha. Lo siento. Toma tu ungüento.

– No -repuso Cailin. -Guárdalo si puedes decirme una sola cosa, anciana. ¿Perderé pronto a un ser querido?

La gitana volvió a coger la mano de Cailin y dijo: -Recientemente has perdido a varios seres queridos, muchacha, y sí, el último lazo que te une a tu antigua vida pronto será cortado por la muerte. Lo siento por ti.

– No lo sientas -le dijo Cailin. -No has hecho más que confirmar lo que mi voz interior me dice. Que tus dioses te protejan.

Se dio la vuelta y se alejó, Nuala detrás de ella.

El rostro de la muchacha más joven mostraba preocupación.

– Es Brenna, ¿verdad? -preguntó.

Cailin asintió.

– Trato de poner buena cara por ella -dijo. -En mi presencia todos fingen que no se dan cuenta, pero todos lo sabemos, incluso la abuela. He vivido con ella toda mi vida. Me salvó de la muerte y me trajo a un lugar seguro. Deseo tanto que se ponga bien y viva muchos años más, pero no será así, Nuala. Se está muriendo cada día, y a pesar de todo mi amor no puedo ayudarla.

Nuala rodeó los hombros de su prima e intentó consolarla.

– La muerte no es más que el umbral entre esta vida y la siguiente, Cailin. Tú lo sabes, entonces ¿por qué te apenas antes de que Brenna siquiera haya dado el primer paso para cruzarlo?

– Me apeno porque no puedo dar ese paso todavía, Nuala. Me quedaré sola a este lado de la puerta mientras mi familia vive en el otro. Echo de menos a mis padres y mis hermanos.

No había nada que Nuala pudiera decir para consolar a Cailin, y por tanto se quedó callada. Ella tenía a toda su familia con ella. Apenas podía imaginar cómo sería vivir sin la familia de una, y ese pequeño esfuerzo de la imaginación estuvo a punto de hacerla llorar. Para cambiar de tema, sugirió:

– Vamos a ver las carreras. Mi hermano Corio es muy rápido. Todos los jóvenes de las otras aldeas intentarán ganarle.

– ¿Y no lo conseguirán? -preguntó Cailin con una leve sonrisa. El amor de Nuala por su hermano rozaba la adoración.

– Nadie puede ganar a Corio -sentenció Nuala con orgullo.

– ¡Yo puedo! -exclamó una joven voz, y las primas se volvieron sorprendidas. Era un muchacho de cabello oscuro sujeto en la nuca con una correa de cuero.

– Bodvoc el fanfarrón -se burló Nuala. -No pudiste vencer a mi hermano en las últimas fiestas de Lug. ¿Por qué crees que ahora puedes hacerlo?

– Porque este año soy más rápido -respondió Bodvoc, -y cuando gane la carrera, Nuala, me recompensarás con un beso.

– ¡Claro que no lo haré! -replicó Nuala indignada, enrojeciendo, pero Cailin observó que su protesta en realidad no era tan firme como quería aparentar.

Bodvoc sonrió, seguro de sí mismo.

– Sí lo harás -dijo; luego se alejó para reunirse con los otros jóvenes que se preparaban para participar en la carrera.

– ¿Quién es? -preguntó Cailin.

– Bodvoc. Su padre es Carvilio, jefe de una de las aldeas de nuestro abuelo. Tu madre tenía que haberse casado con Carvilio, pero cuando ella eligió a tu padre, él se casó con una mujer catuvellaunia. Bodvoc es el último de sus hijos.

– A Bodvoc le gustas, Nuala -bromeó Cailin.

Nuala ahogó una risita.

– Bueno -concedió, -es guapo.

– Y sospecho que tiene una insaciable sed de tu cuerpo. ¿Podría ser el primero de tus maridos?

– Oh, no comentes a nadie que la gitana ha dicho que tendré dos maridos -rogó Nuala. -Ningún hombre querrá arriesgarse conmigo si cree que eso le acortará la vida. ¡Y entonces moriré solterona!

– No lo diré -prometió Cailin, -pero vayamos a ver la carrera y comprobemos si realmente le debes un beso a Bodvoc.

Nadie creía que Corio pudiera ser derrotado, pero para sorpresa de todos, Bodvoc terminó un cuerpo por delante del campeón. Vestido sólo con unos calzoncillos de cuero, empapado de sudor su musculoso pecho a causa del esfuerzo, se acercó con grandes pasos a una Nuala sorprendida.

