Capítulo 10

– Donavan, ésta es mi hija Frankie -dijo Grace-. Estaba impaciente por conocerte. ¿Cuál es tu nombre de pila, Donavan? Creo que nunca lo he sabido.

– Y no lo vas a saber. Mi madre cometió el error de ponerme un nombre impropio de mi fuerza y mis talentos portentosos. Donavan es perfecto.

– Qué enigmático. Eso me induce a realizar una pequeña exploración en profundidad -murmuró Grace-. Frankie, Donavan y yo trabajamos juntos hace mucho tiempo. -Cerró la puerta del dormitorio-. Me enseñó muchas cosas.

– Sí, sí que lo hice. -Donavan levantó la mano-. Y me alegro mucho de conocerte, Frankie. -Arrugó el entrecejo-. Pero una preciosa niña como tú debería tener un nombre precioso. Tu verdadero nombre es Francesca, ¿no es así?

Frankie asintió con la cabeza.

– Pero ése es demasiado estrambótico. Me gusta más Frankie.

Donavan lanzó una mirada a Grace.

– ¿Por qué Francesca?

– De niña, pasé algunos años en Italia, y siempre me gustó. -Sonrió abiertamente a Frankie-. Pero no quise colgarle un gran nombre a una niña pequeña, así que Frankie me pareció un buen arreglo.

Donavan negó con la cabeza.

– Podría llevar Francesca con toda dignidad.

– ¿Qué le enseñaste a mi madre? -preguntó Frankie-. ¿Cosas de espías?

– Bueno, un entrenamiento un poco más básico. No puedes espiar o robar secretos hasta que no sabes cómo protegerte y meterte y salir de los aprietos.

Frankie puso ceño.

– Tú no has salido muy bien parado de tu aprieto. Recibiste un balazo.

– Cierto. -Donavan se rió entre dientes-. Pero te aseguro que no era tan patoso cuando enseñaba a tu madre. -Miró a Grace-. Y ella fue una alumna excelente. Estaba orgulloso de ella. Claro está que, si no hubiera hecho un buen trabajo, Kilmer me habría estrangulado. Él es muy particular.

– ¿Jake? -Frankie sonrió-. Mamá dice que es inteligente. A mí me gusta.

– Y a mí.

– Frankie, tenemos que dejar dormir a Donavan -dijo Grace-. Puedes visitarlo en otra ocasión.

– Estoy viendo que me viene una recaída -dijo Donavan-. No me interrumpas. Quiero llegar a conocer a tu hija. Vete por ahí y déjala conmigo para que nos conozcamos.

– Donavan, el médico… -Grace se encogió de hombros y miró fijamente a Frankie-. ¿Tú qué dices?

– Ella quiere quedarse y que le cuente todo sobre su madre -dijo Donavan-. ¿No es así, Francesca?

– Frankie -le corrigió la niña. Pero parecía intrigada-. Sí, si no te sienta mal. ¿De verdad puedes tener una recaída?

– No, está bromeando.

– Me haría daño no hablar contigo. -Donavan miró a Grace, y su tono se hizo adulador-. Quizá no se lo cuente todo sobre su madre. ¿Qué tal treinta minutos, Grace?

En otras palabras, él no le hablaría de la relación entre Kilmer y Grace. Donavan sabía ser discreto cuando quería. Pero sólo cuando quería. Grace asintió con la cabeza mientras abría la puerta.

– Treinta minutos. Luego vete a la cama, Frankie.

– De acuerdo. -La niña se puso cómoda en el sillón situado junto a la cama de Donavan, con los ojos clavados con intensidad en la cara del hombre-. ¿Y por qué fuiste tú, y no Jake, quien enseñó a mi madre?

– Porque yo soy más listo, como es natural.

Frankie sacudió la cabeza.

– Si fueras más listo, Jake trabajaría para ti.

Grace reprimió una sonrisa mientras cerraba la puerta tras ella. Donavan llegaría a conocer a Frankie muy bien, y, tal vez, ésta le daría algunas sorpresas. Su hija apenas se callaba algo, a menos que pensara que podía herir los sentimientos de alguien. De manera instintiva, se daba cuenta de que Donavan era un blanco legítimo. Lo había estado calibrando al mismo tiempo que él la había estado calibrando a ella.

– ¿Cómo está Donavan?

Grace se puso tensa mientras se volvía para ver a Kilmer en la parte superior de la escalera.

– Parece que bien. Mejor de lo que yo esperaba. ¿Qué dice el doctor?

– Que se está recuperando a una velocidad increíble. El doctor Krallon las está pasando canutas para hacerlo descansar. -Kilmer hizo una pausa-. Vi que llevaste a Frankie a su cuarto para que lo conociera.

Grace asintió con la cabeza.

– Quería estar a solas con ella y me ha echado con cajas destempladas.

