Capítulo 6

– ¿Cuál prefieres? -le preguntó Frankie mientras miraba fijamente los caballos, entusiasmada-. A mí me gusta el rucio.

– Es magnífico. Pero está sin domar, así que tendrás que esperar a que pueda ponerme a ello.

– No pasa nada. Me gustan todos. -Frankie alargó la mano con prudencia para acariciar al zaino. La yegua bajó la cabeza para recibir la caricia de la niña y relinchó suavemente-. Y a éste también le gusto yo.

– Entonces, hemos de asegurarnos de que os conozcáis mejor.

– ¿Cómo se llama?

– Kilmer no lo sabe. Así que los volveremos a bautizar nosotras mismas. ¿Cuál crees que le va?

Frankie ladeó la cabeza.

– Tiene una mirada suave, y parece que sabe cosas. Como aquella Gypsy que vimos en carnaval.

– ¿Gypsy, entonces?

Frankie asintió con la cabeza.

Gypsy.

– ¿Quieres empezar a cuidar de ella por la mañana?

– A primera hora. ¿Podré montarla entonces?

– Siempre que esté yo delante para vigilar.

– Perdonen, señoras. -Dillon se acercaba por el pasillo en dirección a ellas-. Pero no van a tener que ocuparse de los caballos. Kilmer se apiadó de mí y ha hecho venir a algunos del equipo que están familiarizados con nuestros amigos equinos. -Sonrió burlonamente-. A Dios gracias.

– De todos modos, Frankie cuidará del caballo que escoja como montura.

La niña asintió solemnemente con la cabeza.

– Es como hay que hacerlo. El caballo te recompensa dejándote que lo montes, y tú recompensas al caballo cuidándolo. Gypsy tendrá que acostumbrarse a mí y saber que me preocupo por ella.

– Me disculpo -dijo Dillon-. No lo entendí. ¿Pasa algo si los chicos se ocupan de los demás caballos?

– Hasta que mamá dome al rucio. -Frankie le dio a Gypsy una última palmadita-. ¿Le has puesto nombre ya al rucio, mamá?

– Sigo pensándolo. Quizá me puedas ayudar. Es una gran responsabilidad poner nombre a un caballo… ¿Qué ha sido eso? -Al oír el estridente sonido, su mirada voló hacia el último compartimiento de la hilera-. Eso no es un caballo.

– No -dijo Dillon-. Es un burro. Se supone que tiene que mantener tranquilos a los caballos, pero éstos no parecen saberlo. Por lo que he visto esta tarde, pasan de él completamente.

Grace se puso tensa.

– Un burro -repitió. Empezó a avanzar lentamente por la hilera. No podía ser Cosmo. El rebuzno de un burro era prácticamente el mismo de un animal a otro-. Kilmer no mencionó nada de un burro. ¿Lo alquiló con el resto de los animales?

– Imagino que sí. O tal vez, no. Sólo habló de caballos. Puede que el burro sea una nueva incorporación.

– No creo que haya ninguna duda al respecto. -Grace se paró delante del pequeño burro gris-. La pregunta es: ¿cómo de nueva?

El burro la estaba mirando fijamente con agresividad. Levantó los labios y rebuznó, rociando a Grace con su saliva.

¡El imbécil de Kilmer! «Era» Cosmo.

Grace giró sobre sus talones.

– Tengo que ver a Kilmer. Quédese con Frankie y llévela a la casa cuando esté preparada. Te veré en la casa, cariño.

– De acuerdo. -La niña se volvió hacia Gypsy-. Creo que tiene las pestañas como una estrella de cine. Quizá como Julia Roberts. ¿Qué le parece a usted, señor Dillon?

– No acabo de verle el parecido -dijo el hombre-. Pero soy un admirador de Julia Roberts, y no me gustaría compararla con la cara de un caballo.

– Sólo las pestañas -dijo Frankie-. Y quizá los dientes. Ella también tiene unos dientes grandes y magníficos.