– Me debes un beso, Nuala de los ojos azules -dijo con voz suave mientras una lenta sonrisa iluminaba sus bonitas facciones.

– ¿Por qué iba a besar a un hombre que ha superado a mi hermano favorito? -replicó ella sintiendo un poco de debilidad en las rodillas. Bodvoc era tan apuesto…

Bodvoc no discutió con ella, sino que se limitó a atraerla contra su cuerpo e inclinarse para besarla. Nuala exhaló un hondo suspiro y cedió a él un largo momento mientras sus labios se ablandaban bajo los de él. Estuvo a punto de caer cuando él la soltó suavemente. La pálida piel de Nuala enrojeció cuando los participantes en la carrera, incluido su propio hermano, rieron divertidos.

– ¿Nuala? -dijo Cailin en voz baja.

La voz de su prima devolvió a Nuala a la tierra. Se echó hacia atrás y dio una bofetada a Bodvoc.

– ¡No te he dicho que pudieras besarme, zoquete! -gritó, y se alejó corriendo, ondeando al viento su largo pelo oscuro.

– ¡Me ama! -exclamó Bodvoc exultante, y se volvió hacia Corio. -Dile a tu padre que quiero a Nuala por esposa -dijo, y echó a correr tras la muchacha.

La multitud empezó a dispersarse. Cailin miró a Corio.

– ¿Ella le aceptará?

– Bodvoc le gusta a Nuala desde hace años, y ahora tiene catorce. Es suficientemente mayor para ser una esposa. Hacen buena pareja. Él tiene dieciocho y es fuerte. Tendrá hermosos bebés, Cailin. Ahora tenemos que encontrarte un marido para ti también, prima. Supongo que a mí no me considerarías como compañero, ¿verdad?

Por un breve instante una expresión casi esperanzada le cruzó el rostro y Cailin comprendió, para su sorpresa, que su primo Corio albergaba sentimientos hacia ella que, si eran estimulados, podrían convertirse en amor.

– Oh, Corio -dijo y le cogió el brazo. -Te quiero, pero mi amor es el de una hermana hacia un hermano. No creo que nunca seas nada más para mí. -lo abrazó. -Creo que en estos momentos de mi vida necesito un amigo más que un marido. Sé mi amigo.

– Eres la muchacha más hermosa que jamás he visto y quieres que sea tu amigo -dijo Corio con tono quejumbroso. -Sin duda he hecho algo que ha desagradado a los dioses para que me impongan semejante carga.

– Eres un bribón, queridísimo primo -rió Cailin, -y no me das lástima. Tu camino está sembrado de corazones rotos.

Aquella noche Cailin aprendió un poco más acerca de su herencia dobunia cuando su abuelo se presentó ante una concurrida audiencia en su salón y recitó la historia de su tribu céltica. A su lado, un joven arpista tocaba, alternando en su música la dulzura y la pasión, según la parte de la historia que se estaba recitando. Ceara y Maeve iban de un lado a otro del salón, procurando que todos sus invitados estuvieran cómodos; pero en la alta tarima Brigit, la joven esposa de Berikos, se exhibía sentada con aire orgulloso.

En los tres meses que llevaba viviendo entre los dobunios, Cailin había visto pocas veces a Brigit y nunca había hablado con ella. Brigit era hermosa, con una belleza fría, piel inmaculada como el mármol, ojos plateados y cabello negro azabache. Se mantenía distante, creyendo que la protección de su anciano esposo era lo único que necesitaba.

– Y cuando él muera, ¿se ha preguntado Brigit qué será de ella? -observó un día Ceara con amargura.

– Encontrará a otro anciano necio -respondió Maeve. -Ningún hombre joven la aceptaría, pues es evidente que no tiene corazón. Pero a un anciano se le puede hacer creer que será la envidia de todos por poseer una esposa joven.


En los días siguientes a la celebración de Lug se completó la recolección final. Se recogieron las manzanas y peras de los huertos. Se araron los campos de nuevo y se plantó el trigo de invierno. Cailin arrancó zanahorias, nabos y cebollas para guardar al fresco.

– Deja la col hasta que haya peligro de helada fuerte -dijo Ceara. -Está mejor en el jardín. Pero recoge todas las lentejas que quedan. Quiero secarlas y guardarlas yo misma.

