CAPÍTULO 04

Cailin salió de las cocinas y regresó a la sala. No había pensado cenar con su abuelo y su invitado. Desde que Ceara y Maeve se habían marchado se había acostumbrado a comer en la casa de la cocinera. A Brigit no le gustaría que apareciera aquella noche, pero bueno, al infierno con Brigit, pensó Cailin. Orna tenía razón. Ella debía ocupar el lugar de Ceara. Cailin se apresuró a ir a su espacio para dormir dispuesta a cambiarse de ropa. Para su sorpresa, había una pequeña jofaina llena de agua caliente esperándola. Sonrió. Los sirvientes estaban sin duda unidos en el desagrado que sentían por Brigit y, evidentemente, decididos a que ella luciera más que la joven esposa de Berikos.

Cailin se quitó la túnica. Abrió su pequeño baúl y sacó su mejor vestido. Era un hermoso traje de lana ligera que había sido teñido con una mezcla de hierba pastel y raíz de rubia. El rico color púrpura resultante era magnífico. Tenía bordados de oro y plata en el sencillo cuello redondo y en los puños de las mangas. Ceara se lo había regalado en la festividad de Lug y Cailin aún no se lo había puesto. Se bañó con esmero, utilizando un pequeño jabón con perfume a madreselva. Cuando hubo guardado en el baúl la túnica que había llevado todo el día, se puso el vestido púrpura sobre la camisa de hilo. Corio le había hecho un peine de madera. Cailin sonrió cuando se lo pasó por la maraña rizos rojizos. Una sencilla cinta de perlas de agua de pedacitos de cuarzo púrpura adornaba su cabeza; regalo de Maeve por el día de Lug.

Al oír la voz de su abuelo, Cailin salió de su dormitorio e indicó a los sirvientes que empezaran a servir la comida. Ella ocupó su lugar en la mesa alta, dando cortésmente con la cabeza a Berikos, que inclinó la suya en su dirección. Cuando Brigit abrió la boca para expresar lo que Cailin estaba segura sería una queja por su presencia, Berikos la miró con fiereza boca de su esposa se cerró sin pronunciar ninguna palabra. Cailin se mordió el labio para reprimir la risa. Sabía que no era que Berikos se hubiera ablandado respecto a ella, sino que el anciano era lo bastante sabio para comprender que Brigit no podría dirigir sirvientes a satisfacción suya. Cailin, como él sabía por Ceara, sí podría.

Brigit se sentó entre su esposo y su invitado. Habló con efusión y coqueteó con Wulf Puño de Hierro en lo que ella consideraba un esfuerzo satisfactorio para ganárselo para los planes que Berikos tenía para la región. El joven sajón era educado y estaba más que sorprendido por la esposa de su anfitrión. Había oído decir los celtas eran un pueblo hospitalario, pero la esposa un hombre era la esposa de un hombre.

De vez en cuando su mirada se desviaba hacia Cailin, callada al otro lado de Berikos. Sus únicas palabras eran dirigidas a los sirvientes, y sabía dar órdenes, se percató él. Algún día sería una buena esposa, si no estaba ya casada, y por alguna razón pensó que no lo estaba. Había en ella un aire de inocencia que indicaba todavía era doncella.

Brigit se fijó en que el apuesto sajón dirigía su atención hacia la nieta de Berikos. Un plan perverso empezó a cobrar forma en su mente. Había esperado pacientemente el momento adecuado para la perfecta venganza sobre Cailin Druso… Ahora creía que había llegado ese momento. Cailin la había avergonzado en público ante toda la aldea y, aún peor, Berikos se había negado a disciplinarla. Cómo se habían relamido aquellas dos viejas urracas, Ceara y Maeve, protegiendo a Cailin de su ira, pero ahora no se hallaban allí. Discretamente, fue llenando la copa de su marido, primero con vino tinto y luego con hidromiel. Berikos aguantaba bien la bebida, pero en los últimos años su tolerancia había mermado.

El humeante potaje estaba sobre la mesa junto con la carne, el jamón y el pescado. Siguieron fuentes de verduras, queso y pan. En un alarde de generosidad, Berikos hizo un gesto de asentimiento para aprobar la obra de su nieta. Los reunidos comieron y bebieron, igualando el sajón el número de copas que tomaba el anciano hasta que por fin la comida fue retirada de la mesa y empezaron a hablar de negocios.

– Si entreno a vuestros jóvenes y les guío, Berikos, ¿qué me daréis a cambio de mis servicios? -preguntó Wulf Puño de Hierro. -Después de pasar diez años con las legiones, puedo enseñar a vuestros celtas a pelear como romanos. Los romanos tienen el mejor ejército del mundo. Mis conocimientos son valiosos. A cambio espero recibir un valor equivalente.

– ¿Qué queréis? -gruñó el anciano.

– Tierras. Ya he tenido bastante de guerra, pero haré esto por vos si me dais tierras.

– No -respondió Berikos. -¡Nada de tierras! Quiero echar a todos los romanos y demás extranjeros de Britania y conseguir que pertenezca a nuestro pueblo como en otro tiempo. ¿Por qué, si no, iba a emprender semejante acción a mi edad?

– Los únicos extranjeros que quedan en Britania somos los sajones -respondió divertido Wulf. -Los verdaderos romanos partieron hace años, y los que vos llamáis romanos en realidad son britanos. Su sangre se ha mezclado con la de vuestros celtas durante tantas generaciones que ya no son extranjeros. Si queréis ser rey de esta región, os ayudaré a cambio de tierra y os juraré lealtad; pero expulsar a todos los habitantes de Britania salvo a los de pura sangre céltica es una locura y una tarea imposible.

