Capítulo 8

La sangre no pararía…

No había tiempo para nada, excepto para seguir presionando la herida con la mano e intentar contener la hemorragia, pensó Donavan, saliendo como una flecha de entre los matorrales y saltando a las aguas poco profundas del río. Le pisaban los talones.

Iba a morir.

¡A la mierda! Aquél no era lugar para que un buen irlandés mordiera el polvo. Sigue adelante. Conocía una gruta detrás de la cascada que había a unos ochocientos metros de allí en la que podría esconderse. Había dado con ella en la primera semana de vigilancia en El Tariq.

Siempre que Marvot no conociera la existencia de la cueva. No estaba en su propiedad, aunque sí lo bastante cerca. Si la conocía, entonces Donavan sería atrapado como un zorro en una trampa.

Preocúpate de eso más tarde. Llega a la cueva, y una vez allí detén esta maldita sangre. Llama a Kilmer y cuéntale lo que ha ocurrido. Él acudiría o enviaría a alguien.

Si es que no era demasiado tarde…


– Se supone que tengo que ayudar con los caballos.

Grace dejó de cepillar a Samson y se dio la vuelta para ver a Luis Vázquez, que la sonreía abiertamente.

– Hola, Luis. ¿Cómo te ha ido?

– Bien. -Luis entró en el compartimiento y le quitó el cepillo de la mano-. A ti tampoco te ha ido mal. Vi a tu hija. Es muy hermosa.

– Sí, y si no recuerdo mal tú también tienes una hija. -Arrugó el entrecejo-. Tenía tres años… ¿Cómo se llamaba…?

– Mercedes. Es un ángel. -Le sonrió de buena gana por encima del hombro-. Pero ya es casi una señorita. Eso me da miedo.

– Ibas a volver a tu casa de Argentina cuando tuvieras dinero suficiente para montar un picadero. Sin embargo, estás aquí.

– Intenté irme a casa hace cinco años. -Se encogió de hombros-. No dio resultado. No acababa de encontrarme cómodo. Es difícil convertirse en comerciante después de haber trabajado con Kilmer. No había excitación ni tensión. Me aburría y me hice aburrido. Mi esposa se alegró de verme marchar. -Se rió entre dientes-. Ahora tenemos unos reencuentros fantásticos cada pocos meses, y no tenemos que aguantarnos el uno al otro durante el resto del tiempo. Una situación perfecta.

– ¿Y Mercedes?

– Yo soy un guerrero, un héroe. Le llevo regalos, le cuento historias y la deslumbro. Todos los hombres necesitamos ser un héroe para alguien. -Se apartó un paso del semental-. Éste es un animal magnífico. Tiene una buena figura.

– Sí. -Grace hizo una pausa-. ¿Ibas con Kilmer cuando robó a Cosmo?

Luis asintió con la cabeza.

– Fue aterrador. Pensé que Kilmer estaba fiambre. Fue una suerte que la bala rebotara en su cantimplora y se alojara en las costillas, y no en el corazón.

Grace se quedó inmóvil.

– ¿Recibió un disparo?

– ¿No te lo dijo? Cerraba la marcha, y uno de los hombres de Marvot disparó antes de que nos pusiéramos fuera de su alcance.

«La bala rebotó en su cantimplora y se alojó en las costillas, y no en el corazón.»

Grace tuvo un escalofrío. Tan cerca. ¡Joder!, podía haber muerto, y ella jamás lo habría sabido.

– No, no me lo dijo.

– Donavan estuvo riéndose de él durante un mes, diciendo que le habría estado bien empleado morir por robar a ese condenado burro. Kilmer no creía que fuera divertido; las pasó canutas para traer al burro hasta aquí.

– Puedo imaginármelo.

– Pero, si va a hacerse con la Pareja, tenía que tener a Cosmo. Y ahora te tiene a ti, Grace. Las cosas se le están empezando a aclarar.

– Él no me tiene -dijo ella fríamente, dándose la vuelta. Era una idiotez asustarse de esa manera. Kilmer vivía con la muerte todos los días de su vida; cuando había trabajado con él, ya había recibido varios avisos serios.

Pero aquello había sido distinto. Ella había estado allí, había compartido el peligro.

