CAPÍTULO 16

Las aldeas nunca habían poseído nombre. En los tiempos pasados se conocían simplemente por el nombre de quien mandaba, lo que con frecuencia provocaba confusiones. Ahora Wulf decidió que cada aldea necesitaba un nombre que no cambiara con cada nuevo jefe. Los britanos ya no eran un pueblo nómada.

La antigua fortificación de Berikos en la colina fue re-colonizada y llamada Branddun, colina de la almenara, pues como se hallaba en un punto elevado sería el lugar donde construir almenaras para encender fuego. La aldea de Epilo se convirtió en Braleah, que significaba pradera de la falda de la ladera, y en realidad tenía una muy bonita, como descubrieron la mañana de su regreso. Las otras dos aldeas fueron denominadas Denetum, porque ahora pertenecía a los propietarios del valle, y Orrford, porque estaba situada junto a un arroyo cuyas aguas poco profundas resultaba un perfecto lugar de cruce para el ganado. La casa se llamaba Caddawic, que significaba propiedad del guerrero.

Wulf y los hombres de las aldeas establecieron un acuerdo. A cambio de reconocerle como jefe supremo, él les dirigiría y protegería. Todas las tierras en el pasado reclamadas por los celtas dobunios ahora fueron cedidas a Wulf y sus descendientes. Los habitantes de la aldea recibirían los derechos de utilizar los campos comunes, los jardines de la cocina y de pacer sus animales en los pastos comunes.

Sus hogares les pertenecían, pero no la tierra. Tenían derecho a poseer ganado, caballos, cerdos, aves de corral, gatos y perros. Trabajarían tres días por semana para su jefe supremo realizando diversas tareas. Cuidarían sus campos y su ganado. Los que poseían alguna habilidad especial, como el tonelero, los techadores y los herreros, también aportarían sus esfuerzos. Todos dedicarían cierto tiempo a entrenarse para la defensa de las tierras.

Si llegaba la guerra, Wulf les dirigiría. Él sería padre, juez, guerrero y amigo para todos ellos. Era diferente de todo lo que ellos habían conocido jamás, pero a Epilo y los demás les parecía la mejor manera de vivir en aquel mundo sometido a constantes amenazas. Necesitaban estar unidos y un caudillo fuerte a quien otros hombres ambiciosos respetaran y temieran.

Las mujeres, entre ellas Cailin, plantaban los campos. Se ocupaban del grano mientras crecía y de los animales mientras los hombres construían defensas para las aldeas. Las defensas de la casa las dejaron para el final, pues sabían que Ragnar había apostado un hombre para espiarles en la colina. Calmaron al marido de Antonia dándole una falsa sensación de seguridad, ya que la casa no estaba defendida por barrera alguna. Ragnar no sabía que cada una de las aldeas próximas se estaba preparando para defenderse en caso de que él las descubriera, como con el tiempo ocurriría. A mediados de verano por fin retiró a su espía, decidiendo que su tiempo se podía aprovechar mejor en otra parte que ganduleando en la colina. La casa de Wulf sería suya cuando él decidiera apoderarse de ella, se jactaba Ragnar ante sus esposas.

Antonia, con el cuerpo magullado por una reciente paliza que su esposo le había propinado, meneó la cabeza con pesar. Estaba segura de que estaba embarazada. Eso al menos mitigaría un poco la irritación de Ragnar hacia ella, lo que le daría tiempo para pensar. Su esposo sajón iba a perderlo todo si ella no intervenía en el asunto. Ragnar no era un hombre muy listo, sino más bien como un toro. Y también había que pensar en su querido hijo Quinto. Las tierras que Ragnar afirmaba haber conquistado en realidad eran de Quinto. No podía permitir que aquel sajón prepotente se las robara.

Entretanto, cuando Ragnar retiró a su espía, Wulf y sus hombres empezaron a construir una defensa alrededor de la casa. Era un terraplén que coronaron con un muro de piedra. Sobre el muro dispusieron pequeñas torres de madera que ofrecían una excelente visión del valle circundante. Río de Vino trabajaba largas horas en su herrería haciendo puertas para las murallas con sólido roble viejo, de treinta centímetros de grosor y revestidas de hierro forjado.

Siempre había bullicio en la casa, que se encontraba llena de hombres de Wulf. Había mucho trabajo que hacer, y aún más que vigilar. Como ama del lugar, era obligación de Cailin dar instrucciones. Parecía no tener tiempo para sí misma ni intimidad alguna.

Un día, en un intento por buscar un respiro, subió la escalera que conducía a la buhardilla. No era un sitio espacioso, pues sólo cubría una tercera parte de la casa. Había cuatro espacios para dormir en las paredes de piedra, desprovistos de ropa de cama, pues ella y Wulf dormían abajo, con todos los demás.

Cailin suspiró, recordando los primeros días de su matrimonio, cuando él apenas podía esperar a reunirse en la cama con ella. Desde aquella maravillosa noche en Bizancio no habían tenido ocasión de copular. Wulf parecía totalmente absorbido por la tarea de levantar las defensas de la casa. Se acostaba tarde, cansado, y jamás la despertaba. Ella había probado varias veces a esperarle, pero era inútil. También ella estaba agotada, pues sus jornadas eran largas y empezaban temprano.

Un rayo de sol penetraba por una de las dos estrechas ventanas, iluminando parcialmente la buhardilla y Cailin empezó a visualizarla como la había imaginado. Su telar estaría junto a una ventana para aprovechar la luz. Habría una mesa rectangular de roble con dos sillas para comer en privado. Los espacios para dormir estarían vacíos, excepto el que emplearían ellos. Con el tiempo su familia compartiría esa estancia, pero no al principio. ¡De momento disfrutarían de su intimidad!

