Los ratos que Maddy y Jack pasaron juntos en Virginia fueron incómodos y tensos. Él estaba de mal humor y se encerraba frecuentemente en su estudio para hacer llamadas. Maddy sabía que no hablaba con el presidente, pues este seguía convaleciente y había dejado el gobierno en manos del vicepresidente, con quien Jack no tenía relación alguna. Su único contacto en la Casa Blanca era Jim Armstrong.
En cierto momento, cuando Maddy descolgó el auricular para llamar a Bill, pensando que Jack había salido, lo oyó hablar con una mujer. Colgó de inmediato, sin escuchar lo que decían. Sin embargo, el incidente despertó sus sospechas. Aunque Jack se había apresurado a explicar la foto en la que aparecía saliendo de Annabel's con otra mujer, en el último mes se había mostrado muy distante, y prácticamente no habían hecho el amor. En parte, Maddy se alegraba, pero también estaba intrigada. Durante toda su vida de casados, el apetito sexual de Jack había sido insaciable. Sin embargo, ahora no demostraba interés alguno por ella, salvo cuando se quejaba o la acusaba de algo.
Se las arregló para llamar a Lizzie en Acción de Gracias y a Bill la noche siguiente, cuando Jack fue a hablar de los caballos con un vecino. Bill le contó que la celebración había sido triste, pero que al menos se habían divertido esquiando. Él y sus hijos habían cocinado pavo. Maddy y Jack habían comido el suyo en medio de un silencio glacial, pero cuando ella intentó hablar de la tensión que había entre ambos, Jack le dijo que eran imaginaciones suyas. Maddy nunca se había sentido tan desgraciada, excepto en las épocas en que Bobby Joe la maltrataba. En cierto sentido, la situación era idéntica. Aunque el maltrato fuese más sutil, resultaba igualmente doloroso y triste.
Fue un alivio para ella subir al avión y regresar a casa. Jack lo notó y preguntó con un dejo de desconfianza:
– ¿Hay algún motivo en particular para que te alegres tanto de volver a casa?
– No; simplemente estoy impaciente por volver al trabajo -mintió. No quería discutir con Jack, y él parecía ansioso por empezar una pelea.
– ¿Te espera alguien en Washington, Mad? -preguntó con malicia.
Hila lo miró con desesperación.
– No me espera nadie, Jack. Espero que lo sepas.
– Ya no sé nada sobre ti. Aunque si quisiera, podría enterarme.
Maddy no respondió. La prudencia era la madre de la sabiduría. El silencio, la única alternativa.
Al día siguiente, después del trabajo, fue a la reunión del grupo de mujeres maltratadas, como había prometido a la doctora Flowers. Lo hizo a regañadientes, pues la perspectiva se le antojaba deprimente. Le había dicho a Jack que iba a trabajar con la comisión de la primera dama. No sabía si él le había creído, pero, para variar, no había puesto objeciones. Tenía sus propios planes: según dijo, debía ver a unas personas por cuestiones de negocios.
Maddy se sintió deprimida al llegar a la dirección donde se reunía el grupo de mujeres. Era una casa cochambrosa situada en un barrio peligroso, y estaba convencida de que se encontraría con un montón de mujeres aburridas y quejicas. Sin embargo, se llevo una sorpresa al verlas: algunas con tejanos, otras con trajes de ejecutivas; algunas jóvenes, otras maduras; algunas hermosas, otras poco atractivas. Formaban un grupo heterogéneo, pero casi todas parecían inteligentes e interesantes, y algunas eran muy vitales. Cuando llegó la coordinadora, se sentó y miró a Maddy con afecto:
– Aquí solo usamos nuestros nombres de pila -dijo-, y si nos reconocemos, no hablamos del tema. No nos saludamos cuando nos cruzamos por la calle. No le contamos a nadie lo que hemos visto u oído. Lo que decimos aquí no sale de esta habitación. Es importante que nos sintamos seguras.
Maddy asintió. Le creía.
Se sentaron en desvencijadas sillas y se presentaron con el nombre de pila, aunque muchas de las presentes parecían conocerse de reuniones anteriores. La coordinadora explicó que casi siempre eran veinte, aunque el número variaba. Se reunían dos veces por semana, pero Maddy podía acudir cuando quisiera. La participación en el grupo era libre. Había una cafetera en un rincón, y alguien había llevado galletas.