– Cuida de Cailin cuando yo me vaya -pidió Brenna a Ceara una tarde. -Todo lo que ella conoce ahora ha desaparecido. Es valiente, pero la he oído llorar por la noche cuando cree que yo duermo y no oigo. Su dolor es muy grande.

– ¿Por qué no Maeve? -preguntó Ceara. -Es hermana.

– Maeve está loca por Berikos -contestó Brenna, -y además Cailin te ha cogido afecto. Honrar; Maeve, pero eres tú en quien confía y a quien ha aprendiendo a querer. Prométeme que cuidarás de ella querida amiga. Cada vez me queda menos tiempo, pero no puedo irme tranquila si no sé que Cailin tiene en ti una amiga y una protectora.

– Cuando hayas cruzado el umbral -declaró Ceara, -cuidaré de Cailin como lo haría con una de mis nietas. Lo juro por Lug, Dana y Macha. Puedes confiar en mi palabra.

– Lo sé -dijo Brenna con alivio.

Brenna murió la víspera de Samain, seis meses después del incendio. Se fue a dormir y ya no despertó. Cailin, en compañía de Ceara y Maeve, lavó su cuerpo y lo vistió para su entierro. Como refugiadas, Cailin su abuela poseían pocas cosas, pero junto al cuerpo empezaron a aparecer pucheros decorados, vasijas bronce para comer y beber, fragmentos de joyas, pieles, ropa y otras cosas que se consideraban necesarias para una mujer, para que fuera enterrada como correspondía a la esposa de un jefe dobunio.

Brenna fue enterrada varias horas antes de la puesta de sol, cuando comenzaban las fiestas Samain. El arpista tocó una triste melodía mientras las plañideras seguían el cadáver. Berikos acompañó a la esposa que había vivido separada de él hasta el último lugar de desean junto con el resto de la familia. Incluso Brigit se encontraba entre las plañideras oficiales. Como siempre, procuró atraer la atención de Berikos hacia sí misma.

– ¿No podía haber esperado a morirse cuando hubiera comenzado el nuevo año? -se quejó a su esposo.

– Me parece apropiado que Brenna eligiera el último día del año para poner fin a su existencia aquí y cruzar el umbral -respondió Berikos con aspereza.

– La fiesta de esta noche quedará deslucida -observó Brigit.

Ceara vio venir la tormenta pero no pudo impedirla. Cailin se volvió y se puso delante de Brigit, cerrándole el paso.

– ¿Cómo os atrevéis a hablar con tanta falta de respeto en el funeral de mi abuela? -preguntó. -¿Eso enseñan los catevellaunios a sus hijas? Mi abuela era una mujer virtuosa y buena, estimada por todos los que la conocieron. ¡A vos lo único que os preocupa es vuestra persona y vuestras egoístas necesidades!

– ¿Quién es esta… esta muchacha? -preguntó Brigit airada a su esposo.

– Mi nieta Cailin -respondió él. -La nieta de Brenna.

– Ah, la perra mestiza -dijo Brigit con desprecio.

– No soy mestiza -replicó Cailin con orgullo. -Soy britana. No creo que vuestra sangre sea tan pura, Brigit de los catevellaunios. Según me han dicho, las legiones sembraron muchos campos entre las mujeres de vuestra tribu. Vuestra nariz romana os delata. Me sorprende que mi abuelo no se fijara en ello, pero su lujuria por vos es tan grande que no ve nada más que un par de abundantes senos y unas nalgas firmes.

– ¿Vas a permitir que me hable así, Berikos? -dijo Brigit, las mejillas enrojecidas de indignación.

– Tiene razón, Brigit. No eres respetuosa con los muertos y mi lujuria por ti me ciega -replicó Berikos con cierto humor.

– ¡Habría que azotarla! -instigó Brigit.

– ¿Sois lo bastante valiente para intentarlo, mujer catuvellaunia? -espetó Cailin. -¡No, no lo sois! Os escondéis detrás de la autoridad de mi abuelo y recurrís a él cuando no conseguís lo que queréis. Todos sabemos qué sois: el juguete de un anciano cuya lujuria le ha convertido en el hazmerreír de todos. ¿Qué haréis cuando Berikos cruce el umbral, Brigit de los catevellaunios? ¿Buscaréis a otro anciano para seducirle con vuestra juventud y vuestro bonito rostro? ¡No seréis joven eternamente!

