Capítulo 8

Jack la llevó a Taillevent, Tour d'Argent, Chez Laurent y, para cenar, a Lucas Carton. Todas las noches cenaban en restaurantes elegantes, y a mediodía almorzaban en pequeñas tabernas a la orilla del Sena. Hicieron compras y visitaron tiendas de antigüedades y galerías de arte. Y Jack le compró una pulsera de esmeraldas en Cartier. Fue como una segunda luna de miel, y Maddy se sentía culpable por haberse emborrachado en la primera noche. Aún tenía recuerdos contradictorios de esa velada: algunos sensuales; otros, rodeados de un halo inquietante, aterrador y triste. A partir de ese momento bebió poco. No necesitaba alcohol. Con Jack colmándola de atenciones y regalos, se sentía borracha de amor. Él hacía todo lo que estaba en su mano para seducirla. Y cuando llegó el momento de partir hacia el sur de Francia, la tenía completamente embelesada otra vez. Era un maestro en este juego.

En Cap d'Antibes se alojaron en el Hôtel du Cap, en una fabulosa suite con vistas al mar. Tenían una pequeña cala privada, lo bastante aislada para que él pudiese hacerle el amor, cosa que hacía con frecuencia. Estaba más encantador y cariñoso que nunca, y a veces Maddy sentía que le daba vueltas la cabeza. Era como si todo lo que había experimentado antes -la ira, la furia, la sensación de haber sido traicionada- hubiera sido una alucinación, como si esta fuese la única realidad que conocía. Permanecieron allí cinco días, al final de los cuales ella lamentó que tuviesen que marcharse a Londres. En una lancha alquilada habían ido a Saint-Tropez, hecho compras en Cannes y cenado en Juan les Pins, y por la noche, cuando regresaron al Hôtel du Cap, él la llevé a bailar. Fue una escapada tranquila, feliz y romántica. Y él nunca le había hecho el amor con tanta frecuencia. Cuando llegaron a Londres, Maddy era prácticamente incapaz de sentarse.

En Londres, Jack tuvo que ocuparse de sus negocios, pero siguió esforzándose por estar con ella. La llevó de compras, a cenar a Harry's Bar y a bailar a Annabel's, También le compró un anillo de esmeraldas a juego con la pulsera que le había regalado en París.

– ¿Por qué me mimas de esta manera? -preguntó ella, riendo, mientras salían de Graff's, en Bond Street.

– Porque te quiero. Tú eres la estrella que ilumina mi camino -repuso él con una ancha sonrisa.

– ¡Vaya! ¿No me estarás ofreciendo sobornos en lugar de un ascenso? -Estaba de buen humor, pero en su fuero interno se sentía confusa. Aunque Jack se mostraba encantador, poco antes del viaje había sido muy cruel con ella.

– Debe de ser eso. El director financiero me envió aquí para que te sedujese -bromeó con fingida seriedad.

Maddy rió. Deseaba quererlo y que él la quisiese a ella.

– Seguro que quieres algo, Jack -insistió.

Y era cierto. Él quería el cuerpo de Maddy de día y de noche. Ella empezaba a sentirse como una máquina sexual y, en un par de ocasiones, mientras hacían el amor, él le había recordado que era su «dueño». A Maddy no le gustaba esa expresión, pero no se quejaba porque a él parecía excitarlo. Si tanto significaba para él, le dejaría decirlo, aunque de vez en cuando no podía evitar preguntarse si verdaderamente lo pensaba así. Jack no era su dueño. Se querían, y él era su mando.

– Empiezo a sentirme como Lady Chatterley -dijo, riendo, mientras él la desvestía una vez más en la habitación del hotel-. ¿Qué vitaminas estás tomando? Puede que te hayas pasado con la dosis.

– El sexo nunca es demasiado, Mad. Es bueno para nosotros. Me encanta hacerte el amor cuando estamos de vacaciones.

Tampoco se le daba mal cuando estaban en casa. Parecía tener un apetito insaciable por Maddy. Y a ella le gustaba que fuera así, salvo cuando la trataba con brusquedad o perdía el control, como había sucedido en París.

Esa noche, en el Claridge, la historia se repitió. Habían ido a bailar a Annabel's, y en cuanto regresaron a la suite, él la empujó contra la pared, le bajó las bragas y prácticamente la violó. Maddy trató de convencerlo de que esperase, o de que fuesen al dormitorio, pero él la arrinconó y no se detuvo, y luego la llevó al cuarto de baño y volvió a penetrarla sobre el suelo de mármol mientras ella le suplicaba que parase. Le hacía daño, pero estaba tan excitado que no la oía. Más tarde se disculpó y la sumergió con suavidad en la bañera llena de agua templada.

– No sé qué me haces, Mad. Es culpa tuya -dijo mientras le enjabonaba la espalda.

Un minuto después estaba en el agua con ella. Maddy lo miró con desconfianza, temiendo que volviese a forzarla, pero esta vez la acarició con infinita ternura. La vida con Jack era como una montaña rusa de placer y dolor, terror y pasión, ternura combinada con un ápice de violencia y crueldad. Habría sido difícil explicárselo a alguien, y a Maddy le habría dado vergüenza. De vez en cuando la obligaba a hacer cosas que la incomodaban. Pero él le aseguraba que no había nada de malo en ello, que estaban casados y se querían, y cuando le hacía daño, invariablemente insistía en que era culpa de ella por volverlo loco de deseo. Eso la halagaba, pero no evitaba que en ocasiones sufriera mucho. Y se sentía constantemente confundida.

Cuando por fui regresaron a casa, Maddy tenia la sensación de que habían pasado un mes fuera, en lugar de dos semanas. Se sentía más unida que nunca a Jack, y se habían divertido mucho. Durante quince días él le había dedicado una atención absoluta. No la había abandonado ni un solo instante, la había mimado de todas las formas posibles y le había hecho el amor tantas veces que ya no recordaba con exactitud qué habían hecho, o con cuánta frecuencia.

La noche que regresaron a la casa de Georgetown, Maddy se sentía como si acabara de volver de una segunda luna de miel, y Jack la besó mientras la seguía por el vestíbulo. Subió las maletas, incluida la nueva que habían comprado para meter las cosas que traían de Londres y París. Mientras Jack iba a buscar el correo, Maddy escuchó los mensajes del contestador automático y le sorprendió comprobar que había cuatro de su compañero de informativo, Greg Morris. Parecía preocupado, pero Maddy consultó su reloj y vio que era demasiado tarde para llamarlo.