Una idea acudió a su mente. ¿Por qué no acondicionan ahora mismo la estancia? Tenía el telar, y el mobiliario se hallaba en un rincón de la casa, abajo, acumulando polvo. Cailin se acercó a dos estrechas ventanas hechas con membrana animal y las abrió. Penetró un aire cálido que la estimuló de inmediato. Dejó las ventanas abiertas y volvió a bajar al piso principal. Vio a su primo Corio a la mesa comiendo pan con queso y le llamó.

– Corio, ven a ayudarme.

Él se puso en pie.

– ¿Qué necesitas, prima?

Cailin se lo explicó, y en un santiamén Corio, con ayuda de varios hombres jóvenes, había subido el telar, la mesa, las sillas y la ropa de cama a la buhardilla.

– Lleva también el brasero -indicó ella, entregándole el calentador de hierro con el que habían viajado a través de Galia.

Él sonrió con picardía.

– No creo que lo necesites, pues Wulf parece a punto de explotar. -Rió entre dientes. -Si le das oportunidad, prima, no necesitarás el braserito de carbón.

– ¿En esta casa no hay ningún secreto? -preguntó ella con las mejillas ruborizadas. ¿Todo el mundo sabía que ella y Wulf no copulaban?

– Muy pocos -respondió Corio cogiendo el brasero. -Pero si insistes, prima -dijo sonriendo con aire pícaro, -lo subiré.

Cuando los hombres hubieron acabado las tareas que les habían asignado, Cailin volvió a subir a la buhardilla. Corio tenía más sensatez que ella. Se había ocupado de que subieran también los baúles en que guardaban sus objetos personales. Cambió la posición del telar y su taburete para disfrutar de la luz adecuada. La mesa no estaba centrada, pensó Cailin, y la colocó correctamente con las sillas alrededor.

Acondicionó el espacio para dormir con heno fresco y lo mezcló con ramitas de espliego, pétalos de rosa y hierbas aromáticas. Metió el lecho de plumas, con su práctico cutí de algodón, en una funda de seda azul que había confeccionado para ello. Era un lujo, pero ¿quién lo sabría, aparte de ellos? Ahuecó el lecho de plumas y lo colocó sobre el heno. Quitó la pequeña lámpara de alabastro de la hornacina del espacio para dormir y la llenó de aceite perfumado, colocó una nueva mecha y volvió a dejar la lámpara en su sitio. A los pies del espacio para dormir extendió una piel de zorro. Ahora el espacio estaba listo para sus ocupantes.

Cailin recorrió la estancia con la mirada. Aunque necesitaba colgaduras en las paredes y más muebles para ser verdaderamente confortable, de momento tendrían que conformarse con lo que había. Al menos estaba habitable. Aunque la intimidad no era algo demasiado apreciado por los sajones, Cailin estaba acostumbrada a ella pues la habían educado así. Wulf lo encontraría agradable, pensó sonriendo. Entonces le oyó llamarla desde abajo. Cailin bajó y se apresuró a saludar a su esposo.

– Hemos terminado las defensas para la casa -anunció él con orgullo. -Acabamos de colocar las puertas.

– Los graneros dentro de las murallas también están terminados -dijo ella, -y la cosecha está casi toda dentro. Hoy no iré a los campos porque estoy ocupada en otras cosas. -Contempló el aspecto desastrado de su esposo. -Necesitas un baño. Apestas.

– Estoy demasiado cansado para ir hasta el arroyo a bañarme -replicó él. -Déjalo, ovejita. Me bañaré mañana.

– Ahora -insistió ella con un tono que él no le había oído nunca, -y no en un arroyo helado. Siéntate junto al fuego y bebe un poco de cerveza mientras yo lo preparo todo. He pasado la mejor parte del día preparando la buhardilla para habitarla. No volveré a dormir aquí abajo, Wulf. Si Aurora ha de tener un hermano, hemos de disponer de un poco de tiempo para estar solos. ¡La gente ya murmura! El mundo no se acabará porque tú y yo busquemos nuestra intimidad cada noche.

– ¿Nuestra hija no tendría que dormir también en la buhardilla? -preguntó él con aire travieso, alzando una espesa ceja.

– De momento Aurora se quedará abajo -respondió Cailin con seriedad, -al cuidado de Nellwyn.

Se dirigió al otro extremo de la habitación y dio instrucciones a los criados.

Él observó con asombro cómo entraban rodando una gran tina de roble. Nunca había visto ninguna, y supuso que ella la había encargado al tonelero. Cailin era muy previsora, pensó. Un baño caliente le iría bien. Los criados masculinos empezaron a ir y venir con cubos de agua humeante que arrojaban a la gran tina. Tardaron más de media hora en llenarla a satisfacción de Cailin. Mientras ellos hacían esto, ella preparó jabón y otros artículos necesarios para bañarse. Luego hizo una seña a Wulf, que se levantó y se acercó a donde ella esperaba dando golpecitos al suelo en gesto de impaciencia.

– Quítate la ropa -dijo ella, y luego ordenó a los criados que colocaran un biombo alrededor de la bañera. A medida que él se quitaba las prendas ella las iba colocando en un montón. Cuando estuvo completamente desnudo, Cailin se las pasó por encima del biombo a la mujer encargada de la colada de la casa.

