2

Elizabeth sintió el cansancio abrumador que a veces la invadía después de sus visiones. Necesitaba sentarse, pero la suspicacia que destilaban los ojos del duque la mantuvo inmovilizada.

– Quiero que me diga todo lo que sabe sobre mi hermano y por qué asegura que está vivo -dijo él.

«Dios santo, ¿por qué no me habré quedado callada?», se preguntó Elizabeth, aunque ya conocía la respuesta. Le vino a la mente el rostro de una joven…, la querida amiga a la que nunca volvería a ver… Y todo porque Elizabeth no se había decidido a manifestar su presentimiento. Era un error que había jurado no cometer de nuevo.

Además, el hecho de que el tal William siguiese con vida… ¿no debería ser motivo de alegría? Pero al ver la hostilidad y la desconfianza en la mirada del duque supo que se había precipitado. Aun así, seguramente habría algún modo de convencerlo de que le había dicho la verdad.

– Sé que vuestro hermano está vivo porque lo he visto…

– ¿Dónde? ¿Cuándo?

– Lo he visto hace un momento. -Su voz se convirtió en un susurro-. En mi mente.

Él achicó los ojos hasta que quedaron reducidos a rendijas.

– ¿En su mente? ¿Qué tonterías son ésas? ¿Está usted loca?

– No, excelencia. Yo… tengo el don de ver cosas. Mentalmente. Supongo que algunos lo llamarían una segunda visión. Me temo que no puedo explicarlo con claridad.

– Y sostiene que ha visto a mi hermano… vivo.

– Sí.

– Si eso es verdad, ¿dónde está?

Ella frunció el entrecejo.

– No lo sé. Mis visiones suelen ser bastante vagas. Sólo sé que no murió, como todo el mundo cree.

– ¿Y espera que me crea eso?

Su tono de incredulidad glacial le heló la sangre en las venas.

– Comprendo vuestras dudas. Muchos tachan de fabulación todo lo que no tiene una explicación científica. Sólo puedo aseguraros que lo que os digo es cierto.

– ¿Qué aspecto tenía ese hombre que según usted era mi hermano?

Elizabeth cerró los ojos y respiró profundamente, esforzándose por poner la mente en blanco para concentrarse en lo que había visto.

– Alto. Ancho de espaldas. Cabello negro.

– Qué casualidad. Acaba de describir a la mitad de los hombres de Inglaterra, incluido el propio regente, quien, como usted bien sabe, está vivo. Y no debe de resultar muy difícil describir a mi hermano cuando hay un retrato suyo de considerable tamaño colgado en la galería.

– No he visto el retrato -replicó ella, abriendo los ojos-. El hombre que he visto se parecía a vos, y tenía una cicatriz.

Él se quedó muy quieto y ella advirtió que su cuerpo se tensaba.

– ¿Una cicatriz? ¿Dónde?

– En el brazo derecho.

– Muchos hombres tienen cicatrices. -El duque apretó los dientes-. Si cree que va a convencerme con sus artimañas de que tiene poderes mágicos o algo así, se ha equivocado de persona. Los ladrones gitanos han vagado por Europa desde hace siglos mintiendo, afirmando que tienen poderes de esa clase con la esperanza de sacarle dinero a la gente con sus embustes, y robando si no lo consiguen.

La ira se apoderó de ella.

– No soy una gitana, una embustera, una ladrona o una mentirosa.

– ¿Ah no? Supongo que ahora me dirá que puede leer el pensamiento.

– Sólo de vez en cuando. -Bajó la vista a la boca de él, torcida en un gesto desdeñoso-. He leído vuestros pensamientos cuando me habéis tocado la mano.

– ¿De verdad? ¿Y qué estaba pensando?

– Queríais… besarme.

El duque se limitó a arquear las cejas.

– No le hacían falta poderes especiales para adivinar eso. Su boca había captado mi atención momentáneamente.

Sin embargo, a pesar de esta respuesta indiferente, ella notó su tensión, su recelo y su suspicacia, actitudes que estaba acostumbrada a distinguir. Pero por debajo de todo ello percibió algo más, algo que, a pesar de su enfado, despertó su interés.

Soledad.

Tristeza.

Remordimientos.

Lo envolvían como una capa oscura, y a Elizabeth la compasión le encogió el corazón. Conocía demasiado bien esos sentimientos que atormentaban el espíritu y reconcomían el alma.