– No te ofendas -dijo Luis-. Pensé que era de lo que se trataba todo esto. Que íbamos a atrapar a ese bastardo de Marvot y quitarle la Pareja. Cuando te vi, supe que…

– ¡Luis! -Dillon estaba en la entrada del establo-. En marcha. Nos vamos. El helicóptero estará aquí dentro de diez minutos. Coge tu equipo.

– De acuerdo. -Al mismo tiempo que lo decía, tiró el cepillo y se dirigió a todo correr a la puerta-. Hasta luego, Grace.

Ella permaneció de pie observando, aturdida, mientras Luis desaparecía. ¿Cuántas veces había contestado ella a aquel grito y respondido de la misma manera? Pero aquel grito no debería haberse producido allí.

Allí no.

Salió del establo a grandes zancadas y se dirigió a la casa. El patio del establo estaba lleno de los hombres de Kilmer, que se movían, que reunían el equipo, aunque en silencio, rápidos y eficientes. Kilmer estaba en el porche hablando con Robert, y levantó la vista cuando ella subió los escalones. Le hizo un gesto a Robert, que desapareció en el interior de la casa.

– ¿Qué sucede? -Grace cerró los puños-. ¿Adónde vais?

– No os dejo sin protección -dijo Kilmer con tranquilidad-. He ordenado a Blockman y a cuatro más que se queden aquí. Estaré de vuelta en dos días, como máximo. Si no, te llamaré. Si surge algún problema, Blockman os llevará a ti y a Frankie a otra casa segura en las montañas, cerca de aquí, de la que ya le he hablado.

– ¿Qué sucede? -repitió Grace.

– Donavan ha caído. Sigue vivo, pero no sé cuánto tiempo aguantará así si no le saco de allí. Dice que ha perdido mucha sangre.

– Donavan -susurró Grace-. ¿Dónde?

– En El Tariq. O cerca. Los hombres de Marvot lo sorprendieron. Uno de los exploradores de Marvot debió localizarlo y volvió con los soldados.

– Pasarán horas antes de que llegues a El Tariq. ¿No puedes hacer que alguien más próximo vaya a buscarlo?

– No en El Tariq. El riesgo es demasiado elevado. Lo comprobé con Tonino, y las colinas son un hervidero de hombres de Marvot. -Consultó su reloj-. Llamaré cuando llegue a El Tariq, pero después de eso no tendrás noticias mías hasta que estemos de vuelta. Los hombres de Marvot pueden localizar la señal. Le dije a Donavan que no me volviera a llamar a menos que cambiara de posición. -Levantó la vista al cielo-. Ahí está el helicóptero. -Empezó a bajar los escalones-. No te preocupes, estaréis bien. He dado instrucciones para…

– Tienes toda la maldita razón en lo de que estaré bien. Puedo cuidar de Frankie; lo he hecho durante toda su vida. -Le lanzó una mirada de odio-. ¿Y por qué crees que soy tan zorra que no querría que fueras a rescatar a Donavan? ¿Se supone que tienes que dejar que se desangre hasta morir? Vete de aquí de una puñetera vez.

Kilmer sonrió.

– Ya voy. Ya voy. ¡Qué gruñona!

Grace lo observó atravesar corriendo el patio hacia el helicóptero que acababa de aterrizar. El aire de los rotores le alborotaba el pelo y le aplastaba la camisa caqui contra el cuerpo delgado. Kilmer hizo señas a su equipo de que subieran al helicóptero y esperó allí hasta que todos los hombres estaban a bordo. Ese era el procedimiento operativo habitual de Kilmer, recordó Grace. Siempre era el último hombre en retirarse.

Y probablemente ésa fuera la razón de que Kilmer hubiera estado a punto de pagarlo caro cuando había robado a Cosmo.

Y de que hubiera vuelto a El Tariq aquella noche de hacía nueve años para sacar a sus hombres de las colinas que rodeaban la propiedad de Marvot.

Siempre el último hombre en retirarse.

Grace había comprendido que él tuviera que volver y recuperar al resto de su equipo. No había comprendido el motivo de que no la hubiera dejado ir a Tánger para rescatar a su padre cuando había una posibilidad de que pudiera haberlo salvado.

