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Tomé el tren, los campos del Lacio y luego los de la Umbría corren paralelos a mi cara, pero mis ojos miran el asiento que se encuentra frente a mí, donde diviso un rostro familiar pero efímero.

Él me mira como me miraba unos meses atrás, adentro de las pupilas, con los ojos brillantes, la nariz vibrante y la boca semiabierta. Me mira como me miraba cuando mi exceso de vida aún era débil.

Ahora no tengo más la muerte en el corazón, porque el corazón ya fue descarnado. Ahora la muerte avanza como un tumor, la siento hormigueando e instalándose en las articulaciones y los músculos.

Ella es lenta, tierna, sinuosa, felina. No me asusta. Ella juega bien su papel, sabe cómo aferrar con el lazo a los seres humanos.

Lo abandono y vuelvo a la casa roja en la colina, llevo conmigo sus camisetas rotas impregnadas con su olor, no duermo porque tengo la impresión de que si durmiese después no me despertaría más, nunca más. Me acurruco en el sillón y pienso. Hasta que la luz aplaca su entusiasmo y ya de noche enciendo la chimenea y dejo que las lágrimas caigan, echándole la culpa al humo.

No sé qué habrá hecho Penélope, me pregunto si habrá ido. Espero que sí, entonces me acurruco y pienso en ella y en él. Él le dice: “Entra, vamos, Melissa debería llegar de un momento a otro”, y ella dice: “Oh, no, lo lamento, mejor vuelvo más tarde”. Entonces ella lo mira y se da cuenta de que tiene unos ojos bellos y un bello rostro enmarcado por bellos cabellos. Pero aún no lo desea, no, aún no. Ella baja a esperarme y yo nunca llegaré, de modo que golpeará a la puerta y le dirá: “Oye, todavía no ha llegado. Mi tren ya se ha ido… puedo tomar el de las diez y media”. Entonces, inevitablemente, él la invitará a subir y tal vez le ofrecerá una cerveza fría, y entonces, sólo entonces, él se dará cuenta, mientras la observa saboreando la cerveza, que ella tiene la boca más bella que jamás haya visto. Y entonces, sólo entonces, se decidirá a besarla. Después me duermo.


Y cuando te oía llorar por las noches, antes de que te abandonase, me daba vuelta y pensaba: “A fin de cuentas es mi vida. Podía haber hecho que fuera más feliz en el pasado… pero no pude. ¿Debería pedir disculpas?”

¿Debería pedir disculpas?

Mis nuevas pieles de serpiente arden con demasiada rapidez.

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