– Pero si lo logro -insistió Berikos, -más tribus se unirán a mí: Los catevellaunios, los icenios, los silures y otros.

En su entusiasmo volcó su copa, pero Brigit enseguida la colocó de pie y volvió a llenarla. Berikos se la bebió de un trago.

– No, no lo harán. También ellos se han acostumbrado a la paz -replicó el sajón. -Lo único que quieren es proseguir su vida cotidiana. Vivís en otro siglo, Berikos. Los tiempos han cambiado; están cambiando incluso en estos momentos en que estamos aquí, charlando. Ahora los sajones venimos a Britania. Dentro de cincuenta años nuestros descendientes también serán nativos. Un día vendrá otro pueblo, y también se entremezclarán con los habitantes de Britania hasta que también ellos serán nativos. Así es el mundo: una tribu vence a otra y se mezcla con su sangre, para convertirse en un pueblo diferente. Debéis aceptarlo, pues no podéis cambiarlo, como no podéis cambiar las fases de la luna o las estaciones. Entrenaré a vuestros celtas en las artes militares para que podáis convertiros en el guerrero más fuerte de esta zona, si a cambio me dais tierras para cultivar. Quizá incluso encontraré a una esposa o dos entre vuestras mujeres. Es una oferta justa, Berikos.

Al principio el anciano no respondió nada y permaneció reflexionando, sin querer realmente abandonar su sueño. Hasta ahora nadie salvo Ceara se había atrevido a decirle que los planes que proponía para la región eran imposibles. En otra época no habría necesitado llamar a un guerrero sajón para que enseñara a sus hombres a pelear, pues los celtas habían sido célebres por su habilidad en la batalla. Pero ahora los hombres de su tribu se habían vuelto blandos a causa de la buena vida. Se contentaban con cultivar la tierra y cuidar el ganado. Eso era lo que Roma había hecho con ellos. Les había arrebatado el corazón.

En Eire, según había oído contar, los celtas aún eran hombres auténticos. Vivían para pelear con el enemigo. Quizá debería haber enviado a buscar un guerrero irlandés endurecido por la batalla para reeducar a los dobunios en las artes de la guerra. Volvió a coger su copa y bebió la hidromiel que Brigit le había servido. Le quemaba cuando llegaba al estómago. Berikos se sentía cansado, y confundido por las palabras del joven. Sus parientes catevellaunios estaban más próximos a la costa sajona del sudeste de Britania. Había pedido que le encontraran un militar respetado entre los sajones, y Wulf Puño de Hierro había venido muy recomendado. Aun así, Berikos no estaba satisfecho con lo que el sajón decía.

Brigit se inclinó y susurró al oído de su esposo:

– Podemos poner el sajón de nuestro lado si somos pacientes, mi señor -murmuró. -Ofrezcámosle la hospitalidad céltica como los antiguos. Enviemos una mujer hermosa a su dormitorio para que le caliente la cama y le proporcione diversión. No una auténtica dobunia, sino tu nieta Cailin Druso. No debemos permitir que una de nuestras mujeres mezcle sus humores con los del sajón. Cailin no es realmente uno de los nuestros, ¿verdad que no, Berikos?

Él hizo un gesto de negación y murmuró:

– Pero ¿qué diversión puede ofrecerle esa pequeña mestiza, Brigit? Es una virgen que no ha sido enseñada.

– Razón de más para ofrecérsela al sajón. Los derechos de la primera noche se consideran un privilegio especial entre todas las tribus. Honras al sajón concediéndole esos derechos con alguien que él creerá que es de tu propia sangre.

Berikos miró de reojo a la joven. Sin duda era hermosa, tuvo que admitir. El tono de su piel era único y resultaba verdaderamente provocador. Ya tenía edad más que suficiente para perder su virginidad. Tendrían que encontrarle un marido pronto, y necesitaría saber cómo complacer a un hombre. Ningún hombre quería una esposa asustada o torpe en la cama. Se volvió hacia Wulf Puño de Hierro y dijo:

– Ya hemos hablado bastante por esta noche, joven amigo. No sé si estar de acuerdo contigo, pero debes darme tiempo para pensar. No soy tan viejo como para no poder cambiar si es necesario. Volveremos a hablar de ello mañana. Es nuestra costumbre honrar a un invitado ofreciéndole una de nuestras mujeres para que le caliente la cama. Te entregaré a mi nieta Cailin. Esta noche compartirá contigo su lecho, ¿verdad, mi niña?

Si le hubiera dado una bofetada, Cailin no se habría sorprendido más. Entonces vio a Brigit esbozar una amplia sonrisa y supo al instante quién había instigado al anciano. Su primer impulso fue rehusar y huir del comedor. Lo que Berikos le pedía era impensable. Pero luego, cuando la razón se sobrepuso a sus emociones, comprendió que negarse no sólo encolerizaría a Berikos sino que avergonzaría al anciano y a los dobunios. Nunca se había sentido más sola en toda su vida. La sonriente Brigit sin duda había dado con una buena venganza. Sabía que los britano-romanos conservaban vírgenes a sus hijas hasta el matrimonio, a diferencia de los celtas. Sin embargo, quienquiera que fuera el esposo que encontraran para ella sería celta. No consideraría un defecto su virginidad perdida. No tenía alternativa.

– Bueno, ¿qué dices, muchacha? -gruñó el anciano con aire amenazador.

– Como queráis, Berikos -respondió ella, mirando a los ojos de su abuelo hasta que él los bajó.

Cailin nunca había estado tan asustada, pero no quería dar a Brigit la satisfacción de reconocerlo.

– Bien, bien -murmuró él, y se volvió hacia su esposa. -Es hora de retirarnos, Brigit. Despídete de nuestro invitado. Me reuniré contigo dentro de un rato.

