– Voy a salir al prado, Frankie -dijo Grace-. Cuida del potro y de Hope.
– ¿He de sacar a Hope y a Maestro al prado?
– No, y no envíes a Hope a menos que te avise.
– ¿No puedo ir contigo sólo un ratito? -Cuando Frankie vio la expresión de Grace, se puso tensa-. Vas a hacerlo -susurró-. ¿Esta noche?
– Lo voy a intentar. Que lo consiga, es cosa de Charlie.
– Quiero ir a verlo.
– Mejor que no. Puedo acabar por los suelos.
– Te he visto caerte antes. -A Frankie le estaban temblando los labios-. Esa no es la razón de que no quieras que lo vea, ¿verdad?
Grace titubeó.
– No, no es ésa la razón.
– Tienes miedo de que Charlie te vaya a hacer daño.
– Es una posibilidad.
– Entonces no lo hagas.
– Frankie…
– Espera a estar segura de él.
– No puedo estar segura de él hasta que ocurra. He hecho progresos los tres últimos días, pero quién sabe si eso será suficiente.
La niña apretó la mandíbula.
– Voy a estar contigo. Puedes necesitarme.
Grace la miró de hito en hito durante un instante, y luego le dio un rápido abrazo.
– Si me caigo, no entres en el cercado. Los centinelas estarán vigilando; ellos entrarán y me sacarán. Marvot no quiere que me suceda nada. -Confió fervientemente en que eso fuera verdad. Allí todos estaban aterrorizados con la Pareja, y podrían hacerse los remolones hasta que fuera demasiado tarde-. Pero no quiero hacerte pensar que sucederá tal cosa. Irá todo bien, ya verás.
Frankie respiró hondo y se apartó.
– Entonces, vayamos y hazlo.
– ¡Hostia! -murmuró Kilmer. Se movió en la alta rama del árbol, y asió con más fuerza los prismáticos infrarrojos.
Grace lo iba a hacer.
Había tensión en la manera en que se dirigía hacia el semental, cierta energía en sus andares, como si caminara por un campo de minas.
Y subirse a aquel semental podía ser tan explosivo como caminar por un campo de minas.
Estaba delante del caballo, hablándole.
El semental estaba inmóvil.
Grace rodeó lentamente al animal para ponerse a su lado sin dejar de hablarle.
¡Por Dios, estaba loca! El caballo ni siquiera estaba ensillado.
Ella permaneció allí, con la mano estirada para enredarla en las crines, hablando, hablando, hablando.
Kilmer se percató de que los centinelas se habían congregado en la parte exterior de la valla y observaban.
¡Detenedla, maldita sea!
¡Grace se subió al caballo!
El animal permaneció absolutamente inmóvil.
Ella se inclinó hacia adelante, y Kilmer vio cómo sus labios se movían.
Un minuto.
Dos.
Tres.
De pronto, el semental explotó y empezó a girar y corcovear sin cesar, haciendo que Grace se desmadejara, como una marioneta.
Entonces salió disparada y cayó al suelo. El caballo piafó encima de ella.
Kilmer agarró su rifle. Tal vez estuviera demasiado lejos, pero quizá el disparo podría…
Grace oyó gritar a Frankie cuando los cascos de Charlie aterrizaron a escasos centímetros de su cabeza.
Se apartó rodando, pero Charlie volvió a pararse en dos patas. En esa ocasión, los cascos cayeron más cerca.
Pero no la tocaron…
– ¡Mamá!
Charlie volvió a piafar. Grace empezó a moverse frenéticamente para quitarse de en medio.
Y entonces se detuvo y se quedó inmóvil. Una idea había pasado por su cabeza.
Estás faroleando. Muy bien, disfruta de tu farol. Hice lo que tenía que hacer, y ahora me demuestras que no te gustó. Pero no me odias lo suficiente para matarme.
Con el rabillo del ojo vio que se abría la valla. Los centinelas.
– ¡No! No entren. Estoy bien -se obligó a mentir pese a que el semental volvió a levantarse sobre sus patas traseras. ¡Joder!, estaba loca. Aquellos cascos podían despachurrarle el cráneo en un santiamén.
Recibió una rociada de tierra en la cara cuando los cascos golpearon el suelo.
