– ¿Has pasado una buena noche, Donavan? -Grace sonrió al abrir la puerta a la mañana siguiente. Echó un vistazo al doctor Krallon, que se levantó rápidamente de su sillón-. ¿Ha sido un buen paciente?
– Atroz. -El médico sacudió la cabeza-. No ha parado de insultarme y se ha negado a hacer todo lo que le decía. Es un desagradecido.
– Una cuña, Grace. -Donavan sacudió la cabeza-. No me levantó para ir al baño. Fue humillante.
– Y práctico. -Ella se sentó en el sillón que el médico había dejado vacío-. Vaya a desayunar, doctor. Me quedaré con él.
– Con mucho gusto. -El médico se dirigió a la puerta-. Y si soy capaz de perdonarlo, le traeré el desayuno cuando vuelva.
Donavan sonrió cuando la puerta se cerró tras el médico.
– Es un hombrecillo amable. Y un testarudo, un jodido testarudo.
– Entonces deja ya de hacérselo pasar mal. Ya sabes que todavía no puedes levantarte para ir al baño. Espera un par de días.
– Un hombre ha de hacer una protesta digna.
– Un hombre ha de ser razonable y dejar de crear problemas. -Grace examinó la cara de Donavan-. Tienes más color que esta mañana. Anoche me dejaste preocupada, pero hoy me doy cuenta de que estás tan genial como siempre.
– No lo dudes. Sólo me estaba aprovechando de tu compasión cuando me sacaron en andas de ese helicóptero. De nuevo, la cuestión de la dignidad. Kilmer entra con aire resuelto como un héroe conquistador, y allí estaba yo, tumbado en esa camilla, débil como un gatito. Tuve que arreglármelas para conseguir todo lo que pudiera.
Grace enarcó las cejas.
– ¿Fue todo una actuación?
– Bueno, quizá estuviera un poco pachucho. El viaje fue una pesadilla. -Su mirada se clavó en su cara-. Pareces más vieja, Grace.
– Muchas gracias.
– No, te favorece. Siempre fuiste una mujer interesante, pero ahora tienes cierta… profundidad. Quiero seguir estudiándote para ver qué es lo se esconde bajo la superficie.
– No se esconde nada. Soy tan poco complicada como lo he sido siempre.
Donavan negó con la cabeza.
– Y una mierda poco complicada. Desde el momento en que bajaste de aquel avión, hace ahora casi nueve años, siempre supe que eras un cúmulo de contradicciones. Eras patriota, y sin embargo habías visto demasiado para confiar totalmente en cualquier gobierno. Eras valiente, pero te daba miedo comprometerte. Querías tener amigos, pero temías alargar la mano y cogerlos por miedo a que salieran huyendo.
– ¡Uy, Dios, Donavan! ¿Desde cuándo eres psicólogo?
– Es sólo uno de mis talentos menores. -Sonrió-. Pero únicamente lo utilizo con la gente que me gusta. Y no expreso mis opiniones a menos que se me pregunte.
– Yo no he preguntado.
– Y cuando quiero inmiscuirme en algo que no es asunto mío.
Grace se puso tensa.
– ¿De qué estás hablando?
– Pensé que iba a morir en aquel río.
– ¿Y?
– Kilmer me salvó el pellejo. Y no es la primera vez. Pero no es mucho lo que me deja hacer por él, así que decidí tomar el asunto en mis manos.
– ¿Que asunto?
– Se preocupa por ti, Grace. No sé cuánto; no hablará de ello. Pero sé que está loco por ti.
– Sexo.
– Sí, sé que eso tuvo mucho que ver. Pero había más.
Grace negó con la cabeza.
– Mira, tú siempre viste las cosas como querías verlas.
– Estás cansado. Me voy a ir y te dejaré que descanses. -Empezó a levantarse.
– No te atrevas a moverte. -Donavan tosió-. Harás que tenga una recaída.
– No te has recuperado lo suficiente para tener una recaída.