No encontraron nada de interés en la correspondencia, y después de tomar un ligero tentempié, ambos se ducharon y se acostaron. A la mañana siguiente se levantaron temprano.

Charlaron animadamente en el viaje hasta la cadena, donde Maddy se separó de Jack en el vestíbulo y subió en el ascensor. Estaba impaciente por ver a Greg y contarle del viaje, pero descubrió con sorpresa que él no estaba en su despacho. Entró en el suyo y leyó su correspondencia; como de costumbre, tenía una montaña de cartas de admiradores. A las diez, al ver que Greg no llegaba, empezó a preocuparse. Fue a ver a la secretaria y le preguntó si Greg estaba enfermo. Debbie la miró con evidente incomodidad.

– Yo… eh… Bueno, parece que nadie se lo ha dicho -dijo por fin.

– ¿Decirme qué? -La embargó el pánico-. ¿Le ha ocurrido algo? -Tal vez hubiera tenido un accidente, y no se lo habían dicho para no fastidiarle el viaje.

– Se ha marchado.

– ¿Adónde? -Maddy no entendía lo que le decían.

– Ya no trabaja aquí, señora Hunter. Pensé que se lo habrían comunicado. Su nuevo compañero empieza el lunes. Creo que hoy trabajará sola. Greg se marchó un día después de que usted se fuera de vacaciones.

– ¿Qué? -No podía creer lo que oía-. ¿Discutió con alguien y se largó?

– No estoy al tanto de los detalles -mintió la secretaria.

Antes de que terminase de decir estas palabras. Maddy corrió por el pasillo hacia el despacho del productor.

– ¿Qué diablos ha pasado con Greg?

El productor alzó la vista. Rafe Thompson era un hombre alto de aspecto cansino, como si llevase el peso del mundo sobre sus hombros.

– Se ha ido -respondió lacónico.

– Eso ya lo sé. ¿Adónde? ¿Cuándo? ¿Y por qué? Quiero respuestas -dijo con los ojos fulgurantes de furia.

– Ha habido un cambio en el formato del programa. Greg va no encajaba. Creo que ahora está en la sección de noticias deportivas de la NBC. No estoy al tanto de los detalles.

– Tonterías. Es lo mismo que me dijo Debbie. ¿Quién está al tanto de los detalles?

Pero ya conocía la respuesta, y subió a toda prisa al despacho de Jack. Entró sin esperar que la anunciasen y lo miró. Él acababa de colgar el teléfono y su mesa estaba llena de papeles: era el precio de dos semanas de vacaciones.

– ¿Has despedido a Greg? -preguntó Maddy sin preámbulos.

Él la miró fijamente.

– Tomamos una decisión ejecutiva -respondió con tranquilidad.

– ¿Qué significa eso? ¿Y por qué no me lo dijiste cuando estábamos en Europa? -Se sentía engañada.

– No quería disgustarte, Mad. Pensé que necesitabas unas vacaciones tranquilas.

– Tenía derecho a saber que habías despedido a mi compañero. -Eso explicaba los mensajes de Greg en el contestador, y su tono. No era de extrañar que Greg pareciese inquieto-. ¿Por qué lo echaste? Es excelente. Y también lo son sus índices de audiencia.

– No para nosotros -respondió él con indiferencia-. No es tan bueno como tú, cariño. Necesitamos alguien más fuerte para que te sirva de contrapeso.

– ¿Más «fuerte»? ¿Qué quieres decir? -Maddy no entendía nada, y estaba furiosa por la decisión y por la forma en que la habían tomado.

– Greg es demasiado suave, demasiado afeminado; tú le pasas por encima, y eres mucho más profesional que el. Lo lamento. Necesitas alguien con más personalidad y experiencia.

– ¿De veras? ¿Y a quién has contratado?-preguntó con cara de preocupación. Estaba inquieta por Greg; le encantaba trabajar con él y era su amigo más íntimo.

– A Brad Newbury. No sé si lo recordarás. Solía presentar las noticias de Oriente Medio en la CNN. Es estupendo. Te encantará trabajar con él -dijo Jack con firmeza.

– ¿Brad Newbury? -Maddy se quedó perpleja-. Ni siquiera es capaz de hacer que una zona de guerra suene interesante. ¿De quién fue la idea?

– Fue una decisión colectiva. Es un profesional, un reportero con experiencia. Creemos que es el contrapunto perfecto para ti.

Maddy detestaba el estilo de Newbury, que tampoco le caía bien como persona. Las pocas veces que se habían visto, se había mostrado arrogante y paternalista con ella.

– Es seco, soso y no tiene ningún atractivo ante las cámaras -dijo, desesperada-. Dios santo, dormirá a los espectadores. Hacía que hasta los conflictos de Oriente Medio pareciesen aburridos.

– Es un reportero experto.

– Igual que Greg. Nuestros indices de audiencia nunca habían sido tan altos.

– Tus índices de audiencia nunca habían sido tan altos, Mad. Los suyos empezaban a bajar. No quise preocuparte, pero Greg habría conseguido que cayeras junto con él.

– No lo entiendo -dijo ella-. Y no sé por qué no me lo dijiste.

– Porque no quería disgustarte. Esto es un negocio, Mad. Así es el mundo del espectáculo. Tenemos que mantener la vista fija en nuestros objetivos.

Sin embargo, Maddy seguía deprimida cuando regresó a su despacho y llamó a Greg.

– No puedo creerlo, Greg. Nadie me lo contó. Cuando vi que eran las diez y no habías llegado, pensé que estabas enfermo. ¿Qué diablos pasó después de mi partida? ¿Cabreaste a alguien?

– Que yo sepa, no -respondió él, afligido. Le gustaba trabajar con Maddy, y ambos sabían que el programa era un éxito. Pero Greg entendía mejor la situación-. A la mañana siguiente del día que te fuiste, Tom Helmsly -que era el productor ejecutivo del programa- me llamó a su despacho y me dijo que habían decidido dejarme marchar; o sea, para ser exactos, que me despedían. Dijo que tú y yo estábamos demasiado unidos y nos habíamos vueltos demasiado informales, que en las altas esteras opinaban que empezábamos a recordar a Abbot y Costello.

– ¿De dónde sacaron eso? ¿Cuándo fue la última vez que tú y yo hicimos un chiste en el programa?