Fueron las últimas palabras que Grace oyó mientras salía como un torbellino del establo y se dirigía a la casa. Maldito Kilmer. Se lo había prometido, y allí estaba Cosmo, en aquel establo.

Subió los escalones del porche como una flecha hacia la puerta delantera.

– ¿Puedo ayudarte?

Grace giró en redondo. Kilmer era una borrosa figura en la oscuridad de la esquina más alejada del porche.

– ¡Cosmo, maldita sea! ¿Es que creíste que no lo reconocería?

– No, sabía que lo reconocerías de inmediato. Por eso te estaba esperando.

– ¿Cuándo lo conseguiste?

– Lo liberé hace seis meses.

– ¿Cómo?

– No fue fácil. Tuve que esperar a que llevaran a los caballos y a Cosmo al Sahara para su excursión anual. Lo sacaron a pastar en un oasis cuando se llevaron a la Pareja al interior del desierto. Tuve que cogerlo y calmarlo hasta que conseguí llevármelo. El condenado burro tiene la boca más ruidosa del planeta.

– Te podían haber matado.

– Consideré que valía la pena correr el riesgo. No estaba preparado para llevarme a la Pareja, pero pude llevarme a su compañero de cuadra. Cosmo es la única influencia tranquilizadora que aceptaría la Pareja, excepción hecha de ti. Sin él, estoy seguro de que los adiestradores deben estar pasando un infierno con esos caballos.

Ella también estaba segura de eso.

– Seis meses. Entonces no alquilaste este rancho para Frankie. Te estabas preparando para la Pareja.

– Confiaba en no necesitar jamás un escondite para ninguna de vosotras -dijo-. Pero habría sido una estupidez por mi parte no sacarle provecho a un lugar que había hecho seguro para la Pareja.

– No existe ningún lugar seguro para la Pareja. -Grace sacudió la cabeza con frustración-. No puedo creer que vayas a intentar hacerte con ellos. Es evidente que Marvot sabe que vas a ir. Te estará esperando. No puedes hacerlo.

– Puedo. Sólo tengo que ir paso a paso.

– Y Cosmo es un paso.

– Uno absolutamente detestable. -Sonrió-. Pero un paso al fin y al cabo. No te preocupes. No voy a dar ningún otro por el momento. Sería demasiado peligroso para vosotras.

– ¿Se supone que debo estarte agradecida?

Kilmer negó con la cabeza.

– Yo soy el que debe estarte agradecido. Sólo quería tranquilizarte respecto a Cosmo.

No estaba tranquila. Ese burro podría ser un pequeño paso, pero indicaba el impulso implacable que animaba a Kilmer. Se había tomado incluso la molestia de robar el compañero de cuadra de la Pareja. Se estaba preparando. Y tan pronto como ella y Frankie estuvieran fuera de escena, iba a ir a por ello.

Y probablemente consiguiera que lo mataran.

– Fantástico. -Grace se dio la vuelta y se dirigió a la puerta. Entonces se detuvo-. Me dijiste que habías cogido algo de Marvot que haría que se volviera lo bastante loco como para empezar a perseguirnos de inmediato. ¿Era Cosmo?

– No, era algo un poco más importante que Cosmo. Una de las informaciones que Donavan sacó a la luz para mí. -Sonrió-. Pero no tengo necesidad de compartirla contigo. No estás interesada en esto en absoluto.

– No, no lo estoy. -Y no se preocuparía por él. Kilmer se había desentendido de su vida, y menos mal que lo había hecho. Porque seguía yendo de aquí para allá, haciendo volar depósitos de municiones, rescatando a víctimas de secuestros y arriesgando su vida en cientos de situaciones diferentes. Su existencia era completamente distinta. Giraba en torno a Frankie y la vida, no la muerte. Si Kilmer seguía empeñado fanáticamente con hacerse con la Pareja, pues, bueno, que tuviera suerte.

La necesitaría.


El equipo de Kilmer llegó en helicóptero a la mañana siguiente.

– ¿Quiénes son ésos? -susurró Frankie cuando Kilmer salió a recibirlos al patio del establo-. Parecen… -Arrugó el entrecejo-. No creo que sean vaqueros.