Una a una comenzaron a hablar de sus actividades, su vida cotidiana, sus gustos y sus temores. Algunas se encontraban en una situación penosa, otras habían abandonado a sus violentos maridos; algunas eran lesbianas y otras, heterosexuales; algunas tenían hijos y otras, no. Pero lo que todas tenían en común era que habían sido maltratadas. La mayoría procedía de familias conflictivas, y unas pocas habían llevado una vida aparentemente perfecta hasta que habían conocido al hombre o la mujer que las atormentaba. Mientras las escuchaba, Maddy experimentó una tranquilidad que no había disfrutado en muchos años. Lo que oía era tan familiar, tan real, tan parecido a lo que había vivido ella que se sentía como si se hubiera quitado una armadura y empezara a respirar aire fresco. Era como volver a casa, como si esas mujeres fuesen sus hermanas. Lo que describían se asemejaba mucho a la relación que había mantenido con Bobby Joe, pero también a la que mantenía con Jack desde hacía unos años. Escucharlas fue como escuchar su propia voz, su propia historia, y comprendió con absoluta seguridad que Jack la había estado maltratando desde el primer día. El poder, el encanto, las amenazas, el control, los regalos, los insultos, la humillación, el dolor… eran vivencias por las que todas habían pasado. Jack encajaba tan bien en el retrato del típico agresor doméstico que Maddy se sintió avergonzada por no haberse dado cuenta antes. Ni siquiera cuando la doctora Flowers lo había descrito en una de las reuniones de la comisión, hacía varios meses, ella había visto la situación con tanta claridad como ahora. De repente dejó de sentir vergüenza y experimentó un inmenso alivio. No había hecho nada malo, excepto aceptar las faltas que él le había achacado y sentirse culpable.
Habló de su vida con Jack, de las cosas que le hacía y le decía, de sus palabras, su tono, sus acusaciones y su reacción ante Lizzie, y todas asintieron con actitud comprensiva y le señalaron que podía elegir. Lo que hiciera al respecto dependía solo de ella.
– Estoy muy asustada -murmuró con lágrimas en los ojos-. ¿Qué me pasará si lo dejo? ¿Si no puedo arreglármelas sin él?
Nadie la ridiculizó ni le dijo que era una tonta. Todas habían sentido miedo, algunas con muy buenas razones. El marido de una de ellas estaba en la cárcel por haber intentado asesinarla, y ella temía lo que podría sucederle dentro de aproximadamente un año, cuando él saliese. Muchas habían sufrido malos tratos físicos, igual que Maddy en manos de Bobby Joe. Algunas habían abandonado una vida cómoda y una casa lujosa, y dos de las presentes se habían visto obligadas a dejar a sus hijos para evitar que sus maridos las matasen. Sabían que no era una actitud admirable, pero habían huido como habían podido. Otras seguían luchando para liberarse y aun no sabían si lo conseguirían, como le ocurría a Maddy. Pero después de hablar con esas mujeres, una cosa le quedó absolutamente clara: que estaba en peligro cada minuto, cada hora, cada día que pasaba al lado de Jack. Súbitamente comprendió lo que Bill, la doctora Flowers e incluso Greg trataban de decirle. Hasta ese momento había sido incapaz de escucharlos. Ahora, por fin, podía hacerlo.
– ¿Qué piensas hacer, Maddy? -preguntó una de las mujeres.
– No lo sé. Estoy aterrorizada. Tengo miedo de que él vea lo que hay en mi mente o escuche mis pensamientos.
– Lo único que oirá con claridad es el portazo que des antes de salir pitando de tu casa. No oirá nada hasta que hagas eso -dijo una mujer desdentada y greñuda.
A pesar de su aspecto y su lenguaje basto, a Maddy le cayó bien. Ahora sabía que esas mujeres serían su tabla de salvación. También sabía que debía salvarse a sí misma, pero necesitaba ayuda. Y por una misteriosa razón, podía escucharlas.
Se despidió de ellas sintiéndose como una persona nueva, aunque le habían advertido que nada sucedería por arte de magia. Por muy bien que se sintiera debido a las vivencias que compartía con las demás y a la seguridad que le habían dado, aún tenía que hacer su trabajo, y no sería fácil. También sabía eso.
– Liberarse de los malos tratos es como dejar las drogas -dijo una mujer con brutal franqueza-. Será lo más difícil que hagas en tu vida, ya que se trata de una situación familiar. Estás habituada a ella. Mientras la vives, ni siquiera eres consciente de lo que pasa. Piensas que es una forma de amor porque no conoces otra.
Maddy había oído estos argumentos con anterioridad, pero todavía detestaba escucharlos. Ahora se daba cuenta de que encerraban una gran verdad. Aún no sabía qué iba a hacer, aparte de asistir a las reuniones.
