Una vez tú y yo caminábamos por el campo. Yo llevaba un largo bastón con el que me ayudaba para trepar las subidas, y de tanto en tanto aplastaba cínicamente alguna luciérnaga que me pasaba cerca.
Tú estabas embarazada y tenías la panza dura e inflada. Tenía miedo de que las luciérnagas te lastimaran, temía que todo el mundo pudiese lastimarte. Entonces te protegía con mi cuerpecito y te seguía adonde fueras.
Nos detuvimos para sentarnos bajo de una gran magnolia con las flores blancas, recuerdo que la savia recorría una parte del tronco y que con ella hacía que mis dedos se pegaran entre sí; bajo de la magnolia había un charco minúsculo donde nos mojamos los pies. Era la primavera y el mundo parecía el Edén.
Suspendidas entre el cielo y la tierra volaba una infinidad de mariposas y libélulas, era como si quisieran hacernos compañía, pero nunca encontraban el coraje como para acercarse completamente.
– ¿Ves aquéllas? -me dijiste señalando las libélulas-. Esas pueden ser mujeres.
– ¿Mujeres? -te pregunté, fascinada.
– Sí, mujeres. Aparecen por la noche bajo forma de insectos y destruyen tus sueños, te echan maldiciones terribles, a veces incluso mortales -dijiste abriendo los ojos de par en par.
– ¿Y por qué? -estaba emocionadísima.
– Hay mujeres que ruegan en contra de ti, se ponen de rodillas delante de una cruz y se sueltan el pelo y repiten frases mágicas que nadie conoce.
– Mujeres de rodillas… ¿y tú conoces esas frases mágicas? -yo también quería conocerlas.
Tú sacudiste la cabeza y continuaste:
– Pero conozco las frases mágicas para espantar a las ronni ri notti.
– ¿A quiénes?
– A las ronni ri notti. Son esas mujeres que se transforman en libélulas y vienen de noche… -dijiste.
– Ah, sí, sí.
– A la mañana siguiente adviertes que vinieron porque encuentras cabellos trenzados, pequeñísimos, casi invisibles, que es imposible deshacer.
– ¿Imposible? -ya casi no podía hablar.
– No es que sea imposible… debes cubrir los cabellos con aceite y decir estas frases – tomaste aire y tu panza enorme se hinchó, casi como si estuviera por explotar-: Lunesanto, martesanto, miércolesanto, juevesanto, viernesanto, satursanto, ruminica a ronna ri notti sus alas perderá.
Me quedé con la boca abierta y susurré:
– Lindo…
– Y recuerda: cada vez que veas una libélula, mátala. Si la dejas vivir es más fácil que la que muera seas tú.
Seguimos mojándonos los pies en el charco mientras yo me dejaba invadir por la fascinación de tus relatos.
– Esperaba que volvieras pronto -le dije mientras picoteaba en el plato vacío y sucio.
– Disculpa, tuve problemas en el trabajo -responde molesto.
Me molestan las mentiras, la hipocresía, me hacen sentir pequeña e insignificante, me hacen sentir la certeza de que la otra persona me considera una estúpida, inferior, poco recomendable. En este caso, loca.
Tomo coraje y le digo:
– ¿No vas a decirme quién es Viola?
– ¿Quién es Viola? -pregunta a su vez.
– ¿Quién es Viola? -respondo.
– Ah, la que me vendió el perro -y señala el cachorro acurrucado junto a nosotros mirándonos desde abajo, con unos ojos que estoy empezando a amar seriamente.
– Ah, entiendo… ¿y era tan importante que guardaras su número en la agenda del teléfono?
Él alza los hombros y dice:
– Está bien, ¿qué importancia tiene?
Me pongo de pie y reacciono violentamente:
– ¿Qué carajo quiere decir qué importancia tiene? ¡Claro que tiene importancia! ¡Mierda que la tiene!
Alza otra vez los hombros y esta vez su mirada cambió:
– Bué, nos encontramos en el bar alguna vez, comimos un sándwich juntos… nada más.
– ¡Y faltaría más! ¿Nada más? ¿Y qué más hubieras querido? Un sándwich es más que suficiente, ¿no? Incluso no veo qué necesidad había de compartirlo con ella -lo miro directo a los ojos, siento que los míos se salen de las órbitas.
Lo miro y lo imagino mientras me mira, consigo entrar en sus pensamientos y oír las palabras que le repiten que me deje, que me abandone. En este momento está pensando en que le estoy haciendo la vida más difícil, y por lo que a mí respecta es lo último que quisiera hacer. Pero ahora sólo quiero analizar, entender, apropiarme de toda esa seguridad que me falta. Lo sé, lo sé, de un momento a otro cerrará la puerta de un golpe y no volverá a entrar aquí, me dejará sangrante y pálida sobre este piso, desapareceré poco a poco, sin molestar a nadie. Pero ahora él debe tomarme las manos y tranquilizarme.
Él, por como es, no da marcha atrás a la hora de discutir. Tiende a razonar, a hacerme razonar, pero no lo logra. No sería capaz de decirme: “OK, me rompiste las pelotas, ahora me voy”; él no es de decir esas cosas. Está allí conmigo y me mira y a veces me sonríe, sin rencor. Detesto su bondad, su tolerancia. Me hace sentir tan indigna, tan miserable, tan pobre. Yo, que siempre tiendo a esconderme, a ocultarme, a hundir la cara en la almohada, a huir de los problemas. Yo, decía, no soy capaz de estar tan presente, tan empática.
Después toma mis manos y me susurra:
– Yo te amo sólo a ti.
Y yo no le creo. Nada de nada.
No me pregunten por qué, no me lo digan, olvídenlo. Yo no le creo.
Luego él me habla de libertad, me dice que le falta. Me dice que le estoy arrancando las alas por la fuerza. Qué ingenua, pensaba que yo misma era su libertad, que yo misma era sus alas y que conmigo hubiese podido ir adonde hubiese deseado, que subido a mi espalda habríamos ido hasta las nubes, atravesando temporales, viendo las casas desde lo alto y burlándonos de esos hombres estúpidos e impotentes que andan cojeando por la calle y se arrastran como si fueran bolsas de papas.
Él me dice que tiene el derecho de ver a quien quiera, dice que por eso su amor no va a disminuir, dice solamente:
– Debes confiar en mí.
Pero yo, por mi parte, tengo el derecho de morir, de destruirme, de sentir cómo se deshace mi vientre, de enloquecer y de ver a mis fantasmas, de convertirme en su marioneta.
Tengo el derecho de ceder al instinto. Tengo el derecho de llorar y de estar bien mientras lo hago. También tendré el derecho de pensar que, si se siente ahogado, ya no soy esa ola delicada y fluctuante que lo enternecía y lo deshacía. Significa que ahora soy un temporal y él está solo y no posee nada donde poderse reparar.
Excepto Viola y su normalidad.