– Estoy segura de que algunos lo son -dijo Grace-. ¿No te acuerdas? Dillon dijo que ayudarían con los caballos. -Sólo conocía a dos del equipo, Luis Vazquez y Nathan Salter El resto le eran extraños, pero reconoció el aire tranquilo y sobrio del que Kilmer parecía imbuir a todos los hombres que aceptaba en su equipo-. Ese hombre alto de la camisa naranja es Luis. Sabe mucho de caballos. Se crió en un rancho en Argentina. Es un gaucho. ¿Te acuerdas de que te hablé de los gauchos y sus bolas?

– ¿Puedo conocerlo?

– En cuanto Kilmer termine de hablar con ellos. -Casi habían terminado de hablar. Los hombres se estaban separando, moviéndose con rapidez e intención mientras recibían sus órdenes. Pocos minutos después el patio se había vaciado-. Bueno, supongo que ahora están ocupados.

– No son vaqueros -repitió Frankie de forma concluyente-. Y no son soldados. Pero por su aspecto parecen una mezcla de ambas cosas.

– No, son hombres que saben cómo protegernos. Así es como se ganan la vida. Puedes confiar en ellos. Te los presentaré hoy más tarde.

Frankie asintió con la cabeza.

– Pero ahora no. Tengo que sentarme y trabajar en el teclado.

– Por supuesto. Iré hasta el establo y me cercioraré de que saben cuidar adecuadamente de los caballos. -Grace levantó la mano-. Excepto de Gypsy. Tú y ella parecías llevaros bien esta mañana.

– Sí. -Frankie respondió con aire ausente mientras abría la puerta mosquitera-. Hasta luego, mamá.

– ¡Bueno! -En ese momento, Frankie no estaba prestando mucha atención a nada; estaba concentrada en la música. Grace la veía ya jugando mentalmente con las notas que se agolpaban en su cabeza-. Más tarde.

Kilmer estaba subiendo de nuevo los escalones del porche.

– ¿No vino Donavan?

– Te dije que estaba vigilando a Marvot.

– ¿Has tenido noticias de él últimamente?

– Desde que estamos aquí, no. Eso podría ser una buena señal. Le llamaré esta noche si no recibo noticias. -Estudió a Grace-. Estás preocupada por él.

– Siempre me gustó Donavan. Me salvó la vida una vez en Libia.

– ¿En serio? -Kilmer arqueó las cejas-. Nunca me lo dijo.

– No era asunto tuyo. Era algo entre nosotros dos.

– Si eso puso en peligro la misión, era asunto mío, ¿no?

– Vete al infierno.

Kilmer sonrió.

– Por lo que veo, la puso en peligro. Tendré que hablar con Donavan.

– ¡Por Dios!, fue hace nueve años.

– Donavan siempre sintió debilidad por ti.

En el equipo de Kilmer no se alentaban las amistades, pero era difícil no establecer lazos cuando tu vida dependía de los demás.

– No creo que puedas decir eso. Cuando me uní a ti, hiciste que Donavan me pusiera a prueba hasta que caí rendida.

– Y acabaste bien curtida. Me sentí orgulloso de ti.

Y su orgullo por ella lo había significado todo para Grace. Había estado decidida a hacer lo que fuera, a ejercitar su cuerpo hasta el límite de sus fuerzas, a conseguir su aprobación. ¡Dios santo!, qué ingenua había sido.

– Era joven y tonta. Pensaba que hacerlo bien por ti significaba algo. Supongo que padecía un caso de adoración mayúsculo.

– Lo sé.

– Bastardo engreído.

– ¿Por qué crees que hice que Donavan trabajara contigo? Nos habríamos acostado a la segunda noche de tu llegada si me hubiera encargado de tu entrenamiento yo mismo. ¡Mierda!, desde el momento en que te vi, me morí de ganas de tocarte. Sólo estaba siendo puñeteramente ético. -Se apartó-. Dio lo mismo. La cosa acabó de la misma manera una semana después. No soy de los que se resisten a ese tipo de tentaciones durante mucho tiempo.