A una orden de Cailin, Wulf se metió dócilmente en la bañera. Pero se sorprendió al ver que ella también se quitaba la ropa y se metía.

– Veo que estás dispuesta a hacer que mi baño resulte una experiencia agradable -dijo él con picardía.

– Estoy dispuesta a hacer que tu baño sea muy completo -replicó ella con seriedad. -No será fácil. Lo mejor es un baño romano, pero mejor esto que nada. -Cogió su rascador y empezó a limpiar la suciedad del cuello, los hombros y el pecho sudorosos de Wulf. El agua de la bañera apenas ocultaba sus pechos, pero el cuerpo de Wulf quedaba expuesto de cintura para arriba.

Él alargó el brazo, cogió con sus grandes manos los redondeados senos de Cailin y empezó a juguetear con ellos mientras ella realizaba su tarea.

– Tenemos que bañarnos cada día -murmuró él, inclinándose para besarle el lóbulo de la oreja.

Ella soltó una risita.

– Compórtate, Wulf Puño de Hierro. ¿Cómo puedo bañarte bien si me distraes?

– ¿De veras te distraigo, ovejita? -repuso él, acariciándole la oreja con la lengua. Metió una mano bajo el agua y le dio un leve pellizco en la nalga derecha.

Ella le miró con un destello en los ojos violáceos.

– Me estás distrayendo mucho, mi señor -dijo, -y no debes hacerlo si quieres que termine de bañarte. Recuerda que si no termino nunca llegaremos a la buhardilla, donde nos espera nuestro espacio para dormir recién preparado, así como comida y vino en abundancia. Cuando estemos en la intimidad de esa cámara, y hayamos retirado la escalera para subir, nadie podrá llegar hasta nosotros. -Se apretó contra él con aire sugerente. -¿No deseas estar a solas conmigo Wulf, esposo mío? -Le pasó la lengua por los labios y le dio un beso rápido.

Los ojos azules de Wulf la miraron con pasión.

– Termina tu tarea, ovejita -dijo. -Hace tiempo que Aurora necesita un hermano, y si no terminas pronto empezaremos el trabajo aquí mismo, en esta tina.

Cailin sonrió seductoramente y sin más empezó a frotarle la piel con jabón. Le bañó y luego le mandó salir de la bañera y secarse mientras ella se lavaba. Wulf tenía preparada una túnica limpia que apenas le cubría los muslos. Cailin salió de la tina, se secó bajo la mirada ardiente de su esposo y se puso una larga camisa.

– Hemos de tener un lugar especial donde bañarnos -dijo ella. -Es muy engorroso que los criados estén trasladando constantemente esta tina tan grande. ¿Te gusta, mi señor? La encargué yo misma.

– Sí, me gusta. Es agradable lavarse con agua caliente. Hay ciertas cosas de nuestra antigua civilización que me gustan. Haremos construir una casa para baños al lado de la casa principal, donde la tina puede estar fija, y habrá un fuego para calentar el agua. -Le cogió las manos. -Vamos, me gustaría ver la buhardilla.

La casa parecía extrañamente desierta cuando se dirigieron a la escalera. Wulf subió detrás de Cailin y, una vez estuvo en la buhardilla, se inclinó y retiró la escalera. Luego cerró la trampilla y dejó la escalera encima de ella. Cuando se dio la vuelta, inspeccionó la estancia con la vista. Las últimas luces del atardecer penetraban por las dos estrechas ventanas y vio las estrellas que empezaban a despuntar en el firmamento.

– ¿Tienes hambre? -le preguntó Cailin. Había comida en la mesa. -Has trabajado duro.

– Más tarde -respondió él. -Se conservará. -Se quitó la túnica y le indicó con un gesto que hiciera lo mismo.

Cailin se desnudó y observó con voz suave:

– Tienes hambre de otra cosa.

– He esperado mucho -dijo él, -pero al verte así ahora, ovejita, me doy cuenta de que no puedo esperar ni un instante. Me temo que no estoy para delicadezas.

Cailin vio que casi temblaba y que su órgano masculino estaba erecto y ansioso. Le acarició con suavidad y él se estremeció.

– Te enseñaré un placer que aprendí en Bizancio -le dijo ella. -En cierto modo, es similar a algo que hicimos cuando esperaba a Aurora.

Le sorprendió descubrir que ella le deseaba tanto como él a ella, a pesar de no haber realizado ningún juego preparatorio. Cogió la mano de su esposo y le condujo al espacio para dormir, pero en lugar de entrar en él, Cailin se arrodilló sobre el lecho y le dijo:

– Encuentra mi conducto de mujer, mi amor. Penétrame de este modo y experimentarás un gran placer.

Ella le notó buscar concienzudamente y sintió la punta de su miembro, húmeda y palpitante. Las grandes manos de Wulf le agarraron la cadera con firmeza y la penetró, gimiendo con placer al darse cuenta de que había penetrado en ella más que nunca. Por un momento se limitó a disfrutar de la sensación de calor y dureza. Luego, incapaz de evitarlo, empezó a contraer y soltar las nalgas, embistiendo con creciente ímpetu a Cailin, notando que su conducto femenino se expandía para ajustarse a su miembro sudoroso y palpitante. Hundió los dedos en la suave piel de Cailin y apretó con fuerza para obtener más de ella.