– Hace tiempo, pero creo que la palabra clave aquí es «unidos». Parece que alguien piensa que mantenemos una relación demasiado personal. Joder, Maddy, tú eres mi mejor amiga. Y tengo la impresión de que hay alguien en tu vida a quien eso no le hace gracia. -No lo dijo con todas las palabras, pero fue como si lo hubiera hecho.

– ¿Te refieres a Jack? Greg, eso es una tontería.

Maddy no podía creerlo. No era razón suficiente para echar a Greg, y Jack jamás pondría en peligro el programa por razones personales. Sin embargo, era extraño que hubiesen elegido a Brad Newbury como sustituto. Se preguntó si Greg pensaba que Jack estaba celoso de él, pero eso le parecía imposible.

– Puede que te suene absurdo, Mad, pero eso se llama «aislamiento». ¿Nunca se te había ocurrido? ¿Cuántos amigos tienes? ¿Con qué frecuencia ves a otras personas? Conmigo no tenía alternativa, porque trabajábamos juntos. Pero se ocupó de alejar a todos los demás, ¿no? Piensa en ello.

– ¿Por qué iba a querer aislarme?

Parecía confundida, y Greg se preguntó si debía insistir en el tema. Él había advertido el problema hacía tiempo, pero era obvio que ella no lo veía, así que dio por sentado que intentaba negarlo.

– Quiere aislarte, Mad, con el fin de controlarte. Él dirige tu vida, toma decisiones por ti y jamás te consulta los asuntos del programa. Ni siquiera te comunica que os vais de viaje a Europa hasta la noche anterior. Por el amor de Dios, te trata como a un títere, y cuando no le gusta lo que haces, te dice que eres escoria y que sin su ayuda volverías a vivir en una caravana. ¿Cuántas veces te ha dicho que sin él no serías nadie? ¿No te das cuenta de que es una mentira podrida? Sin ti, él tendría el informativo de menor audiencia de todas las cadenas de televisión. Si algún día decides dejar la WBT, las cadenas más importantes del país se disputarán tu persona y podrás trabajar en la que elijas. ¿A qué te suena eso? ¿A un marido enamorado, o a algo mucho mas familiar?

Ella nunca se había permitido atar cabos de esa manera, pero al oír a Greg se sintió súbitamente asustada. ¿Y si era cierto que Jack trataba de aislarla? De pronto recordó todas las ocasiones en que le había dicho que era su «dueño». Se estremecía solo de pensarlo.

– Suena a maltrato psicológico, ¿no? -dijo en voz apenas audible.

– Bueno, ahí tienes tu gran noticia. ¿Alguna otra novedad? -dijo Greg-. ¿Vas a decirme que nunca lo habías pensado? No te pega palizas los sábados por la noche, pero no necesita hacerlo porque te controla de otra manera, y cuando te portas mal o no le gusta lo que haces, te lleva a Europa, te retira de la cadena durante dos semanas y me despide a mí. Creo que estás casada con un déspota. -No dijo «con un hombre que te maltrata», pero para él significaba lo mismo.

– Es posible que tengas razón, Greg -dijo, debatiéndose entre el deseo de defender a Jack y el de entender a su ex compañero de trabajo. Greg no le había pintado un cuadro bonito, pero ella no discrepaba con él. Sencillamente, no sabía qué hacer.

– Lo siento, Mad -musitó Greg. Maddy significaba mucho para él, y hacía mucho tiempo que le enfurecían las cosas que le hacía Jack. Lo que más le entristecía era que ella no parecía darse cuenta de nada. Pero Greg sí. Y estaba convencido de que esa era una de las razones por las que lo habían echado. Era demasiado peligroso para estar tan cerca de Maddy-. Lo que te está haciendo equivale a maltratarte.

– Eso parece -admitió ella con tristeza-. Pero no estoy segura. Quizá estemos sacando las cosas de quicio, Greg. Jack no me pega. -Sabía que esa no era la única forma de maltratar a alguien, pero no quería ver ni oír lo que ocurría. Sin embargo, resultaba difícil pasarlo por alto.

– ¿Crees que te respeta?

– Creo que me quiere -fue su respuesta automática, influida en gran medida por el reciente viaje a Europa-. Creo que desea lo mejor para mí, aunque no siempre acierte en lo que hace.

Greg no estaba de acuerdo, y lo único que pretendía era que ella analizase la vida que llevaba con Jack.

– Yo pienso que los hombres a menudo aman a las mujeres que maltratan. ¿No te parece que Bobby Joe te quería?

– No.

No podía creer que Greg estuviese comparando a Bobby Joe con Jack. Era una idea aterradora, y no quería escucharla. Una cosa era que Jack la maltratase; otra, oírselo decir a Greg. Hacía que el horror de los malos tratos volviese a parecer pavorosamente cercano.

– Bueno, es posible que no te quisiera. Pero piensa en algunas de las cosas que te hace Jack. Te lleva de aquí para allá como si fueses una cosa, un objeto que ha comprado y pagado. ¿Demuestra amor cuando te dice que sin él no serías nada? Y pretende que te lo creas. -Lo peor era que ella lo creía, y Greg lo sabía-. Maddy, intenta convencerte de que es tu dueño.

Al oír esas palabras, Maddy sintió un escalofrío. Era lo mismo que le había dicho Jack en Europa.

– ¿Por qué lo dices?

– Porque no me está maltratando a mí y no es mi dueño, Maddy. Quiero que me hagas un favor.

Ella pensó que iba a pedirle que hablase con Jack para que este lo reincorporara al trabajo. Y estaba dispuesta a hacerlo, aunque dudaba que Jack la escuchase.

– Haré lo que me pidas -prometió.

– Te tomo la palabra. Quiero que vayas a las reuniones de un grupo de mujeres maltratadas.

– Eso es una tontería; no lo necesito. -La sugerencia le sorprendió.

– Quiero que decidas eso después de haber ido. Creo que no tienes mucha idea de lo que te está pasando ni de lo que te están haciendo. Prométeme que lo harás. Yo te buscaré un grupo. -Era exactamente lo que ella había intentado hacer por Janet McCutchins, pero esta tenía el cuerpo lleno de cardenales. No era su caso-. Pienso que te abrirá los ojos. Si es necesario, te acompañaré.

– Bueno… tal vez… si encuentras uno… ¿Y si alguien me reconoce?

– Puedes decir que vas a acompañarme a mí. Maddy, mi hermana pasó por esto. Intentó suicidarse dos veces antes de comprender lo que le estaba ocurriendo. Yo la acompañé. Era como una reposición de Luz de gas. Y tenían cuatro hijos.

