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Oigo sus pasos que se detienen delante de la puerta, observan, callan, reflexionan, giran sobre sí mismos y siguen su camino dejándome sola. Mi cama nunca estuvo tan amplia y deprimida, nunca fue tan profunda y tan malvadamente confortante. Ya siento su piel rozando la mía, sus lágrimas que se confunden con las mías, y es solamente una sensación, sí, una sensación, porque nada de todo eso tiene lugar, nada, nada es real. Él escribe algo, inclinado sobre el escritorio con los ojos hundidos en su corazón; yo me siento una hormiga minúscula extendida en una cama grande y tremenda. Quisiera ser más pequeña todavía, transparente. Quisiera que él me aplastase definitivamente. Busco afanosamente calor en el borde de la manta, las yemas de mis dedos advierten sus imperfecciones y no queda más nada. Mi cuerpo es sólo un pedazo de carne privado de sangre, arrojado dentro de una celda frigorífica que espera que alguien lo compre y lo cocine y lo devore y haga con él lo que quiera. Sólo mi cuerpo existe, y es un cuerpo ficticio.

El colchón cruje ante mi peso y yo finjo no haber oído nada.

Dos ojos azules como los tuyos me miran y me sonríen. Susurro “mamá”, pero ella sacude la cabeza y me sonríe dulcemente.

– Debes irte -me dice-, debes escapar y debes entender.

Finjo no haber oído nada.

– Mírame -exclama, sacudiéndome-, mira dentro de mis ojos.

La miro y adentro hay palabras. Al principio son confusas, garabatos que parecen manchas de tinta; luego, poco a poco, las letras cobran una forma concreta y se encastran formando frases. Es una carta. Parece una escritura femenina, una escritura joven, pomposa, dentro de las “o” y las “a” hay una excesiva vitalidad que infla a las letras como si fueran globos.

La carta dice:

Querida Melissa:

Soy una admiradora tuya. Sé que soy una de tantas, pero espero que leas esta carta, a lo mejor incluso me responderás, quién sabe.

La historia que has contado no es mi historia, no me pertenece. Yo tengo una vida distinta a la tuya, tuve experiencias distintas, a lo mejor hice elecciones equivocadas, pero en cualquier caso son mías y de nadie más.

Y sin embargo, querida Melissa, siento que estoy en contacto contigo. Es como si hubiera una cuerda que nos mantiene atadas. Existe una correspondencia, eso entiendo, y espero que no me consideres una arrogante o quién sabe qué cosa. Sólo quería decirte lo que pienso. Es algo muy fuerte, que no sé explicarme.

Tuya

Penélope


PS: Te mando mi foto, pienso que es importante darle una cara a quien se esconde detrás de las palabras.

– ¿Y entonces qué? -le pregunto a la mujer con los ojos como los tuyos-. Otra que cree ser yo. ¿Entonces?

– Entonces, boba, esto podría aliviar tus sufrimientos. ¿No entiendes, no entiendes que la única correspondencia que las une es él? El único punto en común podría ser el amor que las liga a él.

– ¿Qué carajo quieres decir? ¿Qué no era Viola sino esta Penélope la que puso en riesgo mi historia con Thomas? ¿Quieres decir que fui ciega, como siempre?

Nuevamente tiene los ojos dulces y eso me pone nerviosa.

– No -dice-, ella llegará después de ti, todavía no existe en sus pensamientos. Ella llegará si tú lo decides, si vas abajo, abres el correo y ves la foto que te ha mandado. Entonces podrías decidir si vivir o morir… bué, no sé qué es peor entre las dos cosas -ríe tapándose la boca con la mano, púdica.

– ¡Cállate! Cállate… no te rías. Explícame mejor -la incito.

Ella se recompone y dice:

– Haz esto. Si quieres morir totalmente lo que debes hacer es lo siguiente: la invitas a tu casa uno de estos días y unas horas antes de que ella llegue, te escapas. Te vas. Pero debes irte de verdad, definitivamente. Encuentra el modo de que él se encuentre en casa, de modo que cuando suene el timbre será él quien le abra y ella, obligatoriamente, tendrá que aceptar su invitación a entrar, porque hizo un largo viaje… y tú así morirás, pero al menos serás feliz. Y sabrás que todo es real y que ya nada es imaginario.

La sigo mirando, pienso, me muerdo el labio y susurro:

– Voy a verla.

Abro el correo, advierto que está la carta y la cosa no me inmuta, no pienso en nada. Cuando miro su foto pienso en algo: “Esta es más linda que yo”.

Y ya tomé una decisión.

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