Charlie relinchó con furia, giró y se alejó galopando por el prado.
Se había acabado.
Ya.
Grace se levantó lentamente y se dirigió hacia él. La caída la había dejado dolorida, y su cuerpo reaccionó temblando. Lo ignoró. Era la hora de la verdad. Seguiría intentándolo hasta que el caballo acabara por aceptarla.
Va a ser una noche muy larga, Charlie.
Seguir encima de él.
Dos vueltas al prado.
Él sabe lo cansada que estás.
Y tú sabes lo cansado que está.
La luz gris del alba se filtró a través de los árboles, y Grace vio la pálida tez de Frankie cuando pasó a su lado.
Debería haberla mandado a la cama hacía horas. Pero había tenido miedo de dejar al semental siquiera un minuto.
Dos vueltas más, y lo dejamos en empate, ¿de acuerdo?
Charlie avivó el paso, y durante un instante Grace pensó que iba a abalanzarse contra la valla, como había hecho innumerables veces esa noche.
Volvió a aminorar el paso.
Una vuelta más.
Casi estaba mareada a causa de la debilidad. No debía desplomarse. Tenía que mantener la espalda recta.
Por favor, Charlie, no corcovees. Eso nos lo hará más difícil a los dos. Casi hemos llegado. Pararemos cuando lleguemos a la altura de Frankie. Me bajaré, y entonces podremos descansar los dos. La próxima vez será más fácil. Sabrás que no te voy a hacer daño. Y yo sabré que no me harás daño… al menos, mucho. Esto de montarte no sucederá a menudo, pero tienes que dejarme hacerlo cuando lo necesite. Créeme, ha sido más fácil para ti que para mí.
Bien sabía Dios que ésa era la verdad.
Frankie estaba un poco más adelante, sentada en la valla.
Levantó la mano para saludarla.
Lo conseguimos, Charlie.
Se bajó del caballo, y se agarró de las crines del semental cuando se le doblaron las rodillas.
Para su sorpresa, Charlie permaneció inmóvil hasta que ella recuperó el equilibro. Luego, cuando se dirigió a la valla tambaleándose, el animal se dio la vuelta y se alejó al trote.
Frankie abrió la valla, y se lanzó a los brazos de Grace.
– Deberías haber esperado -musitó, mientras se abrazaba a su madre como un tornillo-. He pasado tanto miedo. Debiste haber esperado…
– No podía. -Le pasó los dedos dulcemente por los rizos-. Era el momento.
– Ha sido muy largo.
– No podía dejarlo. Habría tenido que empezar de nuevo mañana. -Lanzó una mirada hacia el cielo iluminado-. Hoy.
– Buen trabajo.
Grace se puso tensa y se dio la vuelta para ponerse frente a Marvot.
– ¿Eso crees?
– Excepcional. -Su mirada la estudió fríamente-. Pareces un poco cansada, pero me has impresionado.
– No era mí intención impresionarte. Ni siquiera sabía que estabas aquí.
– Y no lo estaba hasta hace unas pocas horas. A veces mis hombres parecen idiotas. No querían despertarme. -Sonrió-. Pero este espectáculo bien vale la falta de sueño. La verdad es que no estaba seguro de que pudieras domarlo.
– Y no lo he hecho. No creo que nadie pudiera domarlo. Sólo he conseguido llegar a un entendimiento con él.
– Eso está bastante cerca. ¿Puedes montarlo?
Grace asintió con la cabeza.
– Es incierto, pero creo que me dejará estar encima de él. Pero ¿decirle adónde ir y hacer que preste atención? Eso es poco probable.
– ¿Ni siquiera si utilizas un bocado?
– No utilizaré ningún bocado. Le he visto la boca. La persona que contrataste para domarlo debería ser fusilada.
Marvot se encogió de hombros.
– La herida cicatrizó. Tenía que intentarlo todo. Fue sólo la primera vez. Resultó evidente que no iba a funcionar, y que el semental moriría antes que dejarse domar.
Hijo de puta.
