Capítulo 1

El Tariq, Marruecos

– ¡Atrapad a ese cabrón! No tiene escapatoria.

¡Y un cuerno!, pensó ferozmente Kilmer, mientras lanzaba el jeep colina arriba pisando a fondo el acelerador. No tenía la más mínima intención de dejar que lo atraparan después de haber llegado tan lejos.

Una bala le pasó silbando junto a la oreja y astilló el parabrisas.

Demasiado cerca. Se estaban acercando.

Pisó el freno y aminoró la velocidad del jeep.

Al llegar a una curva de la carretera dio un volantazo, se preparó y se arrojó a la cuneta, cayendo en una zanja llena de arena y barro.

¡Cojones, qué daño!

Hizo caso omiso.

Rodó de costado y se abalanzó sobre los matorrales, viendo cómo el jeep se alejaba sin control y viraba hacia el borde de la carretera. Con un poco de suerte, pensarían que le había alcanzado el disparo, y no se pararían a analizar la razón de que el vehículo pareciera descontrolado.

Ya sólo tenía que esperar que apareciera el camión que lo perseguía.

No tuvo que esperar mucho. El camión Nissan dobló la curva haciendo un ruido infernal. Dos hombres en la cabina; tres, en la trasera descubierta. El hombre a la derecha de la trasera, el del fusil. Apuntaba de nuevo hacía el jeep.

Dejar que se acerquen un poco más…

Pasaron por su lado.

¡Ahora!

Salió de entre los matorrales y lanzó la granada que había sacado de la mochila.

Cuando la granada alcanzó el camión y explotó, él cayó al suelo. Una segunda explosión hizo temblar la tierra cuando el depósito de la gasolina del camión explotó.

Levantó la cabeza. El camión se había convertido en unos restos llameantes y ennegrecidos; el humo ascendía en espirales hacia el cielo.

Y se estaría viendo a kilómetros de distancia.

¡Muévete!

Se levantó de un salto y empezó a correr hacía el claro que se abría en lo alto de la colina.

Tardó cinco minutos en alcanzarlo, y ya estaba oyendo el rugido de vehículos detrás de él, cuando irrumpió en el claro donde se escondía el helicóptero. Donavan empezó a hacer girar los rotores en cuanto vio a Kilmer.

– ¡En marcha! -Kilmer se abalanzó hacia el asiento del pasajero-. Mantente alejado de la carretera antes de dirigirte al sur. Podrías recibir un balazo en el depósito del combustible.

– Por la explosión, pensé que te habrías ocupado de ese problema. -Donavan despegó-. ¿Granada?

Kilmer asintió con la cabeza.

– Pero puede que haya más de un camión esta vez. Lo primero que harán es comprobar la caja fuerte, y cuando vean ese humo, alertarán a todos los hombres del recinto.

– Sí, ya veo. -Donavan silbó al ver abajo, en la carretera, la columna de camiones-. Y uno de ellos tiene un lanzamisiles tierra-aire. Deberíamos largarnos de este espacio aéreo antes de que nos localicen. ¿Lo conseguiste?

– Oh, sí. -Kilmer clavó la vista en la bolsa de terciopelo bordada y adornada con lentejuelas que colgaba de la cadena de oro que había extraído de su riñonera. Los ojos azul zafiro de los dos caballos, cuyas imágenes estaban grabadas en la bolsa, volvieron a relucir ante él. Mortales; tan bellos y tan mortales. Ese día había matado ya a siete hombres sólo para apoderarse de ellos. ¿Por qué no se sentía victorioso? Quizá porque se daba cuenta de que probablemente aquellas vidas serían sólo el principio del caos que se avecinaba-. Sí, Donavan, lo conseguí.


Tallanville, Alabama

– Háblale, Frankie -dijo Grace mientras acariciaba el hocico del caballo-. Cuando llegues al obstáculo, inclínate sobre él y dile lo que quieres que haga.

– Y rehusará de todas las maneras -Frankie puso mala cara-. Puede que a ti te entiendan los caballos, pero yo soy un cero a la izquierda para ellos.

– Eso no lo sabes hasta que lo intentas. Darling sólo intenta imponerte su voluntad. No puedes permitir que te domine.