– ¡Cállate, Cailin! -ordenó. -Creí que habíamos venido a enterrar a Brenna, pero oigo su voz a través de tu boca, vituperándome como ella jamás podrá hacer. Hablas de respeto, pero ¿dónde está tu respeto por Brenna cuando interrumpes su entierro de esta manera? ¡Ahora cállate, muchacha! No quiero oír otra palabra tuya en todo el día.

Cailin le miró con aire desafiante pero no dijo nada más. Brigit, sin embargo, prorrumpió en llanto y se alejó corriendo, seguida de sus dos criadas.

Berikos gruñó.

– Sólo los dioses saben lo que me costará esto -rezongó a Ceara y Maeve. -Quizá debería hacer azotar a la chica.

– La ira de Cailin no es más que el reflejo de su dolor, Berikos -dijo Ceara con sensatez. -Recuerda que sólo hace seis meses que toda su familia fue cruelmente asesinada a traición. Únicamente sobrevivió Brenna, y Cailin vivía para Brenna. La ha cuidado con devoción.

– Mi hermana era lo único que Cailin creía que le quedaba -intervino Maeve. -Ahora Brenna también ha muerto. Cailin está abrumada por su soledad. Kyna era una buena esposa y madre. Su familia estaba muy unida.

– Piensa, Berikos -dijo Ceara, -cómo te sentirías si todos a los que amabas ya no estuvieran aquí y sólo quedaras tú. Cailin jamás podrá reemplazar a los que ha perdido, pero debemos ayudarla a hacer las paces consigo misma y comenzar una nueva vida.

– Esa chiquilla tiene que aprender a sujetar la lengua -replicó Berikos, escociéndole aún las ásperas palabras de su nieta. -Será mejor que le enseñéis modales dobunios. La próxima vez la haré azotar -amenazó.

El anciano miró hacia donde se encontraba la apesadumbrada muchacha, a cierta distancia de ellos, junto a la tumba de Brenna. Entonces Berikos se apartó de sus dos esposas y se encaminó a su casa, donde pronto daría comienzo el banquete de Samain.

Ceara meneó la cabeza.

– Se parecen tanto -dijo. -Cailin puede que sea franca como Brenna, pero es tan terca como Berikos. Volverán a chocar, puedes estar segura.

– Y Brigit buscará la manera de vengarse -observó Maeve. -No está acostumbrada a que la insulten en público, ni a que Berikos no acuda en su defensa.

Aquella noche, Ceara mantuvo a Cailin ocupada ayudando en el banquete. Brigit, sentada en el lugar de honor junto a su esposo, se había vestido con especial cuidado. Su túnica escarlata estaba bordada en oro en el cuello y las mangas. En torno a su esbelto cuello llevaba un delicado torque de oro con filigranas de esmalte rojo. De sus orejas colgaban unas perlas y llevaba el largo pelo negro suelto, sujeto sólo con una banda de oro y perlas en torno a la frente.

Observó a su enemiga y contempló su venganza. Nada de lo que se le había ocurrido hasta el momento era adecuado. Por supuesto ahora no era el momento oportuno, pero cuando éste se presentara sin duda lo sabría. Entretanto, ataría más corto aún a Berikos para que aprobara cualquier cosa que ella deseara cuando se presentara la ocasión de la venganza.

Berikos, en un esfuerzo por arreglar las cosas con su joven esposa, le dijo:

– Compartiré un secreto contigo, Brigit.

Se acercó a ella y la cabeza le dio vueltas al percibir la embriagadora fragancia que Brigit rezumaba.

– Dime -dijo ella moviendo los rojos labios seductoramente. -Luego yo también te contaré un secreto, mi querido señor.

– He enviado a buscar un guerrero sajón para que enseñe a nuestros hombres lo que han olvidado acerca de la lucha. Si todo va como espero puede que el próximo verano empecemos a recuperar las tierras de los dobunios robadas por los romanos. Como las legiones hace tiempo que se marcharon y sin duda no volverán, lo único que queda de los romanos son granjeros y comerciantes. Los destruiremos. Creen que las tribus célticas se han convertido en perros salvajes, pero les demostraremos que no es así, Brigit. ¡Recuperaremos lo que es nuestro con la espada y el fuego! Nuestro éxito estimulará a los otros a recuperar también sus tierras. Britania volverá a ser nuestra. Será como en los viejos tiempos, bella mía… Bien, ¿qué querías decirme?