– Excepto contigo. -Inclinó la cabeza-. Te felicito. Y también me felicito a mí mismo por mi inteligencia al traerte aquí. No es realmente necesario que el semental acepte tus órdenes. Sólo quiero que te guíe. -Marvot la estudió poniendo el ceño-. Eso no te ha sorprendido. Cuando Kilmer me robó el mapa, pensé que debía tener alguna idea acerca de la importancia de la Pareja. Estoy seguro de que se llevó un buen chasco cuando descubrió la vaguedad del mapa.
– Lo único que me sorprende es que creas que la Pareja puede conducirte hasta el motor. Sólo son caballos.
– Creo en el poder de la venganza, y Burton quiso tener su venganza. Me lo imagino disfrutando maliciosamente al dejarme que le robara la llave, y luego asegurarse de que se rompería en la cerradura. -Se apartó-. Pero he sido paciente, y ahora voy a obtener mi recompensa. Salimos para el Sahara mañana.
– No -dijo Grace-. Dame otro día.
La miró por encima del hombro.
– ¿Intentas ganar tiempo?
– Tengo que estar segura del semental.
Marvot se encogió de hombros.
– Un día.
– ¿Vamos a llevar a la yegua?
– Por supuesto. He intentado separarlos con anterioridad, cuando los he llevado al oasis. No da resultado. No se mueven del corral. Al menos, cuando están juntos, nos dejan que los llevemos al desierto.
– ¿Y el potrillo?
– No es necesario.
– Lo es. El potro está mamando y se pondrá enfermo si no come.
– No podría traerme más sin cuidado.
– Si dejas al potro, alterarás a la yegua, y eso pondrá nervioso al semental.
Marvot desvió la mirada hacia Frankie.
– ¿Estás segura de que es la yegua la que se alteraría?
Grace no respondió.
– Lleva al potro.
– Supón que dejamos aquí a tu hija para que cuide de él.
– ¡No!
Marvot sonrió.
– Dame una razón para que deba llevar a la pequeña.
– Deseas que me concentre en hacer que los caballos hagan lo que quieres que hagan. No podría hacerlo si estoy preocupada por Frankie.
– Endeble. Pero llevaremos a la niña. Tal vez la necesite in situ para espolearte.
– ¿Y el potro? -preguntó Frankie.
Marvot se encogió de hombros.
– Hay algo de verdad en lo que dice tu madre. No quiero que nada estropee la posibilidad que al fin estoy vislumbrando.
Grace se quedó mirando cómo se alejaba. Ella había conseguido lo que quería, y eso era bueno. Pero aquello no impidió que la acometiera un escalofrío repentino. La llegada al oasis sería la señal para que empezara la acción. Kilmer no había tenido ninguna oportunidad allí, pero no tendría más remedio que intentarlo cuando llegaran al Sahara.
– ¿Por qué arrugas la frente? -preguntó Frankie-. Hemos conseguido que aceptaría llevar a Maestro.
– Supongo que estoy cansada. Y tú también has de estarlo. -Empezó a dirigirse al establo-. Veamos si puedo dormir unas horas antes de que empecemos la jornada.
– Primero tengo que ir a ver cómo están Hope y Maestro -dijo Frankie cuando pasó por su lado corriendo-. Estaré contigo en unos minutos.
Grace no se apresuró a seguirla. Estaba entumecida y dolorida, y absolutamente agotada. Tal vez debería haber dejado que su hija se quedara allí; se encontraría en medio del fregado en cuanto llegaran al oasis. Podía haber confiado en que Kilmer escogiera a un hombre bueno para protegerla allí, en El Tariq.
¿En qué estaba pensando? ¿Se había vuelto loca? ¿Cómo se le ocurría que podía dejar a Frankie con otra persona? Una llamada telefónica de Marvot, y su hija podía estar muerta.
No, no había ninguna buena alternativa. Sólo tenía que hacerlo lo mejor que pudiera.
¡Joder!, estaba sudando.
Y tenía náuseas.
Kilmer apoyó la mejilla en la rama y cerró los ojos. Había sido una noche de mil demonios. Probablemente, tendría pesadillas del semental piafando sobre el cuerpo de Grace.
Le sacudió un repentino arrebato de ira. ¿Por qué diablos Grace no se había rendido? ¿Qué especie de locura la había llevado a no parar de perseguir al caballo?
Le entraron ganas de matarla.
Y deseaba abrazarla y protegerla de sementales locos, y de asesinos como Marvot, y de todo el condenado mundo.
