Aún había dos policías en la puerta cuando Jack y Maddy salieron rumbo el trabajo al día siguiente, y en las oficinas, los controles de seguridad parecían más estrictos que nunca. Pedían identificación a todo el mundo, y Maddy tuvo que pasar tres veces por el detector de metales para convencer a los guardias de que lo que hacía sonar la alarma era su pulsera.
– ¿Qué está pasando aquí? -le preguntó a Jack.
– Pura rutina, supongo. Puede que alguien se haya quejado de que nos estábamos descuidando.
Sin dar más relevancia al asunto, Maddy subió a encontrarse con Brad. Habían acordado que se reunirían para trabajar en la presentación. Sus estilos eran tan diferentes que ella había sugerido que ensayasen con el fin de adaptarse el uno al otro. Contrariamente a lo que pensaba Jack, presentar un informativo era algo más que leer las noticias en el teleprompter.
Más tarde llamó a Greg para hablarle de la doctora Flowers, pero no lo encontró. Decidió ir a buscar un bocadillo. Hacía una tarde preciosa, y una suave brisa atemperaba el calor característico de los veranos en Washington. Al salir de la cadena, volvió a intuir que la seguían, pero cuando miró atrás no vio nada sospechoso. A su espalda solo vio dos hombres andando, riendo y charlando. En cuanto regresó al despacho recibió una llamada de Bill.
Quería saber cómo estaba y si había tomado una decisión.
– No lo sé -admitió-, puede que me equivoque. Tal vez todo se reduzca a que es un hombre difícil. Sé que parece una locura, pero yo lo quiero y él me quiere a mí.
– Nadie mejor que tú para juzgar la situación -repuso Bill en voz baja-. Pero después de la charla de la doctora Flowers, no puedo evitar preguntarme si una vez más estás negando la realidad. Quizá deberías llamarla y consultarlo con ella.
– Me dio su tarjeta, y estaba considerando esa posibilidad.
– Llámala.
– Lo haré. Te lo prometo.
Volvió a darle las gracias por las atenciones del día anterior y prometió llamarlo al siguiente para tranquilizarlo. Era un buen hombre, y ella se sentía agradecida por su amistad y su interés.
Durante el resto de la tarde trabajó en los reportajes pendientes, y el informativo de las cinco salió un poco mejor, aunque no demasiado. Le irritaba la torpeza de Brad. Lo que decía era inteligente, pero su forma de expresarse hacía que pareciese un novato. Nunca había trabajado como presentador, y a pesar de su brillantez, le faltaba encanto y carisma.
Maddy seguía molesta con él cuando salió del trabajo, Jack tenía una reunión en la Casa Blanca, de manera que le dejó el coche y le dijo que cerrase bien las puertas cuando llegase a casa, lo que a ella le pareció una tontería. Nunca las dejaba abiertas. Además, con la policía apostada junto a la casa, estaban más seguros que nunca. La tarde era tan agradable que le pidió al chófer que se detuviera antes de llegar y recorrió las últimas manzanas a pie. Era la hora del ocaso, y Maddy se sentía más alegre y tranquila que el día anterior. Estaba pensando en Jack cuando llegó a la última esquina y una mano, aparentemente salida de la nada, la agarró y la empujó hacia unos arbustos, jamás la habían sujetado con semejante fuerza, aunque no consiguió ver al hombre que la cogía por la espalda y le inmovilizaba los brazos. Gritó, pero él le cubrió la boca con una mano. Luchó como una tigresa y le dio un fuerte puntapié en la espinilla con un pie mientras trataba de mantener el equilibrio con el otro. Continuó debatiéndose, presa del pánico, hasta que ambos trastabillaron y cayeron al suelo. En menos de un segundo él estaba encima, levantándole la falda con una mano y tratando de bajarle las bragas con la otra. Pero dado que necesitaba ambas manos para conseguir lo que deseaba, la boca de Maddy quedó libre, y gritó con todas sus fuerzas. Entonces oyó pasos presurosos, y mientras su atacante terminaba de bajarle las bragas y comenzaba a abrirse la cremallera de los pantalones, alguien lo separó de ella. Prácticamente voló en el aire a causa de la violencia del tirón, y Maddy permaneció en el suelo, jadeando. De repente se vio rodeada de policías y luces, y alguien la ayudó a levantarse. Se arregló la ropa mientras recuperaba el aliento. Tenía el cabello alborotado y la parte trasera de la falda sucia, pero había salido ilesa de la experiencia. Aunque temblaba en los brazos de un agente.