– ¿Y le dejaste que se saliera con la suya?

– Quiero que llegue a conocerla. Quiero que se preocupe por ella. Quiero que todo el mundo se preocupe por ella. Quizá así pueda mantenerla a salvo.

– Muy lista.

Grace negó con la cabeza.

– Desesperada. -Empezó a pasar por el lado de Kilmer, que extendió la mano y la agarró del brazo. Ella se quedó inmóvil-. No hagas eso.

– Yo la mantendré a salvo. Pregúntame por qué.

– Suéltame.

– Porque me preocupo por ella. Me tiene bien enganchado.

– No puedes tenerla.

– ¡Por Dios!, te dije que no intentaría apartarla de ti, Pero ¿es que no me puedes dar lo mismo que le das a Donavan? -Intensificó la presión sobre su brazo-. Deja que llegue a conocerla sin que tenga que preocuparme de que vayas a ser presa del pánico y te la lleves de repente. Tu razonamiento también deberías aplicármelo a mí. Cuanto más me importe, más me esforzaré en mantenerla a salvo.

Por lo que a él concernía, Grace no razonaba en absoluto. Sólo sentía.

– Eso es… diferente. Hay muchos impedimentos.

– Pues échalos abajo -dijo con aspereza-. Échalos abajo. Y sabes con qué sería suficiente. No estoy diciendo que el sexo aclararía las cosas entre nosotros, pero nos permitiría acercarnos lo suficiente para ver los problemas desde otra perspectiva. ¡Mierda!, ¿qué estoy diciendo? Sí me acerco tanto a ti, no podré pensar en nada que no sea lo que estoy haciendo contigo. -Dejó caer la mano que la sujetaba-. ¡Coño!, y quizá estaba utilizando a Frankie para llevarte a la cama. ¡Dios mío!, espero que no sea tan hijo de puta. -Se apartó-. Tal vez tengas razón. Quizá ni siquiera debería acercarme a la niña.

Nunca había visto a Kilmer así. Siempre tan firme, tan seguro de sí mismo. Grace sintió un repentino sentimiento de lástima, mezclado con desesperación. Primero la había desconcertado con aquel arranque de pura atracción sexual, y luego la apabullaba y hacía que se arrepintiera por como lo había tratado.

– ¡Por Dios!, no he dicho que no debieras acercarte a ella.

Kilmer la volvió a mirar, esperando.

– Sólo dije que no quería… -Pasó por su lado, avanzando por el pasillo hacía su dormitorio-. Lo único que quiero es que no la confundas. No hagas que te quiera demasiado, y luego la abandones. Ya ha sufrido bastante.

– ¿Qué le has contado de su padre, Grace?

– Nada. Le dije que había cometido un error, pero que lo volvería a cometer si eso significaba tener otra hija como ella.

– ¿Nada de culpas?

– ¿Por qué habría de culparte? Era una mujer adulta y escogí. No me protegí. La culpa la tuve yo. -Abrió la puerta-. Tú estabas fuera.

– ¡Por Dios!, eso es doloroso.

– No tanto como perderse los primeros pasos de Frankie. O sus primeras palabras o el cantarle por la noche para dormirla. No tienes ni idea.

– Sí, sí que la tengo.

Ella lo miró por encima del hombro y se quedó inmóvil cuando vio su expresión. Tal vez él sí se diera cuenta de lo que se había perdido y se sintiera mal por ello. En algunos momentos en los que habían estado juntos, ella había vislumbrado cosas que Kilmer escondía tras aquella fachada de contención. Lo había admirado hasta el extremo de adorarlo, y había amado su cuerpo y todo lo que él le hacía. ¿Y si hubiera conocido de verdad al hombre en su integridad? ¿Habría preferido confiar en el cariño de su padre antes que en la palabra de Kilmer?

Él la miró con el entrecejo arrugado mientras leía su expresión.

– Grace…

Ella entró rápidamente en su dormitorio y cerró la puerta. Cerró los ojos y se apoyó contra la hoja. Sintió que se derretía con un estremecimiento. El corazón le latía con fuerza, desbocado. Aquella reacción enloquecida tenía que parar.

Pero no iba a parar. No, mientras estuviera en la misma casa con Kilmer y lo viera todos los días. Y no había ninguna duda de que tenía que permanecer allí con Frankie hasta que la situación fuera segura. No podía eliminar a Kilmer, y cada vez que lo veía, la tensión aumentaba.

Podía ignorarlo; mantenerse ocupada; pasar el tiempo con Frankie.

De pronto, recordó la manera en que él la había mirado en ese último instante antes de que ella hubiera entrado en el dormitorio. Una mirada franca, básica, ardiente, y tan intensa que el pánico se había apoderado de ella, porque había sido como mirarse en un espejo.