Grace lo observó alejarse. Siempre le había gustado la manera de moverse de Kilmer, con todos los músculos respondiendo grácil y coordinadamente. En ese momento fue incapaz de apartar la vista. ¡Dios santo!, estaba ocurriendo de nuevo. Podía sentir el hormigueante calor en las palmas de las manos, la dificultad para respirar, el impulso de salir tras él y tocarlo.

Kilmer la miró por encima del hombro.

– Yo también -dijo él en voz baja-. ¡Joder! ¿No es así?

Grace abrió los labios para hablar y los volvió a cerrar de inmediato. Giró sobre sus talones y entró en casa.

Una vez dentro, se paró e intentó recuperar el resuello. ¡Por Dios!, no quería eso. Tenía una vida buena y equilibrada con Frankie. No quería zambullirse en aquel piélago de sensualidad que le había reportado un único y preciado bien. El resto había sido locura, una necesidad animalesca que la había hecho dudar de su fuerza de voluntad y su fortaleza. Había querido darlo y cogerlo todo sin que le preocuparan las consecuencias.

Ya no era así. Debía a Frankie una madre que tuviera la fuerza para combatir aquella debilidad que la había concebido. Y no estaba segura de si sería capaz de hacerlo sí permanecía allí, cerca de Kilmer. Necesitaba tiempo para levantar sus defensas.

¡Joder!, ¿y cuánto tiempo necesitaba?, pensó con repugnancia. Había tenido nueve años, y la barrera que había construido había sido derribaba en cuestión de unos cuantos días. Entonces, empieza de nuevo y no te acerques ni pienses en Kilmer ni en su aspecto ni en como se mueve ni…

Mantenerse ocupada. Tenía un caballo que domar. El rucio le permitiría prestar atención a otra cosa además de a sus sentimientos.

Y si no le prestaba atención, sería el semental el que la domaría a ella.


– Qué chico tan guapo eres -dijo Grace en voz baja acariciando con suavidad al rucio-. Has tenido una vida fantástica, ¿verdad? Corriendo y levantando tus pezuñas sin que nadie se atreviera a tocarte. Ojalá pudiera dejar que siguieras así. No hay nada más hermoso que un caballo en estado salvaje. Sólo con mirarte, mi corazón rebosaría de alegría. Pero la vida no es siempre buena para los caballos. Estarás más seguro si aprendes a llevarte bien con nosotros. Puedes fingir que es un juego. Haz lo que queremos que hagas durante un ratito todos los días. Luego puedes volver a hacer lo que te plazca. ¿Te parece justo?

El rucio se apartó de ella.

– Quizá no sea tan justo. Pero así es como tiene que ser. Y me aseguraré de que estés a salvo y seas feliz. Todavía no te hemos puesto un nombre. ¿Qué te parece si te llamo Samson? Era un tipo fuerte, y tampoco quería que lo domesticaran. Pero tú serás más listo que él. -Grace dio un paso hacia el caballo y le acarició el hocico-. Ahora escúchame, y te contaré lo que vamos a hacer los dos juntos. ¿Sientes lo mucho que deseo que seas feliz? Ya lo sentirás, Samson. Ya lo sentirás…


– Pensé que ella iba a domar al caballo -Robert se acercó hasta detenerse al lado de Kilmer en la cerca del corral-. La he estado observando desde el porche, y no ha hecho nada más que estar junto al animal y mirarlo.

Kilmer se sintió molesto. Podía permitir que Blockman estuviera allí, pero no tenía por qué gustarle la situación. Y no quería tenerlo revoloteando alrededor cuando intentaba concentrarse en Grace y el semental.

– Está haciendo algo. -No apartó la mirada de ella, que estaba delante del caballo, moviendo los labios con palabras que él no podía entender a esa distancia-. ¿Nunca antes habías visto cómo se doma un caballo?

Robert negó con la cabeza.

– No soy del tipo bucólico, precisamente. Nunca fui a la granja, excepto cuando me invitaban a comer. Sé que Charlie pensaba que Grace era una especie de sacerdotisa hechicera en lo concerniente a los caballos.