– Entonces, estate quieta para que pueda alcanzar ese estado de felicidad. Estoy a punto de ser profundo, y necesito público.
Grace volvió a sentarse lentamente.
– Te estás aprovechando de esa condenada herida.
Donavan asintió con la cabeza.
– ¿Y por qué no? Duele a rabiar. Debería sacar algo positivo de ella.
– Hablaremos más tarde.
– ¿Y si me da una embolia y me muero? Eso ocurre. No, tiene que ser ahora. Es la ocasión perfecta. Mi estado es lo bastante lamentable como para que no te líes a tortazos conmigo. Y para cuando me ponga bien, ya habrás tenido tiempo de superarlo.
– ¿De superar qué?
– Tu actitud defensiva cuando te diga que has sido una bruja cerrada de mollera en lo que concierne a Kilmer.
Grace se puso rígida.
– No tengo por qué soportar esto, Donavan.
– Sí, sí que tienes. -Volvió a toser-. Mira, me estás dando un gran disgusto. Puedo notar cómo se forma el coágulo.
– Mentiroso.
– Me puedes dejar solo. Pero quizá el doctor me encuentre muerto cuando vuelva.
– Eso es un farol.
– Pero da resultado. -Y añadió con malicia-: Te vas ablandando con los años. Debe ser eso de la maternidad.
– Habla -dijo Grace entre dientes.
– Engañaste a Kilmer. Tenías algo especial entre manos. Nunca le he visto así con ninguna otra mujer. Kilmer nunca miente. ¿Por qué diablos no confiaste en él, en lugar de salir huyendo?
– Tú sabes por qué. Me impidió que acudiera a ayudar a mi padre. -Grace se aferró a los brazos del sillón-. Tuvo suerte de que no lo estrangulara.
– Lo que impidió fue que cayeras directamente en las garras de Marvot.
– Eso no lo sabes.
– Sí, sí que lo sé. Kilmer me envió a Tánger para ponerme en contacto con tu padre aquella noche. No hubo manera de convencer a tu encantador papá de que se marchara. Me dijo que era mejor que trabajaras con Marvot, que había mucho dinero que ganar si dejabas la Agencia y te concentrabas en domar a la Pareja para ese bastardo. Ésa es la razón de que hiciera un trato con Marvot y le soplara lo de la incursión.
– No. -Grace lo miró con furia-. Estás mintiendo.
– No creo que quisiera que resultaras herida. Me dijo que le habían garantizado que no te matarían durante la incursión. Creía sinceramente que lo que era mejor para él era lo mejor para ti.
– En aquella incursión murieron tres hombres. ¿Estas diciendo que prácticamente los asesinó él?
Donavan guardó silencio.
– No te creo.
– ¿Por qué habría de mentirte? No tengo nada que ganar.
– ¿Y cómo suponía él que yo iba a trabajar con Marvot? Jamás lo habría hecho.
– ¿Ni aunque pensaras que tu padre había sido retenido como rehén?
– Tú me lo habrías contado de manera muy diferente.
– De salir vivo. Me libré por un pelo de ser capturado, cuando avisó a uno de los sicarios de Marvot que estaba en la habitación contigua. Recibí un balazo en la pierna, y estuve huyendo un par de días. Conseguí llamar a Kilmer y decirle que te mantuviera alejada de Tánger por todos los medios.
– A mi padre lo asesinó Marvot.
– Evidentemente, Marvot pensó que la trampa estaba condenada al fracaso y que tu padre ya no le era de utilidad. Pero pudo matar a tu padre en castigo porque participaras en la incursión. Sería una advertencia para cuando te capturara.
Grace negó con la cabeza.
– No.
– Sí.
– Si eso es verdad, ¿por qué Kilmer no me dijo nada?
