Capítulo 2

Los neumáticos de la camioneta de Charlie traquetearon sobre los tablones sueltos del viejo puente cuando empezó a atravesar el río. Hacía tiempo que quería arreglar aquellos tablones…

Casi estaba en casa.

Encendió la radió cuando una canción de Reba McEntire empezaba a sonar. Siempre le había gustado esa cantante. Una señora preciosa. Una voz preciosa. Tal vez la música country no fuera tan profunda como las cosas que Frankie escribía, pero le hacía sentirse bien. No había razón para que no pudieran gustarle las dos cosas.

La lluvia salpicaba con fuerza los cristales del coche, y Charlie puso los limpiaparabrisas a todo trapo. No tenía necesidad de lidiar con la lluvia además de con el colocón. Envejecer consume. Dos copas y ya estaba grogui. Antes era capaz de beber hasta que todos sus amigos se caían al suelo y seguir con la suficiente lucidez para…

Su móvil sonó, y tardó un minutó en sacarlo del bolsillo. Robert. Sacudió la cabeza y sonrió mientras pulsaba el botón.

– Estoy bien. Ya casi estoy en casa, y te agradeceré que no me trates como a un viejo chocho…

Había algo tirado en la carretera justo delante.

¡La luz!


Grace seguía sin dormir cuando su móvil sonó sobre la mesilla de noche.

¿Charlie? No había oído su camioneta, y a veces se quedaba con Robert, si había bebido demasiado.

– ¿Mamá? -murmuró adormilada Frankie.

– Tranquila, cariño. No pasa nada. -Pasó el brazo por encima de su hija y cogió el teléfono-. ¿Charlie?

– Salid de ahí, Grace.

Robert.

Se incorporó muy erguida en la cama.

– ¿Qué sucede?

– No lo sé. Y no hay tiempo para explicaciones. North me dijo que fuera para ahí, y estoy de camino. Pero podría llegar demasiado tarde. Salid de la casa.

– ¿Y Charlie?

Robert guardó silencio un instante.

– Estaba de camino. Hablé con él hace unos pocos minutos, pero lo perdí. Creo que ha ocurrido algo.

– ¿Qué? Entonces tengo que ir a encontrar…

– Ya lo encontraré yo. Tú y Frankie salid de ahí.

– ¿Qué pasa? -La niña estaba sentada en la cama-. ¿Charlie se encuentra bien?

¡Oh, Dios!, Grace esperaba que sí, pero tenía que confiar en Robert. Ella debía cuidar de Frankie.

– Encuéntralo, Robert. Y si me obligas a hacer salir a Frankie sin motivo con esta tormenta, te estrangularé.

– Ojalá sea sin motivo. Mantente en contacto. -Robert colgó.

– ¿Y Charlie? -susurró Frankie.

– No lo sé, cariño. -Grace apartó la colcha de un tirón-. Ve a tu habitación y ponte las zapatillas de deporte. No enciendas la luz, y no te molestes en vestirte. Cogeremos un chubasquero en el vestíbulo de abajo.

– ¿Por qué…?

– Frankie, no hagas preguntas. No tenemos tiempo. Sólo confía en mí y en lo que te digo. ¿De acuerdo?

La niña titubeó.

– De acuerdo. -Se levantó de la cama de un saltó y salió corriendo de la habitación-. Seré rápida.

Qué bendición de niña. La mayoría de niños que fueran despertados de golpe en mitad de la noche estarían tan asustados que ni siquiera podrían actuar.

Grace se dirigió al armario empotrado y sacó su mochila del estante superior. Había hecho aquella mochila hacía ocho años, y actualizaba su contenido periódicamente. Confiaba en que las ropas que había metido para Frankie siguieran sirviéndole…

Estaba abriendo la caja de seguridad que había metido en la mochila cuando Frankie volvió corriendo a la habitación.

– Bien. Fuiste muy rápida. Ve a la ventana y comprueba si sigue lloviendo tanto.