– ¿Recuerdas a los gitanos que vinieron para las fiestas de Lug? Bueno, una de mis criadas se enteró de un secreto que te proporcionará un placer que jamás has soñado, mi señor. -Hablaba con voz casi susurrante y el corazón le palpitaba de excitación. -He tardado todo este tiempo en aprender la técnica a la perfección, pero por fin la domino. Esta noche te la mostraré. No bebas en exceso, Berikos, o mis esfuerzos serán vanos.

El dejó la copa a un lado.

– Vámonos ahora -dijo.

– Si te marchas el banquete terminará -protestó ella débilmente. -Todavía es pronto, Berikos. Esperemos un poco más, te lo ruego.

– Las hogueras de Samain se han extinguido hace rato -replicó él. -En cambio, mi fuego por ti está en su apogeo, Brigit, esposa mía.

– Contén tu fuego un poco más, mi señor. -Sonrió con aire triunfal. -Será mejor después de la espera.

Le besó en los labios.

– Tal como mi nieta me ha recordado tan bruscamente esta tarde -dijo Berikos, -ya no soy un hombre joven. -Se puso en pie, arrastrando a Brigit consigo. -¡Vamos! La noche envejece tan deprisa como yo. Salieron del comedor y Ceara sonrió con amargura. -Brigit nos recuerda una vez más que es ella quien guía al viejo semental que conduce este rebaño.

– Me pregunto qué le habrá dicho para que se marchen tan pronto -observó Maeve.

– Le habrá sugerido algún juego lascivo, puedes estar segura -dijo Ceara. -El siempre ha tenido un gran apetito por el cuerpo de las mujeres. Y es evidente que sigue siendo así, pero ¿puede hacerlo a su edad?

– Pareces celosa -declaró Maeve, asombrada.

– ¿Tú no lo estás? -repuso Ceara. -Se me puede considerar una mujer anciana en virtud de mis años, pero ¿por qué mis deseos no pueden ser tan apasionados como los de Berikos? No me importaría que visitara mi cama de vez en cuando. Siempre ha sido un buen amante.

– Sí -coincidió Maeve, -lo era. Ahora que somos mayores nadie nos admira ni pide permiso a Berikos para compartir nuestra cama. Me siento muy sola.

– Recuerdo cuando éramos jóvenes -dijo Ceara. -Berikos estaba orgulloso de cómo los otros hombres deseaban a sus esposas cuando venían a visitarle. Siempre le producía un gran placer extender su hospitalidad a nuestras camas. Y también él recibía en la suya a las mujeres que venían de visita. ¿Recuerdas cuando llegaron aquellos tres jefes de tribus vecinas para discutir una alianza y expresaron su admiración por nosotras?

Maeve rió al recordar.

– ¡Ay, sí! Habían venido solos para que los demás no conocieran su visita. Berikos se vio obligado a repartirnos y aquella noche él se quedó sin compañera de cama. Brenna estaba casi a punto de tener a Kyna y por tanto no podía estar con él. Las únicas mujeres que quedaban disponibles eran parientes suyas. ¡Oh, parece que hace tanto tiempo de ello!

– Lo hace -dijo Ceara. -Las viejas costumbres están muriendo, y los hombres no están tan dispuestos a compartir a sus mujeres como antes. Es una lástima, ¿no crees? Las precauciones correctas impedían un embarazo no deseado, pero un hijo de un hombre honorable se consideraba una bendición. Debo admitir que disfruté con la variedad que se me ofreció en esas raras ocasiones.


Los días se iban haciendo más cortos a medida que se aproximaba el invierno. El sol no salía hasta tarde y se ponía pronto. Ceara y Maeve decidieron visitar a sus hijos y nietos en dos de las otras aldeas antes de que cayeran las nieves. Como irían a la aldea donde vivía Bodvoc con su familia, Nuala decidió acompañar a su abuela.

– Sólo quieres ir para compartir un espacio para dormir con él -bromeó Cailin. -Estás segura de que tendrás un vientre gordo cuando los dos os caséis en el próximo Beltane.

Beltane era la época tradicional para celebrar las bodas entre las tribus célticas.

– Si tengo un vientre gordo cuando por fin nos casemos, nadie estará más satisfecho que Bodvoc y su familia. Eso les demostraría que soy un campo fértil y que la semilla de Bodvoc es fuerte. Entre nuestras gentes eso no es ninguna vergüenza, Cailin. ¿Para los britanos no es igual? Tu sangre está tan mezclada que creía que seguirías muchas costumbres dobunias.