Y deseaba decirle lo orgulloso que se sentía de ella.
Tuvo que hacer esfuerzos para no bajar hasta la granja de caballos y sacarla de allí. Hubiera echado por tierra todo lo que ella había hecho durante la noche.
– Mamá, ¿te encuentras bien? Son las diez.
Grace abrió lentamente los ojos y vio la cara de preocupación de Frankie delante de ella.
– ¿De verdad? -Se incorporó en el camastro y sacudió la cabeza para despejarse-. Lo siento. Debía estar más cansada de lo que creía. ¿Cuándo te levantaste?
– Hace dos horas. Fui a ver cómo estaba el potro y volví aquí. Pensé que te despertarías de un momento a otro.
– Enseguida estaré contigo. -¡Señor!, estaba entumecida. Cuando empezó a dirigirse hacia la ducha, tuvo la sensación de que ni cojear podía-. Tengo que asearme y comer algo. Caí redonda en cuanto entré aquí. ¿Te importa rebuscar en la mochila y traerme algo de ropa?
– Claro. ¿Algo en particular?
– Unos vaqueros. -Se metió en el compartimiento y empezó a desnudarse-. Y la camisa caqui.
– Llevaba puesta la camisa caqui -le dijo Kilmer a Donavan por teléfono-. Eso significa que está intentando advertirnos de un cambio.
– ¿Qué clase de cambio? -Donavan hizo una pausa-. ¿Un intento de huida?
– Creo que no. No, con todos esos guardias pululando a su alrededor. No. Creo que van a desalojar el recinto y van a ir hacia ahí.
– ¿Por qué habrían de…? ¡Dios mío!, ¿ha montado al semental?
– Anoche.
– ¡La leche! ¡Ojalá hubiera estado allí?
– Y yo. Casi me mata. Le llevó casi toda la noche.
– ¡Mierda!, me siento orgulloso de ella.
– Intenta avisarnos de algo. No pierdas el tiempo. Prepara las cosas ahí. Me reuniré contigo en cuanto compruebe que se dirigen al oasis.
– Estaré todo lo preparado que pueda. -Donavan cortó la comunicación.
Kilmer guardó el teléfono y volvió a llevarse los prismáticos a los ojos. Grace estaba en el cercado, y la interrelación entre ella y el semental parecía ser una repetición de la última noche.
No, en realidad, no. El caballo estaba dejando que lo montara.
Ella permaneció encima sólo unos minutos y desmontó. Luego se alejó del caballo y trepó a la valla, mientras seguía hablando con él.
Quince minutos después fue hasta el caballo y volvió a montarlo. «Mierda, me siento orgulloso de ella.»
Las palabras de Donavan resonaron en su cabeza. No más orgulloso que Kilmer. Una vez mitigado parte del terror que le producía que Grace estuviese con el semental, Kilmer pudo permitir que el intenso orgullo que sentía por ella se antepusiera a todo. Fuerte, valiente e inteligente. ¡Menuda mujer que era…!
Su mujer.
¿Suya? Si Grace pudiera leerle los pensamientos en ese momento, probablemente le cortaría los huevos. Sin embargo, Kilmer no podía evitar sentir que le pertenecía. Había participado en la creación de la mujer en la que se había convertido. Hacía nueve años, él le había enseñado cosas que Grace no sabía, aunque ella no tenía ni idea de la cantidad de cosas que le había enseñado a él a cambio.
Ya era suficiente. Con independencia de lo mucho que deseara reivindicar su participación en la formación de la excepcional persona que era Grace Archer, al final ella era la única dueña de sí misma.
Y él tenía que asegurarse de que aquella mujer y su hija siguieran vivas durante los días siguientes.
– Llegaron al oasis a las cuatro de la madrugada -dijo el jeque poniendo mala cara- con una hilera de caravanas, remolques de caballos y camiones llenos a rebosar del ejército privado de Marvot. Es una mancha en el paisaje. ¿Recuerdas cuando te dije que nos iban a expulsar de nuestro habitat? Esto es lo que puedo esperar en cualquier parte de mi desierto dentro de unos años.
– Quizá no -dijo Kilmer-. Marvot es un delincuente que se abre camino en la vida a empujones. Cualquier otra persona ha de ser menos molesta.