– Hombre inteligente. -Kilmer trepó a la valla y pasó la pierna por encima de la barra superior. Paciencia. Había sido él quien había decidido llevar a Blockman allí. Ahora tendría que aceptarlo y apechugar con ello-. La he visto en una o dos sesiones verdaderamente asombrosas. Los caballos parecen comprenderla.

– ¿Significa eso que no corcoveará?

Kilmer negó con la cabeza.

– Ella dice que eso es muy raro. Todos los caballos odian que se les restrinja su independencia. Pero si el caballo y ella han llegado a un entendimiento antes de que los monte de verdad, el proceso se acorta mucho.

– ¿Entendimiento?

Kilmer se encogió de hombros.

– Pregúntale a ella.

– Si no vamos a ver ningún fuego artificial, ¿por qué estás aquí?

Kilmer guardó silencio durante un instante.

– Porque si hay fuegos artificiales, el rucio podría matarla. Tengo que estar aquí. -Miró a Robert desafiante-. ¿Y por qué estás tú aquí?

– Para lo mismo -Robert apretó los labios-. Pero no estaba seguro de que el rucio supusiera realmente una amenaza. Grace siempre parece muy segura de sí misma rodeada de caballos.

– Es una amenaza. De otra manera, ella no estaría domándolo. Dice que un caballo sin brío, es un caballo sin corazón.

– Pareces conocerla muy bien -dijo Robert con lentitud-. ¿Cuánto tiempo estuvo en tu equipo?

– Seis meses.

– No es mucho.

Kilmer sintió que le invadía un sentimiento de irritación. Le lanzó una mirada gélida.

– Lo suficiente.

Robert estudió su expresión.

– Mira, no sé lo que hubo entre vosotros dos, pero no me voy a interponer. Por lo que veo, fuera lo que fuese lo que os llevarais entre manos, fue bastante fuerte. Si pensara que tuviera una oportunidad con Grace, me interpondría. Ella es una mujer especial. Pero no tengo ninguna posibilidad o la habría tenido antes de esto. Podría competir contigo, pero no con Frankie. Ella es demasiado para… -Se interrumpió-. ¿Es Frankie hija tuya?

Kilmer parpadeó cautelosamente.

– ¿Por qué piensas eso?

– La edad corresponde. Ocho años. Y estuvisteis juntos algún tiempo los meses previos a que Grace llegara a Tallanville. Empezaron a cuadrarme las posibilidades. Y después de que se me ocurriera eso, observé con detenimiento a Frankie. Se parece a Grace, pero hay algo de ti en la forma de sus ojos.

– ¿Lo hay? -Pillado de sorpresa, Kilmer se puso tenso-. No me había fijado.

– Yo sí. -Robert sonrió-. ¡Dios mío!, creo que te he cogido desprevenido.

Eso era justo lo que había hecho, pensó Kilmer. Había tenido mucho cuidado en evitar pensar en Frankie como alguien que le perteneciera. Había renunciado a ese privilegio cuando dejó que Grace la criara ella sola. Aunque no había podido reprimir el sentimiento de posesión que seguía sintiendo por Grace, ésta, por fuerza, sería una pasión recíproca; al final, dependería de la libre decisión de ella. Lo de Frankie era… distinto.

– ¿De verdad se parece a mí?

Robert asintió con la cabeza.

– Realmente sí.

– ¡Genial! -murmuró Kilmer-. Eso no va a cambiar nada.

– No. -Robert lanzó una mirada a Grace-. Creo que lo va a montar.

Kilmer volvió a clavar la mirada en Grace. Seguía hablando al caballo, con el pie en el estribo.

El rucio dio un respingo, y a punto estuvo de engancharla por el pie; ella liberó su bota justo a tiempo. Estaba sacudiendo la cabeza y riéndose. El animal la miraba con indignación. Grace empezó a acercarse a él de nuevo.

Tres veces intentó montarlo.

Tres veces el rucio respingó.