– ¿Adónde van, mamá? -Frankie estaba a su lado.

– Uno de los hombres que trabaja para Kilmer está herido y se encuentra en apuros. Van a ayudarlo.

– ¿Podríamos ir?

Grace bajó la vista hacia Frankie y vio su expresión de preocupación.

– ¿Por qué? Ni siquiera conoces a ese hombre.

– Tampoco quiero que le hagan daño a Jake. Tal vez podríamos asegurarnos de que no se lo hicieran. ¿No quieres ir?

– No, yo… -Claro que quería ir, se percató de repente. Quería ser una del equipo que subía a ese helicóptero. Quería formar parte de la labor de equipo que salvaría a Donavan.

Si es que estaba vivo cuando Kilmer llegara hasta él.

– Sí, me gustaría ir -le dijo a Frankie-. El hombre al que han herido es un buen amigo mío. Pero hay ocasiones en las que no puedes hacer lo que quieres. A veces es mejor quedarte en casa y no estorbar.

– Yo no estorbaría.

– Puede que no tuvieras intención de hacerlo. -Grace hizo una pausa-. ¿Te acuerdas cuando fuimos a ver El cascanueces? Todos aquellos bailarines estaban habituados a hacer justo lo que les habían enseñado. ¿Qué hubiera ocurrido si alguien del público hubiera subido al escenario y pretendido ponerse a bailar con ellos?

Frankie se rió entre dientes.

– Habría sido divertido.

– Pero eso habría ocasionado que los verdaderos bailarines cometieran errores, porque intentarían quitarse de en medio. ¿Lo entiendes?

La sonrisa de la niña se desvaneció.

– Supongo que sí. No me sabría los pasos.

Grace asintió con la cabeza.

– Pero tú sí te los sabes, mamá.

Grace observó cómo el helicóptero se elevaba del suelo. Sí, ella conocería los pasos y, ¡maldición!, quería ejecutarlos.

– Podría haber olvidado muchos de ellos. Es mejor que me quede contigo. -Se obligó a apartarse y a no ver desaparecer al helicóptero-. Vayamos dentro y busquemos a Robert. Casi es hora de hacer la cena.

Pero Frankie siguió con la mirada fija en el helicóptero.

– Me gusta Jake. No le pasará nada, ¿verdad, mamá? ¿No morirá como Charlie?

¿Cómo podía responder sin arriesgarse a mentir a Frankie?

«El último hombre en retirarse.»

– Tiene muchas probabilidades. -Rodeó los hombros de su hija con el brazo-. Pero Jake se ha visto en situaciones como ésta durante años, y es muy inteligente.

Frankie no habló durante un instante, y Grace supo que se había dado cuenta de que su madre no le había dado una respuesta afirmativa. Entonces dijo:

– Y él conoce los pasos, ¿verdad?

– Conoce todos los pasos. Uno por uno. -Besó levemente a su hija en la sien-. De hecho, él fue quien los inventó.

– Eso está bien. -La expresión de preocupación de Frankie no había desaparecido-. Charlie no era joven como Jake, pero también era inteligente y debió de aprender mucho en aquellos años. Y, sin embargo, murió, mamá.

No había esperado que Frankie planteara esa comparación con la muerte de Charlie, que era lo que más tenía presente. Y aquella comparación también le provocó un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo. Grace respiró profundamente.

– Mira, si Jake se mete en apuros y necesita ayuda, te prometo que iré y le sacaré de allí. ¿De acuerdo?

– ¿Y no acabarás herida tú también?

¡Dios santo!, la de vueltas que tenía que dar para no hacerle promesas que no pudiera cumplir en aras de la sinceridad.

– Y no acabaré herida. Bueno, ¿qué tal si entramos y preparamos algo de comer?

Frankie asintió con la cabeza.

– Claro. -Volvió a echar un vistazo al cielo, pero el helicóptero había desaparecido en el horizonte-. Los helicópteros son bastante chulos, ¿verdad? Cuando las hélices dan vueltas, producen un sonido como el de los látigos. Bastante agudo, pero sin embargo hay un ritmo…


– No seas idiota. Déjame -susurró Donavan-. Es demasiado tarde. Saca al equipo de aquí.

