Capítulo10

Al día siguiente no fueron juntos al trabajo. Jack tenía que llegar temprano, y ella dijo que debía hacer unas cuantas llamadas antes de salir. Él no hizo preguntas. Ninguno de los dos mencionó la discusión de la noche anterior: él no se disculpó, y ella no dijo nada al respecto. Pero en cuanto Jack se hubo marchado, Maddy marcó el número de la consulta de Eugenia Flowers y concertó una cita. La psicóloga la citó para el día siguiente, y Maddy se preguntó cómo soportaría otra noche junto a Jack. Ahora estaba convencida de que debía hacer algo antes de que él le hiciera daño de verdad. Ya no parecía tener bastante con rebajarla y llamarla «escoria»; empezaba a maltratarla de manera ostensible, y ella comenzaba a intuir que los únicos sentimientos que le inspiraba eran odio y desprecio.

En cuanto llegó a la cadena recibió una llamada de Bill.

– ¿Cómo van las cosas?

– No muy bien -respondió ella con sinceridad-. La situación empieza a ponerse violenta.

– Y empeorará si no te marchas pronto, Maddy. Ya oíste lo que dijo la doctora Flowers.

– La veré mañana.

A continuación le contó la sucedido con el hombre que la perseguía. La noticia aparecería en los periódicos vespertinos, y ella debía ir a la comisaría para identificar al agresor.

– Dios mío, Maddy. Podría haberte matado.

– Intentó violarme. Por lo visto, Jack sabía que me perseguía, pero no me advirtió. No cree que yo sea lo bastante lista para tomar decisiones porque no fui a la universidad.

– Eres una de las mujeres más inteligentes que conozco, Maddy. ¿Qué piensas hacer?

– No lo sé. Estoy asustada -admitió-. Tengo miedo de lo que podría ocurrirme si me marcho.

– A mí me preocupa lo que podría ocurrirte si no lo haces. Podría matarte.

– No lo hará. ¿Y si no encuentro otro empleo? ¿Y si tengo que volver a Knoxville? -Parecía presa del pánico. Las peores previsiones se agolpaban en su cabeza.

– No pasara nada de eso. Encontrarás un puesto aún mejor. Knoxville pertenece al pasado, Maddy. Deberías saberlo.

– ¿Y si él tiene razón? ¿Si soy demasiado tonta para que me contraten otros? Es verdad que no he estudiado en la universidad.

Jack había conseguido que se sintiera una impostora.

– ¿Y qué hay de malo en eso? -Bill se sentía impotente. Ella se negaba a aceptar ayuda-. Eres joven, bonita y brillante. Tu programa tiene los mejores índices de audiencia, Maddy. Aunque Jack estuviese en lo cierto y tuvieras que dedicarte a fregar suelos, siempre estarías mejor que ahora. Te trata como si fueses basura y podría hacerte daño.

– Nunca lo ha hecho.

Eso no era del todo cierto. Aunque no llegaba a los extremos de Bobby Joe, le había dejado una cicatriz en el pezón. Su violencia era más sutil y perversa que la del primer marido de Maddy, pero igualmente perjudicial desde el punto de vista psicológico.

– Creo que la doctora Flowers te dirá lo mismo que yo.

Conversaron durante unos minutos, y Bill la invitó a comer. Pero ella tenía que asistir a la rueda de reconocimiento al mediodía.

A última hora de la tarde la llamó Greg y le dijo lo mismo que Bill.

– Estás jugando con fuego, Mad. Ese hijo de puta está loco y un día de estos te hará mucho daño. No esperes a que llegue ese momento. Tienes que largarte de inmediato.

Sin embargo, Maddy estaba paralizada por las dudas y se sentía incapaz de abandonar a Jack. ¿Y si se enfurecía con ella? ¿Y si de verdad la quería? Después de todo lo que había hecho por ella, no podía dejarlo. Era la relación típica, entre la mujer maltratada y el hombre que la maltrata, como le había dicho la doctora Flowers por teléfono, aunque ésta también comprendía que el miedo le impedía actuar. La doctora Flowers no la presionaba como Bill o Greg. Sabía que debía esperar hasta que estuviese preparada. Y Maddy se sintió más tranquila después de hablar con ella. Seguía pensando en esa conversación y en la cita que habían concertado para el día siguiente cuando salió a almorzar. Al regresar a la cadena estaba tan distraída que no vio a la mujer que la miraba desde la acera de enfrente, joven, bonita, vestida con minifalda y tacones altos, no le quitaba los ojos de encima.

También estaba allí al día siguiente, cuando Maddy salió a comer con Bill. Se encontraron en la puerta de la cadena y fueron al restaurante 701, en Pennsylvania Avenue, sin hacer nada para ocultarse. Ambos trabajaban en la comisión de la primera dama, y Maddy sabía que ni siquiera Jack podía quejarse de que se reuniera con él.

Comieron bien y conversaron sobre una gran variedad de temas. Ella comentó su conversación con la doctora Flowers y le dijo que se había mostrado muy comprensiva.

– Espero que te ayude -dijo Bill con preocupación. Sabía que Maddy estaba en una situación delicada y sentía miedo por ella.

– Yo también. Algo ha cambiado entre Jack y yo -le explicó a Bill, como si intentara explicárselo a sí misma.

