Llegaron a París a las diez de la noche, hora local, y subieron al coche que los estaba esperando. Era una noche deliciosamente cálida, y a las once entraron en el Ritz, donde el portero los reconoció en el acto. La place Vendôme estaba brillantemente iluminada, pero a pesar de la belleza del escenario, la situación para Maddy era cualquier cosa menos romántica. Por primera vez en muchos años se sentía como una prisionera: Jack se había pasado de la raya. Cruzó el vestíbulo detrás de él, sintiéndose aturdida y ausente.
Siempre le había gustado ir a París con Jack, pero esta vez no se sentía a gusto. Entre ellos solo había frialdad y dolor, y Maddy volvía a sentir la antigua angustia de ser maltratada: aunque sabía que él no le había pegado, era como si lo hubiese hecho. Acababa de descubrir una faceta de su marido de la que no había sido consciente, y ahora se preguntaba cuán a menudo y de cuántas otras maneras había ocurrido algo parecido. No se había permitido pensar en ello antes, pero sus sentimientos actuales no diferían de los que había experimentado hacia Bobby Joe en Knoxville. Aunque el escenario era más lujoso, ella seguía siendo la misma persona. Estaba tan atrapada como en el pasado. Mientras entraban las maletas en el hotel, aquellas palabras de Jack aún resonaban en sus oídos: «Me perteneces». Y al viajar con él, ella le había dado la razón.
La suite del Ritz era tan bonita como de costumbre. Con vistas a la place Vendôme, se componía de un salón, un dormitorio y dos cuartos de baño. Estaba enteramente decorada con raso amarillo claro, y la administración había dejado tres floreros con rosas amarillas de tallo largo. La belleza del lugar habría fascinado a Maddy si no hubiera estado tan resentida con Jack.
– ¿Estamos aquí por alguna razón en especial? -preguntó con tono cansino mientras Jack se servía una copa de champán y le ofrecía otra a ella-. ¿Solo querías impedir que saliera en la tele, o tienes una excusa mejor?
– Creí que necesitábamos unas vacaciones -respondió él, y toda su furia del día pareció desvanecerse cuando ella aceptó la copa. No quería hacerlo, pero necesitaba algo que la insensibilizara-. Sé cuánto te gusta París y pensé que nos divertiríamos.
– ¿Cómo puedes pensar eso después de las cosas que me has dicho en los últimos dos días? -La idea de «divertirse» con él le parecía absurda.
– Porque aquello eran negocios y esto es placer -respondió él con tranquilidad-. Te metiste en un asunto de seguridad nacional, y no tenías derecho a hacerlo. Solo intentaba protegerte, Maddy.
– Eso es mentira -replicó ella, y bebió un sorbo de champán.
Todavía no estaba dispuesta a perdonarle sus amenazas ni su comentario de que le pertenecía. Pero tampoco quería discutir con él. Se sentía agotada y deprimida.
– ¿Por qué no dejamos esas cosas atrás y disfrutamos de París? Los dos necesitamos un descanso. -Lo que necesitaba ella era una lobotomía, o quizá otro marido. En todos sus años de matrimonio nunca se había sentido tan traicionada. Y no podía evitar preguntarse cómo lo superarían, si es que alguna vez lo hacían-. Te quiero, Mad -añadió, acercándose.
Le acarició sensualmente el mismo brazo que había sacudido el día anterior. Maddy aún recordaba esa sensación, y sabía que jamás la olvidaría.
– No sé qué decirte -respondió con sinceridad-. Estoy enfadada, dolida y tal vez también un poco asustada. Todo lo que ha ocurrido me ha afectado profundamente. -Siempre era sincera con él, mucho más que él con ella.
– Por eso estamos aquí, Mad. Para olvidar el trabajo, los problemas, nuestras diferencias de opinión -dijo atrayéndola hacia sí mientras dejaba la copa sobre la mesa Luis XV-, para ser amantes.