Brigit se levantó de la mesa con una amplia sonrisa.

– Buenas noches, Wulf Puño de Hierro. Que vuestro placer sea grande… y que haya muchos -añadió. -Esperaré ansiosa que vengas, mi señor -dijo a Berikos. Y luego, con otra amplia sonrisa, abandonó el comedor.

– Vete a tu cama, Cailin -le ordenó su abuelo. -Wulf Puño de Hierro y yo tomaremos una última copa de hidromiel mientras tú le esperas.

Cailin se puso de pie y se apartó despacio de la alta mesa. No dijo una palabra de despedida a Berikos, y por supuesto ninguna era necesaria para el apuesto sajón. Berikos sin duda le indicaría dónde estaba su espacio para dormir cuando llegara el momento. Francamente, no estaba segura de conocer qué clase de formalidades existían en este caso. Era mejor permanecer callada.

Cuando llegó a su dormitorio, Cailin abrió su pequeño baúl, se quitó el vestido y lo guardó con pulcritud junto con su pequeña cinta adornada con joyas. ¿Debía quitarse la camisa? No lo sabía. Nunca había visto a sus padres juntos en la cama. No sabía absolutamente nada de lo que ocurriría entre ella y Wulf. Ninguna madre en su cultura hablaría de temas tan serios con su hija hasta que ésta no estuviera a punto de casarse. Como eso no había sucedido a Cailin, no había mantenido ninguna conversación acerca de las intimidades compartidas por un hombre y una mujer. Sus hermanos gemelos la habían protegido igual que sus padres.

Lo mejor sería, decidió por fin, decantarse por la cautela, para no ser tildada de lasciva. Lentamente se quitó las suaves zapatillas de fieltro que llevaba en casa y también las metió dentro del baúl; después lo cerró. Luego subió a la cama, que era un espacio horadado en las paredes de piedra de la casa.

El colchón era recién hecho, lleno de una mezcla de heno, lavanda, brezo y pétalos de rosa. La cubierta interior del colchón era de tela, pero la exterior era de un tejido más fino y suave de tono natural. Había una bonita colcha de zorra roja, que producía calor en las noches frías y húmedas. En un pequeño hueco sobre la cabeza ardía una pequeña lámpara de aceite que iluminaba el dormitorio. Cailin pensó en reducir la llama, pero decidió dejarla como estaba. Arrojaba una reconfortante luz dorada, y ella necesitaba reunir todo su valor para afrontar lo que le esperaba.

Wulf Puño de Hierro fue acompañado al dormitorio de Cailin por un criado. Sentado en el pequeño baúl, se quitó las botas y las dejó a un lado. Luego se puso de pie y se quitó la túnica y los bracos. La criada, que se había escondido en las sombras para verle desnudo, casi se desmayó al verlo. ¡Nunca había visto a un hombre así! Cuando se volvió, la criada fue obsequiada con la vista de unos brazos musculosos y un pecho bronceado. Sus piernas eran como troncos, firmes y bien formadas, cubiertas de vello dorado. Los grandes ojos de la muchachita descendieron por el asombroso torso hasta llegar al preciado tesoro, y su boca formó una pequeña mueca de admiración. En silencio se marchó, envidiando a la afortunada joven ama que disfrutaría con la pasión del joven sajón.

Wulf Puño de Hierro se quitó la cinta que le sujetaba el cabello en la nuca y su cabellera rubia cayó hacia adelante rozándole los hombros. El reflejo de la luz en la cama resultaba acogedor. Wulf apartó la colcha de pieles y subió a la cama. Por un instante creyó que estaba solo, pues Cailin estaba pegada al otro extremo del pequeño recinto, dándole la espalda, y al principio no la vio. Aunque antes había pensado que la conducta de Cailin era agradablemente modesta, esperaba un recibimiento más cálido. ¿Se estaba burlando de él? ¿O simplemente era tímida? Le apartó el delicioso mechón de rizos para dejarle el cuello al descubierto. Luego se inclinó y besó con calidez la esbelta espalda.

– Tienes la piel como la seda -le dijo con admiración, y le acarició con suavidad la nuca.

Cailin, que se había estremecido ligeramente al contacto de sus labios, sintió un intenso escalofrío.

Wulf Puño de Hierro no era un hombre insensible. Se dio cuenta de que la muchacha se mantenía rígida. Luego vio que también llevaba puesta la camisa. Un pensamiento incómodo cruzó por su mente, pero lo apartó de inmediato. Necesitaba saber más.

– No te has quitado la camisa -dijo con voz suave. -Déjame ayudarte.

– No sé si debería -murmuró ella, intentó alejarse aún más de él, aunque era imposible debido a las reducidas dimensiones del espacio.

– Me han dicho que las chicas celtas festejáis a la diosa Madre -dijo él, alargando el brazo para quitarle la camisa.

Se dio la vuelta, arrojó la prenda sobre el baúl y se volvió hacia Cailin de nuevo. La línea de su espalda era hermosa y su piel exquisitamente clara. Le rozó el hombro con suavidad y ella dio un respingo.

– ¿No deseas compartir tu cama conmigo, Cailin Druso? Me han dicho que ésta es una costumbre corriente en tu pueblo. ¿Qué ocurre?

– Que una chica soltera comparta su cama con un hombre no es lo que me enseñaron, Wulf Puño de hierro, pero estoy dispuesta a obedecer los deseos del abuelo. Hace sólo unos meses fui tan necia como decir a Berikos que cuando mi abuela cruzara el umbral de esta vida para entrar en la otra, yo abandonaría dobunios, que podría cuidar de mí misma. Pero la verdad es que no puedo arreglármelas sola por mucho que lo desee. Por lo tanto, debo obedecer las órdenes de Berikos. En realidad no le gusto mucho. -Su joven voz temblaba levemente.