– Vete a cagar. -Kilmer sujetó a Donavan por la cintura con más fuerza, mientras lo arrastraba por el agua turbia-. ¿Crees que he hecho todo este viaje y dejado que estas condenadas sanguijuelas me estén chupando la sangre de las piernas para que le sirvas de desayuno a Marvot? No lo hago por ti. Lo hago por mí maldito ego.

Donavan empezó a reírse, pero la risa acabó en tos.

– Bastardo.

– Sí. -Kilmer se movía con rapidez, sin dejar de escudriñar el bosque que tenían a ambos lados. Habían eliminado a cuatro miembros de la patrulla de Marvot cuando llegaron hacía una hora, pero podía haber más-. Ahora cállate. Si puedo llevarte a través de este riachuelo y del bosque, tendremos algunas probabilidades. Nos encontraremos con el resto del equipo en la carretera. El helicóptero está a ocho kilómetros al otro lado de la carretera.

– Ocho kilómetros u ocho mil. Sigue sin…

– Mira, va a ser así y punto. Ahora echa un pie delante del otro y mantén la boca cerrada. No voy a morir en este riachuelo apestoso y no te voy a dejar. Así que eso sólo deja una alternativa: tengo que ser un jodido héroe.

– Jamás podría soportar que me salvaras la vida. Nunca permitirás que lo olvide. Preferiría pasar a mejor vida ahora mismo.

– Donavan.

– De acuerdo, de acuerdo. Me callaré. De todas maneras, me siento un poco débil. Si no me sacas de aquí pronto, puede que me desmaye y tengas que cargar conmigo.

– No te atrevas.

– Pues creo… que está sucediendo… -Sus palabras salían entrecortadas-. Si vas a ser un héroe, debería asegurarme… de que… lo hagas… bien.


– ¿Estás bien? -preguntó Robert cuando salió al porche-. Estuviste muy callada durante la cena.

– ¿Ah, sí? ¿Crees que Frankie se dio cuenta? -Grace hizo una mueca-. Bien sabe Dios que intento comportarme con naturalidad.

– Ella también estuvo callada. Creo que está ensimismada en su música -dijo Robert-. ¿Estás preocupada?

– Dijo que llamaría anoche. Diablos, sí, estoy preocupada.

– Son cosas que pasan.

– Ya lo sé -le espetó. Respiró hondo y soltó el aire lentamente-. Y sé que algunas de esas cosas que pasan son malas. Podrían matar a todo el equipo. Kilmer podría resultar muerto. -Cruzó los brazos por delante del pecho para impedir que siguieran temblando-. Deberíamos haber tenido noticias de él.

– ¿Qué quieres que haga? ¿Debería llamar a North para ver si ha tenido noticias de algún jaleo en El Tariq?

– No. Es un peligro para Frankie que establezcamos contacto sin saber antes dónde está la filtración. Esperemos.

– Pero no mucho. Le prometí a Kilmer que, si no regresaba, os sacaría a ti y a Frankie de aquí mañana. Tenía miedo de que pudieran capturar a cualquiera del equipo y le obligaran a hablar.

– Esperaremos hasta pasado mañana. -Grace sacudió la cabeza. ¡Joder!, ¿en qué estaba pensando?-. No, tienes razón. Tenemos que sacar a Frankie. La tendré lista para irnos al amanecer. -Y añadió cansinamente-: ¡Maldita sea!, odio obligarla a seguir huyendo de nuevo.

– Yo también. -Robert se apartó y abrió la puerta mosquitera-. Pero así es la vida.

O la muerte, pensó Grace con un escalofrío. La muerte de Kilmer.

Miró hacia las montañas. ¿Por qué le estaba haciendo tanto daño esa posibilidad? Había pasado nueve años sin pensar siquiera en él, y en ese momento…

No, eso era mentira. En el fondo, Kilmer siempre había estado allí, por más que ella hubiera intentado negarlo. ¿Y cómo podría ser de otra manera? Había sido la principal experiencia sexual de su vida. Lo había admirado y respetado. Y había dado a luz a su hija.

Y él le había impedido acudir junto a su padre cuando éste la había necesitado. Daba igual que hubiera llegado demasiado tarde para salvarlo. Kilmer había eliminado cualquier posibilidad.