Pero ella no tenía ganas de ser su amante. Lo único que deseaba era esconderse para lamerse las heridas, estar sola hasta que llegase a entender sus propios sentimientos. Sin embargo, él no se lo permitiría. Estaba besándola y bajando la cremallera del vestido, y antes de que Maddy pudiese detenerlo, le había quitado el sujetador.
– Jack, no… Necesito tiempo… No puedo…
– Sí que puedes -dijo cubriéndole los labios con los suyos, devorándola casi.
Luego su boca descendió por los pechos de ella, y el vestido pareció desaparecer junto con la ropa interior. Jack la tendió en el suelo y siguió besándola y acariciándola. Su lengua era tan poderosa y competente que ella trató en vano de resistirse. La penetró allí mismo, en el suelo, y el clímax fue tan rápido e intenso que la tomó por sorpresa. Era suya otra vez y, mientras recuperaba el aliento, abrazada a él, se preguntó cómo y por qué había sucedido.
– Bueno, es una buena manera de empezar las vacaciones -dijo sintiéndose tonta. El acto sexual había sido tan arrebatador como una marea de sensaciones, pero totalmente despojado de amor. Lo único que había hecho Jack era volver a demostrar que era su dueño. Sin embargo, ella había sido incapaz de luchar-. No sé cómo ha ocurrido -añadió mirando a Jack, que estaba tendido a su lado.
– Si quieres, podría enseñarte cómo. Tal vez un poco mas de champán nos ayudaría. -Se apoyó sobre el codo y le sonrió.
Maddy no sabía si le odiaba, pero una cosa estaba clara para ella: Jack era mortalmente atractivo y ella nunca había podido resistírsele.
Lo mire con tristeza mientras se incorporaba para coger la copa de champán que le ofrecía. En realidad no la quería, pero la aceptó y bebió a pequeños sorbos.
– Ayer te odié. Fue la primera vez que sentí odio por ti -confesó, y él permaneció impasible.
– Lo sé. Es un juego peligroso. Espero que hayas aprendido la lección. -Fue una advertencia apenas velada, y a ella no se le escapó.
– ¿Qué lección se supone que debía aprender?
– A no meter las narices donde no te llaman. A ceñirte a lo que sabes hacer, Mad. Lo único que debes hacer es leer las noticias. No es tu trabajo juzgarlas.
– Conque así son las cosas, ¿eh? -Estaba ligeramente achispada, de manera que no se molestó.
– Sí, así deberían ser. Tu trabajo consiste en estar guapa y leer lo que aparece en el teleprompter. Deja que otros se preocupen de cómo llega allí y de lo que dice.
– Parece muy sencillo. -Soltó una risita tonta, pero un sollozo se ahogó en su garganta. Tenía la impresión de que, además de desautorizarla, Jack la había rebajado como persona. Y no se equivocaba.
– Es sencillo, Maddy. Y también lo son las cosas entre nosotros. Yo te quiero. Eres mi esposa. No es bueno que peleemos, ni que me desafíes de esa manera. Promete que no volverás a hacerlo.
– No puedo hacerte esa promesa -respondió con franqueza. Aunque detestaba los conflictos, no quería mentirle-. Lo que pasó ayer fue un asunto de ética profesional y de moral. Tengo una responsabilidad para con mi público.
– Tienes una responsabilidad para conmigo -repuso él con tono zalamero, y por un instante Maddy volvió a sentir miedo sin saber exactamente por qué. No había nada amenazador en el Jack de ese momento; de hecho, estaba acariciándola otra vez de una forma infinitamente seductora-. Ya te he dicho lo que quiero… Quiero que me prometas que serás una niña buena. -Mientras decía cosas que la confundían, su lengua recorría las zonas más erógenas del cuerpo de Maddy.
– Ya soy una niña buena, ¿no? -dijo riendo.
– No, no lo eres, Mad… Ayer fuiste una niña mala, muy mala, y si vuelves a hacerlo, tendré que castigarte… Aunque quizá te castigue ahora. -La estaba provocando, pero su voz no sonaba ominosa sino seductora-. No quiero castigarte, Mad… Solo quiero complacerte.