Mientras Frankie cruzaba la habitación, Grace sacó la pistola y el puñal y, junto con los papeles que había colocado en la caja ocho años antes, los metió en el bolsillo delantero de la mochila, donde se podría echar mano de ellos con facilidad.

– Puede que esté lloviendo con menos fuerza. -Frankie estaba mirando por la ventana-. Pero está tan oscuro que es difícil ver… ¡Ah! Alguien se acerca por el patio con una linterna. ¿Crees que es Charlie?

No era Charlie. Él conocía su granja al milímetro y no necesitaría una linterna.

– Vamos, cariño. -Grace la agarró del brazo y le hizo bajar las escaleras-. Vamos a salir por la puerta de la cocina. No hagas el menor ruido.

Un ruido de metal contra metal en la puerta delantera. Grace respiró profundamente; había abierto demasiadas cerraduras con palanqueta como para no reconocer el sonido.

Había cambiado las endebles cerraduras de Charlie al llegar allí, pero un experto no tardaría mucho tiempo en hacerlas saltar. Y si no pudieran forzar la cerradura, entonces buscarían otra manera.

– Fuera -susurró, y empujó a Frankie hacia la cocina.

La pequeña atravesó el pasillo volando y abrió la puerta de la cocina. Volvió la cabeza para mirar a Grace con los ojos muy abiertos.

– ¿Ladrones? -susurró.

Su madre asintió con la cabeza mientras cogía un chubasquero para Frankie del perchero del vestíbulo, se lo lanzaba, y cogía otra para ella.

– Y puede haber más de uno. Dirígete al cercado y de ahí a los bosques del otro lado. Si ves que no te sigo, no me esperes. Ya te alcanzaré.

Frankie empezó a negar con la cabeza.

– No me digas que no -dijo Grace-. ¿Qué es lo que te he enseñado siempre? Tienes que cuidar de ti antes de poder cuidar a los demás. Ahora haz lo que te digo.

La niña titubeó.

¡Joder! Grace pudo oír el crujido de la puerta delantera cuando se abrió.

– ¡Corre!

Frankie echó a correr y atravesó el patio como una centella hasta el cercado. Grace la observó durante un segundo, esperando. Casi siempre había un hombre vigilando.

Grace no tuvo que esperar mucho. Un hombre alto había dado la vuelta a la casa y estaba corriendo detrás de Frankie.

Ella salió detrás de él.

Nada de pistolas. No quería hacer salir a los que estaban dentro de la casa.

Correr. La lluvia y los truenos encubrirían el sonido de sus pasos al perseguirlo.

Alcanzó al hombre cuando éste entraba en el bosque.

Él debió de haber oído el sonido de su respiración; giró en redondo, con una pistola en la mano.

Grace saltó, y con el canto de la mano le insensibilizó la muñeca de la mano que sujetaba la pistola. Luego le rebanó la yugular con la daga. No esperó a verlo caer al suelo. Se dio la vuelta, escudriñando las sombras.

– ¿Frankie?

Oyó un débil sollozo. La niña estaba acurrucada en la base de un árbol a poca distancia.

– No pasa nada, cariño. Ya no puede hacerte daño. -Grace se arrodilló a su lado-. Pero tenemos que irnos. Tenemos que correr. Hay más hombres.

Frankie alargó la mano y tocó una mancha en el chubasquero de Grace.

– Sangre. Tienes sangre…

– Sí. Él te habría hecho daño. Nos habría hecho daño a las dos. Tenía que impedírselo.

– Sangre…

– Frankie… -Grace se puso rígida cuando oyó un grito proveniente del otro lado del cercado. Se levantó y arrastró a su hija con ella-. Te lo contaré más tarde. Vienen para aquí. Ahora haz lo que te digo y corre. Vamos.

Medio tirando de Frankie se adentró en el bosque. Al cabo de sólo unos pocos pasos la niña estaba corriendo, avanzando a trompicones con ella a través de la maleza.