Aunque todavía no lo conseguía. En sus relaciones con Jack había una tensión nueva. La doctora Flowers le había dicho que se debía a que él intuía que Maddy empezaba a distanciarse y que haría todo lo posible para recuperar el control sobre ella. Cuanto más independiente y sana fuese la actitud de Maddy, más se disgustaría su marido. La psicóloga le había advertido que tuviese cuidado. Hasta los acosadores no violentos podían cambiar de táctica en cualquier momento, y Maddy había notado esos cambios en Jack con anterioridad.

Ella y Bill hablaron largo y tendido. Él dijo que tenía que ir a Martha's Vineyard la semana siguiente, pero no quería dejarla.

– Te daré mi número de allí antes de marcharme. Si pasa algo, volveré.

Era como si se sintiese responsable de ella, sobre todo ahora que sabía que no tenía ningún amigo aparte de Greg, que se había marchado a trabajar a Nueva York.

– Estaré bien -respondió Maddy. No estaba muy convencida de ello, pero no quería agobiar a Bill con sus problemas.

– Ojalá pudiese creerte. -Estaría fuera dos semanas, durante las cuales se proponía terminar el libro. Además, estaba impaciente por salir a navegar con sus hijos. Era un forofo de la navegación-. Me gustaría que vinieses a visitarnos. Te gustaría. Martha's Vineyard es un lugar precioso.

– Me encantaría. Pensábamos ir a pasar unos días a la granja de Virginia, pero Jack está tan ocupado con sus reuniones con el presidente que últimamente no vamos a ninguna parte. Salvo por el viaje a Europa, claro.

Escuchándola, Bill se preguntó cómo era posible que el propietario de una cadena de televisión y un hombre tan cercano al presidente maltratara a su esposa, y que una mujer de éxito, bien pagada, hermosa e inteligente, se lo permitiese. Tal como había dicho la doctora Flowers, era un azote que afectaba por igual a personas de todas las clases, condiciones y niveles educativos.

– Espero que cuando vuelva hayas hecho algo para salir de esta situación. Estaré preocupado por ti hasta que des ese paso -dijo mirándola con seriedad.

Maddy era tan hermosa, honrada, afectuosa y encantadora que Bill no podía entender cómo era posible que alguien deseara hacerle daño. Disfrutaba con su compañía y empezaba a acostumbrarse a hablar con ella todos los días. Su amistad se estaba convirtiendo en un vínculo muy estrecho.

– Si tu hija viene a visitarte a Washington, me encantaría conocerla-dijo Maddy con dulzura.

– Creo que te caerá bien -respondió Bill con una sonrisa.

Se le antojaba extraño pensar que su hija y Maddy tenían la misma edad, pues sus sentimientos hacia esta última comenzaban a adquirir un cariz diferente. La veía mas como mujer que como niña, y en muchos sentidos era más sofisticada que su hija. Maddy había vivido incontables experiencias, no todas agradables. Para él no era una contemporánea de su hija, sino una amiga y compañera.

Eran las tres de la tarde cuando salieron del restaurante. Al llegar a la cadena, Maddy vio a una bonita joven de larga melena oscura en el vestíbulo. La chica la miró a los ojos, y Maddy tuvo la extraña sensación de que la conocía, aunque no sabía de dónde. La joven dio media vuelta, como si hubiera querido ver a Maddy sin que esta la reconociera. En cuanto Maddy subió en el ascensor, la chica preguntó por el despacho de la señora Hunter. El guardia de seguridad la envió a las oficinas de Jack. Esas eran las reglas: todo el que preguntara por la señora Hunter debía pasar previamente por el despacho de Jack, aunque Maddy no lo sabía. Nadie se lo había dicho. Y las personas que iban a verla no se extrañaban. Al fin y al cabo, era un procedimiento de seguridad razonable.

La joven de la minifalda subió en el ascensor hasta las oficinas de Jack, donde una secretaria le preguntó en qué podía servirla.

– Me gustaría ver a la señora Hunter -dijo la chica, que aparentaba poco más de veinte años.

– ¿Es un asunto personal o profesional? -preguntó la secretaria mientras escribía una nota.

La joven, que se llamaba Elizabeth Turner, titubeó antes de responder:

– Personal.

– La señora Hunter no puede recibir a nadie hoy. Está demasiado ocupada. Si quiere explicarme el motivo de su visita o dejar una nota, yo me encargaré de transmitirle el mensaje.

La chica pareció decepcionada, pero aceptó el papel que le tendía la secretaria y escribió una nota. Cuando se la entregó a la secretaria, esta la abrió, le echó un vistazo y se puso de pie con súbito nerviosismo.

– ¿Le importaría esperar un momento, eh… señorita Turner?

La chica asintió con un gesto y la secretaria desapareció. Menos de un minuto después, le enseñaba la nota a Jack. Él miró el papel y a su secretaria con furia.

– ¿Dónde está? ¿Qué diablos hace aquí?

– Está en la recepción, señor Hunter.

– Hágala pasar.

La mente de Jack era un torbellino mientras decidía qué hacer. Esperaba que Maddy no hubiese visto a la joven, aunque daba lo mismo, pues no la reconocería.

Instantes después, la joven entró en el despacho, Jack la miró con expresión fría y distante, pero esbozando una sonrisa cargada de significado. Maddy no sabía absolutamente nada de esa chica.

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