– ¿Qué pasó después?

– Se divorció de su marido y volvió a casarse con un hombre estupendo. Pero necesitó tres años de terapia para llegar a donde está hoy. Pensaba que su primer marido era un héroe únicamente porque no la molía a palos, como le hacía mi padre a mi madre. No todos los malos tratos dejan cicatrices.

Maddy lo sabía, pero aun así estaba empeñada en creer que lo que Jack hacía era diferente. No quería sentirse víctima, ni ver a Jack como su verdugo.

– Creo que estás loco, pero te quiero. ¿Qué harás ahora, Greg?

Estaba preocupada por él, y trataba de no pensar en lo que acababa de decir de Jack. Era una idea demasiado amenazadora. Ya había empezado a convencerse de que Jack no la maltrataba. Greg estaba disgustado y confundido, se dijo.

– Haré deportes en la NBC. Me han hecho una oferta estupenda, y empiezo dentro de dos semanas. ¿Sabes a quién han contratado para reemplazarme?

– A Brad Newbury -respondió con abatimiento.

Echaría de menos a Greg más de lo que podía expresar con palabras. Quizá mereciera la pena asistir a las reuniones de un grupo de mujeres maltratadas, aunque solo fuese para verlo. Sabía que Jack no le permitiría mantenerse en contacto con él. Encontraría la manera de apartarlo de su vida e impedir que lo viese. Conocía a su marido.

– ¿El tipo de la CNN? -preguntó Greg con incredulidad-. Me tomas el pelo. Es malísimo.

– Creo que sin ti nuestro índice de audiencia se irá al garete.

– No. Te tienen a ti. Todo irá bien, pequeña. Pero piensa en lo que te he dicho. Es lo único que te pido. Que lo pienses.

Trabajar con Brad era el menor de los problemas de Maddy.

– Lo haré -dijo ella sin demasiada convicción.

Durante el resto de la mañana, cada vez que pensaba en Greg se ponía nerviosa. Había puesto el dedo en la llaga con las cosas que le había dicho, y ella hacía todo lo posible para negarlas. Cuando Jack decía que era su «dueño», solo quería decir que la amaba con pasión. Aunque ahora que lo pensaba, había algo extraño incluso en sus relaciones sexuales, sobre todo últimamente. Jack le había hecho daño en más de una ocasión, especialmente en París. Su pezón había tardado una semana en cicatrizar, y todavía le dolía la espalda de la vez que le había hecho el amor en el suelo de mármol del hotel Claridge. Sin embargo, no había sido intencional; era un hombre insaciable y con un gran apetito sexual que la encontraba deseable. Además, a Jack no le gustaba hacer planes. ¿Llevarla a París y alojarla en el Ritz era una forma de maltrato simplemente porque no le había avisado con antelación? Le había comprado una pulsera en Cartier y un anillo en Graff's. Greg estaba desquiciado y disgustado porque lo habían despedido, lo cual era comprensible. Lo más absurdo de todo era que se atreviera a comparar a Jack con Bobby Joe. Además de que no tenían absolutamente nada en común, Jack la había salvado de él. Sin embargo, no terminaba de entender por qué se sentía angustiada cada vez que recordaba las cosas que le había dicho Greg. La había puesto muy nerviosa. Claro que el solo hecho de pensar en malos tratos la ponía nerviosa.

Seguía atormentada por las palabras de Greg el lunes, cuando fue a la reunión de la comisión de la primera dama y se sentó junto a Bill Alexander. Estaba bronceado, y le contó que desde la última vez que se habían visto había ido a visitar a su hijo a Vermont y que había pasado el fin de semana con su hija en Martha's Vineyard.

– ¿Qué tal va el libro? -murmuró ella mientras empezaba la reunión.

– Bien, aunque avanza lentamente. -Le sonrió, admirando su aspecto, como todos los demás.

Maddy llevaba una masculina camisa de algodón azul y pantalones de lino blanco, un atuendo que le daba un atractivo aire veraniego.

La primera dama había invitado a una oradora para que les hablase de los malos tratos. Se llamaba Eugenia Flowers. Era una psicólogo, especializada en víctimas de malos tratos y colaboraba con diversas causas feministas. Maddy había oído hablar de ella, pero no la conocía. La doctora Flowers miró alrededor y se dirigió personalmente a cada uno de los asistentes. Era una mujer afable y cálida con aspecto de abuela, pero tenía una mirada penetrante y parecía saber qué decir exactamente a cada miembro del grupo. Les preguntó en qué creían que consistían los malos tratos, y casi todos respondieron lo mismo: golpear o agredir físicamente a alguien.

– Bueno, es verdad… -convino con cortesía-, esas son las formas más evidentes. -Y paso a enumerar otras, algunas tan perversas y siniestras que hicieron estremecer a los presentes-. Pero ¿qué me dicen de las demás maneras de maltratar? Los agresores usan muchos disfraces. ¿Qué hay de aquel que controla todos los actos, movimientos y pensamientos de otra persona? ¿Del que destruye su confianza, la aísla y la asusta, por ejemplo, conduciendo a excesiva velocidad en una situación peligrosa? ¿Y el individuo que amenaza? ¿Y el que le falta el respeto a otros? ¿No es maltratar hacerle creer a alguien que lo negro es blanco hasta confundirlo por completo? ¿Y el que le roba dinero a otra persona, o le dice que no sería nada sin él, o que él es su «dueño»? ¿Y el que pretende robar la libertad a la mujer, o la fuerza a tomar decisiones como tener un hijo tras otro, o abortos constantes, o incluso le prohíbe que tenga hijos? ¿No creen que esas actitudes son malos tratos? Bueno, de hecho son formas típicas de maltratar, tan dolorosas, peligrosas y mortíferas como las que dejan cicatrices.

A Maddy se le cortó la respiración y palideció mortalmente. Bill Alexander lo notó, pero no dijo nada.

– Hay muchas formas de violencia contra las mujeres -continuó la oradora-, algunas son más evidentes, pero todas son peligrosas y unas pocas, más insidiosas que otras. Las más dañinas son las sutiles, porque las víctimas no las ven como malos tratos, sino que se culpan a sí mismas. Si la persona que maltrata es lo suficientemente lista, puede usarlas todas para convencer a su víctima, hombre o mujer, que merece lo que le hace. Las víctimas de malos tratos a menudo son empujadas al suicidio, las drogas, la depresión o incluso el asesinato. El maltrato de cualquier clase, en cualquier momento, es potencialmente mortal para la víctima. Pero las formas más sutiles son las más difíciles de combatir, porque no es tan fácil identificarlas. Y lo peor es que en la mayoría de los casos la víctima está convencida de que todo lo que le ocurre es responsabilidad suya, que ella se lo busca, y de ese modo anima a quien la maltrata a continuar, porque se siente tan culpable e insignificante que cree que él tiene razón y que ella merece lo que le pasa. Cree que sin él no sería nada.