– ¿No eres una dobunia?

¿Qué broma era ésa?, se preguntó Wulf.

– Mi madre, hija de su tercera esposa, era la única hija de Berikos -dijo Cailin. -Se llamaba Kyna. Mi abuela la quería con locura, según me han contado pero él la repudió cuando se casó con mi padre, cuya familia desciende de un tribuno romano. Me ha gustado lo que le habéis dicho a mi abuelo esta noche de que todos somos britanos. Lamentablemente Berikos no lo ve así.

Cailin siguió contando a Wulf cómo había llegado a la aldea de Berikos y la muerte de su abuela una semanas atrás.

– No soy desdichada entre las gentes de mi madre. Son buenas y amables conmigo. Pero mi abuelo no me perdonará ni una sola gota de la sangre romana que corre por mis venas -terminó.

– A lady Brigit tampoco le gustas -observó Wulf con sagacidad.

– No, no le caigo bien. Ha sido ella quien ha sugerido esto, pero es costumbre entre los dobunios ofrecer a las visitas importantes una compañera de cama para pasar la noche. Brigit cree que así mata dos pájaros de un tiro. Puede vengarse de mí y espera influir en vos para ayudar a mi abuelo, lo cual servirá para que ella gane favor con él.

– ¿Qué opinas de sus planes para Britania? -preguntó Wulf.

Le había gustado esa chica guapa y evidentemente lista desde el primer momento en que la había visto. No quería lastimarla.

– Creo que tenéis razón, señor, y que Berikos se engaña -contestó Cailin con sinceridad. -¿Le ayudaréis?

– Date la vuelta, Cailin Druso, y mírame. Es difícil hablarle a tu espalda -replicó él, y en su voz profunda se insinuó la risa.

– No puedo -admitió Cailin. -Estáis desnudo, ¿no? Nunca he visto a un hombre desnudo… completamente desnudo -rectificó, recordando a los luchadores que habían actuado en la Liberalia de sus hermanos.

– Me envolveré bien con las pieles -prometió él. -Sólo dejaré visibles los brazos, los hombros y la cabeza. Y tú tienes que envolverte también. No quiero avergonzarte, Cailin Druso, pero me gustaría ver tu adorable rostro cuando hablamos. Esto está muy oscuro. Me siento como si estuviera hablando con alguna criatura sin cuerpo -bromeó.

Ella se quedó pensando un momento y luego dijo:

– De acuerdo, pero no me miréis demasiado de cerca. No puedo evitar ser tímida, señor. Todo esto es bastante nuevo para mí, aunque no tan terrible como creía. -Cailin se dio la vuelta con cuidado, aferrando las pieles sobre su pecho. Él sonrió para darle ánimos. Y ella se ruborizó. -¿Ayudaréis a Berikos? -repitió al mirarle; el corazón le latía con fuerza.

Por un instante él vislumbró sus ojos; eran color el violetas húmedas. Ella los cerró rápidamente.

– Al parecer Berikos no está dispuesto a pagar el precio que pido -respondió Wulf.

– Tierras -dijo Cailin, y de pronto tuvo una idea maravillosa. -Yo lo pagaré, señor -dijo, -y a cambio sólo os pediré dos cosas. Veréis que mi trato es mejor.

– ¿Me darás tierras por entrenar y dirigir a los dobunios? -preguntó él, confundido. Cailin rió.

– No. Tenéis razón respecto a las probabilidades de que los dobunios resitúen a las tribus célticas en destacada posición: no existe ninguna. Pero me vengaría del hombre que planeó el asesinato de mi familia y me habría asesinado a mí. Las tierras de la familia Druso Corinio son mías por derecho, pues soy la única superviviente de esa familia. Yo sola no puedo hacer nada para reclamar mis derechos. Mi primo Quinto Druso encontraría la manera de matarme para quedarse con lo que ha robado. Pero vos podríais matar a Quinto Druso para mí. Y si os casáis conmigo, mis tierras serán vuestras, ¿no? Es una oportunidad mucho mejor que la que puede daros mi abuelo -concluyo Cailin, sorprendida por su propia osadía al sugerir semejante acción. Quizá, al fin y al cabo, estaba aprendiendo a sobrevivir sin los dobunios.

– ¿Tus tierras son fértiles? ¿Hay agua suficiente -preguntó él, asombrado de considerar siquiera la proposición de la muchacha. Pero ¿por qué no iba a hacerlo? Él quería tierras de su propiedad y necesitaría una esposa. La idea de Cailin era una solución perfecta a ambos problemas.

– Nuestras tierras son fértiles -aseguró ella y hay mucha agua. Hay buenos campos para cultivar grano y otros para alimentar ganado. También hay huertos. La villa de mi familia ha desaparecido, pero podemos construir otra morada, señor. Los esclavos que pertenecían a mi padre también serán míos. Berikos tendrá que ofrecerme también un regalo de boda. Ceara y Maeve se ocuparán de que sea bueno.

Wulf necesitaba tiempo para pensarlo. El ofrecimiento era excelente y sólo un tonto lo rechazaría.

– Lo haré -dijo. -Nos casaremos y recuperaré tus tierras para ti, Cailin Druso. Incluso ayudaré a ese viejo réprobo, tu abuelo. Nos veremos obligados a pasar aquí el invierno. Durante los próximos meses entrenaré a todos los jóvenes dobunios que desean aprender las artes de la guerra. La prueba final de sus habilidades será cuando recuperemos tus tierras de tu perverso primo. Después serán para Berikos. Si no te confundes respecto a esta gente, no le seguirán más lejos que los límites de su propio campo. -La miró fijamente. -Eres lista, ovejita. -Le levantó el rostro y la besó levemente en los labios. -Pero no le contaremos nuestros planes a tu abuelo. Sólo le diré que te quiero por esposa.