– Pero la intromisión existirá. Y siempre habrá en el mundo gente como Marvot, de la misma manera que habrá un mal que compense el bien. -El jeque extendió un mapa sobre la desgastada mesa repujada en cuero-. Ya ha enviado a varios hombres para que intenten localizar a cualquiera que pudiera interponerse en su camino. -Apretó los labios-. Como si pudiera encontrarnos si no quisiéramos que se nos encontrara. Conocemos este desierto. Pero vamos a levantar el campamento dentro de una hora, así que terminemos con esto. -Señaló un punto en el mapa-. Este es el oasis. Es lo que Marvot utiliza en todo momento como campamento base. Cuando empezó a traer los caballos aquí, hizo construir un corral y un cobertizo. En el campamento hay varias tiendas grandes, pero Marvot se aloja en una preciosa caravana con aire acondicionado. -Señaló un punto en el centro del campamento golpeándolo con el dedo-. Aquí.
– Y rodeado por el ejército que mencionaste. ¿Cuántos hombres?
– Mis hombres contaron veintisiete. ¿Dónde está el mapa que le robaste a Marvot?
Kilmer sacó la bolsa de su bolsillo y extendió el mapa junto al del jeque.
– ¿Adónde suele ir Marvot cuando trae la Pareja al desierto?
El jeque señaló un cuadrante del mapa.
– Aquí. La mayor parte son dunas, excepto por un pequeño pueblo abandonado. Pero a tres kilómetros hacia el norte te empiezas a adentrar en las colinas de la cordillera del Atlas. -Indicó un punto en el mapa-. En el pueblo hay agua, así que tu Grace podría pararse a dar de beber a los caballos. -El jeque sonrió torciendo la boca-. Los caballos deben sentirse como en casa en ese pueblo. Ahí es donde eran sacados de los remolques, y ahí es donde se quedaban. Marvot no era capaz de hacer que se movieran.
– ¿Hay alguna posibilidad de que el motor estuviera escondido en el pueblo?
– No. Marvot destrozó ese pueblo, buscándolo. Los caballos se mostraron demasiado tozudos para moverse.
– O demasiado bien adiestrados.
El jeque se encogió de hombros.
– Es posible. Burton era un fanático en lo tocante al adiestramiento de La Pareja. Se los llevó durante siete meses, y no sé lo que les hizo. -Apretó los labios-. Quizá no quiera saberlo. Pero cuando los volvió a traer al campamento, le obedecían en todo.
– No estoy seguro de que la Pareja estuviera mucho mejor con él de lo que lo están con Marvot. -Kilmer echó un vistazo al pueblo sobre el mapa-. ¿Algún lugar en el que podamos reunimos con Grace?
– Hay varios. Pero Marvot enviará a sus hombres por delante para vigilarlos. Siempre lo hace.
– Podemos esquivarlos si no van pisándole los talones a Grace.
– No lo harán, a menos que Marvot quiera arruinar cualquier posibilidad que tenga de que los caballos colaboren. La razón de que la haya traído aquí es que los caballos no colaboraban en absoluto estando sus hombres en medio. Es de esperar que haya aprendido la lección con los años. -El jeque hizo una pausa-. Pero la estarán observando en todo momento a distancia. Prismáticos, telescopios… Será como un microbio bajo un microscopio. Si desaparece durante un minuto, Marvot se pondrá en movimiento. Trae un helicóptero, y se te echará encima.
– Lo sé. Podría hacerlo salir de su campamento base. ¿Sabes donde mantienen a Grace y a Frankie?
– En una tienda levantada en los aledaños del oasis. Está muy bien vigilada. ¿Y sabes lo que ocurrirá si Marvot cree que va a perder a Grace?
– Lo sé. Eso no va a pasar.
– Eso fue lo que dije cuando Marvot entró en desbandada en mi campamento y mató a mi domador.
– Eso no va a pasar -repitió Kilmer-. Grace y Frankie tienen que estar fuera del oasis cuando se produzca el ataque.
– Estoy de acuerdo. -El jeque se sentó y estudió pensativamente el mapa-. No es fácil. Pero puede haber una manera…
– ¿Cómo?