¿Dónde esconderse? Durante todos aquellos años, había inspeccionado y planeado refugios en el bosque. Debía escoger uno.

No podía contar con que Frankie fuera capaz de mantener aquel ritmo durante mucho tiempo. Era una niña, y casi en estado de choque. Tenía que encontrar un sitio cercano para esconderse y esperar que se fueran. Robert estaba de camino.

O al menos debía encontrar una manera de esconder a Frankie. Podía decidir, después de que viera cuántos la perseguían, si podía manejar sola la situación.

El escondite.

Charlie tenía un escondite de caza en un árbol no lejos de allí. No lo había utilizado durante años, pues decía que ya no era capaz dé trepar al maldito árbol.

Bueno, ella podría trepar. Y su hija era ágil como un mono.

– El escondite -jadeó-. Ve al escondite, Frankie. Escóndete allí.

– No sin ti.

– Ya iré.

Frankie la miró desafiante.

– Ahora.

– De acuerdo, ahora. -Grace le cogió la mano y se lanzó a través de la maleza. El follaje mojado le azotaba en la cara, y sus zapatillas de deporte se hundían en el barro a cada paso.

Escuchó. ¿Podía oírlos?

Sí, pero no era capaz de determinar dónde estaban.

Linternas.

¡Joder!

El escondite estaba allí delante. Aumentó la velocidad, y llegaron al árbol.

– Arriba -susurró, e impulsó a Frankie para que subiera. La niña estaba a mitad de árbol cuando Grace empezó a trepar. Un instante después, su hija avanzaba a gatas por la rama que sujetaba el refugio.

Grace se unió a ella al cabo de unos segundos, y la obligó a tumbarse boca abajo sobre la plataforma de madera.

– Silencio. En una cacería como ésta, nadie espera que estés por encima de ellos. Se concentran en lo que tienen delante. -La lluvia tamborileaba sobre la tela de camuflaje; Grace se dio cuenta de que era un sonido diferente del que producía la lluvia sobre las hojas. Sería todo un regalo para sus perseguidores. La arrancó de un tirón.

Confiaba en estar diciendo la verdad sobre que ellos no mirarían hacia arriba. Por lo general, era un hecho, pero ¿quién sabía lo experimentado que sería el jefe de ese equipo en concreto?

– Sigue tumbada -repitió. Podía sentirla temblar de miedo junto a ella.

¡Cabrones! ¡Cabrones de mierda!

Grace atrajo a Frankie hacia ella mientras sacaba la pistola del bolsillo del chubasquero.

Los hombres se llamaban unos a otros mientras escudriñaban la maleza. No temían que los oyera; ella y Frankie eran las presas, las perseguidas. Escuchó. Al menos tres voces diferentes. Si no fueran más que ésos, entonces no serían unos blancos imposibles. Ella conocía el bosque, y ellos no, y no esperarían…

Pero no podía abandonar a Frankie.

Y uno de los hombres estaba en ese momento justo debajo del árbol del refugio.

Contuvo la respiración. Cubrió los labios de Frankie con la mano.

El haz de la linterna estaba barriendo el lodo en busca de huellas de pisadas.

Grace apuntó la pistola a la cabeza del hombre. Éste estaba en el lado equivocado del árbol, pero si se movía unos cuantos centímetros a la izquierda, vería el lugar por el que habían trepado.

Una explosión sacudió la tierra.

– ¿Qué coño…? -El hombre de abajo giró en redondo en dirección a la granja-. ¿Qué diablos ha…?

– El coche. Creo que ha sido el coche, Kersoff. -Otro hombre había llegado corriendo para pararse al lado del que estaba bajo su árbol-. Vi un fogonazo y fuego, y venía de la carretera, donde dejamos el coche. Quizá el depósito de gasolina.

– Esa zorra. ¿Cómo consiguió salir de este bosque?