Ella también se arrepentía de cosas que había hecho y deseaba reparar. ¿Sería capaz de ayudarlo? ¿Lograría aplacar con ello su propio sentimiento de culpa?

Resuelta a convencerlo de que no estaba loca y de que él la había deseado de verdad hacía unos instantes, musitó:

– Queríais besarme. Os preguntabais a qué sabría mi boca. Os imaginabais que os inclinabais hacia delante y me rozabais los labios con los vuestros una vez, y otra. Después hacíais más profundo el beso…

Austin pestañeó, su mirada se ensombreció y se posó en la boca de ella.

– Continúe.

Una oleada de calor la recorrió al representarse lo que él había pensado a continuación… Acariciarle la lengua con la suya.

– Creo que ya he demostrado lo que quería.

– ¿Eso cree?

Austin la observó con los ojos entornados. Una cosa era adivinar que había fantaseado con besarla y otra muy distinta que sus palabras reflejasen fielmente lo que él había pensado.

Cielo santo, ¿y si ella estaba en lo cierto? ¿Y si William estaba vivo? Una esperanza absurda lo acometió con tanta fuerza que estuvo a punto de tambalearse, pero no tardó en recuperar la cordura. Varios soldados habían presenciado cómo William caía en combate. Aunque la bala le había destrozado la cara, lo habían identificado por la inscripción del reloj que encontraron debajo de su cuerpo.

No había lugar a dudas. William estaba muerto. De lo contrario, se habría puesto en contacto con su familia y habría regresado a casa.

A menos que fuese un traidor a la Corona.

La cabeza le daba vueltas. Resultaba de lo más sospechoso que la señorita Matthews le dijese aquello poco después de que él recibiese una nota inquietante, hacía unos quince días; una nota que confirmaba sus peores temores sobre la lealtad de William a la Corona. ¿Sabría ella algo de esa carta o de las actividades de William durante la guerra? ¿Sabría algo acerca del francés al que él había visto con William?

¿Cómo se habría enterado de lo de la cicatriz? William tenía una pequeña señal en la parte superior del brazo derecho, recuerdo de un percance que había sufrido al cabalgar en su infancia. ¿Era posible que ella hubiese estado con él de un modo lo bastante íntimo como para conocer su cuerpo?

A la tenue luz de la luna, mientras la brisa jugueteaba con su cabellera despeinada, la joven no presentaba en absoluto el aspecto de una espía, una asesina o una seductora, pero él sabía bien que las apariencias engañan. Algunas de las mujeres más hermosas que conocía eran maliciosas, maquinadoras y despiadadas. ¿Qué clase de persona habría detrás de su fachada de inocencia? No sabía a qué estaba jugando, pero estaba decidido a averiguarlo. Y si para ello había que seguirle la corriente y fingir que creía en sus «visiones», lo haría.

Abrió la boca para hablar, pero antes de que pudiese pronunciar una palabra, ella dijo:

– No estoy fingiendo, excelencia. Lo que quiero es ayudaros.

Maldición. Tendría que andarse con sumo cuidado delante de esa mujer. Aunque descartaba la posibilidad de que sus visiones fuesen reales -¿y qué hombre cuerdo no la descartaría?-, no cabía duda de que era asombrosamente perceptiva.

Si no extremaba las precauciones, quizás ella descubriría sus secretos, lo que podía acabar por hundir a su familia.

– Dígame qué sabe de mi hermano -le pidió.

– No sé nada de él, excelencia. Hasta que he tocado vuestras manos, ni siquiera conocía su existencia.

– ¿En serio? ¿Cuánto lleva usted en Inglaterra?

– Seis meses.

– ¿Y espera que crea que en todo ese tiempo nadie ha mencionado a mi hermano? -Austin soltó una carcajada amarga.

Tras vacilar unos instantes, ella dijo en voz baja:

– Me temo que no soy el gran éxito social de la temporada. Por lo general, la gente habla más sobre mí que dirigiéndose a mí.

– Pero sin duda su tía la mantiene al corriente de los cotilleos.

Ella esbozó una sonrisa irónica.

– Para ser sincera, excelencia, debo deciros que mi tía prácticamente no habla de otra cosa que de la alta sociedad de Londres. La quiero mucho, pero después de cinco minutos de ese tipo de charla me temo que mis oídos dejan de escuchar.

– Entiendo. Hábleme más de esa, eh, esa visión que ha tenido de William.