– Me trae sin cuidado, mamá. No tengo que ser la jefa. SI Darling fuera un teclado en lugar de un caballo, puede que quisiera imponer mi autoridad, pero yo… -Miró a Grace fijamente a la cara y suspiró-. De acuerdo, haré lo que dices. Pero me va a tirar.

– Sí lo hace, entonces cae bien, tal y como te enseñé. Y luego vuelve a montarlo. -Hizo una pausa-. ¿Es que no sabes cuánto miedo me da hacerte caer? Pero te encanta montar a caballo, y fuiste tú quien escogió participar en este espectáculo. Me trae sin cuidado si ganas o no, pero tienes que estar preparada para cualquier eventualidad.

– Lo sé. -Una sonrisa iluminó el rostro de Frankie-. Y ganaré. Mírame. -Espoleó al caballo bayo e hizo que rodeara el cercado al galope. Gritó por encima del hombro-: Pero ayudaría si le dijeras eso a Darling.

Parecía tan pequeña sobre aquel caballo, pensó Grace con angustia. Frankie iba vestida con unos vaqueros y una camisa roja a cuadros que hacía que el pelo rizado que se alborotaba por fuera del casco pareciera negro a la luz del sol. Tenía ocho años, pero siempre había sido baja para su edad y parecía más pequeña.

– Es sólo una niña, Grace. -Charlie se había acercado hasta pararse junto a ella en la valla-. No seas tan dura con ella.

– Seria dura con ella si la dejara ir por la vida sin prepararse. -Cuando vio que Frankie empezaba a acercarse al obstáculo, masculló una oración-, No puedo protegerla durante toda su vida. ¿Y si no estoy cerca? Tiene que aprender a sobrevivir.

– ¿Como aprendiste tú?

– Como aprendí yo.

Darling estaba casi encima del obstáculo.

No rehúses. No rehúses, muchacho. Llévala a salvo al otro lado. Darling titubeó, se levantó en el aire y salvó el obstáculo.

– ¡Impresionante! -Grace bajó de la valla de un salto, mientras Frankie gritaba regocijada y se dirigía hacia ella al galope-. Te dije que podrías hacerlo. -Cuando Frankie se bajó de la silla, Grace la cogió en brazos y la hizo trazar un círculo en el aire-. Eres increíble.

– Sí, bueno. -Su cara se iluminó con una sonrisa-. Quizá no seas la única susurradora de caballos de la familia. -Miró a Charlie por encima de Grace-. Ha estado guay, ¿eh?

Él asintió con la cabeza.

– Y yo que pensaba que tanto tocar el piano te estaba estropeando para cualquier trabajo decente. -Una sonrisa maliciosa le iluminó el rostro curtido por el sol-. Puede incluso que intente buscarte un trabajo para el verano limpiando los establos de la granja de Baker.

– Ya tengo bastante con lo que he de limpiar aquí. -Frankie cogió las riendas de Darling y empezó a conducirlo hacia la verja-. Y tú me perdonas mis prácticas de piano. Pero no creo que el señor Baker lo hiciera; le gusta la música country.

– Después de que te hayas ocupado de Darling, dúchate y cámbiate de ropa -dijo Grace-. Tenemos que estar en clase de judo dentro de una hora.

– Está bien. -Frankie se quitó el casco y se alborotó el rizado pelo con la mano-. Robert prometió llevarnos a comer pizza después, Charlie. Vendrás, ¿no?

– No me lo perdería por nada del mundo -dijo él-. Y si logras convencer a tu madre, incluso encerraré a Darling por ti. -Hizo una mueca-. Olvídalo. Ya me están echando el mal de ojo por interferir en tus responsabilidades.

– Ella es así, -Frankie condujo el caballo hacia el establo-. Pero no me importa. Me gusta poner cómodo a Darling. Es una forma de compensarle por lo bien que me lo hace pasar.

– Como tirarte al suelo.

– No me hice daño.

– A Dios gracias -murmuró Grace, mientras observaba cómo Frankie desaparecía en el establo-. Casi me dio un ataque al corazón, Charlie.