– Eso no te lo negará -dijo ella, sintiendo que el rubor se le extendía por todo el cuerpo al notar el roce de su boca en la de ella. -En realidad, él y Brigit creerán que está bien que la zorra mestiza, como les gusta llamarme, se una a un extranjero, como os llaman a los sajones.

– Todavía no nos hemos unido -dijo él con suavidad.

– Todavía no nos hemos casado -replicó ella sin vacilar, sintiendo que el corazón le daba un vuelco.

– No podemos insultar a tu abuelo, ni creerá que he vencido mi pasión por ti si no hacemos lo que esperan que hagamos esta noche. -Enredó su gran mano en el pelo de Cailin. -Me gusta el color de tu pelo y la encantadora confusión de tus rizos. Las chicas sajonas tienen el pelo rubio y lacio. Lo llevan peinado en dos trenzas, y cuando se casan se lo cortan muy corto, para demostrar su sumisión al esposo. Yo no podría hacerlo con tus encantadores rizos, por eso es una suerte que seas britana y no sajona -agregó con una sonrisa.

Con suavidad pero con firmeza, le echó la cabeza hacia atrás, dejando al descubierto la garganta. Luego, la puso de espaldas y fue depositando lentos y cálidos besos en la blanca piel.

Cailin aferraba desesperadamente la colcha sobre sus senos. No sabía qué hacer. Ni siquiera sabía si tenía que hacer algo. De pronto se dio cuenta de que los ojos azules de Wulf miraban con profundidad los suyos. Cailin no pudo desviar la mirada. Volvía a sentir calor, pensó de forma irracional, y deseaba apartar la colcha pero no se atrevía a hacerlo.

Wulf estaba seguro de la respuesta que recibiría a la pregunta que le formuló:

– ¿Eres virgen, ovejita?

Claro que era virgen. El semblante de Cailin reflejó la confusión que sentía, pues alternaba el miedo a lo desconocido y la curiosidad.

– Sí -musitó. -Lo siento, no podré darte placer. No sé qué tengo que hacer.

– Me gusta que seas virgen -repuso él con ternura, -y te enseñaré todo lo que has de saber para que los dos obtengamos placer.

– Ni siquiera sé besar -declaró ella con abatimiento.

– Es un arte que se aprende con facilidad -la tranquilizó él, serio, pero en sus ojos asomaba el regocijo. -En muchos es algo instintivo. Cuando te bese, limítate a besarme tú a mí. Deja que el corazón te guíe. Yo te enseñaré ciertos refinamientos más adelante. -La besó con suavidad y, tras un momento de vacilación, Cailin le besó a él. -Eso está muy bien -la alabó. -Volvamos a intentarlo.

Esta vez el beso de Wulf fue más firme, y ella sintió que sus labios cedían ligeramente bajo los de él. Cailin ahogó un débil grito cuando la punta de la lengua de Wulf le rozó la boca suave y sensualmente. La cabeza empezó a darle vueltas. Cailin rodeó a Wulf con los brazos para mantenerse firme, pues tenía la sensación de que se estaba cayendo.

Él se apartó de sus labios y hundió la cabeza en su pelo.

– Tienes un gusto delicioso, ovejita, y hueles de maravilla. Nunca había conocido a una chica que oliera tan bien. ¿A qué se debe? -Bajó la mirada a los ojos de Cailin y ésta se sonrojó una vez más. -¿Siempre te sonrojarás cuando te mire? -le preguntó con voz suave. -¡Eres tan hermosa!

– Me parece que exageráis, señor.

Entonces se dio cuenta de que le estaba rodeando con los brazos y protestó.

– Me gusta que me abraces, ovejita. Creo que a pesar de todos tus temores, sabes que soy un hombre en quien se puede confiar. No soy un hombre que suelte cumplidos como gotas de lluvia. Cuando te alabo, es porque lo mereces. Eres muy guapa. Nunca había conocido a ninguna mujer tan hermosa. Estaré orgulloso de tenerte por esposa, y estaré celoso de cualquier hombre que te mire. Juntos haremos niños guapos y fuertes.

– ¿Cómo? -se atrevió a preguntar ella. Él sonrió.

– Tienes curiosidad, ¿eh? Entonces debemos proseguir nuestras lecciones.

Empezó a retirar la colcha de pieles. Cailin soltó un gritito, tratando de detenerle, pero él no se detuvo. La expresión sobrecogida del bello rostro de Wulf cuando contempló su desnudez permitió a Cailin vislumbrar el poder que una mujer tiene sobre un hombre. Al principio no la tocó. Sus ojos absorbieron la suavidad y palidez de su cuerpo: sus pequeños senos redondeados, la elegante curva de su cintura, sus muslos esbeltos y bien torneados, el vello rizado de su monte de Venus.

Él sonrió, casi para sí, y la tocó allí con un solo dedo.

– Estos rizos hacen juego con los de tu cabeza -dijo.

Ella le observaba con los ojos abiertos de par en par, en silencio.

Entonces él dijo:

– Retira mis pieles, ovejita.

Ella lo hizo y contuvo el aliento. Él la había llamado hermosa, y sin embargo el hermoso era él. Tenía el cuerpo de un dios, sin duda. Todo era proporcionado y perfecto. Lo que más le sorprendió fue el apéndice que tenía entre las piernas. Lo miró con curiosidad, y lo tocó con cautela y suavidad.

– ¿Qué es esto? -preguntó. -¿Para qué sirve? Yo no lo tengo.

Wulf tragó saliva. La curiosidad de Cailin parecía la de una niña.

