Capítulo16

Octubre fue un mes más ajetreado de lo habitual para todos. La actividad social estaba en su apogeo. En el mundo de la política había más tensiones que de costumbre. Los conflictos en Irak continuaban cobrándose víctimas, lo que causaba un malestar general en la ciudadanía. De improviso, Jack contrató un nuevo compañero para Maddy. Aunque hacía su trabajo mejor que Brad, era conflictivo, envidioso y hostil hacia Maddy. Se llamaba Elliott Noble. Tenía experiencia como presentador de informativos y, a pesar de su notable frialdad, era brillante. Al menos esta vez los índices de audiencia no bajaron; incluso subieron ligeramente, pero a diferencia de Greg, e incluso de Brad, era insoportable como compañero de trabajo.

Una semana después de que Elliott ocupase su puesto, Jack le anunció a Maddy que se iban a Europa. Debía asistir a unas reuniones en Londres durante tres días y quería que ella lo acompañase. A ella no le pareció conveniente dejar solo a Elliott tan pronto: temía que el público pensara que estaba allí para reemplazarla. Pero Jack respondió que nadie pensaría una cosa semejante y se mostró inflexible. Finalmente Maddy aceptó acompañarlo, pero a última hora pilló un resfriado y una infección de oído y tuvo que quedarse. Jack se marchó solo y tan molesto que decidió quedarse toda la semana en Inglaterra y visitar a unos amigos de Hampshire durante el fin de semana. Maddy se alegró, ya que eso le permitió ver a Lizzie e incluso buscar apartamento con ella. Lo pasaron bien, pero no encontraron ningún piso que les gustara. Sin embargo, tenían mucho tiempo. No necesitaban un sitio hasta diciembre.

Bill las invitó a cenar, y camino de casa Maddy se detuvo a comprar algo para el desayuno y se quedó de piedra al ver el nombre de Jack en la primera página de un diario sensacionalista. «¿El marido de Maddy Hunter sigue loco por su chica?», decía la frase que llamó su atención. Y debajo: «Dulce venganza: parece que él también tiene una nena nueva». La nota estaba ilustrada con una foto de Jack con otra mujer. Era difícil precisar si se trataba de un montaje o de una fotografía real, pero Jack aparecía saliendo de Annabel's de la mano de una rubia muy bonita y muy joven. Tenía una expresión de asombro en la cara. La de Maddy fue aún mayor cuando lo vio. Puso el periódico sobre el mostrador con el resto de las cosas que había comprado. Lo leyó atentamente cuando regresaron a casa y admitió ante Lizzie que estaba disgustada.

– Ya sabes cómo son estas cosas. Es posible que estuvieran con un grupo grande, o que ella sea una amiga, o la esposa o novia de otro. Son unos cretinos y la mayoría de las veces mienten. Nadie les cree -dijo Lizzie, tratando de consolarla.

Era una explicación razonable, pero Maddy se sintió como si la hubieran abofeteado mientras miraba la foto de su marido con otra mujer.

Hacía dos días que no la llamaba, de manera que decidió telefonearle al número que le había dejado. Era del hotel Claridge, donde le dijeron que Jack se había marchado antes del fin de semana y que no había dejado ningún número de contacto. Maddy no volvió a hablar del tema, pero pasó el fin de semana rumiando su ira y cuando él regresó, el lunes, estaba furiosa.

– Qué humor -dijo él con tono jovial el lunes por la noche, al volver a casa-. ¿Qué pasa, Mad? ¿Todavía te duele el oído? -Estaba de excelente humor. Sin decir una palabra, Maddy sacó el periódico y se lo enseñó-. ¿Y qué? ¿Cuál es el problema? Estábamos con un grupo y salimos juntos. Que yo sepa, no es un crimen.

No parecía sentirse culpable ni trató de disculparse, una reacción que Maddy no supo si interpretar como una bravuconada o una señal de inocencia.

– ¿Bailaste con ella? -preguntó mirándolo a los ojos.

– Claro. Esa noche bailé con muchas mujeres. No me la tiré, si eso es lo que te preocupa. -Fue directo al grano y se lo veía molesto por las dudas de ella-. ¿Me estás acusando de algo, Maddy? -dijo como si su fidelidad no estuviera en entredicho y la que hubiese obrado mal fuese su mujer.

– Estaba preocupada. Es una chica muy guapa, y el artículo insinúa que saliste con ella.

– Los artículos que escriben sobre ti te dejan como una puta barata, pero yo no les doy crédito, ¿no?

Maddy dio un respingo, como si hubiera recibido un golpe en el estómago.

– Lo que acabas de decir es muy desagradable, Jack -protestó en voz baja.

– También es verdad, ¿no? A mí nadie me ha fotografiado con un hijo ilegítimo, ¿no es así? Si lo hubiesen hecho, tendrías derecho a quejarte. Pero tal como están las cosas, no lo tienes. Además, teniendo en cuenta las mentiras que me has dicho y las cosas que me has ocultado, ¿quién me culparía por engañarte?