– Pero hiciste que lo intentara de nuevo. -Charlie asintió con la cabeza-. Ya sé, ya sé. Tiene que aprender a sobrevivir.

– Y tiene una posibilidad de ganar. No voy a tolerar que la derroten.

– Acaricia esas teclas muy bien. No todo el mundo tiene que competir en el ruedo.

– A ella le encanta montar a caballo desde que tú y yo le enseñamos cuando tenía tres años. El piano es su primer amor, y lo toca fenomenalmente. Pero no voy a consentir que se limite a practicar y a las salas de conciertos. La composición también la satisface y no la expone a todo ese follón de la vida pública. Tendrá una vida activa y satisfactoria antes de que le permita considerar si quiere ver su nombre escrito en neones. -Hizo una mueca-. ¿Quién demonios hubiera pensado que iba a parir una niña prodigio?

– Tú tampoco eres tonta.

– La herencia no tiene nada que ver con un talento como el de Frankie. Es uno de esos bichos raros de la naturaleza. Pero no voy a permitir que nadie la considere un bicho raro. Va a tener una infancia normal y feliz.

– O les darás una paliza a todos. -Charlie se rió entre dientes-. Ella es feliz, Grace. No te exijas tanto. Has hecho un gran trabajo con su educación.

– Hemos hecho un gran trabajo con su educación -dijo sonriendo-. Y todas las noches le doy las gracias a Dios por tenerte, Charlie.

Un leve rubor tiñó las arrugadas mejillas del hombre, aunque su voz sonó atribulada.

– Confío en que él te escuche. No he hecho muchas cosas que merecieran la pena en mi vida y me estoy haciendo bastante viejo. Puede que necesite que me ponga alguna buena nota en su libro cuanto antes.

– ¡Eh!, si todavía no has cumplido los ochenta y gozas de la misma salud que cualquiera de tus caballos. En esta época, y con tu edad, te quedan muchos años por delante.

– Eso es cierto. -Charlie hizo una pausa-. Pero ninguno puede ser mejor que los últimos ocho años, Frankie es muy especial, y tú me has hecho sentir como si ella también me perteneciera.

– Y te pertenece. Lo sabes. -Grace arrugó el entrecejo-. Te veo muy serio hoy, ¿Pasa algo?

Charlie negó con la cabeza.

– Me asusté un poco cuando Frankie realizó ese salto. Hizo que empezara a dar gracias por lo que tengo. Hizo que me acordara de cómo eran las cosas antes de que aparecieras aquel día, hace ocho años. Yo era un viejo solterón cascarrabias con una granja de caballos que se iba a pique. Lo cambiaste todo para mí.

– Sí, te convencí para que me dieras trabajo, me mudé y te cargué con un bebé de seis meses. Un bebé con cólico. Soy afortunada de que no me echaras a patadas el primer mes.

– Estuve tentado de hacerlo. Tardé dos meses en decidir que, aunque te pusiera de patitas en la calle, me iba a quedar con Frankie.

– Ni en sueños.

– Habría sido bastante difícil. -Los ojos azules de Charlie brillaron-. Por supuesto, podría haber intentado encontrar un potro salvaje lo bastante duro como para que te hiciera un poco de daño. Pero todavía no he conocido un caballo que no puedas domar. Es extraño.

– No empieces. Desde que Frankie vio aquella película del hombre que susurraba a los caballos, cree que yo… ¡Maldita sea!, me limito a hablarles, eso es todo. No hay nada raro en eso.

– Y ellos te entienden. -Charlie levantó la mano-. No te estoy acusando de ser un doctor Dolittle. Es sólo que nunca me había encontrado con alguien como tú.

– Adoro a los caballos. Puede que ellos se den cuenta y reaccionen ante ello. Es tan simple como eso.

– No hay nada de simple en eso. Eres dura de corazón con todo y con todos, excepto con Frankie. Estás loca por la niña. Y, sin embargo, le dejas que corra riesgos que las madres más devotas no permitirían en la vida.