Arrodillada, Cailin arqueó el cuerpo, elevando las caderas de modo que él pudiera penetrarla aún más. Cuando lo hizo ahogó un grito, pues había olvidado lo bien dotado que estaba Wulf, pero al punto las rítmicas embestidas del ardiente miembro empezaron a excitarla con frenesí. Gimió cuando él le llenó el conducto, asombrada del tórrido calor que Wulf emitía. El fuego que éste le provocaba le hizo exhalar un leve grito. La simultánea culminación de su pasión explotó casi con tanta rapidez como había comenzado. Él se desplomó sobre ella, gimiendo de alivio.

Cailin casi se asfixiaba en el lecho de plumas bajo el peso de Wulf, pero logró apartarse. Se puso de espaldas y se quedó inmóvil para que el corazón calmase sus frenéticos latidos. Por fin dijo con suavidad:

– Casi había olvidado la maravilla de amante que eres. Has restaurado mi memoria admirablemente.

Él levantó la cabeza y dijo:

– Seguro que no volverás a olvidarlo, ovejita.

Ella se inclinó y le dio un leve tirón a un mechón de pelo.

– No lo olvidaré -prometió con fingida seriedad, -pero a cambio tienes que prometerme que nunca dejarás que vuelvan a raptarme.

Se apartó a un lado y le indicó a Wulf que se tendiera junto a ella, acogiéndole en sus brazos con la cabeza sobre su pecho.

– Jamás te dejaré marchar, Cailin -musitó él. -¡Jamás!

Volvieron a hacer el amor, esta vez de un modo más suave. Ella le cogió el rostro en las manos y le besó apasionadamente cuando llegaron a la cúspide del placer. Luego, agotados, se quedaron dormidos.

Despertaron en plena noche sintiéndose famélicos. Cailin había subido cordero asado, pan, queso, manzanas y vino. Compartieron el festín y volvieron al espacio para dormir, donde se besaron, se acariciaron y se amaron un poco más.

La felicidad que habían recuperado al reencontrarse pronto se transmitió a todos los habitantes de la casa.

Aurora, que antes era tan reservada y parecía siempre asustada, ahora era una niña feliz que reía y era adorada por sus padres. Sus desagradables recuerdos se estaban borrando de su mente, gracias a su tierna edad, y su tercer cumpleaños fue celebrado con un gran festejo y mucha animación. Aurora no era esperada hasta finales de agosto, pero había elegido nacer el diecinueve de ese mes.

El día de su tercer cumpleaños amaneció claro y cálido. La cosecha de grano estaba almacenada en los graneros en el interior del recinto amurallado. Los trabajadores se preparaban para recoger manzanas para elaborar sidra.

De pronto el vigía gritó:

– ¡Jinetes en la colina!

Inmediatamente, las puertas de Caddawic se cerraron y atrancaron. Los jinetes descendieron por la colina lentamente mientras en la casa llamaban a Wulf para que bajara y acudiera enseguida a un buen punto de observación del muro.

Los ojos azul oscuro de Ragnar Lanza Potente se entrecerraron de irritación cuando vio las defensas recién construidas en torno a la casa. Demasiado tarde, comprendió su error al retirar a su espía. Cuando se halló más cerca observó que el muro que rodeaba Caddawic era muy resistente. Y los campos alrededor de la casa habían sido cosechados. Pero ¿dónde estaban los graneros? En el interior de aquellas malditas murallas, sospechó, y a salvo de él. Ragnar no era un hombre de gran intelecto, pero sabía que recuperar aquellas tierras no iba ser una empresa fácil. Al levantar la vista vio a Wulf sobre el muro, observándole.

Ragnar sonrió y con voz atronadora dijo:

– ¡Buenos días, Wulf Puño de Hierro! No habrás cerrado tus puertas por mí, ¿verdad? Somos vecinos y deberíamos ser amigos.

– Los amigos no aparecen al amanecer con un grupo de hombres armados -replicó Wulf. -Dime qué quieres, Ragnar Lanza Potente.

– Sólo es una visita de cortesía. ¿No abrirás las puertas para que pueda entrar, amigo?

– No somos amigos -repuso Wulf con frialdad. -Si deseas entrar en Caddawic puedes hacerlo, pero has de dejar a tu tropa fuera de mis muros. Somos una comunidad pacífica y no queremos problemas.

– Muy bien -accedió Ragnar, decidiendo que tenía que echar un vistazo en el interior de Caddawic si quería apoderarse de ella más adelante. Desmontó y entregó las riendas a su ayudante.

– Mi señor -dijo el hombre, que se llamaba Haraldo, -no se fíe.

– Descuida -le contradijo su amo. -Si estuviéramos en la posición contraria, no me fiaría, pero Wulf Puño de Hierro es un hombre de palabra.

La puerta se abrió para que Ragnar entrara y luego bajaron las fuertes barras de hierro impidiendo la entrada a todo intruso. Ragnar observó que las puertas estaban forrados de hierro. Caddawic estaba bien defendida. El pozo se hallaba en el centro del patio, y había varios graneros alejados de los muros.

– Esto es prácticamente inexpugnable -dijo Wulf como respuesta a los pensamientos de Ragnar cuando se reunió con él. -¿Has comido? Entra en la casa, Ragnar.

Las puertas de la casa también eran de sólido roble y tenían tiras de hierro con largos clavos de hierro. Los dos hombres entraron en la casa. No era como la suya, sucia y llena de humo, observó Ragnar. El humo de los hoyos para el fuego salía directamente por varios agujeros practicados en el techo. Las esteras que cubrían el suelo estaban limpias y llenas de hierbas aromáticas que exhalaban su fragancia cuando eran aplastadas por los pies. Varios perros bien alimentados se acercaron a oliscarle y regresaron a su lugar junto al fuego. Los dos hombres se sentaron ante la mesa. Enseguida los siervos, callados y con aspecto de satisfacción, empezaron a servirles, trayendo fuentes de comida y jarras de cerveza.