Maddy tuvo la sensación de que iba a desmayarse. Esa mujer estaba describiendo su matrimonio con Jack con todo lujo de detalles. Él jamás le había puesto la mano encima, salvo la vez que le había sacudido el brazo, pero había hecho todo lo que había mencionado la doctora Flowers. Habría querido huir de allí, gritando. Sin embargo, se quedó paralizada en su asiento.

La psicóloga continuó hablando durante media hora, y luego la primera dama animó a los presentes a que hicieran preguntas. Cuasi todos preguntaron qué se podía hacer para proteger a esas mujeres, no solo de los hombres que las maltrataban, sino también de sí mismas.

– Bueno, en primer lugar tienen que reconocer el problema. Han de estar dispuestas a hacerlo. Al igual que los niños maltratados, estas mujeres protegen a quien las maltrata negando la situación y culpándose a sí mismas. Sienten vergüenza porque creen en todo lo que les dice su agresor. Por lo tanto, primero hay que ayudarlas a ver la realidad y luego a huir de la situación, cosa que no siempre es fácil. Tienen una vida, una casa, hijos. Y uno les pide que corran riesgos y escapen de un peligro que no pueden ver o no consideran verdadero.

»El problema es que dicho peligro es tan real y peligroso como una pistola apuntándoles a la cabeza, pero la mayoría de esas mujeres no lo sabe. Algunas sí, pero están tan asustadas como las otras. Y hablo de mujeres inteligentes, educadas, incluso profesionales de las que cabría esperar una mayor lucidez. Nadie está exento de sufrir malos tratos. Puede ocurrirle a cualquiera, y de hecho ocurre en los mejores trabajos o las mejores escuelas, a personas que ganan mucho o poco. A veces la víctima es una mujer inteligente y hermosa, a quien nadie diría que es posible engañar de esa manera. A veces son los blancos más fáciles, las que se llevan la peor parte. Las mujeres mas arteras son menos propensas a dejarse manipular. A ellas normalmente les tocan los palos. A las otras se las tortura de una forma más sutil. Los malos tratos no distinguen razas, vecindarios ni niveles socioeconómicos. Afectan a todo el mundo por igual. Pueden tocarnos a cualquiera, sobre todo si nuestros antecedentes nos predisponen a ellos.

»Por ejemplo, una mujer que ha vivido en un clima de violencia durante su infancia, digamos porque tenía un padre agresivo, puede pensar que un hombre que no le pega es un gran tipo; sin embargo, ese hombre podría ser diez veces más cruel que su padre, de manera mucho más sutil y peligrosa. Puede controlarla, aislarla, intimidarla, aterrorizarla, insultarla, menospreciarla, rebajarla, faltarle el respeto, negarle afecto o dinero, abandonarla o amenazarla con quitarle a los hijos. Sin embargo, no le dejará ninguna señal visible de malos tratos y le dirá que es una mujer afortunada. Lo más terrible es que ella muchas veces le cree. Y es imposible meter a esa clase de individuo en la cárcel, porque si intentan castigarlo por lo que hizo, dirá que ella está loca, que es idiota, embustera o psicótica y que miente sobre él. Es preciso sacar a esas mujeres de su relación de manera gradual, conducirlas poco a poco desde el borde del abismo hasta un lugar seguro. Pero ella luchara con uno todo el tiempo, defendiendo con su vida al hombre que la maltrata, y si abre los ojos lo hará muy despacio.

Maddy pensó que rompería a llorar antes de que acabara la reunión. Se esforzó por mantener la calma hasta que llegase el momento de marcharse y, cuando por fin se levantó, le temblaban las rodillas. Bill Alexander la miró y se preguntó si estaría sofocada por el calor. La había visto empalidecer media hora antes, y ahora su piel estaba verdosa.

– ¿Quieres un vaso de agua? -preguntó con cortesía-. Ha sido una reunión interesante, ¿no? Aunque no sé qué podemos hacer exactamente para ayudar a esas mujeres, aparte de educarlas y apoyarlas.

Maddy volvió a sentarse y asintió con un gesto. Mientras lo escuchaba, la habitación empezó a dar vueltas a su alrededor. Afortunadamente, nadie más se dio cuenta de que se encontraba mal. Bill Alexander fue a buscarle un vaso de agua.

Todavía estaba sentada, esperando, cuando la oradora invitada se acercó a ella.

– Soy una gran admiradora suya, señora Hunter -dijo sonriendo. Maddy fue incapaz de levantarse y se limitó a devolverle la sonrisa lánguidamente-. Veo su programa todas las tardes. Para mí, es la única forma de saber qué pasa en el mundo. Me gustó especialmente su comentario sobre Janet McCutchins.

– Gracias -dijo Maddy con los labios secos justo cuando llegaba Bill con un vaso de agua. Él no pudo evitar preguntarse si Maddy estaría embarazada.

Mientras bebía, la oradora la miró atentamente con expresión afectuosa. Maddy se puso de pie, negándose a reconocer que le flaqueaban las piernas. Empezaba a preguntarse cómo llegaría a la calle para tomar un taxi, pero Bill pareció adivinar su desazón.

– ¿Necesitas que te lleve a algún sitio? -preguntó con caballerosidad.

Maddy asintió.

– Tengo que volver al trabajo.

Ni siquiera estaba segura de poder presentar el informativo, y por un instante consideró la posibilidad de que la causa del malestar fuese algo que había comido. Pero sabía que no era así. Era la persona con quien se había casado.

– Me gustaría volver a verla -dijo la doctora Flowers cuando Maddy se despidió de ella y de la primera dama.

Le entregó una tarjeta de visita que Maddy guardó en el bolsillo de su camisa antes de darle las gracias y marcharse. Después de lo que le había dicho Greg, se sentía como si la hubiesen sacudido por partida doble, y ya no sabía si estaba en el mundo real o en una pesadilla, fuera lo que fuese lo que le ocurría, era como si la hubiera atropellado un tren. Y no consiguió disimular su estado mientras bajaba en el ascensor con Bill. Él había aparcado el coche en la puerta, y ella lo siguió en silencio.