Como de costumbre, todo era culpa de ella y se lo merecía. Maddy pensó que tenía algo de razón. Todavía no le había dicho que pensaba llevar a Lizzie a vivir a Washington ni que veía a Bill de vez en cuando y hablaba con él a diario. En lugar de centrarse en el tema de su fidelidad, Jack había logrado cambiar las tornas y hacerla sentir culpable.

– Lo lamento. Es que parecía… -Estaba nerviosa y se sentía fatal por haber pensado algo semejante de Jack.

– No deberías hacer acusaciones a la ligera, Mad. ¿Cómo va el trabajo?

Como de costumbre, restó importancia a la respuesta de Maddy. Solo se mantenía centrado en un tema cuando le convenía, y esta vez no era así. Había aprovechado el incidente para acobardar a Maddy, y una vez más ella había reconocido que estaba equivocada.

De hecho, debido a lo que ella le había dicho y lo que había pensado al ver la foto del periódico, Jack la acusó en varias ocasiones de flirtear con su nuevo compañero de programa. Elliott era joven, soltero y apuesto, y Jack comenzó a mortificarla diciendo que circulaban rumores sobre ellos. Cuando Maddy se lo contó a Bill, este le hizo notar que Jack solo intentaba desviar su atención del problema. Pero ella siguió angustiada, pensando que hablaba en serio.

Pero los comentarios de Jack sobre Elliott no eran nada comparados con los que hizo sobre Bill Alexander cuando alguien le contó que lo había visto comiendo con Maddy en Bombay Club.

– ¿Por eso me montaste ese numerito sobre mi foto en Annabel's? ¿Para despistarme? ¿Te estás tirando a ese viejo pesado, Mad? Si es así, lo lamento por ti. Aunque supongo que ya no podrás conseguir nada mejor.

– ¡Qué repugnante! -exclamó ella con furia, indignada por la acusación y el insulto a Bill. Bill no era viejo ni pesado. Era tu hombre interesante, divertido, bueno, decente y muy apuesto Y aunque le llevaba veintiséis años a Maddy, ella nunca reparaba en ese detalle cuando estaban juntos.

Las cosas empeoraron cuando Jack interrogó a espaldas de Maddy a una de las recepcionistas, y esta mencionó inocentemente las llamadas de Bill. Presionada por Jack, la secretaria reconoció que Bill telefoneaba a Maddy prácticamente a diario. Cinco minutos después, Jack estaba en el despacho de su esposa, acusándola y amenazándola.

– ¡Zorra! ¿Qué hay entre vosotros? ¿Cuándo empezó? ¿En vuestra misericordiosa comisión de apoyo a las mujeres? No olvides que ese hijo de puta consiguió que mataran a su esposa. Si no tienes cuidado, podría hacerte el mismo favor.

– ¿Cómo puedes decir una cosa así? -Los ojos de Maddy se llenaron de lágrimas ante la brutalidad de esas palabras. No sabía cómo defenderse ni tenía forma de demostrar que no se acostaba con Bill Alexander-. Solo somos amigos. Nunca te he engañado, Jack. -Sus ojos imploraban que le creyese. En lugar de aborrecerlo por lo que acababa de decir, se sintió destrozada.

– Cuéntale eso a algún incauto. Yo soy más listo, ¿recuerdas? Soy el tipo a quien mentiste sobre tu hija.

– Eso fue diferente. -Sentada en el escritorio, se echó a llorar mientras él continuaba castigándola con sus palabras.

– No, no lo fue. No creo una sola palabra de lo que dices, ¿por qué iba a hacerlo? Tengo buenos motivos para desconfiar de ti. Tu supuesta hija es una prueba de ello, si es que aún necesitas que te lo recuerde.

– Somos amigos, Jack, eso es todo.

Pero él se negó a escucharla y salió dando un portazo tan fuerte que estuvo en un tris de romper el cristal de la puerta. Maddy permaneció sentada, temblando. Seguía cuando Bill la llamó, media hora después, y le contó lo sucedido.

– Creo que deberías dejar de llamarme. Jack piensa que tenemos una aventura. -Naturalmente, tampoco podrían comer juntos. Maddy se sentía como si le hubieran desconectado el respirador artificial, pero no veía otra alternativa-. Te llamaré yo. Será más fácil -dijo con tristeza.

– No tiene ningún derecho a hablarte de esa manera. -Bill estaba furioso, a pesar de que ella le había dado una versión suavizada de los hechos. Si hubiera oído las verdaderas palabras de Jack, se habría puesto fuera de sí-. Lo siento mucho, Maddy.

– No te preocupes. Es culpa mía. Lo ofendí cuando lo acusé de salir con otra en Londres.

– Por el amor de Dios: viste una foto de los dos. No fue una suposición descabellada. -Bill estaba convencido de que Jack había mentido al respecto, pero no lo dijo. En cambio, con voz acongojada, hizo una pregunta cargada de intención-: ¿Cuánto tiempo más piensas seguir aguantándolo, Maddy? Ese hombre te trata como a basura. ¿No te das cuenta?

– Sí… pero tiene razones. Le mentí acerca de Lizzie. Lo provoqué. Hasta le mentí sobre ti. A mí tampoco me haría gracia descubrir que habla a diario con otra mujer.