Los ojos de Ragnar se abrieron de par en par al ver la variedad de comida que le ofrecían. En su casa no le alimentaban de aquel modo. Había un potaje denso y caliente, pan recién hecho, huevos duros, trucha a la parrilla, jamón, mantequilla dulce, queso duro y un bol lleno de manzanas y peras.

– ¿Esperabas invitados? -preguntó a su anfitrión.

– No -respondió Wulf. -Mi esposa siempre sirve una buena mesa, ¿la tuya no?

– No con tanta variedad -admitió Ragnar, y se sirvió generosamente de todo lo que se le ofrecía.

Mientras comían reinó el silencio. Cuando terminaron y los criados despejaron la mesa, Wulf dijo:

– Si tenías intención de retomar estas tierras, quítatelo de la cabeza. Me pertenecen.

– Sólo mientras puedas retenerlas -dijo Ragnar sonriendo.

– Las retendré más tiempo del que va a durar tu vida -fue la fría respuesta de Wulf. -Esta casa y las tierras al norte y al este son mías. Y lo seguirán siendo. Búscate las tierras del sur.

– ¿Has conquistado las tierras de los dobunios? -preguntó Ragnar sorprendido.

– Me han jurado lealtad -dijo Wulf con una leve sonrisa. -Mientras tú pasabas los meses de verano conspirando y planeando, yo los he pasado haciendo cosas. Vete a casa y dile a Antonia Porcio que abandone sus codiciosos planes. Me cuesta imaginar por qué la tomaste por esposa. Es una mujer malvada. Si no lo sabías, estás advertido. No me cabe duda de que quiere estas tierras para su hijo Quinto y hará lo que sea para lograr su objetivo. Incluso te destruirá a ti si puede.

– Pareces conocer muy bien a mi esposa -dijo Ragnar con sequedad.

– Antonia me robó a mi hija y vendió a mi esposa como esclava, y después me dijo que las dos habían muerto. Se ofreció a mí, desnudándose en el atrio de su villa y ofreciéndome sus senos. La encontré particularmente desagradable.

– A veces lo es -admitió Ragnar, -pero también es la mejor hembra que jamás he tenido. Te lo aseguro.

– Entonces te felicito por tu buena fortuna, pero aun así te aconsejo que vayas con cuidado. No hay necesidad de que nos peleemos. Hay tierra más que suficiente para todos. Quédate en el sur y habrá paz entre nosotros.

Su invitado hizo un gesto de asentimiento y dijo:

– ¿Dónde está tu esposa, Wulf? Espero que no esté enferma.

– No, pero se está ocupando de los preparativos para celebrar el día del nacimiento de nuestra hija. Es la primera vez que podemos celebrarlo juntos. Como sabes, ni siquiera sabíamos que teníamos una hija hasta hace unos meses.

Ragnar enrojeció.

– Eso no fue culpa mía -se disculpó. -Yo creí a Antonia cuando me dijo que la niña era suya. Es rubia como ella. Además, ¿por qué no iba a creerla?

– No te hago responsable de ello -le tranquilizó Wulf.

– Bien, tengo que irme -dijo Ragnar poniéndose en pie. La actitud de Wulf empezaba a irritarle. -Gracias por la comida. No te quepa duda de que tendré en cuenta tus palabras.

Cuando Ragnar abandonó Caddawic, sus pensamientos eran un poco confusos. Wulf Puño de Hierro le había dado un buen consejo. Las tierras del sur eran ricas, y las pobres almas que las cultivaban no podrían resistir la fuerza de su poderío. Aquellas tierras podrían ser suyas con pocas pérdidas de vidas por su parte. No temía a la muerte ni a la batalla, pero en Britania había algo que le hacía desear la paz más que la guerra. No lo entendía pero tampoco le hacía infeliz.

Sin embargo, Antonia no lo vio de ese modo.

– ¿Por qué ibas a conformarte con menos de lo que puedes poseer? -le espetó con desdén.

En favor de ella, pensó, había que decir que no tenía miedo de su ira. Se sabía a salvo mientras avanzaba su gestación. Él no pegaría a una mujer que llevaba a un hijo en su seno, aunque los dioses sabían que esa mujer en particular le mortificaba profundamente. Sus dos esposas sajonas también eran mujeres fuertes, pero poseían cierta dulzura. Antonia era amargamente dura de corazón y sólo mostraba dulzura hacia su hijo. El muchacho, pensó Ragnar, era una cobarde comadreja que se escondía siempre tras las faldas de su madre.

– ¿Qué quieres de mí? -preguntó él irritado. -¿Por qué voy a pelear con Wulf por sus tierras cuando las del sur son ricas y más fáciles de conquistar? ¿Quizá esperas que Wulf me venza y así recuperar el control de esas tierras para tu hijo? Quítate esas ideas de la cabeza, esposa. Pronto mi hermano y su familia se reunirán con nosotros. Si muero de muerte no natural, Gunnar vendrá para vengarme y para quedarse con estas tierras para él y nuestros hijos.

Antonia se quedó atónita. Era la primera vez que le oía hablar de su hermano, pero acostumbrada como estaba al engaño, ocultó su sorpresa con una dulce sonrisa.

– No me habías dicho que tenías un hermano, Ragnar, ni que vendría a reunirse con nosotros. ¿Tiene esposas e hijos? ¿Cuándo llegará? He de preparar una bienvenida adecuada.

