13

Estoy sentada delante de la computadora, él, en la cocina, lava los platos mientras silba. Me gusta el ruido mientras escribo, me gusta el estruendo. Después pone un CD y yo, mientras escribo, vuelvo a encontrarme moviendo las caderas haciendo oscilar la silla con rueditas. Todavía no hay cortinas y las ventanas son altas, típicas de los edificios del siglo XVIII. Todos pueden vernos, pero estamos contentos de que alguien pueda vernos mientras hacemos el amor; tal vez es algo típico en quienes están enamorados: mostrarles a todos cuánto se aman. Comienzo a andar por el corredor, toco las paredes con la punta de los dedos, voy al living y acaricio el bonsai poniéndome en puntas de pie. Él está de espaldas, lo abrazo por detrás y le apoyo mi pubis. Lo doy vuelta con un movimiento decidido, lo miro manteniendo los ojos bajos, consciente de haber hecho un movimiento que a él le gusta. Me giro, le ofrezco las nalgas, él acaricia delicadamente mi espalda; me siento en el lavabo, mojado y frío, y el contacto me hace vibrar toda la piel y cada protuberancia de mi cuerpo tiende hacia arriba.

Me posee allí mismo, grandiosamente extiende su cuerpo sobre el mío y me susurra palabras agradables para mis oídos, calentándome el lóbulo con su aliento.

Después oigo una tos y abro los ojos: veo una mujer inclinada sobre la mesa que tose convulsivamente, alza los ojos y me sonríe con malicia. Es rubia, flaca y arrugada y lleva un vestido floreado. La miro un poco más, después lo miro a él, cierro los ojos, vuelvo a abrirlos. Sigo oyendo cómo tose.

Lo atraigo hacia mí y lo devoro.

Su lengua sangra y hay gotas rojas en mi cuello.

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