– ¿Se encuentra bien, señora Hunter?
– Creo que sí. -Estaban metiendo al agresor en la parte trasera de un furgón, y ella los miró temblando de la cabeza a los pies-. ¿Que ha pasado?
– Lo hemos atrapado. Sabía que lo haríamos. Solo teníamos que esperar a que asomase la cabeza. Es un pervertido, pero ahora volverá a prisión. No podíamos hacer nada hasta que la atacase.
– ¿Lo han estado vigilando? -Maddy estaba atónita. Había dado por sentado que se trataba de una agresión casual.
– Desde que empezó a enviarle cartas.
– ¿Cartas? ¿Qué cartas?
– Una al día durante la última semana, según tengo entendido. Su marido informó al teniente.
Maddy asintió, pues no quería parecer tan tonta como se sentía. Se preguntó por qué Jack no se lo había dicho. Lo menos que podría haber hecho era advertirla. De repente recordó lo que sí le había dicho: que saliese siempre en el coche particular y que cerrara las puertas con llave. Pero no le había explicado por qué, de modo que ella se había sentido perfectamente segura andando por el barrio, sin saber que iba directamente hacia los brazos de su acosador.
Seguía alterada cuando llegó Jack, enterado ya de lo sucedido. La policía lo había llamado a la Casa Blanca para comunicarle que habían detenido al agresor.
– ¿Te encuentras bien? -preguntó con inquietud.
Hasta había salido de la reunión antes de hora a instancias del presidente, que estaba preocupado por la llamada de la policía y aliviado porque Maddy no había sufrido daños importantes.
– ¿Por qué no me advertiste lo que pasaba? -preguntó ella, todavía pálida.
– No quería asustarte -se limitó a responder él.
– ¿No crees que tenía derecho a saberlo? Esta noche regrese a casa andando. Así fue como me pilló.
– Te dije que usaras el coche -replicó él con una mezcla de irritación y pesar.
– Por el amor de Dios, Jack, yo no sabía que me perseguían. Deberías habérmelo dicho.
– No me pareció conveniente. La policía te estaba vigilando en casa, y en el trabajo reforzamos las medidas de seguridad.
Eso explicaba por qué durante los dos últimos días Maddy había tenido la sensación de que la seguían. En efecto, lo habían estado haciendo.
– No quiero que tomes decisiones por mí.
– ¿Por qué no? -pregunté Jack-. Tú no podrías tomarlas aunque te lo permitiese. Necesitas que te protejan.
– Te lo agradezco -dijo, tratando de parecer agradecida aunque en realidad se sentía asfixiada-, pero soy una mujer adulta. Es justo que decida y escoja por mí misma. Y aunque a ti no te gusten mis decisiones, tengo derecho a tomarlas sola.
– No si son incorrectas. ¿Por qué cargarte con esa responsabilidad? Durante los últimos nueve años yo he tomado todas las decisiones por ti, ¿acaso ha cambiado algo?
– Puede que haya madurado. Eso no significa que no te quiera.
– Yo también te quiero, por eso intento protegerte de tus propias imprudencias.
No estaba dispuesto a admitir que Maddy tenía derecho a por lo menos un mínimo de independencia. Ella trató de razonar con él, de demostrarse que sus temores eran infundados, pero Jack no quería renunciar a su control sobre ella, ni siquiera cuando lo que estaba en juego era su propia vida.
– Eres una mujer hermosa, Mad, pero eso es todo, cariño. Deja que yo piense por ti. Lo único que tienes que hacer tú es leer las noticias y mantenerte guapa.
– No soy una idiota, Jack -replicó ella con furia, todavía afectada por lo que había sucedido esa tarde-. Soy capaz de hacer algo más que peinarme y leer las noticias. Dios santo, ¿de verdad crees que soy tonta?
– Esa es una pregunta tendenciosa -dijo él, sonriendo con desprecio.
Por primera vez, desde que lo conocía, Maddy sintió deseos de abofetearlo.
– ¡Eso es un insulto!
– Es la verdad. Que yo recuerde, no fuiste a la universidad. De hecho, ni siquiera sé si terminaste el instituto.