¡Señor!, confiaba en poder olvidarse de esa mirada.


– ¿Te gusta Gypsy tanto como Darling?

Frankie dejó de cepillar a Gypsy y levantó la vista para ver a Jake apoyado en la puerta del compartimiento.

– Me gustan los dos por igual. No sería justo tener un favorito. Podrían enterarse, y eso heriría sus sentimientos.

– Entiendo. -Kilmer sonrió-. ¿Ni siquiera en tu fuero interno?

Frankie pensó en ello.

– Son diferentes, ¿sabes? Gypsy es robusta y amable, y Darling es nervioso y… divertido. Quiero estar con ellos en momentos diferentes. Ojalá pudiera tener a Darling aquí.

– Me parece que ya tienes bastantes cosas que hacer. Tú música y Gypsy.

– Pero nunca estás lo bastante ocupado para un buen amigo. -Empezó a cepillar a Gypsy de nuevo-. Y no tengo muchos amigos.

– ¿Por qué no?

– No me gustan las mismas cosas que a la mayoría de los niños. Piensan que soy rara.

– ¿Y eso te molesta?

– Un poco. A veces. Montar a caballo está bien. Muchos niños de Tallanville lo hacían. Pero no eran muchos los que tocaban instrumentos, y ninguno oía la música.

– ¿Preferirías tener amigos y pasar de la música?

– No seas tonto.

– ¿Debo entender que eso es un no?

– Forma parte de mí. ¿Cómo podría dejar la música? Y además me hace sentir… no sé… como si fuera un águila volando, o quizá como Darling cuando da un gran salto y… -Frankie sacudió la cabeza-. No, Darling tiene miedo, y a mí no me da miedo la música. Supongo que nunca he visto a un caballo que le guste la música.

– Creo que yo sí.

Frankie desvió la mirada rápidamente hacia la cara de Kilmer.

– ¿Dónde?

– En realidad, eran dos caballos. En Marruecos. Tu madre también los ha visto.

– Nunca me habló de ellos.

– No son la clase de caballos que ella querría que montaras. Están llenos de rayos y truenos. Pero cuando los ves correr, podrían recordarte la música.

– Rayos y centellas… ¿Cómo Tschaicowski?

– O Chopin.

– Quiero verlos.

– Quizá algún día.

– ¿Cómo se llaman?

– Los llaman la Pareja. Nunca oí que los llamaran de otra manera.

Frankie sacudió la cabeza con decisión.

– Sí mamá los vio, debió de ponerles nombre. Dice que todos los caballos tienen que tener un nombre. Si tienen su propia alma, tienen que tener un nombre.

– Bueno, si les puso un nombre, no me lo dijo. -Kilmer sonrió-. A ella no le gustaría que te esté hablando de ellos. Como ya te he dicho, no son la clase de caballos con los que a ella le gustaría que tuvieras relación. Definitivamente, son unos animales que pueden resultar peligrosos.

– Ella no me deja montar a algunos de sus caballos, pero no le importa que los mire y les hable. Dice que es importante hacerse amigo de los caballos. -Le dio una última palmada a Gypsy-. Como hace ella. Mamá siempre insiste e insiste, hasta que los caballos terminan queriéndola.

– La he visto hacerse amiga de los animales. Es muy especial.

Frankie asintió con la cabeza y se volvió para mirarlo.

– Ella es mi mejor amiga. No necesito a ninguno de esos chicos del colegio.

– Entiendo que sientas eso. Yo admiro mucho a tu madre.

– Pero ella está furiosa contigo. Está mejor que la noche en que murió Charlie, pero sigue comportándose de forma rara en relación contigo.

– Hice algunas tonterías hace mucho tiempo. He intentando corregirlas, pero tal vez me lleve tiempo. Me alegro de que pienses que no está tan furiosa conmigo como antes.

Frankie asintió con la cabeza.

– No te sientas mal. Creo que mamá no habría permitido que nos trajeras aquí si realmente no le gustaras.

– Eso es reconfortante. -Kilmer hizo una pausa-. ¿Y yo te gusto un poco, Frankie?

Ella sonrió.

– Pues claro. -Abrió la puerta del compartimiento-. Eres diferente. Puede que te parezcas a Trigger. Te sabes todos los trucos, pero no los enseñas hasta que alguien te da la señal. Hasta ese momento, te limitas a estar por ahí, todo mono.

– ¿Mono? -Empezó a reírse-. ¡Dios mío!, nadie me había llamado mono.

– Bueno, algo así. -La sonrisa de Frankie se expandió-. Pero es verdad. Siempre andas por ahí dando órdenes. ¿Qué haces ahora, aquí, hablando conmigo?

– Divirtiéndome. Pero, quizá, si das la señal, empiece a patear el suelo.

Frankie se rió entre dientes con ganas.