Sin duda, ser consciente de ello seguía enfureciéndola, pero la descarnada posibilidad de su muerte parecía eclipsar todo lo demás.

Podía oír a Frankie tocando en su teclado dentro de la casa. En ese momento no estaba componiendo; se estaba dando un descanso e interpretaba a Mozart. Encantadora. Era tan encantadora. Y Kilmer nunca había tenido la oportunidad de darse cuenta de lo encantadora que era Frankie en todos los aspectos.

Yen ese momento, podría no llegar a saberlo nunca.


Su móvil sonó a las tres cuarenta y tres de la mañana.

Grace se abalanzó hacia la mesita de noche para contestar la llamada.

– Hola.

– Regresamos a casa -dijo Kilmer-. Estamos subiendo al avión en las afueras de Tánger.

¡Gracias, Dios!

Grace no fue capaz de articular palabra durante unos segundos.

– Dijiste que llamarías anoche. -¡Dios santo!, menuda estupidez acababa de decir.

– Estuve un poco ocupado -respondió Kilmer secamente-. Y no podía utilizar el móvil en las cercanías de El Tariq. Los hombres de Marvot estaban por todos lados, y no me podía arriesgar a que captaran la señal. Estaremos en casa mañana.

– ¿Y Donavan?

– Vivo. Le hemos hecho una cura de urgencia y una transfusión, pero no está bien. Conseguí un médico aquí en Tánger para que nos acompañe en el avión. No puedo llevarlo a un hospital. Marvot tiene demasiados contactos locales. ¿Va todo bien ahí?

– Sí.

– Bien. -Kilmer colgó.

Grace apretó el botón de desconexión lentamente. ¡Dios mío!, le temblaban las manos. Casi estaba mareada a causa del alivio… y la alegría.

– ¿Mamá? -Frankie se había incorporado sobre un codo-. ¿Era Jake?

– Sí. -Tuvo que aclararse la garganta-. Está a salvo. Viene para casa.

La niña se incorporó completamente, con el rostro iluminado.

– ¿Cuándo? ¿Puedo ir a decírselo a Robert?

– Estará aquí mañana. -Grace tuvo que tranquilizar su voz-. Y creo que hacérselo saber a Robert sería una buena idea. Anda, ve.

Frankie saltó de la cama y se escabulló fuera de la habitación.

Debería haber ido ella misma a decírselo a Robert, pero en ese momento no quería enfrentarse a nadie. Temblaba demasiado. ¡Joder!, había pensado que todo había terminado. ¿Cómo era posible que no hubiera acabado?

Tal vez hubiera acabado, pero la emoción que estaba sintiendo era demasiado fuerte para ignorarla. Tenía que ser identificada y resuelta. No podía pasar el resto de su vida de esa guisa. En un estado permanente de negación, aunque hecha polvo por recuerdos y recuerdos que no era capaz de olvidar. Lo sensato sería enfrentarse a ello y deshacerse de cualquier emoción persistente por Kilmer que hubiera reprimido. Sí, eso sería lo lógico y lo sensato.

¡Dios santo, estaba vivo!


Grace oyó la vibración de los rotores del helicóptero una hora después de haberse acostado a la noche siguiente. Saltó de la cama y corrió a la ventana. Una luz blanca azulada atravesó la oscuridad desde el helicóptero cuando éste empezó a descender lentamente.

– ¿Es Jake? -preguntó Frankie.

– Creo que sí. -Grace agarró una bata y se dirigió a la puerta-. Quédate aquí hasta que me asegure. -Se encontró con Robert en las escaleras-. ¿Es Kilmer?

Él asintió con la cabeza.

– Me llamó hace diez minutos para decirme que estaban llegando y que le preparase una habitación a Donavan. -Sacudió la cabeza-. Le cederé mi cuarto. Dormiré abajo, en el barracón, con el resto del equipo. Cambié las sábanas… -Bajó corriendo las escaleras y salió.

Grace lo siguió y llegó al porche a tiempo de ver abrirse las puertas del helicóptero y a Kilmer saltar a tierra.

– Meted a Donavan dentro. -Se volvió a Blockman-. ¿Todo bien?