– Te dijo que tu padre le había dado el soplo a Marvot. Pero eso fue la noche que murió. ¿Se suponía que tenía que entrar en detalles de lo cerdo que era realmente tu padre y decirte que tenía pruebas? Tú lo querías. Confiabas en él. Era la única persona que tenías en el mundo. Creo que Kilmer planeaba intentar hablar contigo más tarde, pero no pudo. Huiste. Kilmer tuvo noticias de que Marvot te perseguía y tuvo que encontrar la manera de protegerte. Entonces North le dijo que estabas embarazada. Eso se lo confirmó. No podía estar allí para protegerte y no iba a quitarte el poco consuelo que tenías.
– Mi padre me quería. -La voz le temblaba-. Me quería de verdad, Donavan.
– Tal vez. Hay muchas clases extrañas de amor en el mundo. No te quería lo suficiente como para mantenerte lejos de las garras de Marvot si eso significaba dinero que llevarse al bolsillo. Yo estaba allí, Grace. Te estaban tendiendo una trampa. -Le sostuvo la mirada-. Sabes que no miento. Tengo una cicatriz en mi pierna izquierda como recuerdo de aquella noche. ¿Quieres verla?
Ella negó con la cabeza.
– ¿Me crees?
– No lo sé. ¡Oh, Dios!, no quiero creerte, Donavan.
Él asintió con la cabeza.
– Créeme. Apostaría a que en lo más profundo de tu corazón sabías que Stiller nos había traicionado. Sólo que no podías admitirlo. Ahora tienes que hacerlo. Has de aceptarlo. -Donavan cerró los ojos-. Ahora tengo que descansar y luchar contra esa embolia, de manera que pueda volver a utilizarla alguna vez cuando necesite chantajear a alguien. ¿Crees que funcionaría con Kilmer?
– No.
– Nunca se sabe. No es tan puñetero como crees… -Donavan abrió los ojos-. Es la verdad, Grace. Pongo a Dios por testigo que es verdad hasta la última palabra. Ahora dime si me crees.
– No puedo -susurró ella.
– Dímelo.
– No lo haré. -Tenía los ojos llenos de lágrimas-. Es demasiado doloroso.
– Dímelo.
– De acuerdo, ¡maldita sea! Te creo. -Las lágrimas le corrían por las mejillas-. ¿Satisfecho?
– Sí. -Donavan volvió a cerrar los ojos-. Vete. No hay nada como una mujer llorando para hacer que un hombre se sienta mal. Quiero conocer a tu hija, Grace. ¿Dejarás que venga a verme?
Ella no respondió mientras se dirigía a la puerta.
– Sería un buen amigo para tu hija. No permitas que tu amargura le haga daño.
– Nunca haría eso. -Abrió la puerta-. La traeré esta noche para que la conozcas. -Apoyó la cabeza en la jamba-. Y no estoy… resentida contigo. Hiciste lo que creíste mejor. Sólo estoy dolida y sensible. Y sé que Frankie necesita amigos.
– Kilmer también podría ser un buen amigo para ella.
– Echa el freno, Donavan.
– Sólo quería golpear mientras el hierro sigue caliente.
– Lo bastante caliente para quemarme viva. -Cerró la puerta tras ella y se tomó un momento para intentar serenarse. Se limpió los ojos y respiró profundamente. No podía bajar a desayunar con Frankie cuando apenas era capaz de enfrentarse a la situación. Había subido con la esperanza de confortarlo, no de que se ensañara con ella.
¡Dios santo!, estaba dolida. ¿Tenía razón Donavan? ¿Había sabido ella que su padre los había traicionado, pero se había negado a admitirlo? ¿Se había aferrado a la seguridad de tener sólo una persona en el mundo en quien confiar que la quisiera? ¿Acaso era tan débil?
Verdad.
Debía pensar en ello. Aceptarlo como Donavan le había dicho que hiciera.
Bajaría. Desayunaría. No permitiría que Frankie supiera que estaba disgustada. Luego se iría sola tan pronto como pudiera para pensar con claridad. En ese momento parecía una tarea imposible. Estaba temblando, y tenía que hacer que aquellas malditas lágrimas dejaran de caer.
Empezó a bajar las escaleras, impostando una sonrisa en sus labios.