Bill le abrió la portezuela, y Maddy subió. Un instante después, sentado al volante, él la miró con preocupación. Maddy tenía mal aspecto.

– ¿Te encuentras bien? Hace un momento temí que fueses a desmayarte.

Ella asintió y guardó silencio durante unos instantes. Pensaba mentirle, decirle que estaba resfriada, pero no pudo. Se sentía totalmente perdida y sola, como si le hubieran arrebatado todo aquello en lo que había creído y deseado creer, como si acabara de quedarse huérfana. Nunca se había sentado tan asustada y vulnerable. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas cuando él le tocó el hombro, incapaz de seguir conteniéndose, prorrumpió en incontrolables sollozos.

– Resulta angustioso oír esas cosas -dijo él con suavidad, e instintivamente la estrechó entre sus brazos. No sabía qué otra cosa hacer, pero era lo que otra gente había hecho por él tras la muerte de su esposa y lo que él habría hecho por sus hijos en una situación parecida. No había nada sexual ni inapropiado en su actitud. Se limitó a abrazarla mientras ella lloraba, hasta que sus sollozos se acallaron y alzó la vista. Lo que vio entonces en sus ojos fue auténtico terror-. Estoy aquí, Maddy. No te pasará nada malo. Estás bien.

Pero ella negó con la cabeza y empezó a llorar otra vez. Hacía años que no estaba bien y quizá no llegaría a estarlo nunca. De pronto comprendió el peligro que había corrido, la forma en que la habían rebajado y aislado de cualquiera que pudiese ver su situación y ayudarla a salir de ella. De manera sistemática, Jack la había alejado de sus amistades, incluso de Greg, y ella era una presa solitaria e indefensa. Súbitamente, todo lo que él le había dicho y hecho en el transcurso de los años, y también recientemente, adquirió un significado nuevo y temible.

– ¿Qué puedo hacer para ayudarte? -preguntó Bill mientras ella lloraba abrazada a él, cosa que nunca había podido hacer con ningún hombre. Ni siquiera con su padre.

– Mi marido hace todas las cosas que mencionó la doctora Flowers en su charla. Alguien me dijo lo mismo que ella hace unos días, pero yo lo negué. Pero cuando la doctora empezó a hablar, lo entendí… Me ha aislado por completo y lleva siete años maltratándome, pero yo pensaba que era un héroe porque no me pegaba.

Se enderezó en su asiento y vio que Bill la miraba con incredulidad y horror. Parecía muy preocupado por ella.

– ¿Estás segura?

– Completamente. -Ahora se daba cuenta de que incluso la había agredido sexualmente. No era brusco con ella por accidente ni porque lo cegara la pasión, simplemente era otra manera de rebajarla y dominarla. Parecía una forma aceptable de hacerle daño, y se lo había hecho durante años. No podía creer que nunca se hubiera dado cuenta-. No puedes imaginar las cosas que me ha hecho. Creo que la doctora las describió todas. -Sus labios temblaban-. ¿Qué voy a hacer? Jack dice que sin él no soy nadie. Me llama «escoria» y me amenaza con que podría volver a vivir en un parque de caravanas.

Era exactamente lo que había descrito Eugenia Flowers, y Bill la miró con profundo asombro.

– ¿Bromeas? Eres la mayor estrella de informativos del país. Conseguirías un trabajo en cualquier parte. No volverás a ver un parque de caravanas a menos que lo compres.

Maddy rió y miró por la ventanilla. Se sentía como si su casa acabara de incendiarse y no tuviese adónde ir. No podía ni pensar en volver a casa con Jack, en enfrentarse con él ahora que entendía lo que le estaba haciendo. Quizá su comportamiento no fuese intencional, se dijo, quizá estuviera equivocada.

– No sé qué hacer -musitó-. Ni qué decirle. Me gustaría preguntarle por qué se porta de esa manera.

– Puede que no conozca otra -dijo Bill con imparcialidad-, pero eso no es una excusa para maltratarte. ¿Cómo puedo ayudarte? -Deseaba hacerlo, pero estaba tan confundido como ella.

– Tengo que meditar sobre lo que voy a hacer -respondió ella con aire pensativo.

Él giro la llave del contacto y volvió a mirarla.

– ¿Quieres que vas amos a tomar un café? -Fue lo único que se le ocurrió para tranquilizarla.

– Sí, de acuerdo.

Bill se había portado como un amigo de verdad, y Maddy se sentía agradecida. Percibía su calidez y sinceridad y a su lado se sentía a salvo. En sus brazos había experimentado una profunda sensación de paz y seguridad. Sabía intuitivamente que era un hombre que nunca le haría daño. Entonces pensó en lo diferente que era de Jack. Este siempre actuaba con doblez y con cálculo, le decía cosas degradantes y trataba de convencerla de que ella era un ser insignificante y que él le estaba haciendo un gran favor al estar a su lado. Bill Alexander, en cambio, se comportaba como si la oportunidad de ayudarla fuese un privilegio, y Maddy adivinó acertadamente que podía sincerarse con él.

Se detuvieron en un pequeño café, y ella aún estaba pálida cuando se sentaron en una mesa apartada. Bill pidió café y Maddy un capuchino.

– Lo lamento -dijo con expresión culpable-. No quería involucrarte en mis problemas personales. No sé qué me ha pasado. Las palabras de la doctora Flowers me afectaron mucho.

– Puede que todo estuviese escrito, que el destino la enviase allí. ¿Qué piensas hacer, Maddy? No puedes seguir viviendo con un hombre que te maltrata. Ya has oído lo que dijo la doctora: es como tener una pistola apuntándote a la cabeza. Quizá aún no lo veas con claridad, pero corres un grave peligro.

– Creo que empiezo a tomar conciencia de ello. Pero no puedo marcharme sin más.

– ¿Por qué no?

A él le parecía sencillo: Maddy debía escapar para que Jack dejase de hacerle daño. Pero ella no lo tenía tan claro.

– Le debo todo lo que tengo y lo que soy. Él me convirtió en la persona que soy. Trabajo para él. ¿Adónde iría? Si lo dejo, tendré que renunciar también a mi empleo. No sabría adónde ir ni qué hacer. Además, él me quiere -añadió mientras sus ojos volvían a humedecerse.

– No estoy tan seguro -dijo Bill con firmeza-. En mi opinión, un hombre que hace las cosas que describió la doctora Flowers no actúa movido por el amor. ¿De verdad crees que te quiere?