– ¿Lo harías? Me gustaría verlo. Hazlo.

Kilmer pateó el suelo con el pie izquierdo.

– ¡Dios mío, cómo caen los poderosos! Pero me niego a relinchar ni aunque me lo ordenes.

– Entonces no eres Trigger.

– No. -La sonrisa de Kilmer se desvaneció-. Pero podría ser mejor amigo para ti que Trigger. Quizá no tan bueno como tu madre, pero me gustaría intentarlo.

– ¿Por qué?

– Eres dura. ¿No podrías aceptarme por las buenas? -Kilmer observó el rostro de la niña-. No, supongo que no podrías. Te pareces demasiado a tu madre. -Hizo una pausa-. Tú me gustas. Nunca he tenido mucho trato con niños. Estos días son como un regalo para mí. ¿Vale?

– Tal vez. -Frankie bajó las pestañas, pero Kilmer alcanzó a vislumbrar un atisbo de picardía-. No tengo mucho tiempo. Está la música.

– No interferiré con la música.

– Y tengo que hacer mis faenas -dijo ella con malicia-. Claro que, si paleas el estiércol por mí, como hiciste en casa de Charlie, eso me daría… ¡Ay! -Kilmer le dio un azote en el trasero, y Frankie empezó a reírse como una tonta-. Bueno, no parece que tengas que hacer nada más.

– Mocosa. -Kilmer la cogió de la mano y la sacó de un tirón del compartimiento-. Deberías sentirte honrada de que te hiciera un hueco en mí apretada agenda. Y contrariamente a tu opinión sobre mí personalidad, no tengo necesidad de esperar una señal para hacer mis trucos. Soy un auténtico payaso de circo, un verdadero hombre milagroso.

Frankie lo estaba mirando fijamente con una expresión que de repente se tornó grave.

– Oí que el médico decía que era un milagro que Donavan estuviera vivo. Tú lo trajiste aquí, y se va a poner bien. Eso es casi un milagro.

– Estaba bromeando, Frankie.

Ella asintió con la cabeza.

– Sí. -Su cara se iluminó con una sonrisa-. Pero puede que te ayude a palear el estiércol.


– Tiene que entender que estoy corriendo un gran riesgo. -Cárter Nevins miró nerviosamente por el bar. Había escogido encontrarse con Hanley en aquel bar de las afueras de Fredericksburg porque lo frecuentaban obreros, y no había nadie de Langley. Pero uno nunca podía estar seguro de quién podía dejarse caer por un tugurio como ése. Sin embargo, al primer vistazo que le había echado a Hanley, supo que había sido mejor encontrarse con él allí que en un lugar desierto. Brett Hanley era alto, musculoso, con el pelo negro y los ojos castaños, y su terno probablemente costaba más que lo que Nevins ganaba en un año. Había estado muy risueño durante los primeros cinco minutos después de sentarse a la mesa, pero en ese momento no sonreía. ¡Que le jodan! Nevins tenía algo que Hanley quería, y el bastardo iba a tener que pagar un precio muy alto por ello-. Podría perder mi empleo. Tendrá que compensarme bien.

– Estoy seguro de que Kersoff le pagó menos de lo que le estoy ofreciendo. -El tono de voz de Hanley era suave como la seda-. No debería mostrarse demasiado ávido, Nevins.

– Entonces todo lo que tuve que hacer fue salvar un bloqueo en clave y acceder a los archivos informáticos para encontrar a Grace Archer. Pero ahora no hay muchos archivos sobre su localización. Y no creo que North la sepa tampoco. Eso nos deja un panorama completamente diferente.

– Entonces, ¿cómo pretende averiguar dónde están Kilmer y Archer?

– Tengo un contacto.

– ¿Quién?

¿Es que acaso pensaba aquel Neandertal que era idiota?

– Alguien que ha estado en contacto con ellos desde que se fueron de Tallanville. Pero tengo que tener dinero suficiente para compensarlo.

– ¿Cuánto?

– Quinientos mil. -Hanley ni pestañeó, y Nevins maldijo para sus adentros. Debería haber pedido más-. Para él. Otro tanto para mí.

– Está usted loco.

– Si él me falla, tengo otra manera de encontrar a Archer. Sólo tengo que lograr algo más de información y lo habré conseguido.

– ¿Cómo?

Nevins sonrió.

– La magia de los ordenadores. Hace que un hombrecillo se convierta en un gigante. Yo soy un gigante, Hanley. Mire cómo rujo.

Hanley le lanzó una mirada gélida.

– Usted sólo es un gamberro y un ganso. Tiene unas cartas de mierda e intenta marcarse un farol. Y odio a los faroleros.

Nevins tuvo un escalofrío. No debía haberlo presionado.