– He visto a un joven vestido con un uniforme militar. Estaba herido, pero vivo. Sólo sé que se llama William y que es muy importante para vos. -Clavó sus atribulados ojos en él-. Creéis que está muerto, pero no lo está. De eso estoy segura.

– Mantiene usted esa teoría descabellada, pero no me aporta pruebas.

– No… Por el momento.

– ¿Y eso qué significa?

– Si pasamos un tiempo juntos, quizá pueda deciros más. Mis visiones son imprevisibles y por lo general sólo consisten en breves destellos, pero normalmente las tengo cuando toco algo, en especial las manos de una persona.

Austin enarcó las cejas.

– En otras palabras, si vamos por ahí de la manita, tal vez usted consiga ver algo más.

La mirada de Elizabeth se enturbió ante el sarcástico comentario.

– Comprendo vuestro escepticismo, y es por eso por lo que no suelo revelar mis premoniciones.

– Y sin embargo, ha revelado ésta.

– Sí, porque la última vez que me quedé callada lo pagué muy caro. -Frunció el entrecejo-. ¿Acaso no os alegráis de saber que vuestro hermano está vivo?

– Por lo que yo sé, mi hermano está muerto. Y no toleraré que mencione esta absurda visión a nadie más, y menos aún a mi madre o a mi hermana. Sería terriblemente cruel darles esperanzas cuando en realidad no hay motivo para albergadas. ¿Está claro?

Ella lo miró con fijeza durante varios segundos. Su tono duro y amenazador no dejaba lugar a dudas.

– Respetaré vuestra voluntad, excelencia. Como sabéis, mi tía y yo seremos vuestras invitadas durante unas semanas. Si cambiáis de opinión y aceptáis mi ayuda, no os costará encontrarme. Ahora estoy muy cansada y desearía retirarme. Buenas noches, excelencia.

Él la siguió con la vista mientras ella subía las escaleras hacia las habitaciones de los invitados. «Desde luego que me ayudará, señorita Matthews. Si de verdad sabe algo de William, no tendrá elección.»


Austin tardó varios minutos en localizar a Miles Avery en la atestada sala de baile. Cuando finalmente avistó a su amigo, no le sorprendió que el gallardo conde estuviese rodeado de mujeres. Maldita sea, esperaba no tener que arrastrar a Miles de los pelos para apartado de ese grupo que a todas luces lo admiraba.

Sin embargo, pudo ahorrarse esa tarea tan desagradable, pues Miles advirtió que Austin se aproximaba. Éste dirigió una mirada significativa a su amigo y señaló con un movimiento de la cabeza el pasillo que conducía a su estudio; acto seguido se encaminó hacia allí, seguro de que Miles llegaría poco después que él. Tras más de dos décadas de amistad, se entendían bien.

Apenas había terminado de servir dos copas de brandy cuando oyó que alguien llamaba discretamente a la puerta.

– Adelante.

Miles entró en el estudio y cerró la puerta a su espalda. Sonreía de un modo algo forzado.

– Ya era hora de que reaparecieras. He estado buscándote por todas partes. ¿Dónde te ocultabas?

– He dado un paseo por el jardín.

– ¿Ah sí? ¿Has estado admirando las flores? -Los ojos de Miles destellaron con malicia-. ¿O quizá disfrutabas de las delicias de la naturaleza de un modo más… sensual, por así decido?

– Ninguna de las dos cosas. Simplemente he salido en busca de algo de paz y tranquilidad.

– ¿Y has tenido éxito en tu búsqueda?

La imagen de la señorita Matthews le vino a Austin a la mente.

– Me temo que no. ¿Por qué querías verme?

El brillo burlón en los ojos de Miles se intensificó.

– Para cantarte las cuarenta. ¿Qué clase de amigo eres que me has abandonado así, sin más? Casi nunca asistes a las fiestas ni sufres el acoso de vírgenes sedientas de matrimonio, e incluso cuando el baile se celebra en tu casa te pierdes de vista. Lady Digby y su pelotón de hijas me han arrinconado detrás de una maceta con una palmera. Aprovechándose de tu ausencia, lady Digby me ha endilgado a las mocosas, unas cabezas de chorlito bastante tontas que encima bailaban pésimamente. Mis pobres y machacados dedos de los pies no volverán a ser lo que eran. -Con el semblante impasible, Miles prosiguió-. Por otra parte, ese grupo del que me acabas de arrancar parecía mucho más prometedor. Las señoritas estaban pendientes de mis palabras. ¿Has visto las perlas de sabiduría que desgranaban mis labios?