– ¿Y cómo mató a Jennet? -preguntó el segundo hombre-. Nos advertiste que ella no sería fácil. Esto no le va a gustar a…

– Cállate. -Kersoff se apartó y empezó a dirigirse hacia el cercado-. Si ha hecho volar nuestro coche, no puede estar tan lejos. Tal vez ahora esté intentando llegar hasta el suyo. Podemos bloquear la carretera y esperarla. ¡Locke! ¿Dónde estás? ¿Has visto a Locke?

– No desde hace un par de minutos. ¿Quieres que mire…?

– No, tenemos que llegar a la carretera. Corre.

Un instante más tarde, el sonido producido por los hombres al atravesar la maleza se desvaneció.

Frankie estaba girando la cabeza para librarse de la mano de su madre sobre sus labios. Grace la retiró, pero susurró:

– Todavía no es seguro. No sabemos dónde está el otro hombre, cariño. -Escuchó.

Ningún ruido, excepto la lluvia sobre las hojas.

Y cuando no las encontraran al volver a la granja, podrían regresar y empezar a registrar de nuevo el bosque.

– Voy a bajar a echar un vistazo. Quédate aquí y espera hasta que vuelva a buscarte.

Frankie estaba sacudiendo violentamente la cabeza.

– Sí -dijo Grace con firmeza-. No me puedes ayudar. Podrías ser un estorbo. Ahora quédate aquí y no hagas ruido. -Ya estaba descendiendo por el árbol-. No creo que tarde mucho.

Oyó un sollozo reprimido, pero se percató con alivio de que Frankie no estaba intentando seguirla.

Avanzó por la maleza en silencio.

Haciendo el menor ruido posible, se abrió paso a través de la maleza mojada y el barro que le succionaba el calzado, mientras su mente trabajaba incansablemente. Pero si el desaparecido Locke la oía, ella debería poder oírlo a él.

Se detuvo. Escuchó. Siguió adelante.

Dos minutos después lo vio.

Un hombre bajo que yacía en el suelo, medio oculto bajo un arbusto. Tenía los ojos abiertos, y la lluvia le caía sobre una cara contraída en un rictus mortal.

¿Locke?

Sólo podía suponer su identidad. Pero no podía hacer ninguna suposición sobre quién había eliminado a Locke y destruido aquel coche.

O quizá sí podía.

Robert le había dicho que se dirigía hacia allí.

Así que aprovecha la oportunidad que te ha dado y aleja a Frankie de la granja.

¿Adónde?

La granja de caballos de Baker estaba a ocho kilómetros de allí. Seguiría el bosque hasta que se hubieran alejado algunos kilómetros de la granja, y luego saldría a la carretera. Podría esconderse en el granero de Baker hasta que pudiera ponerse en contacto con Robert. Se dio la vuelta y volvió corriendo a la guarida.


Alcanzó a ver varias veces el coche ardiendo en la carretera mientras ella y Frankie corrían a través del bosque. No había ninguna señal de los bastardos que lo habían conducido.

– Mamá. -La respiración de la niña empezaba a ser entrecortada-. ¿Por qué?

¿Por qué habían puesto su vida patas arriba? ¿Por qué la habían obligado a presenciar cómo su madre mataba a otro ser humano? ¿Por qué estaba siendo perseguida como un animal?

– Hablaré contigo más tarde… Ahora no puedo… Lo siento, cariño. Intentaré que esto acabe bien. -Habían llegado a la curva de la carretera que no se podía ver desde la granja. Grace miró a ambos lados. Nadie-. Vamos. Iremos más deprisa por la carretera, Tenemos que movernos deprisa y…

Los faros se les vinieron encima sin previo aviso.

Se llevó la mano a la pistola y empujó a Frankie a la cuneta. Grace la siguió, se echó boca abajo y levantó el arma, intentando ver más allá del resplandor de las luces para conseguir un buen disparo.

El coche se estaba deteniendo.

– Todo va bien, Grace.