– No, tú no lo tienes, pero tus hermanos lo tenían. ¿Nunca se lo viste?

– ¿Qué es? -repitió Cailin.

– Se llama raíz del hombre.

– ¿Y mis hermanos también lo tenían? No, nunca se lo vi. Mis padres creían en el recato. Decían que muchos problemas de Roma derivan de la falta de moral. No creían que debamos avergonzarnos de nuestro cuerpo, pero tampoco creían que debamos exhibirlo. ¿Para qué sirve la raíz del hombre?

– Es el conducto por el que mi semilla entrará en tu vientre. Cuando se excita aumenta de tamaño y se pone duro. Te lo meteré dentro y soltaré mi semilla. Ese acto nos proporcionará placer a los dos.

– ¿Dónde me lo meterás? Enséñamelo -pidió. El se inclinó y volvió a besarla, y al hacerlo introdujo con suavidad un dedo entre los labios vaginales de Cailin y tocó la entrada del conducto. -Aquí -dijo.

– ¡Ooooh! -exclamó ella.

Aquel sencillo roce no sólo la sobresaltó, sino que pareció estallar en el interior de su cuerpo. Pequeños temblores recorrieron todo su ser.

– Tenemos cosas que hacer antes que eso -dijo él, retirando el dedo. -Responderé a todas tus preguntas más tarde, pero quizá ahora sería mejor no hablar tanto.

– ¿Por qué me llamas «ovejita»? -preguntó ella nerviosa.

– Porque eres una inocente ovejita, con tus grandes ojos color púrpura y tus rebeldes rizos rojizos, y yo soy el lobo que va a comerte.

Entonces la besó en la boca. Quería ser gentil y paciente, pero la proximidad de Cailin le estaba volviendo loco de deseo. Necesitaba desfogarse y, a decir verdad, cuanto más esperara más difícil sería para Cailin. Los labios de ésta se ablandaron bajo los suyos y él le introdujo la lengua en la boca. Ella trató de apartarse, pero él la sujetaba con firmeza.

Al principio ella intentó esquivar la lengua que buscaba la suya, pero él no la dejaba. Cailin notaba el sabor a hidromiel en su aliento y eso la excitó. Con cautela su lengua buscó la de él y se unieron en una danza que gratificó a los sentidos de ambos. Le rodeó de nuevo con sus brazos, atrayéndole hacia sí, elevando sus jóvenes pechos para rozar el suave torso de Wulf.

De pronto él se apartó, le cogió el rostro entre las manos y lo cubrió de besos. Sus labios descendieron de nuevo hasta la garganta y pasaron al valle que formaban sus senos. Cuando ella exhaló un suave grito, él la tranquilizó:

– No, ovejita, no tengas miedo.

Cailin tenía la impresión de que sus senos se hinchaban bajo los besos de Wulf. Cuando él le cogió uno con la mano y lo acarició con ternura, el gemido que exhaló fue de alivio. Ella deseaba que la tocara allí. Quería que siguiera tocándola allí. El corazón le latía con tanta violencia que creyó que se le saldría del pecho, pero las caricias de él ahora eran más exigentes que sus temores.

Wulf se inclinó y besó los jóvenes senos. Su lengua empezó a lamer los pezones con cautela, primero uno y después el otro, convirtiendo la suave carne en duros y tensos puntos de hormigueo. La respiración de Cailin era agitada cuando él por fin cerró su boca en torno al pezón izquierdo y empezó a chuparlo con avidez.

– Placer… -le oyó decir a Cailin cuando pasó al otro pezón, al que ofreció el mismo homenaje que había ofrecido al otro.

Cailin le observaba con los ojos entrecerrados adorar su cuerpo. Sentía un deseo desconocido que la excitaba. De pronto se dio cuenta de que él se había colocado sobre ella, mientras le besaba y acariciaba el torso. Observó que de su cuerpo sobresalía la raíz de hombre Pero ahora era enorme. No era posible que encajara en su joven cuerpo. ¡La desgarraría!

– ¡Eres demasiado grande! -exclamó ella con vez asustada, manteniéndole apartado con las manos contra el pecho. -¡Por favor, no lo hagas! ¡No quiero que me hagas eso ahora!

Se arqueó, luchando contra él.

El gimió. Fue un sonido desesperado.

– Déjame poner sólo la punta en tu conducto, ovejita, y verás que no pasa nada.

– ¿Sólo la punta? -preguntó ella temblando.

Él asintió y la guió con la mano suavemente. Ella estaba maravillosamente húmeda de excitación y no le resultó difícil penetrarla unos centímetros. El calor le recibió cuando ella encerró con fuerza la punta de su raíz de hombre. Wulf se preguntó cuánto podría mantener el control. Ella era sencillamente deliciosa. ¿Qué sinrazón le había hecho proponer aquella locura? Deseaba hundirse dentro de ella. Respiró hondo.

– ¿Lo ves? -dijo. -No es tan terrible, ¿verdad ovejita?

Era una penetración tierna. La punta de su miembro la forzaba, pero en realidad no le dolía.

Él le besó los labios suavemente y murmuró:

– Si me dejas entrar un poquito más, te produciría mucho placer.

Como ella no respondió, empezó a presionar con delicadeza, mientras seguía besándola en la boca, la cara y el cuello.

Cailin cerró los ojos y le dejó hacer. Aunque la sensación que experimentaba era nueva para ella, no le resultaba completamente desagradable. En realidad empezaba a sentir calor y cuando su cuerpo se acopló al ritmo de Wulf, se sorprendió pero no pudo evitarlo. En realidad, mientras se movía con él sintió que la embargaba una sensación de abrumadora dulzura. Era como si un centenar de mariposas le recorrieran el cuerpo. Cailin de pronto le cogió el rostro y le besó apasionadamente por primera vez.