– La mayoría de las madres devotas jamás han tenido las experiencias que tuve yo mientras crecía. Si mi padre no se hubiera tomado la molestia de asegurarse de que yo era capaz de sobrevivir, no habría llegado a los trece años. ¿De verdad crees que no quiero tener a Frankie entre algodones e impedir que alguna vez dé un mal paso? Pero aprendes y te endureces a golpe de errores. La querré y la protegeré de la única manera que sé que funciona. Enseñándola a protegerse a sí misma.

– ¿Supongo que no te importará decirme dónde te criaste?

– Ya te lo dije; pasaba todos los veranos en la granja de caballos de mi abuelo, en Australia.

– ¿Y dónde pasabas el resto del año? -Charlie se encogió de hombros al ver la expresión hermética de Grace-. Ya sabía que no me lo ibas a decir. Pero, por lo general, no cuentas nada de lo que te pasó antes del día que apareciste en mi puerta. Pensé que tendría alguna posibilidad.

– No es que yo no… Es mejor que no sepas nada sobre…-Negó con la cabeza-. No es que no confíe en ti, Charlie.

– Lo sé. Sólo tengo curiosidad por saber por qué habrías de confiar en mí para contarme lo que hace que sigas adelante.

– Ya sabes lo que me hace seguir adelante.

Charlie se rió entre dientes.

– Sí… Frankie. Supongo que eso es suficiente para cualquiera. -Se dio la vuelta y se dirigió al granero-. Si voy a ir con vosotros a comer pizza, debería ocuparme de mis cosas. Robert y yo vamos a jugar una partida de ajedrez después de que os enviemos de vuelta a la granja. Esta vez le voy a ganar. La verdad es que se le da mejor el judo y las demás artes marciales que los juegos de mesa. Un hombre raro ese Robert. -Echó un vistazo por encima del hombro-. ¿Y no es también un poco raro que apareciera en la ciudad y abriera ese gimnasio de artes marciales apenas unos meses después de tu llegada?

– No, especialmente. La ciudad no tenía ningún centro de artes marciales. No es más que un buen negocio.

Charlie asintió con la cabeza.

– Supongo que todo es cuestión de cómo se mire. Hasta esta noche.

Grace se lo quedó mirando mientras él se dirigía al granero. A pesar de sus años, el paso de Charlie seguía siendo ágil, y su cuerpo nervudo y enjuto parecía tan fuerte como el de muchos hombres más jóvenes. Nunca pensaba en él como en alguien mayor, y le preocupaba que hablara de su envejecimiento. Hasta ese momento nunca le había oído hablar de la edad o de la muerte. Siempre vivía el momento… y esos días eran buenos momentos para todos ellos.

Desvió la mirada hacia las colinas que rodeaban la granja. El sol del final de la tarde acentuaba el verde de los pinos del bosque, extendiendo una paz casi narcótica sobre la caliente tarde agosteña. Cuando llegó por primera vez a la pequeña granja de caballos de Charlie hacía ocho años, lo que le había atraído fue aquella paz. La pintura de las edificaciones anejas y del cercado estaba gastada y levantada, y la casa le había dado la impresión de haber estado descuidada durante años, pero la sensación de paz eterna dominaba cada palmo del lugar, ¡Dios bendito!, y lo mucho que había necesitado aquella paz.

– Mamá.

Se volvió para ver a Frankie, que corría hacia ella.

– ¿Todo listo?

– Sí. -Frankie cogió la mano de su madre-. Tuve una conversación con Darling mientras lo encerraba. Le dije lo buen chico que había sido y que esperaba que hiciera lo mismo mañana.

– ¿En serio?

La niña suspiró.

– Pero, probablemente, me tirará de todas formas. Supongo que hoy he tenido suerte.

Grace sonrió.

– Puede que mañana también tengas suerte. -Apretó la mano de Frankie con más fuerza. ¡Por Dios, cuánto la quería! Ése era uno de los momentos perfectos. Daba igual lo que trajera el día siguiente; ese día brillaba como una moneda nueva-. ¿Una carrera hasta la casa?

– Vale. -Frankie le soltó la mano y echó a correr como una centella por el patio.

¿Dejarla ganar? ¿Qué pasaría si…?