Se quedó petrificada. No podía ver al conductor, pero, ¡Dios la asistiera!, conocía aquella voz.

Kilmer.

– Sube al coche. Me aseguraré de que no os pase nada.

Grace cerró los ojos. Superar la impresión. Siempre había sabido que aquello ocurriría.

– ¡Y un cuerno! -Abrió los ojos para verlo arrodillándose junto a ella. Los faros estaban detrás de él, y Grace no podía ver nada excepto un contorno. No necesitaba verlo; conocía cada línea de su cuerpo, todos los rasgos de su cara-. Es culpa tuya. Todo esto es culpa tuya, ¿no es así?

– Entra en el coche. Tengo que sacarte de aquí. -El hombre se volvió hacia la niña-. Hola, Frankie. Soy Jake Kilmer. Y estoy aquí para ayudaros. Prometo que nadie saldrá herido mientras yo esté aquí.

Frankie se acurrucó aún más contra Grace.

Kilmer volvió a dirigirse a su madre.

– ¿Vas a permitir que siga ahí, en el barro, o vas a dejar que me ocupe de ella? Aquí no soy yo la amenaza.

No, no lo era. Al menos no era la amenaza inmediata. Pero Kilmer era más peligroso que…

El hombre se levantó.

– Voy a entrar de nuevo en el coche. Esperaré dos minutos, y luego me iré. ¡Decídete!

Sería capaz de hacerlo. Kilmer siempre hacía lo que decía que iba a hacer. Esa era una de las cosas que la habían atraído…

Se estaba metiendo en el asiento del conductor.

Dos minutos.

Tomar una decisión.

Grace se puso de pie.

– Vamos, Frankie. Sube al asiento trasero. No nos hará daño.

– ¿Lo conoces? -preguntó la niña en un susurro.

– Sí, lo conozco. -Cogió de la mano a su hija y la condujo hacia el coche-. Lo he conocido durante mucho tiempo.


– Hay una manta en el asiento, Frankie -dijo Kilmer mientras pisaba el acelerador-. Quítate ese chubasquero y envuélvete en ella.

– ¿Debo hacerlo? -La pequeña miraba a su madre, que había subido al asiento trasero con ella.

Grace asintió con la cabeza.

– Estás calada hasta los huesos. -Alargó la mano para coger la manta y la envolvió con ella-. Hemos de hacer que te seques, cariño. -Se volvió hacia Kilmer-. Llévanos al pueblo y déjanos en un motel.

– Os llevaré al pueblo. -Le echó un vistazo-. Pero no estoy seguro de que os alojen en ningún motel. Parece que llevarais un mes enterradas en un cenagal.

– Entonces puedes registrarme tú antes de dejarnos. -Grace estaba tratando de coger el teléfono-. No te necesito para nada más.

– ¿Estás llamando a Robert Blockman?

No había tiempo para preguntarse cómo sabía lo de Robert.

– Tengo que asegurarme de que se encuentra bien. Se dirigía a la granja, y no sé en qué clase de apuro…

– No estaba en la granja.

Grace lo observó.

– ¿Cómo…? -Se interrumpió-. Hiciste volar ese coche.

– Era la manera más fácil de alejarlos de vosotras. Eran un poco torpes en el bosque, pero no estoy seguro de que no hubieran terminado por encontrarte. Eliminé a uno de ellos en el bosque, pero no había tiempo para ir tras los otros dos, cuando tú y Frankie estabais tan cerca. Así que los atraje de nuevo hacia la granja.

– Entonces tendré que advertir a Robert de que siguen allí. Se dirigía a… -Grace volvió a interrumpirse cuando vio negar con la cabeza a Kilmer-. ¿Le ha ocurrido algo a Robert?

– No, que yo sepa. Pero resolví el problema de la granja antes de salir a buscaros.

Resolvió el problema. Le había oído decir eso antes muchas veces.

– ¿Estás seguro?

– Sabes que siempre estoy seguro. -Sonrió-. No tienes que preocuparte por tu perro guardián.