La carcajada de Ragnar resonó en su espacio para dormir.

– Por Odín, Antonia, eres hábil, pero te conozco. No esperabas que yo tuviera familia, pero los sajones somos buenos criadores, como atestigua tu vientre -le dijo, dándole unas palmaditas en el estómago. -Tenías algo planeado pero ahora tramarás otro hábil plan para sustituirlo. Muy bien, si esto te divierte, hazlo. Las mujeres encinta son dadas a estas cosas, y me parece inofensivo.

Bajó la cabeza y le besó un rollizo hombro. El vello del pecho le rozó los senos.

Antonia le acarició la barba con aire pensativo. Le odiaba, pero era el hombre más viril que jamás había conocido.

– No seas necio, Ragnar -dijo por fin. -Toma las tierras del sur. A fin de cuentas, Wulf Puño de Hierro te ha dado un buen consejo. Incluso yo lo admito. Engaña a tu enemigo y dale una falsa sensación de seguridad, y cuando menos lo espere aprópiate también de sus tierras. ¿Por qué conformarse con ser un propietario menor cuando podrías ser un rey?

Cuando pronunció estas palabras, el niño que llevaba en su seno dio unas fuertes patadas y Ragnar sintió el movimiento bajo la mano que apoyaba en el vientre de Antonia.

– Es un presagio -dijo casi con temor. -¿Por qué el niño se ha puesto tan inquieto en tu seno, Antonia? Seguro que es una señal de alguna clase.

– Nuestro hijo sabe que digo la verdad, esposo mío -dijo ella. -O quizá son los dioses que te hablan a través del bebé.

«Qué tonto es», pensó Antonia. Si los dioses existieran, y francamente Antonia no estaba segura de que así fuera, ¿por qué iban a preocuparse por un hombre tan estúpido y supersticioso como aquella bestia que yacía a su lado?

– Mi hermano y su familia llegarán dentro de unos días -dijo él por fin. -Sólo tiene una esposa y nunca ha podido tener más, pero ahora, por supuesto, eso cambiará. Es más joven que yo, pero tuvo su primer hijo con su esposa cuando tenía catorce años. Tiene ocho hijos vivos. Seis varones.

– Qué estupenda familia -dijo Antonia con sequedad, pensando que ya vivía mucha gente en aquella horrible casa que había construido para sustituir a su hermosa villa, la villa que él había destruido. Diez personas más aumentarían el bullicio y la suciedad. ¡Por los malditos dioses! Echaba de menos su baño, con su adorable vapor rejuvenecedor y su deliciosa agua caliente. Cuánto se burlaban de ella las otras esposas de Ragnar cuando insistía en lavarse en una pequeña bañera de roble llena de agua caliente. Pero no le importaba. ¡Apostaría a que la muy zorra de Cailin Druso poseía mejores instalaciones de baño! -Ragnar -dijo a su esposo, que ya casi dormía.

– ¿Qué quieres? -gruñó él.

– Si Caddawic está realmente tan bien fortificada que no puede ser tomada por la fuerza, tendremos que pensar en otra manera de apoderarnos de ella.

Él meneó la cabeza.

– No hay manera. Ese maldito Puño de Hierro la ha construido muy bien y es inexpugnable. Incluso tienen asegurado el suministro de agua. No soy hombre que admita fácilmente la derrota, Antonia, pero Caddawic no puede ser conquistada. ¡Simplemente no se puede!

– Déjame contarte una historia de los tiempos antiguos, Ragnar -dijo Antonia con paciencia, pero él la hizo callar con un gesto.

– En otro momento, mujer -gruñó y la atrajo hacia sí. -Tengo otras cosas pensadas para ti y necesito dormir. Por la mañana podrás contarme tu fábula, pero ahora quiero follarte.

– Tus necesidades son tan elementales… -siseó ella suavemente mientras él la penetraba con brusquedad. -Si eres tan buen guerrero como amante, esposo mío, no te costará tomar Caddawic una vez yo te haya enseñado cómo… ¡Aaaahhh, sí, Ragnar! ¡Sí, así…!

Caddawic. Ragnar pensaba en la casa mientras embestía infatigablemente a Antonia. Las tierras eran buenas, la casa sólida y Cailin un regalo exquisito. La había visto varias veces, pero no podía quitársela de la cabeza. ¡Qué fuego interior tenía! Él imaginaba que sería fuerte y dulce como sus esposas sajonas y lasciva como Antonia. Era una combinación perfecta y él estaba decidido a poseerla. Sin embargo, había tiempo. Ni ella ni Wulf Puño de Hierro irían a ninguna parte. Habían dejado bien claro que la tierra lo era todo para ellos. Tendría tiempo más que suficiente para conquistar las tierras del sur. Para establecer a su hermano y su familia en una propiedad cercana. Para encontrar a Gunnar una segunda esposa con una buena dote. Oh, sí, había mucho tiempo.


Llegó el otoño y Nuala dio a Río de Vino un hijo sano y robusto al que llamaron Barre. El nombre significaba puerta entre dos lugares. Nuala lo consideró adecuado, pues Barre en verdad era un puente entre la antigua Britania y la nueva Britania. Cailin estuvo presente en el parto y se maravilló del tamaño del niño y de lo fuerte que succionaba del pecho de su madre cuando se lo acercaron para que lo alimentara.