– Seguimos muchas costumbres que pertenecen a los pueblos célticos, Nuala -dijo Cailin, -pero entre los romanos una muchacha va virgen al matrimonio. Esa costumbre ha perdurado entre los britanos.

– Qué lástima -observó Nuala. -¿Cómo puedes complacer a tu esposo si no sabes nada respecto a hacer el amor? -Entonces sus ojos azules se abrieron de par en par. -¿Nunca has estado con un hombre, Cailin? -preguntó con asombro. -¿Ni siquiera con Corio? Oh, cuando regrese de visitar a Bodvoc tendré que remediar ese vacío en tu educación, querida prima. Saber leer está muy bien, pero una mujer ha de saber más cosas para complacer a un hombre en la cama.

– Me parece que todavía no quiero tener a ningún hombre en mi cama -se atrevió a decir Cailin.

– La próxima primavera cumplirás dieciséis años, prima -dijo Nuala. -Te enseñaré todo lo que necesitas saber y luego buscaremos a un hombre que te guste para practicar. ¡Bodvoc sería perfecto!

– ¡Pero Bodvoc ha de casarse contigo! -exclamó Cailin nerviosa.

– No soy celosa. Al fin y al cabo, tú no le amas. Es un amante maravilloso, Cailin. ¡Perfecto para una primera experiencia! Estoy segura de que a él le gustará ayudarnos en este asunto.

– No sé si puedo hacer una cosa así, Nuala. No me han educado con tanta libertad como a ti. No es mi manera de comportarme -dijo Cailin.

– Nosotros no consideramos reprobable el que hagan el amor dos personas que estén de acuerdo en hacerlo, Cailin -explicó Nuala. -No hay nada malo en dar y recibir placer. Puedes estar segura de que tu madre no era virgen cuando se casó con tu padre. -Dio unas palmaditas cariñosas a su afligida prima. -Hablaremos de esto cuando vuelva de visitar la aldea de Carvilio.

La madre de Cailin nunca le había hablado de estas cosas. Brenna tampoco. Muchas chicas de su edad, y más jóvenes, habían hablado de los misterios del amor, pero Cailin nunca había sentido una especial curiosidad por ello. Ningún hombre la había atraído lo suficiente para despertar su interés. Aunque había adquirido estatura y anchura y le había crecido el pecho nunca había pensado en la vida como mujer adulta. Ahora, al parecer, debía hacerlo.

Ceara y Maeve no se mostraban sutiles en su búsqueda de un marido para ella. Su razonamiento era claro: necesitaba un protector. Berikos apenas la toleraba y si hubiera tenido oportunidad, ya la habría echado de su casa. Ceara y Maeve cuidaban de ella, pero ¿qué ocurriría cuando ellas ya no estuvieran?

– Mantente lejos de tu abuelo mientras nosotras estamos fuera -advirtió Ceara a Cailin la mañana de su partida. -Brigit todavía tiene que vengarse de ti, lo intentará, sobre todo si no hay nadie para defenderte. ¿Estás segura de que no quieres venir con nosotras mi niña? Serías recibida con agrado.

Cailin hizo un gesto de negación.

– Sois buenas al pedírmelo, pero necesito estar solas conmigo misma y mis pensamientos. Desde que vine no he tenido tiempo para hacerlo. Me mantendré lejos de Berikos, te lo prometo, Ceara. No quiero que me repudie como hizo con mi madre. Al menos ella tenía a mi padre, pero yo no tengo a nadie.

– Asegúrate de que las esclavas le tienen preparadas las comidas a su hora, y de que estén calientes. Entonces no tendrás problemas con él. El estómago y el sexo son el centro de su vida actual. Ocúpate del estomago y Brigit se encargará de lo otro -le dijo Ceara con ironía.

Cailin rió.

– Si Berikos te oyera, diría que hablas como Brenna, estoy segura. No temas, vigilaré a las esclavas.

Durante dos días todo fue bien. A media mañana de tercer día Brigit entró en la casa presa de la agitación.

– ¿Dónde está Ceara? -preguntó a Cailin, que estaba sola ante su telar, tejiendo.

– Se ha ido por dos días a visitar a sus hijos -respondió Cailin. -¿No lo sabíais, señora?

– ¿Saber? ¿Cómo iba a saberlo? ¿Quién me cuenta nada? -se quejó Brigit. -Entonces Maeve. ¡Ve a buscar a Maeve! -pidió con excitación.