– Sí, sí que tengo que preocuparme. -Marcó el número de Robert-. Si no llegó a la granja, debería de tener noticias de él. Iba a intentar encontrar a Charlie.

Le salió el buzón de voz de Robert. Colgó sin dejar ningún mensaje.

– No contesta. -Se volvió hacia Kilmer-. Dime qué ésta ocurriendo, ¡maldita sea!

– Más tarde. -Echó un vistazo a Frankie, que estaba inclinada secándose el pelo-. Me parece que ya ha tenido bastante por una noche. No querrás preocuparla más de lo que ya lo está.

La niña levantó la cabeza y miró a Kilmer con hostilidad.

– Eso es bastante idiota. ¿Cómo voy a evitar preocuparme por Charlie? Y mamá también está preocupada.

Kilmer parpadeó.

– Te pido disculpas si te he faltado al respeto. Es evidente que no me di cuenta de con quién estaba tratando. -Hizo una pausa-. Yo también estoy preocupado por tu amigo Charlie. Sé que probablemente esté asustado y confundido, y creo que dejaré que tu madre discuta el asunto contigo. Es difícil dar a alguien una visión clara de la situación, a menos que se posean los antecedentes del problema. -Echó una mirada a Grace-. ¿Ella…?

– No.

– Eso me parecía. -Miró con gravedad a Frankie-. Estoy seguro de que tu madre corregirá esa omisión en cuanto le sea posible. Y que tú confiarás en ella y sabrás que ésa es la verdad. ¿De acuerdo?

Le estaba hablando a Frankie como si la niña fuera una persona adulta, pensó Grace. Era la manera correcta de manejarla. Kilmer sabía muy bien cómo tratar a la gente.

Frankie estaba asintiendo lentamente con la cabeza.

– De acuerdo.

Se encogió sobre el asiento y se volvió a arrebujar en la manta. Tenía la cara pálida, y la mano con que se aferraba a la manta estaba temblando. Había pasado por una verdadera pesadilla esa noche, y Grace deseó desesperadamente cogerla en brazos y acunarla. No era el momento. No hasta que se asegurase de que estuvieran a salvo en alguna parte. La serenidad de Frankie pendía de un hilo. Y el más leve roce podía romperlo.

– Chica lista -Kilmer miró fijamente la cara de Grace por el espejo retrovisor-. Se las apañará con esto.

– ¿Cómo lo sabes? No sabes nada de ella. -Grace cruzó los brazos por delante del pecho. Era extraño que hiciera tanto frío en una noche agosteña tan calurosa. No había sentido frío antes, pero en ese momento, al remitir la adrenalina, estaba temblando tan estrepitosamente como Frankie-. Pon la calefacción.

– Está puesta -dijo Kilmer-. La notaréis enseguida. Pensé que reaccionarias como de costumbre. Relájate y deja que… ¡Mierda! -Los frenos chirriaron cuando detuvo el coche en la cuneta del lado del río-. Quedaos aquí. -Salió del vehículo de un salto y empezó a bajar corriendo la pendiente hacia la ribera del río-. Me ha parecido vislumbrar una camioneta ahí abajo, en el agua. Haz lo que digo. No quiero que dejes sola a Frankie.

Pero la niña ya estaba fuera del coche.

Grace la agarró antes de que pudiera seguir a Kilmer por la pendiente abajo.

– No, Frankie. Tenemos que quedarnos aquí.

– Charlie tiene una camioneta. -La pequeña estaba forcejeando para soltarse-. Podría ser él. Tenemos que ayudarlo. La camioneta está en el agua.

– Kilmer nos dirá si podemos ayudar. -Grace sintió que la embargaba una frustración desesperante mientras su mirada seguía la de Frankie. El agua del río llegaba hasta las ventanas de la cabina, y apenas podía ver algo más a través de la lluvia. Podría no ser la camioneta de Charlie.