– Pronto tú también tendrás un hijo -bromeó Nuala. -Seguro que tú y Wulf no pasáis el rato en la buhardilla hablando, prima. -Soltó una risita. -¡Yo no lo haría!

– Acabas de parir y hablas como una desvergonzada -dijo Cailin fingiendo escandalizarse. -Para tu información, a Wulf le gusta mirarme cuando trabajo en el telar, Nuala. Y, por supuesto, también cantamos.

Nuala pareció sorprendida.

– ¡Bromeas! -exclamó.

– Te aseguro que es cierto -replicó Cailin con calma.

– Claro que lo es -intervino Wulf, que había oído las palabras de su esposa. -Cuando estamos juntos en la buhardilla, Cailin me hechiza y canta canciones apasionadas mejor de lo que puedas imaginar.

Nuala se echó a reír, comprendiendo que le estaban tomando el pelo. El bebé al que amamantaba cogió hipo y se puso a gemir.

– ¡Oh, mira lo que habéis hecho con Barre! -les regañó, de pronto maternal y cariñosa. -Ya está, corazoncito. No te inquietes.

En las fiestas de invierno, Cailin anunció que llevaba otro hijo en su seno, para júbilo de todos. Nacería, dijo, después de Beltane.

– Y es un niño -aseguró a Wulf, -estoy segura.

– ¿Cómo lo sabes? -preguntó él sonriendo.

Ella se encogió de hombros.

– Simplemente lo sé -respondió. -Las mujeres intuimos estas cosas, ¿no es así? -Se volvió a las otras mujeres presentes en busca de apoyo, y todas asintieron. -¿Lo ves?

Llegó el invierno y las tierras que rodeaban la casa se quedaron blancas y silenciosas. Los días eran cortos y pasaban rápido. En las largas noches se oía aullar a los lobos alrededor de Caddawic, y los sabuesos de la casa respondían inquietos al notar la presencia de los depredadores tras las puertas de hierro y roble.

Wulf y Cailin estaban solos, pues los demás habían regresado a sus respectivas aldeas después de la fiesta de invierno. Cailin echaba de menos a Nuala. Nellwyn, aunque dulce y leal, no resultaba una compañía interesante para conversar junto al fuego. Sin embargo Aurora la adoraba y tácitamente, la ex esclava de Cailin se convirtió en la niñera de la niña. A Cailin no le importaba, pues en realidad no necesitaba una doncella personal. Su madre la había educado para ser una persona útil que podía hacerse las cosas por sí misma. Ahora, como ama de Caddawic, era responsable del bienestar de todos los que estaban a su cargo.

Por fin los días empezaron a ser más largos y el aire más cálido. La nieve se derretía rápidamente y la tierra poco a poco se iba calentando. Brotaron campanillas, narcisos, violetas y otras flores silvestres. Cailin se alegró de descubrir varios grandes ramos que crecían cerca de las tumbas de su familia. La lápida de mármol no se había terminado, y ahora era poco probable que se hiciera. Rezaba simplemente: FAMILIA DE GAYO DRUSO CORINIO. Cailin la miró y suspiró, llevándose la mano al vientre hinchado en gesto protector. ¡Cuánto habrían mimado a sus hijos sus padres y hermanos!

– Este hijo que llevo en mi vientre es un varón -les dijo. -¡Ojalá estuvierais aquí para verle cuando nazca! Se llamará Royse. Aurora está muy entusiasmada con el bebé. ¡Oh! -Cailin levantó la mirada cuando un brazo la rodeó por los hombros. -¡Wulf, me has asustado!

– Echas de menos a tu familia, ¿verdad? Yo ni siquiera recuerdo a mi madre. A menudo me pregunto cómo era.

– Hasta que les asesinaron, lo eran todo en mi vida -respondió Cailin. -No puedo evitar preguntarme cómo habría sido mi vida si no hubieran muerto. Mis padres, por supuesto, no habrían cambiado, pero mis hermanos sí. Ahora serían hombres cabales y con familia. ¡Cuánto habría disfrutado mi abuela con sus biznietos! Me parece que a quien echo más en falta es a Brenna… Todo esto debe de sonarte muy extraño.

– Lamento no haberles conocido -dijo él. Luego regresaron juntos a casa, donde su hija corrió a abrazarles.


Avanzada la primavera, una mañana abrieron las puertas del muro y encontraron a una joven acurrucada en el suelo. Avisaron a Wulf y a Cailin.

– ¡Por todos los dioses! -exclamó Cailin. -¡Esta chiquilla ha sido azotada cruelmente! ¿Está muerta? ¿Cómo ha venido a Caddawic?

La muchacha gimió y se dio la vuelta lo suficiente para revelar unas formas más maduras de lo que aparentaba. Era menuda y delgada, pero evidentemente mayor de lo que había parecido al principio.

Cailin se arrodilló y le tocó el brazo.

– ¿Me oyes, muchacha? ¿Qué te ha sucedido?

La chica abrió los ojos lentamente. Eran de color verde pálido y su expresión era de total confusión.

– ¿Dónde estoy? -susurró tan bajo que Cailin tuvo que inclinarse para oírla.

– Estás en Caddawic, la propiedad de Wulf Puño de Hierro. ¿Quién eres? ¿De dónde vienes y quién te ha maltratado con tanta crueldad? -Cambió de postura, pues le faltaba un mes para dar a luz y estaba incómoda.

La muchacha pareció vacilar y las lágrimas le resbalaron por su bonito rostro.

– ¿Cómo te llamas? -insistió Cailin.