– ¿Quieres que dejemos de hacerlo? -preguntó Bill, asustado.

Pero ella se apresuró a tranquilizarlo.

– No, en absoluto. Pero entiendo cómo se siente Jack.

– Yo creo que no tienes la menor idea de cómo se siente, si es que siente algo. Es tan manipulador y perverso que sabe exactamente cómo hacerte sentir culpable. ¡Es él quien debería sentirse culpable y pedir perdón!

Bill parecía muy enfadado. Continuaron hablando durante un rato, hasta que acordaron que ella lo llamaría cada día y que no saldrían a comer por un tiempo, o lo harían discretamente y muy de vez en cuando en casa de Bill. A la propia Maddy le parecía un plan artero, pero era arriesgado que los viesen en público y no querían dejar de verse. Ella necesitaba al menos un amigo, y aparte de Lizzie, Bill era la única persona con quien podía contar.

La situación en casa de los Hunter permaneció tensa varios días y luego, por esas vueltas del destino, ella y Jack asistieron a una fiesta en la residencia de un congresista y se encontraron con Bill.

El congresista, que había estudiado con Jack, había olvidado decirle a Maddy que Bill también estaría presente.

La reacción de Jack al ver a Bill fue inmediata: se acercó a su mujer y le apretó el brazo con tanta fuerza que le dejó una marca blanca. Maddy captó el mensaje en el acto.

– Si hablas una sola palabra con él, te sacaré a rastras de aquí -le dijo al oído.

– Entendido -respondió ella con otro murmullo.

Eludió las miradas de Bill para hacerle entender que no podía hablar con él, y cada vez que se le acercaba se ponía al lado de Jack para tranquilizarlo. Nerviosa y pálida, se sintió incómoda durante toda la velada y, en cierto momento, cuando Jack fue al lavabo, miró a Bill con ojos suplicantes. Este pasó por delante de ella con cara de preocupación. Había reparado instantáneamente en la tensión que reflejaba la cara de Maddy.

– No puedo hablar contigo… Está furioso…

– ¿Te encuentras bien? -Estaba profundamente inquieto por ella. Consciente de lo que ocurría, se había abstenido de hablarle.

– Estoy bien -respondió ella, apartándose rápidamente.

Pero Jack regresó justo cuando Bill se alejaba y de inmediato se dio cuenta de lo ocurrido. Caminó con determinación hacia Maddy y le siseó con un tono que la asustó:

– Nos vamos. Coge tu abrigo.

Maddy dio educadamente las gracias al anfitrión y unos minutos después se marchó con su marido. Eran los primeros en marcharse, pero dado que la cena había terminado, no suscitaron comentarios. Jack adujo que ambos tenían una reunión a primera hora de la mañana siguiente. Solo Bill se quedó preocupado, pensando que ni siquiera podría llamarla para averiguar cómo estaba. Jack comenzó a hostigarla en cuanto arrancó el coche, y Maddy sintió la tentación de saltar y correr. Estaba inquieta por Bill.

– ¡Joder! ¿Crees que soy imbécil? Te dije que no hablaras con él… Vi cómo lo mirabas… ¿Por qué no te subiste la falda, te quitaste las bragas y se las arrojaste?

– Jack, por favor… Somos amigos, eso es todo. Ya te lo he dicho. Él aún está sufriendo por su esposa y yo estoy casada contigo. Trabajamos juntos en la comisión. No hay nada más. -Habló con toda la serenidad de que era capaz, evitando provocarlo, pero fue inútil. Jack estaba fuera de sí.

– ¡Eso es una mentira podrida, puta! Sabes muy bien lo que haces con él, y yo también. Igual que todo Washington, supongo. ¿Te das cuenta de que me haces pasar por idiota? No estoy ciego, Maddy. Dios, las cosas que tengo que aguantarte. No puedo creerlo.

Ella no volvió a hablar. Cuando llegaron a casa, Jack dio un portazo tras otro, pero no la tocó. Ella pasó toda la noche encogida en la cama, temiendo su reacción, pero no le hizo nada. Al día siguiente, cuando Maddy le sirvió el café, Jack estaba frío como el hielo. Le hizo una única advertencia:

– Si vuelves a hablar con él te mandaré a la puta calle, que es donde deberías estar. ¿Lo has entendido? -Maddy asintió en silencio, conteniendo las lágrimas y aterrorizada ante esa perspectiva-. No pienso tolerar más mentiras. Anoche me humillaste. No le quitabas los ojos de encima y parecías una perra en celo.

Habría querido discutir, defenderse, pero no se atrevió. Se limitó a asentir y fue con él en silencio hasta la cadena. Lo más sensato sería llamar a Bill y decirle que no podía volver a verlo ni hablar con él. Pero era su cuerda de salvamento, el delgado hilo que había entre ella y el abismo al que temía caer. Aunque no sabía qué le ocurría ni por qué, estaba convencida de que su vínculo con Bill era especial, y por mucho que Jack la amenazara, seria incapaz de dejar de verlo. Independientemente del precio. Era consciente de que iba a hacer algo peligroso y se lo advirtió seriamente a sí misma, pero ya no podía detenerse.

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