¡Maldición!, ¿y quién, si no, podría estar en ese tramo de la carretera? Deseó estar allí abajo. Pero bajo ningún concepto podía permitir que Frankie fuera con ella. Si se trataba de la camioneta de Charlie… Le rodeó los hombros con el brazo.

– Es mejor que nos quedemos aquí. Si Charlie está allí, Kilmer lo sacará.

– Es un extraño. Si ni siquiera te gusta. Me puedo dar cuenta.

– Pero es muy bueno en las emergencias. Sí yo fuera quien estuviera en esa camioneta, me gustaría que fuera Kilmer, y no otro, quien me sacara.

– ¿Es verdad eso?

– Es la verdad. Ahora acerquémonos para ver si podemos hacer algo…

Kilmer estaba subiendo por el terraplén, medio cargando con alguien.

Grace se puso tensa, y su corazón saltó de esperanza. ¿Charlie?

– ¡Charlie! -Frankie echó a correr hacia los dos hombres-. Estaba tan asustada. ¿Qué…?

– Tranquila, Frankie. -Era Robert, no Charlie, quien estaba siendo ayudado a subir por el terraplén. Estaba empapado, y arrastraba la pierna izquierda-. Ten cuidado, esta pendiente embarrada es muy resbaladiza.

La niña se paró después de dar un patinazo.

– ¿Robert? Pensé que era la…

– No. -Robert miró a Grace a los ojos-. ¡Dios santo!, lo siento. Me tiré al agua y conseguí sacarlo de la cabina, pero cuando lo arrastré hasta el terraplén, me di cuenta de que era… -Se encogió de hombros en un gesto de impotencia-. Lo siento, Grace.

– ¡No! No me digas eso. -Ella pasó por su lado corriendo y empezó a descender por el terraplén.

Charlie no.

Robert estaba equivocado.

Charlie no.

Estaba tumbado sobre el terraplén. Muy quieto.

Demasiado quieto.

Grace se dejó caer de rodillas a su lado.

No te rindas. Las víctimas por ahogamiento a veces pueden ser reanimadas.

Le tomó el pulso.

Nada.

Se inclinó sobre él para hacerle el boca a boca.

– Es inútil, Grace. -Kilmer estaba de pie a su lado-. Está muerto.

– Cállate. Los ahogados pueden…

– No se ha ahogado. Mira con más atención.

¿Cómo se suponía que iba a mirar con más atención cuando no podía ver a través de las lágrimas que rebosaban de sus ojos y le caían por las mejillas?

– Él… estaba… en el río.

– Mira con más atención.

Grace se secó las lágrimas con el dorso de la mano. Entonces vio el agujero en la sien de Charlie.

Se dobló por la cintura sacudida por el dolor.

– No. No puede haber ocurrido. A Charlie, no. No es justo. Era…

Kilmer estaba arrodillado a su lado.

– Lo sé. -La abrazó-. ¡Dios!, ojalá yo…

– Suéltame. -Grace se apartó de él-. Tú no sabes nada. Nunca lo conociste.

– Conozco tu dolor. ¡Maldita sea!, lo estoy sintiendo -Se levantó-. Pero ahora no me creerás. -Bajó la mirada hacia ella-. Te dejaré a solas con él unos minutos, pero deberías volver al coche. Frankie está bastante alterada. La dejé con Blockman, pero te necesita a ti.

Kilmer no esperó a que le respondiera y empezó a subir por el terraplén.

Sí, Frankie la necesitaría. Frankie quería a Charlie. Frankie no comprendería la muerte de un ser querido.

Ni Grace. No de este ser querido…

Alargó la mano y retiró con suavidad el pelo mojado que se adhería a la frente de Charlie. Siempre había sido muy cuidadoso con su pelo. A menudo bromeaba con él sobre lo mucho que se peinaba…

Las lágrimas estaban volviendo. Procura detenerlas. Frankie la necesitaba.

¡Por Dios, Charlie…!

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