– Aceptaré doscientos mil ahora, y el resto cuando le dé la información que necesita. Y el único que está faroleando es usted; si tuviera una fuente mejor a la que acudir, no estaría aquí.

Hanley lo miró fijamente durante un buen rato.

– ¿Cuánto tiempo?

Nevins procuró ocultar su alivio.

– ¿Dos semanas?

– Tengo cinco días. Démela dentro de cinco días.

– Eso no es mucho tiempo.

Hanley sonrió sin ningún regocijo.

– Lo sé. Cinco días. -Se levantó-. Mañana tendrá depositados doscientos mil dólares en su cuenta bancaria. Si me falla, me disgustaré mucho, y mi jefe se pondrá aún más furioso. Y estoy seguro de que usted no quiere enfurecerlo, Nevins. -Se dio la vuelta y salió del bar.

Nevins respiró profundamente. ¡Joder!, estaba temblando. ¿En dónde se estaba metiendo? Kersoff había sido duro, pero se le antojaba que Hanley era un veneno de primera división. Todo saldría bien. Bueno, había faroleado un poco. Ya no tenía a Stolz en el bolsillo. Stolz había sido muy entrometido, y se le había ocurrido que Nevins lo estaba acechando. Quizá el dinero lo hiciera cambiar. El dinero lo podía todo. Pero en ese momento, una vez que había averiguado que podía sacarle más dinero a Hanley, lo quería todo para él.

Y el plan B era totalmente posible. Él era un tipo listo, y sabía la manera de acceder a los misterios del universo. O al menos de su universo.

Pero debía volver a Langley y ponerse ante su ordenador durante unas largas y productivas horas esa noche. Hanley no le había creído cuando le había dicho que era un gigante. Bueno, era verdad. Él haría que fuera verdad.

Oiga como rujo, Hanley.


Iban a salir juntos a pasear a caballo. Era la tercera mañana seguida.

Grace observó cómo Frankie y Kilmer se alejaban por el campo hacia las colinas. La niña se reía, y le hablaba a Kilmer, que la escuchaba con la silenciosa intensidad que lo caracterizaba.

Aislamiento.

Sacudió la cabeza e intentó deshacerse de aquella repentina y aplastante sensación de vacío. Otra cosa sería que no le hubiera dado permiso a Kilmer para que pasara algún tiempo con Frankie. Y había que suponer que, con cada ocasión que pasaran juntos, el aprecio que su hija sentiría hacía Kilmer iría en aumento. Él la había encandilado a ella misma a los veintitrés años.

Pero Grace lo había visto como a un héroe, como a un líder de hombres, inteligente y espabilado. Frankie lo estaba viendo sin adornos. Le gustaba el hombre, no el guerrero invencible, y la intimidad que estaba creciendo entre ellos era más poderosa por dejar al aire lo esencial.

– Parecen sentirse bien juntos, ¿no? -Grace se volvió y vio a Donavan, que estaba siendo sacado al porche en silla de ruedas por el doctor Krallon-. ¿Cuándo se lo vas a decir?

– Cállate, Donavan. -Grace se volvió hacia el doctor-. ¿Está seguro de que no debería volver a la cama? ¿Y preferiblemente amordazado con cinta adhesiva?

El médico sacudió la cabeza.

– Demasiado tarde. Está recuperándose bien. -Hizo una pausa-. Por eso me voy esta noche. Ya no me necesita. El señor Kilmer le va a asignar a otra persona para que lo ayude a moverse.

– Estoy segura de que se siente aliviado.

– Sí, como ya le dije, es un paciente muy malo. -El doctor sonrió a Donavan-. Pero me alegra ver que se recupera. Es un triunfo personal que haya salvado su indigno cuello.

– No es indigno -protestó Donavan-. Y debería estar contento de que le haya dado la oportunidad de practicar. Probablemente, lo necesitara.

– Qué ingratitud. -Krallon sacudió la cabeza-. Creo que iré adentro y me tomaré otra taza de café. ¿Quiere una, señora Archer?

Grace negó con la cabeza.

– Me encargaré de que Donavan esté bien atendido. Aunque él no lo esté, yo sí que le estoy muy agradecida. -Observó entrar al médico antes de volverse hacia su amigo-. ¿Vuelve a Marruecos?

Él negó con la cabeza.

– Demasiado peligroso para él. Y extraordinariamente peligroso para ti y Frankie. Kilmer lo llevará en avión a una cabaña cerca de Yellowstone hasta que la situación se tranquilice.

– ¿Y por qué no permite que se quede aquí?

– Kilmer no quiere recompensarle un favor poniendo su vida en peligro. Cuánto más lejos esté de nosotros, más seguro estará. -Donavan desvió la mirada hacia Kilmer y la niña-. Puede que a Frankie le gustara saber que él es su padre.

Grace negó con la cabeza.

Donavan se encogió de hombros.