– Maeve también se ha ido -respondió Cailin.

– ¡Por todos los dioses! ¿Qué voy a hacer? -exclamó Brigit.

Cailin tragó saliva. Brigit parecía muy preocupada, y aunque no eran amigas, Cailin se oyó decir:

– ¿Puedo ayudaros en algo, señora?

Brigit entrecerró sus ojos azules y la observó con aire pensativo.

– ¿Sabes cocinar? -preguntó por fin. -¿Sabrías preparar un pequeño banquete para esta noche? Berilios recibirá una importante visita. Debemos ofrecerle nuestra mejor hospitalidad. -Enrojeció y admitió: -Yo no sé cocinar, al menos no lo bastante bien para preparar la clase de comida que hay que servir.

– Soy buena cocinera, y si las esclavas me ayudan puedo preparar una comida digna de un importante invitado, señora.

– ¡Entonces hazlo! -ordenó Brigit de mala manera. -Y será mejor que sea buena, mestiza, o esta vez conseguiré que tu abuelo te haga azotar por insolente. Ahora no hay nadie para defenderte.

Se volvió y salió apresurada de la casa.

«Debería haber ido con Ceara y Maeve -se dijo Cailin. -Así se habría encontrado en un buen apuro, y ¿qué habría pensado entonces Berikos de su guapa y joven esposa? Bueno, lo haré porque Ceara querría que lo hiciera y ella es buena conmigo.»

Se dirigió a la cocina, justo detrás de la casa. Allí dio instrucciones a los criados para la preparación de un espeso potaje con lentejas y cordero, mientras en el asador se cocería lentamente una ijada de buey. Habría col y nabo, y cebollas asadas a las brasas. Aquella tarde se coció pan, que sería servido con mantequilla y queso. Cailin dio brillo a una docena de manzanas y las apiló artísticamente en un cuenco de latón bruñido. Al llevarlas a la casa para colocarlas sobre la alta mesa, ayudó a la joven esclava que acababa de pulir ésta con cera de abeja. La enorme mesa era el orgullo y la alegría de Ceara. Disfrutaba con el hecho de que en otras casas las mesas estaban estropeadas y llenas de marcas hechas con cuchillos y copas. En el suyo, la mesa relucía como si fuera nueva.

La joven esclava trajo candelabros de latón.

– La señora siempre utiliza éstos cuando hay invitados importantes -informó a Cailin.

Cailin le dio las gracias y los colocó sobre la mesa; luego cogió unas gruesas velas y las clavó con cuidado en los pinchos de hierro que las sostendrían. Dio un paso atrás y sonrió para sí. La alta mesa tenía el mismo aspecto que si Ceara la hubiera preparado. Berikos no tendría motivo de queja.

Entonces Cailin se dio cuenta de que alguien la estaba observando. Se volvió y, al otro lado de la casa, vio a un hombre alto y apuesto. Su mirada era atrevida.

– ¿Quién es? -preguntó a la esclava.

– Es el invitado de vuestro abuelo -susurró la muchacha. -El sajón.

Cailin se volvió y bajó de la tarima. Se acercó con paso mesurado al hombre.

– ¿Puedo serviros en algo, señor? -preguntó sin detenerse a pensar que él quizá no entendía el latín.

– Quisiera sentarme junto al fuego, señora -fue la respuesta del hombre. -El día es frío y he hecho un largo viaje.

– Claro, venid junto al fuego -respondió Cailin. -Iré a buscaros una copa de vino, a menos que prefiráis cerveza.

– Vino, gracias. ¿Puedo preguntar a quién tengo el honor de dirigirme? No quisiera cometer ninguna ofensa en esta casa.

– Soy Cailin Druso, nieta de Berikos, el jefe de la colina de los dobunios. Pido disculpas por vuestro pobre recibimiento, pero Ceara, que es la señora de la casa, ha ido a visitar a sus nietos antes de que lleguen las nieves. No sabíamos que se os esperaba, de lo contrario no se habría marchado. ¿Han llevado vuestro caballo al establo, señor?

Cailin sirvió un poco de vino en una copa de plata decorada con ágatas de color verde oscuro y se la entregó al corpulento sajón. Ella nunca había visto a un hombre tan grande. Era incluso más corpulento que los hombres celtas que conocía. Su ropaje era de lo más vistoso: braceos verdes con galones cruzados en azul oscuro y dorado, y una túnica azul oscura que amenazaba con estallar a cada inspiración.