Grace empezó a correr a toda velocidad. Sí que pasaría. Tenía que ser honrada con Frankie y no permitir que dudara jamás de su honestidad. Algún día, su hija la dejaría atrás, y entonces el triunfo sería el más dulce de todos para ella…


– Va a llover. -Grace levantó la cabeza hacia el cielo nocturno. Ella y Robert Blockman se habían detenido en el exterior del aparcamiento a esperar a Charlie y Frankie, que estaban terminando de jugar al billar en la sala de juegos anexa a la pizzería-. Siento cómo se acerca.

– En el parte meteorológico han dicho que se espera un tiempo seco como un hueso durante los próximos dos días. -Robert se apoyó en la puerta de su todoterreno-. Agosto suele ser un mes seco.

– Esta noche va a llover -repitió ella.

Robert se rió entre dientes.

– Lo sé. ¿A quién le importa lo que diga el hombre del tiempo? Puedes sentirlo. Tú y tus caballos. Probablemente, ellos también estén asustados.

– Yo no estoy asustada. Me gusta la lluvia. -A través de la ventana estaba observando como su hija golpeaba la bola con el taco-. Y a Frankie, también. A veces salimos a cabalgar juntas bajo la lluvia.

– A mí, no. Yo soy como los gatos. Me gusta estar seco y calentito en casa cuando hay humedad.

Grace sonrió. Robert se parecía más a un oso que a un gato, pensó. Frisaba los cincuenta años, pero era grande y corpulento, llevaba el pelo al rape y tenía unas facciones irregulares, inclusión hecha de una nariz aguileña que había sido rota alguna vez en el pasado. Siempre le decía que se parecía más a un boxeador profesional que a un profesor de artes marciales.

– Oh, creo que podrías sobrevivir a un paréntesis de mal tiempo. ¿Cómo te ha ido la semana, Robert? ¿Algún nuevo cliente?

– Un par. Tal vez los hayas visto esta tarde, cuando viniste al gimnasio. Acababa de inscribirlos. Dos chicos cuyo padre, que es camionero, cree que deberían ser tan duros como él. -Hizo una mueca-. No tendrán que aprender mucho. Podrías encargarte de su papá con una mano atada a la espalda. Carajo, si hasta Frankie podría destrozarlo. Ninguna astucia. A veces, me pregunto por qué no levanto el campamento y me voy a algún sitio lejos de estos palurdos sureños reaccionarios y cotillas.

– Creía que te gustaba Tallanville.

– Y me gusta. La mayor parte del tiempo. Vivir con lentitud me atrae. Es sólo que de vez en cuando me harto. -Desvió la mirada hacia Frankie-. ¿Por qué no la traes mañana y dejas que les enseñe algunos pocos movimientos a esos chicos?

– ¿Y por que debería de…? -Grace lo miró frunciendo el entrecejo-. ¿A qué viene esto, Robert?

– A nada.

– Robert.

Él se encogió de hombros.

– Es sólo que oí a ese camionero imbécil mascullarles algo a sus hijos cuando llegaste con el coche. Incluso después de ocho años en esta ciudad, siguen hablando de ti y de Frankie.

– ¿Y qué?

– Es sólo que no me gusta.

– Frankie es ilegítima, e incluso hoy en día siempre habrá alguien que quiera que todos sigan sus normas. En particular, en una ciudad pequeña como ésta. Se lo expliqué a Frankie, y lo entendió.

– Yo no. Y tengo ganas que arrearle un puñetazo a alguien.

Grace sonrió.

– Yo también. Pero los niños son mucho más abiertos que sus padres, y Frankie no está sufriendo. Excepto por mí.

– Apuesto a que ella también tiene ganas de atizarle un puñetazo a alguien.

– Ya lo hizo, y tuve una charla con ella. -Grace negó con la cabeza-. Así que no vamos a permitir que le zurre la badana a ninguno de tus clientes sólo para que tú te sientas mejor.

– ¿Y qué hay de lo de hacer que te sientas mejor?

– Satisfacer la ignorancia y la intolerancia no me haría sentir mejor. Y podría ponerle las cosas difíciles a Charlie. Puede ponerse muy a la defensiva, y no es un hombre joven. No voy a correr el riesgo de que le hagan daño.

– Sabe defenderse. Es un viejo zorro correoso.