– No lo sé -respondió, debatiéndose entre el miedo y los remordimientos.

Se sentía culpable por lo que pensaba y decía de Jack. ¿Y si se equivocaba? ¿Y si el caso de su marido era diferente?

– Creo que tienes miedo y que estás negando la realidad otra vez. ¿Que me dices de ti, Maddy? ¿Lo quieres?

– Pensaba que sí. Mi ex marido me rompió los dos brazos y una pierna. Me torturaba, y una vez me empujó por la escalera. En otra ocasión me quemó la espalda con un cigarrillo. -Todavía tenía la cicatriz, aunque apenas se notaba-. Jack me salvó de él. Me trajo a Washington en una limusina y me dio un empleo, una vida. Se casó conmigo. ¿Cómo voy a abandonarlo?

– Deberías hacerlo porque, por lo que me has contado, no es un buen hombre. Te maltrata de una forma más sutil y menos evidente que tu primer marido, pero ya has oído a la doctora Flowers, es igual de peligrosa. Y al casarse contigo no te hizo ningún favor. Eres lo mejor que le ha pasado en la vida, y un valioso trofeo para su cadena. No es un filántropo, sino un hombre de negocios, y sabe exactamente lo que hace. Recuerda las palabras de la psicóloga. Te está controlando.

– ¿Y si lo dejo?

– Buscará una sustituta para el programa y empezara a torturar a otra. No puedes curarlo, Maddy. Tienes que ocuparte de ti misma. Si él quiere cambiar, tendrá que hacer terapia. Pero tú debes marcharte antes de que te haga más daño, o de que te desmoralice tanto que seas incapaz de dejarlo. Ahora has visto las cosas claras. Sabes lo que pasa. Tienes que salvarte sin pensar en nadie más. Estás arriesgando tu bienestar y tu vida. Puede que aún no tengas moretones, pero si hace todo lo que dices no puedes darte el lujo de perder ni un minuto. Huye de él.

– Si lo dejo, me matará.

Hacía nueve años que no pronunciaba esas palabras, pero de repente supo que esta vez eran tan acertadas como entonces. Jack había invertido mucho en ella y no aceptaría que lo abandonase o desapareciera.

– Debes ir a un sitio seguro. ¿Tienes familia? -Maddy negó con la cabeza. Sus padres habían muerto hacía muchos años, y había perdido el contacto con sus parientes de Saratoga. Podría ir a casa de Greg, pero ese sería el primer sitio donde la buscaría Jack, luego culparía a Greg del abandono, y ella no quería ponerlo en peligro. Sería absurdo que una persona tan famosa como ella tuviese que refugiarse en un albergue para mujeres maltratadas, pero quizá debería hacerlo-. ¿Por que no te alojas con mi hija y su familia Martha's Vineyard? Ella tiene aproximadamente tu edad, y allí hay sitio para ti. Sus hijos son encantadores.

Al oír ese último comentario, Maddy pensó en lo que le habían hecho Jack y Billy Joe. En su primer matrimonio había tenido seis abortos: los dos primeros porque su marido decía que no estaba preparado para tener hijos; los demás, porque ella no quería hijos suyos ni compartir con un niño la vida que llevaba con él. Después, al casarse con Jack, este había insistido en que se ligase las trompas. Entre los dos se habían asegurado de que nunca tuviese hijos. Ambos la habían convencido de que era lo mejor para ella. Y Maddy les había creído. Ahora, además de destrozada, se sentía idiota por haberlos escuchado. La habían privado de la oportunidad de ser madre.

– No sé qué pensar, Bill, ni adónde ir. Necesito tiempo para pensarlo.

– Es posible que no puedas permitírtelo -repuso él, recordando las cosas que había dicho la doctora Flowers. Maddy debía actuar con rapidez. No tenía sentido esperar-. No deberías posponer demasiado esta decisión. Si él busca ayuda, si las cosas cambian y llegáis a un entendimiento, siempre podrás volver.

– ¿Y si no me deja?

– Eso significará que no ha cambiado y que no te conviene. -Era exactamente lo que le habría dicho a su hija. Deseaba hacer todo lo posible para protegerla y ayudarla, y Maddy le estaba agradecida por ello-. Quiero que lo pienses y hagas algo cuanto antes. Es posible que Jack se dé cuenta de que las cosas han cambiado, de que tú eres más consciente de lo que pasa. En tal caso, se sentirá amenazado y podría buscarte complicaciones. No será una situación agradable.

Ninguna situación era agradable con Jack; Maddy lo sabía. Cuándo miró el reloj, vio que tenía que estar en la sala de maquíllale antes de diez minutos y le dijo a Bill de mala gana que debía volver al trabajo.

Unos instantes después salieron de la cafeteria y subieron al coche de Bill, que la dejó en la cadena. Pero antes de despedirse, la miró con inquietud.

– … Estaré en vilo hasta que hagas algo. Prométeme que no tratarás de volverle la espalda al problema. Te he visto despertar; ahora has de hacer algo constructivo.

– Te lo prometo -respondió, aunque todavía no sabia qué iba a hacer.

– Te llamaré mañana -dijo él con firmeza-, y quiero oír que has hecho algún progreso. De lo contrario, te secuestraré y te llevaré a casa de mi hija.

– Eso suena bastante bien. ¿Cómo puedo darte las gracias? -preguntó, sintiéndose profundamente agradecida.

Bill se había portado como un padre con ella. Lo consideraba un amigo, confiaba totalmente en él y en ningún momento se le cruzó por la cabeza que fuese a divulgar lo que le había contado. Sin embargo, él la tranquilizó al respecto antes de marcharse.

– La única manera de darme las gracias es haciendo algo por ti misma, Maddy. Cuento con ello. Y si me necesitas, me encontrarás aquí -dijo apuntando su número de teléfono en un papel.

Maddy guardó el papel en el bolso, volvió a darle las gracias, lo besó en la mejilla y corrió hacia el edificio. Sería su primer programa con Brad Newbury, y aún debía cambiarse, peinarse y maquillarse. Bill se quedó mirándola, asombrado por todo lo que le había contado. Era difícil imaginar que una mujer como esa pudiese dejarse intimidar por su marido, o que creyera que abandonarlo equivalía a volver a vivir en una caravana y quedarse sin amigos y sin trabajo. Nada más lejos de la verdad, pero Maddy no lo sabía. Era una demostración cabal de que todo lo que había dicho Eugenia Flowers sobre los malos tratos psicológicos era verdad, pero Bill no terminaba de creerlo.