Austin lo observó por encima del borde de su copa.

– No logro comprender por qué te divierte tanto la falsa adoración de unas cabezas huecas. ¿Nunca llega a hartarte?

– Por supuesto. Sabes cuánto detesto que unas féminas núbiles de cuerpos lozanos y curvas sinuosas se abalancen sobre mí. Me estremezco de horror sólo con pensar en ello. -Miles se disponía a beber un sorbo de su brandy, pero detuvo su mano a medio camino-. Oye, Austin, ¿te encuentras bien? Tienes un aspecto un tanto paliducho.

– Gracias, Miles. Tus halagos siempre suponen un gran consuelo para mí. -Tomó un trago largo de brandy, intentando encontrar las palabras adecuadas-. En respuesta a tu pregunta, estoy un poco nervioso. Ha ocurrido algo y necesito que me hagas un favor.

La expresión humorística se borró al instante del rostro de Miles.

– Sabes que no tienes más que pedírmelo.

A Austin se le escapó un suspiro que había estado reprimiendo sin darse cuenta. Desde luego que podría contar con Miles, como siempre. El hecho de ocultarle secretos a ese hombre que había sido su mejor amigo desde la infancia lo hacía sentir culpable. «Es por su propio bien por lo que no le he contado las circunstancias en que se desarrollaban las actividades de William durante la guerra», se dijo.

– Necesito que hagas unas indagaciones discretas.

Un brillo de interés se encendió en los negros ojos de Miles.

– ¿Sobre qué?

– Sobre cierta dama.

– Ah, entiendo. ¿Ansioso por atarte al yugo matrimonial? -Antes de que Austin pudiese contradecirlo, Miles continuó, imparable-. La verdad es que no te envidio. No hay una sola mujer en el mundo con la que yo quiera compartir la mesa a diario. Sólo de oír las palabras «hasta que la muerte os separe» me dan escalofríos de espanto. Pero supongo que debes atender a las obligaciones inherentes a tu título, y ya no eres un jovencito. Cada día doy gracias a Dios por el hecho de que mi primo Gerald pueda heredar mi título. Por supuesto, Robert puede heredar el tuyo, pero ambos sabemos que tu hermano pequeño tiene tantas ganas de ser duque como de contraer la viruela. De hecho…

– Miles. -Esa única palabra, pronunciada con brusquedad, interrumpió el flujo de palabras.

– ¿Sí?

– No me refiero a ese tipo de dama.

Una sonrisa de complicidad se dibujó en los labios de Miles.

– Ajá. No digas más. Necesitas información sobre alguien que no es precisamente… una candidata virtuosa apropiada para ti. Entiendo. -Le guiñó el ojo a Austin-. Ésas son las más divertidas.

La frustración comenzó a apoderarse de Austin, pero hizo un esfuerzo por mantener la compostura.

– La dama a quien quiero que investigues es la señorita Elizabeth Matthews.

Miles arqueó las cejas.

– ¿La sobrina americana de lady Penbroke?

Austin intentó mostrar una indiferencia que no sentía.

– ¿La conoces?

– He coincidido con ella en varias ocasiones. A diferencia de algunos insociales que todos conocemos, yo he asistido a varios bailes esta temporada…, bailes a los que también asistieron lady Penbroke y la señorita Matthews. ¿Quieres que te la presente?

– Nos hemos conocido hace un rato, en el jardín.

– Ah. -Aunque una docena de interrogantes brillaron en los ojos de Miles, se limitó a preguntar-: ¿Qué quieres saber sobre ella?

Austin quería saberlo todo sobre ella.

– Puesto que ya la conoces, dime qué impresión te causó.

Miles se tomó tiempo para contestar, arrellanándose en un mullido sillón de orejas al calor del fuego y removiendo su copa de brandy con tal parsimonia que a Austin le rechinaban los dientes de impaciencia.

– Opino -dijo Miles finalmente- que es una joven encantadora, inteligente e ingeniosa. Por desgracia, no se desenvuelve del todo bien en los actos sociales; tan pronto se muestra cohibida y tímida como parlanchina y descarada. A decir verdad, me pareció un soplo de aire fresco pero, a juzgar por los chismes que he oído, nadie comparte mi opinión.

– ¿Qué chismes? ¿Algo escandaloso?

Miles agitó la mano como para restar importancia al asunto.

– No, nada por el estilo. De hecho, no logro imaginar cómo podría esa buena muchacha enredarse en un escándalo, teniendo en cuenta que todo el mundo la rehúye.

