Entonces ve, toma el tren, ve,

que aunque no te vayas te irás igual.

VIRGINIANA MILLER, En otra parte


Con una abeja en los cabellos me fui por las calles del mundo. Una abeja que zumbaba entre mis cabellos, batía convulsivamente las alas y zumbaba, zumbaba. Y yo la dejaba construir su panal en mi cabeza y todo el que me veía me decía: “Tienes los cabellos que parecen de miel”, sin saber que en mi cabeza había una abeja dando vueltas con su cuerpo tierno y bicolor, jugando. Y me hacía compañía, una compañía que se volvió irrenunciable, aunque no podía confiarme demasiado: a veces me picaba en la nuca para provocarme dolor. Pero mi abeja era demasiado pequeña para eso, en mí depositaba su miel, no su veneno.

Un día la abeja me susurró algo al oído, pero era un susurro demasiado débil para que pudiese oírlo. Nunca le pregunté qué había querido decirme y ya es demasiado tarde; de improviso mi abeja se fue de mis cabellos y alguien la mató. La aplastó. Y en el mármol blanco puedo ver cómo brilla un líquido, una sustancia: lo tomo con una espátula y lo llevo a un laboratorio para que lo analicen.

– Veneno -me dice el biólogo.

– Veneno -repito yo.

Mi abeja murió envenenada, no aplastada. Unas horas antes me había picado.



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