Grace lo intentó dos veces más.

El caballo respingó.

A la siguiente ocasión, el rucio se movió ligeramente, como sí se hubiera aburrido del juego.

Al siguiente intento, el caballo le permitió que se sentara en la silla con lentitud y sumo cuidado.

Kilmer contuvo la respiración.

El semental no se movía, pero él se dio cuenta de la tensión muscular en la ancas del animal.

Grace estaba inclinada sobre el cuello del caballo, murmurándole y dejando que se acostumbrara a su peso.

– Mira los ojos del caballo. Va a explotar -susurró Kilmer-. ¡Cuidado con él, Grace!

¡Maldición!, no parecía estar preocupada. Estaba acariciando al rucio y aparentaba una absoluta tranquilidad. Kilmer se puso tenso y se encontró preparándose para saltar de la valla e ir hacia ella. No, eso sólo asustaría al caballo y enfurecería a Grace. Debía dejarla hacer. Ella sabía lo que…

¡El semental explotó!

Empezó a corcovear y a girar, haciendo que el delgado cuerpo de Grace se sacudiera y zarandeara de atrás para adelante como una marioneta.

– ¡Dios bendito! -dijo Robert-. Sujétalo, Grace.

Ella cabalgó sobre el caballo.

Aquello continuó varios minutos; Kilmer estaba seguro de que el caballo la tiraría.

– No podemos bajarla de… -Robert se interrumpió-. Idiota. Por supuesto que no podemos. El caballo… se está deteniendo.

El semental se quedó inmóvil, temblando. Grace se inclinó sobre él y le murmuró algo. Entonces, picó espuelas con suavidad.

El rucio no se movió.

Grace volvió a golpearlo ligeramente con la bota.

El caballo dio un paso adelante y luego otro.

Ella lo condujo alrededor del cercado, imponiéndose con tacto, sin forzarlo en ningún momento.

Finalmente, detuvo al caballo y se apeó de la silla.

Kilmer soltó el aire de sus pulmones. ¡Joder!, no se había dado cuenta de que había estado conteniendo la respiración.

– ¡Mierda! -Robert bajó de un salto al interior del cercado y se dirigió hacia Grace y el semental-. ¡Menudo susto de muerte nos has dado!

Kilmer empezó a seguirlo, pero se detuvo. Había estado acosando a Grace, y ella no querría tenerlo cerca en ese momento. Vio cómo Blockman se reía y sacudía la cabeza con aire compungido, mientras acompasaba el paso al de Grace, que estaba guiando al caballo fuera del corral.

Aquello no le gustó a Kilmer; escocía una barbaridad.

Daba igual lo que Blockman hubiera dicho. Él estaba experimentando la misma reacción primitiva que le había sacudido en cuanto se dio cuenta del gran protagonismo que Blockman tenía en la vida de Grace.

Sobreponerse. Había cosas más importantes que solucionar que el…

Su móvil sonó. Donavan.

– ¿Algún problema?

– Tal vez -respondió Donavan-. Hanley abandonó el recinto anoche. Hice que Tonino lo siguiera. Fue a Génova para ver a la mujer de Kersoff.

– ¿Por qué?

– No lo sé. No pudimos poner micrófonos en la casa de la mujer antes de que él llegara. Hanley permaneció dos horas allí, y luego regresó al recinto a toda prisa.

– ¿Alguna información?

– Eso es lo que yo creo. Puede que la esposa de Kersoff tuviera un as en la manga que quisiera negociar.

– ¿Puedes hacer que Tonino lo compruebe? Marvot intentará encontrar al informante de Kersoff, y nosotros deberíamos dar con él antes.

– Ya lo he enviado de vuelta a Génova. Quería que se asegurase de que Hanley no se quedaba a pasar la noche en ningún otro sitio antes de que volviera a ver a Marvot. -Hizo una pausa-. ¿Cómo está Grace?

– Bien. Acabo de estar viéndola domar a un condenado semental.

– ¿Y la niña?

– Las niñas son todas iguales.

Excepto aquella que se parecía a él.