– Al principio no debes esperar demasiado de ti misma -dijo otra mujer-, pero no te quedes esperando «una última vez», un último asalto, un último disparo… Podría ser el último. Hasta los hombres que no son violentos enloquecen de vez en cuando. Tu marido es una mala persona, Maddy, peor de lo que tú piensas, y podría matarte. Es muy probable que lo desee, pero no tenga valor para hacerlo. Déjalo antes de que encuentre ese valor. No te quiere. No le importas, al menos de la manera que a ti te gustaría… Su amor por ti consiste en hacerte daño. Eso es lo que quiere y lo único que hará. Y empeorará. Cuanto mejor estés tú, peor se comportará él.
Les dio las gracias a todas y se marchó, meditando por el camino sobre lo que le habían dicho. No lo ponía en duda. Sabía que era verdad. También sabía que, por alguna loca razón, deseaba que Jack dejara de hacerle daño y la quisiera. Deseaba enseñarle a hacerlo; una parte de ella quería convencerlo de que dejase de herirla. Pero era imposible. Él continuaría lastimándola cada vez más. Aunque creyera que lo quería, tenía que abandonarlo. Era una cuestión de supervivencia.
Antes de llegar a casa, llamó a Bill desde el coche y le contó lo sucedido. Él se alegró por ella y rogó que aquellas mujeres le diesen la fuerza que necesitaba para actuar.
Cuando llegó a casa, Jack pareció intuir algo. La miró de manera extraña y le preguntó dónde había estado. Maddy repitió que había ido a una reunión relacionada con la comisión. Hasta corrió el riesgo de decirle que se trataba de un grupo de mujeres maltratadas y que la experiencia había sido muy interesante. Eso bastó para que él se enfureciera.
– Seguro que son un montón de chaladas de mierda. No puedo creer que te envíen a ver a esa clase de gente. -Maddy abrió la boca para defenderlas, pero cambió de idea. Sabía que una cosa tan simple como demostrar su apoyo a un grupo de mujeres podía ponerla en peligro. Y no estaba dispuesta a arriesgarse. Había aprendido que no debía hacerlo-. ¿Por qué tienes esa cara de superioridad? -la acusó Jack.
Maddy se esforzó por parecer despreocupada, negándose a permitir que Jack la pusiera nerviosa. Estaba practicando lo que le habían enseñado esa noche.
– De hecho, fue bastante aburrido -dijo con astucia-, pero le prometí a Phyllis que iría.
Jack la miró con desconfianza y asintió, al parecer satisfecho con la respuesta. Para variar, había sido la correcta.
Esa noche, por primera vez en bastante tiempo, Jack le hizo el amor. Nuevamente la trató con brusquedad, como para recordarle quién mandaba allí. Con independencia de lo que Maddy hubiese oído, él seguía dominándola y siempre lo haría. Después, Maddy se metió en el cuarto de baño y se duchó, pero no había bastante agua ni jabón en el mundo para lavar el terror que le inspiraba Jack. Regresó a la cama en silencio y sintió un inmenso alivio al oír los ronquidos de su mando.
Al día siguiente se levantó temprano y estaba ya en la cocina cuando él bajó. Aunque todo parecía seguir igual entre ellos, Maddy se sentía como una prisionera martillando un muro, cavando silenciosamente un túnel para huir de allí, sin importarle lo que tardase.
– ¿Qué diablos te pasa? -preguntó Jack cuando ella le sirvió café-. Estás rara.
Maddy rezó para que no le leyese la mente. Estaba casi convencida de que era capaz de hacerlo, pero no se permitiría creerlo. Al oír a Jack, sin embargo, comprendió que estaba cambiando y que ese solo hecho la ponía en peligro.
– Creo que me estoy engripando.
– Toma vitamina C. No quiero tener que buscarte un sustituto. Es un coñazo.
Ni siquiera habría tenido que buscar el sustituto personalmente. Al menos Maddy le había hecho creer que no se encontraba bien. Pero al oír su tono, se dio cuenta de lo grosero que era con ella en los últimos tiempos.
– Estaré bien. Podré seguir trabajando.
Jack asintió y cogió el periódico. Maddy fingió leer el Wall Street Journal. Lo único que podía hacer era rezar para que Jack no adivinase sus pensamientos. Con un poco de suerte, no lo conseguiría. Sabia que debía urdir un plan y escapar antes de que él la destruyera. Porque ahora estaba convencida de que Jack la odiaba, tal como ella había sospechado, y su odio era mucho peor de lo que ella temía.