– No va a tener necesidad de defenderse. No por lo que a mí y a Frankie respecta. Ha hecho demasiado por nosotras, para pagárselo de esa manera.

– Ha sido más bien un toma y daca. Tú también has hecho mucho por él.

Ella negó con la cabeza.

– Él me recogió y le dio un hogar a Frankie. Lo único que hice fue ayudar para conseguir que la granja siguiera dando beneficios. Lo habría hecho de todas formas.

– No creo que Charlie tenga ningún motivo para arrepentirse.

Grace guardó silencio durante un instante.

– ¿Y qué pasa contigo?

Robert levantó las cejas.

– ¿Qué?

– Llevas ocho años aquí. Dijiste que tienes tus malos momentos cuando te hartas de la vida de la pequeña ciudad.

– Tendría mis malos momentos aunque viviera en París o Nueva York. Todo el mundo tiene sus momentos de descontento.

– Yo no.

– Pero tú tienes a Frankie. -Bajó los ojos hacia ella-. Y nosotros también. Nunca he lamentado que me enviaran aquí para echarte un ojo. Para todos nosotros eso es lo primordial. Se trata de Frankie, ¿no es así?

La niña estaba levantando su taco, la cara encendida, los ojos negros relucientes de alegría, mientras hablaba con Charlie.

– Sí -dijo Grace en voz baja-. Se trata de Frankie.


– ¿Qué tal si conduzco yo hasta tu casa? -Robert abrió la puerta del coche de Charlie-. Vas un poco achispado.

– Estoy dentro de la ley. Sólo he tomado dos copas. Y no necesito que ningún mequetrefe me haga de chófer.

– ¿Mequetrefe? Me halagas. Estoy demasiado cerca de los cincuenta. -Sonrió abiertamente-. Vamos. Habrás tomado sólo dos copas, pero te tambaleabas un poco cuando te levantaste de la mesa. Déjame conducir.

– Mi camioneta conoce el camino de casa. -Puso mala cara-. Como el viejo Dobbin. -Puso en marcha el motor-. Si te hubiera ganado esa última partida, podría dejarte que me llevaras a casa por todo lo alto, pero me reservo ese derecho para nuestra próxima ronda. -Sonrió-. Esta vez estuve cerca. La próxima semana serás derrotado.

– Limítate a tener cuidado.

– Siempre tengo cuidado. Tengo mucho que perder estos días. -Charlie inclinó la cabeza, escuchando-. ¿Ha sido eso un trueno?

– No me sorprendería. Grace dijo que esta noche iba a llover. ¿Cómo carajo lo puede saber?

Charlie se encogió de hombros.

– Una vez me dijo que era una cuarterona de cheroqui. Tal vez lo lleve en los genes. -Hizo un gesto de despedida con la mano mientras salía del aparcamiento marcha atrás.

Robert titubeó, mirando fijamente cómo se alejaba. Charlie parecía estar conduciendo bien, y hasta su granja casi todas las carreteras eran secundarias. Le llamaría cuando hubiera tenido tiempo de llegar a casa, sólo para tranquilizarse. Se dio la vuelta y empezó a caminar hacia su coche.

Había sido una buena noche, y le embargaba una cálida satisfacción. Si aquello no formara parte de su trabajo, habría disfrutado de aquellas noches con Grace, Frankie y Charlie. Eran lo más parecido a una familia que había tenido nunca. Cuando aceptó aquel destino, jamás había soñado que duraría tanto, y a esas alturas, se sentiría decepcionado si se acabara.

Si es que se iba a acabar alguna vez, pensó con arrepentimiento. Se le había dicho que Grace Archer era demasiado importante para ellos como para correr ningún riesgo con su seguridad. El hecho de que a él le hubieran mantenido allí durante ocho años y en aquel inmundo pueblucho, no hacía más que confirmar ese hecho.

