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Sus ojos eran móviles, parecían mojados por las lágrimas, parecían asombrados, frágiles, parecían maleables. Y sin embargo violaban, trituraban, insultaban, reprochaban.

El auto detenido en un camino, en medio del campo, a los pies del Etna; la lluvia que apenas había dejado de golpear el parabrisas, el olor a tierra podrida, mi bombacha y mis medias tiradas por ahí, mis cabellos pesados a causa de la humedad, su aliento penetrante y el olor de su loción para después de afeitarse. Los pañuelos sobre el tablero, el color de las flores, violeta, amarillo y rojo, los camiones que avanzaban detrás de nuestras cabezas, las abejas que golpeaban convulsivamente contra la ventanilla. El sudor, la saliva y los humores, el olor a tela húmeda, el tintinear del cinturón, el sol que reaparecía tímidamente, la pasión, la prisa, el ansia, los celos, la impotencia, la inconsistencia, la ilusión, la mentira, la indiferencia, incluso el dolor.

Había de todo, excepto amor.

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