– Bien, es cosa tuya.

– Sí, sí lo es. -Se esforzó en apartar la vista de su hija y Kilmer-. No me importa que se haga amiga de él, pero un padre es algo diferente. Nadie va a darle a Frankie grandes esperanzas de que Kilmer sea una parte permanente de su vida. No permitiré que le haga daño cuando desaparezca.

– ¿Te hizo daño a ti, Grace?

Ella no respondió.

– No esperaba nada de él. Fui yo la que se fue.

– Y él te siguió. No inmediatamente, pero cuando se enteró que lo necesitabas, allí estaba.

– Donavan, ¿por qué insistes?

– Kilmer es mi amigo. Estos últimos nueve años tampoco han sido fáciles para él. Nunca le he visto tan inquieto como el día que se enteró de que estabas embarazada. Pero hizo lo que tenía que hacer para protegeros a las dos, y algunas de las misiones que North le obligo a realizar fueron asquerosas. No las habría aceptado si no hubiera tenido que pensar en ti.

– ¿Intentas hacerme sentir culpable?

– ¡No!, estoy intentando hacerte ver que Kilmer se vio atrapado en la misma red que tú, y que no intentó cortarla para liberarse. Ahora sé un poco indulgente. Se lo merece.

– Estoy siendo indulgente con él. Le estoy dejando que esté con Frankie. Para ya, Donavan. O empujaré esa silla de ruedas desde el porche y contemplaré cómo te deslizas hasta el corral.

– Ah, eres una mujer dura, Grace. -Donavan inclinó la cabeza-. ¿Podría utilizar de nuevo la treta de la recaída?

– No.

– Entonces, supongo que debería cerrar la boca. Lástima. No acostumbro a soltar semejantes perlas de sabiduría. ¿Te importaría meterme en casa, o prefieres quedarte aquí fuera y disfrutar de tu cilicio?

– Donavan, no me estoy… -dijo entre dientes-. No me estoy torturando. Hago lo que es necesario. Para ya de hablar de Frankie.

– Oh, no estaba hablando de ella esta vez. Te observé anoche, cuando el bueno del doctor me bajó a cenar. Tú y Kilmer. Resultaba muy familiar. Me vino una imagen de hace nueve años. Pero quizá sea un poquito más fuerte ahora, ¿no?

¡Por Dios!, ¿había sido tan evidente?

– El cilicio, Grace… -masculló Donavan-. Puedo entender los motivos de que tuvierais algún conflicto por Frankie, pero ¿por qué negarse la diversión de…?

– Ya es suficiente. Le diré al doctor que te meta en casa. -Se dio media vuelta y entró.


– Montas bastante bien -le dijo Frankie a Kilmer-. No creí que Samson te dejaría montarlo. ¿Sabe mamá que lo estás montando?

– Se lo dije. -Kilmer hizo una mueca-. Bueno, se lo pregunté. Creo que pensaba que Samson me tiraría al suelo.

– Pero ella me dijo que sabías de caballos.

– Lo que ella me enseñó en un curso intensivo hace nueve años. Creo que entonces era un jinete bastante razonable, pero no estoy seguro de acordarme de todo. -Dio una palmadita en el cuello de Samson-. No soy como tu madre; no sé leerles el pensamiento. Pero sé lo esencial, y resulta que puedo montar caballos que son un poco asustadizos. Grace dice que se sienten a salvo conmigo.

– ¿Mamá te enseño? -Frankie espoleó a Gypsy y lo puso al galope por el campo. Kilmer la siguió haciendo lo propio-. ¿Por qué?

– No estábamos seguros de si iba a necesitar tener ciertos conocimientos básicos sobre los caballos. La misión que íbamos a realizar podría hacerlos necesarios.

– Misión. -Frankie se rió tontamente-. Suena importante… y divertido.

– Supongo que sí.

La sonrisa de la niña se desvaneció.

– Pero no es divertido. Donavan estaba en una misión, ¿verdad? Y casi muere. Tú también podrías haber muerto. Mamá estaba preocupada.

– ¿Lo estaba?

La niña asintió con la cabeza.

– Y yo también. Pero ella prometió que iría y te rescataría si te encontrabas en apuros.

– Eso es… interesante.

– Eso significa que, después de todo, le gustas, ¿no te parece? Y debisteis ser amigos alguna vez si te enseñó a montar a caballo.

– ¿Adónde quieres ir a parar, Frankie?

– A veces, tengo que dejar sola a mamá. Bueno, no exactamente sola. No es mi intención hacerlo, pero cuando la música… No puedo traerla conmigo a la música. -Se mordió el labio inferior-. Me dijo que no estaba sola, pero eso fue antes de que Charlie muriera. No quiero que se sienta sola, Jake.

– ¿Y?