No permitiría que Frankie supiera…
Frankie estaba sentada en lo alto de la cerca del corral, con la mirada fija en las montañas. Esperando.
Kilmer la observó durante un instante antes de salir del porche y atravesar el patio del establo.
– ¿Qué haces aquí?
– Nada.
– ¿Te importa si te acompaño? -Trepó a la valla para sentarse a su lado-. Hace mucho tiempo que no estoy sin hacer nada. Quiero ver si me he perdido algo.
Frankie sonrió.
– Es bastante aburrido.
– Eso es lo que pensaba. Entonces, ¿por qué lo estamos haciendo?
La niña no habló durante un rato.
– Mamá se ha ido hace mucho rato. Quería estar aquí cuando volviera.
Kilmer se puso tenso.
– ¿Cuánto rato?
– Un par de horas. Se fue montando a Samson y todavía no ha regresado.
– ¿La viste partir?
Frankie asintió con la cabeza.
– Se estuvo haciendo la… graciosa. Eso me preocupó.
– ¿La graciosa?
La niña se encogió de hombros.
– Algo así. -Arrugó el entrecejo-. Como cuando le duele la cabeza o tiene un resfriado y no quiere que me preocupe.
– Quieres decir como cuando está dolida.
– No lo sé. Me preocupó.
– Probablemente esté bien. -Hizo una pausa-. ¿Te gustaría que fuera a buscarla?
– A ella no le gustaría. Nunca quiere que me preocupe por ella. Por eso no he cogido a Gypsy e ido yo misma.
– Pero yo no tengo que preocuparme por lo que piense de mí. De todas las maneras, está furiosa conmigo. Así que creo que te voy a pedir prestado a Gypsy para ir tras ella, ¿de acuerdo?
Frankie asintió con la cabeza, aliviada.
– No es que crea que esté herida o algo así. Nunca la ha tirado ningún caballo, y ahora Samson la quiere. Es sólo que…
– Fue poco espontánea. -Kilmer se bajó de la valla-. Y cuando vuelva, te sentirás mejor. -Se dirigió al establo-. ¿Qué dirección tomó?
La niña señaló hacia el oeste.
– Hacia las estribaciones.
– Tengo algunos hombres patrullando por las estribaciones, Frankie. Si le hubiera ocurrido algo, lo habríamos sabido. Pero echaré un vistazo de todas las maneras.
– Y no le dirás que estaba preocupada, ¿verdad?
– No, eso no te lo prometo. A veces es reconfortante saber que alguien nos quiere lo suficiente como para preocuparse por nosotros. Tu madre probablemente se sienta muy sola desde la muerte de vuestro amigo Charlie. Quizá sea ésa la razón de que hoy no se sintiera muy feliz. -Sonrió-. En cualquier caso, le preguntaremos y lo arreglaremos. Ésa es la mejor manera de tratar la situación. Mucho mejor que ignorarla. ¿Por qué no entras en casa y trabajas en tu música hasta que vuelva? Estoy seguro de que ella preferiría oír tu música cuando vuelva a casa, que verte colgada de esa valla.
Frankie asintió con la cabeza y saltó de la cerca.
– Lo intentaré. Pero es difícil concentrarse cuando le pasa algo a mamá.
– Yo lo arreglare.
Ella lo observó y acabó asintiendo lentamente con la cabeza.
– Vale. -Sonrió-. Te creo. -Frankie echó a correr hacia la casa-. A Gypsy no le gusta estar cerca de las vallas. Se asusta. Ten cuidado.
Kilmer la observó hasta que desapareció en la casa.
«Te creo.»
«Ten cuidado.»
¡Joder!, se sentía como un guerrero medieval a quien su reina hubiera armado caballero. Orgulloso y pletórico de esperanza y de ardiente determinación para salir y combatir con dragones.