Era el colmo: estaba insinuando que Maddy era demasiado mema e ignorante para pensar por sí misma. Lo dijo para humillarla, pero esta vez solo consiguió enfurecerla. No era la primera vez que sugería algo semejante, pero ella nunca se había defendido.
– Eso no evitó que me contratases, ¿no? Ni que consiguieses los mejores índices de audiencia de la cadena.
– Ya te lo he dicho. A la gente le gusta ver caras bonitas. ¿Podemos acostarnos de una vez?
– ¿Que quieres decir? ¿Que estás caliente? ¿Que otra vez sientes «pasión»? Hoy ya me han agredido sexualmente.
– Ten cuidado con lo que dices, Maddy -Dio un paso hacia ella, que vio furia en sus ojos. Aunque estaba temblando, no retrocedió-. Te estás pasando de la raya -murmuró a escasos centímetros de la cara de Maddy.
– Igual que tú cuando me haces daño.
– Yo no te hago daño. Te gusta y lo deseas.
– Te quiero, pero no me gusta cómo me tratas.
– ¿Con quién has estarlo hablando? ¿Con ese gamberro negro con quien trabajabas? ¿Sabías que antes era bisexual? ¿O es una sorpresa para ti?
Se proponía escandalizarla desacreditando a Greg, pero lo único que consiguió fue enfurecerla.
– Pues sí, lo sabía, y no es asunto mío. Ni tuyo. ¿Por eso lo despediste? Porque si es esa la razón, espero que te demande por discriminación sexual. Te lo merecerías.
– Lo despedí porque ejercía una pésima influencia sobre ti. Corrían rumores sobre vosotros. Te ahorré el mal trago de comentarlo contigo y lo mandé a la calle, que es donde debe estar.
– Es una acusación infame. Sabes que nunca te he engañarlo.
– Eso dices. Por las dudas, decidí que ora conveniente eliminar la tentación.
– ¿Por eso contrataste a esa momia engreída que ni siquiera sabe leer las noticias? Usa un teleprompter del tamaño de una valla publicitaria. Y va a conseguir que los índices de audiencia caigan en picado.
– Si es así, cariño, tú te irás a la calle junto con él. Así que más te vale que aprenda a expresarse con rapidez. Te conviene ayudarlo como hiciste con tu amiguito negro. Porque si los índices de audiencia bajan, te quedaras sin trabajo y tendrás que ponerte a fregar suelos. No sabes hacer otra cosa, ¿no?
Decía cosas espantosas, sin molestarse ya en fingir amor. Maddy habría querido pegarle.
– ¿Porque me haces esto, Jack? -preguntó.
Estaba llorando, pero a él no parecía importarle. Se acercó y le echó la cabeza atrás tirándole del pelo para asegurarse de que le dedicaba toda su atención.
– Te hago esto, pequeña llorica, porque necesitas recordar quién manda aquí. Parece que lo has olvidado. No quiero volver a oír amenazas ni exigencias. Te diré lo que quiero cuando quiera y si quiero. Y si prefiero callarme algo, no es asunto tuyo. Lo único que tienes que hacer tú es cumplir con tu deber: leer las noticias, preparar un reportaje de vez en cuando y meterte en la cama por las noches sin quejarte de que te hago daño. No sabes lo que es sufrir daños de verdad, y reza para no descubrirlo nunca. Tienes suerte de que me moleste en follarte.
– Eres repugnante -respondió ella, asqueada.
Jack no la respetaba, y era obvio que tampoco la quería. Habría querido decirle que se marchaba, pero tuvo miedo. La policía se había marchado después de apresar al violador. De repente su marido le inspiraba terror, y él lo sabía.
– Estoy harto de escucharte, Mad. Métete en la cama y quédate ahí. Ahora te enterarás de lo que quiero hacer,
Maddy permaneció inmóvil un buen rato, temblando y pensando en decirle que no quería dormir con él, pero intuyó que con eso solo conseguiría empeorar las cosas. Lo que antaño había sido un estilo algo brusco de hacer el amor se había ido convirtiendo en un acto violento desde que ella había desafiado a Jack con su comentario sobre Janet McCutchins. Él la estaba castigando.
Subió al dormitorio sin rechistar y se metió en la cama, rezando para que él no intentara hacerle el amor. Como por milagro, cuando Jack se acostó por fin, no le dirigió la palabra y le dio la espalda. Maddy experimentó un inmenso alivio.