– Que tú… me gustas. Viniste a ayudarla cuando estábamos en apuros. Ella también te debe de gustar. Sólo quiero que evites que se sienta sola. No tienes que estar en medio todo el tiempo, sólo de vez en cuando.

¡Joder!, ¿hasta qué punto se puede uno llegar a emocionar? Kilmer se quedó sin habla durante un minuto.

– Tú también me gustas, Frankie. Pero no estoy seguro de que a tu madre le gustara saber que me estás explicando todo esto.

Ella sonrió, burlona.

– Yo tampoco lo estoy. Diría que no es asunto mío. Pero sí es asunto mío. Igual que lo es tuyo.

– Formáis un gran equipo.

Frankie asintió con la cabeza.

– Sí. Mira, no quiero hacerte sentir mal si no quieres quedarte por aquí, pero yo tengo que cuidar de mamá. -De pronto, tuvo una idea-. Cuando mamá te enseñó a montar a caballo, ¿se suponía que tendrías que montar uno de aquellos caballos blancos de los que me hablaste? ¿Los que me dijiste que eran como rayos y truenos?

– Sí.

– Pero nunca sucedió… Estuve pensando en esos caballos después de que habláramos. Los caballos blancos son preciosos. ¿Has oído hablar alguna vez del Mustang Blanco que nunca galopaba?

– Me temo que no.

– Nadie sabe si el Mustang es o no una leyenda, pero se le ha visto desde las Montañas Rocosas al Río Grande. Hay quien dice que salvó la vida de una niña que se había perdido.

– Sabes mucho sobre caballos famosos, ¿verdad?

– Claro. Mamá me contó muchas cosas sobre ellos, y me regaló un libro sobre el tema cuando tenía seis años. Una de mis historias favoritas es la de Shotgun. Sólo era un pequeño poni, pero se metió en un mar embravecido para rescatar un bote salvavidas lleno de náufragos. Y también venía Bucéfalo.

– ¿Cómo?

– ¿Lo he pronunciado bien? Era el semental negro de Alejandro Magno. Alejandro dio nombre incluso a una ciudad. ¿No es guay?

– Muy guay.

– Y no sabemos el nombre de la yegua de Paul Reveré. Aunque algunas personas creen que era Brown Beauty. Pero a mí me parece que ella fue tan heroica como Paul Reveré. Después de todo ella fue la que…


Esa noche, Blockman siguió a Kilmer hasta el porche después de cenar.

– Stolz dice que Nevins puede ser la filtración.

– ¿El pirado de la informática?

Blockman asintió con la cabeza.

– Es posible. Dice que echará un vistazo por ahí y verá si puede encontrar algo definitivo, y que me volverá a llamar mañana. Pero esto no es urgente, ¿verdad? No hay nada que filtrar. North no sabe dónde estamos.

– Sí es urgente. Cualquiera que esté buscando a Grace y a Frankie lo hace urgente.

– Lo compruebo todas las noches. -Cambió de tema-. Esta mañana te vi con Frankie. Gran chiquilla, ¿verdad?

Kilmer asintió con la cabeza.

Blockman se rió entre dientes.

– Por lo que veo, no tienes ganas de entrar en detalles. -Empezó a bajar los escalones-. Y ya hay demasiada tensión en el ambiente. Creo que iré hasta el barracón y veré si hay alguna partida de póquer. Tus chicos siempre tienen montada una.

¿Tensión? Y que lo digas, pensó Kilmer mientras observaba a Blockman atravesar despreocupadamente el patio. Esos días parecía estar conviviendo con la tensión. Tensión por Marvot, tensión por la Pareja, tensión por Grace.

Se oyó una música procedente del salón; Frankie empezaba a tocar una sonata. Qué agradable. Solía tocar por la noche, si no estaba componiendo. Kilmer se había acostumbrado a sentarse solo allí fuera y escuchar hasta que Frankie se iba a acostar. Le habría gustado contemplar su cara mientras tocaba, pero estaba empezando a resultar condenadamente difícil…

– Frankie quiere saber si te está echando.

Kilmer se volvió y vio a Grace en la entrada.

– ¿Qué?

– No es tonta. Se da cuenta de que pasan cosas. Siempre sales aquí nada más terminar de cenar. Y se preguntaba si debía de tocar el teclado, si es que te molesta.

– Pues claro que deber tocar. Hablaré con ella mañana.

Grace titubeó.

– Habláis mucho, ¿verdad?

Kilmer sonrió.

– Supongo que intento recuperar el tiempo perdido. No es que eso sea posible, pero…

– No, no lo es. -Ella hizo una pausa-. Por eso dije que estaba bien que llegaras a conocerla. No tienes ni idea de lo que te has perdido.

– Sí que la tengo. -Guardó silencio un momento-. Pero podrías contarme algo. ¿Cuándo te diste cuenta de que Frankie no era una niña normal?