¿Era así cómo se sentían la mayoría de los padres respecto de sus hijos? Probablemente. Pero para él, aquello era algo nuevo y estimulante, y hacía que se acordara de un tiempo en el que no era el cínico hijo de puta que era en ese momento. ¿Cuánto tiempo hacía de eso? Tal vez cuando había tenido menos años que su hija.
Cuando tenía ocho años como Frankie, todo le había parecido posible.
Y cuando tienes a una Frankie en tu vida, intentas asegurarte de que incluso lo imposible se convierta en posible.
– ¿No crees que es hora de que regreses?
Grace se dio la vuelta rápidamente, apartándose del arroyo donde había estado dando de beber a Samson y vio a Kilmer montado sobre Gypsy a unos cuantos metros de distancia. Era la última persona que quería allí en ese momento, pensó con frustración. Seguía demasiado disgustada, subida todavía en aquella montaña rusa emocional en la que Donavan la había instalado.
– No, a menos que haya una razón por la que debiera volver. ¿Es ésta una zona peligrosa?
– No, es segura. -Se apeó de Gypsy y dejó que la yegua se acercara al arroyo-. Pero Frankie no está demasiado contenta. Cree que te sucede algo.
– Vaya, mierda.
Kilmer buscó la cara de Grace con la mirada.
– ¿Es así?
Ella no respondió.
– Regresaré.
– ¿Es así?
– Nada que deba afectar a Frankie.
– Todo lo que eres y haces afecta a Frankie. Le prometí que lo arreglaría. ¿Qué debería hacer para resolver esto?
– No deberías hacer promesas que no puedes cumplir.
– Cumpliré ésta. -Sonrió con aire contrito-. No puedo hacer nada más. Nunca le había hecho una promesa a un niño. Es una gran responsabilidad. Tú ya sabes de qué va, pero yo estoy empezando a descubrirlo. Así que, dime, ¿qué puedo hacer para que dejes de preocuparte?
– Déjalo de mi cuenta.
La sonrisa de Kilmer se desvaneció.
– Ya lo he dejado de tu cuenta durante mucho tiempo. No voy a volver hacerlo.
Grace apartó la mirada.
– Hasta que nos pierdas de vista a Frankie y a mí y dejes de pensar en nosotras.
– Nunca he dejado de pensar en ti. Y nunca más volveré a perderte de vista.
– No te creo.
– Lo harás si dejas de mirarlo todo, excepto a mí.
Grace no desvió la mirada de los pinos del claro que tenía delante.
– No quiero mirarte.
– Porque sabes juzgar bastante bien a las personas y sabes que nunca te mentiré. Aunque te conté lo de tu padre, tú…
– Cállate. -Volvió rápidamente la mirada hacia él-. ¿Por qué tú y Donavan no me seguisteis y me obligasteis a escuchar? ¿Por qué me dejasteis que siguiera engañándome?
Kilmer se quedó inmóvil.
– Donavan ha hablado contigo.
– Esta mañana -dijo ella cortante-. Estaba impaciente.
– Lo siento. Pensé que podría hablar con él primero. No necesitabas tener que lidiar con esto ahora.
– ¿Cuándo pretendías decírmelo? ¿Dentro de otros nueve años?
Kilmer negó con la cabeza.
– No soy masoquista. Sólo te iba a dar un poco más de tiempo.
– ¡Por Dios!, no soy una imbécil redomada. -Intentó calmar su voz-. Bueno, quise creer algo que no era verdad. Bueno, me hace daño y me hace sentir un poco vacía. Puedo manejarlo.
– Sé que puedes. -Kilmer hizo una pausa-. Pero no sé si yo puedo. Tal vez puedas darme algún consejo.
– No necesitas ningún consejo. -Cogió las riendas y se dispuso a montar-. Como le dije a Frankie, tú conoces todos los pasos.
– Y un cuerno. -Cogiéndola del hombro, la hizo darse la vuelta y apartarse de Samson-. He ido dando palos de ciego desde que te conocí. -Sus ojos brillaron con intensidad cuando la miró fijamente-. No sabía qué era lo que me afectaba.
– El sexo.