Él había observado sus expresiones cambiantes.

Era como observar la formación de una tormenta en un cielo despejado.

– ¿Empiezas a sentir placer, ovejita? -preguntó- ¿Te gusta? Déjame terminar lo que hemos empezado ¡Deseo poseerte por completo!

– ¡Sí, hazlo! -respondió ella sin vacilar.

Sintió que los firmes muslos de Wulf la inmovilizaban con firmeza y que él empezaba a embestirla con movimientos cada vez más rápidos. De pronto sintió un dolor punzante cuando su virginidad cedió ante la apremiantes embestidas. El dolor le subió por el torso y le inundó el cuerpo cuando él penetró por completo en ella con un grito triunfante. Cailin jadeó al sentir el fuego estallarle en el vientre. Tenía las uñas clavadas en la espalda tensa de Wulf. Habría gritado en su aterrada agonía de no haberle tapado él la boca con la suya en el preciso momento en que la desfloraba.

¡Le había hecho daño! ¡Él no la había advertido de esta tortura! Claro que no. Sabía que no le habría ofrecido su cuerpo de haber conocido el horror de este dolor. ¡Le odiaba! Jamás se lo perdonaría. Pero de pronto fue consciente de una nueva sensación absolutamente deliciosa: el dolor había desaparecido con la misma rapidez con que había venido. Sólo quedaba un placer dulce y cálido. Wulf se movía sobre ella y el fuego que vertía en sus venas no se parecía a nada que hubiese experimentado.

– ¡Ooooh! -medio sollozó cuando él se apartó de sus labios. -¡Oh! -En su interior se iba formando una ardiente dureza. -¿Qué me está sucediendo? -gimió desesperada cuando sintió que su cuerpo empezaba a elevarse hacia un éxtasis maravilloso. ¡Estaba elevándose! ¡Era glorioso! ¡No quería parar! Podría seguir así eternamente. La sensación llegó entonces a la cumbre y estalló como un millar de estrellas en su interior. -¡Oooooh…! -exclamó, abrumada por el placer y decepcionada cuando notó que aquel delicioso placer se derretía con la misma rapidez con que se había apoderado de ella. -¡No! -exclamó, y abrió los ojos y miró a Wulf. -¡Quiero más!

Wulf prorrumpió en carcajadas, la risa de un hombre feliz y aliviado. Le retiró el pelo del rostro y se apartó de ella, besándole la punta de la nariz. Luego se apoyó contra la pared, miró a Cailin y dijo:

– Espero que hayas obtenido tanto placer como yo, ovejita.

La atrajo a la seguridad de sus fuertes brazos.

Cailin asintió y volvió la cabeza para mirarle a la cara. Su euforia empezaba a calmarse, pero no se sentía desdichada.

– Después de sentir dolor ha sido maravilloso -dijo con timidez.

– Sólo duele la primera vez -aseguró él. -Haremos buenos niños. Los dioses han sido bondadosos con nosotros, Cailin Druso. Creo que hacemos una buena pareja.

– Tu semilla quema -dijo, sonrojándose al recordar cómo la había sentido inundarla con bruscas explosiones. -Quizá ya hemos hecho nuestro primer hijo, Wulf -agregó mientras volvía a deslizarse bajo las pieles.

Él apoyó la cabeza sobre sus senos y le gustó que la acunara en actitud protectora como él había hecho con ella. Había llegado a la aldea dobunia en busca de tierras. Los dioses, en su sabiduría, le habían dado a Cailin y un inesperado futuro.

– Si estuviéramos en tu mundo -dijo- y te hubiera pedido a tu padre, y él hubiera consentido, ¿cómo se habría celebrado nuestro matrimonio?

– La ceremonia empezaría en la villa de mi padre -explicó Cailin. -La casa estaría decorada con flores y ramas verdes, con tapicerías de lana de vivos colores. Los presagios se harían a la hora del falso amanecer si fueran favorables los invitados empezarían a 1legar incluso antes de que saliera el sol. Acudirían de todas las villas vecinas y también de Corinio.

»La novia y el novio se acercarían al atrio y comenzaría la ceremonia. Una matrona felizmente casada que sería nuestra prónuba, nos uniría. Juntaría nuestras manos ante diez testigos formales, aunque en realidad todos nuestros invitados estarían presentes.

– ¿Por qué diez? -preguntó Wulf.

– Por las diez primeras familias patricias de Roma -respondió, y prosiguió: -Entonces yo recitaría antiguas palabras de mi consentimiento al matrimonio «Cuando y donde eres Gayo, yo entonces y allí Gaya.» Luego pasaríamos a la izquierda del altar familiar y lo encararíamos, sentados en taburetes cubiertos con la piel de ovejas sacrificadas para la ocasión. Mi madre ofrecería un pastel de espelta a Júpiter. Nosotros comeríamos el pastel, mientras mi familia oraría en alta a Juno, que es la diosa del matrimonio. El rezaría Nodens y a otros dioses de la tierra, romanos y célticos. Después se nos consideraría verdaderamente casados. Hay otras formas de ceremonia matrimonial, pero en mi familia siempre se empleaba ésta.

»Mis padres ofrecerían luego un gran festín que duraría un día entero. Al final se distribuirían trozos de nuestro pastel de boda entre los invitados para que tuvieran suerte. Después yo sería escoltada formalmente al hogar de mi esposo. Tú me cogerías de los brazos de madre y yo ocuparía mi lugar en la procesión. Nos apañarían portadores de antorchas y músicos y cualquiera que durante el trayecto quisiera unirse al cortejo. En realidad, en los viejos tiempos se consideraba que esta procesión era el sello final de la validez de un matrimonio.

