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Tienes idea de la estupidez que has hecho? -me dice sin perder la calma, pero con unos ojos que se mueven de una parte a otra de mi cara.

– ¿Y qué debía haber hecho? Ella me está probando -respondo.

– ¿Pero probando a quién, probando qué? -dice ahora, enojado.

– Contigo -digo con candidez.

– ¿Pero te das cuenta de que eres una loca maniática? -me lanza acusaciones casi femeninas.

Defiendo lo que es mío.

– ¡Esa pobrecita vino a verme bañada en lágrimas diciendo que le dejaste un mensaje amenazador debajo de la puerta de la veterinaria! ¡Estás completamente loca! -continúa.

– Ah… entiendo… fue a verte… -exclamo, enfurecida-. También vino a verme a mí, ¿sabías?

– ¿Cuándo? -pregunta, sorprendido.

– Tú primero dime si te la cogiste. O simplemente: dime si estás enamorado de ella o qué… -le digo, apuntándole el pecho con un dedo.

– ¡Mierda! Nada de eso, ¿pero cómo tengo que decírtelo? -me abraza, desesperado-. ¿Por qué sigues haciéndote mal? ¿Por qué piensas que ella tiene alguna importancia para mí?

Me separo de él y lo miro directo a los ojos.

– Porque lo siento -susurro.

Luego de un tiempo indescifrable suspendido entre el silencio y la impotencia total, pregunta:

– ¿Y cuándo es que vino?

– Se fue poco antes de que yo llegase. Se fue volando por la ventana -y la señalo.

– Pero qué mier… -exclama.

– Imbécil. Ni que la hubiera asesinado. Vino bajo otra forma. Y la reconocí. Quería cagarme, la muy puta, pero no pudo -digo con orgullo.

Sacude la cabeza y se va a otra habitación. Sin decir una palabra.

El miedo ya me tiene prisionera y no hay ni un instante en que mis temblores tengan descanso. Tiemblo ahora mismo, mientras escribo, tiemblo mientras como, tiemblo mientras dejo que el agua corra por mi cuerpo, tiemblo mientras lo miro, mientras miro el cielo, tiemblo mientras bandadas de pájaros crean dibujos y formas en el cielo de Roma. Me quedo horas mirándolos a través de la ventana, mientras hacen piruetas, se dirigen primero hacia la derecha y después hacia la izquierda, dibujan círculos, ciclones, parecen lunares peludos, y después caen en picada hacia abajo, abajo, hasta las copas de los árboles.

Tiemblo. Tiemblo mientras vibra todo esto en el mundo, en el aire, tiemblo porque sé que allá afuera todavía hay vida y yo no sé vivir esa vida.

Necesito mirar la vida que tengo dentro, esta vida oscura y sin conexión con todas las otras, necesito vivir dentro de mí, porque fuera de mí no existe nadie que consiga hacerme vivir. Me había ilusionado con que él era capaz de hacerme vivir y no me habría dejado morir día tras día. Pero en cambio es eso lo que está haciendo y tanto vale que muera de golpe, en seco, con un golpe bien asestado.

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