– Deja que consulte con Hassan. Esta mañana me dio unas cuantas noticias interesantes.
– ¿Qué noticias?
– En algún momento durante los próximos días va a soplar el siroco. Quizá podríamos sacarle provecho.
– ¿Una tormenta de arena? ¿Y cómo diablos lo sabe? Las tormentas de arena son absolutamente impredecibles.
– Conoce el desierto. Tiene ochenta y nueve años, y vive aquí desde que nació. Una tormenta de arena supone un gran peligro para mi tribu; tenemos que saber cuándo podemos movernos son seguridad. Y Hassan no suele fallarnos.
– Pero ¿ocurre?
– Ocurre. Al fin y al cabo, no es un profeta. Sólo es capaz de notar que se acerca, de olerla. -Enarcó las cejas-. ¿Eso no te sorprende?
– No. Grace tiene esa clase de instinto. Siempre sabe cuándo va a llover.
– Creo que me va a gustar tu Grace. -El jeque sonrió-, Entonces, ¿te creerá cuando le digas que tendrá que ponerse a cubierto si consigue sacar a tu hija del campamento?
– ¿Puedes hacerle llegar un mensaje?
El jeque negó con la cabeza.
– No le diré a ninguno de mis hombres que entre en el campamento de Marvot y contacte con ella. Eso es cosa tuya.
– ¿Puedes decirme al menos cuándo se supone que ocurrirá la tormenta?
– Hassan cree que quizá pasado mañana. Por lo general, sabe más la víspera de que ocurra.
– Es tranquilizador. ¿Y cómo se supone que va Grace a entretener a Marvot hasta que Hassan esté seguro de que ya toca?
– Ese es tu problema. Y una mujer que es capaz de saber cuándo va a llover debe ser lo bastante inteligente para obstaculizar a un sapo viscoso como Marvot.
– Él no es idiota.
– Cierto. -El jeque hizo una pausa-. Te lo diré. Si quieres intentar informarla, esta noche le enviaré una distracción a Marvot.
– ¿Cómo?
– De vez en cuando, pasan caravanas de mercaderes por el oasis. Han visitado a Marvot antes, cuando ha estado aquí. No resultará demasiado sospechoso que aparezca una pequeña caravana. Te proporcionaré un puesto de observación y la ropa adecuada para que puedas pasar desapercibido. No dispondrás de mucho tiempo antes de que Marvot los eche, pero puede ser suficiente. -Volvió a dar un golpecito en la tienda-. Y no te olvides del centinela que tendrá en su tienda.
– No es probable que lo olvide. -Kilmer se volvió hacia la entrada de la tienda-. Y te agradecería que siguieras intentándolo con Hassan, para ir limitando esa oportunidad. No me has dado mucho para contarle a Grace.
– Kilmer.
– ¿Qué?
– No has hablado del motor. ¿Has renunciado a él?
– ¡No, claro que no! No voy a dejar que Marvot consiga nada de lo que quiere -dijo con aspereza-. Pero no pondré en peligro a Grace y a Frankie para quitárselo. Siempre habrá otra ocasión.
– Muy sabio. Confío en que las rescates sanas y salvas. Y espero que encuentre tu motor.
– ¿Porque no te gusta el cartel petrolífero?
– En parte -contestó-. Haz que Fátima te tizne la cara y el cuerpo mañana, antes de vestirte. -El jeque sonrió burlonamente-. Le encantará.
– Lo haré yo mismo. -Kilmer salió de la tienda.
Donavan se incorporó cuando lo vio.
– ¿Cuándo nos movemos? ¿Cuánta ayuda nos prestará?
– No demasiada. Creo que podemos contar con él si lo necesitamos. Hasta que no iniciemos la ofensiva, no pondrá en peligro a nadie. -Hizo una mueca-. Pero nos presta desinteresadamente los servicios del hombre del tiempo de la tribu. Así que supongo que no debería quejarme.
– ¿El hombre del tiempo?
– Te lo explicaré mientras volvemos a mi tienda. -Levantó la vista al cielo. Estaba nítido y lleno de estrellas. Ni rastro de nubes ni el menor atisbo de alteración-. Espero que ese condenado Hassan sea tan bueno prediciendo el tiempo como Grace…