No es que no hubiera corrido aquel riesgo aunque ella fuera considerada menos importante por la agencia. Grace se había convertido en una misión personal. ¡Maldición!, le gustaba. Era una mujer inteligente y fuerte, y nunca dejaba que nada se interpusiera en su camino cuando iba detrás de algo. También era una mujer condenadamente atractiva. Le sorprendía encontrarla atractiva. Siempre le habían gustado las mujeres pizpiretas y melosas, y su primera esposa había entrado de lleno en esa categoría. Grace no tenía nada de pizpireta ni de melosa. Era alta, delgada y garbosa, con un pelo castaño, corto y rizado que le enmarcaba la cara, grandes ojos color avellana, labios gruesos y una osamenta cenceña y elegante que resultaba más interesante que convencionalmente bonita. Sin embargo, la seguridad que tenía en sí misma, su fortaleza contenida y su inteligencia le atraían. Se había tenido que refrenar en varias ocasiones, pero Grace estaba tan absolutamente absorta en su hija y en la vida que se había forjado en la granja de Charlie que dudaba que ella se hubiera dado cuenta siquiera.

O quizá sí, y había optado por ignorarlo. Robert sabía que a ella le gustaba que él fuera su amigo, y probablemente no quisiera arriesgar aquella relación por otra de naturaleza inestable y menos apacible. Bien sabía Dios que la vida de Grace había sido lo bastante inestable y violenta antes de que llegara allí. Cuando él había leído su informe, había tenido problemas para relacionar a la Grace que conocía con aquella mujer. Bueno, excepto por el hecho de que ella no había tenido muchos problemas para humillarlo durante sus ejercicios físicos. Era una mujer fuerte y habilidosa, y había ido directamente a la yugular. ¿Quién sabía? Quizá fuera aquel atisbo de peligrosidad la razón de que la encontrara tan interesante.

Había llegado a su todoterreno y pulsó el control remoto para abrir la puerta. Charlie tardaría veinte minutos en llegar a casa. Le daría otros cinco minutos para entrar y lo llamaría, y…

Un gran sobre marrón reposaba sobre el asiento.

Robert se puso rígido. «¡Mierda!» No tenía ninguna duda de que había cerrado el todoterreno.

Echó un vistazo por el aparcamiento. Ningún sospechoso. Pero quienquiera que hubiera puesto el sobre en el asiento había tenido toda la noche para hacerlo.

Levantó el sobre lentamente, lo abrió y extrajo el contenido.

Una foto de dos caballos blancos de perfil.

Ambos tenían los ojos azules.


– Mami, ¿puedo entrar? -Frankie estaba parada en la puerta del dormitorio de su madre-. No puedo dormir.

– Pues claro. -Grace se incorporó y dio unas palmaditas en la cama junto a ella-. ¿Qué sucede? ¿Te duele el estómago? Te dije que no comieras aquel último trozo de pizza.

– No. -Frankie se acurrucó debajo de las colchas-. Sólo me sentía sola.

Grace la rodeó con el brazo.

– Entonces me alegro de que hayas venido. Sentirse sola hace daño.

– Sí. -Frankie guardó silencio durante un instante-. Pensaba que quizá tú probablemente te sientas sola demasiado a menudo.

– Cuando tú no estás cerca.

– No, me refiero a qué pasa con eso del amor, el matrimonio y todo ese rollo de la televisión. ¿Soy un estorbo, verdad?

– Tú nunca estorbas. -Grace se rió entre dientes-. Y te prometo que no me pierdo nada de todo ese «rollo». Estoy demasiado ocupada.

– ¿Lo dices en serio?

– Por supuesto. -Rozó la sien de Frankie con los labios-. Es más que suficiente, cariño. Lo que tengo contigo y con Charlie me hace muy, muy feliz.

– A mí también. -Frankie bostezó-. Sólo quería que supieras que no me importaría si decidieras que tú…

– A dormir. Mañana tengo que domar a un caballo de dos años.

– Vale. -Frankie se acurrucó más contra su madre-. He vuelto a oír la música. Me voy a levantar temprano e intentaré tocarla al piano.

– ¿Algo nuevo?

Frankie volvió a bostezar.

– Mmm. Por ahora es sólo un susurro, pero se hará más fuerte.

– Cuando estés preparada, me encantaría oírlo.

– Aja. Pero sólo es un susurro…

Frankie se quedó dormida.