A Austin le vino a la mente la imagen de una joven desmelenada y sonriente.

– ¿Por qué la rehúyen?

Miles se encogió de hombros.

– ¿Quién sabe cómo empiezan esas cosas? Las mujeres cuchichean tras sus abanicos comentando su torpeza en la pista de baile y sus escasas dotes para la conversación. Algunos la tacharon de marisabidilla después de que se enzarzara en una discusión con un grupo de lores acerca de las propiedades curativas de las hierbas. Basta con que una sola persona la juzgue inaceptable para que todos los demás opinen lo mismo.

– ¿Y lady Penbroke no apoya a su sobrina?

– No he prestado demasiada atención al tema, pero sin duda los peores desaires se le hacen lejos de la aguda vista de la condesa. Sin embargo, ni siquiera el inapreciable apoyo de su tía es suficiente para asegurarle el favor de la gente de buen tono.

– ¿Sabes si lleva mucho tiempo en Inglaterra?

Miles se acarició la barbilla.

– Creo que llegó poco después del día de Navidad, así que debe de llevar unos seis meses.

– Quiero que averigües exactamente cuándo llegó y en qué barco. También me interesa saber si se trata de su primer viaje a Inglaterra.

– ¿Por qué no se lo preguntas tú mismo?

– Se lo he preguntado. Asegura que llegó hace seis meses y que es su primera visita a las islas.

Miles achicó los ojos, intrigado.

– ¿Y tú no la crees? ¿Puedo preguntarte por qué?

– Es posible que haya tenido tratos con William -contestó Austin en tono despreocupado-. Quiero saberlo con certeza. Si se conocieron, quiero saber cómo, cuándo y dónde.

– Tal vez deberías contratar a un alguacil de Bow Street. Ellos…

– No. -La palabra, cortante como navaja de afeitar, truncó la sugerencia de Miles. Hacía quince días ya le había encargado a un agente que localizara al francés llamado Gaspard, el hombre al que había visto con William aquella última vez…, el hombre que Austin sospechaba que sabía algo de la carta que ahora estaba guardada bajo llave en un cajón de su escritorio. No tenía el menor deseo de implicar a Bow Street en ese asunto-. Necesito discreción total por parte de alguien en quien pueda confiar. Bueno, ¿harás las indagaciones que te pido? Con toda seguridad tendrás que viajar a Londres.

Miles lo escrutó durante largo rato.

– Veo que esto es importante para ti.

Una imagen de William acudió a la mente de Austin.

– Sí.

En silencio intercambiaron una larga mirada que reflejaba los años de amistad que los unían.

– Me marcharé por la mañana -dijo Miles-. Mientras tanto, me pondré a investigar inmediatamente tanteando a algunos de los invitados a la fiesta respecto a la dama en cuestión.

– Excelente idea. Huelga decir que quiero que me transmitas cuanto antes toda la información que logres recabar.

– Entendido. -Miles apuró la copa de brandy y se puso de pie-. Supongo que sabes que la señorita Matthews y lady Penbroke se alojarán aquí durante las siguientes semanas en calidad de invitadas de tu madre.

– Sí. Enviarte a ti a Londres me deja las manos libres para quedarme aquí y no quitarle el ojo de encima a la señorita Matthews.

Miles enarcó una ceja.

– ¿Es eso lo único que quieres ponerle encima? ¿El ojo?

Austin endureció más aún su gélido semblante y le preguntó con severidad:

– ¿Has terminado?

Miles, sabiamente, tomó nota de los aires árticos que empezaban a soplar.

– He terminado del todo. -Su expresión se serenó y, en un gesto amigable, puso una mano sobre el hombro de Austin-. No te preocupes, amigo mío. Entre los dos lo averiguaremos todo sobre la señorita Elizabeth Matthews.

Una vez que la puerta se hubo cerrado a la espalda de Miles, Austin sacó una llave plateada del bolsillo del chaleco y abrió con ella el cajón inferior de su escritorio. Extrajo la carta que había recibido hacía dos semanas y releyó las palabras que ya tenía grabadas a fuego en el cerebro:


Vuestro hermano William fue un traidor a Inglaterra. Tengo en mi poder la prueba, firmada de su puño y letra. Guardaré silencio, pero eso os costará dinero. Debéis viajar a Londres el día primero de julio. Allí recibiréis nuevas instrucciones.

Загрузка...