– ¡Carajo, sí! Pero había algo más. El sexo sólo se metió en medio. No tuvimos tiempo de averiguar si teníamos alguna posibilidad de algo… Fue culpa mía. Debería haber… Pero cada vez que empezaba a hablarte de… -Se encogió de hombros-. Tal vez, si hubiéramos tenido algunos meses más. No podía apartar mis manos de ti. Eso era lo único que parecía importante. Eso es lo primordial.
Y ella no había sido capaz de apartar las manos de él.
– Quizá fuera eso todo lo que había.
– No tuvimos oportunidad de averiguarlo. -Torció los labios-. Y cuando me enteré de que estabas embarazada, me sentí furioso y traicionado. Ni siquiera pensé en el niño. Lo admito. Sólo supe que no tenía ninguna esperanza. Estabas furiosa conmigo por lo de tu padre, y yo te había dejado hecha polvo y con la carga de un hijo que no querías. Sólo me quedaba minimizar los daños.
– Quise tener a Frankie.
– ¿Cuándo te diste cuenta de eso?
Ella negó con la cabeza.
– ¿Ves?
– Todo eso es pasado. -Intentó apartarse de él-. No quiero hablar de ello ahora.
– Lo sé. Estás dolida. -Movió las manos lentamente, casi con anhelo, por los hombros de Grace-. Te dejaré tranquila. Pronto.
Ella se dio cuenta de que su respiración se estaba haciendo cada vez más superficial. El tacto de Kilmer le estaba provocando un hormigueo por todo el cuerpo. ¡Dios santo! Tragó saliva.
– Ahora.
– Sí. -No la soltó-. Pero no está bien, lo sabes. Tenemos que averiguarlo. Acabó demasiado pronto. No fue justo… Tenemos que averiguarlo.
– Ya lo averigüé hace ocho anos, cuando nació Frankie. Se acabó.
– Mentirosa. Entonces, ¿por qué te late el corazón con tanta fuerza que puedo verlo en la fosa de tu cuello?
Grace respiró hondo, y se apartó de él con una sacudida. Se dio la vuelta y montó rápidamente en el caballo.
– Sé sincera conmigo y contigo -dijo Kilmer en voz baja-. No correrás ningún peligro por ello. Tú eliges. No te voy a arrinconar en una esquina. -Sonrió-. Aunque puede que te empuje hacia la cama más próxima a la menor oportunidad. Eso no sería tan malo. Sabes que te gustaría.
Sí, le gustaría. Probablemente se estaría volviendo loca si lo que estaba sintiendo era señal de ello.
– No puedo ocuparme de eso ahora.
Kilmer hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.
– No estoy siendo justo. Si fuera la clase de hombre que es Blockman, retrocedería. Acabas de enterarte de algo muy doloroso para ti y estás disgustada. Pero no soy como Blockman. Y tienes que tratar conmigo tal como soy.
– No tengo que tratar contigo en absoluto.
– Sí, sí que tienes que hacerlo. No voy a desertar de nuevo. Escoge el papel que necesites que interprete para ti, porque no me voy a ir.
Una mezcla salvaje de emociones la recorrieron mientras lo miraba fijamente. Loca. No debía sentirse así. Había ido hasta allí para aclararse las ideas, y en ese momento la cabeza le daba vueltas.
– Frankie te está esperando -dijo él en voz baja.
Sí, Frankie estaba esperando. Lo importante era su hija, no su torbellino interior. Espoleó a Samson, poniéndolo a un galope que lo hizo atravesar a toda velocidad los campos que los separaban del rancho.
– Hola, mamá. -Frankie se reunió con ella cuando Grace subía los escalones del porche. La niña escudriñó su rostro y soltó un suspiró de alivio-. Ya vuelves a estar bien.
– Siempre lo he estado. -Le dio un abrazo-. ¿Por qué pensaste que no lo estaba?
– Te pasaba… algo. -Frankie sacudió la cabeza-. No sé. Pero Jake lo arregló. Dijo que lo haría.