– Gracias; los siervos de vuestro abuelo se han ocupado de mi caballo.

Apuró la copa y se la devolvió a Cailin con una deslumbrante sonrisa. Sus dientes eran grandes, blancos y asombrosamente regulares.

– ¿Más? -preguntó ella.

El hombre tenía el pelo amarillo y largo hasta los hombros. Cailin nunca había visto cabellos de ese color natural.

– No, es suficiente por ahora. Gracias.

Unos relucientes ojos azules miraron a Cailin, que se sonrojó. Aquel hombre estaba produciendo un extraño efecto en ella.

– Me llamo Wulf Puño de Hierro -dijo él.

– Suena a feroz, señor -comentó ella.

Él sonrió.

– Gané ese nombre cuando era un muchacho imberbe simplemente porque podía cascar nueces de un puñetazo -le contó sonriente. -Sin embargo, más adelante, mi nombre adquirió un significado diferente, cuando me uní a las legiones del César en la tierra del Rin, donde nací.

– ¡Por eso habláis nuestra lengua! -exclamó Cailin, y volvió a sonrojarse. -Perdonad mi excesiva franqueza -dijo arrepentida.

– No os preocupéis -dijo él. -Sois sincera, espontánea. Eso no es ningún delito, Cailin Druso. Me gusta.

Cailin sintió un repentino calor en las mejillas al oírle pronunciar su nombre, pero su curiosidad era mayor que su timidez.

– ¿Cómo es que habéis venido a Britania? -preguntó.

– Me dijeron que en Britania hay oportunidades y tierra. En mi país queda poca tierra libre. Pasé diez años con las legiones, y ahora me gustaría establecerme para cuidar mi propia tierra y criar a mis hijos.

– Entonces, ¿estáis casado?

– No. Primero la tierra, y después una esposa o tal vez dos -contestó con sentido práctico.

Cailin sonrió con timidez a Wulf Puño de Hierro. Aquel sajón le parecía el hombre más apuesto del mundo. Luego, recordando sus deberes, dijo:

– Debéis disculparme, señor. Al no estar la señora Ceara, las cocinas están a mi cargo. Mi abuelo es muy exigente con sus comidas y le gustan muy calientes. Quedaos junto al fuego y poneos cómodo. Me ocuparé de que avisen a Berikos de que habéis llegado.

– Gracias por vuestra amabilidad y hospitalidad.

Cailin se apresuró a salir de la casa y se dirigió al primer sirviente que encontró para que fuera a buscar a su amo. Luego volvió a las cocinas a revisar las preparaciones finales de la cena, pidiendo que se dispusieran jarras de vino, cerveza e hidromiel. Probó el potaje e indicó a la cocinera que añadiera un poco de ajo. El buey siseaba y chisporroteaba sobre el fuego, y su aroma era irresistible.

– He enviado un hombre al arroyo a mirar en la red de pesca, señorita -le dijo la cocinera. -Ha encontrado dos buenas percas. Las he rellenado de cebolletas y perejil y las he cocido a la brasa. Es mejor que sobre y no que falte. Me han dicho que el sajón es un gigante y que ha hecho un largo viaje. Tendrá buen apetito para la cena, supongo.

– ¿Habrá suficiente, Orna? -se preocupó Cailin. -Berikos se enfurecerá si cree que desairamos a su invitado. Nunca había tenido que preparar una cena para una persona importante. No quiero avergonzar a Ceara ni a los dobunios.

– No se preocupe, señorita -la tranquilizó la sonrosada cocinera. -Lo ha hecho bien. Un buen potaje espeso, carne asada, pescado, verduras, pan, queso y manzanas. Es una buena cena.

– ¿Tenemos jamón? -se preguntó Cailin en voz alta, y cuando la rolliza Orna asintió vigorosamente, indicó: -Pues sirvámoslo también, y pon a hervir una docena de huevos. ¡Y peras! Pondré peras con las manzanas. Oh, por favor, procura que haya suficiente pan.

– Me ocuparé de ello -dijo Orna. -Ahora id a poneros vuestro vestido más hermoso, señorita. Sois mucho más guapa que la mujer catuvellaunia. Esta noche debéis sentaros en la mesa alta con vuestro abuelo, en el lugar de la señora Ceara. ¡Daos prisa!

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