Robert asintió con la cabeza.

– A mí habitación. La segunda a la izquierda. ¿Cómo está?

– Drogado. El doctor Krallon lo ha mantenido sedado desde que abandonamos Tánger. -Desvió la mirada hacia Grace cuando dos de sus hombres levantaron cuidadosamente a Donavan para sacarlo del helicóptero en una camilla-. Lo conseguirá, Grace. La gran amenaza era la conmoción.

– ¡Gracias a Dios! -bajó la vista a la cara de Donavan cuando pasó por su lado en la camilla-. ¡Dios santo!, está pálido.

Él entonces abrió los ojos.

– Es culpa de Kilmer -susurró-. Dejó que todas esas sanguijuelas me chuparan la sangre.

– Bastardo ingrato -dijo Kilmer-. Fue a mí a quien comieron vivo. -Hizo un gesto a los hombres que lo transportaban-. Llevadlo adentro y metedlo en la cama antes de que le arranque esos puntos y deje que muera desangrado.

– Demasiado tarde -replicó Donavan-. Tengo a Grace para que me proteja. -Clavó sus adormilados ojos en ella-. Hola, Grace, ¿cómo te va?

– Mejor que a ti. -No obstante, se sintió aliviada al ver que estaba lo bastante bien como para bromear con Kilmer-. Pero nos ocuparemos de esto -le gritó cuando ya le subían por las escaleras del porche-. Así que manda a la mierda a Kilmer siempre que te apetezca.

– Muchas gracias -dijo Kilmer. Se volvió hacia el hombre bajo y de piel oscura que se había acercado a él-. Grace Archer, éste es el doctor Hussein Krallon. Se ocupa de Donavan.

– Encantado, señora. -El médico hizo una cortés inclinación de cabeza-. Y ahora debo ir con mi paciente. Con su permiso. -El hombre no esperó a la aprobación de Grace, sino que salió corriendo tras Donavan.

– ¿Está seguro Donavan con él? -preguntó ella observando cómo desaparecía por el vestíbulo-. Marvot ejerce mucha influencia en Marruecos.

– He utilizado sus servicios con anterioridad. Odia a Marvot a muerte. Su hijo fue asesinado en un asunto de drogas por uno de los sicarios de Marvot hace cinco años. No asfixiará a Donavan mientras duerma y hará que mejore sólo por fastidiar a Marvot. -Hizo una pausa-. ¿Cómo está Frankie?

– Bien. -¡Dios!, parecía cansado-. ¿Cuándo dormiste por última vez?

– Dormité en el avión. -Se frotó la mandíbula-. Aunque necesito deshacerme de esta barba de tres días.

– ¡Jake! -Frankie estaba en lo alto de las escaleras-. Pareces un pirata. -Bajó corriendo los escalones sin dejar de mirar con cautela a su madre-. Siento no haberme quedado en la habitación. Pero vi a Jake salir del helicóptero y supe que todo iba bien. Creo que te olvidaste de mí.

– Me parece que tienes razón. -Grace sonrió-. Así que soy yo quien debería disculparse. Como puedes ver, Jake está sano y salvo.

– Bien. Estábamos preocupadas por ti.

– ¿Estabais? -Desvió su mirada hacia Grace-. ¿Las dos?

– Naturalmente. Me preocupaba que sacaras a Donavan de allí.

– Vaya corte. -Kilmer hizo una mueca y sonrió a Frankie-. Puesto que no conoces a Donavan, ¿puedo suponer que tú sólo estabas preocupada por mí?

– Por supuesto. Tú me gustas. -La niña lanzó una mirada a Grace-. ¿Puedo prepararle a Jake un chocolate caliente? Parece que necesita… algo.

– Es tarde.

– Ahora ya no puedo volver a dormirme. Estoy demasiado excitada.

– Jake puede cuidar de… -Grace vio la decepción dibujada en el rostro de Frankie-. Por supuesto, adelante. Voy a asegurarme de que Donavan esté cómodo. Bajaré dentro de quince minutos y entonces te irás a la cama. ¿Trato hecho?

– Trato hecho. -Frankie echó a correr por el pasillo hasta la cocina.

Grace empezó a subir de nuevo los escalones.