– Sí, no tienen nada de particular. -Donavan se rió entre dientes-. Dile a Grace que estoy impaciente por volver a verla. -Hizo una pausa-. Y puede que eso no tarde mucho en suceder. Tengo el palpito…

– No has dicho nada de que estuviera ocurriendo algo allí, excepto con Hanley.

– Y nada está sucediendo. Puede que lleve con esta vigilancia demasiado tiempo. No me hagas caso.

– Ten cuidado -dijo Kilmer-. Si detectas el más leve indicio que te ponga nervioso, saca el culo de ahí.

– Lo haré. Quiero seguir vivo para ver a esa niña vuestra -añadió con malicia-. Aunque no sea nada especial, sólo una niña más. -Colgó.

¡Bastardo! Kilmer sonrió mientras apretaba el botón de desconexión.

Su sonrisa se desvaneció. Pero el bastardo tenía un gran instinto que había salvado el cuello de los dos en multitud de ocasiones. Si pensaba que se avecinaba algo, entonces había muchas posibilidades de que tuviera razón.

Y Kilmer no estaba preparado para que el partido diera comienzo. No, con Grace y Frankie atándole las manos en ese momento.

Podría ser que Donavan se equivocara. Quizá el estar acampado solo en aquella colina le estuviera poniendo nervioso.

Pero no era probable. Había pocas situaciones que pusieran nervioso a Donavan. Actuaba con toda tranquilidad hasta que la situación explotaba, y luego hacía gala de una gran pericia y una rapidez infalibles, hasta que conseguía tenerlo todo bajo control.

Aun así, Kilmer confió en que Donavan estuviera equivocado.


Génova, Italia

Isabel Kersoff vivía en una sinuosa calle a dos manzanas de los muelles. Era una casa aceptable, pensó Mark Tonino cuando llamó a la puerta principal con los nudillos. Limpia y recién pintada, y con una puerta roja que le confería cierto aire moderno.

No hubo respuesta.

Volvió a llamar. Podría ser que Hanley le hubiera dado dinero, y la mujer hubiera abandonado la casa, eufórica por su éxito.

Siguió sin haber respuesta.

Aunque no estuviera allí, eso no significaba necesariamente que no hubiera información que valiera la pena tener. Podría haberse dejado documentos, cartas y números de teléfono.

Sacó sus llaves maestras y tuvo que hacer dos intentos antes de conseguir abrir la puerta.

Tonino encendió su bolígrafo linterna y entró en el salón. Había un pequeño escritorio contra la pared. Lo revisó cuidadosamente. Nada, excepto facturas impagadas y folletos de cruceros. Era evidente que Kersoff había tenido grandes sueños y ningún dinero.

Y pudiera ser que su esposa no guardara ninguna información valiosa en el cajón de un escritorio. Según la experiencia de Tonino, las mujeres eran más ingeniosas escondiendo tesoros. Escondían las cosas en los congeladores o en las barras huecas de las cortinas.

Primero el dormitorio. Había más sitios para…

¡Vaya, mierda!

Buscó su móvil.

– Donavan, ha sido una pérdida de tiempo. Está muerta.

– ¿Cómo?

– Maniatada y degollada. -Tonino dirigió el haz de su linterna sobre la cara de la mujer-. Cortes, muchos cortes en la cara y en el tronco. Algo asqueroso. Hanley pasó mucho tiempo con ella. Es evidente que no quiso colaborar. ¿Qué hago?

– Sal de ahí.

– ¿Quieres que siga mirando por la casa?

– No, no estaría muerta si hubieran conseguido lo que querían. Hanley la habría conservado viva. -Donavan hizo una pausa-. ¿La han matado hace mucho?

– No soy forense, pero supongo que hace unas doce horas, si asumimos que fue Hanley.

– Entonces, Marvot ha sabido durante casi un día entero lo que la esposa de Kersoff estaba vendiendo. Eso no es nada bueno. Borra tus huellas y elimina cualquier otra prueba que delate tu presencia ahí, y vuelve para aquí. Tengo que llamar a Kilmer.

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