– Oh, ¿eso hizo? ¿Cómo sabes que lo arregló él?
– Porque tu aspecto es el que tienes cuando has dado un buen paseo a caballo. Es una especie de brillo.
– Tienes una gran imaginación. -La besó en la mejilla-. Pero si te vuelves a preocupar, ven y háblame de ello. No te vayas con extraños.
– Jake no me parece un extraño -dijo Frankie-. Bueno, tengo que ir al granero y ejercitarme con Robert ahora. Me dijo que no he practicado bastante mis artes marciales desde que estamos aquí. ¿Quieres venir y mirarnos?
– No me lo perdería por nada del mundo. Ve delante. Iré en cuanto vaya al baño y coja una botella de agua.
– Vale. -Frankie volvió a mirarla mientras bajaba las escaleras corriendo-. Estás guapa, mamá. Como más… joven.
– Gracias… creo.
Observó cómo Frankie atravesaba corriendo el patio en dirección al establo antes de entrar y dirigirse al baño. Robert estaba haciendo lo correcto, mantener a Frankie ocupada y concentrada en las tareas ordinarias que habían constituido su vida antes de que ésta fuera interrumpida. Todos tenían que concentrarse en…
¡Dios mío!
Alcanzó a verse la cara en el espejo del botiquín. Levantó la mano y se tocó tímidamente la mejilla, que estaba colorada.
Brillo, había dicho Frankie.
Joven, había dicho Frankie.
Veintitrés años de nuevo, cuando todos los minutos de la vida eran excitantes.
No, no quería ese retroceso en el tiempo. No quería parecer tan vulnerable y llena de esperanzas y sueños.
Y no quería que Kilmer tuviera el poder de obrar esa metamorfosis. Habían pasado juntos muy poco tiempo y, sin embargo, el resultado de la emoción que él había encendido la estaba mirando fijamente desde el espejo.
¡Que Dios se apiadara de ella! Otra vez veintitrés años.
– No estoy contento, Hanley -dijo Marvot-. ¿Cómo sacó Kilmer a su hombre a través de nuestras líneas?
– Otro grupo que había situado al este realizó una maniobra de distracción. Cuando nos dimos cuenta de que era una falsa alarma, él ya estaba…
– Haciendo que me volviera loco. -Marvot dio un puñetazo en la mesa-. Mi padre me enseñó que la dignidad lo era todo, y tú has dejado que Kilmer me humille tres veces. Primero, me robó la bolsa, luego se llevó al jodido burro y ahora saca a un hombre herido a menos de dieciséis kilómetros de El Tariq. Y tú estabas al mando en dos de las tres ocasiones. -Su voz adquirió un timbre de venenosa suavidad-. Creo que ha llegado el momento de que hagas una reparación, ¿no te parece?
– Asumo toda la responsabilidad -dijo Hanley-. Pensé que… Fue mala suerte que…
– ¿Mala suerte? No acepto esa palabra. Ahora dime ¿Cómo voy a evitar que mis socios piensen que soy un buenazo y no intenten entrar en mi territorio?
– Encontraré a Kilmer y a Grace Archer.
– ¿Cuándo?
– Las negociaciones con el hombre de Langley avanzan con lentitud. Anda con evasivas. -Y añadió rápidamente, cuando vio la expresión de Marvot-: Pero tengo la intención de volar esta noche y encargarme yo mismo de garantizar que conseguimos lo que queremos. No volveré hasta que no tenga la situación de Kilmer.
– No, no volverás hasta que tengas a Kilmer… y a Grace Archer. Voy a tener que imponer un escarmiento para borrar la mácula de tus errores. No voy a permitir que nadie piense que soy menos que mi padre. Y no voy a dejar que mi hijo oiga rumores de que soy un pelele y un idiota. -Apretó los labios-. Te daré siete días para que me entregues a Kilmer y a Archer, Hanley. Sin demoras ni excusas. Siete días. Después de eso, haré que tengas tu escarmiento.