Grace se movió con cuidado para cambiarla de postura, de manera que se recostara sobre la almohada con más comodidad. Debería haberla enviado de vuelta a su cama, pero no estaba dispuesta a hacerlo. Frankie era tan independiente que ya apenas necesitaba de los abrazos de Grace, y ésta iba a disfrutar ese momento. No había nada más delicioso que el leve y cálido peso de un hijo amado.

Y bien sabía Dios que no había una criatura más querida que aquella que tenía entre sus brazos.

Era extraño que Frankie hubiera empezado a preocuparse por la soledad de Grace. O quizá no fuera tan extraño. La niña era más madura de lo que correspondía a su edad y extremadamente sensible. Grace confiaba en haberla convencido de que tenía suficiente con aquella vida en la granja. Le había dicho la verdad. Se mantenía tan ocupada que no había sitio para preocuparse del sexo o de cualquier otra relación íntima. Aunque una relación no hubiera representado una amenaza, no estaba dispuesta a dejarse arrastrar a aquella vorágine de sensualidad que casi la había destruido. Cuando había concebido a Frankie, estaba absolutamente inmersa en una obsesión física que le había hecho olvidar todo lo que debía haber recordado. Eso no podía volver a suceder. Por su hija, debía mantener la cabeza fría.

La lluvia golpeaba contra la ventana, y el rítmico sonido sólo aumentó la placidez que la envolvía. Deseó que no tuviera final. Al diablo con el caballo que tenía que domar al día siguiente. Se iba a quedar tumbada allí con Frankie saboreando el momento.


– ¿De qué diablos va esto? -preguntó Robert cuando se puso al habla con Les North en Washington-. ¿Caballos? Este país está lleno de caballos, y hasta ahora nadie había forzado mi coche para dejar una foto de ellos en el asiento.

– ¿Ojos azules?

– Los dos. ¿Qué es…?

– Ve a la granja, Blockman. Inspecciónala y comprueba que todo está en orden.

– ¿Y despertarla? La he visto a ella y a la niña esta noche. Están bien. Quizá sólo sea una broma. No soy la persona más popular del pueblo. No soy un baptista sureño y no tengo nada que ver con los caballos, su alimentación o su bienestar. Eso garantizará que siga siendo un intruso.

– No es una broma. Y no se trata de ninguno de tus vecinos. Ve para allí. Procura no asustarla, pero asegúrate de que todo está en orden.

– Llamaré a Charlie a su móvil para comprobar que no hay problemas. -Robert guardó silencio un instante-. Es un asunto serio, ¿verdad? ¿Vas a contarme por qué estás furioso?

– En efecto, es algo serio. Puede que se trate de la razón por la que has estado aparcado en su puerta todos estos años. Sal para allí y gánate el sueldo.

– Voy para allá. -Robert colgó el teléfono.


North pulsó el botón de desconexión y se sentó en actitud pensativa.

¿Una advertencia? Quizá. Y si era una advertencia, ¿quién era el autor?

Masculló una maldición. Que Kilmer apareciera después de todos aquellos años era el peor de los escenarios. Habían llegado a un acuerdo, ¡carajo! No podía aparecer de buenas a primeras y sumir todo el montaje en el caos. Si hubiera un problema, Blockman no podría manejarlo.

Tal vez aquello no fuera tan malo. Quizá él no estuviera en Tallanville. A lo mejor había contratado a alguien para que dejara la foto.

Y los cerdos volaban. Aunque aquella advertencia no hubiera sido entregada en persona, Kilmer no era hombre que fuera a permitir que otro manejara una situación peligrosa en la que estuviera involucrada Grace Archer.

No tenía más remedio que llamar a Bill Crane, su superior, y decirle que probablemente Kilmer estuviera de nuevo en escena. ¡Mierda! Crane era uno de los nuevos chicos maravillosos que habían llegado después del 11 de septiembre. Apostaría lo que fuera a que ni siquiera sabía que Kilmer existía.

Bueno, estaba a punto de enterarse. North no iba a comerse aquella patata caliente él solo. Despierta al chico maravilloso y haz que vea qué puede hacer con Kilmer.

Marcó rápidamente el número de teléfono y esperó con maliciosa satisfacción a oír el timbrazo que despertaría a Crane con una sacudida.

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