– No sé. Cuando tenía tres años, quizá. Fue entonces cuando descubrió el viejo piano que Charlie tenía en el salón. Incluso cuando era más pequeña, parecía estar escuchando algo que los demás no podíamos oír. Pero entonces descubrió que lo que tenía dentro podía salir. Charlie y yo nos quedamos sin habla. No sabíamos qué hacer. Entonces, decidí que lo que no era natural para las demás personas era perfectamente natural para Frankie, y que tenía que aceptarlo y hacer que se sintiera feliz y cómoda con ello.

– Hiciste un buen trabajo.

– Lo intenté. Espero haber acertado.

Kilmer guardó silencio durante un instante.

– Está preocupada por ti. Cree que te sientes sola.

Grace se puso tensa.

– ¿Te lo ha dicho ella?

Él se rió entre dientes.

– Creo que está buscando una niñera de mamas para cuando ella esté trabajando en su música. Me aseguró que no sería un trabajo a tiempo completo.

– ¡Ah!, ¿fuiste el elegido?

– Me sentí muy honrado de que pensara en mí. Me sorprendió que no escogiera a Blockman; supongo que pensó que él está muy ocupado. Y todo el mundo sabe que yo no hago más que andar por ahí y dar órdenes. -Levantó la mano cuando Grace abrió la boca para hablar-. Lo sé. No tienes que decir nada. Soy consciente de que crees que no estoy cualificado.

– No te necesito. Puedo ocuparme de mi propia vida. Y has dejado bien claro que no quieres tal responsabilidad.

– Y un cuerno no la quiero. No has oído lo último. -La miró a la cara frunciendo el entrecejo-. O no has querido oírlo. No te culpo, pero no me vengas con ésas. He vuelto a la escena, y estoy dispuesto a aceptar todas las responsabilidades que me dejes asumir. -Y añadió con aspereza-: Y la razón de que me quede aquí cuando Frankie empieza a tocar es que no puedo apartar los ojos de ti. Dices que la niña se da cuenta de las cosas. ¿Quieres que se dé cuenta de que quiero llevarme a su madre a la cama? No creo que esté preparada todavía para algo así, ¿no te parece?

– No, por supuesto que no. Frankie no se daría cuenta de que…

– Al principio, no. Pero deberías ser consciente de que, al final, se dará cuenta de todas las maneras. No puedo ocultarlo, y tú no lo haces mucho mejor. No, mientras ambos andemos suspirando por… ¿Por qué diablos no me dejas…? -Respiró hondo-. No quería decir eso. Se me escapó. -Kilmer empezó a bajar los escalones-. Creo que iré hasta el barracón antes de que realmente meta la pata. -Echó un vistazo por encima del hombro-. Pero es verdad, y ya sería hora de que hiciéramos algo al respecto. Si no tuviéramos que lidiar con esto, los dos nos tranquilizaríamos una barbaridad y funcionaríamos mucho mejor. -Hizo una pausa-. Estaré en el granero mañana por la tarde a las tres.

Grace se puso tensa.

– ¿Qué se supone que significa eso?

– Significa que sé que no querrás que me acueste contigo aquí, en la casa. No, con Frankie por medio. -Torció la boca-. Y no necesitamos una cama. Si no recuerdo mal, lo hacíamos allí donde encontráramos una superficie plana. Desde una zanja llena de barro a la mesa de la cocina de aquella pequeña cabaña en las afueras de Tánger. Nada era un obstáculo. -Se alejó antes de que Grace pudiera contestar.


«Nada era un obstáculo.»

Grace estaba temblando cuando lo observó atravesar el patio a grandes zancadas. La sencilla frase le trajo demasiados recuerdos, demasiados coitos desenfrenados, multitud de escenas enloquecidas… Dejar de pensar en ello. Sentía que su cuerpo estaba preparado, el hormigueo en las muñecas y las palmas de las manos. Tenía dificultades para respirar, y sentía los pechos hinchados y sensibles.

¡Dios mío!, lo deseaba.

Cilicio, le había dicho Donavan.

Tenía razón, había sido una tortura contemplar a Kilmer, observarlo, escucharlo y sofocar la necesidad sexual. ¡Por Dios, era una mujer! Era natural que tuviera deseos y necesidades; lo antinatural era impedir su satisfacción si a uno le perjudicaba hacerlo.

Acostarse. Pensó en ello; consideró las consecuencias.

No quería pensar; en ese momento, en ese preciso instante, quería seguir a Kilmer.

«No necesitamos una cama.»

Cerró los ojos. Resistirse. Si tenía tiempo, superaría aquella flaqueza. Al día siguiente se mantendría ocupada e impediría que Kilmer se metiera en su cabeza.

Al día siguiente.

El granero, al día siguiente a las tres.

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