La muchacha pareció pensar un momento y luego dijo:

– Aelfa… ¡Me llamo Aelfa! ¡Lo recuerdo! ¡Me llamo Aelfa!

– ¿De dónde vienes?

La muchacha pareció vacilar también y al cabo dijo:

– No lo sé, señora… -Más lágrimas resbalaron por sus mejillas.

– Pobre niña -dijo Wulf. -La paliza que le han dado sin duda le ha hecho perder la memoria. Con el tiempo irá recordando.

– La llevaré a la casa -dijo Corio, que el día anterior había llegado de Braleah.

Con cuidado levantó a la chica en brazos y cuando ésta apoyó la cabeza en su pecho, una extraña expresión cruzó el rostro del joven. Ninguna mujer había conquistado aún el corazón de Corio.

Entraron a la muchacha en la casa, donde Cailin la examinó con atención. Aparte de las magulladuras parecía estar bien, salvo por la pérdida de memoria. Cailin hizo entrar la tina y bañó ella misma a la muchacha. El pelo de Aelfa era suave, de un color dorado pálido, casi plateado. La vistió con una túnica y una camisa de su medida. Cuando la llevaron a la mesa, todos comprobaron que Aelfa no era una muchacha simplemente bonita, sino una belleza. Corio se quedó embelesado viéndola comer.

– Está embrujado -susurró Cailin a su esposo.

– Como lo estaría yo si no te hubiera conocido a ti, ovejita -respondió él.

Esta respuesta desconcertó a Cailin. No se creía capaz de sentir celos, pero los sintió. Miró de reojo a la chica. «Yo soy tan adorable como ella cuando no tengo aspecto de marrana a punto de tener cerditos -pensó. -No sé por qué los hombres se vuelven locos cuando ven a una hembra guapa e indefensa.»

Cuando Aelfa hubo terminado de comer, Wulf le preguntó:

– ¿Has recordado algo más que pueda ayudarnos a averiguar de dónde eres? Seguro que tu familia está preocupada.

– Quizá es una esclava fugada -sugirió Cailin.

– No lleva collar -replicó Wulf. -¿Le viste alguna marca de propiedad en el cuerpo?

Cailin negó con la cabeza.

– No consigo recordar nada de mí misma -dijo Aelfa con una voz dulce y melodiosa. -¡Oh, tengo miedo! ¿Por qué no puedo recordar?

– Ya lo harás -le dijo Cailin, viendo que Aelfa se disponía a echarse a llorar de nuevo. Los hombres ya estaban bastante embobados sin necesidad de lágrimas. -¿No tenías trabajo en los campos? -preguntó Cailin a su esposo. -No te preocupes por Aelfa. Se quedará conmigo y estará a salvo. Corio, ¿tu padre no querrá que le ayudes en casa? Nos alegra que hayas venido a visitarnos, pero vete y no vuelvas hasta Beltane.

– ¿Todas las mujeres son tan impacientes cuando están a punto de parir? -preguntó Corio a Wulf cuando salían de la casa. -Nunca había visto a Cailin perder los estribos. -Luego se despidió de su primo y dijo: -¿No te parece que Aelfa es la criatura más exquisita del mundo? Me parece que me he enamorado de ella. ¿Es posible, Wulf?

Wulf se echó a reír.

– Sí, lo es -admitió. -Si me entero de algo te mandaré recado.

Pero Aelfa seguía sin recordar nada de su vida, aparte de su nombre. Wulf creía que todo apuntaba a que era de noble cuna, y quería alojarla en la buhardilla, no abajo. Cailin, extrañamente poco caritativa, se negó.

– La buhardilla sólo es para el amo y su familia -dijo con aspereza. -Aelfa no es de la familia. Estará bien abajo. Además, alojarla con nosotros provocaría rumores desagradables.

¿Para quién?, quiso preguntarle él, pero la expresión de Cailin era tan severa que se abstuvo. Debía tener en cuenta que el nacimiento del niño estaba próximo y Cailin estaba ansiosa de que naciera.

– Tú eres el ama de esta casa -la tranquilizó, y le sorprendió ver que Cailin le miraba furiosa. Nunca la había visto de aquel modo. Cuando estaba embarazada de Aurora no se enfadaba con tanta facilidad.

– La muchacha tiene que quedarse -dijo Cailin. -Va contra las leyes de la hospitalidad echarla de Caddawic debido a las misteriosas circunstancias de su llegada. No obstante, no es de la familia y no permitiré que se la trate como a tal, y menos que eso sea malinterpretado.

Él se vio obligado a ceder y Aelfa se instaló en la rutina de sus vidas. Era cortés y agradable con todos, pero a Cailin le parecía que lo era más con los hombres. No sabía qué le hacía recelar de Aelfa, pero su voz interior era fuerte. Mucho tiempo atrás había aprendido a no acallarla, ni siquiera cuando no comprendía lo que le advertía. Cailin sabía por sus experiencias pasadas que todo le sería revelado en su momento. Hasta entonces permanecería alerta y en guardia. Su familia y todo lo que ella amaba volvía a estar amenazado. ¿Nunca podrían disfrutar de auténtica paz?, desesperó en silencio.

Al otro lado de la casa, Aelfa estaba sentada en el suelo con Nellwyn, riendo mientras jugaban con Aurora. Formaban un cuadro encantador, aunque eso fuera precisamente lo que Aelfa pretendía, pensó Cailin con ceño, preguntándose por qué los otros no podían ver en la muchacha a la conspiradora que era. A su debido tiempo, aquella vocecita la aconsejaría sabiamente. A su debido tiempo.

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