Y lo estaba haciendo, quizá demasiado. Pero ella no tenía fuerzas para detenerlo, estaba demasiado cansada, confundida y atontada por el champán. Esta vez no le importó estar borracha. Era una ayuda.
– Ya me complaces -respondió con voz grave, olvidando momentáneamente cuánto la había hecho enfadar.
Pero aquello había sido antes; ahora era ahora, y estaban en París. Resultaba difícil recordar lo enfadada que había estado con él, lo traicionada y asustada que se había sentido. Lo intentó, pero no pudo, porque Jack empezaba a hacerle el amor otra vez y ella tenía la sensación de que su cuerpo entero estaba ardiendo.
– ¿Serás una niña buena? -preguntó él provocándola, torturándola con placer-. ¿Lo prometes?
– Lo prometo -respondió con voz entrecortada.
– Promételo otra vez, Mad… -Era un maestro en lo que hacía: tenía muchos años de práctica-. Promételo otra vez…
– Lo prometo… lo prometo… lo prometo… Seré buena; te lo juro.
Lo único que deseaba ahora era complacerlo y, distanciándose de sí misma, se odió por ello. Había vuelto a doblegarse, a ceder, pero él era una fuerza irresistible.
– ¿Quién es tu dueño, Mad? ¿Quién te quiere? Me perteneces… Te quiero… Dilo, Maddy…
– Te quiero… Eres mi dueño.
La estaba volviendo loca, y mientras ella decía estas palabras, él comenzó a poseerla con tanta vehemencia que le hizo daño. Maddy soltó un pequeño gemido de dolor y trató de desasirse, pero él la sujetaba contra el suelo con todas sus fuerzas y, a pesar de los quejumbrosos murmullos de ella, no se detuvo, sino que la penetró con mayor violencia. Maddy quiso decir algo, pero él le cubrió la boca con sus labios y continuó con sus furiosas embestidas hasta que se corrió con grandes temblores, y en ese momento se inclinó y le mordió un pezón. Sangraba cuando por fin se detuvo, pero Maddy estaba demasiado aturdida para llorar. No sabía qué había sucedido exactamente. ¿Jack estaba enfadado, o la quería? ¿Pretendía castigarla, o la deseaba tanto que ni siquiera era consciente del daño que le había hecho? Maddy ya no estaba segura de si lo que sentía por él era amor, deseo u odio.
– ¿Te he hecho daño? -preguntó él con cara de inocencia y preocupación-. Ay, Dios, Mad, estás sangrando. Lo lamento mucho… -Un hilo de sangre se deslizaba por el pecho izquierdo, debajo del pezón mordido, y ella se sentía como si le hubiesen perforado las entrañas. Quizá Jack hubiera hablado en serio al decir que quería castigarla, pero sus ojos estaban llenos de amor cuando cogió el paño húmedo que rodeaba la botella de champán y le restañó la herida-. Lo lamento, cariño. Me volví loco de deseo.
– Está bien -respondió ella, todavía confundida y mareada a causa del alcohol.
Él la ayudó a levantarse, y se dirigieron al dormitorio sin molestarse en recoger la ropa del suelo. Lo único que quería Maddy era meterse en la cama. Ni siquiera tenía fuerzas para darse una ducha. Sabía que si se lo hubiese permitido, se habría desmayado.
Jack la arropó con ternura, y ella le sonrió mientras la habitación daba vueltas a su alrededor.
– Te quiero, Maddy.
Él la estaba mirando, y ella trató de concentrarse en su imagen, pero el dormitorio giraba demasiado deprisa.
– Yo también te quiero, Jack -respondió con voz ebria.
Un instante después, se quedó dormida bajo la atenta mirada de él. Jack apagó la luz, regresó al salón y se sirvió un whisky. Lo bebió mientras contemplaba por la ventana la place Vendôme, aparentemente satisfecho consigo mismo. Le había dado una lección. Y ella la había aprendido.