Mientras él se alejaba, Maddy se dirigió a la sala de maquillaje.

Brad Newbury estaba allí, y Maddy lo observó mientras lo peinaban y maquillaban. Parecía un hombre increíblemente arrogante, y ella aún no podía creer que Jack lo hubiese contratado. Él hizo un esfuerzo para ser amable con ella, y charlaron amigablemente mientras la peinaban. Le dijo que estaba encantado de trabajar con ella, pero se comportaba como si le estuviese haciendo un favor. Por pura cortesía, Maddy respondió que también sería un placer para ella. Sin embargo, echaba de menos a Greg y se sorprendió pensando en él y en Bill Alexander mientras regresaba a su despacho para cambiarse de ropa. No tenía la menor idea de lo que iba a hacer con Jack, pero ahora no tenía tiempo de pensar en eso. Saldría en antena en menos de tres minutos. Llegó al plató a último momento. Apenas si tuvo tiempo para recuperar el aliento cuando empezó la cuenta atrás.

Cuando salieron al aire, Maddy presentó a Brad y empezaron el programa. Él hablaba con sequedad y frialdad, y aunque en el transcurso del informativo Maddy tuvo que reconocer que era un hombre inteligente y culto, sus estilos eran tan diferentes que parecían fuera de sincronía, totalmente opuestos el uno al otro. Ella era afable, cálida y campechana, mientras que él era altivo y distante. No había un ápice de la armonía y complicidad que había compartido con Greg, y Maddy no pudo por menos que preguntarse si los índices de audiencia reflejarían ese hecho.

Permanecieron en el plató, conversando, hasta la hora del segundo informativo. Esta vez las cosas salieron un poco mejor, aunque no lo suficiente para impresionar a nadie. En opinión de Maddy, el programa había sido tedioso, y el productor tenía un aspecto ceñudo cuando ella salió del plató. Jack le había mandado decir que tenía una reunión y que le dejaba el coche. Pero en el último momento Maddy decidió dar un paseo y tomar un taxi. Era una noche templada y todavía había luz, pero ella tenía la extraña sensación de que alguien la seguía. Se dijo que era una paranoica. Después de un día angustioso, su imaginación se estaba desbordando. Empezó a cuestionar las conclusiones a las que había llegado y se sintió desleal con Jack por las cosas que le había dicho a Bill. Tal vez Jack no fuese culpable de sus acusaciones; había miles de explicaciones para su conducta.

Al bajar del taxi vio dos policías cerca de su casa y un coche sin identificación aparcado junto a la acera. En el camino hacia la puerta, los detuvo y les preguntó qué pasaba.

– Solo estamos echando un vistazo por el barrio -respondieron con una sonrisa.

Pero dos horas después vio que seguían allí, y se lo comentó a Jack cuando volvió, a medianoche.

– Yo también los vi. Por lo visto, uno de nuestros vecinos tiene un problema de seguridad. Dijeron que estarían un rato más por aquí y que no nos preocupásemos. Puede que el juez del supremo, el que vive más abajo, haya recibido una amenaza de muerte. Sea como fuere, el barrio es más seguro con la policía cerca.

Pero luego la riñó por no haber viajado con el chófer y tomado un taxi. Le dijo que quería que usase el coche siempre que saliera.

– No es para tanto. Solo quería dar un paseo -respondió, pero se sintió súbitamente incómoda con él.

Si Jack era como ella pensaba, ni siquiera podía saber cómo hablarle. De inmediato volvió a sentirse culpable. Había sido muy atento al dejarle el coche.

– ¿Qué tal ha ido el programa con Brad? -preguntó él mientras se metía en la cama.

Maddy se preguntó si tendría intención de hacerle el amor y se echó a temblar. Solo sabía que no lo deseaba.

– A mí me pareció aburrido -respondió-. No es desagradable, pero tampoco muy ameno. Vi la cinta del informativo de las cinco, y le faltaba vida.

– Pues pónsela tú -replicó con brusquedad, cargando la responsabilidad sobre sus hombros.

Maddy lo miró como si fuese un completo desconocido. Ni siquiera sabía qué decirle. ¿Cuál era la verdad? ¿Jack la maltrataba, o simplemente le gustaba controlar su vida porque la amaba? ¿Qué había hecho de malo? ¿Darle una carrera fabulosa, una casa espectacular, un coche y un chófer para ir al trabajo, ropa bonita, joyas maravillosas, viajes a Europa y un avión privado que ella podía usar para ir de compras a Nueva York cuando le diese la gana? ¿Estaba loca? ¿Por qué si no había imaginado que él la maltrataba? Empezaba a decirse que lo había inventado todo, que había sido una deslealtad pensar siquiera en ello, cuando él apagó la luz y se volvió hacia ella eon una extraña expresión en la cara. Sonriéndole, tendió una mano y le acarició un pecho; acto seguido, antes de que ella pudiese detenerlo, la agarró con tanta fuerza que ella gimió y le suplicó que parase.

– ¿Por qué? -preguntó él con un dejo cruel y luego rió-. ¿Por qué, pequeña? Dime por qué. ¿No me quieres?

– Te quiero, pero me haces daño… -respondió con lágrimas en los ojos. Él le levantó el camisón, revelando el resto de su cuerpo, y se hundió entre sus piernas, haciéndola gemir de excitación. Era el juego de costumbre: alternar dolor con placer-. ¡Esta noche no quiero hacer el amor -musitó.

Pero él no la escuchó. Cogiéndola por el pelo, le echó la cabeza atrás, le besó el cuello con una sensualidad que la hizo estremecerse de pies a cabeza y luego la penetró con tanta fuerza que Maddy temió que fuese a desgarrarla. Gritó ante sus violentas embestidas, y mientras le clavaba las uñas para obligarlo a detenerse, él se volvió tierno otra vez, de manera que permaneció entre sus brazos, llorando de desesperación, hasta que él se corrió con frenesí.

– Te quiero, pequeña -murmuró en su cuello.

Maddy se pregunto qué significaban esas palabras para Jack y si alguna vez conseguiría escapar de él. Había algo violento y aterrador en sus relaciones sexuales. Eran una forma sutil y familiar de asustarla, aunque ella nunca las había interpretado de esa manera. Sin embargo, ahora sabía que el amor de su marido encerraba un gran peligro.

– Te quiero -repitió él, esta vez con voz somnolienta.

– Yo también -murmuró ella mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas.

Y lo terrible es que era verdad.

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