– Si no quieres ocuparte de ella, envíala arriba. Sólo quiere hacer algo por ti.

– Ni en un millón de años. Me siento honrado. -Kilmer hizo una pausa-. Tan sólo siento curiosidad por saber por qué dejas que se relacione conmigo.

Ella lo miró por encima del hombro.

– Debisteis pasarlas canutas allí. Ella tiene razón; pareces necesitar algo. Tal vez no un chocolate caliente, pero Frankie es una curandera fantástica. Cuando me encuentro mal, sólo tenerla cerca hace que me sienta mejor.

– Me doy cuenta de hasta qué punto eso debe ser cierto. -Se apartó-. Gracias, Grace.

El tono de su voz rebosaba cansancio. Ella se paro en la escalera.

– ¿Cómo de cerca estuvo esta vez, Kilmer?

– Lo bastante cerca para que me arrepintiera de muchas cosas que no he hecho en mi vida. Y lo bastante cerca para que lamentara no haber hecho un testamento que os protegiera a ti y a Frankie. -Sonrió débilmente-. Aunque supongo que eso también te habría ofendido.

– No lo necesitamos. Charlie legó a Frankie la granja de caballos.

– Bien. Pero eso no significa que yo no tenga una obligación.

– Es un poco tarde.

Kilmer asintió con la cabeza.

– Lo sé. Pero tengo que jugar las cartas que me han tocado. Buenas noches, Grace. -Empezó a avanzar por el pasillo-. Si quieres irte a la cama, me aseguraré de que Frankie vuelva a tu lado.

– Ya me ocuparé yo. -Asustada, se dio cuenta de que no quería dejarlo. Deseaba quedarse allí y mirarlo. Quería hacer algo, cualquier cosa, para aliviar aquellas arrugas de agotamiento de su rostro. ¡Joder!, estaba tan mal como Frankie.

No, peor aún.

Porque no era un chocolate caliente lo que deseaba ofrecerle.

– ¿Grace? -Kilmer se había parado y la miraba por encima del hombro, leyendo su expresión con la mirada.

– No. -Ella negó con la cabeza, presa del pánico-. Eso no significa nada. Sólo te estoy agradecida por lo de Donavan. Es una locura pensar…

– Tranquila -dijo Kilmer en voz baja-. No estoy pensando en nada. Estoy demasiado asustado incluso para albergar esperanzas. Sólo quería que supieras que si quieres utilizarme de alguna manera, me haría inmensamente feliz. No esperaría más que lo que quisieras darme. No pediría más que… -Sacudió la cabeza, y dijo con brusquedad-: Y una mierda. Te devoraría y pediría más. Así ha sido siempre entre nosotros.

Sus palabras produjeron en Grace una sacudida de hormigueante electricidad que le recorrió todo el cuerpo. Sí, siempre habían sido sexualmente insaciables.

– No. -Grace se humedeció los labios-. Han pasado muchos años y demasiadas cosas entre nosotros.

– Eso no se interpondría en el sexo. Te lo garantizo.

– No podría garantizar… ¿Por qué estoy hablando contigo siquiera?

– Porque estás buscando una manera de obtener lo que quieres. Cógelo, Grace, No habrá consecuencias. Te lo prometo.

Ella negó con la cabeza y subió corriendo las escaleras. Estaba huyendo, pensó Grace con desesperación. Demasiado esfuerzo por llegar a un acuerdo con lo que estaba sintiendo por Kilmer. Sólo con verlo se veía atrapada en aquella fuerza que hacía que se marease y le temblaran las rodillas.

Y calor. Sentía como si tuviera fiebre; el cuerpo ardiente y la respiración rápida y superficial.

Como hacía nueve años.

Pero ya no era aquella mujer. Era la madre de Frankie, y con eso era suficiente.

No, ¡mierda!, en ese momento no era suficiente.

«Coge lo que quieres.»

Eso sería demasiado peligroso, demasiado devastador. Se había sentido satisfecha antes de que él volviera a aparecer. Volvería a estar contenta una vez se hubiera ido.

Contenta. Vaya palabreja insignificante.

Feliz. Con Frankie siempre era feliz. No necesitaba aquella locura que había experimentado con Kilmer.

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