»Es costumbre que la novia sea asistida por tres jóvenes cuyos padres vivan. Dos caminarían junto a mí y me cogerían de la mano, mientras el tercero iría delante con una rama de espino. Detrás de mí se llevaría un huso y una rueca. Yo tendría tres monedas de plata: una la ofrecería a los dioses de las encrucijadas, la segunda te la daría a ti, en representación de mi dote, y la tercera la ofrecería a los dioses de tu hogar.

– ¿Y yo no haría nada más que caminar a tu lado con orgullo? -preguntó él.

– Oh, no. Tú repartirías pastelillos de sésamo, nueces y otras golosinas entre los espectadores. Cuando llegáramos a tu casa, yo decoraría los postes de la puerta con lana de colores y untaría la puerta con aceites preciosos. Entonces tú me cogerías en brazos para cruzar el umbral. Se considera que trae mala suerte que la novia resbale cuando entra en su nuevo hogar.

– Yo no te dejaría resbalar -observó él, y alzando la cabeza la besó en los labios. -¿Eso es todo?

– No -respondió ella con una risita. -Hay más. Al entrar en la casa, yo repetiría las mismas palabras pronunciadas en la ceremonia. Entonces se cerraría la puerta a la multitud.

– ¡Y por fin estaríamos solos! -exclamó Wulf.

– ¡No! -exclamó Cailin riendo. -Algunos invitados nos harían compañía. Tú me dejarías en el suelo y me ofrecerías fuego y agua como prenda de la vida que compartiríamos y como símbolos de mi deber en nuestro hogar. Habría leña puesta ya en la chimenea, que yo encendería con la antorcha nupcial. Después arrojaría la antorcha a los invitados. Se considera un buen augurio conseguir una antorcha nupcial.

– Luego nuestros invitados se irían a casa y nosotros por fin estaríamos solos -dijo él. -¿Es así o no?

Ella contuvo la risa.

– No.

– ¿No? -preguntó él con exagerado tono de indignación.

– Antes yo tendría que recitar una plegaria.

– ¿Una plegaria larga? -Fingió apesadumbro.

– No, no demasiado -respondió ella. -Y pues la prónuba me conduciría a nuestro diván nupcial que estaría colocado en el centro del atrio la primera noche de boda. Siempre permanecería en ese como símbolo de nuestra unión.

– Es un día largo para los novios -comentó.

– ¿Cómo celebran las bodas los sajones? – preguntó ella.

– El hombre compra a su mujer. Claro que suele asegurarse de que la doncella esté más o menos de acuerdo. Entonces se aproxima a la familia de ella, a través de un intermediario, por supuesto, para ver qué y cuánto quieren por la chica. Luego se hace la oferta formal. Tal vez sea aceptada o tal vez sea necesario regatear un poco más. Una vez acordado el precio de la novia y realizado el intercambio, se celebra un banquete y después la feliz pareja se va a casa, sin sus invitados, debo añadir -concluyó. Entonces cogió la barbilla de Cailin y dijo: -Pronuncia las palabras, Cailin Druso. -Su voz era suave, y su masculinidad empezó a excitarse otra vez. -Dime las palabras, ovejita. Seré un buen esposo para ti, lo juro por todos los dioses, los tuyos y los míos.

– Cuando y donde eres Gayo, yo entonces soy Gaya -recitó Cailin.

«Qué extraño -pensó. -Sabía que alguna vez tendría que pronunciar estas palabras, pero jamás pensé que las diría completamente desnuda, en una cama en una aldea dobunia, a un sajón.» Aun así, Cailin se consideró afortunada. Había percibido que Wulf Puño Hierro era un hombre bueno y honorable. Ella necesitaba su protección, pues fuera de su familia no te nadie. Ceara y Maeve hacían todo lo que podían por ella, pero se habían marchado y ella se encontraba merced de Berikos y su perversa esposa catuvellauna.

No volvería a suceder. De pronto oyó la voz del sajón, fuerte y segura, y le miró a los ojos.

– Yo, Wulf Puño de Hierro, hijo de Orm, te tomo, Cailin Druso, por esposa. Te cuidaré y protegeré. Lo juro por el gran dios Woden, y por el dios Tor, mi patrón.

– Seré una buena esposa para ti -prometió Cailin.

– Lo sé -dijo él, y contuvo la risa. -Me pregunto qué pensarán tu abuelo y esa bruja de Brigit de este giro de los acontecimientos.

– El te pedirá un pago por mí, estoy segura. ¡No le des nada! No se merece nada.

– Lo que no se paga no vale nada, ovejita. Para mí vales más que todas las mujeres. Le daré un precio justo del que no tendrás que avergonzarte.

– Eres demasiado bueno. ¿Cómo podré pagarte tu bondad conmigo? Tenías que haber disfrutado conmigo esta noche y luego abandonarme. Sin embargo, si lo hubieras hecho, aunque no habría debido avergonzarme pues es la costumbre dobunia, en el fondo de mi corazón sí lo habría hecho.

Una lenta sonrisa maliciosa iluminó las fuertes y hermosas facciones de Wulf.

– Sé cómo puedes empezar a pagármelo, ovejita -dijo, y le cogió la mano y se la llevó a su sexo, que volvía a estar ansiosamente preparado. -Tengo intención de que me lo pagues en su totalidad, ovejita, no sólo esta noche sino en todas las venideras.

El joven rostro de Cailin adoptó una expresión seductora que él no le había visto antes.

– Me parece justo, esposo mío -coincidió ella. -No oirás ninguna queja por mi parte en este aspecto. Mi familia siempre me enseñó a pagar mis deudas.

Entonces atrajo el rostro de Wulf hacia el suyo, ansiosos sus labios de recibir los besos de él.

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